domingo, 19 de junio de 2016

EXPEDIENTE WARREN: EL CASO DE ENFIELD. Al fin una gran película de terror.

Tras su periplo por el mundo de los atracos y la velocidad que le supuso Fast & Furious 7 y antes de ponerse manos a la obra con Aquaman, el director James Wan regresa a su terreno más conocido, el terror, para narrar un nuevo caso real (tómese esto con pinzas) del matrimonio formado por Ed y Lorraine Warren, a los que ya nos presentó en Expediente Warren pero que no aparecían en el spin off de dicha peli: Annabelle, de la que también se ausentó el propio Wan.
Antes de entrar de lleno en mi opinión de esta película, y sin ánimos de pecar de humilde, estoy obligado a comerme mis propias palabras una vez releída mi reseña de esa primera Expediente Warren, una película inquietante pero poco más donde Wan me parecía más un maestro de la manipulación que un gran director. Tras demostrar que es capaz de cumplir a los mandos de un blockbuster (su paso por la saga de Vin Diesel fue apoteósico, por más que la desgraciada pérdida de Paul Walker ayudó en su despegue en taquilla), Wan me ha convencido también de lo gran director que puede llegar a ser, cosa de la que yo dudaba en dicha reseña.
Expediente Warren: El caso de Enfield es una estupenda película de terror, pero más allá de los sustos, las escenas inquietantes y el mal rollo de la historia (en la que vuelve a firmar como guionista Wan, por cierto), la película es, ante todo, un ejercicio de virtuosismo que la ponen muy por encima de otros productos mundanos del género. James Wan, que constituye una pieza por momentos más dramática que aterradora, sabe dotar a su historia de fantasmas y demonios de ligeras dosis de acción e incluso un toque de humor que, en lugar de desentonar como en otros de sus productos anteriores (véase el caso de Insidious 2), aporta un punto de ligereza necesaria para aliviar tensiones, mientras que se permite narrar también una historia de amor, de miedo a la pérdida y de unión familiar. 
Y lo hace regalándonos interesantes planos secuencias, jugando con los reflejos y moviendo la cámara con una sutileza de la que carecían sus otras películas.
Expediente Warren: el caso de Enfield narra la historia de una mujer abandonada por su marido que, mientras trata de subsistir con sus cuatro hijos, descubre que hay un ente diabólico en su propia casa, residuo de un antiguo propietario. Sorprende (y aplaudo) que se rompa el tópico de mujer aterrada a quien nadie cree y supone un alivio el circo mediático en que su hogar se convierte, hecho que permite la entrada en escena de los Warren, oprimidos por sus propios problemas.
Así, el matrimonio interpretado por Patrick Wilson y Vera Farmiga tiene su propia entidad, en lugar de ser los típicos secundarios sin historia ni pasado, mientras que la fabulosa interpretación de la joven Madison Wolfe, vista últimamente en Trumbo, ayuda a contagiarse del terror y la angustia que su posesión (real o imaginaria) provoca.
Y sí, también hay sustos. Y algunos muy efectivos. Y también alguna presencia que se va a convertir en icónica (baste decir que Javier Botet está en el reparto). Pero eso para mí es casi lo de menos.
Expediente Warren: el caso de Enfield funciona mucho más que como una simple película de terror. Y ello es, principalmente, mérito de James Wan.
Y de Elvis Presley, por supuesto…

Valoración: Ocho sobre diez.

NINJA TURTLES: FUERA DE LAS SOMBRAS: Diversión sin pretensiones.

Apenas dos años después de que Jonathan Liebesman dirigiera, de la mano del productor Michael Bay, Ninja Turtles, la nueva adaptación al cine de los populares personajes reinventados por Nickelodeon, cosechando (como viene siendo habitual en este tipo de superproducciones; véase este mismo año Batman v. Superman o Warcraft) un gran éxito de taquilla pero unas críticas atroces, llega la lógica secuela con cambio de cromos en la silla de director. En este caso es el desconocido Dave Green quien toma las riendas de la producción y, aunque no consigue despojarse de la alargada mano de papá Bay, la cosa logra mejorar un poquito.
El problema principal de la película, y así lo está evidenciando las primeras cifras de recaudación, es que el film de Liebesman no te dejaba con ganas de ver más aventuras de los mutantes ninjas, de manera que (como se ha visto en la saga de otros mutantes, los X-men) la decepción que provocó en el público se ha visto reflejado en la secuela.
No es Ninja Turtles: Fuera de las sombras una buena película, pero al menos sí parece no ser tan pretensiosa como su antecesora y, consciente de que no puede aspirar a más que a entretenimiento pasajero, se limita a divertir con unos personajes más trabajados y cuyas personalidades tienen algo más de empaque que en la primera peli de la saga. Esto permite que, al menos, la película resulte distraída y que las imposibles escenas de acción funcionen algo mejor. Y lo mismo sucede con los secundarios humanos, donde la presencia de Stephen Amell, mucho menos acartonado que en su rancio papel de Oliver Queen de Arrow, ayuda a ampliar el universo de ficción con un personaje que se insinúa potente para futuras entregas. Incluso la prácticamente desaparecida Megan Fox (una muchacha que nunca me aportó nada desde que se hiciera más o menos popular en la inefable Transformers) parece mejorar levemente sus registros. Sigue siendo una actriz mediocre, pero al menos parece intuírsele algo más de carisma que en cualquier otro ejemplo de su marchita filmografía.
Dos son los principales puntos negativos de Ninja Turtles: Fuera de las sombras, y ambos me atrevería a achacárselos a su productor Michael Bay (uno de los tipos, junto a Christopher Nolan, que más negativamente ha influido en el cine de acción actual): por un lado sus enfarragosas escenas de acción, de nuevo precipitadas, confusas y mareantes, principalmente en esa escena inicial que casi invita a salir huyendo del cine a los cinco minutos de metraje. Por otro su descompensado clímax, aspirante a un derroche de espectacularidad que al final queda en nada, con una amenaza sorprendentemente fácil de derrotar y una total ausencia de emoción y frenesí. No es algo nuevo hoy en día, donde muchas películas siguen pretendiendo alcanzar la gloria de la magnífica epopeya de Los Vengadores de Joss Whedon sin conseguirlo. Hay aquí incluso referencias más o menos evidentes como las discusiones internas del equipo o la pretendida invasión extraterrestre a partir de un portal que se abre sobre Nueva York que invitan a la comparación.
El secreto consiste en olvidarse de que estamos ante una película de acción y aceptarla como lo que realmente es, una comedia. Así, las interacciones entre las tortugas nos funcionarán perfectamente y la película se podrá disfrutar como una propuesta palomitera de verano, deleitándonos con algunos hallazgos visuales como la presencia de Bebop y Rocksteady y, sobretodo, ese impresionante y grotesco Krang, que seguro hará las delicias de los fans del comic. También la mayor interacción con los humanos (dejando muy de lado a la rata Splinter) ayuda a implicarse en la historia, por más que lo de Tyler Perry sea de vergüenza ajena y Laura Linney solo preste su nombre y poco más. Es así como podremos disfrutar de una película pretendidamente absurda, con un amenazante villano rodeado de los secuaces más ridículos y estúpidos vistos en años y un cuarteto protagonista que funciona de maravilla como equipo de superhéroes a la par que como familia, con las dificultades que ello conlleva.
La película no ofrece mucho más, pero es que tampoco aspira a ello. Por eso es de agradecerle, al menos, su sinceridad en la propuesta.

Valoración: Cinco sobre diez.

lunes, 13 de junio de 2016

DOS TIPOS BUENOS: añorando el buen cine del pasado

Aunque Shane Black debutó como director en 2005 con Kiss Kiss bang bang, no fue hasta ocho años después, con su segunda película, cuando su nombre comenzó a ser conocido para el gran público, gracias a que su Iron Man 3, pese a las críticas, es la película individual de Marvel más taquillera, superando la meritoria barrera de los mil millones de recaudación. Sin embargo, dentro del mundillo ya era de sobras conocido por su faceta de guionista, y a él se deben títulos tan recordados como Arma Letal, Una pandilla alucinante, El último boy scout o El último gran héroe, películas que lo consagraron como el guionista mejor pagado de su época.
Ahora, en una segunda juventud (tiene en marcha dos interesantes proyectos: Doc Savage y una nueva película de Depredador) gracias al Vengador dorado, Black nos ofrece su nuevo trabajo como director y guionista (en colaboración con Anthony Bagarozzi), una tronchante y emocionante película que es a la vez deudora y homenajeadora a la época en la que Black se convirtió en leyenda, unos crepusculares ochenta (y principios de los noventa) donde las buddy movies estaban (en parte gracias a él mismo) muy de moda. Aunque, quizá para disimular, Black ha decidido ambientar Dos tipos buenos en los setenta, reflejando esos años con más sencillez aunque mayor efectividad también a como lo hiciera David O. Russell en La gran estafa americana.
Dos tipos buenos cuenta la historia de Jackson Hearly y Holland March, un matón de poca monta y un detective fracasado que deben trabajar juntos cuando sus caminos se entrecruzan debido a un caso aparentemente sin importancia que va complicándose de manera gradual, amenazando con salpicar al sector del automóvil (¿referencias veladas al reciente escándalo conocido como el dieselgate de Volkswagen?), la industria del porno o al propio gobierno americano.
En todo caso, el proceso de investigación puede llegar a ser lo de menos cuando la química entre los protagonistas es tan buena como la que se da entre Russell Crowe y Ryan Gosling. Ambos actores están en estado de gracia y demuestran una vis cómica poco frecuenten en el caso del primero y especialmente notable en el del segundo, acostumbrados como nos tenía a su habitual cara de palo.
Con un humor loco y desenfadado que no enturbia para nada una acción trepidante, Dos tipos buenos es toda una delicia para los sentidos, con un aroma naiff que nos evoca a ese cine de antaño que nunca será olvidado pero que quizá no tenga cabida en nuestra sociedad actual (y de ello la poca repercusión que la película está teniendo en taquilla). Quizá el problema sea que está tan orientada al público que creció con el cine de Schwarzenegger y Willis que quizá no interese demasiado a los jóvenes de hoy en día, que son los que se supone deben llenar las salas del cine. No me parece casual que entre los secundarios aparezcan los rostros de Ty Simpkins (en el prólogo que presenta la película, que aunque no había nacido en la época a la que me estoy refiriendo sí fue el chaval protagonista de Jurassic World, que jugaba en la  misma onda nostálgica) o Kim Basinger, referente femenino por aquellos tiempos.
Y no puedo dejar de destacar la presencia de Angourie Rice, el descubrimiento de la película, una chiquilla de apenas quince años que interpreta a la hija de Gosling y se eleva como el tercer pilar del film, amenazando con convertir a la pareja clásica de las buddy movies en un trío y logrando conformar un personaje infantil que, en lugar de molestar, como suele suceder en estos casos, aporta un aliciente más a la trama.
Pese a estar anclada en el pasado, Dos buenos tipos es una comedia de acción fresca, divertida y muy bien filmada, una joyita que merece una oportunidad y que confirman que Black todavía tiene mucho que decir en Hollywood, logrando sobretodo que el choque entre dos grandes actores tan diferentes como Gosling y Crowe fluya con una naturalidad que (si la taquilla lo permite) está pidiendo a gritos una secuela.

Valoración: Ocho sobre diez.

sábado, 11 de junio de 2016

WARCRAFT, EL ORIGEN: El Señor de los Anillos de marca blanca.

Parece que la tónica habitual de los últimos meses es la de la aparición de superproducciones capaces de dividir a público y crítica hasta límites que rozan el odio. Pese a honrosas excepciones, títulos como Star Wars: el despertar de la fuerza, Batman v. Superman: el amanecer de la justicia o, en menor medida, X-Men: Apocalipsis parecen quedarse cortos ante las reacciones que está provocando Warcraft, definida por algunos como la peor película del año mientras que provoca aplausos de los fans al final de algunas sesiones.
Lejos de radicalismos injustificados yo, como es habitual en mí, me quedo en una posición casi intermedia. No es Warcraft, desde luego, una buena película pero tampoco ese desastre que anuncian algunos que invite a arrancarse los ojos tras su visionado.
¿Por qué hay que odiar o amar una película que en muchos casos, no pasa del simple entretenimiento? 
Y ahí está mi principal problema con Warcraft, que en muchos momentos del metraje me aburrí hasta llegar a un punto en que el destino de los protagonistas no me importaba lo más mínimo, llegando a preguntarme hasta qué punto puedo calificarla como entretenimiento. De hecho, muchos os preguntaréis porqué ha tardado tanto en publicarse este comentario, cuando vi la película el mismo día del estreno. 
La respuesta es simple: ante la división de opiniones que ha generado quise esperar unos días antes de escribir sobre ella para digerirla mejor (y no analizarla demasiado en caliente, algo que muchos hacen de forma precipitada), pero cuando me he puesto con ello he descubierto que aparte de las sensaciones que me produjo la mayoría de lo que acontece en ella se ha borrado de mi memoria, demostrando lo poco que ha logrado llegar a interesarme esta aventurilla de orcos contra humanos, y he querido esperar a realizar un segundo visionado para tratar de ser más justo con la misma, tras el cual mi opinión ha caído más bajo aún, resultándome incluso difícil de terminar.
Duncan Jones, director de la magnífica Moon y de la algo más irregular Código fuente es el máximo valedor de la película, un director fan confeso del juego que adapta y que ha tratado de ser lo más fiel posible al mundo de guerreros, orcos y magos creado por Blizzard. En ese sentido los aficionados pueden estar satisfechos con la que parece ser una adaptación impecable. Ahora bien, ¿es conveniente mantenerse tan fiel a una obra en el momento de convertirla en película?
Nunca he jugado a Warcraft ni me ha interesado lo más mínimo ese videojuego, pero como lector confeso de cómics sé perfectamente que es imposible trasladar con total fidelidad una obra, por más que los seguidores más fervientes estallen de indignación con cada sutil diferencia, pero cada medio tiene su propio idioma, y cosas que funcionan en un género pueden cojear en otro. Entiendo a los fans que se muestran felices de ver a sus héroes tan bien representados en pantalla (aunque me comentan que esto en realidad es una precuela que narra hechos anteriores a la historia del juego), pero ¿qué pasa con los que no somos jugones y tan sólo queremos disfrutar de una buena película de fantasía? Pues que lamentablemente el señor Jones y compañía se ha olvidado de nosotros.
La elección del propio Duncan Jones resume lo mejor y lo peor que tiene la película: un director que es un jugador empedernido y se ha esforzado por lograr una simetría con respecto a la historia original casi inaudita (los más jugones reconocerán mil referencias hasta en los más pequeños detalles) pero a la vez es un realizador poco apropiado para tal envergadura, siendo su obra hasta la fecha mucho más intimista y reforzada en el aspecto narrativo  más que en el visual. Warcraft le viene ligeramente grande y la poca profundidad argumental (de la que Jones también es en parte responsable) propicia que el ritmo se le vaya de las manos, apabullando al espectador entre tanto derroche digital, estando todos más centrados en calcar planos del juego que en contar una historia.
Tampoco los actores están a la altura, aunque cuando la mayoría de ellos tiene un bagaje básicamente televisivo ya se entiende que la productora no ha apostado fuerte en este aspecto. El “vikingo” Travis Fimmel no posee ni un ápice del carisma de Viggo Mortensen al que parece querer imitar, Dominic Cooper no resulta en absoluto creíble como rey de un gran imperio y Ben Schnetzer y Ruth Negga simplemente dan pena. Solo Ben Foster trata de esforzarse un poco gracias al único papel que presenta una dualidad interesante (aunque mal desarrollada), el del mago Medivh, mientras que Paula Patton está muy desaprovechada bajo las capas de maquillaje (algo ridículo, como sucede con la mayoría de los personajes femeninos) y merced a un libreto poco esforzado.
A nadie se le escapa que el origen del juego estuvo muy influenciado por la obra de Tolkien, pero mientras que este ha logrado forjar su propia leyenda, posiblemente muy superior a la que originó El Señor de los Anillos en el terreno de los videojuegos, en cine la sombra de Peter Jackson es muy alargada. 
Hay demasiadas cosas en esta película que recuerdan a la trilogía ganadora de once Oscars, y en todas las comparaciones la obra de Jones sale perdiendo, haciendo que parezca casi una imitación de medio pelo cuando sus ciento sesenta millones de presupuesto indican lo contrario (un presupuesto que en algunos momentos luce espectacular mientras en otros flirtea con el ridículo). Cierto que hay momentos de gran brillantez, como los diseños de producción que recrean a Ventormenta o Dalaran o la recreación de algunos orcos y grifos, pero que no superan para nada, pese a la distancia en años, a Rivendel o el abismo de Helm, ni tampoco a los dragones o trolls de la saga de Jackson.
Warcraft es, sin duda, una fiel adaptación, pero nunca logrará empatizar con el público ajeno a la obra original por culpa de una historia que logra ser confusa pese a su simpleza y un desarrollo nulo de sus personajes. Ya he dicho que hay momentos en los que me aburrió, pero ello no fue motivado porque carezca de momentos de espectacularidad y buenas batallas (aunque no tantas como debería, pues el auténtico conflicto queda demasiado alejado), sino por la poca implicación a la que invita al espectador. 
No hay nada peor para una película que la muerte de personajes principales no emocionen al público, y eso es lo que sucede con Warcraft, hasta el punto que da igual lo que suceda en pantalla. Es como si a alguien a quien no le gusta el deporte le hacen ver una partido de fútbol de la segunda división inglesa: por bien que jueguen nunca llegará a interesarse. Eso sí, los verdaderos seguidores van a disfrutar como locos, aceptando a esta obra como a los cimientos de una saga que va a colmar sus expectativas.
Quiero hacer una última reflexión que posiblemente terminará por granjearme el odio definitivo de los que defienden fervorosamente el film argumentando los aplausos que ha provocado en sus primeras sesiones e insultando a los que no opinan como ellos. El año pasado “disfrutamos” de un estreno que también estaba basado en una exitosa obra previa. Los fans (las fans, en este caso) quedaron encantados y emocionados con la película y el primer fin de semana batió records de recaudación, llegando a emocionar a algunos e indignando a otros. Después de esa euforia inicial la taquilla cayó en picado y meses más tarde la película arrasó en los Razzie. No estoy diciendo que Warcraft sea comparable como película a Cincuentasombras de Grey, pero quizá como fenómeno no anden tan distanciadas.  
Y pese a lo que pueda parecer, la prueba de que no pretendo ir de hater es que no he querido referirme para nada al trasfondo misógino y xenófobo que he podido intuir.
Al final, creo que debemos ser un poco sensatos y dejar de lado las reacciones excesivamente apasionadas y radicales. Esto es cine de entretenimiento, y quien haya logrado conectar con la película debe felicitarse por ello y disfrutarla, mientras que quien, aun siendo degustador del cine de fantasía, se haya aburrido, pues peor para él. Yo soy del segundo grupo, y no siento ningún interés ante la posibilidad de una secuela de esta versión desganada y sin épica de El Señor de los Anillos, deshilachada y confusa (reconozco que hay muchas partes de la trama que no entendí, algo parecido a lo que me sucedió con la también flojeras Batman v. Superman) pero no por eso voy a odiar a quien le haya gustado. Al contrario, me voy a alegrar mucho por ellos.
Al fin y al cabo, esto es la magia del cine y no lo que hace ese tal Khadgar.

Valoración: cuatro sobre diez.

viernes, 10 de junio de 2016

NUESTROS AMANTES: el amor puede estar a la vuelta de la esquina.

Escrita y dirigida por Miguel Ángel Lamata, Nuestrosamantes es una pequeña joyita de nuestro cine, una de esas películas que se digieren poco a poco y que, más allá de su visionado inicial, dejan un agradable poso en el espectador.
Definida como una comedia romántica al uso, la película es mucho más, no siendo tan divertida en líneas generales de lo que cabría esperar pero evitando en todo momento la estupidez y la sal gruesa que suelen poblar muchas producciones similares. Al contrario, Nuestros amantes se caracteriza por unas líneas de diálogo magníficas y un juego de ajedrez dialéctico entre unos Eduardo Noriega y Michelle Jenner que están sensacionales.
La premisa es muy sencilla: dos desconocidos se encuentran casualmente y se proponen jugar mutuamente a iniciar una relación de amistad sin saber (ni querer saber) nada uno del otro. Dos libros en blanco por escribir, que, pese a derivar en un previsible (y obligado) final, recorrerán un camino por el que seducirán al público con inteligencia.
En una época en la que estamos acostumbrados a ir al cine a ver explosiones y grandes batallas cargadas de épica, resulta reconfortante poder refugiarse de vez en cuando en la sencillez de un film en la que una escena tan simple como dos personas caminando y hablando por un parque de Zaragoza resulta mucho más entretenida que las dos horas que dura Warcraft. Lamata consigue, con su guion, que nos sintamos cómplices de la historia entre Carlos e Irene a la vez que nos planteemos qué haríamos nosotros mismos de encontrarnos en su situación. Y todo ello sin perder en ningún momento la sonrisa.
Pero por encima de todo, aparte de la buena hora y media que uno pasa durante la proyección, el gran mérito de la película es que uno se lleva la historia consigo a su propia casa, recuperando escenas y diálogos en el futuro, en lugar de olvidarla apenas salir de la sala de cine.
Es Nuestros amantes una película fresca y dinámica, con cinco actores (no hay que olvidar las aportaciones pequeñas pero maravillosas de Gabino Diego, Amaia Salamanca y Fele Martínez) en estado de gracia, que te deja con ganas de más. Quizá carezca del ruido mediático de otras producciones españolas con gigantes televisivos en sus espaldas, pero merece la pena que se le dé una oportunidad y dejarse llevar por un cuento que, como poco, dará un poco de luz a nuestros corazones.
Enamorémonos de nuevo y brindemos, ¿cómo no?, por nuestros amantes.

Valoración: Siete sobre diez.