domingo, 28 de abril de 2019

VENGADORES: ENDGAME

En el primer tráiler de Vengadores: Endgame, Tony Stark dice algo que luego serviría como serviría como frase promocional para el poster: “una parte del viaje es el final”.
Me resulta difícil imaginar una definición mejor para esta película, una película que podría dar miedo de antemano, pues si bien el éxito lo tenía asegurado de antemano, el gran hype que producía podría haber jugado en su contra.
Efectivamente, esto no es solo una película. Esto es el final de un viaje. Un viaje que se inició hace once años con Iron Man y que ni siquiera tras la gloriosa Los Vengadores de Joss Whedon podríamos imaginar que alcanzaría un nivel narrativo y emocional como el que ha conseguido en su tramo final.
Ya está, se terminó. Hemos disfrutado, amado, llorado, gritado y luchado durante una larga lista de películas, alguna mejor que otra, alguna mítica y otra casi olvidable, y solo nos queda ese último momento de recoger el equipaje y volver del aeropuerto, que es lo que supone, tras Endgame, el saber que el fin definitivo de la Fase Tres del MCU es, en realidad, Spiderman: Lejos de casa.
¿Y qué es lo que nos han dado los hermanos Russo para cerrar esta parte de la historia del cine? Pues ni más ni menos que un hito, una obra que trasciende lo puramente cinematográfico. Más allá de sus cualidades técnicas (que las tiene, y enseguida hablaré sobre ello), Vengdores: Endgame supone, tal y como ya pasaba con Infinity War, un antes y un después para el séptimo arte. No solo va a arrasar en taquilla, sino que va a ser un film referencial para generaciones futuras que va a cambiar la concepción del propio cine (en una época en la que parecía que el futuro estaba en manos de plataformas tipo Netflix) y que demuestra que ls grandes películas deben disfrutarse en grandes pantallas, con cientos de desconocidos emocionándose a la vez, con risas y aplausos y esa sensación palpable en el ambiente de que todos nos estamos emocionando como si de un solo corazón se tratase.
Hay algunos nombres que deben considerarse pilares fundamentales del MCU (centrándonos en el plano artístico, si miramos hacia los despachos quienes merecen sendas estatuas en la entrada de Marvel Studios son Kevin Feige y Sarah Finn): John Favreau, el que lo empezó todo, Joss Whedon, el que le dio forma, y los hermanos Russo, quienes lo elevaron a las alturas. Tras dar forma definitiva a la imagen del Capitán América y demostrar que no todo son risas y colores en el MCU con las fantásticas El Soldado de Invierno y Civil War (y aquí hay que nombrar también a los guionistas Christopher Markus y Stephen McFeely, que ya firmaron el libreto de El primer vengador y han seguido escribiendo al Capi hasta este glorioso final), ellos se han encargado de culminar la mastodóntica saga del Infinito y, incluso, asentar las bases de lo que está por venir. Lo han hecho, además con valentía y coherencia, algo que se contrapone con la otra gran saga cinematográfica que culmina también este año (sumémosle eso al final de Juego de Tronos y resultará que el 2019 es un año amargo para el fandom). Y es que, si siempre es tentador comparar los éxitos de Marvel con el errático camino cinematográfico de su competidora comiquera de DC, en esta ocasión me parece más interesante mirarlos en el reflejo de Star Wars, que al fin y al cabo pertenecen a la misma madre, aunque no lo parezca. Y es que en cuestiones de hype el año pasado la cosa estaba muy igualada, con los fans haciendo cientos de teorías de lo que iba a suceder con sus héroes preferidos y tratando de averiguar (destripar) guiones que se guardaban con un secretismo absoluto. Pero mientras la locura argumental ha dominado el camino galáctico hasta el punto de que Los últimos Jedi parecían más pendientes de contradecir las teorías de Internet que de contar sus propias historias (hasta el punto de que Joe Johnson puede ser el principal culpable de todo lo malo que vaya a tener El ascenso de Skywalker), los Russo han optado por la coherencia, sin salirse de un plan determinado. Su Endgame se ha rodeado de mucho secretismo, es cierto, y ellos son los primeros que han jugado con el espectador para mantener sus cartas bien ocultas, pero eso no implica que se hayan obsesionado hasta tal punto como para traicionar su propia historia.
Así, en el lado argumental, se podría decir que Endgame es completamente previsible. Una de las teorías más difundidas sobre la manera de derrotar a Thanos era la de los viajes en el tiempo (algo que finalmente se terminó por insinuar claramente en Ant Man y la Avispa), y se especulaba con que gran parte de la película fuese sobre los Vengadores tratando de recuperar las dichosas gemas en diversos momentos del tiempo. Y así ha sido, sin sorpresas ni cambios absurdos de guion de última hora. En lugar de eso, los Russo han desarrollado una trama inteligente y llena de giros y golpes de efecto que permiten que, aun sabiendo que la cosa iba de lo que ya se sabía que iba, cada escena fuese una emoción diferente, cada plano ofreciera una sorpresa nueva y la magia volviera a impactarnos tal y como sucediera ya en Infinity War.
Cierto que las emociones aquí son diferentes. No tenemos ese impacto final que supuso ver a la mitad de la humanidad (héroes incluidos) desapareciendo, pero eso no significa que ver las consecuencias de aquello y como los supervivientes han sabido enfrentarse a sus propios temores sea menos intenso y doloroso. Incluso el final, donde no había duda alguna de que los héroes volverían (hay películas confirmadas de la mayoría de ellos) y que Thanos sería derrotado, es tan impactante y emotivo como para que, de nuevo, las lágrimas amenacen con aflorar.
Y todo ello con una película que, para ser un blockbuster de tres horas de duración (que pasan en un suspiro, todo sea dicho), tiene posiblemente menos acción de lo esperado. Hay más momentos intimistas y de conversaciones de lo que cabría esperar, pero funcionan perfectamente bien y no hay un solo minuto que parezca estar de más, que reste interés a la obra. Una obra, eso sí, que vuelve a ser tan heredera de esas veintiuna películas anteriores que no es muy recomendable ver Endgame si no se conocen bien las bases sobre las que se sostiene, siendo, para sorpresa de muchos, la historia de Ant man más importante que, por ejemplo, la de La Capitana Marvel.
Además, los Russo han hecho quizá su mejor trabajo como realizadores, no ya por la pericia visual que ya demostraron sobradamente en El soldado de Invierno, con unas escenas de lucha impactantes (cabe destacar cierto plano secuencia realmente espectacular), sino por saber marcar un  ritmo preciso, aportando más humor que en sus tres trabajos anteriores sin que este desentone en ningún momento, consiguiendo que personajes que podrían parecer ridículos tengan en realidad una profunda carga dramática (cada uno se enfrenta al dolor y al fracaso de una manera diferente)  y midiendo el tempo con precisión de relojero.
A ello ayuda también la simbiosis perfecta que se da entre los actores y sus personajes. Resulta ya casi imposible imaginar a ningún héroe Marvel con un rostro diferente al del actor que lo interpreta, y es tal el nivel de compromiso que la productora ha conseguido con ellos (y esto es algo que va más allá de los generosos cheques que puedan ofrecerles) que la película se convierte en un quien es quien del MCU, con la presencia de actores (aunque sea en escenas de apenas unos segundos) del pasado y que consiguen que este sea realmente un fin de fiesta.
Y, como debería suceder, algo de amargura queda al terminar una fiesta. Es por ello que, pese a que la película se dedique a contrarrestar los acontecimientos traumáticos de Infinity War, un deje de amargura quede tras los créditos finales (sin escena postcréditos esta vez, como para subrayar que la cosa va en serio). Y es que, por hermoso que sea un viaje, las despedidas siempre son tristes. Y esta película es, toda en sí, una gran despedida. Hermosa, emotiva, nostálgica y apasionante, pero despedida, al fin y al cabo.
Los héroes (algunos de ellos, al menos), volverán, pero parece evidente que las cosas ya nunca volverán a ser lo mismo. Es difícil que una película cierre una saga millonaria (de la que se sabe que habrá continuación) con la sensación de que algo va a cambiar para siempre. Endgame lo ha conseguido.
Este es otro mérito más de la que, posiblemente, y vista en conjunto con Infinity War (¿acaso no son ambas una sola película de más de cinco horas de duración?) sea la película más importante de la década, sino del siglo. Una película que cambia las reglas del juego y que sienta unos precedentes que, por otro lado, son casi imposibles de imitar.
Sin duda, no todo es perfecto, y habrá quien pueda reprocharle algo al film, como el uso de algunos personajes, la poca presencia de otros o algún as de la manga que huele a truco de guion más que a otra cosa, pero al final esto corresponde más a decisiones creativas que a fallos cinematográficos, lo cual es algo siempre subjetivo. Para el que esto escribe, resulta impensable hacerlo mejor. Allá donde esté, Stan Lee se sentiría orgulloso.
Nuff Said!

Valoración: Nueve y medio sobre diez.

LA PEQUEÑA SUIZA

Si hace apenas unos días aplaudía el hecho de que Carlos Therón presentara una propuesta diferente a la comedia al uso que estamos viendo últimamente en nuestro país con Lo dejo cuando quiera, esta semana toca el lado contrario, ya que La pequeña Suiza es un paso atrás en el intento de demostrar que nuestro cine es capaz de salirse de los tópicos que tanto lo suelen estigmatizar.
Dirigida por Kepa Sojo, en su segunda película tras una buena colección de cortometrajes en su haber, La pequeña Suiza es una nueva vuelta de tuerca a los chistes patrios sobre los tópicos más rurales y costumbristas, muy heredera de los Ocho apellidos vascos y sus múltiples imitaciones.
De hecho, la premisa no podría ser más simple: Tellería, un pueblo enclavado en el País Vasco pero que en realidad pertenece a Castilla, se debate ante la frustración que le causa los impedimentos para ser integrados al fin como vascos. Ante el conflicto de intereses entre los diversos gobiernos, y tras un descubrimiento arqueológico, optan por tirar por el camino de en medio y solicitar anexionarse a Suiza.
Hay que reconocer que, ante la simpleza de personajes y el aroma a frustrada (y frustrante) imitación del espíritu más berlanguiano, hay al menos un punto de absurdo disparate que le da un puntito de valor al film. Sin embargo, quizá heredero del currículo cortometrajista del director, las diversas subtramas están demasiado deslavazadas (e incluso inconclusas) como para que todo funcione en una sola unidad. Es como si las historias independientes (el cura que trafica con armas, el triángulo amoroso, el agente secreto, los vecinos enfrentados al pueblo…) fuesen un fiel reflejo del conflicto de identidad de los protagonistas, creando así una extraña metáfora de metacine que para nada es lo que se pretendía y que no ayuda en absoluto a que la película, más allá de su pobre argumento, pudiese funcionar todo lo bien que podría.
Hay momentos simpáticos y sus actores están correctos, lo que consigue salvar la película del naufragio, pero uno se queda con las ganas de que el absurdo de su planteamiento hubiese sido explotado hasta sus últimas consecuencias, de manera que todo tendría que haber sido más loco y ridículo de lo que es. Esto no habría mejorado la trama, pero al menos sí hubiese propiciado más carcajadas.

Valoración: Cinco sobre diez.

sábado, 20 de abril de 2019

EMBOSCADA FINAL

El mito de Bonnie y Clyde es tal que prácticamente se han convertido en personajes de leyenda, de esos cuya ficción se entremezcla con la realidad de forma confusa. Comparados, por un lado, con Robin Hood en versión moderna por la simpatía que despertaban entre el pueblo, y con Jack el Destripador, por otro lado, por ser uno de los primeros delincuentes en alcanzar fama mundial, la realidad sobre su historia es tan confusa como la de esos otros dos personajes, más cerca de la ficción literaria que de la realidad.
Parte de ello se debe a la versión romántica que de la pareja se ha dado en el mundo del cine, siendo Bonnie & Clyde de Arthur Penn la obra más significativa. El clásico de 1967 seguía de cerca la historia de la pareja de amantes, convirtiéndoles casi en héroes y maquillando ligeramente el desenlace final para ampliar la leyenda.
Emboscada final, una de las últimas películas de Netflix, pretende poner el foco en el otro lado de la historia, la del ex ranger Frank Hamer al que contratan para su detención y posterior ejecución. Siendo Kevin Costner el elegido para el papel, resulta difícil no encontrar ciertos paralelismos con su trabajo en Los intocables de Elliott Ness, y cuesta pensar que John Lee Hancock no tuviese la película de Brian de Palma en mente al preparar esta Emboscada Final.
Dejando de lado la realidad histórica (al final parece que ninguna de las dos películas mencionadas terminan de ser completamente fieles a la historia, si es que algún día conoceremos lo que realmente hicieron los dos criminales), el principal problema de Emboscada final es que, como su propio título avanza, todo está centrado en ese asalto definitivo de las fuerzas de la ley contra Bonnie y Clyde, cuya secuencia en la película de Penn es tan icónica que se me hace difícil que alguien pueda considerar hablar de ese final como u spoiler. Como fuese, el hecho de construir todo un film pensando en llegar a una escena concreta hace que durante muchos momentos la acción sea algo tediosa, resultando algo superficial y aburrida. Y eso que el binomio entre Costner y Woody Harrelson como compañeros de viaje (la contraposición entre sus personalidades y el mucho tiempo que comparten coche por carreteras americanas obliga a pensar ahora en True Detective) funciona muy bien y la ambientación es impecable. Pero algo falla en el ritmo de la narración, aparte de que poner el foco en Hamer en lugar de en Bonnie y Clyde es jugar directamente al caballo perdedor por la diferencia de interés entre ellos.
Al final, la película, que no aporta nada demasiado novedoso para los que recordemos el Bonnie & Clyde original), resulta algo aburridilla en espera a la llegada de su tercer acto, este más satisfactoria, dejándose ver como una curiosidad (esa devoción de las gentes de pueblo hacia los fugitivos, los intereses creados alrededor de la gobernadora), pero que no suma demasiado a lo visto anteriormente sobre estos criminales que, lamentablemente, resultan demasiado secundarios en esta ocasión.
Más que una película, esto es una “cara B”, un complemento, al Bonnie & Clyde de Penn, mereciendo los amantes otra película que se ajuste mejor a su historia real y que quizá algún día veamos.


Valoración: Cinco sobre diez.

EL DÍA QUE VENDRÁ

Se podría pensar que las películas sobre la Alemania nazi empiezan a amenazar con saturar. Aún siendo un periodo histórico que me atrae y cuyo horror conviene recordar (no ya para tratar de evitarlo, que visto lo visto no parece muy factible, pero sí al menos para estar avisados de ello), llevamos un tiempo en el que tenemos casi un estreno sobre el tema por semana, lo cual hace que uno se pregunte si realmente quedan historias interesantes que contar sobre ello.
El día que vendrá, aparte de utilizar la victoria aliada sobre los alemanes como paralelismo a la historia de amor de sus protagonistas, sirve para reflejar un punto de vista algo menos trillado sobre el desenlace de la guerra. Estamos acostumbrados a ver a los nazis como los perfectos villanos, mientras que los aliados, con sus inevitables claroscuros, suelen ser los salvadores del mundo. No es que aquí sea diferente, `pero sí resulta interesante comprobar como tras la resolución de la guerra, y siguiendo un símil futbolístico, no solo hay que saber perder, sino también saber ganar. Y no parece que todos los ganadores sepan hacerlo ni entender que no todos los alemanes fueron nazis.
Es en este momento de deconstrucción germánico en el que nos encontramos con una mujer arrastrada a una Hamburgo arrasada por los bombardeos cuya percepción de los derrotados, a la par que la del propio espectador, irá cambiando a la par que se moleste en conocer mejor a las personas que la rodean y sea capaz de descubrir que, al final, los dramas personales durante una guerra son tan terribles en un bando como en el otro. Esa simetría entre los inocentes de un conflicto, las consabidas bajas colaterales, es lo que debe unir a las personas por encima de sus diferencias y con ella alcanzar la comprensión y el perdón.
Esto es lo que oculta la historia de El día que vendrá, una película en la que sus tres pilares fundamentales (el triángulo amoroso, el relato histórico y el mensaje moralista) podrían molestarse entre ellos pero que el realizador James Kent consigue unificar con eficacia, consiguiendo un empaque muy interesante y merecedor de nuestra atención.
Resulta imprescindible, por ello, un buen cartel de actores que terminen por dar brillo a la propuesta, y en ello Keira Knightley (muy dada a estos tipos de dramas), Jason Clarke (al que también parece gustarle el conflicto nazi) y Alexander Skarsgård están a la altura de las circunstancias.
Interesante e intensa, no es que nos muestre nada nuevo, pero lo que refleja lo hace con convicción y buen tino, siendo un film histórico sobre la II Guerra Mundial que sabe mirar hacia delante en vez de hacia atrás.


Valoración: Siete sobre diez.

MIA Y EL LEÓN BLANCO

Producida entre Francia, Alemania y Sudáfrica, pero con claras influencias francófonas (como muestra el que esté dirigida por Gilles de Maistre, Mia y el león blanco es una de esas películas buenrolleras con un mensaje positivo donde lo que importa, al final, son más las sensaciones que deja que no sus virtudes cinematográficas propiamente dichas.
Abalada por el tremendo éxito (¿cómo no?) que ha tenido en Francia, Mia y el león blanco cuenta la historia de una niña que se ve obligada a abandonar Londres para vivir en Sudáfrica por el empeño de su padre de mantener un negocio familiar de cría de leones. Lo que al principio será un infierno para la pequeña cambiará radicalmente cuando nazca un cachorro de león albino que se convertirá, más que en su mascota, en su mejor amigo.
Así pues, estamos ante una película entrañable sobre una amistad imposible que puede entenderse como un canto a la vida, cargada de positivismo y con un mensaje animalista como telón de fondo, cuya mejor virtud es la capacidad de emocionar con la relación entre niña y animal y cuya planificación visual es bastante convincente, por más que en algunos planos se note demasiado el truco. Pero no n os pongamos demasiado estrictos. Por este lado hay que reconocerle que funciona a la perfección y que tanto la bella fotografía que retrata el país africano como las canciones de fondo son un buen envoltorio para terminar de adornar la historia en la que la interpretación de la protagonista es también bastante meritoria.
Sin embargo, rascando un poco la superficie, nos encontramos con un panfleto publicitario, rematado con un mensaje el principio de los títulos de créditos pidiendo el apoyo para cierta organización. No lo veo mal como idea, pero el deseo imperioso de lanzar un mensaje es tan fuerte que incluso se coloca por encima del propio lenguaje cinematográfico. Esto es, se hace tanto hincapié en condenar la caza turística (algo legal, aunque de dudosa moralidad) que se olvidan de los valores que deben hacer grandes a una película. Por eso, la historia en sí es poco verosímil, con subtramas muy mal contadas y peor resueltas, personajes innecesarios (ese uso de un “villano de opereta” tan impostado como mal interpretado), un montaje confuso y, lo peor de todo, con todo un tramo central que aburre bastante. Eso sin contar con la antipatía que puedan llegar a provocar los propios protagonistas (en especial el padre), aunque eso ya entra más en el terreno de lo personal.
En resumen, película que, vista sin ninguna pretensión, es bonita y hasta simpática, con un mensaje naturalista, pero a la vez manipuladora y algo sensiblera. Un film para pasar el rato con los niños y salir con ganas de comprarse un peluche de león, pero poco más.


Valoración: Cinco sobre diez.

domingo, 14 de abril de 2019

LO DEJO CUANDO QUIERA

Ya he comentado en alguna ocasión la facilidad del cine español actual de producir comedias casi en serie, y en ello los de Mediaset son casi unos especialistas, acostumbrados a convertir en oro todo lo que tocan. Con Lo dejo cuando quiera repiten, además, una exitosa fórmula que ya les dio buenos frutos en las destacables Perfectos desconocidos y Sin rodeos, es decir, adaptar una película de éxito de otra filmografía vecina. En este caso, el director Carlos Therón, acostumbrado a lidiar con éxitos como Es por tu bien o Fuga de cerebros 2, ha variado un poco la fórmula, ya que en lugar de limitarse a fotocopiar la película italiana original se ha limitado a inspirarse en el punto de partida para crear su propia historia.
Además, Therón, también guionista, se sale de los estándares habituales de la comedia española representada en la imagen de Dani Rovira y compañía para componer una comedia más gamberra de lo habitual, muy heredera del cine de Jud Apalow pero también de aquellas comedias zafias de los ochenta, tipo Los albóndigas en remojo o Porkis, a la par que está ahí la innegable sombra de la serie Breaking Bad.
Lo hace, además, sin dejar de lado la sociedad actual, ya que aprovecha para reflejar la realidad de una generación, la que ronda la cuarentena, nacida para comerse el mundo y a la que la crisis y las malas decisiones gubernamentales condenó a la mediocridad. Esto se contrapone, además, con el desencanto de la llamada generación del futuro, comparando ambas y sabiéndolas distanciar y a la vez acercar con una pericia que (sin perder de vista que esto, en el fondo, no aspira más que a ser un gran chiste) ya quisiera para sí la insoportable After.
Pero dejémonos de reflexiones profundas y analíticas. Como ya he dicho, Lo dejo cuando quiera, la historia de unos profesores universitarios maltratados por la vida (y por su propia mediocridad) cuyo destino cambia cuando se lanzan a comercializar las pastillas que ellos mismos han creado, es muy gamberra y macarra, y eso es lo que mejor la diferencia de la mediocridad en la que amenazaba caer la comedia española en los últimos tiempos.
No es una obra maestra, ni lo pretende. Es, simplemente, una propuesta muy divertida en la que sus actores (casi todos de origen televisivo) se entregan a fondo y en el que el elenco femenino, aunque en un rol secundario, sobresale con eficacia, enriqueciendo la trama principal. Y mucha atención al brillante trabajo de un Ernesto Alterio desatado.
Ridículamente tonta, pero tronchante y eficaz a la vez. No se le puede (ni debe) pedir más.


Valoración: Siete sobre diez.

AFTER

Imaginen una historia de amor tan apasionada como insana. Imaginen que él es un niño de papá, con dinero, guapo pero malote y con un deje de oscuridad en su mirada. Y ella, una niña buena, virginal y sumisa. Imaginen que ella descubre gracias a él el juego del sexo y que él, mujeriego empedernido, descubre por ella lo que es caer en las redes del amor. Ahora añadan un grupo de amistades orbitales insano y algún secreto del pasado. E imaginen que todo ello se muestra en pantalla con una cuidada fotografía y al compás de una banda sonora pop infinita, rozando el videoclip más que el propio cine.
No, no estoy escribiendo una nueva reseña de 50 sombras de Grey, pero casi. After, la película que adapta uno de esos fenómenos literarios tan incomprensible como distante para según qué generación (como la mía, pongamos por caso), se muestra sin complejos como una versión para menores de la saga literaria de E.L. James, una historia sobre el descubrimiento carnal con la misma falta de valores que aquella (por más que sus autores pretendan negarlo, sigue siendo la historia de la dama sumisa cegada por el brillo del dinero y la masculinidad más cool), y de  cuyas influencias (y admiración) no reniega la propia autora, Anna Todd, por más que ella tuviese más en mente (lo estamos arreglando) la saga Crepúsculo.
Soy plenamente consciente de que una película como esta va dirigida a un target muy concreto al cual no pertenezco, por lo que algunos podrían condenar mi crítica negativa con la típica argumentación de que “la película no es para mí”, pero cuando se trata de valorar un producto cinematográfico que, no nos vayamos a engañar, tampoco aspira a ser nada extremo ni radical, hay ciertos valores cinematográficos que se deben exigir. After no solo cuenta con unas interpretaciones muy justitas y un guion tan cargado de estereotipos y simplista que aburre soberanamente, sino que además resulta tan ridícula e irrisoria que, más que representar a esa supuesta generación que la idolatra (a las novelas, al menos), lo que en realidad hace es ridiculizarla. Y es que estamos ante una película sobre el despertar hormonal protagonizada por universitarios que en realidad actúan como niños de doce años, resultando por tanto tan mojigata y tonta que abruma y provoca el efecto contrario al que aspira. Sí, las niñas acudirán al cine en masa creyendo verse representadas, pero saldrán engañadas al descubrir un mundo a años luz del real, una manipulación del reflejo generacional donde los jóvenes van a fiestas donde apenas se bebe, no existen las drogas y el (poco) sexo que se tiene es con extremas precauciones.
Es cierto, yo vivo a años luz de esa generación, pero los protagonistas de la película, también.
Pero todo eso me daría igual (no espero un documental realista ni mucho menos) si la película fuese entretenida. Pero ver durante casi dos horas a dos niñatos acariciándose y lloriqueando es demasiado esfuerzo para mí.
Y lo peor es que, si no estoy mal informado, la autora va ya por la cuarta novela, así que tenemos bodrio para rato… Al menos, alguna de las canciones no está mal. Menos es nada…

Valoración: Cuatro sobre diez.

TRIPLE FRONTERA

Poco a poco Netflix sigue ampliando su catálogo de películas originales, y lo hace reuniendo a grandes nombres de la interpretación, garantizándose con ello un buen número de descargas (y, al menos en idea, de suscripciones nuevas) independientemente de la calidad final de las mismas.
Aunque muchos no terminen de quedar convencidos por la mayoría de proyectos de la cadena de streaming (Roma aparte), creo que poco a poco van apostando por proyectos más serios e interesantes, y Triple frontera, sin duda, esté entre ellos.
Triple frontera es como se denomina a la zona en la que lindan Paraguay, Brasil y Argentina, tristemente célebre por ser un nido de narcos, traficantes de armas y, en los últimos años, yihadistas. Es en ese escenario donde se mueve la película de J.C. Chandor, con un grupo de viejos amigos del ejército que se vuelven a reunir para acabar con un peligroso narcotraficante (y de paso, quedarse con su dinero) mediante un encargo del sector privado.
Tal es la excusa para reunir en pantalla a Oscar Isaac, Ben Affleck, Charlie Hunnam y Pedro Pascal, rematando el cast con Garrett Hedlund y Adria Arjona. Chandor reparte la película en tres arcos claramente diferenciados: la preparación del plan, la ejecución y la huida desesperada a través de los Andes. Ello propicia que la película pueda tener un ritmo algo irregular por los cambios de tono pero que, a cambio no aburre en ningún momento, estando reinventándose continuamente. Quizá se podría acusar a los actores de no parecer tan implicados como en una gran producción de Hollywood, pero todos cumplen con sus personajes y le dan el empaque suficiente para hacer de la película una epopeya de tintes bélicos con tonos de pura supervivencia.
Bien filmada y con una hermosa fotografía (capaz de convertir Hawái en Sudamérica), la película dista mucho de ser perfecta, pudiéndose acusar de algunos agujeros (o simplezas) de guion que se podrían haber trabajado algo mejor, pero que al final no empañan el buen resultado de una película entretenida y emocionante.


Valoración: Siete sobre diez.

7 RAONS PER FUGIR

7 raons per fugir (7 razones para huir en su título en español), con el subtítulo de (de la societat), es una extraña película dirigida a tres bandas por Gerard Quinto, David Torras y Esteve Soler a partir de piezas teatrales escritas por el último, que se compone de un compendio de historias (casi cuentos) con un humor muy negro y surrealista que aspira a proponer una reflexión sobre la sociedad actual con la muerte como elemento en común (algo parecido a lo que hicieron los Coen en La balada de Buster Scruggs).
Siete historias protagonizadas por lo mejorcito del panorama interpretativo actual que, para darle un toque mayor de realismo, están filmadas en catalán y castellano, dando así una naturalidad que facilita la identificación con el espectador.
Las siete historias tienen un tono parecido y aspira a tener ese tono entre macabro y gamberro que tenía la argentina Relatos Salvajes, con la que también guarda ciertos puntos en común. Sin embargo, ganando esta en originalidad y surrealismo, tiene en esa extrañeza su principal escollo. Más allá de la apreciación por el humor negro, las historias propuestas son suficientemente extrañas como para llegar a desconcertar, teniendo el espectador que hacer un esfuerzo por su parte por entrar en la película y pudiendo quedar demasiado insatisfecho ante el abuso del simbolismo, no siendo, al final, tan divertida como pretende y, como suele suceder en las películas antologías, unas de las historias funcionan bastante mejor que otras.
Estamos, en fin, ante una película irregular y extraña, pero a la que hay que alabar por su originalidad y riesgo y que, aun no siendo adecuada para cualquier tipo de público, merece la pena darle una oportunidad y juzgarla por uno mismo.
Especialmente absurda e hilarante el segmento de Emma Suarez y Sergi Lopez.

Valoración: Seis sobre diez.

¡SHAZAM!

El Universo DC está muerto y enterrado. Esto no es una opinión personal mía (marvelita declarado), sino de sus propios responsables, que tras el fiasco de Liga de la Justicia han optado por dejar que cada película vaya a su aire y tenga una personalidad y estilo propio. Esto no es necesariamente malo, pero implica que vayamos a dejar de ver a los grandes nombres del mundo del comic como Batman y Superman haciendo equipo (algo que siempre debería molar) para acabar saturados de los meros comparsas, como Aquaman, Wonder Woman, Harley Quinn, Joker (cualquiera de ellos) o este “Capitán Marvel”, que fue el nombre inicial que tuvo en los comics Shazam.
Lo bueno es que, con esta desestructuración, Shazam se puede permitir volar a sus anchas y ser libres de las ataduras que impuso en su momento Christopher Nolan con su trilogía del murciélago, en el recuerdo como algunas de las mejores películas de la casa (aunque para mí muy sobrevaloradas) pero que a la postre terminó por condenar el DCEU antes incluso de su nacimiento. Tras los pasos en el buen camino que dio Wonder Woman y, sobre todo, con la aceptación definitiva a la mal llamada fórmula Marvel que supuso AquamanShazam puede presumir de ser la primera película decididamente cómica de DC, quizá algo menos gamberra de lo que cabría esperar viendo alguno de los avances (y es que la campaña publicitaria recordaba bastante a la de Deadpool), pero con un aroma al cine de los ochenta con John Hugles como máximo referente que resulta muy entrañable.
No en vano ha sido definida como un cruce entre Big (escena homenaje incluida) y Superman, aunque le veo muchas aproximaciones a aquella serie mítica (y que tuvieron que cancelar por culpa, precisamente, de un litigio con DC que la acusaba de ser un trasunto del Hombre de Acero) que era El gran héroe americano, donde también había un tipo con superpoderes que no tenía ni idea de cómo utilizarlos.
La apuesta por la comedia sin complejos es un buen argumento a favor de Shazam, que se toma su tiempo en presentar el héroe a cambio de algo insólito en estas películas como es centrarse en una más que correcta creación de personajes. Es, posiblemente, la aparición del villano lo que más lastra el film, que pese a tener escenas de acción muy logradas (algo que no cabría esperar, a priori, de un director cuya máxima referencia en su currículo era Annabelle: Creation), no despiertan el mismo interés que la familia de acogida que rodea al protagonista, ese disfuncional grupo de falsos hermanos que se acerca más al cine de Spielberg más familiar y blanco que a un grupo de superhéroes como tal. Es esta una dualidad que no termina de funcionar, y que amenaza con estropear el tono final de la película, donde es inevitable la gran batalla final de caos y destrucción propia de DC, pero lo cierto es que la sangre nunca llega al río, y mientras en Wonder Woman un final horrible arruinaba una prometedora película, aquí el conjunto está bastante mejor medido (algún chiste durante la batalla final es hilarante), haciendo que pese al poco interés que genera la trama del villano (y en especial la extraña representación de los siete pecados capitales, quizá lo peor del film) la película se pueda disfrutar con agrado y sin llegar a caer nunca en el aburrimiento.
Es exagerado hablar de la mejor película del Universo DC (a no ser que quien lo diga odie directamente al Universo DC), pero sí es una comedia amable, muy blanca y familiar, que cojea un poco en su apartado interpretativo, pero atrapa con sus bondades y ternura. Otra cosa es que el personaje, cuya principal gracia es la de ser un niño en el cuerpo de un adulto, de para mucho más, y si bien he disfrutado con este Shazam no es que esté loco de ganas por ver la secuela, la cual, por cierto, ya está anunciada.

Valoración: Siete sobre diez.

sábado, 6 de abril de 2019

CEMENTERIO DE ANIMALES

Cementerio de animales es una de las novelas más impactantes y aterradoras de Stephen King. Es, sin embargo, una de las más fáciles de adaptar, ya que tiene una estructura bastante lineal y muy pocos personajes, lo que hace extraño que no tuviese más películas aparte de la estimable versión de Mary Lambert de 1989 (aquí llamada Cementerio viviente), que pese a ser una producción bastante humilde lograba funcionar francamente bien.
Ahora, a rebufo del tremendo éxito de It, el autor de Maine vuelve a estar más de moda que nunca y esta nueva Cementerio de animales, firmada por Kevin Kölsch y Dennis Widmyer es buena prueba de ello. Estamos, en esta ocasión, de una producción más lujosa y cuidada, de presupuesto más holgado que las habituales producciones de terror de la firma Blummhouse, por ejemplo, lo cual se demuestra en la utilización de dos actores de prestigio para sus papeles protagonistas como son Jason Clarke (Terminator GénesisEl amanecer del Planeta de los Simios o, también en el género del terror, Winchester) y, sobre todo John Lithgow (tan grandioso haciendo reír como aterrando).
Hay que reconocerle a la película una puesta en escena sobria y elegante, quizá incluso un poco tramposa, con la utilización de esa procesión de niños enmascarados que tan bien quedan en el poster y que luego apenas son aprovechados en pantalla. La mezcla entre el drama familiar y el terror (con algún susto gratuito pero necesario para el público de hoy en día) está bien medido y aunque pueda ser algo inferior al film de Lambert (me cansa ya tanta comparación de los que definen esta película como un “remake innecesario”; no estamos ante un remake, sino ante una nueva adaptación de una novela) es en comparación con el trabajo de King cuando se desinflan un poco sus virtudes. Por un lado, porque todo el aspecto reflexivo alrededor de la pérdida y la muerte está mucho más difuminado que en el papel, y por otro por la manía de Hollywood de cambiar los finales (¿para qué compran los derechos de un libro si luego no parece gustarles como es el libro?), algo que pocas veces sirve para mejorar el trabajo de base (La Niebla de Darabont es de las pocas excepciones que recuerdo). Sí, el éxito de It ha propiciado una nueva moda por King, pero parece que el estrepitoso fracaso de La Torre Oscura no ha servido de lección. Y no me quiero quejar de algunos cambios relativos y que son simplemente decorativos (como el cambio de roles de los hijos, por ejemplo), sino en el clímax final que, aunque efectivo en pantalla, desmitifica toda la tensión y el terror interior que desprendía la idea original.
Con todo, Cementerio de animales es un producto más que digno, de buena factura y con un gato lo suficientemente malrollero como para comerse en muchas secuencias a los protagonistas humanos (curiosamente, algo parecido, en otro tono completamente opuesto, a lo que sucedía ya en Capitana Marvel).
Interesante pero mejorable.


Valoración: Seis sobre diez.

DOLOR Y GLORIA

Aunque se recuerde con agrado las grandes comedias de Almodóvar de sus comienzos, en los últimos años el director manchego se ha movido con más comodidad en el drama. De hecho, entre sus últimos trabajos, es precisamente la comedia Los amantes pasajeros, la que considero su peor trabajo, mientras que títulos como La piel que habito o Julieta me llegaron a entusiasmar.
Como sea, Almodóvar es un artista de una personalidad tal que es difícil que deje indiferente a nadie, y su cine es tan personal que te obliga a conectar con él o resulta difícil dejarse atrapar por sus historias. Esto, síntoma referencial en su filmografía, se acentúa aun más si cabe en Dolor y Gloria al tratarse de su trabajo más personal, un cuento con claros tintes autobiográficos en que se adentra por su propia psique y se desnuda ante su público, tanto física como espiritualmente.
Antonio Banderas, el espejo en el que se refleja, interpreta a un director de cine en horas bajas, atormentado por unos problemas de salud que le impiden hacer aquello que más le gusta y que prácticamente le da la vida, como es dirigir, en analogía a las dificultades que el propio Almodóvar ha tenido en sus últimos rodajes (parece ser que el de Julieta fue especialmente duro por sus problemas de espalda), a la vez que se adentra en el pasado del artista para recrear una niñez marcada por la autoridad materna (esta vez en rol recae en Penélope Cruz), siendo precisamente la figura de la madre un elemento clave para su cine.
Dolor y Gloria es, por tanto, un viaje al interior del espíritu de Almodóvar, pero es también un ensayo sobre el artista, que puede llegar a extrapolarse a cualquier autor que sepa identificarse con el protagonista. Más allá de si sabemos reconocer el toque autobiográfico del personaje, Dolor y Gloria habla sobre el bloqueo del artista, la lucha desesperada por enfrentarse a sus miedos más profundos y las barreras que se crean (en ocasiones por uno mismo) para limitar ciertas libertades
Dolor y Gloria es, pues, una película dura y amarga, pero no carente de toques sutiles de comedia que ayudan a establecer esa conexión a la que me refería al principio, que termina siendo, a la postre, uno de los mejores trabajos del manchego, una especie de punto y aparte que sirve como colofón a una trayectoria llena de claroscuros, discutida y admirada por igual, que tiene en sus protagonistas una de sus mejores armas, siendo Banderas la gran estrella de la función. El malagueño está sencillamente espléndido y hace del dolor interno su mejor arma para culminar una composición magistral que nos reconcilia con ese gran actor que es y al que teníamos algo perdido en producciones de medio pelo de ese Hollywood ingrato con sus estrellas y de escasa memoria artística.
Dolor y Gloria seguirá sin gustar a los “odiadores gratuitos” de Almodóvar, pero enamorará a sus seguidores y a todo aquel espectador intermedio que simplemente se deje embriagar por una historia tan personal como universal que sepa enamorarse de esa España de postguerra en la que la ropa se lavaba a mano y la gente pobre convertía las cuevas en hogares.

Valoración: Ocho sobre diez.

DUMBO

Empiezo a estar francamente cansado de este nuevo invento de Disney que consiste en revisionar sus grandes clásicos de la animación para reinterpretarlos con actores de carne y hueso. Aunque no haya tenido todavía ningún descalabro (ya veremos que pasa con Aladdin), lo cierto es que el público empieza a revelar síntomas de agotamiento y las taquillas están respondiendo a la baja.
Dumbo es el último ejemplo de esta dejadez literaria y este camino por la vía fácil que parece haber tomado definitivamente la casa del ratón, temerosa quizá de que todos sus productos originales se conviertan en fracasos (El Cascanueces y los cuatro reinos tuvo una tibia acogida mientras que Un pliegue en el tiempo fue directamente un merecido fracaso). Y eso que no reparan en gastos a la hora de contratar a realizadores de prestigio para sus proyectos, aunque de poco sirven si luego se encuentran demasiado maniatados para dejar que su estilo brille por sí solo.
Posiblemente este sea uno de los grandes problemas de Dumbo. Siendo su antecesora animada una obra maestra, resultaba difícil estar a la altura, pero en manos de cualquier director artesanal del montón uno se podría conformar que el pasatiempo entretenido y por momentos emotivo que es esta nueva adaptación del elefantito volador. Aprovechando el avance técnico para construir a un Dumbo realmente enternecedor y creando una historia tópica pero funcional alrededor de unos protagonistas humanos que no existían en la primera película, no haría falta pedirle mucho más al film para que cumpliese con creces como cine familiar mucho menos dramático que la antecesora, pero muy correcta, al fin y al cabo. Sin embargo, la presencia de Tim Burton tras las cámaras, y más con el tema circense de por medio, invitaba a pensar que íbamos a poder disfrutar del derroche visual característico de este director, de una imaginería loca y casi surrealista que iba a hacer que olvidásemos las comparaciones con la película de 1941. Sin embargo, esto no es así, y Burton se limita a hacer un trabajo correcto, pero para nada arriesgado, una película que solo en un par de momentos se puede intuir que es de su autoría y que está a años luz de su mejor época. Añade dolor al asunto que se cuente con la participación de Michael Keaton y Danny DeVito en el reparto (además de la música de Danny Elfman), lo cual hace que añoremos aún más la época de Batman vuelve en la que coincidieron ya los cuatro artistas (aunque los actores, curiosamente, con los roles intercambiados).
Así pues, Dumbo es una película visualmente interesante y divertida, algo alargada y sin la emotividad tan potente que cabría esperar, pero a la que le falta algo más de magia, algo de chispa que nos invite a dejarnos de comparaciones y disfrutarla como si el clásico de animación no fuese un referente inevitable.
Pero, cuando la sensación es que el único objetivo de estas películas es hacer dinero, la cosa no termina de funcionar nunca. Y ni siquiera Eva Green es un as suficientemente ganador para esta bajara de cartas marcadas.

Valoración: Cinco sobre diez.

martes, 2 de abril de 2019

¿QUÉ TE JUEGAS?

¿Qué te juegas? es el debut como directora de la cortometrajista Inés de León, que aspira a componer una comedia muy loca y algo extravagante pero que termina recayendo en una comedia romántica de manual, con un esquema argumental de lo más previsible y cuya resolución es fácil adivinar desde el minuto uno.
Esto no es necesariamente un problema, ya que los propios guionistas juegan a aceptar el hecho salpicando el film de múltiples referencias al cine prototípico de Julia Roberts o Hugh Grant, por lo que podríamos estar hablando más de una aceptación de sus limitaciones que de un error como tal (no buscan inventar, solo agradar), por lo que la cuestión está en si las formas son suficientes como para conformarse con el fondo.
Construida sobre un triángulo amoroso (¿cómo no?) compuesto por los personajes de Leticia Dolera, Amaia Salamanca y Javier Rey, bastan cinco minutos de metraje para reconocer cual va a ser el gran problema del film: las interpretaciones. Nada en la película resulta mínimamente creíble y hay momentos que parecen más propios de un programe televisivo de humor, tipo José Mota, que de una película para estrenarse en cine. Y no digo con ello que los actores sean malos o que no se entreguen a sus papeles, pues está claro el esfuerzo que realizan para cumplir con sus roles e incluso consiguen brillar las pocas veces que se les permite, pero hay un gran problema tanto en el apartado de dirección de actores como en el montaje que hace que todo parezca muy forzado, muy sobreactuado. Más que un problema de guion es un problema de frescura, reflejándose en una artificiosidad y una impostura que impiden que uno pueda llegar a disfrutar de la historia y, más allá de lo que pueda uno llegar a creerse o no (eso da igual), se produce un distanciamiento que resulta difícil corregir incluso cuando se les va cogiendo algo de cariño a los personajes. Un buen ejemplo de ello es la presentación del personaje de Javier Rey, su conversación con Daniel Pérez Prada o el absurdo cameo de Hugo Silva.
Con todo, la sencillez de su propuesta y la frescura de algunos diálogos (sobre todo en boca de Dolera) justifican medianamente su visionado, logrando que, de forma muy justita, la película pueda recibir un simple aprobado.


Valoración: Cinco sobre diez.

NOSOTROS

Vaya por delante, antes de analizar a fondo la película Nosotros, la equivocación que supone traducir su título original. Por una vez (y sin que sirva de precedente, creo que lo más adecuado habría sido dejar el título en inglés para respetar un doble sentido que se destroza en su traducción. Y es que, efectivamente, el Us original puede traducirse como Nosotros pero, tal y como sucede en el maravilloso videojuego Last of us, también puede representar la abreviatura de Estados Unidos (United States).
No soy de los que alabaron a pies juntillas aquella Déjame salir con la que el cómico Jordan Peele daba el salto a la dirección con una pieza de supuesto terror que, a mi entender, caída demasiado en el ridículo y aspiraba a guardar un mensaje anti racial algo rancio. No comulgue mucho con la película, que fue un éxito de taquilla y llego a estar nominada al Oscar (ganando el del mejor guion), por lo que no sabía muy bien que esperar del siguiente trabajo de Peele. Sin embargo, una vez vista la hipnótica Nosotros, debo reconocer que el realizador neoyorquino está componiendo una interesante carrera en clara ascendencia, consiguiendo una película aterradora y enigmática, donde los toques de humor no desentonan tanto como en Déjame salir y cuya metáfora racial está algo más comedida.
Sigue siendo cine social, de eso no hay duda, pero elevado a su máximo exponente. Esto no es solo una lucha entre razas, sino que esconde un mensaje de rebelión de las clases obreras, criticando el consumismo extremo y la dirección de decadencia a la que se dirige una sociedad que ha olvidado sus valores y que se ha construido sobre un legado de sangre.
Para ello, Peele ha inventado un cuento oscuro y macabro que, en otras circunstancias, podría no sostenerse demasiado: Existe una copia oscura y retorcida de todos y cada uno de nosotros que, tras malvivir en las sombras, ha decidido dar el salto y tratar de ser la clase dominante, aunque no tengan muy claro el cómo ni el porqué.
Para ello, Nosotros nos presenta a una típica familia norteamericana (de origen afroamericano, eso sí) que vuelven de veraneo al lugar donde la madre tuvo una experiencia traumática siendo niña. Todo parece confortable y pacífico (incluyendo esa relación de envidia sana con sus vecinos blancos) hasta que unos desconocidos, de aspecto idéntico al de ellos, irrumpen en su casa en plena noche. Arranca la cosa como una home invasión en toda regla, pero Peele no se acomoda (como podría parecer en el tráiler del film) en dicho género y hace constantes giros de guion para sorprender y mantener al espectador tan desconcertado y aterrado como a los propios protagonistas, encabezados por una Lupita Nyong’o que sabe cargar con todo el peso del film en su doble rol de víctima y villana.
La película se construye sobre un guion original del propio Peele, pero no se puede negar que toda la película respira un poderoso aroma a Stephen King. Solo faltaría que el lugar donde transcurren los hechos perteneciera a Maine, en lugar de a California, para que el homenaje fuese total, pues cada uno de los tics y las fobias del escritor están reflejados en la película, incluso aquello que más enerva a sus detractores: los finales.
Y es que es en el final del film y ese giro de guion definitivo donde se resume lo mejor y lo peor del film. O en esos dos finales, podríamos decir mejor. Uno, el que atañe a la protagonista, que, aunque efectivo, tiene el problema de que se ve venir a la legua, enturbiando un poco el espíritu de desconcierto del argumento general. El otro, el que realmente cierra la trama, que es demasiado ambiguo y deja tantas cosas en el aire que invita a que el espectador se componga sus propias explicaciones. Es por eso que Nosotros invita a un segundo visionado donde, ya con todas las respuestas en la mano, poder repasar las pistas que se nos van dando para realizar un profundo análisis posterior de lo que está sucediendo, cosa que siempre es recomendable un una buena película, pero que corre el peligro de que uno se pueda plantear otras preguntas a priori irrelevantes que, o bien no tienen respuesta, o bien se contradicen en el propio guion.
Como sea, Nosotros es una película de sensaciones, que inquieta y conduce al espectador por caminos tortuosos y que invita a la reflexión y el análisis, y cuyo final tramposo, emulando al Shyamalan más fallido, no llega a empañar todo el resto de aciertos del film. Como se suele decir, lo importante no es el final del viaje, sino su trayecto.


Valoración: Ocho sobre diez.