lunes, 9 de abril de 2018

EL JUSTICIERO

Cuando comenzó su carrera cinematográfica, de la mano de su amigo Quentin Tarantino, Eli Roth se convirtió en abanderado de un nuevo estilo de cine de terror, directo y brutal, lejos de la elegancia de su compañero de generación (saga Saw aparte) James Wan. Era la época de Cabin Fever y, sobretodo, Hostel y su secuela.
Hace ya más de doce años de eso, y el estilo de Roth se ha ido aburguesando tanto que sus últimos trabajos no solo han pasado bastante desapercibidos en taquilla, sino que incluso han tenido dificultades para tener incluso una distribución aceptable, pese a que Toc Toc, por ejemplo, contara con un Keanu Reeves resucitado para el cine gracias a su John Wick. Y que su siguiente trabajo sea una película de corte familiar como La casa del reloj en la pared no augura nada bueno para el antaño enfant terrible de Massachusetts.
Entre ambas películas se sitúa El justiciero, un remake de El justiciero de la noche, de Michael Winner, que en 1974 protagonizó Charles Bronson y que estaba inspirada, a su vez, en la novela de Brian Garfield.
Con El justiciero, Roth recupera ese cine setentero tan despojado de adornos y políticamente incorrecto que podría recordar a cualquiera de las películas que hoy en día protagoniza Liam Neeson, con Venganza y sus secuelas a la cabeza, pero con una contundencia que la hacen ligeramente más incómoda que esos espectáculos pirotécnicos de acción sin mucho sentido.
Con un recuperado Bruce Willis (que parecía condenado a apariciones secundarias en mediocres subproductos sin interés alguno) que recupera ese magnetismo que lo hizo tan grande en la década de los noventa, la gran diferencia entre El justiciero y cualquier otra película de violencia y venganza que tanto se prodigan en el cine está en la fácil identificación con el protagonista. El Paul Kersey que interpreta Willis no es un héroe de acción, sino un simple cirujano (en la película protagonizada por Bronson era arquitecto), un hombre acostumbrado a salvar vidas en lugar de arrebatarlas, que tras la brutal agresión a su familia y la aparente ineficacia de la policía para detener a los responsables, decide tomarse la justicia por su mano. Resulta curioso ver por ello a Willis esforzándose por aparentar no saber cómo enfrentarse a ese camino de violencia en el que se enrola casi sin querer, teniendo de que descubrir algo tan (aparentemente) sencillo como disparar un arma y mostrándose como un hombre de la calle, un hombre que se apoya más en su férrea voluntad que en sus aptitudes propias para salir adelante en sus respectivos enfrentamientos.
Con este ligero hilo de realidad (tampoco piense nadie que estamos ante un drama existencial, que al fin y al cabo lo que termina haciendo Kersey es algo que probablemente no sería capaz de hacer ninguno de nosotros), Roth compone una entretenida película, con ligeros toques de violencia extrema que recuerdan a su estilo desagradable de antaño (algo de gore y terror hay por aquí) y que aun manteniéndose fiel al espíritu de la película original (que tuvo cuatro secuelas) sabe modernizarlo justo para reflejar una parte de la sociedad de hoy en día, siendo los medios de comunicación y las redes sociales una parte fundamental de la trama. De hecho, el personaje de Willis, que bien podría ser una cara B del David Dunn que el propio actor interpretó en El Protegido (personaje que retomará en Glass, secuela de Múltiple), no en vano luce un look muy similar, como si Roth quisiera ofrecer una versión sucia y oscura del cine de superhéroes que triunfa en las carteleras, en una versión mucho más mundana del “héroe real” que otros títulos de semejantes intenciones como Súper o Kick-Ass.
No es El Justiciero una película deslumbrante, pero ofrece lo que promete, una historia entretenida, bien filmada, con interesantes actores de reparto, la dosis justa de violencia, y un cierto regusto a crítica social acerca del eterno debate en Estados Unidos sobre el derecho de tener armas de fuego. Todo lo relacionado con la manera en la que Kersey accede a su armamento es tan ácido como real, lo cual puede llegar a asustar más que los propios villanos de la función.
En fin, historia de violencia al uso pero que con Roth a los mandos y Willis haciendo lo que mejor sabe (aunque lo suyo le cuesta), se convierte en un recomendable producto de consumo, mucho más estimable de lo que podría parecer a simple vista.

Valoración: Siete sobre diez.

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