domingo, 20 de febrero de 2022

Visto en Netflix: ESTAMOS MUERTOS

Hablaba hace un par de entradas de las modas que arrasan en el campo de lo audiovisual, destacando las producciones turcas y coreanas. Netflix es la primera en subirse al carro y si en dicha entrada, hice un análisis de la película turca Tácticas en el amor, ahora toca hablar de uno de sus más recientes e impresionantes éxitos, aunando el estilo coreano con un género que también es muy prolífico en la plataforma de streaming: los zombis.

Me estoy refiriendo a Estamos muertos, una nueva vuelta de tuerca a la clásica epidemia zombi, centrándose para la ocasión en un instituto de Hyosan. Siguiendo el esquema de los zombis coreanos ya vistos en producciones como Train to Busan, #vivo o Kingdom (es decir, bestias sedientas de sangre e articulaciones imposibles y sin limitaciones de velocidad), lo mejor de Estamos muertos radica en su desengonzado uso del gore, resultando todo lo sangrienta y excesiva que requiere la situación y aprovechando al máximo los recursos de los alumnos supervivientes para enfrentarse a la horda casi infinita de muertos vivientes. No obstante, esto puede resultar algo repetitivo a lo largo de los doce capítulos que componen esta primera temporada.

Sin embargo, entre lo negativo de la serie se encuentra un afán constante por conectar con el público adolescente, tratando de hablarles en su mismo idioma. Esto hace que las diferencias culturales entre Corea del Sur y, por ejemplo, nosotros, se hagan notables, y que una de las protagonistas pueda asegurar que es peor enfrentarse al último curso del instituto al inminente fin del mundo a manos de los zombis nos puede sonar algo ridículo. Así, uno de los temas de fondo más recurrentes (aunque no el único, metiéndose algo de denuncia social y política) versa sobre el acoso escolar, propósito encomiable pero algo estéril al lado del problema global que los amenaza.

Mi mayor reticencia, sin embargo, está en la poca simpatía que me despiertan la gran mayoría de los personajes. Aunque la serie se toma su tiempo en analizar las personalidades y motivaciones de cada uno de ellos, su forma de relacionarse (de nuevo me planteo qu el problema sea de diferencia cultural) hace que me resulten antipáticos, llegando al extremo que cuando se crea un villano diferente debido a una mutación del virus zombi (tampoco es que se explique demasiado), se convierte casi en mi personaje preferido.

Esto cambia ligeramente a mitad de la temporada, cuando las alianzas entre supervivientes se consolidan y hemos tenido tiempo suficiente de conocerlos bien a todos, pero no quita para que la serie se sienta alargada en exceso, repitiéndose situaciones similares en escenarios distintos. Y todo para que a mí personalmente me termine dando igual quien viva y quien muera.

En fin, entretenimiento que no llega a romper moldes y se ve como una propuesta con más de lo mismo en la que se agradece que, al menos, no se escatime en violencia y donde los zombis, por encima de todo, son siempre la amenaza principal, no escatimando en gastos a la hora de mostrarlos.

sábado, 19 de febrero de 2022

Cine: UNCHARTED

Cuando Ruben Fleischer (responsable de las divertidas películas de Zombieland pero también de la decepcionante Venom) se hizo cargo de la dirección de Uncharted, adaptación del videojuego de Sony, pocos esperaban gran cosa del proyecto. Y es que pese a poder sacarse algo interesante de alguna Resident Evil o de las diversas encarnaciones de Lara Croft, el mundo de los videojuegos sigue siendo terreno minado para el mundo del cine. Sin embargo, lo primero que aclaró es que no pensaba hacer una adaptación al uso, sino una película de aventuras más inspirada en esquemas propios de Indiana Jones que en la propia mecánica del juego.

Esa es quizá la principal baza de una película de la que podemos obviar su referente digital si queremos y que funciona estupendamente bien como película de acción con mucho humor y una gran química entre sus dos protagonistas, Tom Holland y mark Wahlberg.

Puestos a buscar referentes, la película se acerca más a la fórmula de La Búsqueda que a Indiana Jones, por aquello de tener que resolver acertijos al más puro estilo Dan Brown, sin que eso sea precisamente malo. No es una película de constante acción, un tiovivo de adrenalina, pero las set pieces que contiene son brillantes y muy bien dirigidas, permitiendo que todo fluya con mucha más naturalidad que, por ejemplo, la reciente Agentes 355, atropellada y temblorosa.

Ello no implica que no haya las suficientes referencias y guiños (cameos incluidos) para agradar a los fans del juego, siendo Wahlberg un perfecto Victor Sullivan y funcionando Holland perfectamente como un Nathan Drake novato al que le queda mucho recorrido por delante (la escena postcrédito deja clara las intenciones de franquicia), pudiendo ser este Drake un digno sucesor (a la espera de lo que ocurra en Indiana Jones 5, a la que tengo verdadero pavor) del famoso arqueólogo.

Además, desde el punto de vista personal, me emociona especialmente el hecho de que gran parte de la acción transcurra en mi ciudad, demostrando como Barcelona (y otras muchas ciudades de España) pueden ser hermosos e interesantes escenarios fílmicos y que no estamos acostumbrados a ver (no con tanta corrección, al menos).

En resumen, divertida y emocionante, con momentos tronchantes (aunque hay que reconocer que el tipo de humor que practica Holland está muy cerca del de su propio Spiderman) y que consigue dejarte con ganas de que sea un gran éxito y podamos ver más aventuras de Nathan Drake en la gran pantalla.

 

Valoración: Ocho sobre diez.

Visto en Netflix: TÁCTICAS EN EL AMOR

Cuando algo se pone de moda es inevitable verse bajo un aluvión de productos relacionados con el tema en cuestión. A nivel audiovisual parece que hay dos conceptos que se imponen por encima de todo lo demás (y que según quien se incline por uno o por otro dirá mucho de su forma de ser, más allá de sus influencias generacionales). Me estoy refiriendo a las producciones coreanas por un lado y las turcas por otro.

Hablo hoy del segundo caso, ya que se acaba de estrenar en Netflix Tácticas en el amor, una comedia romántica que bien podría estar protagonizada por Jennifer Lopez, Emma Stone o la chiquilla de turno si no fuese porque los escenarios nos muestran las zonas más lujosas de Estambul o, como en este caso, Capadocia, y que demuestran el origen de la misma.

Efectivamente, Tácticas en el amor es una comedia al uso que sigue a pies juntillas los esquemas del cine americano, sin avergonzarse ni pedir perdón por ello. Hay, de hecho, homenajes a clásicos (también generacionales, por cierto) como Desayuno con diamantes o Ghost e incluso en un par de situaciones que atufan a tópicos se hace el comentario de «es como en las pelis», teniendo claro cuáles son sus propias limitaciones.

La historia es bien sencilla: una joven diseñadora que, de forma anónima, triunfa con un blog llamado precisamente como la película apuesta con sus amigas a que es capaz de enamorar a cualquier tipo con las tácticas que proclama, mientras que un mujeriego publicista apuesta con sus amigos a que es capaz de tener una relación con una chica y conseguir que ella se enamore de él. Lógicamente, el azar los va a unir y… Bueno, si habéis visto más de dos películas de este tipo ya sabréis como termina todo.

No hay nada novedoso en la película, ni se puede hablar de interpretaciones portentosas. De hecho, hay momentos en los que parece que estemos viendo un episodio de Love is in the air o cualquier serie del estilo, en la que todos son muy guapos y guapas, y Estambul luce de lujo. Sin embargo, está hecha con una gracia y una simpatía que, al igual que cualquiera de las películas en las que se inspira, consigue que su visionado sea muy agradable y que, pese a saber el desenlace desde el minuto uno, pueda llegar a emocionar.

Por eso, pese a sus carencias y limitaciones, la película funciona muy bien y cumple sus objetivos, siendo ideal para los seguidores de este género y demostrando que algunas historias no necesitan doscientos episodios para ser contadas.

 

Valoración: Siete sobre diez.

Cine: MOONFALL

Hace unos días, en la presentación de la película Moonfall, su director, Roland Emmerich arremetió (otro más) contra las películas de Marvel, asegurando que son todas iguales. Puedo comprender (aunque no compartir) las quejas de cineastas como Scorsese o Coppola, pero es casi un chiste de alguien como el realizador germano, que lleva prácticamente veinticinco años haciendo la misma película.

Efectivamente, es hablar de Emmerich y pensar en destrucción. Aunque ya tenía algún título meritorio en su haber, fue con Independence Day y su mítica destrucción de la Casa Blanca, con la que el director se dio a conocer al mundo, y desde entonces no ha dejado de hacerlo, ya sea mediante monstruos gigantescos (Godzilla), crisis climáticas (El día de mañana) o profecías mayas (2012). Eso sí, en su favor hay que reconocer que lo hace estupendamente bien y que nadie, excepto quizá Michael Bay, domina las explosiones mejor que él.

En Moonfall casi se recicla el esquema argumental de Independence day (para eso podría haberse ahorrado la secuela, el mayor tropiezo de su carrera), pues de nuevo tenemos una invasión extraterrestre, un científico chiflado al que nadie hace caso y luego es el primero en darse cuenta de lo que pasaba, dramas familiares, momentos de gloria repartidos entre los protagonistas corales, el sacrificio personal y la redención del héroe caído. Sin embargo, para conseguir el más difícil todavía, aumenta la apuesta con un concepto tan loco como el de la luna acercándose peligrosamente a nuestro planeta. Acercándose hasta el punto que llega a haber contacto físico en una de las escenas más descacharrantes de la historia del cine. Y sin embargo, como  por arte de birlibirloque, Emmerich consigue que de alguna forma todo tenga sentido y las ridiculeces de sus propuestas (que son muchas a lo largo de la película) no empañen el resultado final.

Y es que gracias a un reparto bien entregado (aunque a Patrick Wilson se le podría acusar de querer parecerse demasiado a Chris Platt), unos efectos visuales de primera, un ritmo endiablado y un tratamiento de personajes algo más inspirado que en otras propuestas de este tipo, la película resulta un entretenimiento de primera. Nada de lo que se cuenta aquí tiene el más mínimo sentido, pero poco importa si consigue que durante algo más de dos horas uno se olvide de todo y se deje llevar por una amenaza global que, como en Independence day de nuevo, nos quieren hacer creer que tras la muerte de millones de personas puede haber un final feliz.

En fin, una muestra más del cine de Emmerich más genuino, aunque a decir verdad quiere ponerse tan formal por momentos que casi se echa en falta algo más de destrucción, con una épica alocada pero muy divertida, la dosis justa de drama y todos los fuegos de artificio que pueda caber en una película, logrando además ser muy actual con la referencia a los amantes de las conspiraciones (aquí se habla de los megaestructuracionistas, que bien pueden funcionar como reflejo de tierraplanistas o tierrahuequistas), sin quedar muy claro si se burla de ellos o los homenajea.

A la hora de la verdad, la principal pega (quizá la única que importa) es que parece un esquema argumental ya caduco y más allá del puro divertimento el invento huele ya a algo pasado de moda. Quizá ya hayamos visto destruir la Tierra demasiadas veces como para que nos siga impactando como al principio y puede que eso explique sui batacazo en taquilla.

 

Valoración: Siete sobre diez.

viernes, 18 de febrero de 2022

Visto en HBO Max: HARRY POTTER: REGRESO A HOWARTS.

Parece que desde HBO Max (o Warner, que tanto monta, monta tanto), siguen queriendo exprimir la teta de la nostalgia, y tras los especiales dedicados a Friends, El Príncipe de Bel Air y El ala oeste de la Casa Blanca (estos dos últimos los tengo pendientes), ha llegado el momento de dar el salto televisivo y recuperar a los fans incondicionales de la saga literaria creada por J.K. Rowling en Harry Potter: Regresoa Hogwarts.

Después de que el esperado reencuentro de los seis protagonistas de Friends se sintiese como algo descafeinado (y eso que en vista de las expectativas la propia HBO fue adelantando las sorpresas para confirmar que no se trataba de ningún episodio especial guionizado), ya llegamos preparados a este nuevo festival de magia y nostalgia alrededor de los personajes que Daniel Radcliffe, Emma Watson y Rupert Grint hicieron inmortales. Hay aquí más lujo, más presupuesto, que en la reunión de los «amigos», pero en el fondo, es más de lo mismo. Cierto que recrear los decorados de Hogwarts y alrededores luce mucho mejor que volver a los entrañables apartamentos situados a un tiro de piedra del Central Perk, pero no deja de ser repetir la fórmula sin alcanzar la magia que la temática exigía.

Esto demuestra (o recuerda, más bien), que en el fondo no estamos en un verdadero especial dedicado a los fans, aunque logran que lo parezca, sino ante un simple reclamo publicitario para la todavía titubeante remodelación de la plataforma de HBO, rebautizada con más bombo que contenido, en HBO Max. No hay la intención de nada más que conseguir sumar suscriptores que se pasen al streaming y, de paso, recordar que la saga completa se encuentra en exclusiva en esa plataforma, ajena ya de las manos de Netflix en la que permanecía hasta hace cuatro días.

Sí, hay momentos emotivos, anécdotas divertidas y hasta se puede soltar alguna lagrimita con el recuerdo a los que ya no están entre nosotros, pero al final este quien es quien del mundo del cine británico sabe a poco, quizá en parte debido a algunas importantes ausencias (aparte de la polémica alrededor de la propia autora, eché de menos, como poco, a Robert Pattison, Kenneth Branagh, Emma Thompson, Julie Walters, Michael Gambon, etc. Eso sí, disfruté con la entrega de los que sí estuvieron, incluyendo a los cuatro directores que se han hecho cargo de la saga o actores de la talla de Gary Oldman, Ralph Fiennes, Helena Bonham Carter o Jason Isaacs.

El problema radica en que al final, lo que nos encontramos es ni más ni menos que un making off de lujo como los que se podrían encontrar acompañando a cualquier DVD de las películas, refiriéndose, eso sí, a la saga al completo y con conversaciones no tan interesantes como se podría desear, entre actores y directores.

En resumen, que estamos ante otro ejercicio publicitario con la nostalgia como telón de fondo que puede complacer (aunque no maravillar) a los fans de la saga, pero que no va a aportar nada especial para los profanos.

miércoles, 16 de febrero de 2022

Cine: AGENTES 355

Aunque tiene una carrera más o menos aceptable como guionista, en especial en la saga de los X-men (aunque las suyas no son precisamente las mejores), los méritos de Simon Kinberg como realizador son ya más dudosos, pues su principal y más importante trabajo tras las cámaras ha sido X-men: Fénix Oscura y ya sabemos todos como acabó la cosa. De tener la responsabilidad y el privilegio de cerrar de manera definitiva la franquicia de mutantes de la Fox a realizar la peor película de la saga con diferencia, aunque hay quien podría justificarlo debido a presiones externas a causa de la compra de Disney, que hizo que todos los proyectos en funcionamiento se tambaleasen un poco.

Sea como sea, Agentes 355 era una oportunidad única para demostrar sus dotes como director, pero no estoy muy seguro de poder asegurar que lo haya conseguido.

Agentes 355 está dentro e la corriente de películas de espionaje protagonizadas por mujeres, aprovechando el tirón (más social que comercial) de títulos como Atómica, Gorrión Rojo o Viuda Negra, con la salvedad de que esta ocasión no hay una única protagonista, sino que las Agentes 355 a las que hace referencia el título (que en realidad es un guiño a una hipotética mujer espía del bando de los patriotas durante la Revolución Americana) son un grupo más variado que un anuncio de Benetton, por lo que el recuerdo de unos Ángeles de Charlie de baratillo es inevitable.

No quiero que parezca que destaco la presencia femenina como algo negativo, ni mucho menos (de hecho, disfruté mucho de dos de las tres películas antes mencionadas), pero de nuevo se cae en los errores de querer potenciar un feminismo mal entendido que en lugar de dignificar a la mujer se limita, como ya se hiciera en otra película fallida como Aves de Presa, a convertir en villano a prácticamente todo personaje masculino que se pasee por aquí.

Detalles aparte, la película resulta un buen entretenimiento, demasiado liviano, quizá, apoyándose en el villano tópico que piensa que una tercera guerra mundial le va a ser provechoso de alguna manera y creando un arma definitiva (otra más) que a la postre no es más que un macguffin para mover la trama de un país a otro.

Lo más llamativo de Agentes 355 es su reparto, donde frente a nombres como Sebastian Stan o Edgar Ramirez, nos encontramos con la presencia internacional de Penélope Cruz, Lupita Nyong’o, Diane Kruger, Bingbing Fan y, sobre todo Jessica Chastain, quien se supone que fue la que tuvo la ocurrencia de esta película en complicidad con el director cuando finiquitaban a los mutantes. Y si en aquella Dark Phoenix la Chastain quedaba completamente desaprovechada, lo mismo puede decirse de este nuevo caso, donde no se aprovecha el talento de ninguna de las actrices y su presencia parece más un reclamo de cara a la taquilla que un intento por cohesionar un reparto internacional de campanillas al servicio de la historia.

La película funciona como vehículo de acción, pero Kinberg parece empeñado en sabotearla con unos movimientos de cámara torpes que impide disfrutar de las escenas de acción como se merece, consiguiendo que lo que tendría que haber sido un gran espectáculo de acción se convierta en una película más del montón, banalizando sus posibilidades y dotando a una superproducción de na factura final más cercana al cine de videoclub de épocas pretéritas que a un gran estreno a tener en cuenta.

Una lástima, pues las expectativas eran buenas, pero parece que una vez más se ha dejado el barco en las manos equivocadas y, pese a lo bonito del viaje, el naufragio parece inevitable.

 

Valoración: Seis sobre diez.

Visto en Netflix: LA MUJER DE LA CASA DE ENFRENTE DE LA CHICA EN LA VENTANA

Una de las cosas que más me desconcierta de la serie de La mujer de la casa de enfrente de la chica en la ventana (además de su título) es su tono. Dividida en ocho episodios que no llegan a la media hora de duración, la premisa es tan típica como las obras a las que referencia el título: una mujer con problemas personales presencia (o cree presenciar) un asesinato desde su ventana. Más o menos lo que contaba, a su manera, La chica del tren, La mujer en la ventana , Los Voyeurs, etc. todas derivadas de La ventana indiscreta, por supuesto.

Esto hace pensar que estamos ante una especie de parodia de las mismas, más contando con Kristen Bell (recién salida de The good place) como protagonista. Sin embargo, el primer episodio tiene una carga dramática tan fuerte que no solo nos quita esa idea sino que, más por desánimo que por problemas de calidad, invita a abandonar la serie desde el primer momento. Luego, las cosas se empiezan a complicar y nos encontramos con una serie de intriga tal y como las películas antes mencionadas, donde nada es lo que parece y nos hacen dudar sobre si el asesinato que la protagonista ha presenciado es real o fruto de su imaginación (tras una fuerte depresión mezcla alegremente pastillas y vino). Sin embargo, en ciertos momentos los personajes hacen cosas tan extremas y absurdas que de nuevo nos preguntamos si no estaremos efectivamente ante una comedia muy negra y muy enmascarada.

Como sea, la serie consigue ser tremendamente adictiva, gracias sobre todo a unos potentes cliffhangers que obligan a la maratón, y Bell consiguen una vez más enamorarnos a la vez que la odiamos un poquito. No es que su interpretación diste mucho de lo que nos tiene acostumbrados hasta ahora, pero cumple perfectamente con lo que la serie le pide.

Con un salvajismo muy insano y bastante mala baba, la historia funciona como un tiro y, pese a lo rocambolesco de los giros, se cierra de forma muy satisfactoria (mucho mejor que Todos mienten, con la que guarda ciertas similitudes), sobrando quizá ese largo epílogo que no sé si tomármelo como un chiste final o si es la carta de presentación a suna segunda temporada.

En resumen, un muy buen producto, desconcertante pero que te atrapa una vez superado el escollo del primer episodio, aunque quizá se le habría agradecido un poquito más de locura y un humor más abierto.

Visto en Movistar: TODOS MIENTEN

Pau Freixas, autor de un buen puñado de episodios de Pulseres Vermelles y creador, entre muchas otras, de la serie Sé quién eres, avala la nueva apuesta patria de Movistar+, Todos mienten, una lujosa producción de intriga y dramas familiares en torno a un asesinato en una elegante zona residencial donde, inevitablemente, lo primero que destaca es su espectacular reparto.

Todos mienten es tan adictiva como tramposa. Durante sus ajustados seis episodios la serie va dando saltos en el tiempo para narrarnos, en dos líneas temporales que pueden confundir un poco al principio, la relación de una profesora con un alumno y la posterior muerte de este.

Aunque los giros de guion son constantes y, como el propio título vaticina, todos parecen tener motivos para sospechar de ellos, la serie se desinfla en cierto momento, quizá por el abuso de un ecosistema tan limitado para el paisaje que se nos quiere mostrar. Estamos en una población aparentemente grande (lo que provoca otro punto de extrañeza, ya que el pueblo que se han inventado –que en realidad es una urbanización de Blanes- no tiene la presencia física necesaria, pareciendo como si las casas de los protagonistas y los pocos lugares comunes –la escuela, el hospital- pertenecieran a mundos diferentes), pero todo lo que sucede parece afectar tan solo a un puñado de parejas. Como dice una canción: «mira que el grande el mundo y esta ciudad es chica».

Todos mienten, aunque en apariencia no pretenda serlo, es una serie principalmente femenina (incluso algún personaje, como el de Ernesto Alterio, desaparece sin explicación de los capítulos finales), siendo ellas quienes llevan el peso de la acción, en especial unas muy correctas Irene Arcos y Natalia Verbeke. Esto, y la propia ambientación, hace que uno piense constantemente en los referentes que Freixas pudiese tener a la hora de crear (y vender) su propuesta. La primera que se me viene a la cabeza, por estilo y tono, es Mujeres Desesperadas. La segunda (que no deja de ser una variante de la misma), Big Little lies, de la que copia incluso el recurso narrativo de narrar pasado y presente en paralelo.

Compuesta como si de una obra de Agatha Christie se tratase, presentado a los sospechosos y empezando el descarte hasta quedarnos con la sorpresa final (tan inesperada que resulta algo forzada), la serie entretiene y se disfruta mucho durante su visionado, pese  a que se le intuyan las costuras, pero su desenlace se intuye algo artificial, dejando la sensación de que nos han tenido dando vueltas hacia cosas que, en el fondo, no importaban demasiado y haciendo que sepa un poco a timo. Siempre es interesante no poder acertar la identidad del asesino antes de tiempo, pero no si nos hacen trampas con la información.

En resumen, un buen trabajo interpretativo, bonitos paisajes y mucha tensión en una serie rápida de ver que se puede disfrutar tanto como olvidar después.

Visto en Netflix: EL TIMADOR DE TINDER

Vivimos una época extraña donde las relaciones sociales son virtuales y es más fácil conocer a alguien online que en persona. Los amigos los tenemos en Facebook, los currículos en LinkedIn y se liga a través de Tinder. Esto es así.

Y es precisamente esa impersonalización de las relaciones o que permite desbocar la imaginación de los estafadores. Timos siempre ha habido, no ha sido falta que existieras Internet para eso, pero la facilidad de ahora de crear una vida falsa es pasmosa, y eso lo descubrieron un buen número de mujeres a finales de la pasada década.

Simon Leviev es un tipo que, a base de camelarse mujeres y sacarles el dinero, se ha convertido en un multimillonario. Un falso multimillonario, en realidad, pero la vida que se pegaba sí era bien real. Leviev no era, además, el granuja hollywoodiense con el que es fácil simpatizar, el simpático pícaro que desplumaba millonetis confiadas. Él era un carroñero que seducía a pobres incautas a las que, fingiendo estar en graves apuros (pero momentáneos, eso sí), las convencía para que se hipotecaran y llenaran de deudas hasta el cuello para conseguir mantener su estatus social.

Netflix estrena un interesante documental sobre este tipejo llamado El timador de Tinder, basándose, sobre todo, en tres de sus víctimas, Cecilie Fjellhøy, Pernilla Sjöholm y Ayleen Charlotte, esta última logrando dar la vuelta a la tortilla. Pese a ser un documento fidedigno con la realidad (aunque Leviev, a quien se invitó a dar su versión de los hechos, no esté de acuerdo) y estar centrado en declaraciones de las tres implicadas a cámara, la directora Felicity Morris se las apaña para dotar a la película de un gran dinamismo, tanto con las escenas ficcionadas como con breves injertos de películas que dotan de sentido de la ironía  a su historia. Tal y como se cuenta todo, uno se queda con las ganas de ver una película de ficción con estos personajes, quizá con DiCaprio en el papel de Leviev y Scorsese en la silla de director. Soñar es gratis.

Aunque a nivel general no me gusta que un realizador se implique emocionalmente en su trabajo, tomando un partido que debería dejar en manos del espectador, Moris acierta en incidir en dos detalles secundarios pero no menos importantes centrados en la figura de Leviev como villano de la función. Por un lado, que no es Tinder (ni las redes sociales por extensión) el culpable de todo esto (de hecho, Fjellhøy insiste en cómo ha continuado usando la aplicación de citas pese a su mala experiencia) y por otro que tampoco lo son ellas. Es muy sencillo culpar a las víctimas, y si bien se les puede acusar de pecar de ingenuas, que los trolls de Internet estén siempre acechando para saltar a la yugular no dice nada bueno de ellos mismos.

En resumen, un interesante documento que funciona como divertimento tanto como informativo y que logra enganchar como i de una obra de ficción  se tratase. Muy recomendable.

Cine: EL CALLEJÓN DE LAS ALMAS PERDIDAS

Pese a ser considerado un realizador de imaginación desbordante, lo cierto es que Guillermo del Toro parece haberle cogido el gusto a esto de reinventar los clásicos. Tras crear su propia  novela gótica con La Cumbre Escarlata y hacer una especie de versión de La Bella y la Bestia con La forma del agua, ahora se mete de lleno en la adaptación de la novela de  W.L. Gresham que ya tuviera su versión fílmica en 1947.

En El callejón de las almas perdidas de Del Toro, Bradley Cooper hereda el personaje protagonista que hiciera en su momento Tyrone Power, aunque si algo hay que reconocerle a esta obra es lo espectacular de su reparto, donde sobresalen Cate Blanchett, Toni Collette, Willem Dafoe, Richard Jenkins, Rooney Mara, Ron Perlman, Mary Steenburgen o David Strathairn entre otros.

El director mejicano se mueve como pez en el agua en el oscuro mundo de las ferias ambulantes de finales de los años 30, cuando los espectáculos estaban dominados por monstruosidades e ilusionistas de poca monta. En ese ambiente Stan, que huye de un pasado turbio, encuentra una nueva vida y algo parecido a una familia, pero su ambición desmedida lo lleva a regresar a la gran ciudad donde aspira a enriquecerse estafando a pobres incautos con sus trucos de adivinación e incluso espiritismo.

No cabe la menor duda que todo el ambiente circense es ideal para el imaginario de Del Toro, que sabe estar a la altura (no como sucediera con la descafeinada Dumbo de Tim Burton) y consigue plasmar un lienzo visual realmente impecable. Sin embargo, las casi dos horas y media de metraje le hacen mella, y el realizador pierde el ritmo de la narrativa al alejarse dela feria, provocando que la película entre en un valle que le va a costar remontar. Digamos, para resumir en pocas palabras, que lo que brilla de la faceta más freak se desluce al convertirse en una historia noir. Y es una lástima, porque es precisamente cuando entra en escena la estupenda Cate Blanchett cuando la cinta baja en interés, sin que en ningún momento sea culpa suya.

El callejón de las almas perdidas es un descenso a los infiernos cíclico de un personaje cuyo pasado desconocemos más allá de un incendio en su propia casa, y cuyos constantes flashbacks repitiendo lo mismo no colabora demasiado. Es ese misterio otro paso atrás, pues  no se nos permite hacer la conexión emocional suficiente con el personaje de Cooper como para que cuando se nos muestra ese pasado nos impacte lo suficiente. Es casi como si Del Toro y su esposa y coguionista Kim Morgan hubieran afrontado este guion con algo de desgana para poder poner toda la carne en el asador de lo visual.

Y es por ello, pese a la narrativa algo pesada  y, por momentos, torpe del film, que su visionado es totalmente recomendable y muy disfrutable: por su aspecto visual. Dan Laustsen hace un trabajo impecable y Del Toro demuestra que tras las cámaras se maneja mejor que nadie. Algo parecido a lo que ya pasaba en sobrevalorada La forma del agua, aunque sin tanta ñoñería. Se echa en falta al Del Toro más alejado del Hollywood más mainstream, cuando lidiaba con presupuestos ajustados y creaba cuentos de horror con la Guerra Civil como telón de fondo.

En resumen, que El callejón de las almas perdidas es un estimulante film que aúna el cine negro con la fantasía más grotesca a la que le habría venido de perlas un poquito de tijera en su tramo central.

 

Valoración: Siete sobre diez.

domingo, 13 de febrero de 2022

Visto en Netflix: A TRAVÉS DE MI VENTANA

Seguimos en la onda «sanvalentiniana» y toca hablar de uno de los estrenos importantes del año. Siguiendo la moda de adaptar novelas románticas adolescentes de éxito, A través de mi ventana resulta tan apetecible como me lo pareció en su momento ese otro bodrio llamado After, que lejos de toda aspiración artística nacía con la clara intención de ser más un fenómeno que una película.

A través de mi ventana, dirigida (por decir algo) por Marçal Forés, aspira sin disimulos a copiar los tics de otros éxitos patrios como Tres metros sobre el cielo con el erotismo de Cincuenta sombras de Grey, emulando desde el título al vouyerismo de otros mil ejemplo de historias sobre chicas que se dedican a espiar desde sus ventanas (pendiente tengo mi comentario sobre el producto que aúna todas estas películas en una mini serie) pero sin la dosis de intriga que se le supone a aquellas.

Soy consciente que A través de mi ventana va dirigida a un público objetivo al que no pertenezco, desde luego, pero ello no me incapacita para valorar una película soberanamente aburrida y sin ningún tipo de carga emocional (por más que lo pretenda), en la que todos los personajes resultan odiosos y sus actitudes incomprensibles y reprobables. Desconozco como es el material original (aunque me cuentan que hay demasiado resumen como para poder comprender las motivaciones de los protagonistas literarios) y hay secuencias que incluso resultan confusas (aunque poco es que importe lo que esté sucediendo, la verdad), pero el gran problema del film es que plantea una historia completamente plana, limitando casi el espectro de acción a dos personales y reduciendo al mínimo el conflicto. No hay, por ello, nada interesante en sus historias, siendo tan solo casi dos horas viendo a un chico y una chica dando vueltas alrededor de lo mismo, caprichosos, llorones y con unos actores tan limitados como sus propios papeles.

Es, en resumen, uno de esos ejemplos de película Netflix de contenedor, aunque no me cabe duda de que en su target puede tener un inmerecido éxito que provoque una secuela (las novelas forman una trilogía) que desde luego no pienso aventurarme a ver.

Para salir huyendo.

 

Valoración: Tres sobre diez.

Visto en Amazon Prime: SE TERMINÓ EL TIEMPO

Teniendo tan cerca la celebración del día del Amor (o eso dicen los comerciales), no es de extrañar que empiecen a proliferar los estrenos en plataformas de películas románticas con más o menos gracia.

Aunque ese producto es uno de los abanderados por Netflix, en esta ocasión toca mirar hacia Amazon Prime, que aunque anuncia Se terminó el tiempo como una película original, la realidad es que solo han conseguido la exclusividad de su distribución, ya que no hay rastro alguno de ellos en tareas de producción.

Escrita y dirigida por Elisa Amoruso, esta coproducción entre Italia y Estados Unidos es una nueva vuelta de tierca al clásico triángulo amoroso entre la chica mona, el chico malote y el novio dulce y bueno de toda la vida donde las cosas, como no puede ser de otra manera, no son lo que parecen.

Aunque tan previsible como cabría esperar, lo cierto es que el tono de intriga aporta un mínimo aliciente a la película, evitando que caiga en el empalagosamiento propio de estas producciones. Su esquema es muy sencillo, sí, pero se deja ver con interés, lamentándose sobretodo que el argumento adelante demasiado lo que se supone que es un giro final dramático que da entidad al producto.

Bella Thorne, clásica en dramas románticos de este tipo (recordemos la simpática Amor a medianoche) pero también dad al terror juvenil (la serie Scream, The Babysitter y su secuela…), es la principal cara conocida de la película, junto a su actual pareja, el también cantante Benjamin Mascolo, completando el trío el menos conocido Sebastiano Pigazzi.

Se terminó el tiempo no es nada del otro mundo, pero al menos sabe indagar un poco en la vida de sus protagonistas como para hacer que nos importen lo más mínimo, dibujándoles un punto de personalidad y carisma que es de agradecer. Con el mundo de la natación como telón de fondo, la película alterna los escarceos amorosos con las tragedias del pasado, permitiendo que entre beso y achuchón se sienta también el dolor de los protagonistas.

Puede ser una buena propuesta para pasar una tarde agradable en pareja.

 

Valoración: Seis sobre diez.

Visto en Netflix: ARCHIVO 81

Hubo un tiempo en que el nombre de James Wan era garantía de éxito, desde sus propuestas más aterradoras a otras más comerciales, ya sean con superhéroes acuáticos o coches furiosos. Pese al patinazo de su última película, donde no termina de funcionar es en su faceta de productor, sobretodo tomando como referencia los spin off de su Universo Warren.

Archivo 81 es una serie muy en su línea cuya autoría comparte principalmente con Rebecca Sonnenshide, quien ejerce además como showrunner de la misma.

La premisa de la serie, que parece estar gustando mucho, es sencilla. Un restaurador audiovisual con traumas en su pasado es contratado para reparar unas cintas de vídeo que podrían tener la clave sobre un incendio que devoró el edificio Visser. Eso permite combinar el suspense que provoca el aislamiento y la paranoia del protagonista con la historia de la otra protagonista, la autora de los vídeos, cuya trama se desarrolla en gran medida mediante found footage.

No voy a negar que hay momentos en los que el misterio amenaza por atraparme y que con cada cliffhanger me quedo con ganas de saber más sobre lo sucedido, pero mi gran problema con la serie es no haber sido capaz de conectar nunca con sus dos protagonistas. No tengo claro si es culpa del guion, la interpretación o la dirección de actores, pero ni me los creo ni consiguen que me importe lo más mínimo lo que les ocurra. Puede que sea debido, en gran medida, de las decisiones absurdas que timan cada dos por tres, pero tras varios capítulos contemplando a Mamoudou Athie mirando con cara de pasmo a cámara de dejado de sentir el más mínimo interés por lo que suceda, y cuando la serie pretende al fin arrancar, alterando incluso sus propias reglas, a mí ya me han perdido.

En fin, que la propuesta tiene su interés y hay algún mal rollo latente, pero a mi no me ha convencido en absoluto, y ese final que no es final pues queda todo en suspenso en espera de una segura temporada ha sido la gota que ha colmado el vaso para confirmar que no perderé mi tiempo cuando llegué (si llega) esa contribución necesaria para darle algo servido a toda esta tontería que sólo suéter, en ciertos momentos, como homenaje nada sutil a muchos iconos del terror a los que le gustaría parecerse.

viernes, 4 de febrero de 2022

Cine: BELFAST

Hace ya muchos años, no habría dudado en definir a Kenneth Branagh como uno de mis directores preferidos. Los amigos de Peter fue una película que me marcó, y sus aproximaciones a Shakespeare, ya sean en tono dramático con Enrique V o ligero, con Mucho ruido y pocas nueces, me fascinaron, aplaudiendo incluso títulos menores, tales como Morir todavía, y definiendo a capa y espada su subestimada Frakenstein.

Pero su Hamlet de más de cinco horas fue su obra magna y el principio de su fin, y perdido en la maquinaria de Hollywood el autor irlandés terminó cayendo en las garras de las mayors, que empezaron a opacar su talento. Sigo siendo de los que ven una gran película (con un problema claro de presupuesto) en su Thor (muchos olvidan que de ahí proviene la concepción como personaje de Loki, el más atractivo villano de Marvel hasta la fecha) y aún quedan rasgos de su estilo en su Cenicienta, cosa que no consiguieron imponer otros grandes arrastrado por el tsunami Disney (busquen algún indicio de Guy Ritchie en Aladdin o de Tim Burton en Dumbo). Por eso, en los últimos tiempos ha alternado películas irregulares o, al menos, totalmente carentes de su identidad, como La huella o la totalmente fallida Artemis Fowl, con éxitos comerciales pero de escasa personalidad, tales como Jack Ryan: Operación Sombra o su Asesinato en el Orient Express. Ni siquiera sus nuevos acercamientos al universo de Shakespeare sirvieron para sacarlo del agujero, y nadie (o casi nadie) vio títulos como Trabajos de amor perdidos, La flauta mágica o El último acto.

Afortunadamente, Brannagh es capaz de resurgir de sus cenizas cual ave fénix, y como contradiciendo a la bocazas de Jane Campion, volver a sus orígenes para, como hiciera Pedro Almodóvar con Dolor y gloria, recurrir a su propia historia para componer un doloroso, pero simpático a la vez, relato que sin llegar a ser literalmente autobiográfico, lo parece.

Belfast, filmada en un glorioso blanco y negro que rememora a la época de En lo más crudo del crudo invierno, viene a explicarnos, a su manera, los comienzos del conflicto entre católicos y protestantes en la Irlanda de 1968, cuando dio comienzo el turbio periodo conocido popularmente como The Troubles. Así, Branagh nos conduce hacia su propia infancia en una obra con claros componentes biográficos para retratar los convulsos problemas de una sociedad desde el punto de vista de Buddy, el niño de nueve años que bien podría haberse llamado Kenneth.

No es nueva la forma de narrar una época oscura a través de los ojos de un niño. Ya lo hizo maravillosamente bien Taika Waititi en Jojo Rabbit y, con menor gracia, Mark Herman en El niño con el pijama a rallas, por poner solo un par de ejemplos.

Así, a través de Buddy, conocemos como era la vida en esa calle de Belfast atrincherada, protegida (es un decir) por la policía y el ejército, en la que amigos y vecinos se odian por el simple hecho de proceder de diferentes religiones. Y eso, sin perder el sentimiento de hogar, de lugar seguro y amable donde vivir, donde criar a unos niños, jugando en la calle, disfrutando de la pelota o incluso conociendo a su primer amor. Esta dualidad entre estar en casa y ser odiado es lo que provoca el debate de los padres de Buddy sobre si les conviene quedarse o emigrar de allí, y esa es la gran pregunta que la película formula, sin atreverse a ofrecer ninguna respuesta tajante y llegando, incluso, a dedicar Branagh el film tanto a «los que se marcharon» como  «los que se quedaron», sin olvidarse, por supuesto, de «los que se perdieron».

Además, consiguiendo una cinta emotiva y por momentos dura, Branagh no busca el melodrama exagerado, ni hay apenas escenas de lagrimita fácil, haciendo que el visionado de la misma sea mucho más agradable que la clásica muestra de pornografía emocional en la que sería tan fácil caer. Pese a la implicación emocional del autor con la historia narrada, consigue dar un paso atrás para centrar su visión a la creación de ese niño tan parecido a él y dejar que las acciones hablen por sí solas.

Puede que algunos echen en falta la grandilocuencia propia de otras películas sobre dramas históricos aspirantes al Oscar, pero es precisamente esa aparente sencillez la que engrandece a un título que no necesita de adornos para avisar al espectador de lo que debe sentir o pensar en cada momento.

De entrada, ya ha conseguido devolverme la Fe en mi idolatrado Kenneth Branagh. Espero impaciente su próximo trabajo lejos del detective Poirot.

 

Valoración: Ocho sobre diez.