domingo, 23 de diciembre de 2018

AQUAMAN

Cada vez se me hace más difícil acercarme a una película del DCEU, y mucho más hablar sobre uno de sus estrenos. Tras el desastre que supuso Liga de la Justicia, había muchas dudas de hacia donde debía encaminares en Universo Expandido de DC, y solo el éxito (y sobre todo buen sabor de boca) que dejó Wonder Woman impidió que se replantearan ciertamente hacer un borrón y cuenta nueva y comenzar de cero, aunque Aquaman se preveía como el toque de atención definitivo. De su éxito o su fracaso se levantaría el futuro de la franquicia.
Pues bien, si se trata solo de dinero, la cosa está clara. En su estreno en China Aquaman arrasó, y no le está yendo nada mal en el resto de países donde se ha podido ver ya, así que en Warner pueden respirar tranquilos: hay futuro.
Pero si se trata del aspecto cinematográfico… Ahí la cosa se pone peliaguda. Podría despacharme a gusto con la obra de James Wan y decir que es una película horrorosa, podría argumentarlo durante varios párrafos y nadie podría quitarme la razón sobre mis argumentaciones. Y, a la vez, podría defenderla a capa y espada y decir que se trata de una de las mejores películas de la saga, que es tremendamente divertida, alucinante y todo un placer sensorial y tampoco se me podría reprochar nada.
¿Es posible esto? ¿Puede Aquaman ser la mejor y peor película de una franquicia a la vez? Pues resulta que sí. Y es que con la libertad creativa que han dejado en manos de Wan (es lo que tiene cuando se contrata a un director de renombre en las horas más bajas de DC) les ha salido un extraño híbrido, una obra sumamente entretenida, que se disfruta con los ojos como platos y que resume todo lo que debería ser una película de superhéroes: emocionante, épica, espectacular y con mucha diversión, pero lo ha hecho despojándose de sus complejos de una manera tan atroz que no solo roza, sino que se zambulle directamente en el ridículo en muchos momentos de su metraje, con una puesta en escena que es por momentos de vergüenza ajena y que supone la parodia más absurda y tosca de toda la serie, robando ideas ajenas y metiéndolas en una batidora y situándose en las antípodas de películas “serias” y cargadas de trascendentalismo como fue El hombre de acero, resultando incoherente que ambas `producciones puedan compartir una misma saga.
Esa es, probablemente, la mejor palabra que define a Aquaman: ridícula. Ya cuando se anunció el proyecto abundaron los memes con imágenes del comic en el que el héroe (en las viñetas un rubito bien aseado y bastante melodramático) contaba sin complejos a lomos de un caballito de mar. Wan, en la versión más “garrula” del héroe, desmelenado y barbudo como ya se mostró en Liga de la Justicia, tiene las narices de replicar la escena, buscando también una fidelidad en ciertos uniformes (Manta Negra o El Señor del Océano, sin ir más lejos) que provocan también estupor y risa ajena.
Wan y sus guionistas, como ya he dicho, copian todo lo que pueden, y su película parce por momentos una variante del Thor de Kenneth Branagh, con esa lucha shakesperiana entre hermanos por heredar el trono del reino (aunque en este aspecto Branagh es perro viejo y ganaba la partida al director malayo), que ya se vio también, por cierto, en Black Panther, con un origen a modo flashback que evoca a Romeo y Julieta. Pero es que en esta aventura submarina (con una Atlantis que bien podría haber compartido plató con la producción de alguna de las secuelas de Avatar) también se inspira (sin demasiados disimulos) en los mitos artúricos, se hacen expediciones muy propias de Indiana Jones y se lucha contra monstruos xenomorfos, se visita una playa sacada de Jurassic World, se presenta un monstruo al más puro estilo Kaiju y eso sin contar conque la primera manifestación de los poderes del héroe se muestran de manera casi idéntica a cómo lo hiciera Harry Potter en La Piedra Filosofal.
Los efectos visuales también son bastante bipolares, yendo de lo sublime a lo mediocre, estando la gente de Warner todavía muy por debajo de Marvel en lo que a rejuvenecimiento por CGI se refiere (me dolía cada vez que aparecía en pantalla el inexpresivo Willem Dafoe de los flashbacks), y con una puesta en escena decididamente hortera, con influencias del Flash Gordon de Mike Hodges o incluso de los Power Rangers más alucinógenos. Pero el gran mérito del film es que todo esto lo hace Wan sin complejos, conocedor de que se la está jugando con estos excesos de LSD que terminan por revertir la situación y convertirse en algo positivo. Al final, los aparentes horrores de Aquaman se vuelven hipnóticos y uno puede hasta llegar a disfrutar de un espectáculo de luces y colores bastante adictivo.
Con un reparto correcto pero sin grandes alardes y una historia que, más allá de los refritos ya comentados, no es especialmente atractiva (aunque al menos no se pierde en subtramas que no van a ninguna parte ni en personajes decorativos, como le pasaba a la reciente Mortal Engines), con un Momoa carismático en su papel de canalla gracioso y una Amber Heard que por momentos parece incluso más protagonista que él mismo, la gran estrella de la función es Wan que, en medio de todo este delirio pirotécnico, resalta como el gran director que es y consigue alguna de las mejores secuencias de acción de toda la franquicia. Además, apuesta por el amor por el exceso también en cuanto a ritmo se refiere, planteando combates que en cualquier otro film podrían ser parte del clímax y que aquí es tan solo un aperitivo de lo que está por llegar.
Así, Aquaman es como una montaña rusa con constantes subidas y bajadas que hace que uno permanezca pegado a la butaca y se deje arrastrar por el absurdo sin llegarse a plantear en ningún momento el porqué de las cosas, aceptando todo lo que le está entrando por los ojos y disfrutando con un héroe que se dedica a “dar estopa” y que prefiere pelear con espada que con ese “tenedor” que heredó de su madre.
Pues ya lo saben: Aquaman puede ser una película espantosa, pero gracias al buen hacer de James Wan (y parte del mérito habría que dárselo también a una gran banda sonora de Rupert Gregson-Williams) y la total falta de complejos y carencia de sentido del ridículo, se convierte en un espectáculo muy entretenido, una divertida locura de más de dos horas que, al final, pasan en un suspiro. Y, al final, de esto es de lo que se trata, ¿no? De ir al cine a disfrutar.
De manera que al final puede que en Warner/DC lo estén haciendo bien y, tras hacer un cambio de rumbo de 180º, al fin hayan encontrado el camino correcto. La pregunta, ahora, es si sabrán seguir en esa dirección o volverán a los tumbos habituales. Eso, solo el tiempo lo dirá…

Valoración: Siete sobre diez.

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