sábado, 31 de mayo de 2014

MALÉFICA (7d10)

Nos vendían Maléfica como una precuela oscura y perversa de La Bella Durmiente, con la acción centrada en el punto de vista de la malvada de la historia. Sin embargo, enseguida vemos que ni la protagonista es tan malvada ni la historia es tan oscura. De hecho, ni siquiera es realmente una precuela de La Bella Durmiente, ya que se relata el cuento tradicional de principio a fin, dedicando sólo unos minutos a describir la infancia de Maléfica.
La última propuesta de Disney es un cuento de hadas con todas las de la ley, ingenuo y excesivamente infantil. Y no voy a decir que eso sea malo, líbreme Dios, pero cierto es que con la corriente abrumadora que hay de películas basadas en cuentos, cabría esperar algo de innovación, pero nada distancia esta Maléfica de la Blancanieves y la leyenda del Cazador o Jack el cazagigantes. Más de lo mismo en un panorama que amenaza con no cambiar (pronto llegará la Cenicienta de Kenneth Branagh)y seguir atormentándonos con la escases de ideas de los guionistas de Hollywood que para colmo de males se complementan con directores de escasa personalidad y que una vez más (y ya van demasiadas) se inspiran demasiado en la visión de la Tierra Media de Peter Jackson y su forma de describir las batallas y los seres concebidos por Tolkien (solo tienen que fijarse en los árboles guerreros que protegen las Ciénagas o la armadura del rey Stefan en el tramo final de la película). Hasta el dragón parece un hermano pequeño del de El Hobbit: la desolación de Smaug.
Aceptando estas premisas y el hecho de que el elemento más fantástico y colorista proviene directamente de las influencias de Avatar y sus miles de imitadores, lo mejor es dejarse llevar por la historia y tratar de sentirse niño de nuevo, recordando la deliciosa película de Disney de 1959 y descubriendo ahora lo que no nos habían contado, la “otra verdad” oculta que no nos habían permitido conocer hasta ahora (¿hay, acaso, una metáfora sobre la política actual al ser el rey –y por extensión, el gobierno- sinónimo de corrupción y maldad?).
Puestos en estas, la historia funciona, fluyendo con la suavidad de un riachuelo, sin demasiados sobresaltos ni sorpresas de guion pero con una simpatía y ternura que se disfruta, por más que se eche en falta la prometida oscuridad que ni está ni se la espera (aunque después de la Alicia de Burton ya deberíamos estar escarmentados).
El mensaje naturalista sí está claro. Maléfica vive en las ciénagas junto a animares fantásticos y hadas menores y se dedica a curar ramas rotas y jugar con sapos/duendes hasta que un humano irrumpe en su paraíso y no sólo le muestra la corrupción que se acumula en su corazón sino que se la contagia a ella misma. La traición y el desengaño amoroso la transforman en un calco de aquello que odia y su reinado se convierte en un simple reflejo de lo que es el propio mundo de los humanos. Pero entonces aparece Aurora (sí, la Bella Durmiente, no me había olvidado de ella), con un corazón puro y sincero (quizá debido a haberse criado lejos de su padre), y parece que aun haya esperanza para todos.
Con un abuso extraordinario de efectos digitales que en ocasiones impiden disfrutar de las interpretaciones y una sencillez narrativa algo descarada (el único cambio de rumbo se da muy pronto y de adivina antes aún), otro elemento que se copia de otras películas es el uso de una gran dama del cine para personificar a la maldad. Si en las películas clásicas de Disney se presentaba a la heroína como muy cándida y hermosa, las tendencias actuales hacen que se vean con mejores ojos a las pérfidas brujas de antaño, hermosas en su frialdad e incluso accidentalmente eróticas. De ahí que se haya puesto de moda que actrices Oscarizadas representen la cara oscura de los cuentos con una elegancia y glamor destinado solo a unas pocas: Julia Roberts, Charlize Theron, Cate Blanchett (en breve) y, ahora, Angelina Jolie.
Y lo cierto es que la Jolie, retirada desde hace un par de años de la interpretación, regresa por la puerta grande, como la gran dama de la escena que eclipsa todo lo que hay a su alrededor, ya sea real o digital. Situaciones que podrían resultar ridículas o, al menos, poco inspiradas, las salva ella con una simple mirada o una mueca de su boca.
Acostumbrados a contemplar a la señora de Brad Pitt en intensos dramas como su papelazo en El intercambio, impresiona que se tome tan en serio una película en la que debió actuar más sola que la una y rodeada de pantallas verdes o azules, una de las cosas que más desconcierta a un artista. Por eso su interpretación me parece doblemente meritoria. Por eso y porque, aun sin ser santo de mi devoción, en esta ocasión está especialmente hermosa, con una mirada que seduce e hiela la sangre por igual y de la que se abusa en exceso, quizá sabedor el director (un debutante, Robert Stromberg) de que esas dos perlas azules (que aquí por la magia del maquillaje y las microlentillas pintadas a mano lucen irreales y mágicas) son su mejor baza inunda el metraje de planos en los que esos ojos son los protagonistas, descuidando otras opciones como la de tratar de sorprender con la primera aparición de Maléfica con alas o incluso la transformación de su sirviente en dragón, poco lucida y espectacular.
Y es que, al final, Disney no parece haber querido hacer una película sobre la Bella Durmiente. Ni siquiera sobre Maléfica. Esto es, en realidad, un tributo a Angelina Jolie, y la mejor demostración la tenemos en los planos casi idénticos que abren y cierran su participación en el film, alzándose sobre el cielo con aspecto de deidad.
Y eso motiva también que una película que merecería ser valorada con un seis escale hasta el siete.
Maléfica es, al final, Angelina Jolie y un montón de cosas creadas por ordenador a su alrededor. Y eso no está nada mal. Entretiene y se disfruta. Emociona y hace reír. Y lucha por no contradecir (demasiado) a la versión animada. Pero yo quería más. Yo esperaba más.

Pero quizá la culpa sea mía por no ser ya un niño…


AL FILO DEL MAÑANA (8d10)

Como debería ser lógico tratándose de una crítica de cine, me gustaría comenzar hablando de la película. Una estupenda propuesta de ciencia ficción con toques bélicos, alguna pincelada de humor y, sobre todo, mucha acción. Pero resulta que, por encima de todo, se trata de un film de Tom Cruise y, por alguna razón que no alcanzo a comprender, parece que todo lo que toca este chico debe ser una obra maestra para que no lo lapiden en la vía pública. Y aun así…
De momento parece que en los USA Al filo del mañana se ha pegado un batacazo monumental, tanto que hasta hay quien teme que las arcas de la Warner empiecen a temblar un poco. Es pronto todavía para saber cómo le irá en el resto del mundo, donde somos un poco más transigentes y abiertos a propuestas que, además de entretener, invitan a la reflexión. Pero no parece que la expectación creada sea para tirar muchos cohetes, que digamos.
Tom Cruise es, sin duda, uno de los mejores actores de su generación que se abrió paso en Hollywood con la inteligencia suficiente para alternar papeles comerciales de chico guapo como Cocktail o Top Gun con apuestas más arriesgadas y para nada dirigidas al público femenino, como serían los casos de El color del dinero, Rain man o Nacido el cuatro de julio. La fama y el poder le llegaron rápidamente y sagas como Misión imposible se alternaban con nominaciones al Oscar. Pero ser guapo y talentoso está mal visto en Hollywood (que le pregunten a DiCaprio) y pronto sus escándalos personales eran más importantes que sus trabajos interpretativos. Su historia con la cienciología, su fracaso matrimonial con Nicole Kidman y todas las tonterías que se dijeron a raíz del nacimiento de su hija hicieron mucho daño a una carrera a la que ya no parece que se le perdone el más mínimo tropezón, y por más que siga alternando pequeñas (y geniales) excentricidades como sus personajes en Tropic Thunder y Rock of ages con films palomiteros, su magia ya no es lo que era. Ahora está empeñado en convertirse en un icono de la ciencia ficción, pero no ha logrado el aplauso unánime ni de la mano de Spielberg, con el que ha colaborado en Minority Report y La guerra de los mundos. El año pasado, sin ir más lejos, recibió inmerecidos palos por la correcta Jack Reacher y brillante Oblivion. Y en Al filo del mañana consigue tocar de nuevo la tecla de la calidad, aunque no se lo vayan a reconocer.
En Al filo del mañana el planeta está al borde de la destrucción, invadidos por una raza alienígena que ha doblegado ya a casi toda Europa y cuya conquista de Inglaterra puede ser definitiva. La humanidad tiene una última esperanza gracias a Rita (Emily Blunt), la gran líder de la batalla de Verdún, el mayor éxito militar de los humanos en esta agónica guerra y, sobre todo, el coronel Cage (Tom Cruise), la cara bonita que aparece en todos los noticiarios invitando al ciudadano de a pie a que se aliste en el ejército pero en realidad un simple publicista tan brillante como poco heroico. Cuando se ve arrastrado por las circunstancias al campo de batalla no se comportará, naturalmente, como un héroe, y será uno más de los muchos fallecidos en una carnicería fatídica que desembocará en la invasión alienígena de Londres. Pero algo sucede y Cage despertará de la muerte para revivir de nuevo ese mismo día, una y otra vez, con lo que quizá en alianza con Rita pueda cambiar el resultado de la guerra.
Así pues, Al filo del mañana es como una versión apocalíptica y sanguinaria de Atrapado en el tiempo, con un Cruise condenado a revivir una y otra vez el mismo despertar pero con la posibilidad de aprender de sus propios errores. Y de los del enemigo.
El mayor acierto del film (y lo que más miedo me daba a priori, debo reconocerlo) es no llegar a cansar con la constante repetición de escenas y el intencionadamente confuso juego de saltos en el tiempo, que se presenta en manos del director Doug Liman (que ya demostró sus dotes con la narrativa en la saga Bourne) de manera ágil y divertida, al contrario de lo que sucedía en la fallida Código fuente. Hay tiempo también para la burla al militarismo más radical de la mano del personaje encarnado por Bill Paxton  y a la manipulación publicitaria del sistema, con un Cruise espléndido en los primeros minutos de metraje parodiándose a sí mismo como sólo él sabe hacer. Y después, el obligado proceso que lo convertirá en héroe,  está muy bien justificado gracias a los “reinicios” que le permiten entrenar una y otra vez sin necesidad de precisarnos el tiempo empleado ni los fracasos acontecidos (por cierto, me pregunto si existirá alguna película en la que el protagonista muera tantas veces como en esta).
Unas pinceladas de romance que no molestan y escasos momentos de respiro completan esta película frenética, adrenalítica y emocionante que ni siquiera la sosa Brunt  logra estropear y que, si bien tiene alguna situación un poco cogida por los pelos (¿qué cinta de ciencia ficción no las tiene?), son las menos y se perdonan fácilmente en pos al resultado final.

Un buen espectáculo en el que todos los tempos, incluso los del combate final, están bien medidos. Muchos tendrían que tomar nota.





miércoles, 28 de mayo de 2014

ANÁLISIS DE THE AMAZING SPIDER-MAN 2: EL PODER DE ELECTRO, UNA ESPANTOSA GRAN PELÍCULA.

Tras haber esperado el suficiente tiempo para que todo aquel interesado en ver The Amazing Spider-man 2: el poder de Electro en cines haya tenido tiempo suficiente, y teniendo en cuenta que soy un enorme aficionado a los comics del arácnido, me veía en la obligación de volver a hablar de nuevo sobre su primera película estrenada desde el nacimiento de este humilde blog.
No es costumbre habitual por aquí salirse de las normas marcadas conforme solo se ofrecen reseñas de estrenos actuales (o al menos recientes) de cine, pero alguna excepción ha habido, como los resúmenes del año o la entrega de los Oscars de Hollywood, así que voy a saltarme otra regla no escrita y hablar por segunda vez de una misma película, ya que es algo que muchos, a nivel particular, me han demandado.
A diferencia de otros post en los que pretendo dirigirme especialmente a aquellos que no hayan disfrutado aún de una película para orientarles sobre si ir o no a verla desde mi muy particular punto de vista, invitándoos a todos a que, tras su visionado, compartáis conmigo en los comentarios vuestras coincidencias o desacuerdos con mi crítica, en esta ocasión quiero invitar más bien al debate entre aquellos que ya la hayáis disfrutado (es un decir), por lo que os aviso que no pienso cortarme ni un pelo a la hora de soltar spoilers. Quien aún no haya ido al cine pero pretenda verla, queda avisado.
Lo que más me llama la atención de este segundo capítulo del reboot de Spider-man por parte de Sony es que su calidad puede variar enormemente no ya en función de la película sino dependiendo del espectador. ¿Es eso posible?, os preguntaréis. ¿Una película puede ser buena o mala en función de quien la mire y no de quien la haga? Pues sí. Y me explicaré.
Resumiendo mucho, se podría decir que The amazing Spider-man: el poder de Electro es una mediocre (casi diría que hasta mala) película para el espectador general ero una maravilla para el aficionado Marvel. Y sobre esta dualidad voy a versar este artículo.
Una mala película llamada The amazing Spider-man: el poder de Electro. Limitándonos a un análisis cinematográfico, The amazing Spider-man: el poder de Electro podría haber sido interesante si hubiese potenciado más, como ya hiciera El Capitán América: El Soldado de Invierno, su vertiente más de intriga, con esa trama de los padres de Peter que parecía de relleno en la primera película pero que en esta secuela se lleva casi todo el interés, con ese prólogo tan absurdo como emotivo. Incluso su vertiente romántica, sin ser para tirar cohetes, podría haber funcionado (por algo es que como director eligieron a un tipo cuyo currículo se limitaba a una aplaudida comedia romántica). Lo que no cuadra es en el momento de fusionar ambas cosas y, como es obligatorio en una película de superhéroes, ponerlo como complemento a unos villanos bochornosos y de medio pelo.
Vayamos por partes: He llamado absurda a la escena del avión con los padres. Y es que por muy bien filmada que esté, no me puedo creer que dos tipos súper inteligentes cuya vida corre peligro  perseguidos por sus propios jefes decidan huir… ¡en un avión privado! Nada de camuflarse entre la multitud, convertirse en turistas normales, ¡qué va! Por todo lo grande. Como para no llamar la atención. Y por cierto, ¿eso quién lo paga?
De acuerdo, soy demasiado puntilloso, vale. Sigamos un poco más.
Rápidamente vemos a Spidey en acción. Ha pasado un tiempo desde el final del primer Amazing y eso se nota en su destreza, en lo bien que se mueve y la confianza y agilidad luchando. Pero le atormentan fantasmas del pasado que ya había decidido olvidar al concluir el primer film. Además, Peter demuestra toda su pasión y amor por Gwen con un impresionante beso la primera vez que se cruzan en el film para, en la escena siguiente, dudar y terminar rompiendo. Aunque se entiendan los motivos de la renuncia al amor en forma de fantasma del capitán Stacy (cuyo interprete, por cierto, pone exactamente el mismo careto y postura todas las veces que aparece, y no son pocas), la bipolaridad de los sentimientos es demasiado extrema, demasiado brusca para que podamos simpatizar con el héroe en lugar de tener ganas de saltar sobre la pantalla para gritarle lo imbécil que es por romper con Emma Stone.
Por cierto, que por el camino se nos ha presentado ya al gran villano, uno de los tipos más ridículos, patéticos y hostiables que se pueda encontrar en una película (y cuidado, que yo también he visto los Batman de Schumacher). Si ese supuesto genio disfrazado de Steve Urkel alopécico pretende dar pena no lo logra en absoluto y si con la escena en su apartamento venerando decenas de fotos de un Spider-man con el que fantasea como si fuese su amigo imaginario debemos entender su debilidad mental, pues vale, lo compro. Pero no compro que luego ese lunático a que están constantemente pisoteando (merecidamente, me atrevería a decir) sea capaz de convertirse en el ser vengativo y poderoso que llegará a ser. No sé si es la simple concepción del personaje o lo poco inspirado que está su intérprete, Jamie Foxx, pero no cuela ni haciendo un enorme salto de fe que se presupone en una película fantástica como esta.
Y luego está la transformación. En un mundo donde todo es tecnología (aquí no hay magia, ni mutantes naturales, ni nada completamente fantástico) que gira alrededor de una única marca: Oscorp (¿a qué se dedica Spider-man cuando los de Oscorp duermen?) que a un tipo le dé una descarga eléctrica y caiga en un tanque de agua lleno de anguilas y se transforme en un súper ser azul (¿azul?) capaz no sólo de lanzar rayos eléctricos sino de auto desintegrarse y regenerarse a voluntad no se lo creen ni en la producción más cutre de Roger Corman. Cine B de gran presupuesto, oiga, para una imitación mala (¿de dónde aparecen los calzones primero y el traje entero después?) del Dr. Manhattan de Watchmen. Y aparte de estar como un cencerro y pasar del amor al odio hacia Spidey en un segundo, ¿qué es lo que quiere? ¿Por qué lucha? ¿De quién quiere vengarse? Que tenga mucho rencor guardado lo entiendo, pero que no sean capaces de crear ninguna motivación real, ningún móvil en el razonamiento del villano principal de la película no es de recibo, señores.
Pero aquí no termina todo. Si el gran problema del Spider-man 3 de la anterior serie cinematográfica fue el abuso de villanos aquí Sony demuestra no haber aprendido la lección y, después de eliminar de un plumazo a Norman Osborn se saca de la manga un duende Verde que si bien no es tan artificial como el de Raimi sigue sin ser para nada reconocible en él un mínimo atisbo e lo visto en el comic (por cierto, un inciso: ¿a quién se le ha ocurrido contratar a un actor oscarizado para interpretar a Norman Osborn, disfrazarlo entre sombras con uñas de plástico y pelos de loca, y matarlo tras una sola escena? Sí, ya sé que no se ve cadáver y posiblemente siga vivo, que para eso han usado el mismo truco de recoger su habitación que ya utilizaron hace un añito en Lobezno Inmortal, pero aun así y todo…). Ahora el duende es el vástago, un Harry Osborn que en el pasado fue el mejor amigo de Peter aunque aparece de la nada sin que se le mencionara en ningún momento anterior ni en este ni en el otro film y debemos creérnoslo así sin más. Los mejores amigos del mundo. Aunque según se deduce de sus propias palabras la diferencia de edad es considerable.  Al tema: el caso es que el heredero Osborn se está muriendo de lo mismo que su padre y se le mete en la cabeza que la sangre de Spiderman le puede curar. Spiderman le dice que no, que lo va a convertir en un monstruo y el niño rico no le hace caso (se está muriendo, yo tampoco le haría) y decide experimentar con su propio cuerpo. Parece que sí, que ya no se va a morir (aunque los dolores iniciales son tan fuertes que lo único que lo calma es arrastrarse hacia una armadura militar con un patinete volador y ponérsela, sí, esto es en serio) pero se transforma en una cosa rara (una suerte de Jocker mal peinado). Y decide que en vez de celebrar que está vivo debe cargarse a todo el mundo, con lo que se hace amiguito de Electro y se empeña en matar a Spidey. Y de nuevo me pregunto: ¿por qué? ¿No ha conseguido lo que quería? ¿No le ha pasado además lo que Spiderman le dijo que le pasaría? Pues, ¿de qué quiere vengarse? Mi sobrino, que vino conmigo la primera vez que fui a ver la película, me dijo: eso es la transformación y el poder, que lo ha vuelto loco. Sí, claro, pensé. Es lógico. Más o menos como le ocurre a Max Dillom / Electro. O como al Lagarto de la primera película. O al Norman Osborn, Harry, Octopus, Eddie Block y Hombre de Arena de la trilogía de Raimi. ¿De verdad que después de 50 años de existencia del personaje y de unas doce horas de películas la única posibilidad de ver un malo de verdad luchando con Spider-man va a ser ese brevísimo enfrentamiento que tiene con el Rino?
Argumentalmente, la película va dando tumbos sin saber bien qué rumbo seguir y con saltos elípticos incomprensibles como la relación “fantasma” entre Peter y Jameson, el dueño del Daily Bugle o la presipitada toma de poder de Harry en Oscorn. Demasiadas tramas que se entrecruzan pero sin apenas influir unas en otras hasta el gran final. Y el espectador no sabe con cual quedarse. ¿El amorío entre Peter y Gwen, que se puede frustrar definitivamente porque ella se va a ir a Londres? (la solución: me voy contigo. ¡Toma ya! Sin estudios, sin dinero y sin trabajo. Tú sí que sabes cómo cuidar de una dama, Peter. Y ya de paso, a tu tía, que la zurzan). ¿La carrera criminal de Electro al que derrota sin mucho esfuerzo, regresa aún más poderoso y vuelve a derrotar casi sin despeinarse demasiado? ¿La trama de los padres que al final sólo sirve para descubrir que Peter es Spider-man y no un monstruo porque para la fórmula original se utilizó sangre de su propio padre, es decir, con su mismo ADN? (¿o sea, que si en lugar de querer seguir la investigación con las muestras existentes como hacen el Lagarto y el Duende comenzaran de nuevo mezclando el ADN de las arañas con la sangre de cada uno, todo quisque podrá ser Spiderman?) ¿O la del duendecillo, un personaje que aparece con la película ya en marcha y que no se convierte en villano hasta llegado casi al tercer acto? Pues sí, esta esl a trama importante, mientras que todo lo que no tiene que ver con Harry (o, de rebote, con Gwen) no es más que paja para llegar al gran final, un final que ninguna película de fantasía se puede permitir, en el que el héroe no logra salvar a la chica  y el público (que al final es básicamente infantil y juvenil) se queda desencajado y con la sensación de que Spiderman acaba perdiendo, por más que capture a los malos y la gente lo aplauda (otra cosa aborrecible de la película, esos vítores públicos y esa fama de la que nunca o casi nunca gozó en el comic). Una película no puede terminar así. No, al menos, una película colorista y medio cómica de superhéroes. Cualquier manual de guion te lo demostrará.
Y así se llega a ese final en el que, para colmo, se renuncia a uno de los elementos más conseguidos del film: Nueva York como protagonista de excepción. En una central eléctrica que da paso a un enorme torreón con un reloj en lo alto y que recuerda más a las diversas pantallas de un videojuego que a un escenario real, Electro es desintegrado, Gwen muere y Spider-man vence al duende. Fin. ¿o no?
Pues tampoco. Como en un mal capítulo de Smallville, Marc Webb no tiene ni idea de cómo acabar el film y pude calcular hasta doce minutos de metraje hasta que aparecen los títulos de crédito, con hasta tres epílogos interminables que hacen que el clímax quede ya en el olvido.
Y el cambio final, lo que motiva a Peter a salir adelante, una grabación de Gwen que parece guiarle. Exactamente lo mismo que sucedía al final de Amazing con un mensaje de voz del tío Ben. Y es que Webb se copia incluso a sí mismo.
Y de la tomadura de pelo en forma de escena postcréditos ya ni hablo.
Así que, desde un punto de vista cinematográfico, el resultado es desolador, con Webb empeñado en hacer planos subjetivos horribles para que no se note como copia a Raimi a la hora de filmar, villanos que son de chiste y un ritmo narrativo irregular y mal acabado.
Una maravilla llamada The amazing Spider-man: el poder de Electro. Desde que Spider-man se publicó por primera vez en Amazing Fantasy 15 el tímido y apocado Peter Parker se convirtió en uno de los héroes favoritos del mundo, y todos se identificaban con él mientras admiraban a su alter ego enmascarado. Varias generaciones fantasearon con ver una película decente del trepamuros (teniéndose con conformar con los tres telefilms que eran en realidad remontajes de una serie televisiva) y ya se habías perdido las esperanzas cuando Sam Raimi los maravilló con Spider-man y se superó en Spider-man 2. Dos grandes películas que captaban la escencia del personaje, pero  a las que les faltaba algo para terminar de convencer del todo. Quizá era ese traje tan plástico, esa MJ tan pusilánime  o esa falta de humor chispeante mientras batallaba con los malos. Y el cambio de nombre en la silla de director no pareció mejorar mucho el tema.
Y en esas que ahora llega The amazing Spider-man: el poder de Electro y la flipada es total. Por fin el uniforme es fiel al comic, con una textura realista y unos ojos que por fin molan. Y la forma de moverse… ¡Dios, qué forma de moverse! Incluso recurre a su adherencia con los pies para coger cosas. La escena de los isótopos radioactivos es una concentración de todo lo bueno que tiene Spider-man magistralmente recapitulado. Por fin tiene ese humor absurdo pero chispeante que demuestran la transformación de Peter al ponerse la máscara. Y el sentido arácnido, sin necesidad a recurrir a estratagemas fílmicas como Raimi, está perfectamente presente en su manera de esquivar balas y sortear coches. Y cómo prioriza siempre la seguridad de los demás que la suya propia.
Y luego tenemos a Gwen. Deliciosa, encantadora. Esa acompañante del héroe perfecta. Frágil y delicada pero con carácter. No es una simple flor decorativa. Es la vecina que todos querríamos tener, la compañera de clase con la que no nos atrevemos a hablar. Y Emma Stone reúne todas esas cualidades en la mejor interpretación de la película. Seduce, enamora, hacer reír, emociona y nos parte el corazón cuando dice que se va a Inglaterra. Y él se iría con ella. O la esperaría. Pero sabemos que no a ser así. Lo sabemos desde que en la primera película Peter le confiesa que es Spiderman y ella susurra: “pobre de mí”. Porque Gwen va a morir. Debe morir. Y cuando lo hace nos sentimos dolidos, consternados, enfadados. Pero también emocionados. Y nos dan ganas de ponernos en pie y aplaudir, con esa maravilla que es la red tratando de alcanzarla, semejando una mano. Y no falta ni un detalle, ni el puente (no cae de él, pero ahí está), ni el abrigo verde ni el “snap” que os hiela la sangre y nos plantea una pregunta sobre la verdadera causa de su muerte.
Y el causante es el Duende Verde, por supuesto. No es el padre, es el hijo, pero eso poco importa. Los Osborn siempre están ahí para hundirnos la vida. Y la de Peter.
Y luego está Nueva York. Esa Nueva York que no podría existir sin Spider-man igual que Spider-man no podría existir sin Nueva York. Maravillosa, luminosa y reconocible.
Webb y los guionistas han sabido conjugar lo mejor del Spiderman tradicional con el de su versión Ultimate, y ahí está ese Rino mecánico, imponente, cuya batalla nos quedamos sin ver pero que seguro que volverá en un futuro. Junto a los prodigios que penas nos dejan entrever como esas alas de buitre o esos brazos de Octopus que Oscorp guarda en sus almacenes. Y tenemos también a Electro. Poderoso y amenazador. Poco importa su origen. Poco vamos a renegar de  sus motivaciones. Esto es un comic. Y un malo así, mola. Y la escena de Spidey con la manguera (como tantas veces lo derrotó en el comic) es impagable.
Además, está repleta de guiños al lector de toda la vida. Algunos evidentes, como la presencia de una chica llamada Felicia (¿será la Gata Negra? Mmmmm… Veremos…), otros más rebuscados, como los descubiertos por el compañero JM Del Salto Miró referente a los relojes: el reloj de Richard Parker con que se inicia la película  marca las 6:42.,  precisamente el amazing Spiderman 642 marca el principio de una saga llamada “El origen de las especies”; tras la muerte de Gwen el reloj de la torre marca la 1:21 y en amazing 121 se produce el fatídico desenlace.
Pero eso no es todo, porque aunque no aparezca en pantalla sabemos gracias a un mail que el gran J.J.Jameson pulula por ahí. Y el jefe de Dillon es un tal Alistair Smythe, que no es otro que el hijo del creador de los mataarañas. Y hasta tenemos a la doctora (perdón, doctor)  Ashley Kafka, que pese al cambio de sexo fílmico sigue siendo el alma de Ravercroft (sí, esto también sale), una institución mental en la que se puede ver una placa en honor a Thomas Warren (¿quizá pariente de Miles Warren, el Chacal?). Más cosas: en uno de los listados de Oscorp aparece algo con el nombre de Venom (Veneno). ¿Os suena? Y como colofón tenemos ya algunos datos sobre el hombre misterioso que aparece en los dos epílogos de las dos pelis: Gustav Fiers. Hay por ahí quien ya se atreve a asegurar que es una encarnación de Mr. Miedo.
Tela, telita, tela…
The amazing Spider-man: el poder de Electro es, en fin, una gozada para el lector veterano de comics que puede reconocer, por fin, al verdadero Spiderman y al verdadero Peter en carne y hueso y redes. Simplemente perfecto.

En resumen: dos maneras diferentes de analizar una misma película, siempre dependiendo de quién sea el destinatario. Lo curioso es que la película ha gustado bastante al público en general y ha enfadado a mucho aficionado así que… quizá todo esto que he escrito no sea más que una soberana tontería. O no…





lunes, 26 de mayo de 2014

GRACE DE MÓNACO (6d10)

Si nos olvidamos por un momento de su pasado hollywoodiense y vemos a Grace Kelly tan solo como la protagonista de un cuento de hadas que tras casarse con su príncipe azul descubrió que los finales felices no existen y que las perdices no eran su plato preferido, embajadora de causas perdidas y obras de beneficencia varias y condenada a un desenlace trágico (con accidente automovilístico por medio) resulta inevitable encontrar similitudes entre su vida y la de Diana de Gales, por lo que es tentador pensar que esta Grace de Mónaco va a ser la otra cara de la moneda del insulso film de Oliver Hirschbiegel Diana.
Casualidad o no, ambas producciones están protagonizadas por las amiguísimas Nicole Kidman y Naomi Watts, que a la larga resultaron ser lo mejor de los respectivos films , y en ambos casos se contó con directores europeos con algún título notable en su pasado.
Afortunadamente, y sin que Grace de Mónaco sea una gran obra, las similitudes con Diana finalizan aquí. Cierto es que las dos películas se centran en un episodio concreto de la vida de las respectivas princesas cenicientas (bueno, en el caso de la Kelly no tan cenicienta, que tenía un Oscar en su haber y ofertas de hasta un millón de dólares por película) y el desencanto que la presión de la realeza causa en sus deseos e inquietudes es el motor de arranque de las tramas, pero mientras Diana se convertía en un pasteloso telefilm romántico aburrido y sin más interés que comprobar si milagrosamente iba a surgir en algún omento algo de química entre sus protagonistas, en el caso que nos ocupa hay una trama política como telón de fondo, con un juego de intrigas palaciegas más o menos reales que, cuanto menos, entretienen y ayudan a digerir mejor la historia de la joven y guapa actriz que no logra encajar en su nuevo rol.
Aunque el matrimonio entre Grace Kelly y el príncipe Rainiero no pasa por su mejor momento y parte de la trama consiste en averiguar si la pareja puede salir adelante o no, hay una subtrama de traiciones y un enrarecido ambiente de hostilidad que logran mantener la intriga del espectador, y aunque no voy a negar que Nicole Kidman enla gran estrella dela función alrededor de la que gira todo, el conflicto entre Rainiero y Charles de Gaulle acapara suficiente la atención como para adivinar que el director Olivier
Daham pretendía coquetear con una trama coral, a la que se apuntan un Hitchcock brillantemente interpretado por Roger Ashton-Griffiths que da cien vueltas a la pantomima del año pasado perpetrada por Anthony Hopkins y la pareja Aristotle Onassis/Maria Callas a los que dan vida Robert Lindsay y Paz Vega con corrección.

Y después tenemos a los inmensos Frank Langella y Derek Jacobi cuya presencia en un reparto convierten la película en imprescindible.
Quizá por evitar posibles demandas (la casa Grimaldi ha estado siempre en contra de esta película), el film comienza con un rótulo que reza, más o menos, que se trata de una historia de ficción basada en la realidad, y esto es el primer punto negativo de Grace de Mónaco, pues pone en duda su propia verosimilitud e invita al espectador a sentirse descolocado ante lo que va a contemplar. Así, el decisivo papel de la princesa ante la crisis con Francia puede quedar como simple anécdota cuando debería ser el plato fuerte del film y lo que defina al personaje, más allá del proceso de aprendizaje al que se somete para lograr integrarse en la sociedad, un aprendizaje tardío y difícil de entender si tenemos en cuenta que han pasado ya más de seis años desde el matrimonio y que fruto del mismo hay ya dos hijos monegascos.
Aunque el parecido físico no sea exactamente un calco, Tim Roth cumple con creces como Rainiero III y Kidman, aunque ni de lejos tan guapa como la Kelly original y con mucha más edad que su personaje, recupera el glamour que parecía haber perdido en los últimos años y seduce lo suficiente como para poderla imaginar como la rubia preferida de Hitchcock o la protagonista de Mogambo.
Grace de Mónaco no gustó en su paso por Cannes, pero habría que preguntarse si los abucheos son para su calidad artística o por la imagen que ofrece de los franceses. No voy a aplaudirla a rabiar hasta que me sangren las manos ni me pelearé con nadie por defenderla, pero personalmente la encontré entretenida e interesante. La parte histórica me ayudó a descubrir algunas interioridades de un país que es más que un Casino y un premio de Fórmula 1 y la personalidad de la actriz está bien definida, convenciéndome la metáfora de que la transformación a princesa debe ser visto como un papel más en su carrera.

Infinitamente superior a Diana, más entretenida que Hitchcock y posiblemente comparable con aquella simpática Mi semana con Marilyn con la que comparte muchos recursos, aunque aquí el glamour de Hollywood no pueda ser más que intuido.

CARMINA Y AMÉN (7d10)

En 2012 Paco León debutó como director de cine con la película experimental Carmina o revienta, una especie de falso documental centrado en la figura de su madre, Carmina Barrios, que funcionó francamente bien teniendo en cuenta su reducido presupuesto. Viendo la buena acogida, no es de extrañar que el popular actor televisivo decidiera repetir la experiencia, esta vez ya con una producción seria detrás y un presupuesto más razonable, aunque se siga tratando de una película modesta y casi diría que familiar.
Ahora no hay excusas pseudobiográficas. Carmina y amén es por completo una historia de ficción escrita por el propio León que tiene la habilidad de provocar la sonrisa constante pese a tratarse de una reflexión sobre la vida y, sobretodo, la muerte.
Cuando el marido de Carmina muere apaciblemente en el sillón de su casa un sábado por la mañana, la dolida  viuda y su hija se enfrentan a una dura decisión: llamar a urgencias para certificar la muerte del pobre hombre como sería lo normal u ocultar la tragedia hasta el lunes siguiente ya que es el día que debía cobrar la paga extra de la pensión.
No es la primera vez que se construye una historia alrededor de la ocultación de un cadáver, pero en lugar de apostar por la comedia absurda o desternillante León opta por hacer un retrato de la sociedad actual consiguiendo reflejar problemáticas como como la crisis, la inmigración o la corrupción sin pedantería y con simples pinceladas que se bastan y se sobran para acompañar sin opacar la trama principal.
Algo difícil de digerir en su arranque por la evidente (e intencionadamente buscada) falta de talento interpretativo de Carmina Barrios, su demoledora presencia y tremenda personalidad seduce rápidamente compensando con creces sus carencias, imponiéndose como una gran estrella al resto del reparto (en el que destacan algunos amiguetes televisivos de León), aunque hay que reconocer que la película sube enteros cada vez que aparece en escena María León, hija de Carmina y hermana de Paco y única actriz real del invento.
Con una dirección correcta y con momentos aislados de gran inspiración, el guion de Paco León está claramente influenciado en el cine de Berlanga y Azcona, con una hiperrealidad que llega a mostrarse artificial en algunas secuencias pero que funciona en la mayoría del metraje.

Divertida, reflexiva y por momentos amarga, Carmina y amén no es perfecta, pero sí supone un punto de inflexión en la carrera de Paco León que invita a que lo veamos como algo más que simplemente "el tonto del Luisma".

domingo, 18 de mayo de 2014

ROMPENIEVES (SNOWPIERCER) * (8D10)

Resulta cuanto menos curioso de que los dieciséis estrenos que hubo el pasado fin de semana fuese precisamente el de mayor calidad el que no tuve que ir a ver al cine. Y es que aparte de lo espantosamente mal que se ha estrenado en España (y ya empieza a aburrir el tema) resulta que el mismo viernes del estreno se realizó un pase televisivo por Canal +. Y luego se quejarán de que la gente va poco al cine…
El caso es que Snowpiercer (o Rompenieves, que es como se ha llamado por aquí, que para una vez que traducen un título literalmente me parece hasta raro y todo) es una brillante película de Joon-ho Bong, un director de cine norcoreano que, sin abandonar totalmente la identidad de la cinematografía clásica de su país, denota una clara admiración por el cine americano (como sería también el caso del francés Luc Besson), como demostró ya con su anterior y exitosa The Host.
Rodada prácticamente en inglés y con un reparto lleno de caras conocidas del cine más comercial estadounidense (lo que hace más inexplicable su mala distribución), Rompenieves es una fábula futurista en la que mundo se encuentra congelado y los únicos supervivientes son los afortunados pasajeros de un tren autosuficiente que circula constantemente por un recorrido alrededor del mundo.
Este planteamiento de ciencia ficción que adapta un comic de Jacques Lob, Benjamin Legrand y Jean-Marc Rochette no es más que una mera excusa para realizar una metáfora sobre las diferencias sociales y la situación política y social del mundo globalizado en el que vivimos. Lejos de plantear una obra sesuda y meditabunda que invite a la reflexión calmada y dejando un final abierto libre de interpretaciones, Joon-ho Bong prefiere ser contundente y no andarse por las ramas. El mensaje es tan claro como evidente y no hay sutilezas que valgan para ver los bruscos cambios en el estilo de vida entre la clase alta y la baja.
Como ya no hay norte ni sur, arriba ni abajo, la pobreza se sitúa en esta ocasión en los vagones de cola, donde un atajo de harapientos y muertos de hambre malviven de la “caridad” de los de delante en unas condiciones paupérrimas que les invitan a tratar de rebelarse con la esperanza de alcanzar la máquina del tren –donde se encuentra el constructor del mismo, Wilfort, al que se reverencia como a una deidad- por más que en los diecisiete años que han transcurrido desde la congelación global ya han habido tres rebeliones que culminaron en fracaso.
La diferencia es que esta vez Gilliam, el anciano líder de los vagones de detrás, tiene puestas muchas esperanzas en el joven y determinado Curtis.
Chris Evans, todo un experto en esto de adaptar comics, se pone en la piel de Curtis, consiguiendo una de sus mejores interpretaciones, alejadas del elegante heroísmo Marvel y con unos destellos dramáticos muy convincentes, estando brillantemente secundado por John Hurt (al que siempre se recordará por Alien aunque su filmografía es tan extensa como brillante), Jamie Bell (inolvidable Billy Elliott que en breve repetirá en esto de las adaptaciones con la polémica Los 4 Fantásticos), Tilda Swinton (la bruja de Narnia recientemente vista en Gran Hotel Budapest) y, inteligentemente elegido, Ed Harris, en el papel de Wilfort, en un divertido paralelismo con el personaje de gran controlador que ya recreara en El show de Truman, aparte de dos fijos en la carrera del director como son Kang-ho Song y Ah-sung Ko.
Como si se tratase de un videojuego, cada puerta de vagón conduce a un mundo diferente, a un paso más hacia la gloria para este pueblo oprimido que sólo esperan escapar de la dictadura de un poder que los está asfixiando.
Visualmente impecable, Snowpiercer es dura, violenta y despiadada, con mucha amargura pero un humor irónico y doloroso cuando conviene (tomen como ejemplo la escena del colegio), con vagones imposibles de dimensiones variables según la opresión que pretendan demostrar y con un solo punto débil, como son las hermosas pero evidentemente digitalizadas imágenes exteriores, paisajes blancos e infinitos donde la mano del ordenador se nota demasiado. Y es que aunque estemos ante la película más cara de la historia de Corea del Norte, cuarenta millones de presupuesto es una nimiedad si se busca un resultado visual al estilo hollywoodiense.
Con todo, Snowpiercer es una gran película que merece la pena disfrutarse pese a la incomodidad de su mensaje y cuyo final dejará a más de uno desencajado.

Otra gran obra que el espectador de cine en España se va a perder por culpa de los de siempre…


GODZILLA (5d10)

Decepcionante.
Así de claro. Si no le gustan las críticas largas puede ahorrarse el resto del comentario. Una sola palabra resume a la perfección la sensación que a uno se le queda en el cuerpo después de ver al nuevo Godzilla.
Decepcionante.
No es una película mala, ni mucho menos. Incluso tiene momentos brillantes. Pero toda la genialidad que se intuía en su alargada campaña promocional y en esos trailers intensos que sin mostrar nada te dejaban inquieto ante lo que se insinuaba desaparece a los diez minutos de película y no vuelve a aflorar, y con cuentagotas, hasta la batalla final, larga y emocionante pero con demasiado regusto a Los Vengadores y, sobretodo, El hombre de Acero. Es decir, una hora y pico de absoluto vacío para darlo todo en un final de traca destruyendo una ciudad entera.
Después de dos prólogos (uno durante los títulos de crédito) sobre las pruebas nucleares de 1954 y el posterior salto a 1999 en Filipinas, que ya va poniendo los dientes largos sobre lo que nos espera, el principio es notable, con dos actores excelentes llevando la narración: efímero Bryan Cranston y anecdótica Juliette Binoche. Ambos, Joe y Sandra Brody, trabajan en la central nuclear de Janjira hasta que un accidente nunca aclarado provoca una fuga radioactiva que obliga a desalojar la zona y ponerla en cuarentena. De aquí saltamos quince años en el futuro cuando  el hijo de los Brody, Ford, ya es un adulto de pelo en pecho, soldadito fiel del ejército americano, amante padre y esposo y desconfiado hijo que no cree a su demente padre que sigue obsesionado con la explosión nuclear que le truncó la vida y lo arrastra hasta el cementerio de hormigón en que se ha convertido Janjira en busca de respuestas.
Hasta aquí la película tiene un ritmo notable, con una tensión palpable que va in crescendo sin necesidad de haber visto todavía bicho alguno, aunque el detalle de ver a Joe Brody gritando que algo malo está pasando sin que nadie le haga el más mínimo caso empieza a oler un poco mal, siendo tan manido como en la mayoría de las películas catastrofistas de Roland Emerich. Como sea, a partir de ahí la película comienza a ir cuesta abajo, resultando irónico que la aparición del monstruo de turno, que resulta no ser Godzilla, sino un Oteni (organismo terrestre no identificado). Y aquí encuentro el primer gran fallo, y es que el bicho de marras es espantosamente feo. De aspecto insectóide (un cruce entre una araña y una amantis religiosa) su diseño bebe demasiado del Alien de H.R. Giger y un robot, ya que tanto la confección de sus patas como su cabeza se me antojan ligeramente metálicos lo que, sinceramente, me saca de la historia y me hace olvidarme que estoy ante una superproducción estadounidense que hasta ahora era visualmente impecable.
A partir de ahora el protagonismo absoluto recaerá en Ford Brody, un insustancial Aaron Taylor-Johnson que no estaba mal en Kick-Ass y lo hacía francamente bien en Anna Karenina pero que no debía tener un buen mes mientras rodaba Godzilla pues está de lo más apático. Y ese es el segundo gran fallo de la película, pues su presencia molesta más que otra cosa (como sucediera con Matthew Broderick en el film del 98). Entiendo que lo que han pretendido los productores es dar más importancia al hombre que al monstruo, recordando que Godzilla es en realidad una metáfora sobre lo letal que puede ser la humanidad para sí misma, pero el camino elegido no ha sido ni de lejos el más acertado. Ford se pasará toda la película bailando al son de un “deus ex machina” que resulta mucho más inverosímil que la propia existencia de los monstruos atómicos. Verlo sobrevivir una vez a una situación mortal para el resto de sus acompañantes tiene un pase, pero a la tercera la paciencia del espectador empieza a flojear y todo amenaza con ser tomado a cachondeo.
Además, su participación implica una subtrama dramática con su mujer (Elizabeth Olsen, otra que pasaba por ahí y cuya presencia solo sirve para que ella y Aaron empiecen a conocerse un poco de cara a generar la química necesaria para la inminente Los Vengadores: la era de Ultron, en la que interpretarán a los hermanos Maximoff) y su hijo que jugarán un cansino “¿dónde estás que no te encuentro?” cada uno por su lado al más puro estilo Lo imposible, que para nada conecta con la emotividad del público.
Mientras, aparece por ahí un segundo Oteni (un macho y una hembra, claro, porque ya demostró Alien y su secuela que toda peli de monstruos que se precie debe tener una amenazante escena de “huevos” para que funcione) y ya es entonces cuando, por fin, el señor Godzilla se digna a aparecer.
Sentadas las bases de la acción y con un patético ejército americano dando tumbos por ahí como gallina sin cabeza, generando más peligro que soluciones, y con otra muestra de la desidia de los actores participantes, pues se dejan ver por ahí actores de renombre y demostrada calidad como Ken Watanabe, Sally Hawkins y David Strathairn y todos se limitan a poner la misma cara durante todo el metraje, se empieza a intuir que Godzilla no va a ser, ni mucho menos, la gran amenaza que nos estaban vendiendo, sino más bien… Y ahí lo voy a dejar, que a veces me pierdo y explico más de la cuenta.
Godzilla no es el protagonista de la película, por más que cuando aparece su presencia sea imponente y amenazadora, y el director, Gareth Edwards, prefiere el juego de la sutileza antes que la destrucción masiva que tanto hace disfrutar a Emmerich, director de la anterior aproximación yanqui al Kaiju japonés. En este sentido, hay que agradecer que no se limite a mostrar durante dos horas a Godzilla luchando contra los Oteni (para eso prefiero revisionar el King Kong de Jackson y la escena entre el simio gigante y el dinosaurio) que podría haber resultado tan cansino como Pacific Rin (de la que trata de desmarcarse desde el primer momento) hasta el punto que la escasa aparición del lagarto mutante recuerda al trabajo de Spielberg en Tiburón o los minutos iniciales de Parque Jurásico.
Algo debimos olernos cuando se contrató a un director como  Gareth Edwards para el film, sabedores de que su única película, Monsters, era una película de extraterrestres sin apenas extraterrestres y que funcionaba como metáfora social rodada con apenas cuatro duros. Lo segundo preocupante era la clasificación moral de siete años.
Godzilla bebe mucho de sus referentes japoneses y apuesta por un toque intimista que podría haber funcionado si no fuera porque termina aburriendo. Pasan muchas cosas, hay mucha acción, pero el estar constantemente esperando la aparición triunfal del monstruo hace que todo el tramo central de la película nos sobre, pese a contener algunas secuencias hermosas (como la del salto en paracaídas, justo la misma que nos muestras prácticamente entera en el tráiler) y una impactante banda sonora a cargo de Alexandre Desplat. Así, yo me pregunto: ¿vale la pena tanta acción y destrucción si al final vamos a ver más los resultados que los hechos?
Con una tonalidad gris que predomina gran parte de la película (y que me invita a aconsejar que a nadie se le ocurra pagar la diferencia que supone su visionado en 3D), el desenlace final es un resumen de todo lo que hemos estado esperando durante más de una hora, donde se da un giro a los propósitos y, como en El hombre de acero, los destrozos son tan descomunales y los planos de edificios enteros cayendo al suelo tan repetidos que cuesta imaginar que nos puedan vender un final feliz a la historia sin hacernos reparar en los miles (o millones) de muertos que han debido dejar atrás.
En fin, que si se analiza dejando de lado las expectativas iniciales y recordando que quieran hacer más una película con mensaje que un espectáculo de acción, la obra es superior al Godzilla de Emmerich. Sin embargo, yo me lo pasé mejor con la otra.
Eso también lo resume todo…


sábado, 17 de mayo de 2014

9 MESES... DE CONDENA! * (3d10)

Ariane Felder es una estricta jueza que, como es menester en estos casos, apenas tiene vida social de tan centrada que está en su trabajo y en un posible ascenso. Durante una fiesta de fin de año en los tribunales comete el error de beber más de la cuenta y, por la falta de costumbre, se desmadra demasiado, siendo el resultado de tan fatídica noche, varios meses después, el descubrimiento de que está embarazada. Para colmo de males el presunto padre es un perseguido psicópata acusado de trocear y comerse los ojos de su última víctima.
Tan alucinante argumento no puede más que desembocar en una película esperpéntica y ridícula, que quizá en manos de algún director más estilista como Jeunet o Caro podría haber funcionado pero que recayendo en el actor metido a director Albert Dupontel acaba siendo una mamarrachada sin gracia con interpretaciones (en especial la de la protagonista, Sandrine Kiberlain) grotescas y caricaturescas y una trama tan inverosímil como absurda. Dupontel consigue plasmar una bufonada llena de tópicos que parece imitar a cientos de películas con el dudoso mérito de haber conseguido extraer tan solo lo malo de cada una de ellas y empeñándose en estropear los pocos momentos interesantes que ofrece.
El primer engaño, por cierto, lo tenemos en el título, pues si bien el embarazo no deseado es el origen del conflicto no esperen encontrar aquí una fábula cómica (ni a favor ni en contra) sobre la maternidad, sino que todo queda como una anécdota que poco importa a Dupontel en favor a la trama policíaca, si bien tampoco se atreve a ir a por todas por este camino.

Al final el resultado es ridículo, con ligeros momentos de inspiración a cambio de demasiadas situaciones de vergüenza ajena, con una historia tan mal planteada como resuelta y unos personajes grotescos que no cómicos. 

EL PASADO * (4d10)

Siempre es motivo de celebración disfrutar en pantalla grande de Bérénice Bejo, quien nos enamorara con su brillante interpretación en la genial The Artist, y por más que ella no sea la protagonista absoluta de este film qué duda cabe que su magnetismo natural termina por eclipsar al resto del reparto.
El pasado describe el regreso a Francia de Samir (Tahar Rahim) para terminar de arreglar los papeles de su divorcio con Marie Brisson (Bejo), aunque no consigue disimular los sentimientos que continúa manteniendo hacia ella. Una vez en el lugar que tiempo atrás considerase su hogar, Samir debe enfrentarse a dos situaciones incómodas: la presencia en casa de Ahmad, el nuevo novio de Marie, y su hijo y la difícil etapa por la que está pasando Lucie, la adolescente hija de su exmujer fruto de un matrimonio anterior. Con la mejor de las intenciones y, en un alarde de prepotencia, sintiéndose el más coherente de la disfuncional familia, Samir tratará de solventar la situación descubriendo no solo que los dos problemas parten del mismo conflicto sino mostrando también sus propias debilidades y secretos.
Dirigida por el iraní afincado en Francia Asghar Farhadi, la película es fiel a la trayectoria del realizador y desnuda los problemas de una familia tan atípica como realista con sus respectivos choques culturales y heridas en el alma, huyendo del más mínimo sentido del humor y retratando con sencillez e incluso simpatía a unos personajes torturados en busca desesperadamente del amor. Sin embargo Farhadi abusa demasiado de la reiteración de situaciones, de diálogos intrascendentes que no ayudan a avanzar a la trama y de momentos que donde otros han querido ver poesía intimista yo he sentido una monotonía que han provocado que el resultado final me haya resultado aburrido. Y el final enigmático que se supone que invita a que cada espectador haga su propia valoración no ayuda a mejorar mi opinión ante una obra inconclusa y lenta.
Brillante la interpretación de la actriz de origen argentino Bérénice Bejo en un papel de menos lucimiento que su Peppy Miller de The Artist pero mucho más esforzado y repleto de matices mientras que el resto del reparto cumple sin más.

Interesante de base, demasiada falta de pasión en su desarrollo para cumplir las expectativas.

EL PODER DEL TAI CHI * (4d10)

Cuando Keanu Reeves rodó Matrix le fue asignado el especialista en artes marciales Tiger Hu Chen para que le enseñara a moverse, además de doblarlo en las escenas peligrosas. Por lo visto, tras la experiencia Reeves quedó enamorado del Tai Chi y (figuradamente hablando) del propio Tiger. 
Ahora, cuando la carrera del popular Neo parecía desaparecida, 47 Ronin, la leyenda del samurái lo trajo de nuevo a la actualidad en una película que le permitió conocer el cine oriental a la par que regresar a las artes marciales. Por ello no es de extrañar que su debut como director lo haya hecho precisamente de la mano de una productora china y con Tiger Hu Chen como protagonista en una clásica historia sobre un luchador cuyo poderío amenaza con corromper su alma, insistiendo en el mensaje de que ciertas artes marciales son un deporte que sirve también como defensa, pero nunca como arma de ataque, algo así como lo que ya nos dejaran hace algunos años en Karate Kid.
No sé si a Keanu no le quedan amigos en Hollywood que confíen en él o si ha sido idea suya la de concederse este capricho con la máxima libertad, pero es evidente que aparte de las notables escenas de lucha la película carece del nivel interpretativo necesario mientras que se denota demasiado la falta de experiencia tras las cámaras. El tal Tiger ni es actor ni lo parece y tampoco el resto del reparto tiene un ápice de carisma exceptuando al propio Reeves que da el pego como villano aunque su papel no le exija demasiados registros.
Por lo menos, se agradece que el director no busque la poesía visual tan característica en estas producciones que, o se hace con genialidad o queda pedante y artificial, como en su anterior película como actor, y se limite a colocar la cámara donde mejor luzcan las peleas, aunque no le habría ido mal pedir consejo a algún guionista de verdad que le ayudara a definir los personajes o crear alguna subtrama que dotara de cierto interés al argumento.

Al final, más de lo mismo. Peleas aderezadas con gotas de sabiduría oriental que solo interesará a los amantes de las artes marciales.

miércoles, 14 de mayo de 2014

AMOR EN SU PUNTO (3d10)

Viendo en increíble éxito de Ocho apellidos vascos y el buen funcionamiento de las recientes Tres bodas de másLa gran familia española cualquiera diría que la comedia española se encuentra en estado de gracia. Ello no significa, sin embargo, que todo valga y nos quieran
hacer comer cualquier mamarrachada del montón. Y es que, sintiéndolo mucho, eso es Amor en su punto, una comedia sin gracia, mal escrita y peor dirigida, casposa y desfasada.
Con el nada original punto de partida de conjugar amor y gastronomía (algo que alguna vez pudo parecer original pero que hoy en día es casi un subgénero propio, a la vista de títulos como Chocolat, Fresa y chocolate, Dieta mediterránea, Sin reservas o la extrema El cocinero, el ladrón, su mujer y su amante, entre muchas otras) esta coproducción hispano irlandesa ambientada en Dublín narra la historia de amor y odio entre Oliver, un prestigioso escritor gastronómico cuyo mundo gira alrededor de la comida, y Bibiana, idealista, amiga de las causas perdidas y, posteriormente, vegetariana. También en el amor son polos opuestos: mientras él huye de las relaciones que amenazan con tornarse en compromisos ella busca siempre el afecto en el hombre equivocado, consciente de que están destinados al fracaso pero sin poderlo remediar.
Sin querer ser demasiado exigentes, lo cierto es que esta trama podría haber funcionado bien, ya que las bases para el conflicto están bien definidas y el tema gastronómico puede dar mucho juego. El problema es que los directores, a la par que guionistas, Dominic Harari y Teresa Pelegri ni saben aprovechar el potencial de la idea ni construyen unos personajes con algo más que un simple esbozo. Nada sabemos de Bibiana aparte de su relación obsesiva con un hombre casado mientras que conocer la infancia de Oliver no es suficiente para entender un personaje que no terminas nunca de creerte.
Además, el matrimonio Harari-Pelegri busca el elemento cómico con tanta torpeza que lo único que consiguen es crear situaciones grotescas que encaminan la película hacia el ridículo más espantoso. Por cierto, que las interpretaciones caricaturescas de los actores (en especial un sobreactuado Richard Coyle) tampoco es que ayuden demasiado, debiéndonos conformar con la calidez de Leonor Watling, de la que se podría decir que es lo mejor de la película sin que ello tampoco signifique mucho.
Pero lo peor de todo, quizá, es que se intuye una presuntuosidad intencionada, una sensación de que sus autores, en lugar de limitarse a querer hacernos pasar un buen rato, pretenden obsequiarnos con su sabiduría, trascender con un mensaje que está por encima del bien y del mal y darnos una lección filosófica sobre sentimientos que desborda pomposidad y puede llegar incluso a ofender al espectador.
Algún gag bueno tiene, pero no es bastante para compensar tanta artificiosidad, tanta manipulación y, en fin, tanta decepción.

Si debemos cruzar fronteras para hacer estas operetas que parecen sacadas de otros tiempos más paupérrimos cinematográficamente hablando, mejor nos quedamos en casa.

martes, 13 de mayo de 2014

MALDITOS VECINOS (5d10)

Poco podíamos esperar de una película que se promociona como: "de los tipos que trajeron Juerga hasta el fin". Los que me conozcáis ya sabréis que pienso de esos bodrios adolescentes cuyo único mérito es buscar quien dice la ordinariez más gorda o hace la guarrada más grande. No obstante, y pese a la participación de Seth Roger como protagonista, la presencia de un director como Nicholas Stoller, acostumbrado a comedias de medio pelo pero no exageradamente burdas (ahí están Paso de ti o Eternamente comprometidos) abría la puerta a un rayo de esperanza.
El argumento no da para mucho: Rogen y Rose Byrne interpretan a un matrimonio con una niña pequeña que descubren que se han hecho adultos a su pesar, y cuando reciben como nuevos vecinos a una hermandad universitaria acostumbrada a desfasantes fiestorras con la música a tope hasta altas horas de la madrugada se declara una guerra entre ellos, por más que en su fuero interno envidien esos años de locura y desenfreno.
Así,  es fácil imaginarse las estupideces que se van a suceder, los chistes de penes y tetas y la apología al alcohol y las drogas. Y sin embargo, algo bueno he podido sacar de esta película que me ha impulsado a aprobarla (justito, eso sí), aparte del hecho obvio que tal sucesión de absurdeces propicia que, por pura estadística, alguno haga gracia.
Por un lado está el aspecto interpretativo, pues mientras Rogen se limita a hacer lo de siempre y Byrne (por si alguien no la recuerda es la Moira de X-men: primera generación y lo pasa fatal en las dos partes de Insidious) parece sentirse demasiado actriz como para esforzarse mucho en esta película, por el lado de los descerebrados me ha sorprendido el buen hacer de Zac Efron (ya lo hizo en A cualquier precio, al final haremos algo de provecho con este antiguo chico Disney) y tampoco desentona nada Dave Franco, uno de los magos de Ahora me ves... que a poco que se esfuerce superará en carisma a su hermano James. Pulula también por ahí algún otro rostro conocido, como Lisa Kudrow o Christopher Mintz-Plasse, pero eso ya es harina de otro costal... mientras que la actriz que interpreta al bebé Brittany está para comérsela.
El segundo punto a favor es su madurez final. No es que una película como ésta deba tener un mensaje de fondo para funcionar (yo mismo me he quejado a veces cuando pretenden vendernos una comedia gamberra y terminan endulzando la cosa y quedándose cortos) pero lo cierto es que Seth Rogen ya tiene una edad para ejercer eternamente de inmaduro alocado en este tipo de películas que normalmente tildaría de basura y me parece una novedad que la conclusión final sea que ellos son los que hacen lo correcto y los universitarios los que están echando a perder su vida. Que una película para adolescentes de hormonas alborotadas te refleje lo maravilloso de la paternidad, la vida en pareja y lo que podríamos definir como costumbrismo me parece, cuanto menos, diferente.
Al final falta algo de mala baba y originalidad, por supuesto, pero si nos atrevemos a ver un film de estas características mejor que nos conformemos con lo poco bueno que pidamos rascar.

Menos da una piedra...

TRES DÍAS PARA MATAR (5d10)

Siempre me resultó chocante la admiración que el galo Luc Besson ha procesado por el cine anglosajón, como demostró en sus primeros films francos hasta que tuvo la oportunidad de emigrar a su Hollywood ansiado. Tras convertirse en un referente en el cine de acción, nos tenía un poco abandonado desde que se embarcó en un cine más infantil como la saga de Charlie y los Minimoys o la fallida Adele y el misterio de la momia,  aunque recientemente volvió por el buen camino con su particular homenaje a Scorsese con Malavita y la paranoia que puede suponer la inminente Lucy, con Scarlett Johansson. Sin embargo, como más activo se ha mantenido es en su faceta de guionista y productor, consiguiendo que su firma sea sinónimo de acción y entretenimiento asegurados. Hace escasos días llegó Brick Mansions (la fortaleza) y ahora es turno de esta Tres días para matar, donde es el inefable McG (Los Ángeles de Charlie, Terminator Salvation) es quien toma las riendas tras las cámaras. Pese a ello, basta echar un rápido vistazo al film para poder confirmar que es una película 100% Luc Besson, ya que se reconocen en ella todas sus señas de identidad: acción desmedida, persecuciones en coche, un puntito de sensualidad (al que también podríamos llamar erotismo casi infantil) y un clasicismo narrativo algo simple y con alguna referencia a su París natal. De hecho, casi podríamos considerarlo como el abanderado del fine de acción actual, gustoso ofrecer una especie de serie B de lujo tal y como demuestran algunas de sus creaciones como las sagas Taxi, Transporter, Venganza o Distrito 13 y su reciente remake Brick Mansions (la fortaleza).
En esta línea se encuentra Tres días para matar, adrenalítico film que recupera a Kevin Costner como protagonista absoluto después de una época oscura y olvidable de la que parece empezar a recuperarse gracias a sus breves apariciones en blockbusters como El hombre de acero y Jack Ryan: operación Sombra. Ahora interpreta a Ethan Renner, un brillante agente de la CIA que debe retirarse cuando le diagnostican un cáncer terminal y decide pasar sus últimos días con su mujer y su hija a las que no ve en años. Pero un último caso inconcluso le perseguirá, obligándole a elegir entre recuperar el tiempo perdido o cumplir una última misión.

Lamentablemente, la película alterna sin demasiado acierto escenas trepidantes con momentos sensibleros que entorpecen la narración (Ethan enseñando a su hija a ir en bici, por ejemplo) mientras que el abuso de situaciones cómicas debe sumarse también en el lado de la balanza de cosas negativas (que Ethan pida consejos paternales a alguien a quien está torturando funciona la primera vez, pero pierde sentido en la reiteración). Pero ya he dicho que esta es una película de Luc Besson (ya ven que poco porcentaje de autoría concedo a McG) y lo suyo es el entretenimiento puro y duro, sin que merezca la pena entrar en análisis más profundos o pedir una coherencia argumental. Y en este sentido, la película cumple. Costner parece en plena forma y está bien secundado por Connie Nielsen (Gladiator, Basic) y Hailee Steinfeld (Valor de ley, El juego de Ender), interpretando a su esposa e hija respectivamente. Los villanos, completamente planos y estereotipados, corren de la mano de Tómad Lemarquis y Richard Sammel y Amber Heard interpreta a una absurda femme fatal a medio camino entre Jessica Rabbit y Sin City.

Acción, coches, tiros, explosiones, muchos muertos, humor, sentimentalismo y un París hermosamente fotografiado. Es la película ideal para no pensar en las preocupaciones de la vida cotidiana y pasar una tarde de domingo entretenida tras un contenedor de palomitas.