martes, 25 de abril de 2023

UN SANT JORDI SIN LIBROS

Llegó y pasó Sant Jordi, la fecha más señalada por los escritores, al menos para los catalanes y por la mayoría de los españoles. El 23 de abril se conmemora el fallecimiento de Cervantes, Garcilaso de la Vega y Shakespeare, y es una cita obligada para todos aquellos que disfrutan de la literatura, ya sea del lado del escritor o del lector. Paradas de libros, firmas de autores y descuentos que, unido a la tradición catalana de regalar una rosa, conviertes los centros de ciudades y pueblos en un lugar de encuentro hermoso y muy festivo.

Casi se podría decir que Sant Jordi es mi día preferido del calendario, aquel en el que me gustaba abrirme paso entra la multitud a lo largo de Paseo de Gracia o Las Ramblas mucho antes incluso de que soñara con ser escritor, para ver las novedades y decidir por cual valía la pena romper la hucha. Una cita a la que no he faltado casi ningún año, al menos hasta el glorioso 2021, en el que tan señalado día coincidió con el nacimiento de mi primogénito. Una cita, en la que tampoco he estado presente este 2023.

Tras el agujero negro en nuestra memoria que supuso la pandemia y las funestas consecuencias de los Sant Jordis siguientes, con cambios de fecha por un lado y lluvias torrenciales por otro, este parecía perfecto, coincidiendo además en domingo. Y, a tenor por los comentarios de amigos escritores y por lo visto en las noticias, lo fue. Una fiesta total. Éxito de público y ventas. Y el clima, acompañando.

Todo perfecto, pues.

¿Y yo? ¿Dónde estaba yo?

No voy a culpar a mi hijo de mi ausencia, pues si bien era un sueño apra mí que su nacimiento coincidiese con una fecha tan mágica, ya sabía que a cambio iba a tener que sufrir que coincidiera siempre con su cumpleaños. Y no quiero que cuando se haga mayor y lo entreviste un psiquiatra descubra que mató a un montón de inocentes por culpa de que durante su infancia su padre faltó a su fiesta por irse a firmar libros. Pero no, no es ese el motivo que me ha alejado de las paradas de libros este año (que con esfuerzo y voluntad, hay tiempo para todo). Ni siquiera una aciaga conjuntivitis que lleva ya una semana torturando mi ya de por sí maltrecha visión. El motivo real y definitivo por el que este año me he saltado el Sant Jordi es la falta de ilusión.

Ya he comentado en entradas anteriores cómo están las cosas con Célebre Editorial. Y no ha habido ninguna mejora desde entonces. Alguna toma de contacto ilusionante que ha derivado en más silencios administrativos y que me ha dejado sin libros que vender y, lo que es peor y más importante, sin ganas para hacerlo.
Coincide este Sant Jordi con una cadena de vídeos de autores de la editorial denunciando la misma situación e incluso amenazando con ir a los tribunales. En ocasiones, dicho sea de paso, señalando a quien no deben. No es mi caso, aún no. Pero todo se andará. Lo del video y, quizá lo otro. Algo feo y que quiero evitar, pero al final deberé reivindicar mi derecho a la pataleta (que es lo único que vamos a conseguir, me temo). Mientras, entre buscar ganas y tiempo para seguir escribiendo y pensar en lo que hay en mi futuro (¿quizá un regreso a la autoedición?), lo último que me apetecía era pelearme para conseguir una migajas de ejemplares que no sé si iba a vender ni muchos menos cobrar.

Así que sí, este año, dejando cumpleaños y ojos rojos aparte, he decidido saltarme el Sant Jordi, como aquel personaje de John Grishman que decidió un año saltarse la Navidad. Yo, de momento, no he sufrido ninguna consecuencia, pero creo que los que me seguís merecíais una explicación ante mi silencio informativo.

Volveré con energías renovadas, de eso estoy seguro. Pero no será pronto. Ahora mismo, el 23 de abril es más importante por celebrar el nacimiento de mi hijo que por recordar la muerte de tres clásicos. Ya veremos el año que viene (que muchas cosas van a cambiar, también lo digo), si me animo a entremezclar las cosas.

Seguiré informando…

jueves, 13 de abril de 2023

John Wick al rescate del cine.

Después del triste año que llevamos, necesitaba el mundo del cine una película que revitalizara las salas de este flojo 2023. John Wick 4 llegaba con ese propósito y sus números iniciales así parecen indicarlo.

Chad Stahelski repite por cuarta vez como director en un filme que aspira a ser (aunque eso nunca se sabe) el cierre de la saga para dar paso a otros spin off que amplíen el lore que se ha ido desarrollando desde la película de 2014.

Sobre el papel, parecía difícil superar lo conseguido por la hasta ahora trilogía, pero tres elementos a destacar en la película provocan que esta sea, posiblemente, la mejor de todas. Por un lado, el reparto, donde viejos conocidos (te echaremos de menos, Lance Reddick) regresan, con Ian  McShane y Lawrence Fishburne respaldando de nuevo al incombustible Keanu Reeves, junto a alguna incorporación nueva muy estimulante, como Donnie Yen, Hiroyuki Sanada, Scott Adkins, Natalia Tena o Bill Skarsgård como el gran villano de la película. Por otro lado, hay que destacar, una vez más, el gran trabajo de Stahelski tras las cámaras, superándose a sí mismo con algunas set pieces magistrales. Pero quien de verdad se lleva las palma es Dan Laustsen, el director de fotografía, que consigue que todo luzca maravilloso. John Wick 4 es una gran película de acción, dinámica y trepidante, pero si hay algo por lo que de verdad merecer ser recordada es por su empaque visual, esos juegos de luces, esa escena cenital tan de videojuego, esas salidas de sol… Nunca París se ha visto tan hermosa, ya sea a plena luz del día o en una noche que para nada pretende enmascarar los trucos de los coreógrafos y en lo que todo se ve estupendamente.

Tanto es así, que muchos son los que la reciben cono una obra maestra. Y ciertamente durante su visionado me sentí tentado en más de una ocasión de calificarla como la Maverik de este año, esa película por encima de las demás capaz de sentar cátedra y obligar a la gente a ir en masa a las salas de cine. Porque si algo está claro es que esta película debe verse en pantalla grande, cuanto más grande, mejor.

Es problema radica en el momento de salir de la sala y volver a la realidad, cuando esas poderosas imágenes que se han quedado grabadas en las reinas empiezan a difuminarse y nuestro cerebro, anestesiado por tanta violencia elegante y gratuita empieza a despertar y nos damos cuenta de lo ridículo de su guion.

Concebida inicialmente para ser dos películas rodadas a la vez, la pandemia y los compromisos de Reeves con la también cuarta entrega de la saga Matrix (que bien podría haberse ahorrado) forzaron la decisión de resumir toda la trama en una sola película. Esto puede servir para justificar su extensa duración (casi tres horas que en ningún momento aburren) y cierta irregularidad entre los momentos más adrenalíticos y los más pausados, pero no vale para aceptar un guion demasiado fácil de criticar. Y no es cuestión de pedir a una película de estas características una profundidad y unos diálogos apabullantes, ni aspirar a que tenga una verosimilitud total, pero teniendo en cuenta que juega más en la liga de la espectacularidad tangible de Misión Imposible que a la locura fantasiosa de Fast&Furious, por poner dos símiles, hay que hacer demandados saltos de fe para encajar todas las piezas. Se pueden perdonar las heridas y golpes que se curan al momento, o las discotecas en la que nadie parece ni percatarse de un tiroteo que sucede a escasos palmos de ellos, pero detalles como la ausencia policial (o incluso vecinal) en París, los trucos que se sacan de la manga para llegar a un final apropiado y el nuevo lore que contradice lo que conocíamos de entregas anteriores hacen muy difícil definir el film como excelso. No quiero ponerme quisquilloso con el tema, pero es una lástima que lo que podría ser una gran obra se vea empañada por decisiones de guion que rozan lo ridículo, culpa, seguramente, de la salida de Derek Kolstad, guionista de las tres entregas anteriores.

En fin, que obviando esto (y la imposibilidad de hacer comparaciones odiosas a raíz de la escena alrededor del Arco de Triunfo entre esta película y Misión Imposible: Fallout), estamos ante un espectáculo de gran calidad, un broche de oro a una saga que ha sabido ir de menos a más y que ha supuesto un antes y un después dentro del cine de acción más físico.