lunes, 27 de julio de 2020

Visto en Filmin: EL COLAPSO

En ocasiones aparece de la nada una película o una serie que, gracias al boca a boca, pasa de ser «la gran tapada» del año a una referencia inevitable, de esas que acumulan elogios y que incluso parece que esté feo decir cualquier cosa negativa de ella.
Este podría ser el caso de El colapso, una producción francesa de ocho episodios de poco más de veinte minutos de duración que ha llegado a España a través de Filmin y que, pese a que la plataforma no tiene el impacto publicitario de sus hermanas mayores (léase Netflix o HBO), una vez se han dado cuenta del potencial de la propuesta han puesto toda la carne en el asador para convertirla en su referencia principal.
Argumentalmente, El colapso no es especialmente original, pues es una vuelta de tuerca alrededor de la decadencia social que precipita, de alguna manera, el fin del mundo hasta convertirse en una serie postapocalíptica, un survival en toda regla. La clave, pues, está más en las formas. Primero, porque aun sin dar detalles concretos de lo que provoca ese colapso al que alude el título, no estamos ante la clásica propuesta vírica, alienígena o bélica. Es el sistema el que falla, siguiendo, más o menos, la teoría de Olduvai, que predice que la sociedad industrial actual tenía una caducidad de cien años, contados a partir de 1930. Es decir, que el fin está a la vuelta de la esquina. Y eso antes de haber oído hablar de coronavirus…
Además, a nivel técnico la serie es arriesgada, siendo narrada en planos secuencia en un alarde técnico muy notable.
¿Cuáles son, pues, los peros que puedo poner a la serie? Por un lado, la propuesta visual, pese a lo meritoria que pueda resultar, no me aporta nada especial como para justificar el truco. Ya estamos acostumbrados a ver infinitos planos secuencia en cine y, siempre que esto no tiene una justificación narrativa, no deja de ser un alarde de su director, como muy bien saben los detractores de Iñárritu. Un truco que forma parte del lenguaje narrativo de una película en casos como 1917 Birdman y que quedan muy chulos en una secuencia concreta, como el combate final de Creed, la persecución de Hijos de los hombres o en la presentación de Ronin en Endgame, pero que agota cuando se usa en exceso y con un carácter más pedante que narrativo.
En el caso de El Colapso, hay episodios brillantes y donde el plano secuencia aumenta la sensación de angustia, como es el caso del referente al supermercado, pero que termina por volverse un recurso cansino y llega a perder impacto en la repetición.
Otro problema es el tiempo en que se narra la acción. Cada episodio corresponde a una serie de días posteriores al colapso, de manera que a medida que aumentan los episodios la situación narrada se adentra en terrenos más conocidos, sin que haya ya mucha diferencia con cualquier otra propuesta similar, tipo La carretera. Así, a medida que avanzan los episodios lo narrado baja en intensidad hasta llegar a buscar un dramatismo tan manipulador que, al menos en lo que a mi respeta, no logra emocionar tanto como pretende (un ejemplo claro es el capítulo de la residencia). Al menos, el último episodio rompe sus propias reglas y la serie remonta, pero tal y como han jugado sus cartas veo difícil que una segunda temporada pudiera tener mucho interés.
En resumen, que es una serie muy interesante y rompedora, aterradora por lo realista que puede llegar a ser, pero que ni mucho menos se me antoja la maravilla que muchos pretenden. El la serie de moda para alabar en ciertos círculos a los que no pertenezco y aunque la puedo recomendar no puedo implicarme demasiado en su defensa.

sábado, 25 de julio de 2020

Vista en Netflix: OFRENDA A LA TORMENTA

Quién nos lo iba a decir, pero ha sido Netflix la responsable de que volvamos a emocionarnos los viernes ante el estreno cinematográfico importante de la semana. Hace quince días llegaba La vieja guardia y ayer fue el turno de Ofrenda a la tormenta, el cierre de la Trilogía del Baztán surgida de la cabeza de la escritora Dolores Redondo.
Producida, entre otros, por Atresmedia, las dos primeras entregas de la saga se estrenaron en cines, como debe ser, pero la crisis del coronavirus hizo aplazar el estreno de la tercera entrega y Netflix, viendo los buenos resultados que estaba obteniendo con El guardián invisible y Legado en los huesos, se hizo con los derechos de distribución de la conclusión de las andanzas de la inspectora Amaia Salazar.
Haciendo gala de una ambición impropia de la industria española (las dos secuelas se rodaron a la vez, tal era la fe que se tenía en el resultado final), las películas no pueden presumir de estar a la altura de las circunstancias, y pese a ser buenas propuestas, muy bien interpretadas por Marta Etura y suficientemente enigmáticas como para atrapar al espectador, todas tienen algo que no termina de cuajar, algo que rechina y que impide que hablemos de títulos imprescindibles al estilo El silencio de los corderos o Seven, que es a lo que aspira el director Fernando González Molina, que ha mimado al extremo hasta el último detalle de la composición visual pero que, por el contrario, ha descuidado bastante el guion, algo imperdonable cuando se trata de una adaptación literaria.
Ofrenda a la tormenta cuenta con la ventaja de que los personajes ya forman parte de nuestras vidas, de manera que incluso aunque la mayoría de los secundarios tengan un recorrido en pantalla más bien escaso, la empatía con ellos es total. Sin embargo, la figura de Amaia Salazar es más el centro de atención que nunca, y esto hace que el trasfondo dramático del film sea casi tan importante como el referente a los asesinatos que debe resolver.
De nuevo nos encontramos ante una amenaza surgida del folklore navarro. Tras conocer las figuras del basajaun y el tarttalo, ahora es turno del demonio labartu. Sin embargo, a la hora de la verdad todo está unido y el compromiso del film es cerrar todas las tramas iniciadas en El guardián invisible y dar un final satisfactorio a la saga.
Quizá demasiado ligado a su homólogo literario, la película deja demasiadas cosas en el aire como para poder aplaudir la pretendida resolución final. Cosas que quizá Redondo obvió intencionadamente con la idea de retomarlas en una futura novela o spinoff, pero que se debería haber remediado en la versión cinematográfica. Estoy pensando, por ejemplo, en la desaparición del amigo del FBI de Amaia, personaje que bien se podría haber eliminado desde el principio, las consecuencias familiares de sus acciones, el verdadero mal que hay detrás de todo lo que sucede... También da la sensación de que al destaparse ciertos secretos (algunos demasiado precipitadamente) ciertos personajes pierden entidad e incluso coherencia, mientras que la figura que sobrevuela toda la trilogía como el mal encarnado, la madre de Amaia, tiene un final decepcionante. Y la proliferación de giros, alguno desde luego sorprendente, hace que tengamos suficiente espacio de reflexión para poder anticiparnos a la gran revelación final.
Lo mismo sucede con el elemento sobrenatural. Ya desde la primera película era algo que se apuntaba muy levemente, invitando al espectador a estar siempre atento a un crescendo que nunca llega a suceder. Ni siquiera en esta tercera película, quizá la más floja en ese sentido, pese a que se supone que con quien lidian es con una entidad demoníaca en persona. Es como si todo el factor fantástico fuese solo una excusa de Mercedes Redondo para esquivar las comparativas con una novela negra del montón, queriendo lucirse por sus conocimientos sobre la cultura popular de su tierra, pero dejando la historia en unas medias aguas algo perezosas.
Al final, con lo que conviene quedarse es con el buen trabajo de Etura, toda la parte técnica del film (desde la fotografía, la iluminación, la maravillosa banda sonora de Fernando Velázquez…) y el componente dramático, que con la maternidad como centro de todo, es lo que termina por hacer de motor de la trama.
Interesante y a la altura de las anteriores, pero sin los apuntes finales necesarios para ser el clásico que podría haber sido.

Valoración: Seis sobre diez.

viernes, 24 de julio de 2020

Cine: PERSONAL ASSISTANT

Van pasando las semanas y seguimos faltos de grandes estrenos en cartelera. Y parece que la cosa va a ir para largo. Es por ello que películas que aparentemente deberían haber pasado desapercibidas están aguantando más de lo habitual en las salas. Este es el caso de Personal assistant, un film que, pese a contar con Dakota Johnson como protagonista no ha hecho apenas ruido, siendo solo una más en el batiburrillo de estrenos de fondo de cajón que estamos teniendo. Es, por otro lado, la que ha tenido el honor de representar mi reencuentro con el cine en pantalla grande, y ya veremos cuando voy a repetir la experiencia.
Dirigida por Nisha Ganatra, realizadora con un bagaje básicamente televisivo, y con Tracee Ellis Ross como protagonista (se trata de la hija de Diana Ross, que parece haber heredado los talentos musicales de su madre), la película versa alrededor de Maggie, la asistenta personal de una diva del pop que sueña con ser productora.
Estamos ante una nueva muestra de cine sobre jóvenes que deben tragar lo que sea en busca de perseguir sus sueños, tipo Showgirls, aunque es con El diablo se viste de Prada con quien es más sencillo hacer las comparaciones. Es, por tanto, un film bastante previsible que, precisamente, falla cuando pretende dar un giro de guion que resulta ligeramente inverosímil.
Con todo, la película resulta menos blanca de lo que uno podría imaginar, pudiendo encontrarse varias lecturas ocultas si se decide rascar un poco, como una crítica al negocio por encima del arte, pullita feminista incluida.
Sigue costando desligar a Johnson de su rol en 50 sombras de Grey, pero teniendo en cuenta que ella era lo mejor con diferencia de la saga siempre es interesante verla en pantalla. Aun con la presencia de grandes voces (por ahí anda también Kelvin Harrison Jr., otro que aparte de actor es músico), ella sabe como cargarse el peso de la película sobre sus espaldas y salir airosa del intento.
Por ello, y ayudada por una estimulante banda sonora y un curioso reparto (otros que se dejan ver son Bill Pullman o Ice Cube), la película termina resultando un pasatiempo muy estimulante y fácil de ver. Es sencillo conectar con la protagonista, pese a los muchos errores que pueda cometer (la excusa de basar una trama sobre una mentira está demasiado sobado, otro de los puntos débiles del guion), y aunque no vayamos a sorprendernos en ningún momento resulta muy agradable dejarse llevar por un cuento de hadas simpático y bienintencionado, con toques de humor efectivos y una moralina que no llega a molestar en ningún momento.
En fin, película que seguramente pase desapercibida y que no tiene nada especial para perdurar en nuestra memoria pero que se disfruta en su visionado y resulta muy apropiada para evadirse del calor veraniego.
Y, ya de paso, sirve para preguntarse si los cines no deberían mantener las promociones de la primera semana de la reapertura. Es triste ver una sala a las ocho de la tarde con tan solo seis personas. Así no vamos bien…

Valoración: Siete sobre diez.

jueves, 23 de julio de 2020

Reflexiones: SANT JORDI CON MASCARILLAS

Dicen las malas lenguas (o las buenas, que en cuestiones de lenguas cada cual tiene sus gustos y preferencias) que hoy se ha celebrado el día de Sant Jordi. 
Sant Jordi, esa fecha tan bonita que conmemora la cultura universal, con Cervantes y Shakespeare a la cabeza, y que en algunos lugares como Catalunya es casi un equivalente al día de los enamorados. Sant Jordi, donde la tradición dicta que los hombres regalen una rosa a sus enamoradas y estas lo correspondan con un libro. Sant Jordi, el día grande para los escritores, que salen a las calles a firmar ejemplares, con la esperanza de darse a conocer a nuevos lectores, a palpar las sensaciones con sus aficionados, de hermandad a libreros y editoriales. Sant Jordi, cuando las ramblas se visten de colores, aquí con las cuatro barras sangrantes sobre amarillo, donde los floristas hacen sus mejores ventas y todos caminamos con una rosa en la mano. Sant Jordi, ese día tan especial que cae invariablemente en 23 de abril.
Excepto este año.
2020 será recordado como uno de los años más raros de la historia. En un mundo globalizado como el de hoy en día la suspensión de grandes celebraciones como las Fallas de Valencia, la Semana Santa de Sevilla, los San Fermines de Pamplona o incluso el 4 de julio americano, es más impactante que la espantosa cifra de muertos que va en aumento día a día a lo largo del planeta. Cierto es que la paralización de rodajes de Hollywood, el cierre de discotecas o las medidas de seguridad en las playas son «pecata minuta» al lado de lo verdaderamente grave, que es la pérdida de vidas humanas, pero es precisamente esa globalización la que nos ha hecho perder un punto de sensibilidad. Acostumbrados a escuchar cifras que parecen inverosímiles de fallecidos en conflictos bélicos, sunamis o terremotos, esto no parece más que la nueva tragedia que nos ha tocado vivir, aunque esta vez hayamos tenido a la parca dentro de nuestra propia casa. Son, sin embargo, esas pequeñas limitaciones las que nos han hecho ver la realidad, y las normativas sobre el uso de mascarillas han terminado por generar más debates que la saturación de hospitales y las posibles deficiencias de los sistemas sanitarios. Así somos…
En estas circunstancias, que el 23 de abril se suspendieran todos los actos relacionados con Sant Jordi no era más que un punto de lógica en medio de todo este caos que llevamos meses viviendo y que no sabemos aún cuando llegará a su fin definitivo. Sí hubo pequeños actos virtuales, pero con librerías y floristerías cerradas eran más pequeños arrebatos de rebeldía que otra cosa.
El caso es que, en lugar de aceptar la cancelación como ha sucedido con muchas otras festividades o eventos, el gremio ha luchado por posponerlo hasta encontrar una fecha mejor. Muy bien no lo han hecho, la verdad, y colocar este nuevo Sant Jordi, en mitad de esos dos conceptos tan horribles como son «la nueva normalidad» y el «distanciamiento social» me parece una metedura de pata asombrosa. Primero, porque si las cosas hubiesen ido bien estaríamos hablando de una fecha de mucho calor, con la gente pensando en las vacaciones y restos del temor a las aglomeraciones. Yendo, como han ido, bastante mal, nos ha pillado a las puertas de una nueva amenaza de confinamiento, con Ayuntamientos negándose a autorizar las paradas de firmas de libros y con nuevos brotes con especial incidencia en tierras catalanas.
Así que si quieren decir que hoy es Sant Jordi, bueno, pues allá ellos. Si les hace feliz… Yo, personalmente, conozco a pocas personas que se hayan enterado siquiera del hecho. No he podido estar firmando en ningún sitio (ha habido negociaciones con varios ayuntamientos hasta última hora y ni me he molestado en acudir a librerías a nivel particular) y temo que los periódicos de mañana hablarán de un Sant Jordi deslucido y bajo mínimos. Y no será, supongo, tema de portada.
De manera que puede que hoy haya sido Sant Jordi pero para mí, como autor y como lector, no ha dejado de ser un día más. Quizá una fecha más tardía (yo habría propuesto el once de septiembre) habría ayudado a que esta especie de simulacro del día del libro hubiese funcionado mejor. O puede que lo lógico habría sido resignarse y empezar a preparar ya el del año que viene. Al final, si la gente deja las librerías vacías, será un fracaso. Si la gente acude en masa, será una irresponsabilidad.
Yo, sintiéndolo mucho, me he mantenido al margen. Escribiendo, eso sí, desde la soledad de mi casa, y pensando ya en un futuro que, espero, sea algo más halagüeño de lo que las noticias invitan a pensar.
El año que viene veremos como están las cosas. Espero poder firmar libros, quizá con alguna novedad bajo el brazo, y espero regalar rosas. Muchas rosas.
Y espero poder hacerlo sin mascarilla, faltaría más…

jueves, 16 de julio de 2020

Reflexiones: ¿VOLVEREMOS A IR AL CINE?

Mañana es de nuevo viernes y aquella vieja rutina de comprobar los estrenos de la semana continúa sin emocionar. Será ya el cuarto fin de semana con salas abiertas, pero, con permiso de la nueva comedia de Leo Harlem (que es otro de estos cómicos que disfruto mucho más en un monólogo que como actor de cine), poca cosa interesante hay.
Entiendo la negativa e las distribuidoras de traer grandes títulos, pues entre el miedo a contagio de la gente, las medidas de seguridad y las salas que siguen cerradas, posiblemente en lo que uno piensa ahora es en ir a encerrarse a un cine, pero lo cierto es que tras casi cuatro meses sin películas de estreno se corre el peligro de que nos acostumbremos al cine en casa. Si ya hasta ahora eran las grandes superproducciones las que arrastran a las masas al cine (y tampoco todas), esto va a ser mucho más determinante a partir de ahora.
Al principio de año todos pensábamos que los grandes títulos que iban a arrasar este verano serían La Viuda NegraArtemis FowlWonder Woman y Fast & Furious 9. Ahora, la situación ha dado un vuelco tan radicar que las dos heroínas de comic han de esperar hasta octubre para pasar por las pantallas del país, Fast&Furious se cayó hasta abril del año que viene y Artemis Fowl (que probablemente tampoco habría sido un gran éxito) ha terminado yendo directamente al streaming de Disney+. Al final, la gran esperanza para salvar (por decir algo) la temporada estival recae en Santiago Segura y su secuela de Padre no hay más que unoTenet de Christopher Nolan (y dicen los rumores que podrían volver a aplazar su estreno) y Mulan, todas ya en agosto.
A nivel personal, esto no me va a afectar demasiado, pues uno de los daños colaterales de la pandemia ha sido la muerte ya anunciada de mi cine habitual (igualmente tenía previsto cerrar a lo largo del 2020), con lo que ya avisé que mis visitas a las salas de cine, por tiempo y por economía, serían más escasas. Pero la realidad es que no solo nos hemos acostumbrado a ver cine en casa, sino que mucha de la ente que hasta ahora conocía de la existencia de plataformas como Netflix pero solo las veían cuando iban a casa de algún familiar (aunque parezca increíble, hay gente que sigue descargándose series piratas), este confinamiento (que no sabemos si volverá, ya nada se puede descartar) ha propiciado que todos se adentren en el mundo del streaming. Así, títulos como La vieja guardia se han convertido en uno de los estrenos importantes de la temporada y no parece que la cosa se vaya a detener con la reapertura de los cines.
La oferta es mucha y muy variada: HBOFilminAmazon PrimeMovistarDisney+OléSkyApple tv… y alguna me dejo. La televisión convencional está agonizante, quedando reservada para eventos deportivos, realitys (y ya veremos, que las plataformas también están entrando en eso) y el salseo de Tele5, y lo mismo puede pasar con los cines, que se van a ver relegados a acoger los grandes eventos Marvel y poco más. Un ejemplo lo tenemos en los festivales de cine, que para no ser cancelados han llegado a acuerdos con algunas plataformas para programar allí sus películas. Si el resultado es positivo, teniendo la oportunidad de que estas películas se vean desde cualquier hogar de España en lugar de en una sola sala de cine en una localidad concreta, ¿estáis seguros de que en años posteriores no apostarán por la misma fórmula? Artemys Fowl no ha convencido a la crítica, pero seguro que en Disney+ la han visto millones de personas. ¿Habría pasado lo mismo en cine o habría sido un descalabro más de Disney?
Para aumentar la duda, basta echar un vistazo a los grandes títulos que Netflix va a estrenar en lo que queda de año: Ofrenda a la tormenta (la trilogía del Baztán nació en cines, pero tras El guardián invisible y Legado en los huesos el final de la saga se lo han quedado ellos), Orígenes secretos (cine de superhéroes a la española), Enola Holmes (peli protagonizada por la hermana de Sherlock Holmes con el rostro de la chica de Stranger Things), Mank (lo nuevo de David Fincher también se queda para la pantalla pequeña), Hillbilly Elegy (Ron Howard, otro ilustre que ficha por la plataforma, con repartazo de lujo), The Devil All the Time (otra con reparto de infarto), The Midnight Sky (la nueva de George Clooney como director y protagonista), The Trial of Chicago 7 (esta con Aaron Sorkin a los mandos), Red Notice (Dwayne Johnson, Gal Gadot y Ryan Reynols, ¿hay que decir algo más?), Army of the Dead (o Zack Snyder volviendo al cine de zombies)… Y todo eso sin contar con peliculillas que serán éxitos asegurados como las secuelas de Mi primer besoThe babysister o Crónicasde Navidad y las miles de películas de fondo de armario entre las que siempre aparece alguna sorpresa agradable. Por no mencionar la frustrantemente deseada Greyhound: Enemigos bajo el mar con Tom Hanks que se ha quedado Apple TV o la versión Snyder Cut de Justice League en HBO Max.
Y luego están las series, por supuesto…
En fin, que o mucho cambia las cosas o me temo que nos han acostumbrado a ver cine en casa. Y si, además, las ofertas que nos deben hacer regresar a las salas son películas de medio pelo o reestrenos de pelis interesantes pero que nos sabemos de memoria como El laberinto del Fauno o [REC], pues me temo que la cosa pinta mal. Muy mal.
Y, para colmo de males, sin que los próximos proyectos de Marvel emocionen tanto como los pertenecientes a la Saga del Infinito y con Star Wars en el dique seco.

Habrá que esperar, a ver que pasa, pero no me siento muy optimista, no…

Vista en Netflix: SNOWPIERCER. ROMPENIEVES

Por fin ha concluido Snowpiecer (es una de las pocas series que Netflix ha estrenado a razón de un episodio por semana) y llega el momento de hablar de ella, más si me llegaba muy recomendada y era uno de los estrenos a los que más ganas le tenía.
La conclusión inicial es la de desencanto. No me atrevería a decir que es una mala serie, pues es capaz de enganchar y (con algo de esfuerzo en lo que se refiere al protagonista) es fácil empatizar con los personajes, villanos y héroes por igual (y esta es una de las propuestas más interesantes de la serie, que no está suficientemente bien desarrollada: la dicotomía entre los buenos y los malos). Sin embargo, algo no termina de funcionar, aunque ya me estoy oliendo que una vez más se van a crear dos bandos entre los que la amen y los que la odien. Seguramente, en esta ocasión las razones van más allá de lo pasional, y podría presagiar sin mucho miedo a equivocarme que esta división puede ser paralela a los que han visto la película precedente y lo que no.
Cierto es que siempre afirmo que no se deben comparar dos productos, pues cada uno tiene su propia identidad (para bien o para mal), pero el hecho de que se haya resaltado tanto que esto es una adaptación de la película de 2013 (parece que nadie recuerde que todo nace, en realidad, de un cómic francés) y que el director de aquella, el oscarizado Bong Joon Ho (Parásitos), aparezca en los créditos como guionista y productor (hay otros directores ilustres por ahí, como Chan-wook Park -Stoker- o Scott Derrickson -Doctor Strange-) hacia presagiar que todo iba a seguir un camino parecido.
Uno de los problemas que Snowpiercer tiene ya de entrada es lo bizarro de su planteamiento. Para el comic, todo vale, y la película es tan frenética que apenas tienes tiempo de plantearte muchas dudas, pero en una serie de diez episodios (con segunda temporada ya confirmada) la coherencia cae por su propio peso. Y aunque esto sea cosa de fantasía, hay demasiados momentos de falta de verosimilitud como para rozar el ridículo. Un ejemplo tonto: se pasan toda la serie destacando los 1001 vagones que tiene el tren (en algún momento se llega a hablar de dieciséis kilómetros de largo), pero luego hay personajes que pasan de la cola a la cabina de cabeza en cuestión de segundos. Eso, que puede parecer un detalle sin importancia, crea un dilema estructural que va en contra de todo lo que la serie propone (la diferencia entre un extremo y el otro y lo lejos que se encuentran (literal y figuradamente) ambos lados.
El argumento, por si algún despistado no lo sabe aún, versa sobre un tren que recorre el planeta en movimiento constante como una especie de Arca de Noe mientras en el exterior el cambio climático y la torpe mano del hombre para tratar de detenerlo sin éxito (empeorando las cosas, de hecho), han provocado una glaciación que hace del todo imposible la supervivencia fuera del tren. Dentro, una estructura de clases hace que en los vagones delanteros vayan los de primera, con todo tipo de lujo y comodidades, hasta llegar a la cola, donde un grupo de polizones sobreviven con serias dificultades y ansias de rebelión. Lo que en la película era una metáfora sobre las diferencias de clases aquí se vuelve banal y redundante (incluso llegan a verbalizarlo, por si alguien no lo había pillado).
La premisa es, desde luego, interesante, pero no tanto como para llenar una serie, estirando demasiado el chicle, necesitando de tramas paralelas que convierten Snowpiercer en una especie de Asesinato en el Orient Express, y que, por lo que se presupone de la segunda temporada, va a abandonar definitivamente toda crítica social para derivar en una versión sucia y de baratillo de propuestas postapocalípticas tribales tipo Los 100 (algún día hablaré de ella por aquí).
Sí hay cuestiones morales que invitan al debate, pero no son las que la serie pretende proponer. Para mí, la gracia está en saber identificar a «los buenos» y «los malos», y en si alguien merece tener el poder para decidir quién vive y quien muere (aunque sea quien lo ha hecho posible todo), haciendo que «los colistas» deban estar agradecidos por poder estar ahí sin merecerlo o si todos somos seres humanos por igual y merecemos un trato por igual sin importar nuestra posición en la sociedad o los que nos haya llevado hasta ese arca.
Por último, aún entendiendo que los presupuestos televisivos suelen ser inferiores a los de la pantalla grande, el aspecto digital, casi de videojuego, de todas las escenas exteriores provocan un distanciamiento aún mayor con la serie, llegándome a sacar el argumento en varias ocasiones.
En fin, que la serie no deja de ser un entretenimiento con ansias moralistas, pero contiene demasiados problemas como para invitar a nadie a verla, en vista de toda la oferta inabarcable que hay hoy en día, al menos no hasta que no vea primero la película, una obra maestra de verdad y con giros mucho más impactantes que los cliffhangers de aquí.

domingo, 12 de julio de 2020

Visto en Netflix: LA VIEJA GUARDIA

Ante la sequía de cine que la pandemia nos ha dejado, ha sido Netflix la que ha apostado por llevarse el gato al agua y, tras el fiasco del Artemis Fowl de Disney, estrenar la película más interesante y esperada del verano.
No por casualidad La vieja guardia es una película de gran presupuesto que podría haber competido con cualquier superproducción en la pantalla grande, aunque posiblemente el proyecto sea demasiado ambicioso para las manos de la directora Gina Prince-Bythewoodn o del guionista Greg Rucka, que no llega a estar demasiado inspirado a la hora de convertir a imágenes el comic que él mismo creó.
La vieja guardia trata sobre un grupo de guerreros inmortales que han defendido a la humanidad a lo largo de los siglos y deben enfrentarse a un mundo en el que la globalización es la peor enemiga de su secretismo. Encabezados por una Charlize Theron a la que hay que reconocer su implicación total, la película cuenta con un buen desarrollo de personajes, en especial en forma de la protagonista, una Andy desencantada y agotada por su propia eternidad, pero falla un poco en las escenas de acción algo menos espectaculares de lo que merece el producto, y de una trama general bastante rutinaria. Da la sensación de que los implicados estaban más interesados en realizar un punto de partida hacia una más que probable franquicia (y su escena final así lo demuestra) que a realizar un film totalmente cerrado, lo que repercute en el interés de la propia narrativa. Es la falta de profundidad en la mitología propia de estos seres lo que provoca un cierto desencanto, y aunque entiendo la decisión de guardarse varios ases en la manga para futuras secuelas, uno no puede evitar compararla con la mítica Los Inmortales, donde la gracia de la lucha entre los protagonistas en la actualidad resultaba interesante precisamente gracias a los relatos del pasado que los ponía en contexto. Claro que luego uno se para a pensar en las secuelas y la cosa cambia…
Con todo, La vieja guardia funciona bastante bien como producto de entretenimiento y demuestra un detalle por las relaciones personales y el análisis de personajes muy por encima de productos de estas características. Pienso, por ejemplo, en el caso de 6 en la sombra, donde las motivaciones del personaje de Ryan Reynols parecían de chiste. Aquí, al menos (y de nuevo destaco el buen trabajo de Theron), las motivaciones y los dilemas morales de cada uno de los personajes quedan bien claros, siendo posiblemente ese el punto de interés principal de Gina Prince-Bythewood a la hora de narrar la historia, siendo los momentos de acción meros trámites para ella. No dejo de imaginarme esta misma película en manos, por ejemplo, de David Leitch, que ya en Atómica demostró lo que es capaz de hacer rendir a Charlize Theron en una cinta de acción.
Al final, el producto puede dejar un ligero regusto de que se queda algo corta respecto a las expectativas que generaba, pero no deja de ser una buena película de acción que promete un futuro mucho más interesante que este presente y donde lo que de verdad nos interesa es ese pasado del que aquí apenas se insinúa algo.


Valoración: Siete sobre diez.

Visto en Netflix: FESTIVAL DE LA CANCIÓN DE EUROVISIÓN. LA HISTORIA DE FIRE SAGA

Durante años, el Festival de Eurovisión ha sido una extraña mezcla entre cantantes desconocidos que aspiraban a utilizarlo como trampolín al estrellato y frikis estrafalarios cuyo propósito nunca ha quedado demasiado claro. Por otro lado, el evento es capaz de ser un auténtico fenómeno de masas, fans entregados a la causa, o ser considerado el festival más hortera y patético de la historia.
Bajo esta premisa, Netflix estrena una película en clave de comedia sobre el Festival, una historia clásica de superación personal y lucha por los sueños que es capaz de aunar a la vez (y este es su gran mérito) el homenaje y la parodia.
Diseñada a mayor gloria de Will Ferrer, que figura también como coguionista, la película cuenta la historia de Lars y Sigrit, dos niños unidos por el dolor tras la pérdida de la madre del primero y que encuentran en una actuación en Eurovisión de Abba consuelo, descubriendo a la vez su pasión por la música. Con la promesa de llegar algún día a la final del concurso televisivo y ganar el primer premio para Islandia. La película es la clásica historia de superación, con la moraleja de que siempre se debe luchar hasta el final por cumplir tus sueños, con un trasfondo romántico que, por otro lado, puede recordar a la fórmula ya utilizada recientemente en Yesterday. Eso del chico que tiene a su lado a la mujer de sus sueños y no es capaz de darse cuenta de ello es también todo un clásico.
Festival de la canción de Eurovisión: La historia de Fire Saga es una película tan loca que, por momentos, dudas sobre si lo que te está contando tiene algún viso de realidad o no. De hecho, cuenta con tantos cameos de artistas eurovisivos (impagable para los fans la escena «song-alone») que no es descartable que se hayan basado en alguno de los estrafalarios cantantes reales para recrear esta historia sobre Lars y Sigrit. Resulta interesante descartar la gran química que se desprende entre Will Ferrer y Rachel McAdams (algo que sobre el papel me parecía muy poco probable) y el Acierto de casting de los secundarios, desde un Pierce Brosnan cuya primera broma es su desprecio hacia la actuación televisada de Abba (recordad que uno de sus últimos grandes éxitos fue Mamma mía! y su secuela) hasta un Dan Stevens que por momentos amenaza con convertirse en el centro de atención y quedarse toda la película para él solo. También ahí se ve un acierto en el desarrollo de personajes, que por estereotipados que puedan parecer han sido tratados con un mimo especial. El de Stevens, sin ir más lejos, podría haber terminado por convertirse en el villano de turno, y sin embargo desprende una ternura bastante sorprendente.
Al final, todo esto no deja de ser un a gamberrada, pero una gamberrada muy divertida. Una sátira de lujo en la que se nota la inversión realizada y la probable complicidad del propio Festival y donde la música y las canciones destacan como algo positivo, aunque haya que lamentar que la voz de Sigrit que oímos en el film no sea realmente la de Rachel McAdams.
En resumen, una comedia romántica con Eurovisión como hilo conductor, tan ridícula y kitsch como el propio Festival y que gracias a un Ferrer algo más comedido de lo habitual resulta ser un estupendo y animado divertimento. Y que llega, además, en un año en que los fans se han quedado huérfanos de la gala correspondiente por culpa del Coronavirus.
Solo eché en falta la aparición de Chiquilicuatre. ¿Para cuando un biopic sobre su figura?

Valoración: Siete sobre diez.

lunes, 6 de julio de 2020

Vista en Netflix: IZOMBIE


Si el 2019 fue un año de despedidas, el 2020 no lo está siendo menos, y después de que se terminaran las peripecias de Kristen Bell en El lado bueno es turno ahora de ver por última vez a Rose McIver (Olivia Moon y mucho más) en iZombie, una de las mejores series de zombies que podemos encontrar en la televisión, al menos por su apuesta diferente y original.
Tras cinco temporadas, las aventuras de la forense renacida y sus colegas en una Seattle rozando constantemente el apocalipsis Z llegan a su fin y es buen momento para rememorar un poco lo que ha sido esta entretenida serie de la CW distribuida en España por Netflix y basada en un comic de Vertigo, aunque en honor a la verdad pocas son las similitudes entre ambos productos.
El punto de partida el la “aparente” muerte de Olivia Moon (Liv para los amigos) tras una masacre en una fiesta. Tras su resurrección, la antigua enfermera descubre que se ha transformado en una zombie y que necesita ingerir cerebros para poder subsistir, así que ¿qué mejor que conseguir trabajo como ayudante del forense en su ciudad natal? Para lo que Olivia no estaba preparada era para absorber temporalmente la personalidad y los recuerdos (en forma de flashes incontrolados) de los difuntos, lo cual le permitirá colaborar con el detective Clive Babineaux para descubrir el responsable de cada una de las muertes. Pero claro, si ella se convirtió en zombie durante la fiesta, no va a ser la única muerta viviente suelta por Seattle, y ahí es donde se complica la cosa…
Con un tono más cercano a la comedia que al terror, iZombie es una producción para todos los públicos, no solo en cuestión de edades sino también de gustos. Con un aire que recuerda a la mítica Buffy Cazavampiros, la serie tiene su parte de romance, aventura e incluso sátira política y social, amén de un nutrido y efectivo grupo de secundarios tan imprescindibles como la propia Liv.
Aunque con un ligero tono de procedimental, sobre todo en los primeros episodios de cada temporada, jugueteando con el capítulo auto conclusivo, pronto se descubre una trama río que es lo que hace que la serie tenga una identidad propia más allá de ser un CSI versión come cerebros. Además, el hecho de que la protagonista vaya absorbiendo en cada episodio los rasgos de personalidad de una persona diferente ayudan a que sea mucho más amena y a valorar mejor el trabajo de su actriz protagonista.
La serie (que podría ser considerada también de género gastronómico, pues cada vez que Liv debe comerse un cerebro lo hace a través de apetitosas e imaginativas recetas) sabe jugar muy bien con el uso de unos zombies apenas diferenciables del resto de los mortales (solo algo de tez pálida y pelo blanquecino) sin renegar de los zombies clásicos (homenajes a Romero incluidos), aunque se le podría reprochar el abuso de ciertos trucos, como la conversión y posterior cura de algunos personajes, que propicia que en ocasiones uno se olvide ya de quien es zombie y quién no.
Amenazando con caer en el agotamiento, la conclusión tras cinco temporadas es, por triste que parezca, una buena noticia, ya que corría el peligro de caer en la repetición, y el tono desenfadado y sin pretensiones del producto propicia que, visto el capítulo final, no haya lugar a las clásicas polémicas de Internet. Podrá gustar más o menos (el final de temporada se me antoja algo precipitado), pero es una bonita despedida de unos personajes a los que se toma cariño con facilidad (incluso a los villanos) y que da la sensación de llegar en el momento justo.
Echaremos de menos a Liv, Ravi, Clive, Peyton y compañía, pero lo hemos pasado bien juntos, y eso es lo que cuenta. iZombie se atrevió a jugar en otra liga cuando parecía que todo lo relacionado con el género Z estaba ya dicho y les ha salido bien. Y es por eso que la serie merece ser recomendada. Busca a todo tipo de espectador, pero nunca deja de mimar al fan de toda la vida. Y eso es un gran acierto.

Visto en Netflix: LA BALA PERDIDA

Bucear por el catálogo de Netflix puede ser un poco como jugar a la ruleta rusa, y normalmente terminas consiguiendo una de cal y otra de arena. Hace un par de días os hablaba de la insufrible Los últimos días del crimen y me encuentro ahora con La bala perdida, producción francesa que, a priori, podría ir por los mismos derroteros. Sin embargo, todo lo contrario.

Planteada como una especie de Fast&Furious en plan serio, la película cuenta la historia de Lino, un delincuente experto en mecánica que termina colaborando con la policía potenciando los coches de una brigada especial contra el narcotráfico. Hasta que el comisario jefe es asesinado y todas las sospechas apuntan hacia él.
Sin pretender ser nada especialmente novedoso, la película cuenta con más virtudes que defectos, y aunque las escenas de persecuciones no sean tan espectaculares como su referente americano, sí cuenta con grandes secuencias de peleas muy estimulantes (dolorosas incluso) y un diseño de personajes suficientemente trabajado como para que todo funcione muy bien.
Otro mérito de la película es su honestidad. No pretende engañar en ningún momento con giros de guion forzados ni trampas que rechinen. Incluso el único engaño, por así decirlo, es revelado a las primeras de cambio, no dando lugar a que el espectador se adelante demasiado a la narración.
Sin apenas humor, la película es dura y contundente, bien filmada por un Guillaume Pierret que también firma el guion y con la presencia impenetrable de Alban Lenoir en el rol protagonista.
Sin buscar las excentricidades ni los excesos de Los últimos días del crimen (también de un director galo), La bala perdida es mucho más coherente en su desarrollo, tiene las dosis justas de drama y unos diálogos bien medidos, nada pretenciosos.
Existe un dicho que dice que, a veces, menos es más. Este es uno de esos casos. La película, en su contención, resulta un entretenimiento muy aplaudible y que hará las delicias de los aficionados al cine de acción.

Valoración: Siete sobre diez.

sábado, 4 de julio de 2020

Visto en Netflix: LOS ÚLTIMOS DÍAS DEL CRIMEN

Llegaba a Netflix esta película con el dudoso honor de tener una puntuación de cero patatero en Rotten Tomatoes, uno de los portales de referencia (aunque no exentos de muchas polémicas) del mundillo cinematográfico.

Una vez vista, cabría preguntarse si la cosa es para tanto. ¿Estamos acaso ante una de las peores películas de la historia? Pues la respuesta, posiblemente, sea que no. Pero casi.

Y es una lástima, porque teniendo como base un comic de Rick Remember seguro que se podría haber apuntado más alto. El punto de partida, de hecho, aunque absurdo, podría dar mucho juego. Se ha creado una tecnología capaz de evitar cualquier tipo de delincuencia, y un par de tipos se disponen a dar el golpe del siglo justo antes de que la operativa entre en marcha. Hay, como telón de fondo, unos leves apuntes morales sobre si es positivo renunciar a nuestras libertades como individuo a cambio de seguridad ciudadana, pero por desgracia, más allá de un par de noticias en los telediarios, la película decide no ir por ahí. En lugar de eso, nos encontramos con una sucesión de escenas de acción torpes, persecuciones de baratillo y algunos de los peores diálogos que pueda recordar.

Para redondear, las interpretaciones son sencillamente lamentables. Y eso que Edgar Ramirez, sin ser un fuera de serie, suele dar un nivel bastante aceptable. Pero todo aquí parece un despropósito tan grande que no hay nada que salvar. Por fallar, hasta la selección musical del film es incoherente con su narrativa.

Detrás de este desaguisado se encuentra Oliver Megaton, uno de los aprendices de Luc Besson que no lo hacía nada mal en Colombiana o las dos secuelas de Venganza, pero que aquí anda completamente perdido. Solo en algunos juegos de luz y color se aprecia un intento por crear algo, pero la enorme estupidez del guion lo empaña por completo.

Me resulta difícil entender cómo alguien puede haber escrito un guion tan rematadamente malo, pero aún me desconcierta más el que alguien haya aprobado la creación de la película, que alguien la haya pagado y que alguien la haya aceptado interpretar. En ocasiones, productos horribles dan buen resultado en taquilla y sirven, al menos, para callar bocas. No va a ser el caso. Y Los últimos días del crimen solo va a servir para dar la razón a los que insisten en que Netflix se alimenta demasiado de cine basura.

Así no vamos bien…

 

Valoración: Dos sobre diez.