martes, 22 de abril de 2014

THE AMAZING SPIDERMAN 2: EL PODER DE ELECTRO (6d10)

Antes de comenzar esta reseña quiero advertir a los que no me conocéis que soy un gran aficionado de Spiderman. He seguido sus aventuras en comic desde los diez años y he leído prácticamente todo lo que se ha publicado sobre el personaje. Esto puede que me reste algo de imparcialidad a la hora de valorar la película, aunque siempre he pretendido no tener una postura radical al enfrentarme a una adaptación (da igual que sea de un comic, libro, obra de teatro o videojuego), aceptando que cada medio tiene su lenguaje y no se puede trasladar literalmente una historia escrita al cine, conformándome con que sepan mantener la esencia del personaje. La propia Marvel como productora, la autora de las mejores películas de superhéroes (con permiso de Watchmen) hasta la fecha, ha jugado a alternar dos líneas editoriales diferentes (su Universo tradicional y el Ultimate) en su saga de Los Vengadores.
Aun así, hay que reconocer que cuesta distanciarse del producto original y evitar las comparaciones, en las que el cine suele terminar perdiendo.
He querido empezar así mi crítica a la secuela de la innecesaria The amazing Spiderman porque he encontrado posturas muy encontradas en los foros de opinión, que la tildan desde obra maestra hasta despropósito total, una diversidad de opiniones tan contrapuesta que sin duda viene de analizar la película desde la pasión más que desde la objetividad.
Y es que, objetivamente hablando, The amazing Spiderman: el poder de Electro es una película entretenida, trepidante por momentos, emocionante y muy emotiva. Esto es lo que se van a encontrar los que acudan a ella en busca de un blockbuster más, apta para que los niños disfruten con las piruetas en el aire de su superhéroe favorito y con el punto dramático necesario para recordarnos aquello de que el bien debe prevalecer sobre el mal por más sacrificios que se nos exijan para ellos. Ahora bien, quien busque algo más, quien pretenda exigir una calidad superior –tanto en fidelidad comiquera como en simples términos cinematográficos- quizá quede algo desencantado.
The amazing Spiderman: el poder de Electro no es una mala película, pero tiene demasiados momentos irregulares como para considerarla tampoco una gran obra. Cuando hace un par de años Marc Webb fue nombrado para dirigir el precipitado reboot del héroe arácnido (una maniobra forzada por los intereses de Sony de mantener los derechos cinematográficos del personaje), a todos les sorprendió la elección de un realizados cuya única carta de presentación era la interesante comedia romántica (500) días juntos. Viendo The amazing Spiderman: el poder de Electro uno puede llegar a entender parte de esa decisión así como el error que la misma supuso. Y es que The amazing Spiderman: el poder de Electro parece nacer más con el propósito de contarnos un drama con tintes románticos entre un adolescente atormentado y su novia de trágico final (todo conocedor de Spiderman sabe que Gwen debe morir, no avanzaré aquí si lo hace en esta película o en la ya anunciada tercera parte), rodeado de una trama conspiranoia que parece afectar a los padres del protagonista y a la poderosa multinacional Oscorp. Y aquí es donde Webb se mueve como pez en el agua, consiguiendo una innegable química entre Andrew Garfield y Emma Stone que ya hubiesen querido para sí Tobey Maguire y Kirsten Dunst (pese a la inolvidable escena del beso invertido de Spider-man) y momentos dramáticos y de intriga ciertamente bien logrados. El problema deriva cuando Webb recuerda que esto en realidad va de tipos disfrazados dándose de leches y se mete en harina con las escenas de acción, mostrándonos un elenco de villanos sin carisma ni gracia, peleas mal filmadas y una artificiosidad visual exagerada.
La historia arranca como quedó en el anterior episodio, con Peter Parker enamorado de Gwen pese al fantasma del Capitán Stacy apareciéndose por doquier para recordarle que la cosa va a terminar como el rosario de la aurora mientras combate el mal como Spiderman. Así, en una refriega contra un terrorista ruso, es como se cruza con Max Dillon, uno de los personajes más patéticos que se han visto en una pantalla de cine que termina deslumbrado por la figura del héroe hasta el punto de obsesionarse con él de una manera demencial. Como aquí parece que eso de las casualidades son el pan nuestro de cada día, Dillon trabaja en Oscorp, igual que Gwen, que los padres de Peter y de un tal Harry, el mejor amigo de Peter aunque no sabíamos nada de él hasta ahora y no se ven desde hace años. Un accidente convierte a Dillon en un canalizador de la electricidad, dotándolo de un gran poder que hace que se le vaya la pinza y, no tengo muy claro porqué, odiar a Spiderman a muerte. Tras las peleas de turno Harry (hijo de Norman Osborn, creador de Oscorp y uno de los personajes más desaprovechados de la película) se inmiscuye al descubrir que tiene una enfermedad mortal que bien podría curarse con el veneno de araña que dio a Peter sus poderes lo mismo que podría matarlo o hacerle mutar como sucediera en la primera parte con El Lagarto. Y como decía Mayra Gómez Kemp: “hasta aquí puedo leer”.
Aparte de que la casualidad (sí, en el mundo real también existen) hace que parte de la historia recuerde levemente a la reciente (y muy superior) El Capitán américa: El Soldado de Invierno, por aquello de las manipulaciones corporativas, las juntas directivas en contra del presidente de turno e incluso el descubrimiento de laboratorios del pasado ocultos en instalaciones abandonadas, Alex Kurtzman y Roberto Orci (guionistas que nacieron bajo el amparo de J.J.Abrams y que no me han logrado convencer cuando vuelan solos) no consiguen imponer el ritmo correcto a la historia para combinar con acierto la parte intimista con la espectacular, a lo que hay que añadir el desastre total que es Webb en las escenas de acción, abusando indiscriminadamente de la cámara lenta que, en lugar de impactar visualmente como sucedía en Matrix, a la que pretende emular constantemente (incluso Paul W.S.Anderson lo hace mejor) lo que consigue es ralentizar las escenas impidiendo que nos dejemos atrapar por la emoción del momento. Y tampoco es que la elección de los villanos ayude mucho, con un Electro que parece una copia traslucida del Doctor Manhattan de Watchmen (¿alguien me puede explicar de dónde saca los pantalones primero y el uniforme completo después?) y un ¿Duende Verde? que parce a medio maquillar y cuyas motivaciones y odio descarnado hacia Spiderman no logro comprender. Además, si analizamos los combates como tal, ninguno de ellos resulta ser una gran amenaza, por lo que la propia Sony (copiando descaradamente a la Marvel cinematográfica) ha metido con calzador un villano en las sombras que es quien verdaderamente debe suponer la gran amenaza y a quienes no sean seguidores de los comics ya les digo que su identidad resultará ser una decepción.
En el lado positivo debo destacar que Spiderman es más Spiderman que nunca. Su uniforme es el más fiel (y bonito) a los comics de las cinco películas modernas, su personalidad es acorde con el personaje, con esos puntos de humor descarado mientras pelea que tanto echaba de menos en la trilogía de Raimi y sus movimientos son elegantes y acrobáticos, en ocasiones tan espectaculares que ni la torpeza de Webb con la colocación y manejo de la cámara pueden estropear. Este es verdaderamente el Spiderman que todos queríamos ver, Peter convence y Gwen enamora. Y Dane DeHaan está soberbio como Harry. Hay además diversos guiños al fan que podían (o no) ser una pista hacia el futuro de la franquicia, como el rápido vistazo a los tentáculos de Octopus, la presencia off the record de J.J.Jameson, una secretaria interpretada por Felicity Jones llamada Felicia, el personaje que interpreta B.J.Novak o la existencia de lugares como La Bóveda o el Instituto Ravencroft (espantosa, por cierto, la aparición de un caricaturesco y ridículo Ashley Kafka).
¿Conclusión? Bien, pero mal. Mucho mejor que la primera pero muy por debajo del Spider-man y Spider-man 2 de Raimi y con errores que recuerdan al fiasco de Spider-man 3. Gran caracterización de Spiderman, excelente trio protagonista pero malvados de pega. Y un director que no está preparado para una superproducción como debería ser esta.

Una buena película aunque con demasiados peros…

BYZANTIUM * (8d10)

Inteligente, sugerente, brillante, absorbente, cautivadora… Muchas son las reflexiones que podría hacer sobre esta película que posiblemente os vaya a dar igual. De hecho, apuesto a que ninguno de vosotros sabías de la existencia de esta película, una apuesta pequeña que apenas se ha estrenado en cines y que forma parte de esos extraños experimentos que de vez en cuando hacen las distribuidoras de estrenar a la vez en salas comerciales, en venta por Internet y en DVD. Lo cual, seamos realistas, facilita su pirateo en buena calidad, si es que alguien se quiere molestar en verla.
Por otro lado, si hubiera empezado esta crítica diciendo que estamos ante una nueva película del director de Entrevista con el Vampiro, protagonizado por la Gretel de la gamberra Hansel y Gretel: Cazadores de brujas y la heroína de La Huésped y que es una nueva vuelta de tuerca sobre el tema del vampirismo (y esta vez no son vampiros, sino vampiras) seguramente vuestra percepción sería que estamos ante uno de los estrenos importantes de la temporada.
Y así debería haber sido. La última propuesta de Neil Jordan no es una obra redonda, y desde luego no es estrictamente comercial (demasiado gótica y reflexiva para el siglo XXI, me temo), pero no hay duda que merecía mejor suerte en la cartelera que la que ha tenido.
Byzantium arranca con lentitud, contagiando al espectador la angustiosa soledad que la eternidad produce en Eleanor, temas ya tratados por Jordan en su adaptación de la novela de Anna Rice, para ir desgranándonos poco a poco su historia, plena de misterios y giros sorprendentes y, sobre todo, mucha crueldad. 
Saorise Ronan demuestra una vez más que es una estupenda actriz (ya no cabe hablar de ella como promesa) como ya demostró en Expiación o Hanna, mientras que a su lado se encuentra una magnífica Gemma Artenton, a la que Jordan sabe sacar todo su partido para que ofrezca una intensa interpretación que no podía imaginar viendo su sosería en títulos como Furia de Titanes o Prince of Persia, en el papel de su madre también vampira.
Byzantium habla de la soledad, del dolor, del miedo a la muerte (la propia y la que deben provocar a los demás), pero también contiene una intensa historia de amor (qué lástima que esta película no vaya a llegar a los niñatos que se tragaron Crepúsculo pensando que eso era cine) y una reflexión sobre los límites que deben cruzarse por proteger a quien quieres sin pensar en las consecuencias.
Pero Byzantium no es solo un estupendo y desgarrador guion y unas brillantes interpretaciones, Byzantium oculta también una belleza crepuscular en sus imágenes con un Neil Jordan en estado de gracia que convierte en poesía algunos de sus planos y que convierte con maestría a la sangre en un protagonista más de la historia.
Emocionante y emotiva película de ritmo creciente que habría deseado ver en cines. Pero no me lo han permitido.  Y, una vez más, no encuentro explicación para ello. Quizá la pantalla pequeña reste algo de impacto a esta descarnada historia que demuestra que aún se pueden contar cosas nuevas sobre los No Muertos , pero no lo suficiente para no disfrutar de ella.

Sencillamente, hermosa.

MEJOR OTRO DÍA (5d10)

Bienintencionada comedia que pretende invitar a la reflexión aunque demasiado irregular para conseguirlo.
Dirigida por Pascal Chaumeil (realizador de Los Seductores y la reciente Llévame a la luna), cuenta la historia de Martin Sharp (Pierce Brosnan), un famoso presentador televisivo caído en desgracia por culpa de un escándalo sexual, que decide terminar con su vida en la noche de Fin de Año saltando desde lo alto de un rascacielos, coincidiendo allí con otros tres presuntos suicidas: Maureen (Toni Collette), J.J. (Aaron Paul) y Jess (Imogen Poots), cada uno con sus propios dramas particulares. Tras conocerse en tan atípica situación deciden realizar un pacto: no intentar volver a quitarse la vida hasta San Valentín.
Tan insólita relación convierte a estos cuatro solitarios en una especia de disfuncional familia que recuerda por momentos (aunque en otro tono cómico bastante alejado de este) a la de Somos los Miller. Chaumeil no busca en ningún momento el humor fácil y zafio de aquella, cosa que es de agradecer, pero comete el error de querer ponerse demasiado trascendental y tratar de transmitir un mensaje que no termina de calar, quedando a medio camino entre la comedia y el drama sin saber definirse correctamente. En este sentido, me viene a la memoria la magnífica Los amigos de Peter, de Kenneth Brannagh, que sin tener nada que ver, en principio, con esta, comparte una reflexión en común: que por mal que vayan las cosas siempre hay alguien pasándolo peor.
Mejor otro día (el título también me recuerda a aquella canción de Sopa de Cabra: “pot ser que avui no em suicidi, pot ser ho deixi per demà –puede que hoy no me suicide, puede que lo deje para mañana-“) cuenta como reclamo principal un talentoso aunque secundario reparto, encabezado por el últimamente desaparecido Pierce Brosnan y repitiendo el binomio de la reciente Need for speed de Paul y Poots, que aparentan bastante mejor química aquí que en esa estupidez sobre carreras de coches que prefiero olvidar. Entre los secundarios de lujo se encuentran también Rosamund Pike y Sam Neill, dos brevísimas apariciones que le sirven a Chaumeil para denunciar también la manipulación de los medios de comunicación, siempre más pendientes del morbo que de la información, y las falsas apariencias de los políticos, aunque es en este segundo punto donde menos se incide.
Al fin, la película es simpática e invita a la sonrisa en diversos momentos, pero Chaumeil debería tener un poco más de dureza hacia sus personajes y cargar las tintas contra ellos, de manera que podamos identificarnos con ellos y sufrir por sus desgracias igual que alegrarnos por sus éxitos. Pero ahí es donde falla el film. Porque no da la sensación de que ninguno de los protagonistas tenga un motivo real para desear morir, y eso impide que nos contagiemos de sus ganas finales por vivir.

Chaumeil no es Capra ni Brosnan es James Stewart, así que nadie espere ir a ver esta película y salir del cine pensando en qué bello es vivir. La propuesta es agradable y se deja ver con agrado, pero ni nos va a cambiar la vida ni la conservaremos en nuestra memoria.

 

lunes, 7 de abril de 2014

KAMIKAZE (6d10)

Interesante reflexión sobre el ser humano y la capacidad para la amistad y el perdón en las condiciones más adversas. Así se resume esta comedia dramática (o drama cómico, no lo tengo muy claro) salida de la pluma de los televisivos Iván Escobar y Álex Pina (este segundo también director) y con un reparto coral encabezado por un sorprendente Álex García que da el pego en el papel de un oriundo de Karadjistán, una ficticia región rusa sometida por el gobierno comunista.
Slatan, un hombre torturado por su dramático pasado, sube a bordo de un avión que va de Moscú a Madrid con intención de estallar en  pleno vuelo para llamar la atención de la extrema situación de su país. Una fuerte tormenta, sin embargo, impedirá el despegue y Slatan y el resto de pasajeros (muchos de ellos españoles) deberán convivir varios días en un perdido hotel aislado del mundo esperando a que cambien las condiciones climatológicas.
Con esta intensa historia como eje central, Slatan –inicialmente reservado y callado- terminará interactuando con el resto de pasajeros, descubriéndose entonces pequeñas historias individuales: una mujer (Carmen Machi) que regresa a su casa con sus tres hijos después del funeral de su marido ruso maltratador, una pareja (Leticia Dolera y Iván Massagué) en luna de miel que no parece que se conozcan tanto como creían, un anciano (Héctor Alterio) superviviente de un campo de concentración, una joven (Verónica Echegui) con tendencias suicidas, un vendedor de zapatos argentino (Eduardo Blanco) con mala suerte en el amor…
Momentos de gran dureza se intercambian con un humor simpático y, a veces, absurdo con peligroso equilibrio, coqueteando en ocasiones entre dos aguas de forma algo confusa que restan algo de brillantez a una película de buenas intenciones con la moraleja de que por mal que uno esté siempre habrá alguien peor. La unión hace la fuerza, podría ser otra conclusión, de manera que todos unidos pueden hacer que un retraso por una tormenta se convierta en unas breves vacaciones que desnudarán los sentimientos de mucho de los protagonistas y con situaciones que incluso pueden cambiar sus vidas.
Emotiva, divertida, sensible y entretenida, la principal baza del film es la calidad interpretativa de sus actores, con una Carmen Machi en estado de gracia tras su aparición en Ocho apellidos vascos, y un Eduardo Blanco soberbio, aunque personalmente empiezo a estar algo cansado de ver a Alterio repitiendo constantemente el mismo personaje de anciano entrañable cargado de sabiduría que, ya que estamos hablando de Escobar y Pina, bien podría haber salido de su paso por El Barco.
Al final, abundan las situaciones inverosímiles y la mezcla entre comedia y drama no siempre está bien medido, como si los autores no terminaran por decidirse entre un género y otro, pero creo que todo se le puede perdonar a una película con mensaje optimista y cargada de buenas intenciones.

No están los tiempos que vivimos para despreciar estos actos de buena fe, ¿no?

RÍO 2 (3d10)

Tal y como ya pasara con su antecesora, Río 2 es un derroche de colorido y un gran espectáculo visual.
Rodada sin dudas con más medios, el azul de los guacamayos ayuda a lucirse al director Carlos Saldanha al contrastar con el verde de la selva y el rojo intenso de una banda de pájaros rival a la de Blu. Lamentablemente, esto y el uso del 3D, que ya se sabe que luce mucho mejor en la animación que en imagen real, es lo único destacable en una película tan larga como aburrida, donde la imaginación brilla por su ausencia y solo los hermosos paisajes y cuatro momentos mal contados evitan el sopor total.
Río era una película fresca y entretenida, que aunque no provocaba una catarata de carcajadas si se podía ver con una sonrisa en el rostro a la par que ofrecía un mensaje naturalista que nunca viene de más. En esta secuela, agotada ya la fórmula, los guionistas se limitan a repetir esquemas, con la convicción de que el exceso siempre es bueno. De nuevo el leif motive de la trama es ver a Blu fuera de su ambiente, y de nuevo terminará pasando por el aro y aceptando un nuevo hogar para contentar a Perla, con lo que podemos estar hablando del primer pájaro calzonazos de la historia.
Linda y Tulio viajan hasta la Amazonia con la esperanza de encontrar más especímenes de guacamayos azules que obligue a considerar el lugar como zona protegida. Con ansias de aventura y la esperanza de no ser los últimos de su especie, Perla convencerá a Blue para acudir en ayuda de sus amigos humanos, de manera que la enamorada pareja volará hasta la selva brasileña acompañados de sus tres retoños y los inevitables Nico, Pedro y Rafael. Allí no solo se reencontrarán con sus raíces, sino que se enfrentarán a nuevas y viejas amenazas.
Siendo como es una película cien por cien infantil, no es cuestión de exigir demasiado, pero un poco de creatividad no viene de más. Quizá la culpa es que todavía está demasiado reciente en mi memoria la maravillosa Frozen (imposible compararlas), pero está claro que Dreamworks sigue jugando en otra liga, por más que lleve años viviendo sólo del recuerdo de Ice Age, cuya calidad fue menguando a medida que crecía la saga.
Además, en Río 2 se insiste en abusar del tema musical, metiendo canciones en ocasiones con calzador y a cual más horrible que la anterior. No soy un gran amante de la música brasileña, pero reconozco que hay grandes temas imperecederos oriundos de ese país. Algunos de ellos se reflejan en esta película, espantosamente versionados y, al igual que otros clásicos internacionales, pasados por un filtro que parecen compuestos por un infiltrado de Disney.
Aburrida por momentos, insoportable en otros, una escena ejemplarizante puede ser el homenaje a Romeo y Julieta, tan visualmente hermosa como estúpidamente justificada (debe tratarse de la pareja romántica más absurda de la historia del cine, no diré más).
Dreamworks (y desgraciadamente parece que últimamente Pixar la imita en este aspecto) abusa demasiado de exprimir la gallina de los huevos de oro, y no todas las películas de éxito deben tener secuela. Río era una historia simpática y bien cerrada, y así debería haber quedado. Pero en Hollywood siempre es tentador tirar por el camino fácil, y si es para tomar el pelo a los niños, mejor.

En el cine al que yo acudí, alguno terminó durmiéndose. Eso lo dice todo.

NEED FOR SPEED (3d10)

Ya he comentado alguna vez que considero que una película, para ser considerada buena, debe estar destinada a todo tipo de público, no solo a los incondicionales de un género o, como es el caso, subgénero. Así, Need for speed es una estupidez increíble que solo ofrece una sucesión de carreras espectaculares que parecen más la demo del videojuego en que se basa que una película de cine, con un guion tan plano como previsible, unos actores sin carisma (ni siquiera salvo a Dominic Cooper, el papá Stark de El Capitán América: el primer Vengador) y un metraje excesivo que solo puede interesar a los devoradores de videojuegos de coches y amantes de la adrenalina tuneada. ¿En serio son necesarios 132 minutos para este hermano bastardo de Fast & Furious venido a menos?
Podría explicar el argumento de cabo a rabo y no hacer un solo spoiler, pues no hay ninguna escena que sorprenda ni ningún giro de guion que no se pueda adivinar antes incluso de comprar la entrada del cine, pues el George Gatins este que no tiene reparos en firmar el guion sin usar pseudónimo ni nada no se complica la vida en absoluto y sigue un esquema tan clásico como lineal que insulta la inteligencia del espectador y aburre hasta a las ovejas, ya que en lo único en lo que han echado el resto es en las escenas automovilísticas, y saber sin posibilidad de error como van a terminar no ayuda a crear demasiada emoción.
Tobey Marshall (Aaron Paul, recién salido de Breaking Bad) y sus amiguitos del alma son un grupito de niñatos anormales que se dedican a hacer carreras de coches ilegales sin importarles los accidentes que provocan e incluso aplaudiendo entre risas cuando están a punto de atropellar a alguien. Entonces se cruza en sus caminos Dino (Cooper), el tipo guay que robó la novia a Tobey y es rico y famoso. Hay una movida con drama lacrimógeno incluido, Tobey va a la cárcel siendo inocente (o eso se creen ellos, si por mi fuera terminaría la película a los cinco minutos metiendo a todos los payasos estos en un calabozo y tirando luego la llave) y, como es tan majo que pasa de aprender la lección, lo primero que hace es meterse en una carrera súper mega guay y súper mega secreta donde tendrá la ayuda de la típica rubia de bote (Imogen Poots) con la que acabará liándose (uy, se me ha escapado un spoiler, perdón) y podrá vengarse del chulitoplaya. Por medio hay un negro chistoso que celebra las victorias con bailes ridículos (lo nunca visto), unos policías absolutamente imbéciles que no dan pie con bola y un Michael Keaton que, aun haciendo lo de siempre (se comenta que rodó todas sus escenas en un par de horas) termina siendo lo mejor de la película.
No encuentro ninguna excusa para simpatizar con los protagonistas, de manera que en todo momento me importa un pepino quien gane cada carrerita, indignándome por el total desprecio hacia la seguridad de los demás, como queriendo enseñar a los espectadores (el público potencial de esto son niñatos imberbes que se creen que pueden hacer esto con sus propios coches y algún que otro adulto falto de algún hervor) lo diver que es saltarse las normas y destrozar todo lo que se les cruza por delante.
No hay aquí ni una subtrama interesante ni personajes (o actores) con los que simpatizar, como la imitada Fast & Furious, ni –por supuesto- un mínimo desarrollo de personajes ni diálogos aprovechables como en la grandiosa Rush (para que veáis que mi problema con esta película no es que tenga fobia a los coches) o en cualquiera de las películas que rodó volante en mano el legendario Steve McQueen.
Lo único que podría salvar mínimamente la película sería la corrección visual en los momentos más trepidantes y el acierto que me parece que todas las escenas hayan sido rodadas por especialistas, es decir, sin retoques digitales por ordenador. Poca cosa para justificar el precio de la entrada, aunque seguro que no le faltarán defensores al videojuego con ¿actores? este.

Personalmente, os recomendaría quedaros en casa jugando al Need for speed en la Play. Con algo de suerte, pronto llegará el Furious 8.

domingo, 6 de abril de 2014

NOÉ (6d10)

Me decía el otro día un amigo: “Noé tiene pinta de ser un peliculón, ¿no?”. “Con ese director, creo que puede ser un poco rara”, le contesté.
No me equivoqué. Sin llegar a los extremos de los primeros títulos de Darren Aronofsky como Pi o Réquiem por un sueño, el guion que el realizador neoyorquino ha firmado a medias con Ari Handel contiene algunas rarezas sorprendentes que amenazan con sacar al espectador de la película, sobretodo en su primera mitad.
Se trata, naturalmente, de una adaptación de un texto bíblico, con las complicaciones que ello conlleva, pero aun teniendo en cuenta que la Biblia es un conjunto de cuentos y metáforas que no deben tomarse literalmente, Aronofsky ha añadido suficiente elementos de su propia cosecha como para confundir al más pintado, como la presencia de los Vigilantes (ángeles caídos) que ayudan a Noé en la construcción del arca, que parecen una combinación de los Comepiedras de La Historia Interminable y los Erts de El Señor de los Anillos y que muy sabiamente los productores han ignorado en los tráileres pues podrían haber asustado a muchos posibles espectadores, sobre todo del lado más conservador. Tampoco el diseño de vestuario es muy acertado, aparte de que pululan por doquier extraños elementos mitológicos como seres cuadrúpedos de pelaje alado o el uso de piedras brillantes que producen fuego.
Así pues, no son los Milagros lo más increíble de esta historia.
Por otro lado, aparte de los momentos más oníricos correspondientes a los sueños de Noé, hay cierto clasicismo épico en la narración que convierten a Noé, paranoias aparte, en la apuesta más comercial del director de Cisne Negro.
Con un Russell Crowe soberbio en su interpretación de Noé, la historia arranca con un breve prólogo donde vemos el asesinato de su padre Lamech en manos de Tubal-cain, el villano de la historia y representante del mal que simbolizan los hombres que han provocado el desprecio de Dios (aunque luego se colocan en su boca interesantes diálogos que invitan a la reflexión). Rápidamente se pasa a un Noé ya adulto y con familia que recibe en sueños un mensaje de Dios que no es capaz de interpretar del todo y acude en busca de consejo a su abuelo Matusalén (Anthony Hopkins), encontrándose por el camino a una niña malherida a la que recoge. Inmediatamente comienza a construir el arca junto a su familia y los Vigilantes y, tras un leve enfrentamiento con el pueblo cercano reinados por Tubal-cain y la aparición de miles de animales que se acomodan tranquilamente en el interior del arca, llega el diluvio y comienza el espectáculo.
Todo esto sucede sorprendentemente rápido e invita a preguntar qué diablos va a suceder en el resto de las dos horas y media que dura la película, pero un breve vistazo al reloj revela que ya se ha consumido la mitad del metraje, con lo que se puede decir que la principal virtud del film es que es sumamente entretenido y el espectáculo visual se impone sobre los defectos del film, que también los hay. Y al final ha pasado volando.
Veinticuatro horas he tardado en empezar a escribir este comentario. Una especie de jornada de reflexión que me he autoimpuesto antes de decidir cómo valorar la película, si lo que me había entretenido compensaba con las “fumadas” (si me permiten la expresión) del señor Aronofsky. Y he llegado a la conclusión de que sí, me ha gustado. No es una maravilla. No la conservaré en mi memoria como una obra maestra, pero  la película es francamente entretenida, con grandes actuaciones (Jennifer Connery y Emma Watsonestán también muy bien, los chicos ya son harina de otro costal).
Aronofsky ha querido conjugar el cine más comercial con escenas espectaculares con momentos de gran espiritualidad y reflexión interna. Tanto es así que el diluvio como tal termina resultando algo secundario ante lo que de verdad es el quid de la cuestión, el dilema interno de Noé entre seguir los dictados del Creador o actuar según su propio corazón. Es en este punto en el que la película deriva hacia el drama con una versión muy particular del abandono de Cam (Aronofsky ha aprovechado lo escueta que es la Biblia en ciertos puntos para inventar situaciones y subtramas a su antojo) y donde son los actores lo que realmente sostienen la película, que –si me permiten el chiste fácil- amenaza con andar a la deriva en ciertos momentos, rozando incluso el ridículo con la explicación metida con calzador de la creación del mundo en mitad del film (como si de un arrebato de genialidad a lo Terence Malik se tratara), compensado con otras situaciones brillantes como el uso de la canción que se canta en uno de los momentos cumbres de la historia.
Noé no es completamente fiel a la Biblia y eso enfadará a muchos cristianos. Tampoco es ajena al discurso de la existencia de Dios y a la fina línea que separa la Fe del fanatismo, lo cual puede provocar las burlas de los ateos. Y reinventa demasiado como para no ofender a los historiadores. Pero pese a todo, no merece la catalogación de polémica, sino más bien, como comencé diciendo, de rara.
No es la mejor película de Aronofsky, desde luego (adoro Cisne Negro). Tampoco la peor. Como experimento, puede que sea algo fallida, pero como mero entretenimiento funciona a la perfección y hay momentos de gran espectacularidad.
No sé si es lo que se esperaba de ella, pero se disfruta con agrado e invita en ciertos momentos a la reflexión. Y casi hasta se hace corta. No creo que se deba pedir mucho más teniendo en cuenta que ha habido varios montajes y cortes por exigencias de la productora y quizá nunca sepamos hasta donde habría llegado Aronofsky si le hubieran dejado a su antojo.

En breve llegará el Exodus de Ridley Scott sobre la huida de Moisés de Egipto. Las comparaciones serán inevitables.

miércoles, 2 de abril de 2014

EL CAPITÁN AMÉRICA: EL SOLDADO DE INVIERNO (8d10)

Posiblemente, Steve Rogers, AKA El Capitán América, no sea uno de los héroes más admirados fuera de su país. El nombre y los colores de su uniforme hacen que pese sobre él una equívoca sospecha de fascismo extremado que nada tiene que ver con la realidad, y no ha sido hasta su “aparente” muerte en el comic, noticia de portada en medios de comunicación en todo el mundo, que el público en general ha empezado a prestarle atención.
Hay que tener en cuenta que su origen se remonta a los años cuarenta, en plena II Guerra Mundial, cuando el fervor antinazi estaba en pleno apogeo y América era el sinónimo de un ideal. Tal y como se ve en la primera película del Capi, su misión no es la de ondear la bandera americana a los cuatro vientos, sino la de la libertad y la democracia. En esto, ningún país moderno puede presumir de estar libre de pecado, ni siquiera los Estados Unidos, y de eso trata esta película.
Si El Capitán América: el Primer Vengador versaba sobre el símbolo y en Los Vengadores veíamos al héroe, es turno ahora del hombre, el tipo bajo la máscara, el soldado que debe adaptarse a una nueva época, a la muerte (o vejez) de sus amigos, pero con esos ideales inamovibles. Rogers no trabaja para América, ni mucho menos para su gobierno, sino para el pueblo americano y a ellos y sólo a ellos debe su lealtad. Aunque eso le suponga enfrentarse a las altas esferas y convertirse en un fugitivo de SHIELD.
Con Ed Brubaker (guionista de la más aclamada etapa del personaje en los comics) firmando la historia a la que terminarían de darle forma Christopher Markus y Stephen McFeely, El Capitán América: El soldado de Invierno bebe mucho, lógicamente, de esos magníficos comics de Brubaker en los que se crea al personaje de Soldado de Invierno, aunque también hay en ellos algo de Secret War e incluso reminiscencias de cuando el protagonista reniega de su propio país y adopta una identidad nueva (tranquilos, no es ningún spoiler, no hay ni rastro de Nómada en la peli, sólo se aprovecha la idea). Con los hermanos Anthony y Joe Russo (de escaso currículo pero a los que elevo a los altares aunque sólo sea por su participación como productores y directores de la magnífica serie Community) sustituyendo a Joe Johnson a los mandos de la realización, esta segunda aventura en solitario del Vengador trata de llevarlo a los límites haciéndole dudar entre aquello en lo que cree o aquello para lo que lo entrenaron, es decir, seguir órdenes como un borreguito. Sin pensarlo demasiado, Rogers se enfrentará a la organización antiterrorista más poderosa del mundo, huérfana tras el asesinato de Nick Furia, mientras un desconocido a la vez que legendario terrorista entra en escena.
Por fortuna, el Capi no se enfrentará solo a SHIELD. La Viuda Negra y Falcon (otro personaje del comic que debuta aquí, imagino que con el nombre manteniéndolo en inglés para evitar confusiones con Ojo de Halcón) le apoyarán en su búsqueda de la verdad, sin obviar la participación de Maria Hill y una misteriosa (y poco desarrollada) Agente 13 de la que quizá pronto sabremos más cosas gracias a una futura serie de televisión. Y luego está Furia, claro está, que paranoico hasta las cejas y amante de las conspiraciones quizá no haya dicho aún su última palabra. Y ese es uno de los grandes aciertos del film. Mientras otras películas de superhéroes como los Batman de Schumacher, Blade Trinity o Spiderman 3 fallaban en el abuso de protagonistas o antagonistas, en esta ocasión el tiempo de cada uno está milimétricamente medido, repartiendo las escenas con brío y no permitiendo que ningún personaje pise a otro, tal y como ya consiguiera Joss Whedon en Los Vengadores.
El Capitán América: El Soldado de Invierno es una película de superhéroes, claro está, pero pese a lucir Steve su uniforme estrellado, Natasha su cuero ceñido y Sam unas alas que le permiten volar, quizá cabría definir esta película mejor como un thriller político, donde en sus más de dos horas de metraje abundan los diálogos reflexivos y las sospechas de conspiraciones con un veterano Robert Redford en su máximo esplendor dando una lección de carácter y presencia en cada minuto en que aparece en pantalla. 
Marvel, como viene siendo habitual, demuestra tener un ojo infalible en sus casting, consiguiendo reunir actores de demostrada calidad con estrellas sin demasiado caché a los que poder modelar a su antojo. Así, Chris Evans es ya para siempre la imagen de Steve Rogers y nadie puede discutir el acierto de la elección, por más que se pudiera dudar antes del estreno de El Capitán América: El primer Vengador, tal y como sucediera, por ejemplo, con el Thor de Chris Hemsworth, mientras que pocos sospecharían que una actriz que era poco más que una cara bonita como Scarlett Johanson iba a convertirse en una estrella de acción y que iba a convencer el las escenas dramáticas. Y eso que había sido una chica Allen… 
Hay quien podría decir que, tal y como se insinuaba (aunque menos) en Iron Man 3, esta es una peli “nolanizada”, pero no os preocupéis. Pese a los momentos serios y dramáticos y la ausencia de personajes cómicos como pasaba con Erik Selvig y Darcy en Thor: el mundo oscuro, los hermanos Russo no han buscado la oscuridad amarga y las ansias pseudointelectuales de baratillo que rezumaban las mediocres El Caballero oscuro: la leyenda renace o El hombre de acero. Simplemente, han tomado un personaje icónico, una situación real y han creado una historia de acción de intriga y la han desarrollado sin pretender insultar la inteligencia del espectador.
Y al final, por supuesto, hay explosiones. Y peleas. Y puñetazos. Y lanzamientos inverosímiles de escudo. Que al fin de cuentas sí que es una peli de superhéroes, ¡faltaría más!
No dejo de sorprenderme del maravilloso y complicado puzle audiovisual que ha creado Marvel con sus personajes (con la mitad de ellos, recordemos que de la otra mitad no posee los derechos cinematográficos), y de nuevo las referencias a otras películas y personajes de la macrosaga están presentes (expandiendo esa saga al mundo de la televisión con la –de momento- floja SHIELD y la ya mencionada Agente Carter), así como las pistas de por dónde van a ir los tiros en el futuro, con dos escenas postcréditos que invitan directamente a esperar la llegada inminente de Los Vengadores 2: la era de Ultrón y, en un par de años, Capitán América 3 (aún sin título definitivo, evidentemente), aunque casi me atrevería a aventurar que a lo que en realidad se refieren en dicha escena (dirigida por Joss Whedon, por cierto) es a Los Vengadores 3, prevista para 2018 y con entre cuatro y cinco películas puente entre ambas.
El único punto negativo que se me ocurre es su dañina campaña publicitaria, con entrevistas y reportajes de determinado actor que no voy a nombrar aquí que suponen un importante spoiler sobre una de las sorpresas del film (aunque los seguidores de los comics sabíamos de sobras de qué iba la cosa).
Pese a ello, una excelente película que ni aburre ni apabulla, mucho mejor que su predecesora (a Joe Johnson le falla mucho el control del ritmo narrativo) y que no aburre ni en sus momentos más relajados, con el retorno de personajes carismáticos (para mí Cobie Smulders siempre será Maria Hill antes que Robin Scherbatsky) y que te deja con ganas de más, deseando ya el estreno de Guardianes de la Galaxia, el siguiente peldaño de Marvel en su camino hacia la Gloria Celestial.