domingo, 17 de marzo de 2019

EL NIÑO QUE PUDO SER REY

Hace ya ocho años que Joe Cornish se dio a conocer como guionista y director de la interesante Attack the block. Definido como una especie de alumno aventajado de Edgar Wright, se esperaba mucho de él de cara a sus siguientes trabajos, pero no ha sido hasta ahora que ha decidido volver a ponerse tras las cámaras, limitándose todo ese tiempo a filmar los guiones de Tintin y el secreto del unicornio y Ant Man.
No está claro si su colaboración con Spielberg le inspiró para esta película o si eran ya sus ideas para este proyecto lo que propició que colaborara con él, pero lo cierto es que hay muchas semejanzas entre El niño que pudo ser rey y el cine clásico de la Amblin. Así, títulos como El secreto de la pirámide o Los Goonies vienen a la memoria al disfrutar de este entrañable pasatiempo familiar que consigue aunar el cine infantil y el adulto sin complejos, logrando aunar a la perfección ambos mundos.
No hay, en realidad, nada de original en El niño que pudo ser rey. Se trata, ni más ni menos, que de actualizar el mito del Rey Arturo (siempre con el Excalibur de John Boorman en la cabeza) con niños de por medio, pero lo que a priori podría parecer el fútil intento de iniciar una nueva saga adolescente del montón se desvía con inteligencia desde el primer momento. El niño que pudo ser rey, escrita por el propio Cornish, busca desde el primer momento su propia identidad, queriendo siempre acercarse más a las aventuras de chavales de los ochenta que, por ejemplo, al subgénero fantástico impuesto por Harry Potter y compañía.
Con El niño que pudo ser rey Cornish se consagra como un gran director, demostrando un gran dominio del ritmo y la cámara y sabiendo dotar de personalidad a sus personajes. Tanto da que el pringado, el amigo cómico o los matones del colegio se parezcan a esos niños mil veces vistos con anterioridad en el cine, Cornish se los lleva a su terreno para darles una pátina especial y conseguir que huyamos de las comparaciones. Aquí, lo importante no es ya lo que se cuenta, sino cómo se cuenta. Y por eso la película resulta ser una extraordinaria aventura destinada a todo tipo de público y con un aroma clásico muy agradable.
Es notable el uso de los poderes mágicos que da a Merlín (aquí si que aporta un punto de originalidad) y al humor sin concesiones que ofrece a muchos momentos de supuesto dramatismo. Con ello se permite además ofrecer una película con mensaje, un canto a la amistad, la lealtad y la familia, ligeramente amargo por momentos, sin resultar cursi ni impostado.
Todo ello, al servicio de una historia de fantasía alrededor del mito artúrico, una leyenda mil veces llevada al cine y que, con el tino correcto, siempre debería funcionar. Puede que algún efecto visual desentone ligeramente (tampoco estamos ante una superproducción desmedida) y que el protagonista esté un punto por debajo del resto del reparto, pero al final son pequeños detalles que no ensombrecen una película que es un disfrute en todos los sentidos y que resulta emocionante y emotiva a la par que muy divertida.
Se agradece, por último, la honestidad de Cornish de querer ofrecer un producto único y cerrado. Sí pueden hacerse secuelas de esta película, por supuesto, pero ello se debería probablemente más a un deseo de la productora de estirar el filón (en caso de que resultara ser un éxito) que de la pretensión del autor de iniciar una franquicia, ya que el final está satisfactoriamente cerrado.

Valoración: Siete sobre diez.

ESCAPE ROOM

Llevamos unos años en los que, en el campo del entretenimiento, los Escape Rooms se están imponiendo por encima de otros juegos de evasión, proliferando los locales que ofrecen estos productos y elevando su complejidad y sofisticación.
No era de extrañar, por tanto, que el cine se fijara en ellos para hacer una película sobre el tema. Y aunque sean ya muchas las que existen, Espape Room es, posiblemente, la propuesta más comercial y com más ínsulas de quedarse como definitoria del género y quizá, puerta de acceso a una nueva franquicia.
La base está clara y no es demasiado original. Al fin y al cabo, los Escape Rooms no son más que una variante inofensiva de las casas de tortura planteadas por películas como CubeSaw y demás, a su ver versiones retorcidas y macabras de las clásicas mansiones de los relatos de Agatha Christie en los que se debían resolver pistar para cumplir con el acertijo final.
Propiciada por Sony, la película aspira a sr un gran producto comercial (ya está confirmada su secuela), con lo que las dosis de sangre y vísceras está muy por debajo de los referentes mencionados. Eso hace que todo quede en manso de la originalidad y atino de los puzles y del trabajo de los intérpretes, todos ellos bastante acertados pese a la poca profundidad de sus personajes. Así, Escape Room se aleja del terror clásico para incidir más en la intriga, contagiando al espectador con sus misiones contrarreloj y logrando crear un estado de nervios muy convincente.
Por el contrario, todo se sustenta por una trama tan mínima que, a poco que se analice un poco se derrumba como un castillo de naipes. Quizá el problema sea en el deseo de, una vez finalizada la cosa, querer dar demasiadas explicaciones, alargando la película en exceso en un epílogo innecesario y que no se sabe si es un simple chiste final o la presentación de la secuela.
Por ello, Escape Room consigue ser una película interesante, apta para casi todos los públicos (incluso aquellos que no gusten del gore que en algunos momentos necesitaría) y cuya tensión traspasa la pantalla, pero que no conviene analizar demasiado y cuyo recuerdo posiblemente se disipará apenas terminada su proyección.
No hay nada en la película que se pueda definir como un error monumental, por lo que poco se le puede criticar, pero tampoco sus méritos son demasiados, quedando un poco a medio camino de todo, resultando entretenida pero poco más.
Una lástima, pues una vez decididos a distanciarse de Saw, la cosa podría haber dado para algo más prometedor. Aun así, como traslación cinematográfica de un juego de Escape funciona y seguro que hará las delicias de los escapistas.


Valoración: Seis sobre diez.

TAXI A GIBRALTAR


Decía, a colación de la película 4 latas, que en ocasiones los tráileres de películas invitan a pensar que estamos ante una producción espantosa y luego no es para tanto. En esa línea se encontraba también esta Taxi a Gibraltar, la nueva comedia al servicio de Dani Rovira (aunque esta vez algo más comedido de lo habitual, repartiendo el protagonismo con Joaquín Furriel) con la que el director (y también coguionista) Alejo Flah vuelve a ofrecernos una comedia de enredos cafre y con aroma cañí que se aprovecha de las leyendas doradas alrededor de la relación entre el gobierno franquista y una Europa embarcada en la II Guerra Mundial, tal y como hiciera ya la mediocre El oro de Moscú, hace ya más de quince años, coin la que guarda ciertas similitudes.
Ciertamente, la película no ha resultado ser el completo desastre que sus avances invitaban a pensar, pero tampoco se queda muy lejos. Tras un correcto arranque, donde las historias y motivaciones de los dos protagonistas quedan bien reflejadas, y un toque de realidad social con las referencias al conflicto entre los taxis y los VTC, la cosa va decayendo a medida que avanza la película, forzando a que todo quede en manos el cariño que se pueda tomar al trío protagonista (Ingrid García Jonsson poco puede hacer con las líneas de diálogo que le han caído en gracia). Hay cierta química entre Rovira y Furriel, cierto, pero sus confrontaciones son tan repetitivas que la gracia se pierde pronto, mientras que la aparición de algún que otro secundario (es novio del personaje de ella, por ejemplo) está realizada con torpeza, más cerca del ridículo que del humor.
Al final, la película es una tontería que, quizá en otras manos, podría haber tenido más gracia, pudiéndose apostar, por ejemplo, un poco más en la polémica con los VTC, burlándose con algo más de mala leche del tema del Brexit o complicando algo la “misión” de los protagonistas para robar unos lingotes de oro que se supone están ocultos en los túneles el peñón de Gibraltar.
No es, por lo tanto, la peor película del mundo ni hay que rasgarse las vestiduras tras su visionado, pero resulta ciertamente decepcionante, resultando demasiado absurda para poder tomársela en serio, pero falta del surrealismo necesario para ser lo alocada que debería, amén de que la simpatía con la que obligan a ver a los protagonistas avanza desde el primer momento el irremediable (y forzado) final feliz que debe tener la película.
De nuevo, una comedia ambiciosa que termina resultando una más del montón, una propuesta con la que echarse algunas risas (tampoco demasiadas) y que será olvidada con relativa facilidad.


Valoración: Cinco sobre diez.

70 BINLADENS

El cine español de los últimos años (ampliemos ese término a las dos últimas décadas, por ejemplo) ha mostrado una evolución saludable que le ha permitido romper tópicos y congraciarse con el gran público gracias, sobre todo, a tres géneros que ya podríamos considerar como patrios: la comedia autóctona (y Ocho apellidos vascos sería su máximo referente), el thriller (con el descubrimiento de grandes autores como Sorogoyen, Rodríguez o De la Torre) y el terror (que ha internacionalizado nuestro con esa muestra de talentosos artistas que se reunió en los pasados Goyas alrededor del homenajeado Ibáñez Serrador).
Sin embargo, del éxito al fracaso hay un paso muy pequeño, y todo ese resurgir de nuestro cine ha derivado en una encadenación de producciones de estudio a base de guiones prefabricados y actuaciones mecánicas que buscaban más la complicidad fácil con el espectador a base de dar siempre más de lo mismo, aspirando a una buena taquilla antes que a una buena película, que han propiciado un leve declive en una filmografía que parece huir del riesgo y conformarse con acomodarse a las fórmulas que (se supone) garantizan el éxito.
70 binladens es una de esas producciones que rompen dichos esquemas y que, a golpes de calidad, se rebela en contra de la industria para ofrecer algo diferente, acercándose sin complejos más al cine policíaco americano de los años noventa (y la magnífica banda sonora de Fernando Velasco es buena muestra de ello) que a lo que nos acostumbran las recientes producciones abaladas por las televisiones de turno.
Ya con Gernika, el director Koldo Serra (que ya había dirigido algunos de los episodios más interesantes de El ministerio del tiempo y que actualmente trabaja en la tercera temporada de La casa de papel) había demostrado ser un director interesante, pero con 70 binladens se consolida definitivamente, logrando un estupendo thriller en el que los tres pilares fundamentales para que una película funcione se magnifican, retroalimentándose a la perfección entre ellos. Me estoy refiriendo a la realización, el guion y la interpretación.
Por un lado, la historia tramada por Javier Echániz, Juan Antonio Gil Bengoa y Asier Guerricaechebarría es casi perfecta. Amparándose en los tics propios del cine de atracos, con Lumet como máximo referente, pero rechazando (después de acercarse a ellos) los tópicos para recurrir a unos giros de guion sorprendentes y que mantienen en todo momento en vilo al espectador. Unos giros inteligentes, que sorprenden sin necesidad de resultar inverosímiles ni caer en el deux ex machina de turno.
Por otro lado, Serra se luce con el uso de diversos planos secuencia, un recurso que aunque ya empieza a resultar algo manido en nuestro cine después de que Cuarón y Iñárritu los pusieran de moda siempre es efectivo (si está bien hecho y no se ve el truco, claro está), amén se saber manejar perfectamente los tiempos, creando una atmósfera de tensión y violencia contenida que traspasa la pantalla y logrando sacar lo mejor de las localizaciones (qué presencia tiene esa plaza en la que se encuentra la sucursal bancaria que sirve de base para toda la película) exprimiendo al máximo a sus actores.
Y ahí está la tercera gran baza del film. Todos los actores, con un nutrido reparto de secundarios, están estupendos, pero las dos protagonistas femeninas, inmensas Emma Suárez y Nathalie Poza, se comen la pantalla, logrando centrar en ellas todos los focos y convirtiéndose en las dueñas absolutas de la función.
En fin, que estamos ante una gran película, una historia sobre un atraco que sobre el papel podría parecernos mil veces vista pero que sabe romper con los estigmas para tener una personalidad propia, resultando inteligente y desconcertante, engañando sin resultar tramposa e invitando a reversionarla para descubrir sus secretos ocultos.

Valoración: Ocho sobre diez.

martes, 12 de marzo de 2019

MULA

Pese a su avanzada edad (está a punto de cumplir ochenta y nueve años), Clint Eastwood sigue rodando a un ritmo imparable y con menos de un año de diferencia con respecto a su última película, 15:17, tren a París, lo cual es de por sí solo digno de admiración, independientemente del resultado final de sus trabajos.
Es indudable, sin embargo, que sus mejores tiempos como director han quedado atrás, y a excepción de la estimable Sully, sus últimas películas eran bastante olvidables, siendo posiblemente Gran Torino su última aportación destacable a la industria (aparte, quizá, de ese trabajo “de encargo” que era Invictus).
Con Mula, Eastwood regresa, además, como intérprete, después de haber dicho que se retiraba tras la mencionada Gran Torino, en 2008, aunque cuatro años más tarde volvería a aparecer (fue una colaboración “como amigo”) en la olvidable (y olvidada) Golpe de efecto.
Eastwood siempre se ha caracterizado por hacer un cine bastante intimista, con una clara línea a seguir en sus trabajos más personales, con temas como la soledad, el abandono o la redención, en películas crepusculares con la que Mula podría cerrar una trilogía iniciada con sin perdón y continuada en Gran Torino.
En Mula, Eastwood interpreta a un viejo amargado, encerrado en su mundo de horticultor, donde se mueve como pez en el agua, simpático, dicharachero y triunfador, pero que lo ha alejado de una familia que, en el mejor de los casos, lo ignora y en el peor, lo odia. Cuando los tiempos avanzan más rápidos que él mismo y termina en la ruina decide aceptar un trabajo de conductor sin hacer demasiadas preguntas, pero cuando el dinero es tan sencillo de ganar y las posibilidades de arreglar sus errores del pasado parecen factibles, es difícil detenerse.
Mula es, por tanto, una huida hacia delante, un relato inspirado en el caso real de Leo Sharp, que sirve para recuperar todos los tics del “anciano” Eastwood donde se confirma que, irremediablemente, lleva años haciendo la misma película. En esta ocasión, sin embargo, y pese a contar con el mismo guionista que Gran Torino, la historia tiene algo más de humor de lo habitual y se maneja hacia unos convencionalismos que hacen que, acompañando al drama intimista del protagonista, haya una historia paralela del gato y el ratón propia de películas como Atrápame si puedes o aquella interesante Un mundo perfecto que él mismo realizó hace ya veintiséis años y que, pese a contar con la parte interpretativa más talentosa (por ahí están Bradley Cooper -que repite con Eastwood después de El Francotirador-, Michael Peña, Andy García y Laurence Fishburne) que nunca termina de arrancar del todo. Es por ello que la película muestra un ritmo irregular, cabalgando entre una trama policíaca fallida y un drama familiar algo más correcto (junto a su hija -real y en la ficción- Alison Eastwood se encuentran también Taissa Farmiga y Diane West), y que, pese a que no llega a ser aburrida, si tiene un cierto aroma a rancio, como si la trama fuese tan caduca como el propio personaje, que se limita a justificar la mayoría de sus errores condenando a Internet y a los móviles (¡ay, abuelo…!).
Duele, además, ver a un Eastwood tan mayor. Es cierto que cada uno tiene la edad que tiene y que hay que aplaudirle por seguir al pie del cañón, pero viendo los esfuerzos que aparenta necesitar para cosas tan nimias como sentarse en una silla, cuesta creerse que pueda realizar viajes tan largos al volante de su furgoneta, soportar una paliza de dos mafiosos o retozar con las espectaculares chicas que le ofrecen sus nuevos amigos narcotraficantes (por cierto, ridícula la escena en la piscina en la que Eastwood, en modo “viejo verde” quiere emular las escenas de contoneos sexuales de la saga Fast&Furious y no llega ni a la altura de Torrente).
Una película aceptable, en fin, donde se deconstruye una vez más al héroe americano y cuyo mensaje se repite con tanta insistencia que termina resultando cursi y cansino. Es mejor película que la aburrida 15:17, tren a París, la manipuladora El francotirador o la mediocre Jersey Boys, pero no está, ni de lejos, entre las mejores películas de este director al que quizá le tocaría ya un más que merecido descanso.


Valoración: cinco sobre diez.

sábado, 9 de marzo de 2019

CAPITANA MARVEL

Capitana Marvel es una buena película. Todo funciona a la perfección, pero…
Esta podría ser, en pocas palabras, la definición de la nueva película Marvel, la número veintiuno, y que, en realidad, es vista por todo el mundo (incluso por la propia Marvel), como el prólogo a la esperadísima Vengadores: End Game. Incluso se podría afirmar que sus escenas postcréditos (a la larga irrelevantes, aunque no por ello menos aplaudidas) creaban más expectativa que la propia película.
Y es que, en realidad, todo lo malo del film dirigido por Anna Boden y Ryan Fleck se puede sintetizar en un enorme PERO, así con mayúsculas.
Vayamos por partes: A nivel argumental, sin ser nada del otro mundo, se podría decir que la película funciona bastante bien. Se presenta a Carol Danvers, que es de lo que se trata y, rompiendo ligeramente los esquemas de la clásica película de origen, se juega al despiste con el espectador disfrazando la película (aparentemente galáctica) en una intriga de espías de doble juego donde cuesta saber quien miente y quien dice la verdad. No es una historia para echar cohetes (casi toda la película es una mera excusa para que al ver End Game se sepa de donde narices ha salido la rubia superpoderosa esta), pero tampoco es como para ponerle muchas pegas, gracias en parte a la consabida fórmula Marvel que acierta de lleno en sus toques de humor (quizá me canse un poco el tema del gato, pero bueno) y que roza incluso el drama en su parte más intimista.
Los actores, por otra parte, están estupendos, en especial una Brie Larson que desde el primer minuto demuestra haber nacido para el personaje, logrando un nivel de empatía casi a la altura del de Robert Downey Jr. y su Iron Man. Su trabajo es excepcional y consigue alternar estados de ánimo con eficacia, transmitiéndonos (gracias a su mirada dulce y su media sonrisa) su vulnerabilidad para convencernos, apenas un segundo después, de que es el ser más poderoso de la Tierra. Además, su química con Samuel L. Jackson (también genial como un Nick Furia menos castigado que el que conocíamos hasta ahora) es total, consiguiendo por momentos dotar de un tono de buddy-movie a la película que agiliza mucho el ritmo, pese a la irregularidad que sus directores le otorgan.
Precisamente ese es uno de sus puntos débiles: una realización algo floja, en la que los momentos de conversaciones no están suficientemente bien medidos y donde las secuencias de acción resultan algo confusas, muy inferiores, al menos, a lo que nos tenían acostumbrados los hermanos Ruso o Josh Whedon, por nombrar a dos apellidos claves del Universo Marvel.
También se le podía achacar el desaprovechameineto de ciertos actores (Annette Bening me sabe a poco, y de Ben Mendelsohn mejor ni hablamos) o personajes (como todo el equipo que rodea a Yon-Rogg o la escasa presencia de Ronan el Acusador, aunque esto último se puede justificar debido al carácter de precuela de la película con respecto, por ejemplo, a Guardianes de la Galaxia), aunque a cambio el juego ofrecido entre los mencionados Danvers/Larson y Furia/Jackson, junto al Yon-Rogg al que da vida Jude Law o al Talos que lidera a los Skrulls es muy eficaz, más aún gracias a un prodigioso trabajo de caracterización que, si bien hace un buen trabajo con el diseño de los Skrulls, es un ejemplo de perfección en el rejuvenecimiento de Samuel L. Jackson.
Como he dicho, toda la película se justifica por la necesidad de presentar a la Capitana y situarla en un contexto idóneo de cara a lo que está por llegar en End Game, y ahí la película cumple. La explicación de lo sucedido es coherente, jugando además con el espectador más fan al ofrecer pequeñas pildoritas en forma de detalles que enlacen con lo que está por venir (visto ya en otras películas de la franquicia) o incluso insinuando cosas (que se puedan hacer realidad o no) de cara al futuro de este universo cinematográfico (una pista: tomen nota del nombre de la hija del personaje de Lashana Lynch, que interpreta a la mejor amiga de la Capitana).
Así que la historia funciona, la complicidad con el espectador es total (cuenten las lagrimitas que empaparon los ojos de los espectadores durante la aparición del logo de Marvel), la acción está bien conseguida, el humor funciona y la protagonista es perfecta. ¿Qué problema hay entonces?
La respuesta a esa pregunta se encuentra en el PERO con mayúsculas con el que comencé este comentario.
Una vez vista la película y disfrutada a tope, me queda una ligera sensación de vacío. Como si, tras conocer la historia de Carol, el resto pudiese ser ya olvidado. Black Panther, por ejemplo, que también ejercía como prólogo a Infinity War, ampliaba el Universo del MCU con la presentación de Wakanda, y Ant Man y la Avispa, esa comedieta tras el trágico desenlace de la última epopeya de Los Vengadores, ayudaba a digerir mejor el mal trago que supuso ver a Thanos victorioso.
Sine embargo, nada de esto sucede con Capitana Marvel. Parece más bien una película de transición, algo que en el mundo del comic se denomina un tie-in, y eso es lo que provoca ese PERO tan difícil de definir.
¿Me ha gustado Capitana Marvel? Sí, pero… ¿Es una buena película? Sí, pero…  ¿Consigue aumentar mi hype de cara a Vengadores: End Game? Sí, pero…
Muchos peros para lo que se esperaba de esta película, la primera del MCU protagonizada por una mujer, y que, al menos, logra superar una traba con nota: la del supuesto tono feminista que muchos haters cortos de miras le achacaban antes incluso de su estreno. Y es que en esto sí han sido sus realizadores muy inteligentes: Carol Danvers representa a la perfección el espíritu de la mujer luchadora, independiente y capaz, sin necesitar para ello componer un panfleto propagandístico como el que pretendía ser, imposible no comparar, Wonder Woman, esa película de empoderamiento femenino en la que yo siempre insistiré que el verdadero héroe (el que hace el sacrificio definitivo para salvar vidas) era un hombre: Steve Trevor.

Valoración: Siete sobre diez.

VELVET BUZZGAW

Dan Gilroy es un interesante director y guionista que despuntó hace un par de años junto al actor Jake Gyllenhaal con la provocativa e incómoda Nightcrawler. Su siguiente película, Roman J. Israel, Esq., pese a tener representación en los Oscar del año pasado, dejó un sabor agridulce, llegando a decepcionar por su falta de provocación y su realización rutinaria, por lo que el autor ha vuelto a repetir con su actor fetiche para, de la mano de Netflix, crear Velvet Buzzsaw, una extraña película que ironiza sobre el mundo del arte y que, a medio camino entre la sátira y el terror, crea un extraño enigma alrededor de un artista fallecido y su herencia pictórica.
En su arranque, la película recuerda a una especie de Pret’a’porter trasladada al mundo del arte, algo así como la excesiva The Square, en la que todo parece resumirse en una reflexión crítica y muy paródica sobre los tejemanejes de los críticos de arte, los comisarios de las exposiciones de arte y los artistas, cada uno un demente ególatra y obsesivo rey de su propio mundo. Sin embargo, a medida que la trama avanza, las muertes comienzan a sucederse y nada parece tener sentido, como si de repente nos encontrásemos ante un film de terror con objetos poseídos por entes demoníacos. ¿Recuerdan ustedes como una prenda de vestir podía convertirse en un espíritu asesino en la no menos demencial In fabric? Pues a algo así, pero con más sofisticación y elegancia, juega Gilroy en Velvet Buzzsaw.
Con un interesante reparto (junto a Gyllenhaal se encuentra Rene Russo, Toni Collette, John Malkovich -parece que Netflix le está tratando bien, ya estaba en A ciegas- y Natalia Dyer -una de las estrellas de Stranger Things-), la película sabe conjugar con acierto el humor con el drama, la crítica social con el terror, y la intriga con el gore, en una combinación que, eso debemos tenerlo claro, no será del gusto de todos. Con una estética muy cuidada, Gilroy juega a algo muy peligroso, tan sutil que obliga al espectador a rendirse ante su propuesta sin contemplaciones. Esta no es una película experimental, pero finge serlo, y como tal, se debe decidir de antemano si se acepta entrar en ella a pies juntillas o no. La colección de personajes exagerados, manipuladores y soberbios que pululan por la historia no invitan a simpatizar demasiado con ellos y la trama, insufriblemente lenta al arranque, caótica en su conclusión, es tan perturbadora y surrealista que par algunos el peaje a pagar podría antojarse demasiado elevado.
Sin embargo, si se decide aceptar el juego y participar en la propuesta de un Gilroy más enfermizo de lo habitual, se podrá llegar a disfrutar de un título sin duda extremo y que solo se puede digerir como un ejercicio de auto parodia que, sin tomarse en serio a sí mismo, dispara con baja contra el mundo del arte. Casi como si Gilroy acusara a todos los implicados en el negocio del arte de ser esclavos del dinero y poco más, quién sabe si incluyéndose a sí mismo en el concepto.

Valoración: Siete sobre diez.

4 LATAS

4 latas es uno de esos ejemplos en los que un mal tráiler puede arruinar una buena película.
Efectivamente, una vez visto el avance de la misma solo me apetecía alejarme lo más posible del último trabajo de Gerardo Olivares, un director que, además, me costaba imaginar a los mandos de una comedia, estando más acostumbrado a los dramas, algunos de ellos más cercanos al documental que al cine convencional (me viene a la mente la película El faro de las orcas o el trabajo para Netflix Dos Cataluñas).
Sin embargo, una vez sentado en la butaca del cine, y tras un arranque que parecía más propio de un melodrama amargo que de una comedia, la cosa empieza a funcionar sorprendentemente bien. Siguiendo el formato de una road movie a través del desierto africano, todas las extrañas decisiones tomadas por Olivares parecen adecuadas, desde hacer que Rean Reno hable español hasta mezclar actores tan dispares como Hovik Keuchkerian (un libanés haciendo de vasco), Susana Abaitua (a la que volveremos a ver en la inminente 70 Binladens) o Arturo Valls. Cierto es que el cineasta juega mucho al deus ex machina, dejando que la historia se mueva más por sus propios intereses que por una mínima coherencia, pero donde las situaciones visuales cómicas no pueden llegar unos inteligentes diálogos (así como la voz en off de Enrique San Francisco) consiguen complementarla con eficacia.
La película sigue el periplo de dos amigos que se reencuentran después de décadas que deciden repetir el viaje que los unió en el pasado para legar hasta Mali en un Renault 4, donde se encuentra el tercer componente del grupo, gravemente enfermo, acompañados por la hija de este. No sabemos demasiado del pasado (ni presente) de estos personajes, ni falta que hace. Estamos ante una película bienintencionada, una feel Good en toda regla, una fábula sobre la amistad y la familia con un trasfondo amargo (en el fondo se habla de la soledad y el perdón), que conjuga con habilidad los momentos más sensibleros con el humor más absurdo, completando la receta (como no podía ser de otra manera) con una fotografía maravillosa que convierte el film en un canto de amor hacia África, que luce en pantalla con indiscutible belleza, regada con una banda sonora repleta de canciones cargadas de energía positiva.
No es una película perfecta, pero tanto en su faceta más intimista como en el terreno de la comedia funciona mejor que la mayoría de producciones patrias que nos llegan últimamente y que se limitan a repetir una fórmula ya gastada. Por lo menos intenta ofrecer algo diferente., y durante la mayoría del metraje, lo consigue.


Valoración: Seis sobre diez.

FEEDBACK

Dirigida por el debutante Pedro C. Alonso, con guion del propio Alonso y Alberto Merini y con Jaume Collet Serra como productor, Feedbackes una de esas curiosidades del cine español que parecen empeñarse en no parecerlo.
Filmada en inglés con actores anglosajones (Ivana Baquero queda como principal cara conocida patria) y ambientada en un Londres en pleno debate sobre el Brexit, la película es un relato de intriga psicológica con generosa violencia que juega con la claustrofobia y la limitación de espacios tal y como sucediera, por ejemplo, con títulos como Buried o Grand Piano.
Jarvis Dolan es un popular periodista radiofónico con un programa de gran éxito que acaba de sufrir un traumático episodio de secuestro a causa de su último reportaje, que culmina con la grabación de una conversación que amenaza con sacudir los cimientos gubernamentales y que esa misma noche pretende emitir en directo en su programa. Sin embargo, cuando unos enmascarados irrumpen en la emisora, la noche tomará un nuevo e incierto rumbo.
Con el interior de la emisora de radio como escenario básico y apenas un puñado de actores enfrentados en una carrera contrarreloj, la película sabe manejar muy bien los tiempos para transmitir al espectador la angustia y el desconcierto de los protagonistas, consiguiendo desconcertar con interesantes giros de guion y apostando por la ambigüedad moral a la hora de alcanzar su desenlace final. Con un gran Eddie Marsan, que se echa la película a sus espaldas, la película funciona con corrección, consiguiendo Alonso, además, unos apostes visuales muy interesantes, jugando con inteligencia con los colores y el sonido y consiguiendo hacer realidad ese viejo tópico de que la emisora es casi un personaje más.
Sin embargo, no todo es perfecto, y si bien el guion juega muy bien las cartas del misterio gracias a sus engaños y giros argumentales, parece como si las intenciones de Alonso y Merini estuviesen tan volcadas en ello que se hubiesen olvidado de redondear la historia con un menaje social que sí se apunta en los primeros compases del film. Cuando la situación social política del país desaparece para enfocar todo en una historia de venganza pura y dura la película pierde algunos enteros y se llega a lamentar que no se profundice más en el discurso inicial alrededor de la influencia (ya sea positiva como negativa) de los medios de comunicación en la sociedad actual y la conversión del periodista en una especie de señor situado (por sí mismo, en la mayoría de los casos, por encima del bien y del mal).
Con todo, la película elige libremente los derroteros por los que desea moverse y eso sí lo hace con eficacia, apostando por una dureza visual y una violencia necesaria para impactar lo suficiente, resultando un buen (y por momento incómodo) entretenimiento.


Valoración: siete sobre diez.

domingo, 3 de marzo de 2019

¿PODRÁS PERDONARME ALGÚN DÍA?

Hay actores que han centrado sus carreras tanto en un género concreto que cuesta valorarlos por sus méritos interpretativos, más si su terreno habitual es la comedia. Nombres como los de Eddie Murphy o Jim Carrey difícilmente se asocian a otro tipo de cine, por más que estos hayan intentado salirse del estigma, en ocasiones con buen tino (el caso de la magnífica El show de Truman, por ejemplo). Por otro lado, también es cierto que cualquier intento de hacer cine serio puede ser recompensado con una admiración desmesurada, haciendo que el trato sea tan injusto en un caso como en el otro. Como se dice en el argot futbolístico: “ni ahora somos tan buenos ni antes éramos tan malos”.
Algo así es lo que sucede con Melissa McCarthy, cuyo caso en los Razzie de este año (unos ¿galardones? por otro lado ridículos) es digno de estudio. Ha recibido un premio a la peor actriz por ¿Quién está matando a los moñecos? (película ciertamente horrible y que ya valoré como de lo peor del año) y otro en positivo por su redención con ¿Podrás perdonarme algún día?
Personalmente, más allá de la calidad de sus películas, siempre he considerado a McCarthy como una buena actriz, y su vis cómica está fuera de toda duda, logrando tener química con actores tan dispares como Jason Statham, Jason Baterman o Sandra Bullock y capaz de liderar repartos como el de Cazafantasmas. Por eso, aunque apruebe su nominación al Oscar por la película que nos ocupa, tampoco soy de los que se ha sorprendido de la interpretación de Lee Israel que hace aquí, pues se limita a hacer un trabajo a la altura de sus registros solo que con un papel más interesante con el que trabajar.
Con Marielle Heller como directora (aunque más conocida en su faceta de actriz), la película cuenta la historia real de una escritora en horas bajas que, acuciada por las deudas y el alcohol y en un momento de bloqueo creativo (su especialidad son las biografías de famosas) descubre la manera de conseguir dinero fácil falsificando cartas mecanografiadas de escritores famosos.
Más allá de la fidelidad que pueda tener la película (algo a lo que nos tenemos que acostumbrar en todo biopic que se precie), hay que reconocerle a Nicole Holofcener y Jeff Whitty, firmantes del guion, su buen trabajo en la composición de la historia, sabiendo aunar el humor sarcástico de la pícara estafadora con un relato amargo sobre la soledad, enfocada tanto en ella como en su compañero de correrías, un gay cocainómano al que da vida con gran eficacia Richard E. Grant. Entre ambos, pilares fundamentales de la película, se navega entre la alegría y la tristeza, entre el chiste sutil y la amargura, con una precisión de cirujano al que las gotas de intriga que proporciona el desconocimiento (al menos a nivel mayoritario) de la resolución de la historia real y que coronan a la película como una pieza de gran interés y agradable visionado.
Posiblemente, la principal clave del buen funcionamiento de ¿Podrás perdonarme algún día? es con seguir presentar a dos personajes que, mal conducidos, podrían resultar algo odiosos y conseguir que desprendan una ternura y una comprensión que permite identificarse con ellos y empatizar pese a su condición de “villanos”, para lo cual nunca se cae en el error de minimizar sus hechos ni convertirlos en simpáticos antihéroes al estilo de los “simpáticos pícaros” que, pese a ser delincuentes, cuentan con las simpatías del espectador. Aquí, los protagonistas quebrantan la ley y no se les justifica por ello, simplemente se da la oportunidad de comprenderlos y aceptarlos como son, sintiendo compasión no por el castigo que pudieran recibir sino por los tropiezos que los llevan a tal situación.  Y tiene mucho mérito conseguir hacer una película tan amarga como esta y que la mitad del metraje lo pasemos con una sonrisa en los labios.
En fin, que, aunque no sea necesario el film para descubrir ahora a la McCarthy, hay que rendirse ante su valentía de salir de su zona de confort y agradecer que su esforzado trabajo, junto a de Grant, nos brinde una muy recomendable película con más trasfondo que las simples aventurillas de una estafadora de tres al cuarto.


Valoración: Ocho sobre diez.

sábado, 2 de marzo de 2019

DESTROYER. UNA MUJER HERIDA

Algo curioso sucede con Nicole Kidman, una de las actrices más olvidadas y minusvaloradas de la actualidad. Cada vez que aparece en una película se escucha o lee algún comentario del tipo: “la recuperación de Nikole Kidman”, como si la actriz hubiese estado desaparecida del panorama cinematográfico y el mundo se hubiese olvidado de ella. O hay algún chiste acerca del abuso del Botox que le redujo su expresividad facial (reconocido por ella misma) y siguiese arrastrando esa cruz de por vida. Por eso, su aparición en Aquaman fue una sorpresa para muchos (en un papel pequeño pero que le permite actuar de verdad, no como el esperpento de personaje que le tocó a Michelle Williams en Venom). Así que nadie ha debido ver sus grandes trabajos en PaddingtonEl sacrificio de un ciervo sagrado o la maravillosa Little big lies (aparte de aparecer en otros títulos recientes tan destacables como El editor de librosLion La seducción).
Ahora, con Destroyer: Una mujer herida, por la que ha sido nominada al Globo de Oro, aunque sin llegar a entrar en la pugna final por los Oscar, Kidman vuelve a estar en boca de todos, aunque sin duda este trabajo ya habrá sido obviado cuando llegue su próximo estreno. ¡Qué fácil es olvidar…!
Y hago esta especie de ensayo tan alargado sobre la Kidman porque, pese al buen trabajo de Karyn Kusama (una de esas directoras esporádicas en cuyo haber apenas tiene la olvidable Æon Flux, la reivindicable Jennifer’s body y la estimable La invitación) y la inteligencia del guion, amén de unos buenos actores secundarios, Nicole Kidman en el cuerpo y alma de la película y todo gira en torno a ella. Y por eso, el que esta sea una gran película es debido, básicamente, a que ella la hace grande.
Y no solo por el tópico de “actriz guapa haciendo de fea”, que de eso hay un rato, sino porque su presencia llena la pantalla hasta límites imposibles y es inútil pensar en Destroyer y no pensar en ella, con ese primer plano de su rostro destrozado y su mirada perdida con que se inicia la película y que te persigue hasta el final de todo.
Una inteligente jugada del film es saber combinar con acierto dos esquemas básicos en su argumento. Por un lado, nos encontramos ante el típico drama de una mujer que, debido a sus errores del pasado, ha tirado por la borda su vida y ahora ve como su relación con su hija (quizá de lo poco bueno que haya en ella) está irremediablemente perdida. Vamos, lo que podría ser el drama social típico de los Oscar que podría recordarnos a productos del tipo The Florida Project, por ejemplo. Por el otro, tenemos un thriller policiaco que arranca con el descubrimiento de un cadáver, contado en dos tiempos sobre una pareja de policías infiltrada en una banda de atracadores y las consecuencias de ello en el futuro.
Así, se puede sufrir con el drama de una mujer maltratada por el alcohol y los fantasmas que la atormentan mientras que nos devanamos los sesos tratando de unir las piezas del puzle y disfrutando de los giros de un guion que nos conduce a su antojo, despistando, pero sin caer en la trampa absurda de o inverosímil.
Hay además, un buen puñado de caras conocidas en el reparto, como Toby Kebbell (quien fuera el Muerte de la malograda Cuatro Fantásticos) o Sebastian Stan (el Soldado de Invierno de Marvel), que acompañan, sin llegar nunca a su altura, a una Kidman por momentos irreconocible cuya intensidad casi podría ser aprovechada en una película de terror, ya que el sufrimiento y la desesperación que logra transmitir con su silencio y sus miradas realmente asusta y pone la carne de gallina.
Destroyer: una mujer herida tiene un ritmo algo lento que quizá pueda incomodar a algunos, pero es que, por encima de todo, es una película de personajes, y conviene conocer bien a la protagonista, que puede resultar odiosa de entrada, para terminar comprendiéndola hasta identificarse con su dolor.
Una película brillante con una interpretación definitivamente devastadora.


Valoración: Ocho sobre diez.