Llegó y pasó Sant Jordi, la fecha más señalada por los escritores, al menos para los catalanes y por la mayoría de los españoles. El 23 de abril se conmemora el fallecimiento de Cervantes, Garcilaso de la Vega y Shakespeare, y es una cita obligada para todos aquellos que disfrutan de la literatura, ya sea del lado del escritor o del lector. Paradas de libros, firmas de autores y descuentos que, unido a la tradición catalana de regalar una rosa, conviertes los centros de ciudades y pueblos en un lugar de encuentro hermoso y muy festivo.
Casi
se podría decir que Sant Jordi es mi día preferido del calendario, aquel en el
que me gustaba abrirme paso entra la multitud a lo largo de Paseo de Gracia o
Las Ramblas mucho antes incluso de que soñara con ser escritor, para ver las
novedades y decidir por cual valía la pena romper la hucha. Una cita a la que
no he faltado casi ningún año, al menos hasta el glorioso 2021, en el que tan
señalado día coincidió con el nacimiento de mi primogénito. Una cita, en la que
tampoco he estado presente este 2023.
Tras
el agujero negro en nuestra memoria que supuso la pandemia y las funestas
consecuencias de los Sant Jordis siguientes, con cambios de fecha por un lado y
lluvias torrenciales por otro, este parecía perfecto, coincidiendo además en
domingo. Y, a tenor por los comentarios de amigos escritores y por lo visto en
las noticias, lo fue. Una fiesta total. Éxito de público y ventas. Y el clima,
acompañando.
Todo
perfecto, pues.
¿Y
yo? ¿Dónde estaba yo?
No
voy a culpar a mi hijo de mi ausencia, pues si bien era un sueño apra mí que su
nacimiento coincidiese con una fecha tan mágica, ya sabía que a cambio iba a
tener que sufrir que coincidiera siempre con su cumpleaños. Y no quiero que
cuando se haga mayor y lo entreviste un psiquiatra descubra que mató a un
montón de inocentes por culpa de que durante su infancia su padre faltó a su fiesta
por irse a firmar libros. Pero no, no es ese el motivo que me ha alejado de las
paradas de libros este año (que con esfuerzo y voluntad, hay tiempo para todo).
Ni siquiera una aciaga conjuntivitis que lleva ya una semana torturando mi ya de
por sí maltrecha visión. El motivo real y definitivo por el que este año me he
saltado el Sant Jordi es la falta de ilusión.
Ya he comentado en entradas anteriores cómo están las cosas con Célebre Editorial. Y no ha habido ninguna mejora desde entonces. Alguna toma de contacto ilusionante que ha derivado en más silencios administrativos y que me ha dejado sin libros que vender y, lo que es peor y más importante, sin ganas para hacerlo.
Coincide este Sant Jordi con una cadena de vídeos de autores de la editorial denunciando la misma situación e incluso amenazando con ir a los tribunales. En ocasiones, dicho sea de paso, señalando a quien no deben. No es mi caso, aún no. Pero todo se andará. Lo del video y, quizá lo otro. Algo feo y que quiero evitar, pero al final deberé reivindicar mi derecho a la pataleta (que es lo único que vamos a conseguir, me temo). Mientras, entre buscar ganas y tiempo para seguir escribiendo y pensar en lo que hay en mi futuro (¿quizá un regreso a la autoedición?), lo último que me apetecía era pelearme para conseguir una migajas de ejemplares que no sé si iba a vender ni muchos menos cobrar.
Así
que sí, este año, dejando cumpleaños y ojos rojos aparte, he decidido saltarme
el Sant Jordi, como aquel personaje de John Grishman que decidió un año
saltarse la Navidad. Yo, de momento, no he sufrido ninguna consecuencia, pero
creo que los que me seguís merecíais una explicación ante mi silencio
informativo.
Volveré
con energías renovadas, de eso estoy seguro. Pero no será pronto. Ahora mismo,
el 23 de abril es más importante por celebrar el nacimiento de mi hijo que por
recordar la muerte de tres clásicos. Ya veremos el año que viene (que muchas
cosas van a cambiar, también lo digo), si me animo a entremezclar las cosas.
Seguiré
informando…