jueves, 30 de noviembre de 2017

Reflexiones catódicas: PUES NO, NO HEMOS APRENDIDO LA LECCIÓN

Hace algún tiempo comentaba que algo estaba cambiando en España en el mundo televisivo. De todos los ejemplos que se me pudiesen ocurrir, El Ministerio del Tiempo era el más claro para resumir esos cambios. +
Después de una época de series algo casposas y que solo ofrecían más de lo mismo (dramas costumbristas o comedias de baratillo), con Crematorio con honrosa excepción, parecía que al fin se había visto la luz al final del túnel. Craso error.
Aquí se siguen haciendo las cosas de la misma manera. Mal. En una industria demasiado apoyada en el amiguismo y dominada por mentes cerradas incapaces de mirar hacia el futuro en lugar de vivir anclados en una zona de seguridad presuntamente cómoda, han conseguido que un producto de calidad y gran repercusión social como el creado por los hermanos Olivares haya caído, en su tercera temporada, en el tedio y el olvido. Efectivamente, esta nueva temporada ha sido muy maltratada por Televisión Española, con constantes dudas sobre su renovación, cambios de horario y parones a media temporada. También ha sufrido importantes ausencias entre el reparto, aunque ello es una consecuencia más de todo lo dicho anteriormente. +
Ni siquiera la esperanza de que hubiese más dinero invertido en cada episodio gracias a la entrada en producción de Netflix ha servido para revitalizar una serie que, en sus dos primeros años estaba en boca de todos y que ahora ha pasado completamente desapercibida. Tanto es así que prácticamente está descartada la cuarta temporada.
Pero El Ministerio del Tiempo solo es el ejemplo más claro de que las cosas no han cambiado lo suficiente como para esperar que esa supuesta época dorada de la televisión haya llegado a España.
Otro ejemplo: El Incidente. Una serie ambiciosa y con un gran reparto que ha estado dos años guardada en un cajón en espera a ser emitida. Eso de entrada ya parecía mala señal, pero un argumento muy heredero de Perdidos y dos brillantes actrices como Marta Etura y Bárbara Lennie como cabezas de cartel bien merecían darle una oportunidad. ¿Resultado? No es que la serie sea mala. Es que es espantosa. Más todavía, una tomadura de pelo. 
Cierto es que se pretendían hacer ocho episodios que quedaron en cinco, pero tras una trama desarrollada torpemente, insultando constantemente la inteligencia del espectador, con malas interpretaciones y narrativa lenta, la cosa ha derivado en un final horrendo e incoherente, una resolución que parece improvisada donde se ignoran todas las subramas abiertas y se ningunea a los propios personajes. Pocas veces he tenido la sensación de haber desperdiciado cinco horas de mi vida con una serie, preguntándome todavía cómo aguanté hasta el final.
Y eso que se trataba de una de las supuestas apuestas fuertes para esta temporada de Antena 3.
En fin, que parece que vamos a tener que seguir “disfrutando” de historias de época, dramas románticos y culebronescos con trajes de época y colores ocre.
¿Hay hueco para la esperanza? Puede que sí, pero no sé si en la televisión convencional. Aunque Las Chicas del Cable de Netflix no rompieran demasiado con esa línea, sí parece que La Zona de Movistar apunta más alto. Lo mismo se podría decir de la comedia Vergüenza, cerrando la trilogía de grandes apuestas de la casa con La peste, dirigida por el gran Alberto Rodríguez. No es casualidad que la mencionada Crematorio viera la luz en la extinta Canal +. Al final, los canales de streaming son los únicos que realmente están apostando por esos cambios en el modo de ver la televisión (e incluso el cine). Pronto llegarán las primeras series de producción propia de HBO y Amazon también ha anunciado que va a apostar fuerte por ese mercado, así que quizá sí haya un rallito de luz de esperanza.
Mientras, y esquivando tontadas como Ella es tu padre, rápidamente fulminada de la programación, esperemos que algún título logre sobresalir entre la monotonía y el hastío nacional. ¿Quizá Estoy vivo será la salvadora?

domingo, 26 de noviembre de 2017

ASESINATO EN EL ORIENT EXPRESS, el regreso del mejor detective del mundo.

Por motivos que no llego a comprender, Kenneth Branagh nunca ha sido considerado como uno de los grandes directores actuales, por más que lleve acumuladas cinco nominaciones al Oscar. Quizá su problema fuese empezar muy fuerte, con algunas de las mejores adaptaciones de Shakespeare que se han visto en cine (Enrique V, Mucho ruido y pocas nueces, Hamlet...) aparte de alguna película maravillosa de cosecha propia (Los amigos de Peter). 
Seguramente Frankenstein de Mary Shelley era su apuesta por el cine más taquillero y, pese a que la considero una grandísima película, no llegó a cuajar, dando pie a una etapa de ligera decadencia (aunque todavía no he visto una película suya que se pueda definir como mala) tras la que ha tenido que buscar en el cine más comercial para poder salir a flote. Los millones amasados por Thor (para mí, y con permiso del señor Waitiki, la mejor de la saga con diferencia) y Cenicienta lo han reconciliado con las productoras (olvidados quedan sus experimentos con Como gustéis o La flauta mágica) permitiéndole acceder a una película como esta, que le permite regresar a su estilo mças personal sin alejarse de la comercialidad.
Por eso, es posible que con Asesinato en el Orient Express haya dado por fin con la tecla correcta, aunando su elegante puesta en escena, su pasión por adaptar y modernizar clásicos literarios y la necesidad de triunfar en taquilla. Tanto es así que ya está en marcha la secuela de esta película (aunque sería más correcto decir la nueva aventura de Poirot), con lo que podríamos estar ante el inicio de una nueva saga cinematográfica.
Agatha Christie ha sido numerosas veces adaptada en la gran pantalla, aunque pocas veces con éxito. Sin embargo, una de esas raras ocasiones fue, de la mano de sidney Lumet, la obra que ahora nos ocupa, con lo que el riesgo acometido por Branagh es doble.
Por eso, y porque, aunque el fondo sea el mismo las formas son totalmente opuestas, convendría olvidarse de esa gran película y no querer jugar a las comparaciones. Este Asesinato en el Orient Express no es un remake de aquel, sino otra adaptación independiente de la novela, y así debe ser considerado.
Es por ello que Branagh se ha esforzado por modernizar el relato, no cambiando la época imaginada por la escritora (ya jugó a eso con Hamlet), pero sí dotando a la historia de un toque humorístico, casi de vodevil, y convirtiendo al protagonista en un héroe de inteligencia inaudita más cercano al Sherlock de Benedict Cumberbatch que al Poirot de David Suchet. Es decir, se amolda a las convicciones de los blockbusters modernos, pero consiguiendo que ni el humor caiga en el ridículo ni el histrionismo de algunos personajes se hagan pesados.
Como poderoso reclamo, la película cuenta con un excelente reparto, aunque quien se lleva la mayor gloria es el propio Branagh interpretando a un Poirot de ridículo bigote y suprema astucia, un personaje que podría resultar pedante y cansino pero que logra manejar con habilidad para que sea en realidad el héroe al que recurrir en caso de necesidad. En este sentido, el irlandés cumple con creces como interprete tal y como ya lo hacia como director. Junto a él, un surtido de estrellas resplandecientes con un aura tan magnético que brillan con intensidad sin necesidad (ni tiempo) para esforzarse demasiado: Daisy Rydley, Michelle Pfeiffer, Johnny Deep, Josh Gad, Derek Jacobi, Penelope Cruz, Judi Dench, Willem Dafoe, etc.
Pocos autores hay como Branagh (contribuye también en el guion) que se muevan como pez en el agua en una adaptación literaria, y aquí consigue superar la frontera que separa ambos medios para conseguir una película dinámica, intrigante y divertida, con el espectáculo visual que los paisajes nevados le ofrecen y moviendo a su antojo la cámara por entre los vagones del famoso tren de manera anda caprichosa.
Se podría pensar que los relatos de Agatha Christie han quedado un poco desfasados en pleno siglo XXI, pero esta película demuestra que no.  Tanto, que es disfrutable incluso conociendo de antemano su final (que se supone que es donde está la gracia de los escritos de la Christie), ya que una historia tantes veces llevada al cine o al teatro es difícil que mantenga su misterio. Y ya se me ponen los dientes largos esperando la llegada de esa teórica Muerte en el Nilo.
Por una vez, este Hercules Poirot (Hercule, perdón) mola tanto o más que el Sherlock Holmes televisivo o GuyRichiano. ¿O no es verdad?

Valoración: Ocho sobre diez.

SAW VIII, una vuelta de tuerca más...

En 2004 el actual maestro del cine de terror (y tal y como andan las cosas con Liga de la justicia, quizá la última esperanza de Warner para que su DCEU no naufrague definitivamente) James Wan era un desconocido que llamó la atención de todos con Saw, una película que, pese a tener más elementos de thriller policiaco que de terror, logro angustiar a miles de espectadores con una puesta en escena retorcida y enfermiza y que sentó cátedra en el género de principio de siglo (aunque luego esa cátedra cambiaría hacia un terror más clásico precisamente por su misma mano). La película presentaba un nuevo icono del terror, Jigsaw (traducido por estas tierras como Puzle), un enfermo terminal que decidía dedicar sus últimos días a ser una especie de justiciero moral que propondría a sus víctimas a una serie de juegos mortales que purificaran sus almas.
Con un esperpéntico muñeco de rostro blanco y triciclo rojo como mascota, el personaje dio suficiente juego como para continuar asesinando durante seis películas más, pese a que el personaje muriese a lo largo de la tercera entrega.
El invento funcionó más o menos bien, gracias sobre todo a su formato de serial (una película continuaba directamente de la anterior, siendo imprescindible no solo haber visto la antecedente sino tenerla además bien fresca en la memoria), hasta que en 2010 dieron el carpetazo aparentemente definitivo a los asesinatos de John Kramer y sus discípulos.
Durante la preproducción de este Saw VIII se jugó al despiste sobre si se iba a tratar de un remake o reboot de la saga, pero finalmente se optó por la secuela. ¿Tiene sentido recuperar un personaje después de tanto tiempo, con un salto generacional (recordemos que este tipo de films hacen dinero básicamente a costa de adolescentes) por medio? Pues personalmente creo que no. Me parece bien mantener la continuidad de la historia y no volver a empezar de cero (para ello mejor inventar personajes nuevos), pero sí me resultaba necesario algún tipo de innovación, un cambio de rumbo que aportara frescura a la historia y que, aún manteniendo el recuerdo del Jigsaw original, no estuviese atada a siete películas anteriores.
Sin embargo, el equipo encabezado por Wan (que se ha mantenido en todo momento en tareas de producción) han querido ser fieles a los fans de la saga (si es que eso existe) y continuar tal y como lo dejaron, respetando el salto temporal, pero buscando ser tan solo un capítulo más en los recovecos de estos juegos caprichosos (y en ocasiones demasiado tramposos, hay que reconocerlo). Algo ha cambiado, eso sí, y hay un poco más de humor, al igual que la trama policial parece tener más importancia que la escabrosa, quizá conscientes de que hoy en día no es fácil escandalizar con el simple truco de mostrar mucha sangre (hay posiblemente más amputaciones y escenas gore en Hasta el último hombre que en esta entrega de Saw).
Como es de rigor, la película se sustenta de un montón de caras desconocidas como carnaza, con las excepciones de Tobin Bell, recuperando su mítico rol, o Laura Vandervoolt, que tras haber sido la Supergirl de Smallville y una lagarta invasora en el frustrado remake de V debe estar en sus horas más bajas. Un simple puñado de presuntas víctimas del asesino del puzle para dar salsa a una película que no decepcionará a los que disfrutaron con las anteriores películas, pero que tampoco aporta nada nuevo y que confirma lo que ya se sospechaba a partir de la sexta entrega, que el chicle se está estirando demasiado.
Pero claro, si uno sabe lo que viene a ver y lo que se puede esperar de ella, tampoco se puede decir que engañe, y en esa extraña y particular liga en la que juega, lo cierto es que funciona con corrección y efectividad.

Valoración: Cinco sobre diez.

LA LIBRERÍA, amando las palabras...

Parecía que Isabel Coixet había perdido algo de la mano firme que definía su estilo cinematográfico en los últimos años. Aprendiendo a conducir, su último trabajo, era una buena película, pero se notaba demasiado que era un trabajo de encargo en el que no se apreciaba la personalidad de Coixet en ella.
La librería, sin embargo, recupera lo mejor de la directora catalana, quizá porque se trata de algo más que una película. Amparándose en una historia triste sobre una mujer enfrentándose a todo un pueblo por tratar de sacar adelante su sueño en forma de pequeño negocio (algo que me trae a la memoria a Chocolat), La librería es casi un canto de amor a la literatura. Cargada de referencias a las letras, con la novela Lolita o el escritor Ray Bradbury como elementos destacados.
Emily Mortimer es Florence Green, una mujer de apariencia frágil y delicada pero fuerte en determinación. Marcada por un pasado doloroso, consigue comprar una antigua casa en un pequeño pueblo pesquero para transformarla en una librería, pero se encuentra con la oposición de Violet Gamart, a la que da vida Patricia Glarson, en su segunda colaboración con Coixet. Gamart, posiblemente la mujer más influyente del pueblo, ansía esa casa para crear un espacio social cultural, más por lucimiento propio que por otra cosa, y se inicia una guerra entre ambas mujeres que terminará implicando a todo el pueblo, como a la pequeña y pizpireta Christine, que a base de trabajar por las tardes ayudando en la librería aprenderá la belleza de leer, o al esquivo e huraño Edmund Brundish, que terminará derivando en un inesperado aliado. Son precisamente los actores que dan vida a estos últimos, la joven Honor Kneafsey y el siempre magistral Bill Nighy, los que más frescura aportan a una historia tierna y conmovedora a la que quizá solo se le pueda echar en cara un cierto grado de previsibilidad en su tramo final.
No obstante, esto no va de giros sorprendentes ni grandes intrigas, por lo que ni Coixet ni Penélope Fitzgerald, la autora de la novela en la que se basa la película, deberían estar muy preocupadas por ello. Esto es más una historia sobre la vida misma, cobre la amistad y el orgullo. Y, desde luego, sobre el deseo de rendir tributo a los sueños del pasado y al valor de atreverse a luchar por ellos.
Coixet, muy de actualidad últimamente por temas más relacionados con la política que con el cine, regresa con fuerzas renovadas. Y eso siempre es una grata noticia.

Valoración: Siete sobre diez.

PADDINGTON 2, una pequeña y tierna maravilla.

Siempre que se estrena una película infantil me enfrento a la misma encrucijada: ¿se debe valorar la obra en cuestión como un producto cinematográfico más o se debe ser más benevolente con ella por el simple hecho de estar destinada a los niños?
Desde mi punto de vista, no tengo conocimiento de que existan películas no recomendadas para mayores, tal y como sí las hay no recomendadas para menores. De hecho, cuando un adulto paga una entrada por acompañar a su niño al cine le cobran el mismo precio que si va a ver una obra sesuda e intelectual, así que porqué debería merecer un trato distintivo.
Digo esto porque en ocasiones se me ha criticado que juzgue con dureza estupideces como aquella Stand by me, Doraemon con la que sufrí más que con la reciente Saw VIII, o que proteste porque encuentre títulos como Río 2  o la última de Ice Age insuficientes y muy faltos de talento. Es para niños, me dicen, como si ello significara que no merecen tener un guionista entregado ni un director brillante tras ellas.
Paddington 2 (como en menor medida lo fue la primera) ha venido a darme la razón. Las aventuras en Londres de este osezno peruano creado por Michael Bond (recientemente fallecido y a quien va dedicada la película) es una película puramente familiar, con los más pequeños de la casa como público preferente (hablamos de un oso parlante, no hay que olvidarlo). Pero Paul King, quien ya dirigiese la muy recomendable primera entrega hace tres años, se toma muy en serio su trabajo y consigue culminar una película brillante, con un gran sentido del humor, planos muy estudiados y, sobre todo, con mucha magia. Paddington 2 es puro cine, con referencias visuales al humor clásico de Harold Lloyd o Chaplin y capaz de emocionar, entretener y divertir sin sufrir altibajos ni caer en la vergüenza ajena de otras producciones similares.
De nuevo el reparto demuestra que se creen lo que están haciendo, con un desbocado Hugh Grant ocupando el puesto de villano en sustitución de la Nicole Kidman de la primera entrega y con el regreso del resto de los protagonistas, que ya tienen en sus planes de futuro la tercera entrega.
Hay, además, momentos de gran inspiración visual, desde el precioso libro pop-up que recrea Londres o las dos secuencias animadas.
Así que sí, sí es posible exigirle a una película infantil que no sea, además, una tortura para los adultos. Paddington 2 no es, en el fondo, una obra para niños, sino para todo el mundo que disfrute de la magia del cine y no teman arriesgarse a soltar una lagrimita con la que podría ser una de las mejores películas de estas navidades.

Valoración: Ocho sobre diez.

CdS: 1922, Thomas Jane se confirma como el seguidor de King definitivo

Podría parecer que Thomas Jane es un gran aficionado a la literatura de Stephen King. Puede que en realidad no haya leído jamás una novela del escritor, pero lo cierto es que, aparte de su interpretación de Punisher cinematográfico de 2004, sus trabajos más relevantes han sido adaptaciones del mismo: El cazador de sueños, La niebla y, ahora, 1922
, la segunda adaptación de King en manos de Netflix y que, como en el caso de El juego de Gerald, se ve muy beneficiada de los recursos de la plataforma de streaming
1922 es la adaptación de un relato breve, y su paso a largometraje no se ha visto afectada gracias, en gran medida, al soberbio trabajo de Jane. Aunque la ambientación y la trama suele ser la base de las historias de King, el deterioro mental y emocional del personaje de Jane se convierten en esta ocasión en el verdadero centro de la película, y su gran interpretación permiten sacar a flote una historia sin que se resienta por el alargamiento de la misma.
Wilfred James es un pobre hombre centrado solo en su granja y sus cultivos, por más que las mejores tierras pertenezcan a su esposa, que se muere de ganas por venderlas y mudarse a la ciudad. Este principio de conflicto los lleva a un distanciamiento irreparable que culmina con la amenaza por parte de ella de divorcio y abandono, hijo incluido. Esto supone un mazazo para Wilfred que decide que su única salida es matar a su esposa, convirtiendo a su hijo en cómplice. Pero el asesinato suele pasar factura, y los fantasmas de sus acciones lo atormentarán hasta el fin de sus días.
De nuevo una obra de King basada en la culpa y los remordimientos, en un ejercicio sobre el descenso a los infiernos de una mente enfermiza que en el caso de Thomas Jane se refleja en un deterioro físico y psicológico encomiable.
Una vez más tenemos que recordar que estamos ante un producto televisivo, por lo que no cabe esperar aquí una puesta en escena de gran lujosidad como si estuviésemos ante un producto diseñado para la gran pantalla, pero aun así el trabajo de Zack Hilditch es suficientemente eficiente para que la atmósfera enfermiza luzca como debe, convirtiendo la película en una pesadilla rural muy interesante, con sus imprescindibles toques macabros incluidos
No todo puede ser perfecto, y las subtramas flojean un poco, sobre todo cuando se alejan del personaje de Jane, pero con todo es de nuevo una propuesta muy recomendable para disfrutar del King más costumbrista que efectivista.

Valoración: Seis sobre diez.

BdS: EL JUEGO DE GERALD, el rey del terror desembarca en Netflix

Stephen King siempre ha sido una gran tentación para el mundo del cine y la televisión, pero hasta ahora sus adaptaciones se clasificaban en dos tipos: producciones lujosas con grandes nombres detrás que, por culpa de la necesidad de recuperar la inversión solía convertirse en una película de estudio más que de autor, perjudicando a la fidelidad de la trama (y el ejemplo más reciente lo tenemos en la fallida La Torre Oscura), o productos de serie B de bajo presupuesto y escasa ambición.
Sin embargo, la llegada de las plataformas digitales ha cambiado el panorama, y Netflix ha sido la primera en subirse al carro, como ya comenté en el artículo de opinión del mes pasado. Gracias a eso se ha encontrado un punto intermedio, el cual permite la aparición de adaptaciones que, sin ser superproducciones (que por otro lado no serían coherentes con la historia original), si tienen un nivel de calidad como corresponde al escritor de Maine.
El juego de Gerald es la primera adaptación de King de Netflix, y en ella se puede apreciar todo lo dicho. De hecho, ya hubo hace unos años un intento de adaptar la novela al cine pero, siendo realistas, ¿alguien se imagina el recorrido comercial en salas de una película que se basa en una mujer desnuda esposada a una coma durante prácticamente todo el metraje? Es cierto que Rob Reiner se enfrentó a un desafío similar en la magnífica Misery, pero repetir la jugada no parecía una tarea sencilla.
El medio televisivo parece la plataforma ideal para esta sórdida historia de apenas dos únicos protagonistas, con los solventes rostros de Carla Gugino y Bruce Greenwood, aunque el recurso de los flashbacks y un algo alargado epílogo permite la incorporación de otros personajes orbitales.
El juego en cuestión es un aparentemente inofensivo intento de animar el apático matrimonio entre Gerald y su esposa Jessie, que cual Christian Grey del montón decide convertirla en una sumisa esposándola en la cama en busca de algo de excitación añadida. Pero un infarto fulmina al pobre hombre, dejando a la mujer esposada en la cama en una cabaña aislada en medio de la montaña y con la puerta abierta de par en par. Sin duda una pesadilla digna de la retorcida mente de King que se convierte en una pieza de claustrofobia aterradora, enfrentada Jessie a sus fantasmas del pasado y a otros peligros algo más reales.
Mike Flanagan tiene un amplio currículo en el género del terror, siendo Ouija: el origen del mal su trabajo más completo hasta la fecha, aunque el cambio de formato le ha invitado a ser algo más suave en una puesta en escena no tan sangrienta ni heredera del jumpscare de turno.
Flanagan logra mantener el interés de la historia confiando en la fortaleza de sus dos protagonistas, aunque peca de un exceso de fidelidad a la obra original que, en este caso, le pasa algo de factura. Y es que una de las pegas que se le podrían poner a la novela estaba en su alargado final, que pierde interés una vez se resuelve la parte de la trama correspondiente a Jessie esposada a la cama, y Flanagan lo mantiene en su película, provocando que el ritmo decaiga y se pierda esa atmósfera tan bien lograda hasta el momento.
Aun así, el amor que Flanagan parece procesar a la historia original y el esforzado trabajo de los protagonistas, en especial una Carla Gugino (no tan desnuda como en el original literario, por razones obvias), hacen de la película una adaptación muy certera y sobradamente interesante.

Valoración: Seis sobre diez.

domingo, 19 de noviembre de 2017

LIGA DE LA JUSTICIA: DC otra vez a paso cambiado

Antes de acudir a ver Liga de la Justicia tenía miedo de que al enfrentarme a su valoración cayese en el error de sufrir de cierto ventajismo al tratar de comparar (de manera inconsciente) el trabajo de Zack Snyder y el de Joss Whedon (que no aparece acreditado como director). Ciertamente, sus tics a la hora de dirigir son casi opuestos, evidenciado el primer gran error de Warner al optar por la solución de emergencia de Whedon para suplir la ausencia forzada de Snyder con la película casi terminada, pero esto no llega a repercutir en el resultado final del film, ni en un aspecto positivo ni negativo, ya que la irregularidad del mismo conviene atribuírsela a ambos por igual.
No quiero parecer un hater y empezar a dar palos desde el primer párrafo a una película que, como espectáculo de entretenimiento, funciona correctamente, pero si de lo que se trataba era de culminar el paso en la buena dirección que se suponía había dado el DCEU con Wonder Woman habría que considerarla un completo fracaso.
El gran pecado de Liga de la Justicia es que demuestra desde el arranque de su producción que está concebida sobre una capa de miedo ante los discretos resultados de sus dos primeras películas y los varapalos críticos recibidos. No es que la taquilla fuese desastrosa, ni mucho menos, pero ochocientos millones en una película que juntaba a los dos buques insignias de la compañía me resulta del todo insuficiente. Y ya veremos que pasa con esta Liga de la Justicia que, según estimaciones, necesita rozar los mil millones para no ser un fracaso comercial y cuyo arranque en Estados Unidos ha estado por debajo de, por ejemplo, Thor Ragnarok.
Decía que el gran problema de Liga de la Justicia es el miedo. Miedo a volver a patinar, a que Marvel vuelva a pasarle la mano por la cara (Wonder Woman parecía la panacea del éxito, pero a nivel mundial ha terminado siendo superada por Spiderman Homecoming y Guardianes de la Galaxia Vol. 2 y aún está por ver si Thor Ragnarok se la terminará por merendar también) y a decepcionar una vez más a muchos fans. Y para tratar de evitarlo, en Warner han hecho lo peor que podían hacer: traicionarse a sí mismos y tratar de copiar, demasiado a la desesperada, a las producciones Marvel que antes tanto criticaban, escena postcréditos de chiste incluida. Cierto es que soy el primero que ha criticado en múltiples ocasiones el exceso de transcendentalismo y amargura de personajes como Superman, pero transformarlo de golpe y renunciar a su pasado cinematográfico es tan doloroso como ver a Batman (este sí es un ser oscuro y amargado) soltando gracietas. Me irrita por momentos el descontrol bufonesco de Flash o la apariencia de chuloplaya de Aquaman, pero al menos estos eran lienzos en blanco a los que dibujarlos como les diese la gana.
Lo que más define a Liga de la Justicia es su simpleza. Es una película de acción de manual, que funciona porque hay gente con talento a los mandos, pero que no consigue emocionar en ningún momento. Nadie (excepto esos fans radicales a los que les cuesta tanto ser objetivos) puede decir que sea una mala película, pero tampoco nadie (excepto esos fans radicales del extremo opuesto) puede decir tampoco que sea una gran película. El hombre de Acero y Batman V. Superman: el amanecer de la Justicia tenía una gran colección de errores casi imperdonables, pero también momentos de absoluta maestría. Lo que más decepcionaba de ellas era que fracasaban a la vez que dejaban entrever lo maravillosas que hubieran podido llegar a ser solo con haber cuidado bastante más el apartado de guion, aunque dejan momentos realmente memorables, como el rescate de marta Kent por parte de Batman, pero esto no es algo que se repita en Liga de la Justicia. Quitando un prólogo musical que pretende demostrarnos que Superman era algo (un símbolo de luz y esperanza) que no se percibía en esas películas, nada más en las dos horas de metraje demuestran nada de personalidad. Liga de la Justicia es una película sin identidad, una colección de escenas de acción (solo algún momento con las Amazonas tiene algo de auténtica espectacularidad) empapada de chistes sin demasiada gracia y con unos retoques digitales (los famosos reshoots) verdaderamente horribles. Una vez más, los numerosos problemas de producciçon quedan relejados en pantalla, y los (de nuevo) rumores de que Ben Affleck no va a seguir ligado a la franquicia tampoco van a ayudar a la campaña de promoción.
Como siempre, es injusto comparar dos películas para valorar mejor o peor una, pero nadie duda que Liga de la Justicia supone la equivalencia de DC a Los Vengadores de Marvel, y en Warner han sido los primeros que han querido compararlas con ese cambio de rumbo hacia el humor que le habría ido muy bien a Escuadrón Suicida (que oportunidad perdida de hacer una gamberrada a la altura de Deadpool) y que ya era una verdadera declaración de intenciones en Wonder Woman.
La historia es lo de menos: un villano superpoderoso que pretende destruir el mundo porque él lo vale y el grupito que se debe unir para hacer frente a la amenaza. Podría parecer que cada uno tiene su momento de gloria, su minutito de protagonismo que tan bien logro medir Whedon en Los Vengadores (solo Ojo de Halcón quedaba algo desdibujado, cosa que trató de compensar en La era de Ultron), pero si nos atenemos a su condición de superhéroes, la cosa se queda demasiado coja. Porque al final, de la Liga de la Justicia que nos presentaban en los trailers, solo Wonder Woman está a la altura, aunque abusa demasiado de repetir posturitas y mostrar esa mirada y esa medio sonrisa que tan bien luce Gal Gadot (comentario aparte merecería la manera de encuadrarla de Snyder en comparación a la de Jenkins, mucho más generoso en carnes en esta ocasión). Como sucediera en el enfrentamiento climático contra Doomsday en Batman V Superman, el murciélago, verdadero motor de la historia, se ve en toda la película claramente superado, limitándose a pegar saltitos y hacer poses chulas. Parece un Batman borracho, dicen por ahí. Casi los recién llegados, de los que esperaba poco o nada, son los que más destacan, aunque tampoco mucho. La acción está siempre alejada del mar, con lo que la presencia de Aquaman es algo ridícula y nadie parece tener todavía muy claro de que van los poderes de Cyborg, aunque al menos tiene su papel importante en determinado momento. Flash, como ya he comentado, es el recurso cómico, y él mismo se define señalando que “lo único que hace es correr mucho y empujar a la gente”. Además, es ya el tercer velocista que vemos en el cine de superhéroes y no solo no está ni de lejos a la altura de las dos espectaculares escenas de Mercurio ideadas por Bryan Singer en X-Men: Días del Futuro Pasado y X-Men: Apocalipsis, sino que también se queda corto al lado del Pietro de Los Vengadores: La era de Ultron. Su principal handycap es que para lucir su gran velocidad es necesario que todo lo demás se ralentice, y con el abuso de la cámara lenta que tanto le gusta a Snyder en sus escenas de acción eso ya no queda para nada espectacular.
Y de nuevo, la gran lacra de las películas de superhéroes (y de acción en general) contemporáneas: el villano. Este Steppenwolf es un villano al uso, un superser rodeado de masillas que bien podría haber escapado de Asgard y que no aporta nada que no mostrara ya el propio Ares de Wonder Woman o el tal Incubus de Escuadrón Suicida. Un villano sin carisma que parece muy poderoso en unas ocasiones y termina siendo vencido con relativa facilidad. Además, para completar la cuadratura del círculo, su gran arma se basa en un cubo de poder que, si bien es cierto que en los cómics está presente desde los años setenta, en cine recuerda demasiado al Teseractor marvelita.
¿Donde está lo mejor de la película? Pues sin duda en el regreso de un personaje que nunca debió irse (tampoco es que estuviera mucho fuera) pero, por más que todo el mundo sepa de quién hablo y de por hecho su participación nen esta película, el momento de dicho retorno ha sido objeto de apuestas entre los aficionados, por lo que dejaré de lado comentar su participación en el film por aquello de evitar spoilers.
En el apartado musical, Danny Elfman está correcto, pero muy alejado de sus mejores tiempos. De hecho, la inclusión del tema que él mismo creara para el Batman de Tim Burton así como cierta conversación entre Alfred y Wayne sobre pingüinos explosivos hacen que nos preguntemos si, descartado el Batman interpretado por Christian Bale, el de Michael Keaton podría estar en continuidad con el actual. Lo más probable, conociendo la planificación de Warner, es que no, que ni siquiera podamos estar seguros de que la cercana película de The Batman de Matt Reeves esté en continuidad. A estas alturas, ni ellos mismos lo deben saber.
En fin, que para avanzar en su Universo propio, en DC reniegan de buena parte del trabajo hecho hasta la fecha y tratan de imitar a Marvel con la esperanza de aunar críticas y taquilla, pero aun consiguiendo una de las películas más divertidas de su franquicia, lo hace copiando más defectos que aciertos de la Casa de las Ideas. Como sucediese con Batman V. Superman, la que debería ser (por importancia de personajes) el gran evento de DC termina muy deslucido, siendo incluso inferior a esa Wonder Woman que, sin ser tan brillante como se podría suponer, al menos tenía algunas ideas frescas que daban pie a la esperanza.
Lo peor, me temo, es que viendo esta película no me ha entrado ninguna gana de ver las aventuras en solitario de Aquaman ni Flash, me deja muchas dudas sobre ese The Batman y quien sale más reforzado (Wonder Woman aparte) es ese Superman cuya secuela de El hombre de acero sigue sin estar en las agendas.
Valoración: Seis sobre diez.

lunes, 13 de noviembre de 2017

ORO, en busca de El Dorado

Dejando de lado Solo quiero caminar, que pasó bastante desapercibida por las pantallas, Agustín Díaz Yanes es siempre recordado por la irregular Alatriste. Ahora, once años después, vuelve a contar con la colaboración de Arturo Pérez-Reverte en una extraña maniobra con la que se adapta una historia inédita para la que el propio escritor firma también el guion.
Con un despliegue algo menos ambicioso que Alatriste pero una mejor factura técnica, Oro es la epopeya de unos conquistadores españoles en busca de una ciudad de Las Indias que se supone estaba hecha toda de oro, desde las paredes de las casas hasta los propios tejados. Estamos, por tanto, ante una aventura con tintes bélicos, una historia de supervivencia en la selva amazónica que no es, en el fondo, más que una mera excusa para hablar sobre la crueldad y la mezquindad de la condición humana, de cómo la codicia y el temor puede llevar a alguien a cometer actos de villanía. Aún con restos de honor entre algunos de los protagonistas, la película está plagada de decisiones traicioneras, enfrentamientos por amor (o lujuria) y menosprecio a la vida humana, ya sea la propia, la del hombre blanco o la del indígena. Es, pues, Oro, una fábula sucia y cruel, donde, como si quisiera hacer paralelismos con la sociedad actual, incluso las disputas por os nacionalismos regionales tienen cabida en la trama.
Para ello, Agustín Díaz Yanes se ha rodeado de lo mejorcito en actores de nuestro país, con nombres de la talla de Raúl Arévalo, Óscar Jaenada, José Coronado, Juan José Ballesta, Luis Callejo, Antonio Dechent o Anna Castillo, además de la breve pero intensa aparición de Juan Diego. Es curioso, sin embargo, que en una historia tan masculina y viril quien consiga sobresalir la maravillosa Bárbara Lennie. Recuerdo como tras el estreno de El niño muchos protestaban por lo poco que se prodigaba esta estupenda actriz (ese mismo año deslumbró a todos con Magical Girl), y ahora que empieza a ser más frecuente verla nos encontramos con esos productos de vergüenza ajena como la ridícula serie de El Incidente. Con Oro, Lennie consigue regresar al buen camino.
No estamos ante una película redonda. Quizá Díaz Yanes y Pérez-Reverte, en su afán por ser fieles a la realidad histórica, olvidaron dar algo más de profundidad a sus protagonistas, mientras que la propia trama es demasiado lineal, excesivamente plana. Los soldados van de un punto A a un punto B, enfrentándose a los obstáculos del camino y punto. No hay ningún giro, ningún recoveco del camino que logre sorprender demasiado y ninguno de los protagonistas, más allá de las nobles u oscuras intenciones que puedan tener, tiene un pasado que nos perita simpatizar demasiado con ellos.
Con todo, el buen trabajo de los artistas, la firme dirección de Díaz Yanes y el empaque técnico que logra que todo se vea con un realismo impecable, hacen de la película una propuesta muy interesante y totalmente recomendable.

Valoración: siete sobre diez.

sábado, 11 de noviembre de 2017

LA BATALLA DE LOS SEXOS, la dignidad en juego

Jonathan Dayton y Valerie Faris abandonan momentáneamente el cine más independiente para abordar la historia real del duelo tenístico entre Billie Jean King y Bobby Riggs en 1973 en una película bastante convencional y más amoldada a los estándares del Hollywood más conservador.
La batalla de los sexos narra los días previos al gran partido, cuando Billie Juean era la número uno del tenis femenino y estaba más preocupada en su cruzada por la igualdad de la mujer en el deporte que en su próximo partido. Por aquel entonces Bobby tenía ya 55 años y aunque había sido también una figura importante de la raqueta ahora se tenía que conformar con vivir de su adinerada esposa, ganarse unos dinerillos con ridículas exhibiciones donde destacaba su espíritu payaso y fingir que trataba de controlar su problema de ludopatía. En aquella época una tenista femenina, aun llenando las pistas igual que un hombre, ganaba una octava parte en premios que ellos, por lo que Billie jean decide retar a la federación y crear, con el apoyo de otras tenistas, su propia competición con premios más acordes a sus méritos. En este mar revuelto, Bobby ve la gran oportunidad para volver a los candeleros y desafía a cualquier mujer a un partido donde demostrar qué sexo es más fuerte.
Filmada en tono de comedia ligera, la película aprovecha este enfrentamiento entre un machista declarado cuyos mejores años quedaron en el pasado y una feminista en la cresta de la ola para hacer un retrato de la época en el que hablar no solo de la igualdad de sexos, sino también de la identidad sexual y el derecho al respeto.
Hay que reconocer que quizá Dayton y Faris pecan un poco de “buenismo” y edulcoran demasiado una historia donde todo el mundo termina cayendo bien, sin que ni siquiera el excesivo y machista Riggs resulte molesto ni haya daños morales alrededor de cierto triángulo amoroso que acompaña a la historia principal. Con todo, la película resulta altamente eficaz por ese humor ácido que permite que seamos aleccionados de una manera amena e incluso divertida sobre tan importante debate. Además, han sabido ser fieles a su estilo e incluso el duelo final, en vibrante partido de tenis, se muestra desde la distancia, sin lucimientos de cámara que finjan una falsa épica y haga que la dirección priorice sobre la interpretación.
Y así legamos al verdadero punto fuerte del film. La interpretación. Emma Stone y Steve Carell están soberbios. No es que sea nada fuera de lo normal, ya que ambos han demostrado en diversas ocasiones su gran solvencia, pero en este film ambos parecen en estado de gracia y son los grandes valedores de la historia, los que la manejan a su antojo y permiten que seamos capaces de comprender a unos personajes que en cualquier otro caso podrían resultar hasta odiosos. Stone y Carell lo dan todo y la película sabe rodearlos de tal modo que no sería de extrañar que alguno de ellos (sino los dos) estuviese presente en la próxima ceremonia de los Oscars.

Valoración: Siete sobre diez.

THE CRUCIFIXION, una bella estampa para una rutinaria película

Rodada antes de La piel fría, The Crucifixion supone el retorno definitivo de Xavier Gens al cine de terror después de aquella fallida Hitman. Para ello se basa, ¿cómo no?, en una historia real sobre posesiones demoníacas y exorcismos varios.
Para no perder la costumbre, el protagonismo cae en alguien escéptico que, a fuerza de darse sustos que solo consiguen transmitirse al espectador mediante las obligadas subidas de volumen, termina creyendo. Este es solo el primero de los muchos tópicos de una película que da la sensación de haberse visto ya mil veces.
Con todo, Gens hace un buen trabajo artístico, y la película está impecablemente filmada. No puedo ponerle ningún, pero al aspecto técnico de la misma, ni me llega a molestar lo suficiente el trabajo de Sophie Cookson (aunque me gustó más como secundaria en Kingsman y su secuela), protagonista absoluta de la trama. El problema está en la imposibilidad de creerse nada de lo que sucede en pantalla.
No voy a entrar a valorar aquí la veracidad de los hechos expuestos, eso queda para un debate sobre teología/satanismo que no corresponde a este blog. El problema no lo tengo con los “demonios” que puedan pulular por ahí. Lo que no me llego a creer en ningún momento es a los protagonistas vivos, a esa joven periodista que se cuela por donde le da la gana cual Lois Lane de baratillo, a ese cura “modernete y molón”, a esa familia reservada y arisca que de golpe parecen los mejores amigos de la prota…
Nada de lo que sucede en la película corresponde a una coherencia narrativa que pueda llegar a transmitir algo al espectador, por lo que el resultado final, a habidas cuentas de que no se trata de ninguna propuesta novedosa, termina por aburrir. Podría ser, incluso, que, en la primera parte de la película, donde los sustos brillan por su ausencia, un par de diálogos alrededor de la fe y la iglesia resulten más interesantes que la propia sobre la investigación tras un exorcismo, algo que se hacía de manera mucho más interesante, por ejemplo, en El exorcismo de Emily Rose.
Personajes ridículos y torpes siempre en función de la historia en un film donde lo mejor resultan los magníficos paisajes de Rumanía y sus míticos monasterios. Los sustos, al final, son lo de menos.

Valoración: Cuatro sobre diez.

domingo, 5 de noviembre de 2017

AMERICAN ASSASSIN, vengador antiterrorista.

American assasin se sitúa en el centro de una fructífera serie de novelas de intriga política del escritor Vince Flynn con Mitch Rapp como protagonista. Aunque la película homónima que ha dirigido Michael se basa directamente en ella, han tomado también elementos de otras obras y han rejuvenecido convenientemente al protagonista para que sirva como carta de presentación ante una supuesta nueva saga de un héroe de acción a la altura de James Bond, Jason Bourne, Ethan Hunt o Jack Ryan.
American Assassin narra la historia de un joven que, tras presenciar como su prometida muere en un atentado terrorista en Ibiza decide entregarse en cuerpo y alma a perseguir y exterminar a todos aquellos activistas radicales que se pongan en su punto de mira. Algo así como un Punisher internacional, para que me entiendan los seguidores de Marvel. Esto llama la atención de Irene Kennedy, subdirectora de la CIA, que ve en él las actitudes necesarias para incorporarlo a un programa de adiestramiento para convertirlo en un súper agente secreto, todo bajo la supervisión del veterano y estricto Stan Hurley. La única pega es que Rapp no parece muy bueno acatando órdenes, confundiendo a menudo el cumplimiento de la misión con su cruzada personal.
Como se puede apreciar, no hay nada que suene a original en la trama. Y tampoco su puesta en escena es nada del otro mundo. Michael Cuesta, del que hace no demasiado pudimos ver Matar al mensajero, se limita a realizar un trabajo correcto, con escenas de acción bien filmadas y que, si bien no quedarán para siempre en nuestra memoria, al menos no molestan.
Quizá el plato fuerte de la película haya que buscarlo en sus protagonistas, con ese duelo entre jóvenes estrellas como son Dylan O’Brien (a punto de culminar la saga de El corredor del laberinto) y Taylor Kitsch (que aún está esperando la gloria que John Carter le negó), aunque cuando realmente se tensa el ambiente es cuando entra en escena Michael Keaton, que tras unos años en el ostracismo parece que el éxito de Birdman lo ha recuperado a lo grande, bastando como prueba su trabajo en Spiderman Homecoming.
Con estos elementos, American Assassin es una película de acción más, con ligeros apuntes políticos, que no parece suficiente para demostrar que merece tener su propia franquicia pero que tampoco llega a aburrir en ningún momento. Es cine de entretenimiento que se deja ver con agrado y al que no se le debe pedir demasiado para que no salten todas las costuras.
American Assassin es, simplemente, más de lo mismo. Pero si ese mismo está bien hecho, tampoco es paras quejase demasiado, ¿no?

Valoración: Seis sobre diez.

ENGANCHADOS A LA MUERTE, ridículo remake que glorifica a la original

En 1990, Joel Schumacher dirigió Línea mortal, una interesante película que sin llegar a ser tampoco nada del otro mundo sí era muy efectiva en unificar una trama de intriga con un inteligente desarrollo de personajes, un quinteto de amigos encarnados por un selecto grupo de estrellas en auge encabezados por Kiefer Sutherland y Julia Roberts.
Ahora llega Enganchados a la muerte, una nueva versión de la historia, adaptada a los tiempos actuales, donde el director Niels Arden Oplev juega al despiste entre si estamos ante una secuela o un remake al utilizar al propio Sutherland como secundario de lujo en un personaje que bien podría ser el mismo de aquella película, con su correspondiente evolución. Este es, tomado como simpático guiño, el mejor acierto de una película que no llega a funcionar en ningún momento, torpe mezcla entre film de terror al uso (entiéndase esto como fantasmas que aparecen por sorpresa a la espalda de los protagonistas, sustos a golpe de subidas de música y todos los recursos tópicos esperados) con una moralina sobre el bien y el mal y el peso de los pecados de nuestro pasado que no satisface de ninguna de las maneras, menos si se comete el error de compararla con la cinta original.
Con la excusa de un experimento para descubrir si hay vida después de la muerte, una serie de estudiantes de medicina deciden provocar su propia muerte deteniendo sus corazones para realizar un escaner cerebral que registre la actividad eléctrica del mismo en esos escasos minutos en los que estén clínicamente muertos. Esto provoca una especie de competición entre ellos para ver quien logra permanecer más tiempo en ese estado de muerte temporal, comprobando que a su regreso su cerebro parece más estimulado y activo, pero sin saber que con ello están abriendo una puerta con el más allá que estaría mejor cerrada. Una premisa idéntica a la película original, con unos personajes que, pese a sus diferencias de raza o sexo, son también un calco de aquellos y con una resolución de la trama que, salvo por un giro aislado, sigue también los mismos pasos de Línea mortal. Esto hace que los paralelismos sean casi inevitables y funciona como perfecta metáfora de las diferencias entre el cine de finales de los ochenta y el actual, demostrando porqué seguimos añorando tanto aquella época dorada para muchos muy sobrevalorada.
Y es que la clave para distinguir ambas películas, más allá del carisma de los actores protagonistas (el aspecto eternamente aniñado de Ellen Page no ayuda a hacer creíble su personaje mientras que Diego Luna parece en todo momento consciente de estar dando un paso atrás en su carrera haciendo esto después de protagonizar Rogue One), está en lo mal que están desarrollados los personajes. El danés Niels Arden Oplev, pese a estar curtido en personajes oscuros y atormentados como demuestra su trabajo en Millenuim: los hombres que no amaban a las mujeres o La venganza del hombre muerto, parece más interesado aquí en conseguir una estética chula y un ambiente emocionante que en explicar las motivaciones y los conflictos internos de los protagonistas, algo muy necesario en esta película para alcanzar a comprender porqué hacen lo que hacen. Además, ni siquiera en el aspecto visual logra estar a la altura de un Schumacher por momentos muy impregnado de la estética de Blade Runner. Pretende, además, alejarse del tono casi religioso (aunque convenientemente sutil) de aquella, haciendo que esa moralina por momentos ridícula resulte más superflua todavía.
Es por ello que en ningún momento se consigue comprender a los protagonistas y mucho menos simpatizar con ellos, lo cual deriva en una desconexión con la trama que provoca aburrimiento y hastío. Sustos artificiales aparte, la película parece tan muerta como sus protagonistas en muchos momentos de la trama, y el mencionado cambio con respecto a su predecesora es suficiente para hacernos reconciliarnos con la historia.
Y luego se preguntan porqué hay aún tanta gente que critica a los remakes...

Valoración: Tres sobre diez.