domingo, 31 de agosto de 2014

EL NIÑO (8d10)

Pocas veces una película española había creado tanta expectación como El niño. Tras un complicado proceso de producción (básicamente para conseguir financiación) de más de cinco años al fin se estrena la nueva película de Daniel Monzón, el nuevo niño mimado del cine patrio tras la exitosa Celda 211.
Pero todo lo bueno que conlleva un gran hype (la película va a ser un éxito de taquilla sin ningún género de dudas) también se convierte en un inconveniente ante lo fácil que le puede resultar decepcionar tanto a los más ansiosos como a los típicos buitres carroñeros (y de esos en nuestro cine hay muchos) que están atentos al menos signo de debilidad para saltar sobre la yugular de Monzón y cebarse con su película (cuanta envidia hay en este país y como se desprecian a los que tienen éxito).
¿Y cuál es la realidad sobre este film policiaco ambientado en Gibraltar y con las redes de tráfico de drogas como telón de fondo? Pues así, a bote pronto, antes de entrar en valoraciones más detalladas, hay que decir que la cinta es excelente. Tras la maestría que Monzón demostró en el rodaje de interiores durante la claustrofóbica Celda 211, ahora sale al aire libre para lucirse con persecuciones, tiroteos y peleas varias donde la cámara se mueve con libertad demostrando que el realizador balear no tiene límites. Su firmeza a la hora de dirigir es indiscutible y los actores cumplen a la perfección (algunos como Tosar con la brillantez que le caracteriza) mientras que el guion es interesante y los diálogos están a la altura.
¿Es, entonces, una película perfecta? Pues lo cierto es que no. He dicho que el guion es interesante, pero no magistral, y ahí está el eslabón más débil de esta cadena de aciertos que es El Niño. Y es que la trama se maneja mediante dos historias paralelas, casi como si des dos películas diferentes se tratase, que terminan por confluir , y mientras una es brillante y mantiene al espectador en constante tensión (la investigación policial, con todos los tópicos del género muy bien aprovechados, como las misiones fallidas, las lealtades más allá de lo profesional y las posibles filtraciones por culpa de algún poli corrupto), la otra, la que pertenece al personaje llamado Niño es más débil y carece de la fuerza de la primera, con unos personajes más flojos y una relación sentimental que quizá distrae en exceso de la historia principal. Y no creo que sea casualidad que las mejores interpretaciones correspondan también a la primera trama.
El Niño y el Compi son dos amigos hijos de su generación, sin trabajo de futuro y con el deseo (y el sueño de lograr mucho dinero por el camino fácil. Por eso no se asustan cuando a través de un tercer chaval, Rachid, entran en el negocio del narcotráfico. Cuando tras una primera misión más exitosa para sus jefes que satisfactoria para ellos deciden montarse el negocio por su cuenta, entrarán en un mundo que les viene grande.
El Niño debe ser interpretada como una película coral, como una colección de personajes muy interesantes, cada uno con su propia historia y problemas, que se entremezclan de manera más o menos casual: agentes encargados de combatir el tráfico de drogas, la policía fronteriza, los traficantes marroquís, un capo mafioso apodado El Inglés, una nueva banda de kosovares y, en medio de todo este fregado, los tres chavales y Amina, la hermana de Rachid, contacto de los chicos en Marruecos y, a la postre, objeto del deseo del Niño. El error de Monzón (y por extensión de la productora y distribuidora –estando Telecinco tras la producción la publicidad televisiva en Mediaset ha sido casi omnipresente este verano) ha sido pretender centrar toda la atención en el Niño y Amina, quizá queriendo ampliar su carrera comercial y convenciendo al público femenino que la historia de amor es tan potente como la historia de cuerpos decapitados colgando del puente o las palizas que los kosovares propinan a sus enemigos. Monzón parece ser un maestro no ya en descubrir talentos (como nos lo quieren vender) sino en sacar el máximo partido de sus actores. Lo hizo con Alberto Ammann, que brillaba en Celda 211 pero prácticamente no ha vuelto a destacar, y lo ha repetido ahora con Jesús Castro, un debutante en esto del cine con una profunda mirada que brilla como Niño pero al que no le auguro mucho futuro comercial en un futuro cercano, más allá de la popularidad que este papel le pueda otorgar. La suya es una interpretación de carácter, por lo que funciona mucho mejor cuando trata de desafiar a la policía o intimidar a los marroquíes mejor que en las escenas románticas, las cuales las comparte con una Mariam Bachir cumplidora pero que tampoco aporta un carisma espectacular.
Por eso, pese a que el foco mediático esté sobre Jesús Castro, donde Monzón pone toda la carne en el asador es en la otra película, la policiaca, donde Luis Tosar está tan magistral como siempre (en un papel, por cierto, totalmente antagónico al de Malamadre) y magníficamente secundado por talentos como Sergi Lopez, Eduard Fernández y la habitualmente desaprovechada Bárbara Lennie, consiguiendo que, tras 130 minutos de película que en ningún momento aburren, uno desee incluso más minutos para saber algo más de ellos, conocer sus conclusiones, adivinar si alguna vez hubo algo más que amistad entre los personajes de Tosar y Lennie… Y para redondear el tema, el gran Ian McShane como el terrible villano, el Inglés, en un personaje que también sabe a poco y que se podría imaginar que sus pocas escenas se deben más al temor de alargar en exceso el metraje de film que a otra cosa.
Como sea, no tengo nada que reprochar a la película (quizá me habría agradado más un final menos dulce, pero eso es ya una cuestión personal), que con sus carencias y defectos me ha entusiasmado (muchos directores americanos deberían aprender de Monzón a filmar persecuciones en coche, lancha o helicóptero…) y ni siquiera las desviaciones argumentales con trasfondo comercial me han molestado. Para que me entendáis es como querer imaginar Titanic sin la trama amorosa.
Yo aplaudo a Monzón y recomiendo su película con los ojos cerrados. Es cine del bueno y una de las mejores películas españolas de los últimos tiempos. Y quien no lo quiera ver… Bueno, el que tiene un problema es él, no Monzón.

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