jueves, 31 de marzo de 2016

RESUCITADO: un péplum de rebajas.

En tiempos pasados, era casi obligatorio que la festividad de la Semana Santa viniese acompañada por estrenos en cine de temática religiosa, así como de reposiciones de grandes péplums como Los Diez mandamientos, La Biblia, La Pasión, etc. Ahora, esa costumbre ha ido desapareciendo poco a poco, hasta el punto que el estreno más importante este año ha sido una cinta tan poco religiosa (o demasiado, quien sabe, que también se habla de Dios en ella) de Batmanv Superman: el amanecer de la justicia, aunque siempre hay algún título que mantiene la tradición.
Y el título de este año es Resucitado, una película tan extraña como irregular que pretende ofrecer un punto de vista diferente sobre la resurrección de Jesucristo que ha sido comparado, por sus propios realizadores, como una especie de C.S.I. en tiempos de los romanos.
Efectivamente, la película, contada desde el punto de vista de Clavius, un ambicioso centurión cuya Fe hacia sus dioses (Marte aparte) no es demasiado fuerte, que debe investigar la desaparición del cadáver de un nazareno al que el pueblo considera un mesías enviado por un Dios único que desafía la religión politeísta romana y amenaza la estabilidad social en vísperas de la visita del César.
Dirigida por un desaparecido Kevin Reynolds, que no cabe duda de que vivió sus mejores años hace ya demasiado tiempo, la película, de bajo presupuesto y producida por una compañía centrada exclusivamente en relatos religiosos, tiene un cierto aroma televisivo, una factura ligeramente pobre y una austeridad que desconcierta en las escenas iniciales que pretenden estar cargadas de una ligera épica.
Con un reparto justito aunque reconocible (con Joseph Fiennes como protagonista, aunque por ahí andan Cliff Curtis –Fear the Walking dead- y Tom Felton –Harry Potter-, aparte de alguna cara conocida española), la película tiene una primera mitad ciertamente interesante, donde el misterio de la resurrección (o no) de Jesús está planteada como un thriller policiaco, con una minuciosa investigación por parte de Clavius que, pese a las presiones de Poncio Pilatos termina por estar más interesado en descubrir la verdad que en complacer la conveniencia de su superior. El problema es que hay una segunda mitad en que todo esto se va al garete y la película cambia de rumbo totalmente, convirtiéndose en un telefilm del montón sobre Jesús y sus apóstoles, unos apóstoles retratados como unos hippies pasados de vueltas (tanta paz y amor resulta empalagosa) y cualquier atisbo de originalidad desaparece, tornándose la película totalmente prescindible e incluso aburrida y sin aportar nada nuevo (pese a algunas licencias creativas que se han tomado) a la historia ya conocida, y cuyo único interés final está en las apariciones de Luis Callejo, María Botto o Jan Cornet y en las escenas filmadas en Almería.
Aunque en ningún momento se muestra como una gran película, el resultado final termina por desinflar por completo un trabajo que parece demasiado hecho por encargo y que, lamentablemente, no va a significar un paso adelante para el director de Robin Hood, príncipe de los ladrones, Waterworld o (dicen) Bailando con lobos.

Valoración: cuatro sobre diez.

jueves, 24 de marzo de 2016

BATMAN V. SUPERMAN: justicia excesiva.

Aunque soy un reconocido Marvel Zombie y no voy a renegar ahora de ello, siempre trato de enfrentarme a una película con la mente lo más abierta posible y dejando en casa cualquier atisbo de prejuicio que pueda tener. 
Y aunque bien es cierto que he dicho muchas veces lo poco que me apetecía este Batman v. Superman: el amanecer de la Justicia (para compensar, confesaré que la de Suicide Squad, también de DC, me apetece mucho) no es menos cierto que a medida que se iba acercando el día del estreno me empezaba a emocionar con el mismo. Al fin y al cabo, es una peli más de superhéroes, Y me encantan los superhéroes.
Así pues, animado ante lo que prometía ser un buen espectáculo, me he entregado a la sinfonía de Zimmer (nada que ver con la gloriosa fanfarria de Williams) esperanzado con superar el nivel de El hombre de Acero.
Dentro de esta guerra entre Marvel y DC en el que unos (y los seguidores de unos) parecen denostar todo lo que hace el otro, resulta curioso cómo, tras las críticas sufridas por “la distinguida competencia” por el abuso destructivo del final de El hombre de acero, donde parecía que no moría nadie ni se preocupaban siquiera por los habitantes de la ciudad, Batman v. Superman comienza precisamente corrigiendo ese error, arrancando precisamente con la batalla final de El hombre de acero y dándonos el punto de vita del conflicto “a pie de calle”, consiguiendo las mejores escenas del film, donde el dolor y el miedo casi se puede oler personalizado, sobre todo, en la figura de Bruce Wayne, un Bruce Wayne –por cierto- del que vamos a volver a ver por enésima vez la muerte de sus padres y que andaba por ahí no está muy claro por qué.
Esa experiencia en primera persona de la destrucción de Metropolis es la que motiva su temor/odio hacia Superman, una sensación que parece extenderse entre la clase política que pone en tela de juicio la conveniencia o peligrosidad de tener a un alienígena del poder destructivo de Superman paseando por ahí. Y con este arranque (y tranquilos, que no voy a revelar más del argumento, aunque quien conozca los dos comics principales en los que se han basado para esta película no debe preocuparse mucho por los spoilers, sucede todo lo que se sabe que va a suceder) uno ya puede hacerse una idea de por dónde van a ir los tiros: acción muy espectacular y un guion muy confuso.
Y efectivamente, la mejor baza de este Batman v. Superman son sus escenas de lucha, por más que Zack Snyder no esté especialmente brillante en algunos momentos y abuse de un montaje precipitado con demasiados primeros planos que tiende a la confusión (con lo bien que lo hacía en 300 y Watchmen…). Sin embargo, toda la carga emocional que se le pretende dar con el conflicto de intereses entre los dos héroes se pierde en la nula profundidad de unos personajes de los que sabemos más por lo que se les supone (y es que al fin y al cabo los conocemos por otras películas y comics) que por lo que nos cuentan. Y eso teniendo en cuenta que este Batman (que a la postre es el que lleva el peso del film) no es el mismo de Nolan, aunque bien podría serlo (y esa decisión es algo que nunca entenderé).
El nivel interpretativo es bueno, sobre todo por la parte del murciélago, con un Ben Affleck convincente y un Jeremy Irons que, si bien no supera al Alfred de Michael Caine, sí es de lo mejor de la película. En el lado del kriptoniano, Henry Cavill cumple con su rol, pero sigue demasiado encorsetado con un guion empeñado en oscurecer a Superman y volverlo un amargado (eso funciona bien con el taciturno Batman, como bien sabe Nolan, pero no con él), pareciendo peor actor de lo que es (ya comenté en su momento que en Operación U.N.C.L.E. demuestra un gran carisma y magnetismo del que carece su Superman), mientras que Jesse Eisenberg hace lo que le pide su director con brillantez, pero componiendo un Lex Luthor que nada tiene de Lex Luthor, siendo más bien una copia barata del Jocker y su locura.
Eso sí, cuando entra en escena Gal Gadot la película nota un toque de aire fresco, hasta el punto que las escenas que mejor funcionan son las que carecen de tipos disfrazados.
Sin llegar a merecer la calificación R que han prometido para la edición en DVD, Batman v. Superman es violenta y, de nuevo, destructiva, con los dos héroes dándose de tortas a lo bestia en cada encuentro hasta llegar al último giro de guion, donde la aparición de un nuevo villano estropea totalmente la película. De nuevo se cae en los errores de El hombre de acero, demostrando que el prólogo no es una muestra de que han aprendido la lección, y la destrucción sin sentido coge protagonismo, con un derroche de CGI en ocasiones no demasiado convincente y un exceso de explosiones y llamaradas que ya hace rato que han dejado de sorprender.
Recuerdo la sensación con la que salí de ver El hombre de acero y algo similar me sucede con esta. Es muy disfrutable durante su visionado, aceptando todas las paranoias (esos sueños evocadores, esas apariciones fantasmales…) que nos han querido hacer tragar, pero apenas salir de la sala del cine y dejarla enfriar un poco en la memoria la decepción vuelve a florecer y las irregularidades de la historia y debilidad de sus personajes toman importancia sobre la acción y el espectáculo, que desde luego va de más a menos. Hay momentos, incluso, que hasta parece que el propio Snyder pierde el interés por lo que está contando y prefiere tomarse esto como una simple carta de presentación de La Liga de la Justicia (por cierto, para los que no hemos leído los comics… ¿de verdad piensan que pueden poner a Wonder Woman a entrechocar brazaletes y lanzar su lazo sin una mínima explicación de quién es o qué poderes tiene?).
En fin, una película de esas que apenas verla habría puntuado con un siete. Al terminar mi comentario decidí quedarme con el seis y, tras verla por segunda vez, la he bajado al cinco raspado. De nuevo Snyder demuestra que a la que debe versionar un comic en lugar de poderlo adaptar casi textualmente la cosa se le va de las manos y quizá en Warner deberían plantearse si él sigue siendo el director más adecuado para las dos partes que nos esperan de La Liga de la Justicia. Y si Nolan y Goyer siguen por medio, ya para qué hablar…

Valoración: cinco sobre diez.  

miércoles, 23 de marzo de 2016

LA MODISTA: un pasado de alta costura.

La modista es una curiosa película australiana dirigida por Jocelyn Moorhouse, que llevaba cerca de veinte años alejada de las cámaras, y escrita a medias con su marido P.J.Hogan a partir de una novela de Rosalie Ham.
Con una extraña estética con tintes surrealistas, La modista explica la historia de Myrtle, una chica que regresa a su pueblo natal para reencontrarse con su madre y resolver un secreto de su pasado. Acusada por todos por haber asesinado siendo niña a un compañero de colegio, la propia Myrtle no conserva un recuerdo claro de lo sucedido aquel fatídico día y está dispuesta a todo para desvelar el misterio, incluso enfrentarse a toda una comunidad que la desprecia y odia. Aunque cuando demuestre que no ha perdido el tiempo durante sus años en Europa y que es una sofisticada modista inspirada en Dior, Valentino y demás, las cosas empiezan a cambiar para ella, que va a tener la oportunidad de reconciliarse con su madre e incluso descubrir, al fin, el amor.
Muchos elementos rechinan en esta historia, empezando por una mezcla excesiva de estilos que va desde el western hasta el melodrama pasando por el misterio, la comedia y el romance. Además, el tono burlesco, casi rozando la caricatura, de algunos personajes es capaz de desconcertar a un público más atraído por el cine convencional que pueden encontrar demasiadas incoherencias en la historia (la más evidente, la diferencia de edad de los protagonistas –Kate Winslet y Liam Hemsworth se llevan quince años, aunque en el film se supone que han compartido infancia- o el convertir a la protagonista de Titanic en una femme fatal a la que no nos tenía acostumbrados), pero si se acepta entrar en el juego que nos propone Moorhouse el resultado es una efectiva obra, con ciertas concordancias con el cine de Jeunet, Hallström, Anderson o incluso el Lars Von Trier de Dogville, que sabe a su vez ser original, diferente en todo (tanto lo bueno como lo malo) a lo que estamos acostumbrados, recuperando a la mejor Winslet (es uno de esos trabajos que hace por amor al arte, en compensación por sus interpretaciones “lucrativas” como las de la saga Divergente), a un Hemsworth con un look que lo asemeja cada vez más a su hermano, un divertido y alocado Hugo Weaving y, sobre todo, una genial Judy Davis, sin duda lo mejor de la función.
¿Puede una película ser fea y hermosa a la vez? ¿Divertida y cruel? ¿Cálida y sangrienta? Pues La modista lo consigue. Y con un estilo rayando lo grotesco se corona como una apuesta arriesgada, fallida en algún momento, pero muy heredera del estilo inclasificable y extravagante de la cinematografía australiana.
Una película para unos gustos muy concretos, pero innegablemente interesante.

Valoración: siete sobre diez.

martes, 22 de marzo de 2016

EL REGALO: Secretos envueltos con un lazo.

Joel Edgerton (visto como Ramses en Exodusy, más recientemente, en Black mass) no es el primer (ni el último) actor que se pasa a tareas de dirección. Lo curioso es que lo haga también ejerciendo como guionista, lo cual demuestra que más que un capricho es un deseo por alcanzar una autoría propia.
La película elegida, El regalo, que pude evocar a muchos thrillers de los noventa como De repente un extraño, Mujer blanca soltera busca, etc. parte de la clásica premisa de un extraño irrumpiendo en la tranquila vida de una familia feliz. Ese es el arranque de El regalo: un matrimonio se traslada a una casa nueva en California, cerca de donde el marido creció, y apenas instalados se topan por casualidad con un antiguo compañero de colegio que, a base de regalos y pequeños detalles, empezará a introducirse poco a poco en su círculo íntimo.
Sin embargo, lo que puede parecer una película más del montón, tópica y típica, pronto se vuelve oscura y desconcertante. Con una dirección precisa que no afloja el ritmo de la intriga sin caer en engaños rocambolescos ni tramposos, el guion parido por Edgerton logra sorprender lo suficiente para distanciarse de las películas antes mencionadas para alcanzar una identidad propia, para hablar de los matices que se entremezclan entre el bien y el mal y logrando además, y esto es lo más meritorio, crear unos personajes que saben evolucionar a lo largo del metraje, no quedándose en simples estereotipos planos e indefinidos.
Pese a algunos secundarios que deambulas por ahí, la historia se sostiene básicamente en estos tres personajes, magníficamente interpretados por Jason Bateman (que posiblemente haga una de sus mejores interpretaciones alejado del rol cómico al que nos tenía acostumbrados), Rebecca Hall (quizá la que tenga un personaje menos evolutivo pero más complicado por la contención que demuestra en su interpretación) y el propio Edgerton en el papel del invasor que le dio el premio al mejor actor en el pasado Festival de Sitges.
Sin grandes proezas ni artimañas, la película funciona perfecta de principio a fin, con giros desconcertantes pero creíbles que mantienen en tensión al espectador e incitándolo a identificarse con un personaje para, acto seguido, hacerle cambiar de idea y de simpatías.
Poco más se puede hablar de una película que conviene disfrutarse sin demasiadas pistas más allá de su argumento inicial y que atrapa desde el primer momento, con esa mirada hipnótica de Edgerton y su inquietante pasividad, amenazante y triste a la vez.
Un verdadero descubrimiento que invita a seguir muy de cerca los pasos de este nuevo realizador.

Valoración: ocho sobre diez.

domingo, 20 de marzo de 2016

Análisis: LA GUERRA DE LOS SUPERHÉROES

Son tiempos de guerra, de eso no hay la menor duda. Las dos principales editoriales de comics, Marvel y DC, enfrentadas en los escaparates de las librerías especializadas desde hace décadas por conseguir las mejores historias y las mayores ventas, se baten también en duelo en las taquillas de los cines, amparadas bajo los sellos de Fox y Disney una y bajo Warner la otra.
Pero no contentos con eso, los propios superhéroes se lían a tortas entre ellos mismos dentro de sus propias películas. Son tiempos oscuros para la justicia: Batman pretende pararle los pies a Superman mientras en el escaparate de enfrente se cuece una Guerra Civil entre el Capi e Iron Man en la que todos los héroes deberán elegir bando.
No tardaremos mucho en saber quién ganará los combates ficticios: Batman versus Superman se estrena este mismo miércoles y Capitán América: CivilWar en apenas un mes, pero ¿qué pasara con la guerra auténtica, la que enfrenta a los grandes titanes de la industria?
Aunque hace años el dominio en cine de Warner/DC era total, sobre todo con el Superman de Richard Donner y el Batman de Tim Burton que fueron derivando en secuelas cada vez más mediocres (en el olvido quedan cosas como Supergirl, Steel o Catwoman), desde Marvel tenían que conformarse con mirar desde la barrera y que tras fracasos como Howard, un nuevo héroe su máxima representación cinematográfica estuviese en los videoclubs con películas como El Vengador (título inexplicable para Punisher), El Capitán América o la conversión en tres películas de la serie de Spiderman. Por fuerza se tenía que notar que  DC perteneciera a un gigante empresarial como Warner. Pero cuando llegó el momento de repartir los derechos de las estrellas Marvelitas las cosas empezaron a cambiar. Blade sentó un precedente pese a rozar la serie B, X-Men demostró que se podían contar grandes historias con tipos disfrazados y poderes raros y Spider-Man de Sam Raimi… ¿Qué vamos a decir del Spider-Man de Sam Raimi? 
Y mientras, Marvel empezó a comerse el mundo cinematográfico (incluso sus películas más fallidas como Daredevil, Los Cuatro Fantásticos o Punisher -esta vez sí- no llegaban a ser verdaderos fracasos), diversificando su imagen. Ahora eran los otros los que miraban desde la barrera, con SupermanReturns decepcionando, Green Lantern haciendo el ridículo y solo la trilogía de Nolan sobre Batman (sobrevalorada a mi entender y con una culminación ciertamente pobre) mantenían el nivel. Y en eso que Marvel empezó a hacer sus propias películas con los pocos personajes de los que conservaban los derechos. Y lo hizo a lo grande, tal y como sucedía en los comics, haciendo algo que en DC nunca se habían atrevido a hacer: crear un universo propio. Cierto es que sin el inesperado taquillazo de Iron Man quién sabe hasta donde habrían llegado esos ambiciosos planes que culminaron con Los Vengadores de Joss Whedon, pero solo por intentarlo ya merecían lo mejor. En Warner se seguía viviendo a base de dos únicos personajes.
No todo había sido un camino de rosas para Marvel (Man thing, Motorista Fantasma, Elektra…) pero al fin habían logrado crear un universo compartido y cohesionado que rompía taquillas y atravesaba las fronteras del medio, expandiéndose además a la televisión. Pero 2016 puede ser el año que lo cambie todo. 2016 puede ser el año en que DC tome la delantera e inaugure una época de gloria. ¿O no?
Pues posiblemente durante las navidades eso debían pensar sus directivos, que sin duda brindaron por el estrepitoso fracaso de Cuatro Fantásticos, el fallido reboot por parte de la Fox de la Primera Familia. También aquellos que auguraban que la gran burbuja de los superhéroes estaba a punto de explotar comenzaron a flotarse las manos con el aroma del cadáver. La película (por llamarlo de alguna manera) de Josh Trank era una de las peores películas del año, motivo de escarnio público y ruina económica para la Fox, que se apresuraba a cancelar el prematuro anuncio de su propio Universo compartido por el cuarteto y los X-Men que iba a supervisar Mark Millar (el nombre detrás de los pocos comics –junto a Hellboy y algún puñado más- que triunfaban fuera de esas dos megacorporaciones). Y aunque El hombre deAcero no había contentado a todos, su secuela (reconvertida después en Superman versus Batman, luego en Batman versus Superman y finalmente Batman versus Superman: el amanecer de la justicia, con hueco para Wonder Woman, Aquaman y vaya usted a saber quién más). El momento parecía propicio para dar una estocada mortal a Marvel, que tras la cancelación de la también fallida trilogía del nuevo The amazing Spider-Man (al final quedó en un par de películas con trama inconclusa) sólo podían confiar en sus propios proyectos para aguantar el tirón.
Parecía…                                           
Y en esto que una película que nadie esperaba lo cambió todo. De nuevo en la Fox, la que había insultado a los fans con esos Cuatro Fantásticos que poco o nada tenían que ver con los del comic, haciendo justo lo contrario: versionando un comic de manera más o menos fiel, dejando el proyecto en manos de gente que sí sabían lo que el personaje significaba y dándoles manga ancha para lo que les viniese en gana, llegando incluso a permitir una clasificación R (para mayores de dieciocho años) teóricamente mortal para conseguir una taquilla que se precie. Todo ello a cambio de hacer una producción barata. 
Y la jugada salió redonda. Deadpoolse ha convertido en el primer gran éxito del año y su recaudación ha batido todos los records imaginables (lleva ya setecientos catorce millones en todo el mundo, no está mal para na producción de cincuenta y ocho). 
Tanto es así que hasta podría sentar cátedra y convertirse en un ejemplo a seguir. Y si el ejemplo consiste en respetar más a los personajes en que se basan las películas, me parece bien. Si lo que se va a pretender ahora es que estas películas contengan así porque sí más violencia, tacos y sexo, eso no tiene porqué ser necesariamente bueno. De momento en la Fox misma han anunciado que la tercera (y última) película de Lobezno en solitario también será R, lo cual le puede venir bien al personaje, dicho sea de paso, aunque se han apresurado a aclarar que la decisión estaba tomada antes del estreno de Deadpool (cuya secuela ya está en marcha, por cierto). Además, la película de Gambito que se iba a estrenar a finales de año se ha aplazado para el 2017, imagino que con la idea de adaptar el guion a un estilo más cercano a este sleeper (taquillazo sorpresa). En DC no han llegado a tanto pero casi, pues antes incluso del estreno de Batman versus Superman ya se ha anunciado una versión para adultos en la edición doméstica de más de tres horas de duración.
En la casa de las ideas, mientras tanto, la cosa parece que no vaya con ellos. Pese a que la entrada de los hermanos Russo como cabezas pensantes dota a las historias de un tono más serio sus películas siguen siendo desenfadadas y divertidas, lo que se ha venido a denominar el estilo Marvel, en contraposición del denominado “nolanismo” que desde el estreno de El Caballero Oscuro parece embargar a DC (sólo un chiste pude contar en El hombre de acero y, la verdad, se lo podían haber ahorrado).
En fin, que tras ver lo sucedido en Deadpool quizá los de Warner ya no lo tienen tan claro. Su esperado estreno ya  no se intuye tan infalible, más cuando han obligado a Snyder a recortar bastantes minutos de metraje (y ya vimos en Los Vengadores: la era de Ultron lo malo que eso es para el resultado final del producto) y tras los gastos de promoción se estima que será necesario llegar a los mil millones de recaudación para hablar de beneficios, cifra alcanzable pero no garantizada. Además, que los pases de prensa sean sólo un día antes el estreno oficial no demuestra mucha confianza.
Para colmo, cuando ya está todo preparado para el inminente estreno y se inunda la prensa con carteles y nuevos trailers de esos que explican casi toda la película (y que yo he conseguido evitar ver) llegan los de enfrente y se sacan de la manga un nuevo tráiler de Civil War que eclipsa totalmente al murciélago y el kriptoniano. A una semana del estreno, todo el mundo habla (para bien o para mal) del nuevo traje de Spider-Man y de su rol en la guerra superheróica.
Para terminar de tocar las narices, se acaba de estrenar la segunda temporada de la magnífica serie de Daredevil y ha aparecido también un nuevo tráiler de X-Men:Apocalipsis que destilla épica y emoción a raudales (con mucha mejor pinta que todo lo que se había visto hasta ahora de la nueva obra de Singer). Y no olvidemos que este mismo año llegará también Doctor Extraño, película con la que Marvel expandirá más su Universo entrando en el mundo de la magia.
La guerra está servida. En unos días, el primer asalto (que la verdad es que me apetece bien poco) y el mes que viene, el segundo round. Y en verano veremos que nos ofrece la otra apuesta de Warner/DC para este año, la prometedora Suicide Squad que pinta muy bien pero su tono algo más gamberro y colorista le puede acarrear comparaciones con Deadpool que no se esperaban. A esa, la verdad, sí le tengo ganas.
Este es el panorama bélico con el que nos encontramos este año. Como decían en la promoción de los comics de Civil War: Y tú, ¿de qué lado estás?

EL PREGÓN. Diversión asegurada.

Por más que uno quiera evitarlo, en ocasiones resulta imposible no acudir a una sala de cine condicionado ya sea positiva o negativamente. En mi caso, el factor negativo era que la única crítica que había leído de El pregón, de Dani de la Orden, la ponía a la altura del betún, y el positivo era que fui a verla justo después de sufrir Agente Contrainteligente, y era imposible caer más bajo.
Sea por una cosa o por la otra, o simplemente por el trabajo de sus guionistas, lo cierto es que El pregón me permitió pasar un rato sumamente divertido y limpiar mi cerebro de toda la basura que el bodrio de Cohen me había aportado.
Aprovechándose muy bien de la química entre Andreu Buenafuente y Berto Romero, la gran excusa del film, Dani de la Orden presenta una película basada en los choques: el choque generacional entre la cultura tecnopop más pastelosa de los noventa y el mundo actual, el choque entre la vida urbanita y la rural, el choque entre la fama y vivir atrapado en el recuerdo de lo que fue y, finalmente, el choque entre dos hermanos enfrentados pero condenados a entenderse.
Todo ello con las fiestas de un pueblo como telón de fondo y los hermanos Juan y Richi, dos fracasados  dispuestos a todo (incluso a revivir la gloria del pasado cuando formaban un grupo musical con reflejos de OBK y un look muy a lo Miami Vice con un solo éxito) por conseguir algo de dinero, a merced de un alcalde macarra y desaprensivo (excelente Jorge Sanz) que lo único que pretende es recuperar a un antiguo amor (la omnipresente Belén Cuesta, que aunque parece que siempre haga el mismo personaje lo cierto es que lo hace siempre muy bien).
Sería muy fácil buscarle tres pies al gato y sacar defectos a una película que cuenta una historia muy simplista de escasa originalidad y cuyo reparto está encabezado por un Buenafuente que, pese a sus buenas intenciones, sigue siendo más presentador o monologuista que actor (este es su primer papel aparte de breves cameos de amiguismo) o un Romero que por primera vez debe enfrentarse a un personaje protagonista, aunque en sus roles como secundarios solía ser lo mejor de esas películas. Sin embargo, el resultado final es una película que consigue siempre lo que pretende: la carcajada continua, entretener durante su hora y media de metraje y, para los más carrozas, revivir esa cultura musical tan kitsch y pastelosa.
El pregón es un simple divertimento, y así es como debe valorarse, más allá de si la parte emotiva (basada sobre todo en la relación de los hermanos o en los problemas familiares del personaje de Buenafuente) funcionan mejor o peor. Secuencias como la disgregación sobre la religiosidad de Berto Romero, el lanzamiento de la cabra del campanario o la confusión sexual respecto al alcalde son simples ejemplos de que la película funciona magníficamente a modo de gags constantes que forman una cohesión muy acertada.
Y es que algunas veces, conseguir hacer reír y que el espectador lo pase bien, aunque sea con un tono convencional y poco arriesgado, es suficiente para lograr el éxito.

Valoración: siete sobre diez. 

AGENTE CONTRAINTELIGENTE: Inteligencia banal

Aunque eso de parodiar algún género cinematográfico es algo que se ha hecho toda la vida y los agentes secretos siempre han sido propicios para ello, parece que en los últimos tiempos es un tema más recurrente de lo habitual. Se pueden hacer parodias desde la ironía, como Casino Royal (John Huston y compañía), desde la pleitesía, como en Mentiras Arriesgadas (James Cameron), desde el absurdo, como Anacleto, agentesecreto (Javier Ruíz Caldera), burlándose de ciertos estamentos, como Zoolander (Ben Stiller), o simplemente, haciendo una comedia simplona alternando chistes con dosis de acción, como Espías (Paul Feig). Y luego hay cosas como Agente Contrainteligente (Louis Leterrier).
Puede que no sea el más indicado para hablar de esta película, pues pese a pretender ser siempre objetivo en mis opiniones hay ocasiones en que uno se encuentra con cierta predisposición para enfrentarse a un film determinado, y el humor de Sacha Baron Cohen nunca ha sido muy de mi agrado, por más que me lo pasé moderadamente bien con El dictador. Sin embargo, en su nueva película, Cohen (guionista y productor) ha querido poner el listón bien alto y abusar de los excesos hasta límites tan insospechados que, si algo hay que reconocerle, es su originalidad. Hay en la película cosas nunca vistas antes en el cine, desde luego. Lo malo es que habría vivido más feliz si hubiese continuado sin verlas jamás.
La escatología elevada al infinito es lo que define a una película burda, soez y hasta desagradable, que contiene algún momento inspirado y algún chiste bien conseguido, pedo cuyo hedor a basura es siempre más profundo que cualquier mérito que se le pueda encontrar y eso hace que su simple visionado sea una ejercicio de tortura visual e insulto a la inteligencia.
Aun sin gustarme ciertas bromas como la del SIDA, está bien que se atreva a meterse con todo y con todos, pero cuando se pierde la elegancia sin ningún tipo de complejos se renuncia directamente al derecho de ser juzgado con total imparcialidad. Los que me conocen saben que no soy dado a poner ceros (ni dieces, ya puestos) a una película, pero en esta me he visto ciertamente tentado. Solo tres cosas me obligan a elevar un mínimo la nota: la buena química entre Mark Strong (Marc, con lo gran actor que eres, ¿por qué te metiste en esto?) y Sacha Baron Cohen que podría haber dado mucho más de sí, algunas secuencias de acción, como la primera, filmada desde el punto de vista del protagonista, al más puro estilo shooter (ejercicio que pierde su gracia al repetirse demasiado, haciendo de algunas secuencias confusas y mareantes) y el hecho de que muchos presentes en la sala reían a carcajada limpia viendo chorros de semen contra el rosto de los protagonistas, culos reventados y lindezas semejantes. Y no hablo desde el puritarismo más radical, que con Deadpool me lo pasé pipa, pero es que mi paciencia tiene un límite…
Y ya borda el ridículo cuando pretende ponerse seria y emotiva con esos flashbacks con los protagonistas cuando eran niños.
Me pregunto qué le habrá pasado a Louis Leterrier, un tipo que en su currículo tiene Transporter, El increíble Hulk y Ahora me ves… para haberse metido en esto.
No me veo con valor de recomendaros huir lo más lejos posible de esta película (insisto, había gente a mi alrededor que se reía), pero sí os digo que solo hay dos alternativas para enfrentarse a ella: o es una completa y absoluta basura (aunque visto el nivel de la peli quedaría mejor decir directamente mierda, con perdón) o resulta que el marciano soy yo.
Vosotros mismos…

Valoración: Dos sobre diez.

sábado, 19 de marzo de 2016

CALLE CLOVERFIELD, 10: "La habitación" más monstruosa.

J.J.Abrams ha demostrado ser, aparte de un brillante realizador, un magnífico productor. Aparte de sus éxitos televisivos y de reanimar sagas tan agónicas en su momento como Misión Imposible o Star Trek (y yo añadiría a Star Wars, pero no quiero entrar en polémicas) supo crear de la nada proyectos pequeñitos que se convirtieron en grandes éxitos gracias a sus prácticas publicitarias. El más claro ejemplo de ellos es la magnífica campaña que convirtió la película Monstruoso en un éxito de taquilla provocando antes de su estreno todo tiempo de especulaciones y rumorología viral sobre su argumento (incluso se insinuaban conexiones con la misteriosa isla de Perdidos que al final quedaron en nada).
Ahora Abrams ha repetido la jugada pero con nuevas reglas. En lugar de una promoción apabullante, esta Calle Cloverfield, 10 ha aparecido casi de la nada, sin que se supiera de su existencia hasta apenas un mes antes de su estreno, fecha en la que apareció el primer póster y acompañado del correspondiente tráiler. La simple incursión de la palabra Cloverfield en su título ya invitaba a todo tipo de sospechas (Cloverfield era el título original de Monstruoso; supongo que debemos agradecer a la distribuidora en España que no hayan traducido el título de esta película como Calle Monstruoso, 10) sobre si estábamos ante una secuela del film que dirigió Matt Reeves en 2008. Al final no ha sido así, pero algo hay que relaciona ambas películas, como si compartieran Universo o, cuanto menos, espíritu.
Calle Cloverfield, 10, dirigida por el debutante Dan Trachtenberg, cuenta la historia de Michelle, que tras sufrir un accidente con su coche despierta en un inquietante búnquer, encadenada a una pared, y con su apresor, un paranoico obsesionado con la supervivencia llamado Howard, que le asegura que le ha salvado la vida, ya que la humanidad, fuera de ese refugio, ha sido eliminada.
Con Emmett como único compañero de desventura, el trío protagonista deberá aprender a confiar uno en otro en un espacio reducido en el que la realidad sobre lo que ha sucedido en el exterior es una apuesta que puede marcar la supervivencia de cada uno de ellos.
Calle Cloverfield, 10 juega muy bien sus cartas en cuanto al juego de desconcertar, con pistas falsas que cambian la percepción de lo que sucede en varias ocasiones y con una protagonista, la muy correcta Mary Elizabeth Winstead, que comparte el punto de vista con el propio espectador, aunque quien realmente impone con su presencia es el gran (en todos los sentidos) John Goodman, capaz de pasar de anfitrión bonachón a peligrosa amenaza en un pestañeo.
Quizá la principal deficiencia de la película no sea precisamente culpa de ella, sino de la casualidad. Y es que puede que se eche en falta un poco más de angustia caustrofóbica, que el ahogo que puede suponer vivir encerrado en tan poco espacio se contagie más al espectador. Y sin duda la coincidencia en pantalla con la magnífica La habitación ayuda a provocar tal sensación.
Con todo, Calle Cloverfield, 10 es un interesante thriller tan intrigante como divertido que, al igual que sucedía con La habitación, sufre un cambio de registro en su recta final que si bien tiende al exceso y desconcierta ante la nueva película que se abre al espectador sin duda revoluciona el ritmo de la película consiguiendo resultar una toda una sorpresa pese a la sucesión de tópicos y clichés (totalmente intencionados) que ofrece.
Muchas veces se ha comparado el cine de Abrams con las producciones ochenteras del estilo de su admirado Spielberg a las que rinde total tributo en Super8, pero en este tramo final de su última producción me viene a la mente ciertas películas propias de la década de los cincuenta, sin llegar a valorar más mi comentario por poder rozar el spoiler.
Buen debut de Trachtenberg como director e interesante historia que podría (o no) ampliar la historia vista en Monstruoso y que volverá a las pantallas al menos en una tercera ocasión de la mano de Bad Robot.

Valoración: siete sobre diez.

sábado, 12 de marzo de 2016

LA SAGA DIVERGENTE: LEAL. La última soseria utópica, parte uno.

En una época en la que mes sí, mes también, nos encontramos con alguna adaptación del tres al cuarto de esas novelitas para adolescentes femeninas que se engañan creyendo que fantasear con los machos alfa de estas obras (evidentes sucedáneos de los Vales, Superpops y pegatinas forracarpetas de otras generaciones) es el equivalente a consumir literatura de verdad (guiño, guiño) no voy a hacerme el sorprendido por la apatía total y absoluta que desprende este título, penúltima entrega de una saga que no debió pasar de la primera.
Con no pocas similitudes con la referente LosJuegos del hambre (aunque también podría llegar a salvar ciertos momentos de El Corredor del Laberinto), La saga Divergente copia sin rubor los esquemas de las andanzas de la pizpireta Jennifer Lawrence, pero centrándose en sus defectos e ignorando sus virtudes. O, si acaso, corrompiéndolas.
Con una distopía en la que la metáfora politicosocial implícita (el poder corrompe) se repite hasta en dos ocasiones en la misma película (y eso que se supone que solo adapta la mitad de la novela), no hay espacio para la sorpresa en esta sucesión de clichés tan mal dirigida como interpretada. Si en Los Juegos del Hambre se jugaba a que el personaje encarnado por Julianne Moore terminaba siendo tan dañino como el villano que era Donald Sutherland, en esta ocasión es Naomi Watts quien tras derrocar a Kate Winsley termina alzándose con el papel de villana para que luego pase a manos de Jeff Daniels. Y ojo, no estoy soltando ningún spoiler. No solo salta a la legua desde el primer minuto que entra en escena (y por si no somos muy perspicaces el guaperas de la función, Cuatro, se asegura de recordarlo constantemente) sino que incluso se puede ver en el propio tráiler.
Sin ánimos ya de encontrar más contenido que el ofrecido en la capa más superficial de su historia, podría quedarnos el consuelo de al menos estar ante un buen entretenimiento, pero tampoco. Hay demasiados peros que impiden disfrutar de una película que se repite continuamente de manera cíclica y sin espacio para el más mínimo riesgo. La poca espectacularidad que ofrece se debe más al dinero que al talento, y tampoco es que el abuso de digitalización de para mucho. Además, el director maneja tan mal los ritmos que ni siquiera consigue que la muerte de un supuesto protagonista tenga el más mínimo valor dramático.
Resulta curioso además, como la supuesta necesidad de partir en dos la novela para poder adaptarla mejor no consiga que lo poco que se puede rascar de la historia quede bien explicado. Mientras la protagonista Tris y sus amiguitos campan a sus anchas al otro lado del muro (empeñados en realizar acciones sin sentido y poco acordes con sus propios personajes), la historia de la lucha que se produce en Chicago, aquella que han dejado atrás, entre las fracciones de Naomi Watts y la de Octavia Spencer , es narrada de forma confusa y apática, mientras que los esfuerzos por infantilizar tanto la cosa impiden que se vea la más mínima gota de sangre incluso tras un disparo en la nuca a bocajarro, lo que resta el pretendido dramatismo de las muertes.
Los actores, por su parte, no solo están horrendos, sino que pueden estar cavando su propia tumba, demostrando que están en esta película por obligaciones contractuales o por simple dinero. Ni Jeff Daniels ni Naomi Watts parecen creerse nunca sus papeles. Theo James, Zoë Kravitz y Ansel Elgort no merecen pasar de fugaces estrellas postadolescentes y los cabeza de cartel, la Shailene Woodley que asombró en Los descendientes y el Miles Teller que se metió a la crítica en el bolsillo por su papel de batería llorón en Whiplash (aunque ese mismo año se granjeó el odio de la crítica por su papel de superhéroe llorón en 4 Fantásticos), apuntan peligrosamente a unas carreras tan erráticas que amenaza con encasillarles en papeles vacíos y sin carácter.
Y es que si algo demuestra el anodino papel de Tris en este tercer capítulo de la saga es su total falta de carisma y personalidad, limitándose a ser una marioneta que se aleja sin pretenderlo del papel de líder al que debía someterse la Katniss de Los Juegos delHambre.
Quizá la única virtud de la película sea el esfuerzo por disimular que se trata de una mitad de película y darle una entidad más episódica que la saga inspirada en las novelas de Suzanne Collins o el desenlace de la franquicia de Harry Potter no supieron hacer. Pequeño mérito ante tan enorme despropósito plano y sin garra suficiente para llegar al menos a entretener.

Valoración: tres sobre diez.

domingo, 6 de marzo de 2016

CIEN AÑOS DE PERDÓN: Entretenimiento efectivo aunque vacío.

Me encuentro ante una extraña dualidad a la hora de escribir sobre esta película. Siempre he defendido a ultranza las virtudes del cine español. Y me refiero con ello no a poner nuestra producción patria por encima de lo que nos llega del otro lado del charco (no soy tan iluso) sino más bien a pretender ver que aquí se pueden hacer filmes tan virtuosos como los financiados con dinero yanqui.
Cien años de perdón es un claro ejemplo de que aquí se pueden hacer películas americanas de muy buena factura. No importa las nacionalidades ni las fobias que se puedan sentir hacia la cinematografía propia para disfrutar de un entretenimiento de casi dos horas sobre un atraco a un banco que recuerda poderosamente al estilo visual de Sidney Lumet, Michael Mann o incluso la escena inicial de El Caballero oscuro de Nolan. Hay, incluso, un deje argumental del Plan oculto de Spike Lee, siempre sirviéndose de ese invento que Alfred Hitchcock dio a llamar McGuffin. Y todo eso, sin olvidarnos de que estamos ante unos ladrones con un tufillo a héroes que al final deben caernos bien y quedar casi como los buenos de la historia, como si de unos Clooneys, Pitts o Damon del montón fuesen y trabajaran para la banda de un tal Ocean. Todo, como pueden ver, referentes muy americanos.
Mezclando todo ello en una batidora la película de Daniel Calparsoro sobre un atraco con rehenes en una España corrupta y de inestables ideologías políticas funciona bien en cuanto a ritmo y emoción, consagrándose a las virtudes de sus dos protagonistas, unos Luis Tosar y Rodrigo de la Serna que contagian química, y a un cuidado ejercicio de estilismo que permite que la película navegue entre el thriller y la crónica social sin permitir que decaiga en ningún momento el interés.
Pertenece este trabajo a esa colección de títulos más o menos admirables que demuestran que nos tics que tanto han dado al cine de nuestro país (y que tantos odios han engendrado también) son cosa de otros tiempos. Un cine dinámico, ecléctico y, digámoslo claro, muy comercial, como son las obras de Enrique Urbizu,  Daniel Monzón o Alberto Rodríguez. Unas películas que, insisto, no tienen nada que envidiar al cine americano.
Sin embargo, si me niego a situar al cine español por debajo del yanqui tampoco sería justo exigirle menos que a aquel. Si bien es cierto que Cien años de perdón puede resultar tan entretenida como otras películas de ladrones con aires de Robin Hood como la mencionada Ocean’s eleven, Le llaman Bodhi, The Town o Reservoir dogs, también resulta a la postre tan vacía de contenido como algunas de las aquí mencionadas.  Es Cien años de perdón una película que se disfruta mediante su visionado pero que se olvida al término del mismo, culpa en parte de una exceso de personajes apenas elaborados o que, por ahondar en el arquetipo, rezan el ridículo, caso de los interpretados por Raúl Arévalo o Luis Callejo, por poner un par de ejemplos.
Quizá el principal problema de Cien años de perdón, y que impide que llegue a ser una gran película pese a sus evidentes méritos, es la pretensión de su director, Calparsoro, por querer profundizar en una deriva que se le va de las manos. La insistencia de convertir a los villanos en héroes con una subtrama de corrupción política que al final no va a ningún sitio desinfla una historia en la que parece que lo que se pretende es explicar al espectador algo que ya conoce sobradamente: los chanchullos del poder. Y ese ejercicio estéril de pretenciosidad, insistiendo sobre lo evidente, hace que se pierda demasiado tiempo dando vueltas en círculo y se abandone la fuerza de una trama que debiera haber sido más negra y policiaca.
Es cine de entretenimiento comercial, sí, pero no de autor. Aunque se pretende.

Valoración: seis sobre diez.