sábado, 30 de abril de 2016

CAPITÁN AMÉRICA: CIVIL WAR. Rozando la perfección.

Apenas un mes más tarde del estreno de Batman v.Superman: El amanecer de la Justicia, y con el debate entre sus seguidores y detractores todavía vigente, nos llega la otra cara de la moneda, la apuesta de Marvel por reflejarnos el conflicto internos entre los héroes abanderados en sus días más oscuros.
Como si de vasos comunicantes se tratara, mientras en Warner intentan poner algo más de humor en sus producciones (al menos en comparación con la oscuridad de la trilogía de Nolan y El hombre de acero) en la acera de enfrente se están poniendo cada vez más serios. Parece inevitable hacer comparaciones entre ambas compañías, más cuando sus últimas apuestas parten de la misma base (un conflicto entre dos grandes héroes que termina en una lucha sin cuartel debido a las manipulaciones del villano de turno), pero aunque parece innegable que en Warner tratan de construir su propio universo mirando de reojo a la competencia en Marvel tienen los cimientos bien construidos y no se preocupan más que por seguir adelante por su propio camino.
Efectivamente, Capitán América: Civil War (una película tan impresionante que podría ser el colofón de cualquier saga pero que sin embargo no es más que la primera piedra de la fase tres que culminará con La guerra del Infinito) es la lógica consecuencia de los hechos descritos en Capitán América: El Soldado de Invierno y Los Vengadores: la era de Ultrón.
Tras el impecable trabajo realizado por Joss Whedon, los hermanos Anthony y Joe Russo se han coronado como los grandes constructores de Marvel tomando el relevo del neoyorquino. Después de los acontecimientos vistos en películas anteriores en las ciudades de Nueva York, Washington y, sobre todo, en la nación de Sokovia, las muertes de inocentes pesan sobre las conciencias de los Vengadores y el gobierno decide tomar cartas en el asunto. Los tratados de Sokovia son un acuerdo por el cual el equipo pasará a ser un grupo gubernamental, pero ello significaría regirse por los intereses particulares de una entidad concreta, algo que va contra los ideales que siempre ha defendido Steve Rogers.
Durante toda la saga las diferencias entre Iron Man y el Capitán América han sido recurrentes, pero será ahora cuando sus posiciones serán más enfrentadas, obligando al resto de héroes a tomar partido por uno de los dos.
Los Russo han creado una historia compleja e inteligente, con un villano de gran nivel sin necesidad de grandes artificios ni mascaradas de opereta, y que sin pretender buscar un debate profundo y pretensioso sí invita a posicionarse en favor de uno u otro bando. Necesariamente alejada de su contrapartida en los comics, Civil War es una película donde se refleja el peor momento de los superhéroes, en la que se crearán diferencias irreconciliables y para la que no puede haber vencedores, sólo derrotados.
Los Russo consiguen además dos grandes méritos: por un lado manejar un reparto impresionantemente extenso sin que se les escape de las manos, con momentos de brillo para cada uno de los personajes pero sin olvidar que en todo momento es el Capitán América y solo él quien está en el centro de la historia (junto a su relación con Iron Man por un lado y con el Soldado de Invierno por otro), mientras que por otro consiguen presentar nuevos personajes con coherencia y eficacia. 
Tenemos aquí a Pantera Negra y al nuevo Spiderman brillando con luz propia, provocando aplausos en la gradería, y  de los que, sin perder más tiempo del necesario,  se cuenta lo justo para entender los personajes y sus motivaciones.
Todo ello, con escenas espectacularmente bien filmadas, quizá no tan plásticas como las de Whedon pero con grandes coreografías, creíbles y sin la sobrecarga de CGI que amenazan con deformar películas similares.
Todo en Civil War rezuma grandeza. Hay mil guiños para los fans que no entorpecen al argumento para los profanos, tiene el toque justo de humor, la grandeza de Spider-man (y el cachondeo autoreferencial con tía May), una sorpresa enorme, apuntes para posibles romances futuros, el recuerdo justo y necesario a los ausentes y, sobre todo, dolor, mucho dolor.
Y aunque pueda parecer un tópico, en este caso no lo es: a partir de ahora las cosas ya no volverán a ser iguales.
Posiblemente, la mejor película de superhéroes hecha hasta la fecha. No es perfecta, como ninguna película lo es, pero difícilmente puede mejorarse.
Pura grandeza…

Valoración: Nueve y medio sobre diez.

THE LADY IN THE VAN: Maggie Smith y poco más...

Dirigida por Nicholas Hytner, uno de esos realizadores “perdidos” cuyo último título data de hace ya diez años, The lady in the van está inspirada en la historia real del escritor Alan Bennett, que firma el guion y tiene un cameo al final del film.
La veterana Maggie Smith da vida a miss Shepherd, una anciana de misterioso pasado que vive en una furgoneta que periódicamente aparca frente a cualquier casa de una tranquila zona residencial de Londres. Tras coincidir fortuitamente con Bennett se crea un vínculo entre ellos que culmina cuando, tras el cambio de las ordenanzas municipales que impiden a la indigente aparcar en la calle por no ser residente, el escritor le permite aparcar dentro de su propiedad. Con claras simetrías entre la relación protectora que tiene con la anciana y el distanciamiento hacia su propia madre, la película indagará en la simbiosis entre ambos personajes, jugando a especular con cuál de ellos terminará dependiendo más del otro. En este sentido, la película aspira a aunar las ansias de conocimiento del escritor con el pasado  incierto de la mujer, tal y como sucedía entre los personajes de Steve Coogan y Judi Dench en Philomena, de Stephen Frears. Sin embargo, Hytner no es Frears y no consigue imponer en su película la frescura y empatía de aquella.
A la postre, The lady in the van es un conjunto de situaciones más o menos acertadas que se sustentan en el gran trabajo interpretativo de su actriz protagonista, colosal Maggie Smith, mientras que la base que sustenta la relación es totalmente superflua. En ningún momento el espectador puede creerse la historia, precisamente por lo mal contada que está. Todo sucede porqué sí y en ningún momento se justifica la redención de Bennett ante el carácter desagradable y gruñón de la mujer, así como resulta artificial el “buenismo” de todos los que los rodean, desde los vecinos que, ignorando la mala imagen que la desvencijada (y maloliente) furgoneta da al barrio, la agasajan continuamente con comida y regalos, hasta los servicios sociales, que hacen lo impensable por ella sin  comprobar siquiera su identidad.
Película de buenas intenciones que no pasa de simpática y cuya única baza real es el trabajo de Smith.

Valoración: Cinco sobre diez.

jueves, 28 de abril de 2016

13 MINUTOS PARA MATAR A HITLER: Intrascendente crónica histórica.

En 13 minutos para matar a Hitler el director alemán Oliver Hirschbiegel regresa a su país de origen para volver a hablar de los oscuros años de dominación nazi como ya hiciera en la interesante El hundimiento (ya ha anunciado que pretende convertir esa película y la que nos ocupa en partes de una trilogía sobre el tema) después de que su aventura americana no se haya saldado todo lo satisfactoriamente que le hubiese gustado, con la ignorada Cinco minutos de gloria, la vilipendiada Invasión (ese aburrido remake de La invasión de los ladrones de cuerpos con Nicole Kidman y Daniel Craig) y la directamente mediocre biografía de la princesa Diana..
En 13 minutos para matar a Hitler se narra el intento verídico del carpintero Georg Elser para atentar contra el führer cuando este se encontraba en una cervecería  celebrando el aniversario del Putsch de Múnich. El atentado fracasó y provocó ocho fallecidos, todos ellos civiles, ya que Hitler había abandonado el local antes de lo previsto.
La película cuenta, en dos líneas temporales, tanto el atentado como las consecuencias que este tuvo para Elser en el campo de concentración de Dachau (el motivo de que no hubiese una ejecución inminente era que Hitler estaba convencido de que Elser no había actuado sólo y pretendía desenmascarar a todos los componentes de la conspiración), mientras a modo de flashbacks nos va introduciendo en la vida personal del protagonista, en cómo va tomando poco a poco consciencia de la amenaza que Hitler supone para su propio país y, sobre todo, nos muestra la historia de amor entre él y Elsa Harlen, la esposa de un hombre violento de su pueblo natal.
El problema que tiene Hirschbiegel en esta película es que pretende abarcar demasiado en la vida personal de Georg Elser, reincidiendo demasiado en la trama romántica e impidiendo el correcto avance de la acción. Parece, casi, como si nos encontrásemos ante el planteamiento perfecto para una mini serie de televisión, pero las casi dos horas que dura el film son insuficientes para que se expliquen correctamente las motivaciones de Elser. Además, se dan muchos datos sobre él que quedan desdibujados y no hace sino confundir al espectador, como es la relación con su padre, su paternidad con una novia de la infancia o el conflicto con el marido de Elsa. Al final, nos encontramos con un drama de época mal narrado y uno se queda con las ganas de profundizar más en el tema del atentado, que es de lo que realmente se supone que va la película. Al fin y al cabo, descubrir como poco a poco las “supuestas” buenas intenciones del partido nazi se van oscureciendo hasta devenir en la amenaza que terminaron por ser es algo que ya hemos visto en mil películas.
Hirschbiegel no consigue aportar nada nuevo a uno de los episodios más negros de la historia moderna, y lo que realmente podría interesar como es ese atentado fallido bastante menos popular que la operación Valkiria al final sabe a poco.
Es interesante, sí, como todo lo relacionado con el nazismo, y más viniendo desde la misma Alemania, pero demasiado intrascendente.

Valoración: Seis sobre diez.

martes, 26 de abril de 2016

NUNCA ES TARDE (DANNY COLLINS): En busca de la redención.

Steve Tilston es un cantante de folk británico que pese a no haber conseguido un gran éxito internacional goza de cierta popularidad y prestigio dentro de su círculo. Con más de cuarenta años de carrera a sus espaldas en 2005 descubrió que apenas grabar su primer disco, tras una entrevista en la que confesaba su temor porque una hipotética vida de fama y dinero perjudicara a su música, el mismísimo John Lennon le había escrito una carta ofreciéndole consejo y ayuda; una carta que él nunca recibió hasta muchos años después y que podría haberle cambiado la vida.
Siguiendo esta curiosa anécdota real, el guionista Dan Fogelman, especialista en títulos de dibujos animados pero también autor de la estupenda Crazy, stupid, love y de la divertida Plan en Las Vegas, debuta en la dirección con Nunca es tarde (Danny Collins), donde cuenta la historia de un veterano rockero que, tras una vida de fama y excesos,  recibe la carta que Lennon le escribió hace décadas y decide replantearse toda su vida.
Condenado a giras en las que no hace más que repetir éxitos del pasado y a vivir de discos recopilatorios, Collins es el arquetípico artista conservado en alcohol y drogas, con varios divorcios en su haber y un hijo al que nunca ha conocido. Nunca es tarde es, pues, una comedia dramática de sabor agridulce pero siempre amable sobre las oportunidades perdidas y el duro camino hacia la redención, un camino en el que es difícil no tropezar con las mismas piedras de siempre.
Fogelman apuestas para su estreno como director por una película sencilla y humilde, no demasiado arriesgada, pero muy efectiva. Escrita por él mismo, tiene sus mejores cualidades literarias en los diálogos entre Collins y su manager (a la vez que mejor amigo) o en la relación del artista con la directora del hotel en el que se aloja durante su desesperado intento de renacimiento. Claro que para ello el director tiene varios ases bajo la manga. Tres, en concreto, en forma de grandes actores. Al Pacino, en ocasiones muy acomodado y en otras algo excesivo, está aquí perfecto en la piel de la estrella que se encuentra ya de vueltas de todo y solo quiere recuperar el tiempo perdido, Christopher Plummer interpreta a su amigo, esa versión sabia de Pepito Grillo que tan bien funciona en este tipo de películas, y Annette Bening es el objeto romántico del film, una mujer de carácter totalmente opuesta a las groupies a las que Collins está acostumbrado. Tres grandes veteranos que desbordan talento en un reparto que completan, con eficacia, Bobby Cannavale y Jennifer Garner como el hijo y la nuera por los que nunca había interesado el rockero hasta ahora.
Fogelman no persigue grandes alardes en su salto a la dirección, solo contar una historia sencilla de la manera más efectiva posible. Y lo consigue de sobras, logrando una empatía con todos los protagonistas más allá de lo excesivamente amable que en ocasiones pueda parecer con ellos.

Valoración: Siete sobre diez. 

lunes, 25 de abril de 2016

LOS MILAGROS DEL CIELO: Lacrimógeno drama espiritual.

Producida por la misma gente que dio pie a El cielo existe (y cuya línea argumental parece indudablemente definida), resulta increíble que este melodrama que bien podría haber sido poco más que televisivo llegue a las carteleras de nuestro país cuando tantos títulos quedan en el tintero o se estrenas casi de tapadillo.
Con semejante título, y el inevitable aviso de que todo lo que se explica en el film es real, no hay duda de por dónde van los tiros. No considero, sin embargo, que una película de clara tendencia a apoyar una ideología religiosa sea un impedimento para su disfrute. Muchos vieron grandes virtudes en el film de Bertolucci Pequeño Buda sin necesidad de comulgar con el budismo, pero el problema de Los milagros del cielo es que es una película tan intencionadamente manipuladora y excesiva que casi roza la pornografía sentimental.
Más allá de las creencias respetables de cada uno y de la credibilidad que se le pueda conceder a los hechos narrados, todo lo que la directora Patricia Riggen, quien el año pasado dirigió, entre otros, a Antonio Banderas y Mario Casas en Los 33 (título que, por el contrario, no tiene siquiera fecha de estreno en España), plasma en esta película es una manipulación descarada en una historia donde no parece existir nada más que la religión y la Fe. Y no estoy criticando esta película por pretender hablar sobre la existencia de Dios, ni mucho menos. La critico por ignorar todo lo demás. Los problemas de dinero, la aparente crisis matrimonial, las inquietudes de las niñas, el buen funcionamiento o no de la clínica veterinaria… todo es obviado para centrar los focos únicamente en la figura maternal de Jennifer Gardner  y la enfermedad incurable de su hija.
Independientemente de si esta película va a ayudar a alguien a creer en algo o no (supongo que eso dependerá de lo preconcebido que uno vaya al cine) no cabe duda que si lo que se quiere es llorar es el título adecuado. Y ahí es donde me rebelo ante una falta de sutileza tan descarada y un regocijo en el sufrimiento tan pueril que roza la indignación. Aunque reconozco que, por otro lado, me descoloca el momento humorístico protagonizado por Queen Latifah, totalmente fuera de tono con el resto del film, como si la directora hubiese conseguido colar algo de cine de verdad en un momento de despiste de los productores.
En fin, tampoco hay que regodearse tanto en las flaquezas de este telefilm inflado. Al fin y al cabo, tampoco pretende engañar a nadie, y quien acuda a verlo sabrá exactamente con lo que se va a encontrar. Eso sí, vayan bien provistos de kleenex.

Valoración: Cuatro sobre diez.

BIENVENIDOS A GRECIA: Insípido humor germano

Por algún motivo, todo el mundo ha querido emparejar esta película (incluso la distribuidora con su ridículamente evocador título) con Bienvenidos al norte, aquella exitosa comedia francesa de 2008 sobre los tópicos que diferenciaban a las gentes del norte y del sur del país galo que sí tuvo un remake italiano llamado Bienvenidos al sur en 2010 y a la que también podemos asociar nuestros Ocho apellidos vascos.
Bienvenidos a Grecia, sin embargo, nada tiene que ver con estas películas. De producción alemana, la historia se asemeja más a La gran seducción, aquella película tan simpática en el que los habitantes de un pueblecito pesquero de Canadá liderados por Brendan Gleeson debían engatusar a un médico de ciudad (Taylor Kitsch) para que se quedara unos días en el pueblo, orquestando mil y una (y que también era un remake de una película francesa, por cierto). Con similar argumento, en Bienvenidos a Grecia son los habitantes de una pequeña isla griega quienes deben liar al enviado de un banco alemán para que crea que la isla es más de lo que parece y mantengan el aval para un proyecto turístico.
Cierto es que se remarcan los tópicos sobre las diferencias sociales, pero aquí la cosa va más sobre el engaño y la final (y evidente) seducción por parte del pintoresco lugar que por el enfrentamiento cultural. De hecho, casi no hay tal enfrentamiento, pues los griegos quedan retratados como imbéciles irreparables y el alemán, por más que quieran pintarlo como cuadriculado y rígido, actúa como pienso que actuaría cualquier ser sensato en su situación.
Siendo todo muy previsible hasta las últimas consecuencias, no tiene Bienvenidos a Grecia ni la chispa ni el buen humor de La gran seducción, igual que el director no logra plasmar la belleza (que sin duda sí tiene) de una isla que parece más árida y tosca que otra cosa.
Con unas interpretaciones muy pobres y un humor tan tonto como escaso, Bienvenidos a Grecia es un despropósito de principio a fin, que solo conseguirá provocar las sonrisas del público más conformista.

Valoración: Tres sobre diez.

TORO: El difícil camino de la redención.

Más allá de las comedias más o menos correctas o el costumbrismo que ha caracterizado nuestro cine, desde los lejanos años de Berlanga hasta el Almodóvar actual, el despegue de calidad (o por lo menos de reconocimiento en taquilla, de manera generalizada) ha venido mediante apuestas por un cine de estilo cortado por un patrón específico.
Si hasta hace poco parecía que lo que caracterizaba al cine español moderno eran las películas de género, esa forma tan simplista de englobar al suspense, al fantástico  y al terror, donde proliferaron autores como Alejandro Amenábar, Jaume Balagueró, J.A. Bayona o Paco Plaza, ahora es tiempo para los thrillers de corte policiaco. En los últimos meses se han reivindicado nombres como Alberto Rodríguez (La Isla Mínima), Daniel Monzón (Celda 211, El Niño) o enrique Urbizu (No habrá paz para los malvados), y sólo en lo que llevamos de año se han estrenado con éxito obras como El desconocido (Dani de la Torre) o Cien años de perdón (Daniel Calpalsoro).
Kike Maillo es un director que podría estar en la lista de los primeros merced a su debut en el largometraje con EVA, aquella fábula futurista con robots demasiado humanos, pero salta definitivamente al segundo con su nueva película, protagonizada por los dos actores más taquilleros del panorama nacional: Mario Casas (le pese a quien le pese) y Luis Tosar (que interviene, curiosamente, en la mayoría de las películas antes mencionadas).
Toro cuenta la historia de dos hermanos (Casas y Tosar) fieles retratos del perdedor de bajos fondos, simples delincuentes de poca monta a merced de Romano,  un “padrino” brillantemente interpretado por José Sacristán (actor que vive una segunda juventud gracias a su apuesta por los jóvenes valores, lo que le ha permitido aparecer en títulos como la imprescindible Magical Girl de Carlos Vermut o la más floja Vulcania de José Skaf). 
Cuando uno de ellos, apodado Toro, el preferido de Romano, decide retirarse para vivir una vida de legalidad, un último trapicheo se tuerce, provocando la muerte delm tercero de los hermanos. Toro cumple condena en la cárcel pero cuando logra la condicional, convertido en un hombre nuevo, descubre que no es fácil huir de los fantasmas del pasado.
Ambientada en Torremolinos y sus alrededores, Toro es una intensa historia de redención y segundas oportunidades, muy sórdida en algunos momentos, cuyas evidentes debilidades de un guion algo tramposo y facilón se compensan con los recursos visuales de Maillo, que lejos de limitarse a poner la cámara para plasmar la historian y punto exige un protagonismo para sí mismo en forma de planos líricos y juegos de luz que ayudan, junto a las tres interpretaciones principales, a aumentar el nivel de la película y que se intuye desde los mismos títulos de crédito, en los que se refleja algo del estilo de Fincher.
Apenas acabamos de inaugurar el segundo trimestre del 2016 y ya parece que estamos ante otro año glorioso para nuestro cine, con apuestas descaradamente arriesgadas como esta que, rápidamente, se va a posicionar como uno de los títulos más interesantes de la cartelera actual, junto a la Kiki de Paco León.
Después, claro está, saldrá el espabilado de turno diciendo que el cine español es una mierda y que todas las películas son iguales. Pero allá cada uno con su ceguera…

Valoración: Siete sobre diez.

VICTOR FRANKENSTEIN: Entretenida reinvención

Engañoso título el de Victor Frankenstein que ningunea al verdadero protagonista de un film puramente palomitero y sin más pretensiones que entretener al precio de caer en el olvido rápidamente y quizá (y ya les digo yo que no) aspirar a abrir una saga de poca monta. 
Y es que estamos ante una nueva adaptación de la novela de Mary Shelley pero desde el punto de vista, no del doctor ni del monstruo, sino del ayudante, el jorobado Igor. Un Igor que, por cierto, no aparecía en la novela original, sino que fue creado para el cine, primero en títulos como la saga de Frankentein de la Universal de los años 30 bajo el nombre de Fritz pero que se convirtió en el icono que es hoy en día gracias a la parodia de Mel Brooks de El jovencito Frankenstein.
Pretende su director Paul McGuigan, de la mano con el guionista Max Landis, ofrecer un nuevo enfoque a la historia ya conocida, pero su variación de los arquetipos de sobras conocidos del doctor obsesionado con sus ideas y su fiel ayudante no consiguen aportar demasiado como para merecer la etiqueta de innovadora. Cierto es que recurre a una narrativa bastante más moderna de lo habitual, salpicada de escenas de acción y sabiendo alternan correctamente el humor negro que la define con el dramatismo que ocultan el pasado de sus personajes protagonistas, a los que dan vida unos Daniel Radcliffe y James McAvoy empeñados en dejar atrás el lastre de sus famosos Harry Potter y Charles Xavier.
No estamos, desde luego, ante el horror aquel de hace un par de años que trataba de colarnos al monstruo salvando al mundo de unas gárgolas vivientes en Yo, Frankenstein, pero creo que desde la infravalorada adaptación de Kenenth Branagh de 1994 no ha habido ninguna aproximación interesante al mito del moderno Prometeo. Quizá, y debido sobre todo a la ambientación en un Londres más cercano a la revolución industrial que a su estilo victoriano, y a sus frenéticas escenas de acción, la película se me antoja una hermana bastarda de la reinvención que en 2009 se hizo de Sherlock Holmes, aunque desde luego McGuigan no es ni de lejos digno de compararse con Guy Richie. A modo anecdótico, diré que incluso se incluye en su reparto a un Moriarty, Andrew Scott, aunque en este caso de la magnífica Sherlock de la BBC.
Pasatiempo distraído al que no hay que pedirle demasiado, puesto que no nos lo va a dar…

Valoración: Cinco sobre diez.

EL SECRETO DE UNA OBSESIÓN: Digno remake

Resulta difícil valorar esta película y ser justos con ella, ya que todo título merece ser juzgado por sí mismo y no en relación a sus antecedentes, pero el hecho de que El secreto de una obsesión sea un remake de la estupenda El secreto de sus ojos la condiciona demasiado.
Tratando de ignorar la existencia de la cinta de Campanella, la versión que Billy Ray ha dirigido tiene un cierto regusto a Thriller de los noventa de segunda fila que se me antoja algo desfasado. No porque tenga nada de malo en su factura, sino porque parece un poco pasado de moda, retrayéndome a films como Análisis final, Jennifer 8, Copycat… Incluso la elección de sus actrices protagonistas así parece demostrarlo. Estamos hablando de una película que lleva seis meses en espera de su estreno y que en los propios USA pasó muy desapercibida pero, ¿se imaginan la repercusión que en esos noventa habría tenido una película que reuniera en su elenco a Julia Roberts y Nicole Kidman?
Aunque Juan José Campanella figura en los créditos como productor ejecutivo, imagino que habrá influido directamente en la película tanto como Jaume Balagueró lo hizo en Quarentine, el remake fotocopiado de REC. Sin embargo, a Billy Ray se le nota la devoción que sentía por la película argentina y ha cuidado con precisión algunos detalles de manera que, por más que el argumento tome en algún momento un camino diferente al de la original, sí recrea alguna escena de forma milimétrica, provocando una sonrisa al espectador que conserve fresca en su memoria El secreto de sus ojos.
Protagonizada por Chiwetel Ejiofor, que hereda el papel de Ricardo Darín, estamos de nuevo ante una historia contada en dos épocas: la actual, en la que Ray Casten está trabajando en el sector privado, y los recuerdos de un brutal asesinato acometido hace trece años, cuando Casten era investigador del FBI. Acompañado por su colega  Bumpy (Dean Norris) y bajo la permisividad más o menos intencionada de la nueva fiscal del distrito, Claire Sloane (Kidman), el cuerpo violado y sin vida que encuentran es el de la hija de la compañera y amiga de Casten en el FBI, Jessica Cob (Roberts), en la diferencia más evidente con respecto al film de Campanella.
Un turbio asunto que derivará en la obsesión a la que hace referencia el título (elegido para no confundirlo con la película argentina, ya que en inglés sí se ha llamado Secret in their eyes) y que funciona relativamente bien mezclando drama y suspense y donde los actores realizan un buen trabajo, aunque sin llegar ninguno a la maestría.
Más que ensuciar el recuerdo de la película anterior, como sucede en la mayoría de remakes estadounidenses, la película ofrece un punto de vista más moderno (ahí están las referencias a la paranoia post 11S) y americano, aunque se diluye en el tono poético que rondaba el film de Campanella (el juego de las puertas abiertas o cerradas, por ejemplo) mientras que la historia amorosa pierde fuelle al no estar bien cerrada. Casi se podría decir que, en la comparativa, El secreto de una obsesión sale bien parada en sus formas pero carece del alma que hizo de El secreto de sus ojos una pieza imprescindible en la filmografía argentina y un éxito internacional que no va a conseguir su homónima americana.
Con todo, es suficientemente digna como para merecer su visionado, aunque su limitada distribución tampoco invite demasiado a ello.

Valoración: Seis sobre diez.

domingo, 17 de abril de 2016

EL HÉROE DE BERLÍN: El poder del espíritu olímpico.

Aunque pueda ser de sobras conocida la historia de Jesse Owens, el atleta de color que batió varios record (robando, de paso, la gloria aria) en las Olimpiadas de Berlín de 1936 delante del mismísimo Hitler, su relato es tan cinematográfico que merecía sin duda una nueva versión fílmica.
Además, El héroe de Berlín (y vale que todos sepamos cómo va a terminar la cosa, pero tampoco hacía falta que nos lo contaran ya en el título en español, ¿no?) no va, en realidad, sobre un atleta que consigue triunfar, como tantas otras películas deportivas, sino que se hace eco de todo el ruido racial que había a su alrededor en una época que pudo estar marcada por el odio racial nazi hacia los negros y los judíos pero cuya discriminación podía sentir Owens en su propia casa.
Efectivamente, dejando en entredicho si es cierto o no que Hitler le negara el saludo después de conseguir los respectivos Oros olímpicos, lo que de verdad dolió a Owens fue que fuese su propio Presidente quien no lo invitara nunca a la Casa Blanca ni le mandara un simple telegrama de felicitación.
Estamos, pues, ante una película que describe el inicio de la carrera deportiva (relativamente fugaz, por otro lado) de este campeón olímpico pero recogiendo muy bien la sociedad que lo rodeaba, donde el aparente progresismo de los americanos no conseguían ocultar sus mentalidades discriminatorias según las cuales considerar a un negro como alguien inferior era terriblemente cotidiano.
El héroe de Berlín, protagonizada por el joven Stephan James, se centra bastante en la relación del deportista con su entrenador, un correcto Jason Sudeikis que si bien mantiene algunos de sus tics como comediante logra componer con suficiente eficacia un papel poco propicio, a priori, para sus cualidades interpretativas.
Es complicado asegurar hasta qué punto todo lo narrado en la película (dirigida por Stephen Hopkins, otro que parece fuera de su terreno habitual) es totalmente acorde con la realidad o ha sido edulcorado en pos de la historia. Si están confirmadas algunas anécdotas como la amistad de Owens con el alemán Carl 'Luz' Long, la obligación de entrar por la puerta de servicio al hotel Waldorf a una cena que se hacía en su honor o  la incertidumbre de si Estados Unidos participaría en los llamados “Juegos de Hitler” o si los boicotearía (subtrama protagonizada por William Hurt y un acartonado Jeremy Irons). Lo que sí se intuye es que algunos personajes han quedado bastante edulcorados, como el propio Avery Brundage al que pone rostro Irons, (más criticado por su dudosa moralidad de lo que refleja el film) o la directora de cine Leni Riefenstahl (Carice van Houten, Melisandre en Juego de Tronos), realizadora de la película propagandística Olympia, bastante más fiel al régimen de lo que se da a entender aquí (tampoco se insinúa, más allá de un leve episodio de infidelidad, los posibles defectos del propio Owens, demasiado idealizado).
Concesiones, no obstante, que se pueden aceptar sin que perjudiquen al mensaje final de la película, que aúna el espíritu de superación con la igualdad racial y que se atreve, por lo menos, a prolongar el racismo previo a la Segunda Guerra Mundial hasta los propios Estados Unidos.

Valoración: Siete sobre diez.

EL LIBRO DE LA SELVA: Digitalizando la magia.

Dirigida por Jon Favreau (Iron man), esta nueva adaptación de El libro de la Selva pertenece a ese reciente interés de Disney de crear adaptaciones en imagen real de sus obras animadas clásicas, tal y como sucediera con Alicia en el País de las Maravillas o Maléfica, que daba un punto de vista diferente a La Bella Durmiente (y en breve nos llegará un film en imagen real de Dumbo).
No se trata, como se podría imaginar, de una nueva adaptación de la obra de Kipling, sino de una traslación casi literal de la propia adaptación Disney de 1967, con cambios sutiles más estéticos que narrativos, de la que ya se ha anunciado una secuela y que, debido a que los derechos de la novela son libres, contará con otra adaptación el año que viene de la mano de Andy Serkis en su debut como director.
Poco se puede comentar de una película que no esconde ninguna sorpresa en su interior y que ofrece exactamente lo que prometía, trasladar a imagen real (es un decir, pues excepto el niño que interpreta a Mowgli lo demás es todo digital) las aventuras del niño abandonado en la Selva de la India y criado por una manada de lobos. De nuevo tenemos la protección de la pantera Bagheera, la amistad con el oso Baloo, la incierta amenaza de la serpiente Kaa –esta con una aparición más breve que en el film animado- y el enfrentamiento con el sanguinario tigre Shere Khan, todos ellos interpretados en su versión original por grandes figuras de la actuación (Ben Kingsley, Bill Murray, Scarlett Johansson e Idris Elba respectivamente). Sin apenas nada que aportar en su historia (algo más de oscuridad y violencia), la verdadera esencia de su película está en su prodigio técnico. La recreación de los animales de la película es casi perfecta y contienen una expresividad y viveza milagrosa. 
Tampoco está nada mal el trabajo tras las cámaras de Favreau, un director que vuelve al cine de las superproducciones tras el batacazo de Cowboys & Aliens, que pese a algún momento en su primera mitad en la que el ritmo amenaza con descontrolársele consigue saldar con éxito el metraje final, dotando a la película de la emoción y espectacularidad que exigía la historia.
Podría ser, puestos a buscar cosas negativas, la parte correspondiente a King Louie (a quien pone voz Christopher Walken). Parece ser que cuando en la obra de Kipling, que pretendía ser una fábula bastante fidedigna con los paisajes de su India natal, se describía a un grupo de monos bastante anárquicos, en Disney crearon la figura de ese orangután amante del jazz que pretende conseguir el secreto del fuego para ser aún más poderoso, pese a que esa especie animal no es original de la India. En esta nueva versión, puestos a echarle imaginación, han sustituido al orangután por un  gigantopithecus, una especie desaparecida hace millones de años pero que sí habitó esa zona del sudeste asiático. El resultado es una especia de King Kong de segunda que rompe con la sensación de realismo que impregnaba la película y que, además, tiene un desenlace visual relativamente similar al que llegará posteriormente con Shere Khan, aparte de ser el único momento (el resto son melodías muy bien insertadas que rememoran el film original) en el que un animal se pone a cantar sin ton ni son. Toda la escena es fallida y desluce la magnificencia del resto, por más que se olvida pronto permitiendo reconducirse con facilidad la historia.
En resumen, un buen entretenimiento, espectacular en su realización técnica, con suficiente espíritu aventurero para convencer a grandes y pequeños por igual.

Valoración: Siete sobre diez.

domingo, 10 de abril de 2016

OBJETIVO: LONDRES: Pasó el tiempo de los chicos buenos...

Hace un par de entradas he comentado el estreno de Las Crónicas de Blancanieves: El Cazador y la Reina del Hielo, que era una secuela de una película de hace unos años que coincidió en su fecha de estreno con otra de igual argumento. 
Exactamente lo mismo sucede en el caso del otro estreno “blockbuster” de esta semana, Objetivo:Londres, secuela de Objetivo: la Casa Blanca que en 2013 compitió en taquilla contra Asalto al poder, ese film de Roland Emmerich de inferior calidad pero más espectacularidad. Con Babak Najafi sustituyendo a los mandos a Antoine Fuqua, Objetivo: Londres parece querer emular a esa Asalto al poder aumentando la dosis de espectacularidad de su predecesora pero bajando algo el listón artístico.
Con Gerard Butler de nuevo como el tipo duro que salva la situación y Aaron Eckhart en el papel de Presidente de los Estados Unidos la acción se traslada esta vez a la capital británica, donde el inesperado fallecimiento del Primer Ministro convoca a los principales mandatarios del mundo para un funeral que es un verdadero quebradero de cabeza para los respectivos cuerpos de seguridad.
De nuevo cualquier trasfondo reflexivo se deja de lado (hay alguna insinuación sobre la posibilidad de que los propios gobiernos sean los culpables de sus males, pero se deshecha de inmediato), incluyendo el aspecto sentimental (en eso Emmerich solía ser más cuidadoso), obviando al momento las muertes más dolorosas en pos a que todo conduzca a un final feliz. Es esta una película de explosiones, con la destrucción de los principales monumentos nacionales y que si bien no aporta nada novedoso (visualmente hablando) a las destrucciones ya perpetradas por el mencionado Emmerich o Michael Bay (el otro maestro de la destrucción) sí añade un elemento de angustia y terror (que no han sabido potencial, por cierto) al ver que la tragedia no viene de la mano de monstruos mutantes o alienígenas, sino algo tan real y tangible como el terrorismo. Aun así, pese a que los acontecimientos del 11-S cambiaron nuestra manera de ver las amenazas terroristas, tiene todo en esta película un velo de inverosimilitud demasiado evidente, sin que en  ningún momento se esfuercen en pretender que nos creamos la historia merced de un plan de ejecución por parte de los malos tan complejo como imposible. Por ello, el camino más fácil de evitar el ridículo sea pasar totalmente de cualquier tipo de explicación y que nunca nos entremos de cómo consiguen la mayoría de los objetivos.
Recuerdo cuando se estrenó la primera película que sus defensores (yo entre ellos) la definieron como La Jungla de Cristal 5 (y es que la verdadera Jungla de Cristal 5, esa cosa llamada Un buen día para morir, nunca existió para sus fans), y Mike Banning (el personaje encarnado por Butler) recogía el testigo de John McClaine. Sin embargo, son tiempos difíciles, y el McClaine de Bruces Willis parecería una hermanita de la caridad al lado de Banning. Ya estamos acostumbrados a los héroes oscuros y vengativos, con los personajes de Liam Neeson a la cabeza y en una generación en la que Superman y Batman matan, pero Banning está un poco pasado de rosca. 
Más allá de la posible implicación por su sentido del deber y su amistad personal con el Presidente, esta no es una historia de venganza, sino de supervivencia, pero la manera de actuar de Banning parecen un acto de venganza hacia todo el mundo islámico, por más que por motivos de corrección política se disfrace a los terroristas de traficantes de armas sin claros trasfondos políticos o religiosos más allá del dinero (aunque por el otro bando, la película rezuma patriotismo americano hasta límites insospechados). 
En un momento de la trama Banning retiene a un enemigo y lo tortura con sadismo para que el hermano de este oiga sus gritos de agonía. Entonces, el Presidente le pregunta: “¿Es realmente necesario?” y Banning, imperturbable, responde: “No”. Y todo el cine se parte de risa. Este es un resumen perfecto del tipo de película que tenemos entre manos, en la que los tipos buenos ya no lo son tantos y el ojo por ojo está a la orden del día. Todo vale si es para defender nuestra bandera y el honor y los valores son ya cosa de otro tiempo.
Y no sé qué es peor, que la película presuma de esa violencia gratuita sin complejos, o que el público disfrutemos de ello, riéndonos del dolor ajeno y de la crueldad de un protagonista que en ningún momento tiene los matices ni motivaciones que podría tener el Mel Gibson de Rescate o el mencionado Neeson en la saga Venganza.
Tenemos, pues, un producto de puro disfrute, con acción a borbotones, violento y espectacular, algo plano en su dirección pero con una escena en concreto bastante llamativa, un largo asalto a un edificio que demuestra que hoy en día eso de hacer interminables planos secuencia (con trampa, pero bueno) no es ya demasiado meritorio (¿te enteras, Iñárritu?) y que tiene un simpático aroma a videojuego totalmente intencionado.
No está a la altura de la primera ni será considerada como La Jungla de Cristal 6, pero tampoco me importaría, con lo de moda que están ahora los crossovers o Universos Compartidos, que algún día este Banning se cruzase en su camino con el bueno de McClaine.

Valoración: Seis sobre diez.

JULIETA: vuelve el mejor Almodóvar.

De nuevo una semana más, como ya me sucediera con Kiki, el amor se hace, me acerco al cine a ver una película española con cierta desconfianza. Y una vez más, salgo de la misma gratamente sorprendido. Y no porque la temática de Julieta me produjera resquemor, ni mucho menos, sino por el infausto recuerdo que tengo de la última película de Almodóvar, esos espantosos Amantes pasajeros herederos del humor más vulgar y vergonzoso de nuestra filmografía.
Está claro que Almodóvar lleva unos años mucho más inspirado cuando crea melodramas (siempre con un cierto aroma al Hollywood crepuscular con Douglas Sirk como principal referente) que en la comedia.
Julieta, además, se sostiene firme sobre la intensa interpretación de sus dos protagonistas, unas Adriana Ugalte y Emma Suárez que dan vida al mismo personaje en dos etapas diferentes de su vida.
Aun con toques muy sutiles de humor, Julieta es la historia de la dolorosa relación entre una madre y una hija, explorando el manchego el terreno de la incomunicación y el distanciamiento emocional y plasmando en imágenes el dolor de forma magistral. 
No es Julieta una película redonda, desaprovechando algunas analogías que podrían haber dado mucho juego (el distanciamiento entre Julieta y su padre es debido a una situación muy parecida a la que ha vivido ella misma con el padre de su hija, por ejemplo, aunque ello no repercute en la trama, como si no fuese más que algo casual), pero acierta en dar el tiempo justo en pantalla a cada actriz, consiguiendo que las escenas de flashbacks correspondientes a Ugalte no rompan el ritmo narrativo del presente de Suárez y viceversa.
Tiene Julieta todos los síntomas propios de su director, pero a la vez es posiblemente la película menos almodovariana de su filmografía, como si, consciente del mal sabor de boca que dejó su última película (y el enfrentamiento de críticos que provocó la anterior, La piel que habito, que a mí me apasionó), hubiese decidido dar un golpe sobre la mesa y demostrar que todavía tiene mucho que contar, desgranando con su eficacia habitual los recovecos femeninos e implicando emocionalmente al espectador, que sentirá a Julieta como parte de ellos mismos.
Me resulta curioso, además, el juego que Almodóvar propone desde el primer momento, apoyado en la música de su fiel Alberto Iglesias, que invita a pensar que la película va por el terreno del thriller. Algo hay en el desconcierto de los primeros planos que nos hacen sospechar que algo está a punto de torcerse, y aunque no sea éste el camino elegido ayuda en gran medida a mantener la intensidad dramática. Julieta es triste, dolorosa y sensible, pero se disfruta como un chocolate amargo cuyo sabor permanece en nuestro recuerdo durante mucho tiempo.

Valoración: Ocho sobre diez.

EL CAZADOR Y LA REINA DEL HIELO: más de lo mismo pero un poco peor.

Hace cuatro años Blancanieves y la leyenda del Cazador se apuntaba a la moda de adaptar cuentos clásicos a la gran pantalla y, aunque no fue un gran éxito, si supo estar por encima de la otra película de Blancanieves estrenada por las mismas fechas: Mirrow, mirrow, a mayor gloria de la madrastra Julia Roberts. 
Sin entrar a valorar la calidad de una actriz más por su belleza que por su talento, muchos se preguntaban cómo podía el espejito famoso decir que la Blancanieves Kristen Stewart era más hermosa que la malvada Charlize Theron, y esa puede ser una de las claves por la que el personaje de la Stewart haya desaparecido de esta secuela, El Cazador y la Reina del Hielo, a diferencia del de Theron, pese a morir (aparentemente) en aquella. Y es una lástima, porque si bien por aquel entonces la joven actriz californiana arrastraba el sambenito de su insípido papel en la saga Crepúsculo, ahora, con títulos como En la carretera, Siempre Alice y, sobre todo, Viaje a Sils Maria, está comenzando a ganarse un merecido prestigio.
Pero lo importante de aquella película no era en realidad ni Blancanieves ni la reina mala, sino el Cazador, un héroe al que ponía cara (y físico) Chris Hemsworth y que parecía un amalgama entre su propio Thor y algún guerrero salido de la saga de El Señor de los Anillos. Él era el héroe de la historia y sobre él gira esta nueva película que parece pretender formar parte de una larga saga, a juzgar por el subtítulo de la película: Las Crónicas de Blancanieves (en España, en el título original el subtítulo destaca al Cazador), y su escena final.
También ha habido cambio de cromos en la silla del director, sustituyendo Cedris Nicolas-Troyan a Rupert Sanders sin que eso se aprecie apenas en pantalla, careciendo de personalidad fílmica tanto uno como otro. Lo que sí hay son dos incorporaciones de órdago: Emily Blunt y Jessica Chastain, reuniendo así a tres de las mejores actrices del panorama actual.
Con este escenario, algún secundario reconocible como Nick Frost o Sam Claflin, ambos estaban ya en la primera película, y alguno que no tanto, como Sheridan Smith, Sope Dirisu y Sophie Cookson, la película arranca con un epílogo anterior a la “era de Blancanieves” para saltar luego unos años después de lo acontecido en la primera película, siendo así precuela y secuela a la vez, permitiéndonos conocer algo del origen de el Cazador para volver a verlo convertido en el héroe de la historia y con el espejo mágico como objeto del deseo de todos. Sin embargo, la historia es tan simple y los personajes están tan mal desarrollados que cualquier atisbo de complejidad argumental es pura casualidad. Todo es, a la postre, una copia de cosas vistas muchas veces antes, y si en Blancanieves y la leyenda del Cazador no había una gran originalidad aquí se han quitado definitivamente las caretas y han copiado con un descaro exagerado todo lo que han querido y más. De nuevo las influencias de El Señor de los Anillos y Thor están presentes, pero a eso se añade elementos que recuerdan a Las Crónicas de Narnia, Maléfica, Pan, pero sobre todo (y esto es lo más sangrante, ya que se supone que es la baza principal del film y el elemento más novedoso) a Frozen. En efecto, el personaje de Emily Blunt, hermana del de Theron, es un calco casi textual del de esa maravilla de la animación de Disney, aunque con una personalidad mucho más desconcertante, pasando de victima a villana a mártir sin apenas lograr emocionar al espectador.
Entiendo que una película de estas características no pretenda más que ofrecer un buen espectáculo y entretener al respetable, sin poder aspirar a segundas lecturas ni interpretaciones más sesudas, pero resulta absurdo reunir un elenco tan impresionante de estrellas (sobre todo en el apartado femenino) para luego desaprovecharlas así. Es como si todos los esfuerzos para llevar a buen puerto esta película se hubieran consumido en la preproducción y no quedara ya nada que ofrecer una vez comenzado el rodaje. Todo es demasiado simple, demasiado plano y ni siquiera los efectos especiales, que requieren de cierta espectacularidad en ciertos momentos, están a la altura.
Hemsworth derrocha carisma, Theron está más hermosa que nunca (y no es un comentario machista, no crean, es que ciertamente hay muchas escenas que parecen más uno de sus anuncios de Dior que una escena de una película de aventuras) y que su papel sea mucho más plano que en la primera película no impide que su interpretación sea la mejor y eclipse en pantalla a todos sus compañeros de reparto, y los nuevos fichajes, Blunt y Chastain, cumplen sin más, pidiendo a gritos líneas de diálogo más inteligentes o algo de personalidad para sus roles.
Una vez más estamos ante una película entretenida sin más, que aprueba justito más por lo estimulante que es ver a sus protagonistas en acción que por el resultado final, y que ni siquiera mejora la original. Y lo curioso es que, pese a lo innecesaria que era, tenía en su planteamiento elementos que podrían haber dado mucho más de sí. ¿A la tercera será la vencida? Lo dudo, aunque si repiten Hemsworth y Theron yo volveré a caer en la trampa…

Valoración: Cinco sobre diez.

ALTAMIRA: extraño publireportaje de las pinturas.

Extraña coproducción entre España, Estados Unidos y Francia con un reparto tan internacional como rechinante, Altamira iba a ser originalmente un documental y prueba de ello es su ritmo irregular y la dirección plana de un veterano como Hugh Hudson que más allá de Carros de fuego no ha hecho apenas nada destacable.
Con Antonio Banderas (tan solvente como siempre) como gran valedor, el film narra el descubrimiento de las pinturas rupestres en la cueva de Altamira y como la autentificación de las mismas supuso un cisma entre ciencia y religión (la fecha en la que se calculaba que fueron realizadas ponía en entredicho la teoría de Adán y Eva) e incluso entre los propios científicos (tampoco las fechas cuadraban demasiado bien con lo que se sabía entonces sobre la evolución, siendo los propios seguidores de Darwin quienes dudaron del hallazgo.
Marcelino Sanz de Sautuola y, sobre todo, su hija de ocho años, María, fueron los descubridores de las pinturas en una época convulsa donde la pugna entre ciencia y fe estaba en su máximo apogeo, representada incluso en el propio matrimonio Sanz.
Sin entrar en spoilers sobre el argumento, la historia nos cuenta que Marcelino Sanz fue ridiculizado por la comunidad científica y no fue hasta catorce años después de su muerte que recibió el reconocimiento merecido. Curiosamente, su hija María (la otra gran protagonista de la película, interpretada por Allegra Allen a los ocho años e Irene Escolar en su edad adulta) es la bisabuela del fallecido empresario Emilio Botín y precisamente su hija Lucrecia es la principal productora de la película.
Una historia interesante y una Santander que luce de maravilla, con esa belleza natural tan propia de la costa cantábrica, el reparto es lo más desconcertante de todo, con el británico Rupert Everett (irreconocible) interpretando a un monseñor, la iraní Golshifteh Farahani haciendo de Conchita, la mujer de Marcelino y presencias tan extrañas como la de Javivi o Maryam d’Abo, la que fuera Chica Bond allá por el 87.
Extraño popurrí que no ayuda en nada a una historia que no termina nunca de arrancar y que termina siendo un mero spot sobre las cuevas (actualmente cerradas al público) con momentos oníricos (esas pesadillas de la pequeña María) que entorpecen y donde, aparte del paisaje y la reivindicación histórica del personaje, el noble esfuerzo de Banderas por sacar adelante su personaje resulta algo estéril por culpa de un guion flojo y un director inexistente.
Aun así, aunque solo sea por conocer la historia de uno de los tesoros nacionales, podría valer ya la pena.

Valoración: Cinco sobre diez.

KIKI, EL AMOR SE HACE: Todo lo que usted siempre quiso saber sobre sexo...

Confieso que entré en la sala a ver Kiki, el amorse hace con ciertos reparos, sin saber exactamente con qué me iba a encontrar. Todavía no creo que Paco León haya demostrado ser un gran director con sus dos “experimentos” en homenaje a su madre  Carmina, por lo que verlo enfrentándose a una película “de verdad” se planteaba como un gran desafío, y más con una base argumental tan peliaguda como pretender hacer una comedia sobre sexo que, sobre el papel, podría ser más apropiada para alguien como Almodóvar que para un novato como León.
Sin embargo, una vez vista la película, Kiki, el amor se hace se ha convertido en un verdadero descubrimiento. Con un protagonismo coral repartido en diversas historias que más que entrecruzarse se rozan a duras penas, un elenco de actores muy interesante y las filias sexuales más extrañas que pueden existir (y existen, esa es la gracia), la película es una sucesión de gags desternillantes, capaces de arrancar la carcajada como pocas veces he presenciado en el cine en mucho tiempo, capaz de reflejar las relaciones sexuales con tanta naturalidad como buen gusto (aunque hay que reconocer que en los momentos más poéticos visualmente hablando abusa un poco del tópico con muy poca sutilidad).
Naturalmente, pasa lo que pasa siempre con las historias corales, que siempre hay alguna historia que funciona mejor que la otra y cada espectador tendrá su preferida mientras que le puede sobrar alguna otra, aunque personalmente considero que la media está muy bien equilibrada y que ninguna llega a desentonar con respecto a otra.
La dacrifilia (excitación mediante las lágrimas), elifilia (atracción sexual por ciertos tejidos), somnofilia (desear sexo con alguien dormido), harpaxofilia (excitación sexual en momentos de violencia, como un atraco), triolismo (el gusto por el sexo en grupo) son las cinco filias que abordan las cinco parejas protagonistas. Inspirada en la película australiana The Little death, de Josh Lawson, Fernando Pérez y el propio Paco León han configurado un guion casi perfecto, que eludiendo la vulgaridad y midiendo muy bien los escasos aunque necesarios desnudos del film se atreven a hurgar con humor en temas peliagudos (y no me refiero solo a los sexuales), sin pasarse en ningún momento de la raya ni resultar ofensivos pese al humor negro (muy negro) que riega constantemente la película.
El reparto está espléndido, algo habitual en Natalia de Molina, Belén Cuesta, Candela Peña o Alexandra Jiménez, pero con grandes trabajos también de Luis Callejo, Álex García, David Mora, Luis Bermejo, Ana Katz, Mari Paz Sayago, Maite Sandoval o, por supuesto, Paco León.
Mantiene León el tono naturalista que destacaba en las dos entregas de Carmina, incrementado por el detalle de que la mayoría de los personajes comparten nombre de pila con sus intérpretes, pero definitivamente el sevillano se corona como un gran director y compone una película brillante, divertidísima e imprescindible para aprender a acometer riesgos y salir triunfante de ellos. Y es que, como el mismo director dijo en la presentación, no hay que tener miedo de hablar de sexo. Al fin y al cabo, todos venimos de un kiki, ¿no?

Valoración: Ocho sobre diez.

HERMANÍSIMAS: Comedia gamberra en baja forma

Amy Poehler y Tina Fey son dos reconocidas humorísticas en los Estados Unidos además de muy buenas amigas y no es Hermanísimas su primera colaboración cinematográfica juntas, aunque posiblemente sí la más relevante. No son, sin embargo, grandes reconocidas en nuestro país, y por ello que la película haya pasado bastante desapercibida en nuestras carteleras.
Hermanísimas es la clásica historia sobre el síndrome de Peter Pan, esta ver representado en dos hermanas que, aprovechando la venta de la casa en la que se criaron, deciden montar una fiesta en la que recordar us años de juventud, intercalando de paso sus roles de antaño: la divertida y alocada por un lado y la responsable y formal por el otro.
En la línea de las clásicas gamberradas americanas, se agradece que la escatología y vulgaridad que parece obligatoria en estas crónicas se haya rebajado hasta convertirla casi en una comedia familiar, más en comparación con algunas “cosas” estrenadas recientemente, pero se le hecha en menos, en cambio, un poco más de mala baba, de acidez en sus gags y de originalidad en su planteamiento.  Hermanísimas carece de la garra y la fuerza necesaria para merecer ser recordada más allá de su salida de las salas de cine, no pasando de ser una comedia simpática y agradable de ver, algo ñoña en su moralina final y cuyas únicas bazas reales son la química entre las dos protagonistas y la presencia de dos ilustres veteranos como James Brolin y Dianne Wiest.
Por ahí, haciendo el canelo, deambula también alguna que otra cara reconocible, tales como John Leguizamo, John Cena o Maya Rudolph y con Ike Barinholtz como interés romántico.
Cine de consumo, para ver y olvidar, adecuada para una tarde de domingo lluviosa pero poco más. No será, desde luego, el trabajo por la que serán recordadas estas dos artistas del Saturday Night Live y otros productos televisivos.

Valoración: cinco sobre diez.

jueves, 7 de abril de 2016

Análisis: ¿PORQUÉ HA DECEPCIONADO BATMAN V. SUPERMAN?

Ha pasado apenas una semana desde el estreno de Batman v Superman: El amanecer de la Justicia y las redes sociales están que arden con la polémica sobre su calidad. 
Es habitual en estos casos que haya gente a la que les guste y gente que la odie (ya sucedió con El hombre de Acero e incluso con Star Wars: El despertar de la Fuerza), pero en este caso la controversia parece más sangrante todavía, puede que debido al gran fandom que hay tras ella, a la eterna rivalidad entre CD y Marvel o a la proximidad del estreno de una película con una base argumental relativamente similar como es Capitán América: Civil War.
Sea como sea, me cuesta entender el odio absoluto tanto como la devoción total, estando yo en un punto intermedio en cuanto a la aceptación de esta película. Tanto es así que tras haberla visto por segunda vez (pensaba que con el tiempo y el segundo visionado en cine le bajaría mi nota inicial, pero la voy a mantener) continúo pensando que merece un aprobado (está un puntito por encima de El hombre de Acero, pese a que cada vez que me paro a pensar un poquito en su guion me da un bajón terrible) aunque comparto la sensación de muchos seguidores de que es un film decepcionante. Y es que pese a todo, tiene en su factura y sus intérpretes unas posibilidades que podrían haberla convertido en algo grande, en la verdadera piedra de toque del Universo cinematográfico de DC que, sin embargo, termina con un tufillo de fiasco que invita a esperar muy poco de esa Liga de la Justicia que está por llegar.
Como considero que dos semanas es tiempo suficiente como para que los fans más radicales la hayan visto ya, voy a intentar explicar desde mi humilde punto de vista todo lo que ha hecho mal Snyder y sus colaboradores que han perjudicado a la película. Esto va a ser, por supuesto, un análisis cargado de spoilers, así que quien no la haya visto aún pero piense hacerlo que se abstenga de leer estas líneas. O no, porque el único spoiler grande de verdad se descubre con saber en qué comics sean basado para escribir el guion, así que…
Vamos allá:
El director. Zack Snyder es el gran perdedor de esta película y el que debería estar en tela de juicio de cara a su participación en las dos partes de las que se va a componer La liga de la Justicia. Admiro a este realizador desde su El amanecer de los muertos y creo que hizo un trabajo impecable con 300 y Watchmen, pero en esta saga, no sé si influenciado por la producción de Christopher Nolan, pretende hacer un trabajo tan oscuro que emborrona su propia dirección. Hay escenas, como la de la persecución en el puerto, exageradamente confusas y mal filmadas, hasta el punto que ni se destaca el batmovil ni se disfruta de la supuesta espectacularidad de la escena. Y eso por no hablar ya del enfrentamiento final contra Doomsday, donde la sobrecarga de explosiones y rayitos anaranjados lo invaden todo. Tampoco las escenas de vuelo de Superman lucen como deben y solo se puede disfrutar de su trabajo en los momentos más introspectivas, como las conversaciones entre Clark y Bruce o los enfrentamientos entre Lex Luthor y la senadora Finch. Además, ese anhelo por la oscuridad, que hace que el uniforme de Superman parezca casi más negro que azul, así como la amargura que le confieren al personaje, hace que la metáfora del enfrentamiento entre la luz y la oscuridad quede en nada. ¿No es, al final, Superman tan oscuro como el propio Batman? Y esto nos lleva a…
El guion. Sin duda lo peor de la película. Y que un film que pretende ser tan serio y trascendental tenga una historia tan floja y con tantas lagunas es casi ofensivo. Fui el primero en quejarme del casi inexistente guion de Mad Max: Fury road, pero es evidente que aquella película fue concebida como un gran espectáculo, una descarga de adrenalina luminosa y visualmente impactante, pero no es de eso de lo que va este Batman. No me cansaré de insistir en lo mal guionista que me parece este David S. Goyer, que parece haberse convertido en una especie de gurú del cine de superhéroes. Suyas son cosas como Blade Trinity, Jumper, Ghost Rider: Espíritu de Venganza, la serie Constantine o El hombre de acero. Y aún siguen contratando al colega… Y da la sensación de que la entrada de Chris Terrio (guionista con un solo trabajo en su haber, la por otra parte excepcional Argo) sólo ha servido para fortalecer la presencia en pantalla de Batman y su amigo Ben Affleck. Se suponía que esto iba a ser la secuela de El hombre de acero, pero luego es el murciélago quien destaca más en pantalla, aunque tampoco de forma clara. Al fin y al cabo el motor de la historia es el juicio popular contra Superman y el clímax lo compone su (aparente) muerte. Entonces, ¿en qué quedamos? Por medio, un montón de subtramas mal desarrolladas, miles de deus ex machina con los que hay que tragar, personajes sin motivaciones claras y la sensación de que esto es más un tráiler de dos horas y media (y ciento veinte millones) de La liga de la Justicia que una película con entidad propia. Y es que parece que la sombra de Marvel condiciona demasiado a las producciones Warner.
La historia. Comienza la cosa con la muerte (otra vez) de los padres de Bruce Wayne. Esto nos indica ya quien es el protagonista de la película. Incluso el prólogo, titulado Metropolis conoce a Superman, que corresponde al final de El hombre de acero visto a pie de calle, está centrado en la figura del propio Wayne. Tras las críticas recibidas por la destrucción gratuita y excesiva del final de la peli de Superman, este comienzo es una demostración de que han querido enmendar los errores. Al final, veremos que no hay tal aprendizaje y se vuelve a reincidir en lo mismo, por más que se busquen la excusa de que el clímax se produce en una isla deshabitada (¿en serio nos tenemos que creer que con esas explosiones gigantescas no hay nadie cerca para ser herido?). El arranque es verdaderamente bueno, y el juicio popular contra Superman sería muy interesante si estuviese bien desarrollado. 
Da la sensación, sin embargo, que aparte del propio Batman (y no tengo muy claro porqué) y las reservas de la senadora Finch (algo incentivadas, pero no mucho, por los tejemanejes de Lex Luthor), la gente está a favor del superhéroe, al cual, por cierto, no vemos en ningún momento hacer nada heroico (ahí están las escenas de rescates, muy bonitas todas ellas, pero siempre fuera de plano; ¡si hasta añoro cosas como el rescate del avión de la mediocre Superman returns!). Solo en la subtrama del congreso se ven manifestaciones públicas en su contra, pero tras la muerte de Superman es santificado como por arte de birlibirloque. ¿Acaso no termina todo en una ola de destrucción contra una amenaza de origen kriptoniano exactamente igual que en la primera película? ¿Qué ha cambiado? ¿Es solo la hipocresía de la gente al conocer el fallecimiento y, por lo tanto, que ya no es una amenaza como tal? (Y, por cierto, ¿cómo pueden autentificar su muerte si se dice que no hay cadáver? ¿O es la tumba de Clark Kent la que está vacía? ¡Qué mal montada está esa escena final…!). Sin embargo, dejando de lado las dudosas motivaciones de los personajes (eso me lo dejo para el final), la cosa está bastante interesante mientras se mantiene el duelo entre Superman y Batman. Con Luthor urdiendo en las sombras, la confrontación resulta creíble y emocionante, pero todo se va al traste en cuanto entra en escena Doomsday y se vuelven a repetir los errores del pasado en una aburrida repetición de explosiones y destrucción visualmente nada atractiva. 
Y por si fuera poco, todos los insertos relativos a la futura Liga de la Justicia no hacen sino entorpecer la acción. Y eso me deja una duda: ¿es una peli para todos los públicos o solo para los más fieles seguidores de los comics? Porque los primeros no van a entender nada de las visiones de Batman o del flashforward de Flash y las referencias a Darkseid y los Parademonios, ni mucho menos de lo que pinta ahí Wonder Woman (o quien sea, porque su nombre no se dice en ningún momento) mientras que quien sabe de qué va esto se han tragado el spoiler de la muerte de Superman (por más que el propio Snyder pidiera que nadie revelara nada) al ver a Doomsday en el tráiler, ya que todo indicaba que las inspiraciones de la película estaban en El regreso del Caballero Oscuro y La muerte de Superman. Más claro, agua, ¿no?
Los actores. De lo mejor de la película. Henry Cavill me convence, y mucho, como Superman. Reconozco que no lo tenía muy visto antes de El hombre de acero, pero me parece un digno sucesor de Christopher Reeve. Que su Superman sea un amargado no es culpa suya, sino del guion. Bastante hace él con componer un personaje con una personalidad tan plana. Lo mismo sucede con Ben Affleck. Creo que es el mejor Batman que ha habido hasta ahora, y eso que yo soy muy fan de la encarnación de Michael Keaton. Y también Gal Gadot consigue aportar lo que se espera de ella: mona y delicada en su versión de Diana Prince y brutal y firme como Wonder Woman. 
En cuanto a los secundarios, Jeremy Irons es un  gran heredero de Michael Caine, y consigue que Alfred sea, de nuevo, el personaje más interesando de la película, haciendo que uno desee verlo más en pantalla. 
Jesse Eisenberg hace una interpretación impresionante, pese a que su Luthor sea totalmente diferente a lo que cabría esperar. Es odioso e insoportable, pero eso es lo que le pedía el papel. Poco que decir del resto. Amy Adams no logra aportar nada como Lois Lane y Laurence Fishburne, Diana Lane o Holly Hunter simplemente pasaban por ahí.
Los personajes. Esto ya es otro tema y de nuevo detalles sangrantes que explican las críticas a la película. Ya se ha comentado: Superman es demasiado oscuro. No encarna todo lo bueno y esperanzador que hay en el mundo, como se le supone. 
El problema con él es que Snyder ha querido hacer una evolución de personaje pausada y mezclarlo con acontecimientos precipitados, otra vez por culpa de querer competir con Disney/Marvel y hacer en dos películas lo que la competencia ha hecho en trece. El hombre de acero nos presentaba a un Superman tratando de adaptarse a sus poderes y creencias y ahora lo tenemos con una experiencia de apenas dieciocho meses, todavía confuso y en periodo de aprendizaje (de hecho, en la peli le dan de tortas por todas partes y todo el mundo lo manipula como quiere; ¡si hasta Lois Lane le oculta cosas!). Y esto está bien, pero le quita impacto emocional a su muerte. No muere el héroe de toda la vida que ha salvado el mundo incontables ocasiones, sino un recién llegado, un “novato”. Y más si al lado tiene a un Batman que lleva veinte años luchando contra el crimen. 
Y hablando del murciélago: su caso es totalmente opuesto. Tiene la leyenda ya cuajada, pero es desconocido para el público. Desconocido porque así lo han querido. Sigo sin entender por qué no han querido mantener en continuidad el Batman de Nolan. 
Al fin y al cabo son el mismo Batman. En la tercera entrega el personaje encarnado por Bale ya empezaba a dar síntomas de cansancio y amargura. Bastaba con incluir alguna frase en la película explicando que algo le obligó a volver a Gotham impidiéndole ser feliz alejado de su trabajo como justiciero y esto terminó por volverle más violento, psicótico y paranoico que nunca (una buena opción habría sido la muerte de Robin; al fin y al cabo El Caballero Oscuro: la leyenda renace finaliza con el personaje encarnado por Joseph Gordon-Levitt insinuando que va a continuar con el legado de Batman y en Batman v Superman se ve una traje de Robin –mucho más oscuro del de los comics, por supuesto-, con garabatos hechos por el Jocker, que es quien lo mata en los tebeos). 
Así tendríamos ya un pasado en el que el Jocker ya estaría presentado, igual que Catwoman (por la quisieran incorporar en un futuro) y que para nada se interfiere con la cronología actual (el origen es calcado e incluso se ve arderla mansión Wayne en Batman Begins, bastaría con tomarse la ligera “licencia” de simular que la nueva mansión, que terminó reconvertida en orfanato, se construyó en un lugar diferente). Lo más débil de este Batman es su poca coherencia al odiar sin demasiados motivos a Superman al principio (simplemente por ser tan poderoso ya lo considera una amenaza que merece incluso la muerte) y no solo terminan siendo amigos de la forma más inverosímil sino que incluso se dedica, al final de la película, a buscar a más seres poderosos, ahora con la idea de formar equipo y ser “superamiguitos”. No me lo trago.
Lex Luthor es lo más desconcertante de la película. Tanto, que incluso existen teorías por ahí que insinúan que este no es el verdadero Luthor de los comics, sino su hijo. Nada tiene consistencia en su personaje. Está chiflado y su plan perfecto para enfrentar a Superman y Batman termina de una forma tan absurda como crear a un ser superpoderoso para que los mate. ¿Y luego qué? ¿Dejar que Doomsday destruya el mundo? Y la insinuación final de que es Darkseid quien maneja sus hilos termina por hundir su poca personalidad. Cierto es que se agradece que no tengamos de nuevo a un Luthor empresarial y poco más, una amenaza demasiado ligera para tales enemigos, pero la inconsistencia de sus motivaciones y su locura histérica tan cercana al Jocker lo convierten en un villano de opereta. De Doomsday mejor ni hablo, ya que creo que estropea todo el buen trabajo de efectos especiales que habían hasta ahora, es un descontrol absoluto y recuerda a los errores que en Sony cometieron con Veneno al final de Spider-man 3. Lo peor de la película sin duda alguna y un desperdicio de personaje que bien tratado podría haber dado para una historia propia entera.
Y en el lado de las féminas Lois Lane da lo peor de sí misma. Más torpe y ridícula que nunca, pretende abanderar la causa del feminismo (“no soy una mujer, soy una periodista” dice en una de las primeras imágenes del film) para terminar siendo salvada hasta tres veces por Superman. Y la última de ellas por tratar de solventar un problema (recuperar la lanza con kriptonita) que ella misma había provocado apenas cinco minutos antes. Para olvidar… 
Wonder Woman, sin embargo, tiene una gran presencia y augura una interesante historia para su inminente película en solitario. Su aparición, sin embargo, reabre el debate sobra a quién va destinado el film. Por más que sea una simple carta de presentación creo que deberíamos saber más de ella o se corre el peligro de que quienes desconozcan completamente al personaje se tronchen de risa viéndola sujetar a Dommsday con un lazo como si fuese una vaquera dominando a una res.
La conclusión. Batman v Superman: el amanecer de la Justicia tiene dos finales: el “épico” y el emocional. Y ninguno de los dos funciona. El primero porque Snyder confunde la violencia con la épica, y una acción desbordada no implica que uno se deba emocionar más con lo que está viendo. Batman v Superman no tiene alma, no invita a empatizar con ninguno de sus personajes, y eso hace que incluso el segundo final, el emocional, no llegue a nuestros corazones. 
No importa que Superman muera. Primero, porque ya ha quedado claro que el protagonista real, el “favorito”, es Batman, no él. Segundo, porque tras el juicio popular no tiene tiempo de una verdadera redención (y al fin y al cabo, la amenaza por la que se sacrifica vuelve a ser de origen kriptoniana, así que en cierta manera es responsabilidad suya) y tercero porque está muy claro que es una falsa muerte. Superman no muere al final de la película, no os dejéis engañar. Y no solo por esa escena final de la arena moviéndose sobre su ataúd. Ni tampoco porque sepamos que en los comics ya murió en manos de Doomsday y resucitó sin problemas (bueno, algún problema sí tuvo, pero esa ya es otra historia). No muere porque no hay motivo alguno para que muera. Sabemos que la kriptonita lo debilita y, tras un contacto prolongado, podría llegar a matarlo, pero una vez alejado de la lanza debería recuperarse. ¿Qué es lo que lo mata, pues? Sin duda, aprovechando ese momento de debilidad, el que Dommsday le atraviese el pecho durante la batalla final. Sin embargo, y pese a que en cine nunca se haya mencionado que Superman tenga un factor de curación al estilo de Lobezno o Masacre (perdón, Deadpool), sí nos muestran como Batman le hace una herida en la cara que ha desaparecido en la escena final con Lois. Así que sí, una vez alejado de la Kriptonita, se puede curar. Y sabiendo eso (más la confirmación de su presencia en La liga de la Justicia), ¿dónde está la emotividad de esa escena?
Este es un pequeño desglose de los muchos errores de una película que, insisto, en contra de lo que pueda parecer, merece mi aprobado. Me lo pasé bien con ella y mi desconocimiento del Universo DC me permite ser más tolerante con las licencias que seguro se han tomado con respecto a los comics (al parecer, la versión tan “psicópata” de Batman es de lo que más ha molestado), pero le encuentro demasiadas lagunas, demasiados errores de bulto como para pasárselos por alto. Cierto que es una peli palomitera y de entretenimiento, y ahí sí que funciona (menos su desproporcionado final, algo que se está volviendo habitual en las películas de superhéroes que parecen empeñadas en pretender superar la grandeza final de Los Vengadores), pero es cuando se pretende dar ese halo de trascendencia, esa profundidad con que diferenciarse del colorido y el humor de Marvel, que invita a exigirle algo más que dos supertipos dándose de leches. Y más si coincide más o menos en el tiempo con cosas tan estupendas como Capitán América: Soldado  de invierto y, sobre todo, la serie de Daredevil.
Quizá es simplemente que no he entendido de qué va la película. Porque no, no entiendo la relación entre Batman y Superman, porqué se tienen tanta manía al principio y de golpe (por interés te quiero, Andrés) son supercoleguitas, ni me queda claro en qué momento descubren sus respectivas identidades secretas; no sé de qué va Wonder Woman, ni cual es su objetivo en la peli (¿recuperar una fotografía digital de la que pueden haber infinitas copias?); no sé qué se pretende con ese escarnio público (o no tanto) a Superman para terminar agasajándolo como a un héroe póstumo; no entiendo (suponiendo que no conociese nada de este mundo anterior a El hombre de Acero) qué pinta la kriptonita en una nave tripulada por gente sensible a ella, ni cómo afecta exactamente a Super ni cómo la han descubierto los humanos; no me entero de las motivaciones de Luthor para hacer lo que hace (¿qué pretende, más allá de ser un monigote manejado por Darkseid?), ni como descubre las identidades de los héroes; lo mismo me pasa con las intenciones de la senadora Finch, mientras que ni siquiera alcancé a entender si Wallane Keefe es un zumbado, un amargado, un mártir o un engañado. Me descolocan mucho los sueños (flashforwars, idas de olla o lo que sean) de Batman y me parece muy cutre la presentación de una Liga de la Justicia que, con la pinta que tienen estos Flash, Ciborg y Aquaman, me apetecen más bien poco.
Eso sí, el resto está muy bien. Puede que, como apuntan algunos, la culpa sea solo del montaje (yo opino más bien que pobre montador, que tuvo que lidiar con tal desbarajuste) o incluso (la excusa de moda en el Hollywood actual) de los recortes de metraje impuestos desde arriba. Habrá que esperar a la versión en formato doméstico de tres horas de duración (sic!) y una clasificación R.
En fin, perdón por el tostón pero tenía ganas de desahogarme un poco. Es lo que pasa con los que no tenemos un podcast para hacer de altavoz…
Estas son mis reflexiones y así os las he contado. ¿Os apetece más debate o nos aguantamos las ganas hasta Civil War?