martes, 31 de diciembre de 2019

PARÁSITOS

Con el año prácticamente finiquitado, estaba ya resignado a quedarme sin ver esa genialidad que es Parásitos. Sin embargo, angustiado de tanto apurar, al fin he podido pasarme por una sala de cine para ver lo último de Bong Joon Ho (uno de mis directores coreanos preferidos, junto a Park Chan-wook o Yeon Sang-ho), una verdadera delicia además de una virguería tanto en su guion como en su puesta en escena.
Resulta muy sencillo hacer una película de trasfondo social en una sociedad con grandes abusos en sus diferencias sociales, y de eso se ha nutrido habitualmente el cine de Bong Joon Ho (Rompenieves es uno de los ejemplos más claros), pero lo habitual es hacerlo cayendo en el drama más básico y abusando de tópicos lacrimógenos que revuelvan nuestros estómagos y mentes (¿alguien ha mencionado a Ken Loach?). El surcoreano, sin embargo, busca caminos más intrincados para disfrazar su denuncia en forma de cuento de terror sorprendentemente divertido, mezclando géneros a priori opuestos como un pintor enloquecido mezclaría colores en su paleta.
En el arranque del film, cuando una familia humilde se las ingenia para terminar trabajando en una elegante casa mediante la usurpación de identidades, parece que estemos en terreno conocido. Suena a algo ya visto, aunque la delicadeza en las formas del director y el impecable dibujo de los personajes hacer que nos dejemos embriagar por la historia sin importarnos demasiado saber a donde va a derivar todo. Es entonces cuando se produce el primer y desconcertante giro, transformándose la película hacia otra cosa que aún debe volver a mutar más veces antes de su impactante desenlace.
Bong Joon Ho consigue así no solo crear una atmósfera absorbente que hace que las poco más de dos horas de duración se antojen cortas, sino que lo hace alternando el drama, el suspense y el humor negro con increíble eficacia. Así, somos testigos de cosas terribles en pantalla (reflejo al final de toda una sociedad), y lo aceptamos entre risas y aplausos. Esa es la grandeza del cine, y es la grandeza de un director que, aunque en sus comienzos llegó a ser conocido como “el Spielberg coreano” nunca ha abandonado sus ideas ni su amor por el riesgo.
Ya el propio título de la película es suficientemente elocuente: “parásitos”. La cuestión está en saber dilucidar quienes son los parásitos de esta historia: los miserables que se aprovechan de la bondad e ingenuidad de la clase alta o esa clase alta que los desprecia simplemente por su “olor a pobres”. Lo mejor es que no hay maldad en las acciones de unos y otros. Simplemente, ambos bandos se limitan a cumplir con sus roles, incapaces de salirse del camino establecido.
Una absoluta obra maestra. Y el colofón de lo que ha sido un gran año de cine.


Valoración: Nueve sobre diez.

lunes, 30 de diciembre de 2019

EL IRLANDÉS

Casi se me agota el año sin haber visto una de las dos películas que más están dando que hablar (la otra espero verla esta misma tarde) y que se sitúan entre lo mejor del año cinematográfico. Sin querer entrar en comparaciones con la que parece que va a ser su gran rival de cara a los Oscar (con permiso del señor Tarantino), que no es otra que su compañera de Netflix Historia de un matrimonio, no cabe la menor duda de que El irlandés es una gran película. No sé si calificarla como obra maestra, pero sí gran película.
Ciertamente, tengo un problema para valorar por igualo una película vista en cine que en televisión. Estoy convencido de que mi opinión sobre Roma sería muy diferente de haberla disfrutado en la oscuridad de una sala de cine y algo similar me pasa con lo último de Scorsese, quizá el último de los grandes directores de su generación (solo Spielberg le aguanta el ritmo) que, con el beneplácito de Netflix, filma una de sus obras más personales con unas tres horas y medias algo excesivas para lograr mantener el interés en todo momento.
No soy de los que tienen grandes problemas con los acabados digitales de los actores (me parece que el rejuvenecimiento es bastante correcto), debo reconocer el mérito de que pese a su excesiva duración esta no llega a aburrir en ningún momento. El problema quizá está en la excesiva seriedad de la misma. El irlandés no tiene un argumento como tal, no cuenta una historia concreta, sino que pasea a lo largo de la vida de Frank Sheeran, el irlándes del título, que pasa de camionero a hombre indispensable de la mafia, amigo de Jimmy Hoffa o Russell Bufalino, entre otros.
Coqueteando entre realidad y ficción. Scorsese aprovecha para hacer un retrato de la época y realizar una deconstrucción de personajes impecable, un relato de mafiosos de esos que tanto gusta al neoyorquino que quizá no esté a la altura de sus grandes títulos como Uno de los nuestros pero que sin duda se le queda cerca. Scorsese prescinde aquí del humor del que se sirvió para El lobo de Wall Street y recupuera a su gran actor fetiche anterior a DiCaprio, un recuperado Robert de Niro, al que acompañan grandes figuras (y símbolos del cine de gánsteres) como Al Pacino, Joe Pesci, Harvey Keitel y muchos más. No tiene tampoco la fuerza y el vigor de aquellas películas de antaño, como si estuviésemos ante una historia crepuscular. Algunos la han comparado a un testamento fílmico de Scorsese y, aunque es precipitado pensar que el director no vaya a volver a tocar el género, podría ser una definición acertada. No en vano, pese a la violencia que posee, parece querer hacer más hincapié en la pugna entre el deber y la familia y el dolor causado por la traición.
Al final, El irlandés es la historia de un hombre con principios que termina sumido nen su propia soledad. Y una impagable y enigmática escena final resume toda la película. Un resumen, sin embargo, abierto a varias interpretaciones.
Quizá El irlandés no sea la mejor película de Scorsese, pero ¿qué importa eso si está claro que es una gran película? Un retrato maravilloso y amargo sobre la familia, la lealtad y la soledad en una época donde no había cabida para esas cosas si se quería progresar.


Valoración: Ocho sobre diez.

CATS

Mi pregunta es sencilla: ¿cómo narices se enfrenta uno a una película como esta?
La carrera del director Tom Hooper es tan extraña como desigual. Tras deslumbrar con la excesivamente formal El discurso del rey bajo algunos enteros con La chica danesa (mi problema con esa película es su protagonista, lo confieso). Por medio dio el salto al musical y se puso muy teatral al adaptar Los miserables, algo que gustó bastante (excepto a mí, pero bueno). Y, quizá cómodo dentro del género, ahora no se le ocurre otra cosa que adaptar el eterno éxito de Broadway Cats.
Para quien no lo sepa: Cats es la historia de unos gatos callejeros que una vez al año compiten para elegir a aquel que entre ellos renacerá en una especie de reencarnación. Algo que ya de por sí suena extraño y confuso a lo que hay que sumar que se trata de gatos antropomorfos. Es decir, actores disfrazados o, en este caso, retocados por ordenador.
Una idea loca que puede funcionar muy bien en los escenarios y que en cine podrían haber dado para una producción en animación o una locura visual propia del Tim Burton de su mejor época, pero que en manos de Hooper resulta una cosa extraña, entre ridícula e insultante, donde las canciones de Andrew Lloyd Webber no lucen como deben excepto en su tramo final y que resulta bochornosa y anticuada a la vez.
Resulta incómodo ver a los actores así caracterizados (más en el caso de actores famosos y reconocibles), con la leve excepción de la protagonista, que es la única que merecería salvarse de la quema (quizá la redondez de su rostro ayuda a aceptar la broma de mal gusto que es esta conversión felina), provocando cierta desazón en el espectador similar al efecto valle inquietante de los personajes creados (mal creados, mejor dicho) por CGI. Lo peor es que uno nunca puede llegar a saber si los autores de este despropósito se lo pretenden tomar en serio o no. Sin una historia coherente como tal (se trata más bien de episodios enlazados), cosas como la amenaza del personaje de Idris Elba (y pensábamos que tras La Torre Oscura no podía caer más bajo…) o la ascensión espiritual del final se enfrentan directamente a la parodia casi obscena de Rebel Wilson bailando con ratones con rostros humanos o comiendo cucarachas que desfilan ante ella.
Sin embargo, si uno resiste la tentación de abandonar en estampida la sala del cine, algo empieza a cambiar, supongo que simplemente es el cerebro acostumbrándose al horror, y el final de la película, donde se encuentran las mejores canciones, amenaza con remontar ligeramente el vuelo, dejando un extraño regusto a frikería de serie B que tiene más en común con obras de John Waters que de Tom Hooper.
En fin, que quizá haya defensores para esto, pero a mi que no me miren. Ver actores a los que admiro hacer ciertas cosas me dan ganas de llorar. O de reír. O de yo qué sé…


Valoración: Tres sobre diez.

MUJERCITAS

Después de llamar la atención con su debut como directora en solitario con Lady Bird, pocos imaginaban que Greta Gerwig eligiera un proyecto tan trillado como el de Mujercitas como siguiente proyecto.Lo cierto es que la obra de Louisa May Alcott es uno de esos clásicos que bien merece una revisión cada cierto tiempo, más con el tono de empoderamiento femenino que se puede extraer de la obra. Posiblemente eso sea lo que más ha atraído a una autora como Gerwig, que aprovecha para actualizarla y, si bien el personaje de Jo es un reflejo de la propia Alcott, esta aparece también como contrapunto de la directora.
La pregunta más difícil de responder es la de cómo enfrentarse a una obra tan versionada sin resultar redundante. El truco que Gerwig se saca de la chistera es el de los saltos temporales, yendo adelante y atrás en la historia para presentarnos las vidas de las cuatro hermanas en paralelo, repartiendo así mejor sus intervenciones, aunque sacrificando para ello el elemento dramático. Un peaje poco significativo para los conocedores de la obra pero que puede legar a decepcionar a los recién llegados e incluso causar algo de confusión.
Sin embargo, trucos aparte, Gerwig tiene claro que es Jo su verdadera protagonista. Ella es el eje de la historia y con quien juega, además, a un metalenguaje (usando para ello las reuniones con su editor) onde más se incide en el discurso feminista.
No obstante, la Mujercitas de Gerwig tiene un innegable aroma clásico, muy bien apoyada en el talento de su quinteto protagonista. Saorise Ronan es, como en Lady Bird, la estrella de la función, pero quien más brilla es posiblemente Florence Pugh, quien consiguen componer un personaje con tintes repelentes al que, sin embargo, es fácil adorar. No desentonan tampoco Emma Watson y Eliza Scanlen, mientras que Timothée Chalamet se repite poco en el papel de galán a su pesar con aires de atormentado. Además, si pasean por ahí nombres de la talla de Meryl Streep, Laura Dern, Chris Cooper o Bob Odenkirk, pues mucho mejor.
Con una deliciosa fotografía con tintes casi pictóricos y la siempre efectiva música de Alexander Desplat, la obra es una puesta a punto entre divertida y sentible de las andanzas de las hermanas March que sin duda tendrá presencia en la temporada de premios que está por llegar.

Valoración: Siete sobre diez.

6 EN LA SOMBRA

Ya defendí en su momento que una de las grandes ventajas de la producción fílmica de Netflix es la libertad creativa que esta da a sus autores. Buena cuenta de ello es la existencia de obras tan personales como RomaLa balada de Buster Scruggs o la reciente El irlandés. Otra cosa es que continuo sin tener claro como logran amortizar ciertos presupuestos desorbitados.
6 en la sombra es la producción más cara de la plataforma hasta la fecha (unos ciento cincuenta millones de presupuesto), todo para satisfacer al dios de las explosiones y los excesos.
Mezclar en una misma película los nombres de Michael Bay, Ryan Reynolds y los guionistas Paul Wernick y Rhett Reese (ZombielandDeadpool sus respectivas secuelas) es, como poco, sinónimo de grandes dosis de acción y diversión. Y, sin las manos atadas como les sucedería en cualquier productora tradicional.
6 en la sombra cuenta como un multimillonario se cansa de los abusos de poder y crea un grupo de mercenarios que, tras convertirse en «fantasmas», tratan de hacer del mundo un lugar mejor, empezando por liberar un país de un sádico dictador. Pero poco importa el argumento de una película donde no se deben encontrar profundos análisis de personajes ni diálogos especialmente inteligentes, más allá de los típicos golpes de gracia con aire de macarras ochenteros. Aquí lo que prima es la acción desenfrenada, la espectacularidad y el más difícil todavía.
Completamente desatado, Bay consigue su obra más gamberra y cafre, con todos los excesos propios de su filmografía resumidos en algo más de dos horas de completa locura. Absurda y a veces ridícula, sí, pero locura, al fin y al cabo.
Solo el larguísimo prólogo de la película basta para dejar en ridículo a toda la saga de Fast & Furious. A partir de ahí solo cabe esperar como superar el nivel de cafrería, con las explosiones más grandes y ruidosas, los desmembramientos más bestias y las muestras de testosterona (da igual que sea en manos de un hombre o una mujer) más ridículas.
6 en la sombra es una película para no tomarse en serio en ningún momento. Una colección de excesos, violenta y sádica, pero muy cachonda, que incluso supera en esos términos a la propia Deadpool, aunque con mucho mejor ritmo que las últimas de Transformers. Si se acepta como tal, podrá considerarse todo un descubrimiento del que solo cabe lamentar no poderla disfrutar en pantalla grande. Si se espera algo con un mínimo de inteligencia, esta no es vuestra película, desde luego.
6 en la sombra es puro rock’n’roll. Ni más ni menos. El cerebro mejor lo guardamos para otro momento.

Valoración: Siete sobre diez.

ESPÍAS CON DISFRAZ

Espías con disfraz es la nueva película de Blue Sky, sin duda un nuevo intento de crear una franquicia que sustituya a la ya caduca Ice Age. 
Para ello, han apostado por un divertimento inspirado en el cine de acción, jugando con el enfrentamiento de caracteres de sus protagonistas, que en la versión original tienen las voces (y algo de los rostros) de Will Smith y Tom Holland, logrando crear una dinámica bastante efectiva.
No se puede reseñar nada especial del film, pues dista mucho de ser memorable, lo cual no impide que esté a años luz de las últimas entregas de la saga sobre la era glaciar. Sin una animación excesivamente rompedora (no busquen aquí las maravillas de Spiderman: Un nuevo Universo), al menos hay que agradecerle el enfoque ligeramente adulto que se le da, permitiendo que se pueda disfrutar por todo tipo de público.
La clave en sí reside en su guion, que sin separarse demasiado de lo previsible si tiene un ritmo bastante ágil y proporciona diversos momentos de diversión que la hacen un pasatiempo muy disfrutable, una propuesta para toda la familia que puede hacer las delicias de los niños sin despreciar por ello al público más adulto.
Espías con disfraz nace con vocación de franquicia, y pese a su complicada fecha de estreno (a la sombra de Star Wars), la química de los personajes (una especie de James Bond con sidekick) invita a pensar que, de evitar caer en la simple repetición, la cosa podría llegar a funcional.


Valoración: Seis sobre diez.

LAST CHRISTMAS

Según los últimos datos, tanto las comedias románticas como las películas navideñas se han convertido en el último gran éxito de Netflix, con lo que se hace difícil disfrutar de un producto de esos en cine. Las excepciones, además, no suelen ser muy halagüeñas, y quitando casos de cine más independiente o, directamente, de autor (sigo pensando que Día de lluvia en Nueva York es una de las comedias románticas más deliciosas del año), los últimos ejemplos de romances fílmicos tiran más hacia la dramedia de clínex que otra cosa (otra excepción que me viene a la mente es la incomprendida Casi imposible, que apenas la vio nadie). Y en el terreno estrictamente navideño, qué lejos quedan las obras de John Hugles de corte familiar o las payasadas del Tim Allen de turno…
Pero en toda crisis creativa hay un último reducto: el cine británico. Mientras al otro lado del charco se apuesta por la apatía más sensiblera, Richard Curtis logró sentar cátedra, permitiendo que Last Christmas, sin querer entrar en comparaciones, se pueda proponer como heredera de, por ejemplo, Love Actually.
En realidad, Last Christmas es coproducción americana, y quizá de ahí el recurrir a un director de Michigan, pero eso es algo meramente anecdótico. Tras los guiones está la inmensa Emma Thompson, la cara más reconocible de la historia es una muy meritoria Emilia Clarke, Londres es el escaparate imprescindible y todo sirve como tributo a la voz y las composiciones de George Michael.
No estoy dispuesto a entrar en spoilers, pero en honor a la verdad Last Christmas no es exactamente tanto una comedia romántica como un cuento de Navidad, muy inspirado, posiblemente, por clásicos como Qué bello es vivir, donde -aunque todo tenga una explicación más o menos lógica- el factor mágico debe aceptarse para poder entregarse por completo a la historia. Al fin y al cabo, de eso va la Navidad, ¿no?
Kate, la protagonista, es un completo desastre. Inmigrante serbia, es una aspirante a cantante que parece condenada a trabajar de por vida en una tienda de artículos navideños a cuál más horrible. No es lo que se dice una gran persona, egoísta, despreocupada y tan centrada a sus propios intereses (generalmente relacionados con el alcohol o el sexo) que representa una divertida reinvención del estereotipo masculino más cafre mucho más efectiva que en aquella insulsa Y de repente tú. Y cuando parece que ya ha tocado fondo es cuando conocerá a alguien que le haga cambiar su manera de ver la vida.
Paul Feig, habituado a un humor más desenfrenado pero buen director de actrices (en su filmografía destacan La boda de mi mejor amigaCuerpos especialesEspíasCazafantasmas Un pequeño favor, películas todas ellas protagonizadas por mujeres), hace un trabajo eficaz y bien medido, consiguiendo extraer el lado más cómico de Emilia Clarke (que lejos de Juego de Tronos va recolectando batacazos como los de Terminator Génesis o Han Solo). Confieso que una de las cosas que más me tiraba para atrás de la película era su protagonista, que tampoco me entusiasmó en Antes de ti, pero aquí está realmente inspirada, divertida y tierna. Tampoco le queda a la zaga Henry Golding, quien ya colaborara con Feig en Un pequeño favor, que cumple como galán romántico extrovertido y encantador.
Last Christmas es, pues, una película navideña perfecta, capaz de divertir y conmover por igual, con diálogos inteligentes, humor elegante y ese toque de ironía propio de los libretos de Thompson quien, cómo no, se reserva un pequeño pero impagable papel. Una película para disfrutar de estas fiestas y que hace pasar de la risa a las lágrimas en apenas un suspiro y que en el fondo habla sobre la superación personal y en el poder de hacer las cosas según tu propia conciencia.
Y si encima lo riegan todo con la voz de George Michael, mejor que mejor.

Valoración: Ocho sobre diez.

viernes, 20 de diciembre de 2019

EL ASCENSO DE SKYWALKER

Recién salido del cine y con la película todavía dándome vueltas en la cabeza me dispongo a redactar mi opinión sobre la misma. Soy consciente de que un film como este, casi más un acontecimiento que una simple película más, bien merece un segundo visionado (que seguro se producirá durante las vacaciones navideñas) y un tiempo de reflexión, pero también es cierto que la primera impresión es la que vale. Y la primera impresión no ha sido tan buena como cabría esperar.
No se trata de que El ascenso de Skywalker sea una mala película, pese a que en la sala en la que la vi escuché más quejas que aplausos. Quizá ni siquiera sea una película fallida. Pero algo hay que no termina de agradar y que la distancia mucho de la perfección. Pensándolo fríamente, el Episodio IX de la saga de Star Wars funciona muy bien como película, pero falla como colofón de la historia de los Skywalker.
Vaya por delante que creo que J.J.Abrams lo tenía muy difícil ante el jardín en que el señor Johnson lo metió tras Los últimos Jedi. Independientemente de que aquella película gustase más o menos, lo que nadie puede negar es que echó por tierra todas las semillas que el propio Abrams había plantado en El despertar de la Fuerza, y ahora ha sido Abrams quien le ha devuelto con la misma moneda. Casi se podría decir que una parte del guion de El ascenso de Skywalker se centra solamente en deshacer el caos y rectificar decisiones tomadas por Johnson para retomar el camino de la franquicia.
Ya he dicho más de una vez que cuando Abrams aceptó el encargo quizá hubiera sido buena idea olvidarse de la obligación de hacer una trilogía y dividir el final en dos películas, de manera que una pueda centrarse en reorientar la historia y la otra en cerrarla. Al no ser así, da la sensación de que todo lo que sucede en el episodio IX es demasiado precipitado, todo va muy a salto de mata e incluso parece que, en ocasiones, faltes escenas que se perdieron en el montaje. Esto permite, sin embargo, que la obra sea frenética y que no aburra en ningún momento, evitando cualquier posibilidad de “efecto valle” en ningún momento, pero también la convierte en un espectáculo palomitero que no deja demasiadas secuencias para el recuerdo.
Con un estilo visual impecable, como siempre, Abrams consigue sacar el mejor partido del trío protagonista que él mismo se inventó, haciendo que Rey, Poe y Finn actúen como un verdadero equipo tal y como en su momento hicieran Luke, Han y Leia, mientras que consigue dar un buen cierre a la historia paralela entre Rey y Kylo Ren, quizá lo más acertado de la película.
Es evidente, pues, que El ascenso de Skywalker es un gran acontecimiento que derrocha espectacularidad y que ofrece montones de guiños para los fans, aunque quizá Abrams mintió (o al menos exageró) con lo de que iba a cerrar las tres trilogías con esta película, pues si hay alguna alusión directa a la trilogía de las precuelas yo no la he sabido reconocer. Sí hay, por supuesto, todo lo que cabría esperar: incursiones en naves enemigas, combates aéreos, aventuras en planetas extraños y revelaciones sorprendentes (al fin y al cabo, esto siempre ha sido una especie de culebrón galáctico). Siguiendo los deseos de los fans, Abrams se ha encargado de responder a todas y cada una de las dudas que él mismo plantó en El despertar de la Fuerza, siendo precisamente la gran novedad de esta película la que menos explicada está.
Con los actores perfectamente adaptados a sus personajes, el aspecto visual impecable y la adrenalina disparada, ¿cuáles son las pegas que le puedo poner? Pues, por lo que a mi respecta, la emoción. Nada en la película me ha emocionado. Ni siquiera alguna escena concreta que todos sabíamos que tenía que llegar. Es como si le faltara esa épica que sí supe reconocer en El despertar de la Fuerza y que me supo poner la piel de gallina. No recuerdo un solo instante en el que se me pudieran humedecer los labios o que me invadiese una imperiosa necesidad de aplaudir. Y ni siquiera tras el final, sabiendo que nunca más volveríamos a saber nada de la familia Skywalker (aunque, pensándolo bien, permitidme que lo dude), sentí la más mínima emoción. El ascenso de Skywalker carece, pues, de la magia que se encontraba en los diversos epílogos de El señor de los Anillos: Las dos torres, por ejemplo. Y, desde luego, está a años luz de lo conseguido por los hermanos Russo este mismo año con Vengadores: Endgame.
En resumen, película muy entretenida, una perfecta pieza más en el puzle galáctico que parió George Lucas hace mucho tiempo en una galaxia muy lejana pero que queda floja como broche de oro a la saga.
Quizá es que era imposible cerrar la historia de manera satisfactoria para todo el mundo, y el tema, simplemente, está agotado. Creo que sería buena idea que en Disney dejaran descansar la franquicia un tiempo. De lo contrario, dudo que los fans sigan apoyándola demasiado. Al fin de cuentas, lo de Han Solo no fue casualidad…
Estos días se hablaba de Star Wars: Episodio IX como el estreno del año, pero para mí, el estreno del año sigue siendo Endgame. Y dudo que la taquilla me contradiga.

Valoración: Siete sobre diez.

miércoles, 18 de diciembre de 2019

HISTORIA DE UN MATRIMONIO

Noah Baumbach es uno de esos autores difíciles de catalogar, de comedias agridulces o dramas amables cargadas de reflexión y con una trayectoria ligeramente irregular, nominado al Oscar como guionista por Una historia de Brooklin pero del que también cabe recordar Mientras seamos jóvenes o Frances Ha.
Ha sido con su nueva colaboración con Netflix (la primera fue The Meyerowitz Stories) con la que ha conseguido su película más redonda, quizá por lo personal del tema (posiblemente haya mucho de su separación con la actriz Jennifer Jason Leigh en el guion) como por la cercanía con la que aborda la historia.
El tema del divorcio no es nada novedoso en el mundo del cine, y aparte de clásicos imperecederos como Kramer contra Kramer o La guerra de los Rose, hay miles de melodramas que lo tocan de una manera similar a la del propio Baumbach. Así pues, el secreto de Historia de un matrimonio no hay que buscarlo en su guion, desde un punto de vista literario, sino en la forma en la que el director lo ha abordado.
Historia de un matrimonio es un drama, desde luego, el retrato de una ruptura, de la desintegración del amor y de los daños colaterales en forma de hijo en común. Plantea también la reflexión acerca de si, muerto el amor, puede quedar algo de amistad entre los restos del naufragio. Pero lo hace con un toque de dulzura, con leves gotas de comedia que le permiten esquivar el regodeo en la desgracia ajena, que consigue que nos sintamos parte del proceso.
Los abogados son odiosos, desde luego. Un mal necesario también. Y en ocasiones, causantes de mucho de los males derivados del divorcio. Pero en lo que Baumbach parece querer hacer más hincapié es en recordar que la persona que se tiene enfrente durante el proceso, esa a la que estás empezando a odiar y que, posiblemente deseas sacarle los ojos (aparte de toda su fortuna) es la misma persona a la que una vez amaste y respetaste.
Con una evolución de personajes pausada y muy inteligente, totalmente natural, la película navega por la psique de sus dos protagonistas para compartir los puntos de vista, sin posicionarse ni jugar a las víctimas ni a los villanos, de manera que cualquier mortal que vea la película, independientemente de si ha pasado por esa situación o no (resulta difícil hoy en día que quien no se haya divorciado no haya sufrido, al menos, el divorcio en un familiar o amigo cercano) pueda sentirse partícipe de la historia, como si fuese él mismo el protagonista o si le estuviesen hablando directamente.
Y para conseguir esto, Baumbach se ha apoyado en dos grandes actores que dan lo mejor de sí mismos. Adam Driver y Scarlett Johansson están inmensos, sí, pero lo consiguen desde la pausa y la reflexión, sin caer en histrionismos ni momentos de lucimiento, no pretendiendo ser el mayor punto de interés de la película sino integrándose en ella con naturalidad, algo mucho más difícil que cuando un actor se convierte en el centro de atención de los focos para llevarse todos los méritos.
En resumen, una magnífica película, con ecos al mejor Woody Allen, capaz de provocar sonrisas como oasis en el desierto (para ello se ayuda, sobretodo, en la figura de los secundarios, los abogados especialmente), pero que es dolorosamente realista, tierna y más inteligente que la mayoría de la gente que decide, por el motivo que sea, terminar con sus matrimonios, abrazando en su mayoría a la irracionalidad.


Valoración: Nueve sobre diez.

JUMANJI: SIGUIENTE NIVEL

Terminator: destino oscuroZombieland: mata y remataDoctor Sueño… Este 2019 parece ser el año de las secuelas tardías, como ya he comentado en alguna ocasión, y para el año que viene todavía queda por llegar Top Gun: Maverick y, en algún momento en el tiempo, Gladiator 2. Sin embargo, esa moda de recuperar clásicos en formato de secuela ya comenzó en 2017 con Jumanji: bienvenidos a la jungla, continuación de la Jumanji de 1995 que ya tuvo una especia de secuela en 2005 llamada Zathura.
Para no liar más la cosa, la nueva Jumanji prescinde de cualquier tipo de número que indique su lugar en la saga, limitándose a llamarse Jumanji: Siguiente nivel. Y es que, por extraño que parezca, aquel refrito de películas de aventuras de los ochenta que dirigió Jake Kasdam funcionó magníficamente bien y se ha ganado una más que digna continuación.
De nuevo con Kasdam a los mandos y repitiendo el cuarteto protagonista, a los que se le han sumado un par de estrellas nuevas, Jumanji: Siguiente nivel se limita a repetir el esquema de su predecesora, confiando en la máxima de que, si algo funciona, mejor no tocarlo, aunque incide algo más en su parte emocional, con ligeras reflexiones sobre la amistad, el miedo al fracaso y, sobre todo, la vejez. Todo ello mientras potencia también su faceta cómica, algo que funciona extremadamente bien al cambiar, una vez más, los roles de los protagonistas, varias veces incluso.
La base argumental es bastante plana. Spenser decide regresar a Jumanji y sus amigos van en su rescate, pero la consola no funciona correctamente y se lleva con ellos al abuelo de Spencer y a un viejo amigo con el que tiene cuentas pendientes, dejando a Bethany fuera de la partida. Con la incorporación de dos grandes veteranos como son Danny DeVito y Danny Glover a la ecuación, lo mejor del film, se propicia que sus avatares deban adaptarse a los registros de estos, brillando especialmente Dwayne Johnson, por momentos metido en la piel de DeVito.
Puede que se deba acusar a la historia de ser algo simplona, de nuevo un alarde de CGI efectivo, pero poco innovador, pero gracias a la entrega de sus protagonistas, con el cuarteto encarnado por Karen Gillian, Jack Black, Kevin Hart y el propio Johnson funcionando como un engranaje perfecto, la película vuelve a ser un espectáculo emocionante y, sobre todo, muy divertido, una de esas películas de consumo ligero pero muy apreciable. Es, precisamente, la implicación de los actores lo que más se agradece en la saga, pudiendo haberse limitado a repetir clichés y cobrar el cheque, pero el desborde de carisma que derrochan y la propia autoconciencia de la película son toco un acierto. Además, si en la anterior entrega había muchos homenajes a películas de aventuras, aquí los guiños son más variopintos, pudiéndose encontrar conexiones con títulos como Mad MaxGuardianes de la Galaxia o la serie Juego de Tronos, a la que le roba incluso a algún actor.
En definitiva, película palomitera que ni pasará a la historia ni lo pretende. El ejercicio perfecto para un escapismo mental estas navidades y dejarse embargar por el aroma de las películas de aventuras más ochenteras.


Valoración: Siete sobre diez.

lunes, 16 de diciembre de 2019

NAVIDAD SANGRIENTA

Desde la revuelta que hubo hace uso años con el movimiento del #metoo y tras escándalos como el caso Weinstein, el movimiento feminista en Hollywood sufrió un fuerte empuje que permitió que se diese luz verde a trabajos de grandes autoras como Greta Gerwign o propiciaran discursos ya míticos como los de Frances McDormand o Glenn Close o que se pusieran de moda remakes de clásicos en versión femenina como en los casos de Cazafantasmas Ocean’s 8.

La búsqueda del discurso feminista y reivindicativo no siempre ha sido bien entendida, y mientras Elizabeth Banks se quejaba hace apenas unos días de que el fracaso de su película se debía a que los hombres no estaban preparados para ver películas protagonizadas por mujeres, sin plantearse siquiera la posibilidad de que Los ángeles de Charlie no pasara de ser una peliculita entretenida pero mediocre.
Algo similar puede suceder con Navidad sangrienta, remake de aquel film canadiense de 1974 bastante olvidable llamado navidad negra al que la guionista y directora Sophia Takal ha convertido en una parábola sobre los horrores machistas en la era Trump.
Y eso es quizá lo más aprovechable de una película con un guion excesivamente manido, no demasiado inspirado en su apartado interpretativo y, ciertamente, mal filmada, en especial las escenas de acción. solo Imogen Poots parece salvarse un poco de la quema, aunque uno se pregunta cómo es posible que la chica que parecía que iba a comerse el mundo hace apenas un lustro encadenando títulos llamativos como Filth, el sucioMejor otro díaNeed for speedLío en Broadway o Green room haya terminado haciendo de final girl en subproductos de terror barato.
La historia no puede ser más tópica. Un grupo de amigas en una Universidad que se empieza a vaciar por las vacaciones de navidad y un asesino que las va liquidando una por una. El único giro original proviene de ese intento de alegato feminista que empieza muy dramático en forma de sospecha no demostrada de violación hacia la protagonista, para dar un giro bastante cachondo, momento “chicas al poder” en plan Endgame incluido, que no tiene mucho sentido, pero al menos da pie a una catarsis de violencia que, de estar mejor filmada, habría sacado al espectador del sopor que causaba el film.
Una vez más se demuestran que las buenas intenciones no son suficientes, y que de nada vale tratar de ser original ofreciendo un trasfondo social a la trama si luego la van a regar de clichés manidos, como asesinos que siempre están en el momento oportuno, giros imposibles y diálogos penosos.

Valoración: Cuatro sobre diez.

sábado, 14 de diciembre de 2019

MIDWAY

Aunque vivimos unos tiempos en que la acción y la violencia están a la orden del día en el mundo del cine, lo cierto es que el cine bélico no es el género más frecuentado, al menos no en su estado puro. Por eso, viendo Midway se respira un aroma a cine clásico, tanto en su estructura como en sus formas.
Bien es cierto que el bueno de Roland Emmerich usa (e incluso abusa) mucho el CGI, pero lo hace a merced de una historia impecablemente filmada y que, como dicta la tradición, se nutre de un elenco de actores bastante impresionante, aunque hay que decir que no todos están a su mejor nivel.
Sin embargo, quizá por el aspecto visual de sus espectaculares batallas aéreas, no es La batalla de Midway, de 1976, sino el Pearl Harbor de Michael Bay, con la que guarda ciertas similitudes. No en vano ambos directores son los grandes especialistas en la destrucción a mansalva y el tufillo patriotero de sus films (pocos han filmado la bandera americana ondeando al viento tan bien como ellos). Sin embargo, la gran ventaja de Midway sobre Pearl Harbor es que mientras Bay inventa una historia romántica que no funciona demasiado alrededor del contexto histórico (no totalmente fiel, por cierto), Emmerich pretende apostar por la realidad histórica y prescindir de florituras, lo cual hace la película más eficaz pero quizá algo repetitiva por sus muchos combates aéreos.
Sea como sea, Midway es una buena reconstrucción de la incursión de los americanos en la II Guerra Mundial y sus enfrentamientos contra los japoneses, los cuales tienen también una buena dosis de protagonismo en el metraje. Eso permite ampliar el punto de mira alrededor del conflicto, aunque, no os equivoquemos, en esta historia solo hay un bando de “buenos” y todo funciona como tributo a los héroes reales que participaron en esa mítica batalla.
Algo lastrada por esa obsesión de ser fiel a la realidad (los héroes no siempre tienen historias suficientemente interesantes detrás como para rellenar una película entera), el film está muy bien planificado y filmado, situándose entre lo mejor del cine de Emmerich, un espectáculo de piruetas y explosiones con un espíritu clásico muy agradable y que, en el fondo, da para una emocionante sesión doble para ver a continuación de la peli de Affleck y Dammon, pues las historias casi se continúan, apenas solapándose en el tramo inicial de una y final de la otra.


Valoración: Siete sobre diez.

LEGADO EN LOS HUESOS

Como ya anticipaba en mi comentario sobre El guardián invisible, la adaptación cinematográfica de la Trilogía del Batzán, de Dolores Redondo, precisaba de ser vista en su conjunto para poder valorar cada una de las entregas por separado.
Olvidada ya la polémica absurda que envolvió a El guardián invisible, queda claro que muchas de las cosas que no funcionaban en aquella son mejoradas y potenciadas en su secuela, Legado en los huesos. Aun sin que la presencia física del supuesto Basajaun, su presencia es igual de importante, a la que se incorporan nuevos elementos del folklore vasco como es la figura del Tarttalo, elegido como el mal personificado. Gracias a eso, la historia no es un simple caso policiaco más y se juega abiertamente con el elemento sobrenatural, justificando los continuos flashes sobre el pasado de la protagonista que amenazaban con lastrar la primera película.
También es cierto que con más horas de metraje se permite un mayor desarrollo de los protagonistas, consiguiendo al fin una buena empatía con la inspectora Amaia Salazar y su ayudante Jonan, permitiendo incluso que los secundarios salgan mejor parados que en el primer capítulo de la saga. Puede que la confirmación de que iba a haber un cierre a la historia (de hecho, Legado en los huesos se filmó a la vez que la tercera parte de la saga, Ofrenda a la tormenta) les haya dado también más libertadas para abrazar sin complejos ese mundo sobrenatural y acercarse más al terror psicológico que al simple thriller que tanto flojea en las últimas aportaciones españolas al género (léase El asesino de los caprichos o El silencio de la ciudad blanca).
Todo mejora en esta continuación, manteniéndose las virtudes de la primera película y potenciando las posibilidades de los entornos naturales, glorificados en un clímax final angustiante y muy meritorio, donde Fernando González Molina parece dar lo mejor de sí mismo.
No todo es maravilloso, desde luego. Hay giros de guion difíciles de justificar y personajes no suficientemente bien trabajados, pero el empaque general demuestra que se dirigen hacia el buen camino y augura un brillante final para la saga. El peaje a pagar es el de más preguntas sin responder y más misterios sobrenaturales que merecerán ser abiertamente revelados en el ansiado desenlace.
Por otro lado, queda claro que esta película, sin ser ni mucho menos un film de terror, no va a satisfacer a los que busquen un realismo total y desprecien el uso de ese elemento sobrenatural que ya no es ninguna conjetura.
En resumen, un buen peldaño hacia arriba que, esperemos, mejorará incluso más (como ya sucediera con la anterior película) cuando se complete la trilogía (de hecho, una revisión de El guardián invisible me ha permitido verla con mejores ojos que en el momento de su estreno) y veamos esta historia como parte de un todo.


Valoración: Siete sobre diez.

miércoles, 11 de diciembre de 2019

LOS ÁNGELES DE CHARLIE

Elizabeth Banks es una actriz interesante que ha destacado más en papeles secundarios que como protagonista, que algunos tiene. En 2013 decidió dar el salto a la dirección encargándose de un fragmento de la comedia Movie 43 a la que continuó Dando la nota: aún más alto, segunda entrega de la franquicia en la que participaba también como actriz.
Los ángeles de Charlie, nueva reinvención a partir de la serie televisiva de 1976, era su gran apuesta, pues no solo dirige y acuta, sino que se ha responsabilizado también del guion, pretendiendo hacer un blockbuster con ínfulas de cine de autor.
No se puede definir la propuesta de Banks de otra manera que no sea la de fracaso. Fracaso en taquilla, fracaso en crítica y fracaso en sensaciones. Ella ha culpado a la masculinidad tóxica, incapaz de aceptar a mujeres ejerciendo de protagonistas de una película, pero se le ha olvidado mirarse un poco en el espejo y reconocer las muchas deficiencias de la película.
Y no es que Los ángeles de Charlie sea un completo desastre. Estamos ante una propuesta de entretenimiento simple pero efectivo, con toques ligeros de humor y tres protagonistas con suficiente empatía y carisma como para funcionar como equipo, en especial una Kristen Stewart que es lo más divertido y refrescante del film, amén de un buen puñado de secundarios reconocibles y cameos varios.
Así que sí, como entretenimiento cumple. Pero poco más. Y es que, pese a que ver dos horas de acción y persecuciones supuestamente adrenalíticas siempre debería molar, son demasiadas las deficiencias como para valorar demasiado positivamente la película.
Hay que recordar que la serie que adapta tiene ya más de cuarenta años, y que hubo una mini saga de dos películas de la mano de McG que no funcionaron mal en taquilla pero que tampoco eran para tirar cohetes. Para la nueva adaptación, Banks ha intentado combinar acción, humor y mensaje social para conseguir una mezcla triunfadora, pero ninguno de los tres elementos funciona correctamente, por lo que era difícil que la mezcla pudiera funcionar. Por un lado, el humor no funciona demasiado bien, quizá por la indecisión sobre si esto es abiertamente una comedia o no. La acción está filmada con simpleza y no hay grandes coreografías dignas de ser recordadas. Y el mensaje feminista pretendido por Banks termina por deslucir la cosa. Y no porque me pueda molestar dicho mensaje, sino porque está erróneamente planteado. Ni se es sutil, como pudiera ser el caso de Capitana Marvel, ni se es contundente. Es como querer llamar la atención, pero con miedo a molestar. Y las medias tintas pocas veces suelen funcionar.
Al final, todo queda en un intento pobre de fotocopiar las películas de Misión imposible, pero en versión femenina. Pero aspirar a repetir los méritos de Christopher McQuarrie y compañía. Chicas guapas luciendo palmito (no se si estoy suena muy feminista), historia simplona pero funcional, algún chascarrillo aspirando (de forma algo absurda) dar coherencia a la saga y poco más.
Sirve para pasar el rato, pero si es este el tipo de film que debe cambiar la manera de pensar de algunos, mal camino me parece.

Valoración: Cinco sobre diez.

sábado, 7 de diciembre de 2019

LA GRAN MENTIRA

Bill Condon es un realizador interesante, pero de carrera desigual. Capaz de lidiar con grandes producciones de calidad más o menos dudosa pero indudable tirón, como fue la saga Crepúsculo (se hizo cargo de Amanecer, partes uno y dos) o su versión de La Bella y la Bestia, películas de cierto renombre, como Dreamgirls o El quinto poder o producciones más pequeñas e intimistas como Mr. Holmes.
Probablemente La gran mentira se acerque bastante al último caso, con la que comparte, además, actor protagonista. Tener a Ian McKellen y a Helen Mirren, junto al nombre del propio Condon, ya es una garantía de que estamos ante una película interesante y de gran valor artístico, pero, como sucede con demasiada frecuencia, es el guion lo que más descuidado está.
El título no engaña a nadie, y La gran mentira es una película tramposa que manipula al espectador para llevarlo por el camino que más le interesa. Todo empieza en un tono muy afable, con una encantadora pareja de ancianos conociéndose a través de una web de citas por Internet, pero la sorpresa no va a esperar demasiado y a los diez minutos se ponen las cartas sobre la mesa alrededor de las verdaderas intenciones del personaje de McKeller.
A partir de ahí, nos encontramos ante una película de engaños y falsas verdades bastante interesante, por más que se le vea el truco un poco antes de lo necesario, pero es en el giro final cuando la cosa decae un poco, cuando se revela la gran mentira a la que alude el título y el ejercicio de suspensión de la credulidad se hace imperiosamente necesario.
Ahí, el tono dramático se impone al jocoso que privaba en su primera mitad y se toma un rumbo demasiado forzado y que cae en los tópicos habituales en este tipo e films, volviéndose algo plana y demasiado poco creíble.
Con todo, el nivel del trío implicado es tan notable que la película se puede disfrutar con agrado, por más que al finalizar deje un cierto poso de decepción. Aunque es aplaudible el cine con profundidad y carga dramática, creo que en este caso la historia se hubiese beneficiado de un poco más de diversión y algo menos de trascendencia.

Valoración: Seis sobre diez.

viernes, 29 de noviembre de 2019

PUÑALES POR LA ESPALDA

Para muchos Rian Johnson es el nuevo niño mimado de Hollywood. Adorado por la crítica desde sus inicios con Brick y Los hermanos Bloom, de las que no hablaré pues confieso no haberlas visto, logró su primer gran éxito comercial con Looper, una película que estaba bastante bien pero que también, reconozcámoslo, ha sido muy sobrevalorada. Porque vale, la trama de los viajes en el tiempo estaba muy bien, pero cuando se lía con los niños mutantes, la cosa pierde todo el sentido.
El caso es que su cima cinematográfica le llegó con la admirada a la par que denostada última película (hasta la fecha) de la saga Star Wars. Yo personalmente sigo sosteniendo que Los últimos Jedi está entre las peores películas de la saga y que echó por tierra todas las semillas plantadas por Abrams en El despertar de la fuerza, aunque debo reconocerle sus méritos visuales.
En estas estamos cuando, a la espera de ver si es realidad o no la supuesta trilogía que, por el motivo que sea, le han regalado los de Lucasfilm (aunque lejos de la familia Skywalker quizá sí pueda dar el do de pecho), llega su más reciente película, Puñales por la espalda, de la que también es guionista en solitario.
Lo más llamativo del cartel (totalmente intencionado) es su reparto estelar, plagado de grandes figuras que componen una especie de quien es quien hollywoodiense intergeneracional, alternando clásicos como Christopher Plummer o Jamie Lee Curtis, actorcillos míticos como Don Johnson, creadores de blockbusters como Daniel Craig o Chris Evans o jóvenes emergentes como Jaeden Martell o Katherine Langford, aunque quien termina por sobresalir por encima de todos ellos es Ana de Armas, que tras aparecer en Blade Runner 2049 y ser la chica Bond de Sin tiempo para morir puede convertirse, fácilmente, en la nueva chica de moda.
Puñales por la espalda no inventa nada nuevo, es lo que se llama un murder mistery en toda regla, y aunque está ambientada en la era de los smartphones y de Netflix, rezuma ese aire clásico que evoca constantemente las historias de Agatha Christie o Arthur Conan Doyle a los que, por cierto, homenajea abiertamente.
La historia clásica: una reunión familiar, un asesinato y un detective que sospecha de todos. El punto original cabe encontrarlo en el hecho de saber en un momento muy prematuro quién es el culpable, lo cual, en lugar de ser una lacra como sucedía en El silencio de la ciudad blanca, se convierte en una oportunidad para enredar más la trama y provocar nuevos giros y piruetas argumentales. No obstante, si algún pero le podemos poner a la historia, es que el espectador mínimamente avispado puede adelantarse a la resolución del misterio.
Con un ritmo endiablado en el que casi se celebran más los toques cómicos que los de intriga, Johnson aprovecha para, con un tono algo negro, burlarse de la sociedad americana de la era Trump, retratando sin demasiada piedad al votante medio y caricaturizándolo. En ese sentido, y a tenor el espléndido reparto, uno casi lamenta que la película no dure un par de horas más para que todos los personajes puedan tener más tiempo de lucimiento.
En definitiva, que esta vez sí parece que el señor Johnson haya dado en la tecla, combinando el humor y el drama con más sabiduría que en su participación galáctica y componiendo un film que posiblemente haga las delicias de todo tipo de público, resultando mordaz sin ser ofensivo y retorcido sin dejar de ser para todos los públicos.
Un estupendo entretenimiento, con semillas muy bien plantadas a lo largo de toda la historia (seguramente un segundo visionado la beneficiaría mucho), y consiguiendo, pese a los giros, no perder nunca la coherencia.

Valoración: Siete sobre diez.

miércoles, 27 de noviembre de 2019

DIECISIETE

Aunque se pueden encontrar muchos éxitos en la carrera de Daniel Sánchez Arévalo desde la destacable Azuloscurocasinegro, como Primos o Gordos, su gran éxito de taquilla fue La gran familia española, desde la que no había vuelto a dirigir un largometraje en solitario, Por eso, resulta cuanto menos curioso que su regreso haya sido a través de Netflix, esa plataforma que (dicen) va a acabar con el cine pero que sabe apostar por los realizadores y darle la libertad que necesitan.
Diecisiete, la película en cuestión, es una road movie que describe el viaje de dos hermanos, uno huido del reformatorio y el otro en plena crisis sentimental (y existencial) que recorren varios parajes rurales de Asturias en busca de un perro, el único ser con quien el problemático hermano pequeño ha parecido sentir empatía.
Un viaje en autocaravana que, en realidad, se transforma en un viaje interior, ya que lo importante de la historia no radica en encontrar o no al animal sino en que los dos hermanos se encuentren a sí mismos. Con ecos de una buena relación en el pasado truncada, ya saben, por las cosas de la edad (no es que ninguno de los dos lo pusiera demasiado fácil), la película navega entre la comedia y el drama, abusando en ocasiones de una plácida comodidad en sus formas (esa música que subraya en todo momento los sentimientos que debe sentir el espectador) y haciendo que en ocasiones actúen de manera demasiado conveniente para las necesidades del guion.
Es, sin embargo, un buen ejercicio intimista, una reflexión sobre los sentimientos y el amor fraternal, agravado por el aislamiento autoinfligido de Héctor, un hico con un trastorno emocional que nunca se llega a aclarar (ni es tampoco necesario), por lo que tiene la historia toques de Rain Man, aunque es innegable también la influencia de títulos más amables como Pequeña miss Sunshine.
Es una película, en fin, tierna y emotiva, un buen producto, pero algo descafeinado teniendo en cuenta quien la firma. Dramedia familiar que se ve con agrado, pero a la que se le podría exigir mucho más.


Valoración: Seis sobre diez.

LE MANS '66

Por motivos que aquí no vienen al caso, parece que, en cuestiones de motor, los estadounidenses siempre han sido más aficionados de las pruebas al límite y los desafíos extremos que suponen competiciones como las 24 horas de Le Mans que de las multimillonarias carreras de Formula 1. Esas pruebas eran menos profesionales y mucho más peligrosas (que le pregunten a Steve McQueen o a Paul Newman) y eso las hacía de mayor interés para el pueblo llano, ya que aun teniendo poderosas escuderías detrás, un simple mecánico de taller podría ser piloto.
En los albores de 1966 Ferrari era la líder indiscutible del sector y en la Ford, marca americana por excelencia, que habían sido los primeros en fabricar coches en serie pero nunca se habían preocupado de participar en eventos deportivos, se les ocurrió desafiar al gigante italiano, contratando para ello al único yanqui que había ganado Le Mans hasta la fecha, retirado de los circuitos por problemas de corazón, como jefe de equipo.
Así comenzaba el duelo entre Ford y Ferrari que tendría su punto çalgido en la carrera de Le Mans de 1966 y cuya historia (más o menos real) refleja la película.
Le Mans ’66 cuenta con James Mangold como director, un tipo bastante competente pero que había perdido mucho crédito con Lobezno: inmortal, pero lo había logrado recuperar con Logan. Con Matt Dammon como el jefe de equipo Carroll Shelby y Christian Bale como el piloto Ken Miles dando lo mejor de si mismos, Mangold ha reconstruido una historia épica y de superación con un estilo narrativo que recuerda al Hollywood clásico, cuando se hacían películas deportivas con cierta continuidad antes de que los blockbusters semanales lo coparan todo.
Aunque parece que no hay que tomarse la historia con una verosimilitud milimétrica (al fin y al cabo, esto es cine, recuerden si no a Bohemian Rhapsody), parece que la traslación fílmica es bastante precisa, reflejando la pugna entre las dos compañías sin importarles a quien se llevaran por delante. Puede que en ese sentido Mangold peque un poco de demonizar a Henry Ford II y Enzo Ferrari, a los que casi convierte en villanos de opereta, pero lo hace para servirse de ellos al querer contar una pugna empresarial donde todo vale por la victoria y lo único que lo puede justificar todo es el dinero.
En esas se encuentran los protagonistas, dos rivales y amigos hermanados por su amor hacia los coches y, pese a sus diferencias, obligados a entenderse. Así, esta es, después de todo, una película sobre una amistad, sobre el sentido del honor y el orgullo y sobre el reconocimiento de un héroe más allá de sus ideas o su conducta.
En el aspecto técnico, Mangold está también impecable, siendo tan preciso en los momentos más familiares como en las espectaculares carreras automovilísticas, y aunque puede que no llegue la película al nivel de Rush, es un buen complemento para los amantes del mundo del otor. O incluso para los que, como yo, no lo sean.
En resumidas cuentas, interesante película deportiva de fondo reflexivo sobre la amistad y la ambición, con grandes interpretaciones y un ritmo que permite que las dos horas y media de metraje pasen como un suspiro.


Valoración: Siete sobre diez.

ADIÓS

Aunque no quedé muy satisfecho con la película Tokarev, el debut de Pedro Cabezas en Hollywood de la mano de Nicolas Cage, debo reconocer que con su salto televisivo, encargándose de episodios de títulos tan notables como Penny DreadfulThe StrainFear The Walking Dead o American Gods, le ha portado suficiente experiencia como para, en su regreso a España (nueve años después de su exitosa Carne de neón), componer una de las mejores películas españolas del año, en un 2019 en el que nuestro cine ha estado especialmente sobresaliente.
Para los que siguen teniendo problemas con el cine patrio, insistiendo en que es siempre igual, le propongo el ejercicio de comparar el último estreno recibido, Si yo fuera rico, película prefabricada y en busca de un público acomodado, con esta maravilla que es Adiós. Sí, ya se que son géneros y estilos diferentes, pero no soy yo quien se empeña en meter todo el cine español en el mismo saco, ¿no?
Con un enorme Mario Casas a la cabeza (¿dónde están ahora los que lo criticaban tanto?), la película es un cruel relato de venganza tras la muerte, en un accidente de tráfico, de la niña pequeña del matrimonio formado por el personaje de Casas y el de la también excelente Natalia de Molina. En otras manos (y en otra filmografía), esta podría ser la clásica película de venganzas fraternales que bien podría haber protagonizado Liam Neeson, Mel Gibson o ingluso el propio Nicolas Cage, pero no, esto va de otra cosa, esto va de la España del sur, de la España real, de luchas territoriales entre clanes y familias. Y, sobre todo, va de realidad, de mucha realidad.
Con un tono sucio y hasta desagradable, la película busca más compartir el sufrimiento de los protagonistas que el placer propio de la venganza, poniéndose así en las antípodas de, por ejemplo, El justiciero de Eli Roth. En lugar de eso, Cabezas (que firma el guion junto a Carmen Jimenez y José Rodríguez) apuesta por un tono más intimista donde podemos sentir la pérdida de la niña como nuestra, y haciéndonos entender que, por difícil que parezca, la vida sigue tras la tragedia y que la obsesión ciega por esa venganza, por el todos contra todos, solo puede traer consecuencias aún peores.
Paco Cabezas brilla pues, en el aspecto más personal de la historia, pero esto no significa que se dejen de lado las escenas de acción, espectaculares y brillantemente dirigidas. El asalto al barrio de las 3000 viviendas, la pelea entre la policía a la que da vida Ruth Díaz o la secuencia final son meros ejemplos de que la cinta puede ser trágica y dolorosa a la par que emocionante y adrenalínica.
La España cañí es el escenario ideal para una historia sórdida, de bajos fondos, donde Casas ha tenido que reinventarse (asombroso lo que hace con su acento) para dar un paso más en su brillante carrera, aunque sin por ello desmerecer a un reparto que, en su totalidad, están excelsos.
Adiós, con una banda sonora también impagable (y lo dice alguien a quien no le gusta el flamenco, pero que se le puso la piel de gallina con cada canción) y una excelente ambientación, es una película que no se puede ver cómodamente sentado en la butaca, asaltado siempre por los nervios y que se sigue disfrutando (es un decir) una vez finalizada la proyección. Una joya a la altura de Quien a hierro mata o La trinchera infinita, por nombrar algún ejemplo de cine español angustiante y opresivo de este año.


Valoración: Ocho sobre diez.

FROZEN II

Seis años después de la maravillosa Frozen: el reino de hielo Disney ha estrenado (con un atronador éxito de taquilla) su secuela. La primera reflexión que conviene hacer sobre Frozen II es la de: ¿era necesaria? Rotundamente no, yo mismo quedé enamorado de la primera entrega y no esperaba que se pudiera repetir la jugada, pero ya se sabe que el dinero manda, y Frozen dio mucho dinero.
Con un tono continuista (se ha apostado por los mismos directores y guionistas), lo que más destaca de Frozen II es el intento desesperado por no ser una secuela más, por no limitarse a realizar un producto con el piloto automático puesto y esperar solo a contar los billetes. En lugar de eso, tenemos un muy buen desarrollo de personajes y una impecable factura técnica que por momentos nos permite obviar el que la historia resulte un poco impostada y que las canciones, aunque maravillosas, no alcancen a ese hito que fue Let it go.
Cierto que se ha apostado por una aventura un poco más oscura y madura y que el discurso feminista (sin llegar a rechinar) sigue estando presente, pero es imposible repetir la magia que se produjo al encontrarse por primera vez con estos personajes que reinventaban los cuentos de princesas y combinaban la magia Disney con el tono Marvel (siempre he visto a Elsa como a una especie de mutante, a medio camino entre Emma Frost y el Hombre de Hielo). En ese sentido, quizá lo mejor de todo, lo que más nos pueda hacer disfrutar (y termine por quedar en la memoria) sean fragmentos aislados donde brillan los personajes secundarios, como esos torpes intentos de Kristoff por declararse a Anna, la parodia de videoclip ochentero durante su balada o casi todo lo referente a Olaf (el personaje que, curiosamente, menos me gustó en la primera película).
Así, podríamos decir que Frozen II es una digna sucesora, que contiene todo lo que gustó de la primera película y que va a volver a enamorar y emocionar, pero nunca llega a estar al mismo nivel y debe considerarse como un punto inferior. Al final, esto es como un buen truco de magia: por muy bien que se repita, nunca nos asombrará tanto como la primera vez.


Valoración: Siete sobre diez.