miércoles, 31 de marzo de 2021

Visto en Netflix: NOTICIAS DEL GRAN MUNDO

Parece que últimamente el bueno de Tom Hanks no está teniendo mucha suerte con el cine. De sus tres últimas películas, Un amigo extraordinario (con nominación al Oscar incluida) se estrenó tarde y mal (bastante después de la ceremonia de premios y en plena crisis pandémica), Greyhound: enemigos bajo el mar se estrenó en exclusiva en Apple TV y la que nos ocupa, Noticias del gran mundo, se la quedó Netflix tras un breve paso por cines.

Y es una lástima, porque la película de Paul Greengrass es un western con aroma clásico que habría lucido de maravilla en la gran pantalla.

Con claras reminiscencias de Valor de ley (en cualquiera de sus dos versiones) y, sobretodo, de Centauros del desierto, Greengrass renuncia a los tics más característicos de su cine (cómo esa cámara nerviosa y montaje trepidante con que dotó en su paso por la saga Bourne) para hacer caja de un clasicismo maravilloso, cuando de brillo y majestuosidad a una película visualmente impecable y que aúna con eficacia la emotividad de su argumento (un veterano que malvive leyendo la prensa de pueblo en pueblo hasta que debe hacerse cargo de una niña huérfana criada por los indios) con escenas de impactante acción, no queriendo renunciar nunca a las fuentes de las que bebe, inspirándose a la vez que homenajeando al cine de Ford, Stevens y compañía.

Tom Hanks está inmenso, transmitiendo sólo con la mirada las cicatrices que lleva tanto en el alma como en el cuerpo, reflejo de una vida que no le ha tratado bien y que, ya en su ocaso, le da una segunda oportunidad. Es esta una película de supervivencia, como The road, de soledad, como Logan, de personajes huyendo de su propia oscuridad en un mundo crispado, reflejado de paso las carencias de una sociedad intolerante que, vista con lupa, no difiere tanto de la actual.

En fin, una pequeña joyita, tierna y amarga por igual, que me resulta incomprensible que e un año tan flojo como este no esté en la pugna por los premios importantes en los Oscar.

 

Valoración: Ocho sobre diez.

martes, 30 de marzo de 2021

Artículo: EL REGRESO DE LOS VAMPIROS

Decir que el año 2020 fue un año difícil y extraño no sólo no va a tener discusión por parte de nadie, sino que resulta incluso redundante. Lo que muchos no esperaban era que en el 2021 las cosas difieren más o menos igual.

En lo que respecta a mi vida personal estoy en una extraña montaña rusa emocional, aunque no me cabe la menor duda de que los elementos positivos van a superar con mucho a los negativos. Pandemias aparte, el año pasado se definió, por un lado, por la muerte de mi padre, cruel y traicionera. Por otro lado, la noticia de que mi pareja estaba embarazada colmó mis expectativas de felicidad hasta límites insospechados. Por fin iba a cumplir mi sueño de ser padre y lo iba a hacer de la mano de la mujer a la que amo.

Y luego está mi faceta literaria. Después de aventurarme en el mundo de la autoedición había conseguido que una editorial se fijase en mí y Mundo Muerto tuvo una nueva vida gracias a Célebre Editorial. Y tras una exitosa presentación en la prestigiosa librería Gigamesh (ahora que lo pienso, último acto social de mi pobre padre), la pandemia truncó todos mis planes. Tenía mi presencia confirmada en la feria del libro de Madrid, Valencia, presentaciones en Sant Jordi y hasta la edición de una portada especial para el Festival de Sitges. Y la idea de sacar a la venta un libro inédito antes de final de año.

Como digo, todo planes que terminaron en la papelera, de lo que sólo se pudo salvar un bonito pero insuficiente acto virtual en el día del libro.

Habiéndonos vuelto todos expertos en analizar curvas, sufrir PCR's y saber lo que son las burbujas sociales, encerrados el nuevo año con deseos de enmendar todo lo que quedó en el tintero en el pasado. Y eso se debía traducir, por mi parte, en la publicación de El hombre de trapo mataba por amor, cuya escritura había adelantado ya en redes sociales. Pero tampoco va a ser así y quiero explicaros los motivos:

En 2019, estando mi padre ingresado en el hospital (ese también fue un año algo convulso para nosotros, pero eso no viene a cuento ahora), emocionado él por lo mucho que le había gustado mi edición «personal» de Sanguijuelas, tomé la decisión de que quería, necesitaba incluso, rendirle un homenaje. Y dado que por aquel entonces estaba debatiéndome sobre cuál iba a ser mi siguiente novela (parecía que la continuación de Sanguijuelas era la opción más obvia), decidí que escribiría esa historia que tenía navegando por mi mente desde hacía ya años, ambientada en un pueblo de la España profunda y que en mi imaginación había tenido siempre las calles y casas de Bañuelos, en Guadalajara, su pueblo natal. No sería una novela sobre mi padre, pero sí dedicada en cuerpo y alma a mi padre.

Lamentablemente, no vivió lo suficiente para ver mi obra terminada, mucho menos publicada, así que el homenaje debía ser póstumo. Además, en Célebre Editorial estaban encantados con el manuscrito y todo estaba dispuesto para su publicación de cara a Sant Jordi 2021, el año de la resurrección, pero entonces me asaltaron las dudas. ¿El motivo? De nuevo el bicho, el maldito bicho. Estábamos cerrando acuerdos a mediados de febrero y las expectativas eran que se iba a poder celebrar, más o menos, la fiesta del día del libro, pero de las restricciones no nos íbamos a librar. Ni del miedo de mucha gente a volver a socializar con normalidad (de hecho, mientras escribo estas líneas, la situación ha vuelto a empeorar, así que todo son dudas y más dudas). Ya me dolió no haber podido hacer un funeral como mi padre se habría merecido. Quise reunir a familiares y amigos en una ceremonia pasado el teatro de alarma y fue imposible. Y parece que ahora que está a punto de cumplirse el primer aniversario de su marcha ni siquiera voy a poderle dedicar una misa en condiciones. Así que sólo me quedaba convertir la presentación de El hombre de trapo mataba por amor, su libro, en un encuentro improvisado donde todos los que lo queríamos darle un último adiós. Y ahí es donde me asaltaron esas dudas de las que os hablaba, pues no parece muy viable hacer una presentación en condiciones en breve, y mucho menos si, como espero, es ligeramente multitudinaria.

¿Qué solución nos quedaba? Pasar al plan B. Tras unas conversaciones con Ricard Pérez y Jesús Vera, manuscrito de Sanguijuelas por medio, estos entendieron de inmediato mis temores y entre los tres decidimos que quizá sí era mejor idea recuperar el primer volumen de la saga Guerras de Sangre. A todos nos habría gustado poder ofrecer algo inédito, que no estuviese «quemado» (aunque en honor a la verdad su vida en Amazon había sido más bien efímera), pero coincidíamos en que sacar una novedad sin el todo deseado no era la mejor idea.

Esta es, pues, la razón por la que mi nueva novela no es totalmente nueva. Espero que esto no os eche para atrás a nadie. Los que la han leído han quedado encantados con ella y las presiones para que termine cuanto antes su continuación me invita a pensar que los halagos son sinceros.

Así que ya sabéis, os invito a saciar vuestra sed de sangre de la mano de Sanguijuelas. No os decepcionará. Y por mi padre, no sufráis. Si Dios (y el bicho) quiere, en octubre tendrá su merecida fiesta.

Nos vemos en las librerías...

Visto en Movistar: LA LEY DE COMEY

Aunque estrenada a finales del año pasado, este inicio de 2021, con Trump agotado de su presidencia americana, es un buen momento para descubrir la mini serie La ley de Comey, estructurada en dos episodios de hora y media de duración pero que, por el motivo que sea, Movistar ha dividido en cuatro partes con una duración más convencional.

La ley de Comey parece concebida con las idea de lavar la imagen de James Comey, quien fuese director del FBI entre septiembre de 2013 y mayo de 2017, aunque la ficción se centra básicamente en su última etapa, en la que debió lidiar con la investigación a Hillary Clinton por el caso de los correos electrónicos y, por ende, con la victoria de (¡ojo spoiler!) de Donald Trumb en las presidenciales.

Aunque aquí el tema nos toca muy de lejos, parece que Comey fue acusado por la masa social como el culpable de que Trumb llegará a la Casa Blanca, por más que se limitará a hacer su trabajo lo mejor posible. Por ello, la serie se esfuerza en dejar bien clara su ideología política (y la de toda su familia) y su honorabilidad, definiéndolo casi como un santurrón con muchas similitudes con el Presidente Barney. De hecho, resulta difícil no pensar constantemente en El ala oeste de la Casa Blanca, y por lo tanto echar de menos la ametralladora verbal de Aaron Sorkin en los guiones.

Pese a ello, La ley de Comey se las apaña para explicar medianamente bien temas enfarragosos sin aburrir en ningún momento, pero peca de un partidismo tan poco disimulado que quita credibilidad al asunto. No es cuestión mía decidir quién es el bueno o el malo de la función (aunque cuesta imaginar a Trump como el bueno en cualquier argumento posible), pero el drama general que se vive en pantalla tras la victoria de este en las elecciones o el hecho de que no haya ni un republicano entre los protagonistas impiden que la experiencia didáctica resulta suficientemente satisfactoria.

Sí conviene destacar, y mucho, a Jeff Daniels como Comey y, sobre todo, a Brendan Gleeson como Trump. Sólo por ella ya se justifica el visionado.

Visto en Amazon Prime: LA FUERZA DE LA NATURALEZA

Siempre he pensado que hay tantos elementos a la hora de valorar una película que me resulta imposible encontrarlo todo tan perfecto u horrible para dar una valoración extrema, ya sea en forma de diez o de cero. Sin embargo, pocas cosas hay en La fuerza de la naturaleza capaces de defender mi postura, ya que no recuerdo un despropósito tan horrendo en años.

A sublime vista, el argumento podría recordar al de aquella película con Operación Huracán, de Rob Cohen, en la que unos atracadores intentan un gran golpe aprovechando que han desalojado un pueblo debido a la anegada de un fuerte huracán. Esta… «cosa» que tiene el dudoso honor de firmar Michael Polish, un tipejo cuyo mayor logro en la vida es el haberse casado con Kate Bosworth (la Lois Lane más olvidada de la historia del cine) a la cual ha enchufado en esta pantomima de película (¿o habrá sido al revés?), va más o menos de lo mismo pero pronto nos damos cuenta que lo de la tormenta perfecta es poco menos que una excusa para meter a un grupo de personajes, a cual más ridículo y estúpido, en un edificio en el que ofrecer una especie de correcalles disparatado y que no tiene el más mínimo sentido. Ni siquiera la presencia de algún rostro conocido, como David Zayas (el sargento Batista de Dexter) o Stephanie Cayo (Verónica en Yucatán) eleva el estado de ánimo, ambos muy por debajo de lo que se puede esperar de ellos.

Argumento simplón con diálogos horribles, situaciones grotescas y unas interpretaciones de pena confieren al film el privilegio de ser la peor película que he visto no sólo en este año, sino posiblemente en lo que llevamos de década. Y eso que me he tragado cada bodrio…

Así las cosas, uno se podría preguntar qué narices pinta Mel Gibson (sustituyendo al inicialmente previsto Bruce Willis) en todo este berenjenal. Pues está bastante claro: En peinar lugar, dar suficiente empaque a la carátula como para que yo mismo cayese en la trampa y me interesara por la película, estrenada directamente en Amazon Prime. En segundo lugar, cobrar su cheque, que es algo que nunca viene mal. Y por último, pasárselo a lo grande. Mientras el protagonista Emile Hirsch parece tomárselo todo muy en serio, consiguiendo sólo demostar sus limitaciones, Gibson parece tener en mente a un remiendo de Martín Riggs, iluminando la pantalla con su carisma cada vez que aparece y consiguiendo que no importe que su papel no tenga recorrido alguno.

En resumen, una tontera de película, aburrida y ridícula, que encina tiene el descaro de pretender aleccionar socialmente mediante un par de frases de pasada (se trata la violencia policial, el racismo y hasta a los nazis, pero como si no). No sé cómo lo habrán hecho estos tipos, tanto el director como el guionista Cory M. Miller, para que les paguen para hacer esto, pero como se decía antiguamente: «a picar en una mina los ponía yo».

 

Valoración: Dos sobre diez.

Visto en Movistar: LA BODA DE ROSA

Pese a haberse llevado dos premios Goya, se podría pecar que La boda de Rosa es una de las perdedoras de la pasada edición, ya que -a tanta de ver Ane- creo que es muy superior a Las niñas o Adú, lo que tampoco significa que sea una película redonda. Y es que realmente este 2020, por razones obvias, ha sido un muy mal año para el cine, sea español o no.

Dirigida por Iciar Bollaín (El olivo), la película es una comedia de trasfondo amargo sobre una mujer atrapada en una vida que la aprisiona. Acostumbrada a ser el mástil familiar al que todos se agarran (su padre viudo, sus dos hermanos, su hija), Rosa se da cuenta que para no enloquecer debe romper con todo y emprender una huida hacia delante que, necesitada de una ceremonia cargada de simbolismo, la llevan a decidir casarse contigo misma. Un proyecto de boda mal entendido por su familia y que dará pie a divertidas confusiones.

La boda de Rosa es como la plasmación de un libro de autoayuda en la que la protagonista busca simplemente un lugar donde poder gritar al viento su angustia sin que nadie la reclame para que le cuide a la mascota, sirva de recadera o haga de portera de los albañiles de su hermano. Algo muy humano y con lo que resulta fácil identificarse. Y ese es el gran truco de Bollaín, que en lugar de apostar por una comedia más alocada (no llegué a la carcajada en ningún momento) prefiere optar por la humanidad del personaje, de manera que podamos reconocer algún momento de Rosa en cada uno de nosotros. Por eso el concepto, a priori absurdo, de una boda con un solo participante, funciona perfectamente como catalizador de toda esa impotencia y ahogo que sufre la protagonista, brillantemente plasmada por Candela Peña.

En resumen, agradable canto a la vida que se disfruta con una sonrisa pese al deje de tristeza que se dibuja en Rosa durante gran parte del metraje y que consigue elevar el espíritu sin ser tan sensiblera como la mayoría de las feel movies de turno.

 

Valoración: Siete sobre diez.

Reflexiones: EL AÑO DE LOS NO PREMIOS

A los lectores más veteranos de cómics, más concretamente de Marvel, seguro que les vendrá a la mente una broma que se solía hacer en el correo de los lectores de Forum donde, tras lanzar una pregunta al aire, ofrecían un No Premio a quien supera la respuesta.

Pues bien, terminando ya el primer trimestre del año, de lleno en la temporada de ceremonias cinematográficas (algunas bastante tardías, debo reconocer), creo que ya se puede hablar del año de los No Premios. Y es que es tan baja la calidad media de las películas que por primera vez en mucho tiempo no me preocupé en absoluto por ver la retransmisión de los Goya (y lo poco que vi fue más por ver qué tal lo hacía como presentador mi adorado Antonio Banderas que por interesarme que ganara o dejará de ganar) y lo mismo me va a suceder con los Oscar. Así que ya aviso de antemano, este año no esperéis mi crónica habitual, no pienso perder sueño por ella.

Ya lo avisaba en enero del 2020, cuando El Panda Cinéfilo se convertía en Las cosas del Panda. El tiempo jugaba en mi contra y iba a poder ir menos al cine, con el riesgo de descuidar por ello el blog. Lejos de mi mente, en ese momento, la idea de una pandemia que iba a tener al ciudadano de a pie encerrado en sus casas durante casi tres meses, con las producciones cinematográficas paradas y los cines bajando las persianas. Paradojas de la vida, el tiempo transcurrido desde entonces ha sido, probablemente, el más activo desde el punto de vista del blog, aunque han sido las plataformas televisivas las que han salido en su rescate. Ha habido muchas películas, sí, pero pocas maravillas.

Pero volviendo al tenis de los premios, no todo es culpa del dichoso Covid. También está esa olla de gafapastismo que invade Hollywood (y parece extenderse por otras filmografías alrededor del mundo) que hace casi imposible imaginar una gala de premios en la que triunfe algún título del estilo de Titanic o El Señor de los Anillos. Que películas como Vengadores: Endgame no tengan un solo Oscar y bodrios como Moonlight sí es cosa de chiste. Y no se trata sólo de una cuestión de gustos personales. Imaginad, incluso si os gustó la película de Barry Jenkins, repasando dentro de diez o veinte años las películas con Oscar. Apuesto que al llegar a esta nadie la recordará siquiera, a no ser que en la tertulia esté el típico listillo que nos refresque la memoria diciendo algo como: «Sí, hombre, esa que la liaron con el sobre».

No quiero menospreciar a nadie, más cuando alguna de las favoritas, como Normadland, aún no se ha podido ver por aquí, pero está claro que el nivel está por los suelos. Ni siquiera la presencia de un Fincher va a servir para dar lustro a la ceremonia. Al fin y al cabo, su Mank es un film para streaming, en blanco y negro y sobre un personaje que la mayoría de los jóvenes de hoy no tienen ni idea de quién es.

Puede que se hubiese tenido que hacer un ejercicio de sinceridad y haber cancelado los grandes premios de este año. Si volvemos al cine español, Adú (¿alguien se acordaba de que era de este año?) o Las niñas no son nada del otro mundo, y La boda de Rosa tiene muchas virtudes, pero tampoco como para ser considerada una de las mejores películas del año (de cualquier otro año, claro).

Y como se suele decir que para muestra un botón. ¿Qué hay más sintomático que premiar a una película tan mediocre como La gallina Turuleca por el mero motivo de que no había otra?

Y no es que este reivindicando que se den previos a propuestas como 6 en la sombra o La vieja guardia, que tampoco es eso...

En fin, que este año, lo mejor sería dejar todos los casilleros desiertos. Pero como parece que eso de que «el show debe continuar» es un hecho, pues nada, a premiar lo primero que se nos ocurra…

Yo, lamentando mucho, por ahora me bajo de este tren. El año que viene, ya veremos...

sábado, 20 de marzo de 2021

Visto en HBO: LA LIGA DE LA JUSTICIA DE JACK SNYDER

Después de meses, si no años, de rumores, especulaciones y deseos, al fin la cacareada version cut de La liga de la Justicia que se etimología hacia completado Zack Snyder antes de su marcha forzada del proyecto ha visto la luz.

Cómo recordaréis, Snyder estuvo al frente del proyecto original en el 2017, pero tuvo que dejar el proyecto por causas no muy claras. Por un lado, se dice que abandonó destrozado por el suicidio de una de sus hijas adoptivas, pero parece también que en Warner no estaban muy contentos con el rumbo que estaba tomando la película y, aprovechando la coyuntura, le abrieron las puertas con la idea de que Joss Whedon enderezara el timón, dando más luz, humor y color al film. El resultado fue una especie de monstruo de Frankenstein que como producto palomitero resultaba entretenido pero como película era un completo desastre. Los devotos de Snyder, verdaderos fanáticos del estilo sombrío del director, montaron en cólera contra Whedon, acusándolo de ser el causante de todos los males del universo (pese a que parece que tampoco él tuvo la última palabra del montaje definitivo, que en esto de tropezar dos veces con la misma piedra los de Warner saben un montón, y tampoco se le puede acusar de desaguisados como el del famoso «bigote de Superman»).

Esto bien podría haber supuesto el final de la carrera de Whedon como director, amén del estrepitoso fracaso de la película (aunque las recientes acusaciones de abusos contra el director de Los Vengadores tampoco es que le vayan a ayudar mucho) y por ello, cuando corrió el rumor de que existía una copia completa de la versión de Snyder, la presión de las masas de fanáticos para poder llegar a verla fue brutal.

Al final, tras muchos dimes y diretes, confirmaciones y desmentidos, el señor Snyder se ha sacado un borrador que ha ido montando en su casa en su tiempo libre y se ha demostrado que sí era cierto que en el momento de su marcha la película estaba más o menos terminada. Y no sé si debido al fracaso en taquilla de Aves de presa (otro más) o por la necesidad de potenciar la plataforma de streaming de HBO Max, imprescindible en tiempos de pandemia, el caso es que en Warner han dado el visto bueno e incluso han inyectado una buena cantidad de dinero para mejorar el acabado final del film.

Con estos antecedentes, no sólo es necesario valorar la calidad individual de la nueva versión, sino que se impone el realizar una comparativa con la original, ya que en el fondo de eso trata la cosa, de saber quién es el gran culpable de la debacle de 2017.

Y por mi parte, teniendo en cuenta todas las apreciaciones que detallare a continuación, mi conclusión es que La liga de la justicia de Zack Snyder hace buena a La liga de la justicia de Josh Whedon. Y no porque sea mala ni inferior la de Snyder a la de Whedon, sino porque ha quedado demostrado que muchas de las cosas de las que se acusaba a Whedon no se las tenían que achacar a él, sino al director original.

Un inciso: dado que estamos hablando de una película que, a nivel argumental, es básicamente la misma que la de hace cuatro años, en el resto de mi comentario habrá todo tipo de spoilers, si es que en este caso se les puede considerar como tal.

De lo primero que habría que hablar es del humor. Cierto que Whedon mete muchos chistes en su reescritura de guion, ya sea por imposición de arriba o por ser fiel a su propio estilo. Lo que me extrañaba es que esto es algo que se le suele dar francamente bien, estando especializado en diálogos dinámicos y divertidos. Y lo cierto es que muchos de sus momentos sí funcionaban en la película. Lo que realmente chirriaba era, por ejemplo, el personaje insoportable y tontaina de Flash. Pues bien, ahora sabemos que ese era el Flash de Snyder. Incluso el chiste que muchos odiaron con respecto a Batman («¿Cuál es tu superpoder?», pregunta Flash; «Ser millonario», responde Batman) sigue estando en el Snyder' cut.

No todo es risa y cachondeo, y ya se puede corroborar (aunque era más o menos de dominio público), que la mayor escena de Batman de todo el CDEU es su lucha contra los parademonios, autoría en este caso de Whedon.

Entrando más de lleno en el guion, las diferencias principales están en el tramo final. En ambos casos Steppenwolf, el villano principal, tiene su base junto a un pueblecito cercano a Moscú, pero mientras Snyder apuesta por mantenerlo abandonado por culpa de la radioactividad la versión de Whedon estaba habitada. Esto daba pie a momentos ridículos, cierto, pero también a otros en los que se podía ver a los héroes haciendo cosas de héroes, es decir, salvando a gente. Es bien sabido que Snyder es más dado a gigantescas batallas llenas de ruido y explosiones y dejar que los actos heroicos transcurran en off.

El clímax final, epílogo aparte, también difiere bastante, ganando la batalla, esta vez, Snyder. Puede que indignado por el maltrato al que Superman ha sido sometido a lo largo de toda la saga, Whedon optó por cederle el protagonismo de derrotar con relativa facilidad a Steppenwolf, mientras que el Snyder' cut reparte el protagonismo entre todo el equipo.

Y eso sin entrar a valorar el propio final, ya que no es sólo una cuestión de visiones sino de objetivos (Whedon debía cerrar su película mientras Snyder plantea un epílogo modo cliffhanger con el que anuncia un futuro -sus planes incluían dos películas más- que casi con toda seguridad nunca llegaremos a ver).

Lo cierto es que al final la cosa no ha sido para tanto. Los añadidos de Snyder no es que cambien la cosa una barbaridad y ha habido más publicidad (algo engañosa, de hecho) que resultados. Ni rastro de Green Lantern, un Detective Marciano más anecdótico que otra cosa y un uso del traje negro más caprichoso que lógico.

En definitiva, ¿qué versión es mejor? Es cierto que la de Whedon es una mezcla extraña de dos estilos opuestos, pero algunas de sus aportaciones (esa carrera final entre Superman y Flash para comprobar quién es más rápido) son la esencia pura de los cómics. La de Snyder es completamente fiel a su estilo. Con planos que parecen literalmente copiados de las viñetas y la cámara lenta con la que acentúa los momentos dramáticos (se echa en falta, eso sí, la música de Hanz Zimmer), más tiempo para desarrollar a los personajes y una fotografía oscura y deprimente tan propia de su cine. Por ello, el veredicto es…

Que las dos son igual de malas. No dejan de ser dos caras de una misma moneda, con un guión absurdo y unos actores desganados. Al final, todo el tema de las cajas madre suena igual de ridículo en cualquiera de las versiones y el truco de resucitar a Superman me parece tan sacado de la manga como lo que hicieron en ese otro espanto llamado Wonder Woman 84. Flash es horrendo e insoportable y Cyborg (que en la nueva versión cuenta con mucho más metraje e importancia) me sigue pareciendo un llorón cansino, aparte de estar interpretado por un pésimo actor (al menos esa costumbre suya de decidirse a todo aquel que le mira mal ha garantizado que no volvamos a verlo interpretando a este personaje), Jason Momoa no es capaz de desprender ni la mitad de carisma que en Aquaman y Henry Cavill sigue sin ser el Superman adecuado (y no por culpa suya).

Y sigue sin convencerme el villano, pese a que en la versión dos tenga un mejor acabado digital. Eso de ser una simple avanzadilla de Darkseid le quita entidad, aparte de que ver al villano en las sombras aparecer de manera tan similar a la de Thanos en Guardianes de la Galaxia me parece una pifia. Sé que hay una gran controversia sobre si el Thanos del cómic es en realidad una copia «marvelizada» de Darkside, pero en el cine el titán loco llegó antes, y de eso no se puede dudar.

El fin, que comparaciones aparte, La liga de la justicia de Zack Snyder no deja de ser otro sindios propio de su director, cargado de imágenes majestuosas y luchas sin sentido, una oda a la destrucción cuyas escenas oníricas no bastan para camuflar la vacío de sus personajes, atormentados todos ellos,  pero que funciona como espectáculo y merecería haber sido vista en pantalla grande, ganando a la versión de Whedon en coherencia visual. Continúo pensando que Snyder es único trasladando grandes momentos de los tebeos en imágenes, pero sigue sin comprender el trasfondo de los cómics (ya lo demostró con su Watchmen). Y viendo la dirección hacia Injustice que tomaba su saga, tampoco a los directivos de Warner.

Y una vez dicho esto, os voy a revelar la gran verdad. Pese a toda la chapa que os estoy pegando, lo cierto es que estamos ante una gran mentira. No es posible comparar La liga de la justicia de Whedon con la de Snyder sencillamente porque la de Snyder no existe.

Me explico: Cuando Snyder aseguró que tenía un montaje de su film en su casa pidió la colaboración de algunos actores para grabar unos audios de cara a rematar la película. De ahí se pasó a decir que iba a filmar un par de tomas adicionales para lo que Warner le había cedido unos veinticinco millones de dólares y fijamente se ha sabido que el coste final de entre setenta y ochenta millones, con lo que el director ha contado con actores que no estaban en su primera versión ni se les esperaba, ha podido introducir cambios sabiendo ya, gracias a Whedon, lo que no funcionaba del otro film y ha retocado lo que le ha dado la gana. Así que puede que sí, que esta sea La liga de la justicia de Zack Snyder, pero desde luego, no es La liga de la Justicia que Zack Snyder habría hecho en 2017 (y que desde luego, no habría durado cuatro horas).

Así que si nos empeñamos en seguir haciendo comparaciones, lo más justo sería que le entregasen a Josh Whedon otros tantos fajos de billetes y le permitieran hacer su propio montaje original, que lo que se estrenó tampoco era cien por cien suyo.

¡Ay! ¡Qué bonito es el cine y que divertidas las quimeras…!

 

Valoración: Seis sobre diez.

viernes, 19 de marzo de 2021

Visto en Tele5: LA ISLA DE LAS TENTACIONES (o la entrada que nunca imaginarías poder ver por aquí)

Imagino que los que me conocen bien estarán alucinando un rato. Yo mismo lo hago. Y es que pese a que en la nueva andadura del blog que comenzó a principios de 2020 (antes de indicar siquiera lo que se nos venía encima) ya avisé de mis intenciones de ampliar mis pensamientos y reflexiones más allá del mundo del cine (cosa que tampoco hago muy a menudo, lo reconozco), lo que nunca imaginé es que un día me iba a apetecer hablar sobre algo como Laisla de las tentaciones.

Ya de por sí rechazo el concepto del reality show (a no ser que sirva para dar pie a cosas tan entretenidas como Dead Set o su aceptable remake brasileño). Sí que la curiosidad me llevó a interesarme por el primer Gran Hermano, dejándome engañar por aquello de que en realidad era una especie de experimento social (lo del edredoning vendría unas pocas ediciones más tarde), lo mismo que me dejé tentar por el primer Operación Triunfo antes de que fuese una simple fábrica de fotocopias musicales, pero cuando la cosa se empezó a desmadrar y Tele5 se convirtió en la reina (o reinona) de la basura televisiva inventando supuestos famosos para encerrados en islas, casas (fuertes) y demás, decidí no acercarme a ellos ni con un palo.

Pero la vida da muchas vueltas y en ocasiones te lleva por su propio camino. Compartir ilusiones, sueños y proyectos con otra persona equivale a compartir también tiempos catódicos, y aunque me mantengo en mis trece de negarme a ver debates donde Fulano, el hijo de la ex del marido de no sé quién aparece para despotricar de un tal Mengano, aquel que tuvo una aventura con la ex pareja de un cuñado de Zutano, sí me he dejado convencer para echar un ojo a uno de estos reallitys que tanto odio, en concreto la tercera temporada de La isla de la tentaciones, siempre limitándome a lo que es el concurso en sí, lejos de los posteriores análisis de «profesionales» en plató. Y debo confesar que he estado terriblemente enganchado al programa.

No voy a defender lo que siempre he criticado,  y sigo convencido de que hay un punto de guion detrás de todo el asunto, que desde las sombras se manipula a los concursantes (y por ende al propio espectador) a su antojo y que el caos de la programación es de vergüenza, con esos programas sin orden ni concierto que son cortados de manera supuestamente aleatoria sin ningún respeto por la audiencia.

Sin embargo, si se es capaz de escarbar entre todo eso, tal y como lo hace el cerdo entre la mierda en busca de trufas, es posible encontrarse con una pequeña joya audiovisual.

Pero es posible que alguno de los que estáis leyendo esto no viva en este mundo y no sepáis de qué narices va esto de La isla de las tentaciones, así que permitir una pequeña interrupción para resumirlo brevemente. El tema es reunir a una serie de pipiolos supuestamente enamorados y llevárselos a una isla paradisíaca donde se alojarán, chicos y chicas por separado, en sendos casoplones de imponentes piscinas y atractivos paisajes. Allí, deberán convivir con un grupito de solteros (chicos para ellas, chicas para ellos, of course), que son las llamadas tentaciones, con el objetivo de poner a prueba ese amor que se supone los ha llevado hasta allí. Con Sandra Barneda, periodista radiofónica reconvertida en maestra de ceremonias de aspecto pétreo, el programa, a simple vista, me parecía un ejemplo de la decadencia moral de nuestra sociedad, rindiendo culto a los adonis de pectorales esculpidos en tintes de tatuaje y muñecas en tanga de escotes imposibles. Una oda a la promiscuidad que, lejos de ser un nuevo ejemplo de experimento social, como pretenden hacernos creer, es un simple truco para invitar a la infidelidad y organizar bacanales en tributo a la carne.

Pero mientras dudaba entre si debía escandalizarme o deleitarme con las vistas, descubrí el secreto del programa y cómo debía entenderlo. Nada de concursos, nada de experimentos, nada de pruebas. Esto se debe entender, y disfrutar, como si de un serial televisivo se tratase. Yo, que me he criado en la edad de oro de las telenovelas americanas (Falcon Crest, Dinastía, Dallas) hasta que fueron sustituidas por los culebrones latinoamericanos que han derivado en los folletines turcos actuales, he sabido reconocer en La isla de las tentaciones ese tono de serie de ficción que me ha permitido disfrutar al fin del invento. No digo que eso de para mucho (ni siquiera estoy seguro que me vaya a interesar la cuarta edición del programa), pero al menos en esta tercera temporada he caído rendido.

¿En qué me baso para reconvertir un reality en una serie de televisión? Voy a tratar de explicarlo:

En primer lugar, tenemos el argumento. Tanto insistir Sandra en que esto es una experiencia que no puedo dejar de imaginarme la típica película en la que un grupo de niñatos se embarcan en una aventura en algún lugar remoto en busca de una experiencia que cambie sus vidas drásticamente. La mediocre Fantasy Island puede ser un ejemplo de ello.

Luego tenemos a los personajes. Un puñado de guapos y guapas que parecen salidos de cualquier serie de la CW aunque con una lujuria más propia de la HBO. Al principio parecen simples cuerpos, pero a medida que los vamos conociendo más a fondo es fácil simpatizar con unos y odiar a otros. Cómo su estuviesen elegidos con toda la intención del mundo, tenemos un reparto perfecto, dentro de los estándares físicos que exige la causa: el chulo, el follarín, el romántico, el manipulador, el paranoico, el cornudo… (sirvan estos modelos de conducta para ambos sexos, desde luego). Hay un detalle que me hizo pensar, con una sonrisa, en mi adorada Perdidos: aquí, como en la serie creada por J.J. Abrams, tenemos a un grupo de personajes encerrados en una isla paradisíaca, pero sólo unos pocos de ellos van a destacar, mientras que otros son meros secundarios fáciles de olvidar. Sin embargo, cuando menos te lo esperas, uno de esos personajes con el que no contabas para nada da un paso al frente y revoluciona el gallinero (estoy pensando en Lara, que de no ser nadie a pasado a ser la gran amenaza en la sombra para Stefany). ¿Y qué hacen en toda serie que se precie para evitar el agotamiento? Introducir personajes nuevos y eliminar a aquellos que no están funcionando. Eso mismo sucede en La isla de las tentaciones, donde la entrada de Fiama se asemeja a cuando en una sitcom grabada con público en directo se abre una puerta, aparece una estrella invitada y todo el mundo empieza a aplaudir.

Hay otro detalle que une el reality con las ficciones televisivas. Si hay algo que aterra al buen fan de una serie es la amenaza de spoilers (y la gente que ha devorado Bruja Escarlata y Visión –serie con la que ha coincidido en el tiempo- a las nueve de la mañana para evitarlos es una buena prueba de ello). Y de eso tampoco ha andado corto La isla de las tentaciones, que debido a la diferencia entre el tiempo entre que se realizó y se emitió hizo que la filtración de unos vídeos subidos de tono de Marina y Lola (cada una con su respectiva tentación, no vayáis a pensar mal) dio pie a un morbo añadido y cientos de especulaciones.

No voy a decir que tenemos también unos diálogos brillantes (Aaron Sorkin no se acercaría por aquí), pero es inevitable que han quedado frases para la posteridad. No están a la altura de «A Dios pongo por testigo que no volveré a pasar hambre» o «Este puede ser el principio de una hermosa amistad», pero el «Manué, la manita relajá» o «Esta noche, carricoche» pasarán a formar parte de la historia audiovisual de este país. Igual que el eslogan publicitario que debería decorar el cartel de la producción, la aterradora frase de «Hay imágenes para ti».

Pero no os penséis que todo son detalles comparativos, pues estoy dejando lo mejor para el final: las subtramas. Si pensáis que esto iba sólo de saber si las parejas iban a superar su prueba de amor o se iban a quebrar por culpa de alguna tentación, estáis muy equivocados. Aunque el formato puede parecer poco apropiado para dar mucho juego, hemos sido testigos de triángulos amorosos, dobles parejas y, aunque personalmente he tenido el corazón en un puño por saber cómo saldrán de la isla Raúl y Hugo, ¿quién iba a imaginar que el momento más emotivo de todo el programa estaría protagonizado por un perrete? Y luego está el tema de la intriga, que está manejada con inteligencia al permitir que el espectador siempre va por delante de los propios protagonistas, tal y como le gustaba hacer al mismísimo Hitchcock. A mi me meten un asesinato por en medio, y ya tengo el culebrón perfecto…

La isla de las tentaciones 3 ha estado plagada de romances, tradiciones, arrepentimiento, ejercicios de redención, lealtad; ha tenido sexo, lágrimas, pasión, pero por más que nos encontrarnos con algún momento cumbre, de esos que te dejan con la boca abierta, los «guionistas» se las apañaban para superarse al momento, logrando incluso que cada pudieran terminase con un cliffhanger que te obligará a estar pendiente del siguiente programa, de la próxima noche de hoguera o, Dios no lo quiera, de una hoguera de confrontación. Así hasta acercarse al clímax final (de nuevo estropeado por la mala emisión programada por Tele5), donde la noche de la despedida, lo que debía ser una fiesta descontrolada, el drama recorre ambas villas con giros finales inesperados y actos propios de vodevil.

Un detalle: como en la película Todo el dinero del mundo, un tentador fue eliminado del montaje final por unas acusaciones de abusos sexuales, aunque no fue sustituido por nadie como sí le pasó a Kevin Spacer. Eso sí, su ausencia dejó algo cojo el desenlace final.

Y, como en toda serie que se precie, aquí también tenemos unos cuantos villanos. Algunos justifican sus actos (Manuel hace lo que hace «porque le sale del corazón», Lola lo hace «porque está tratando de averiguar quién es»), otros son simplemente rastreros (cómo odié a Susan y Toni después de la hoguera de las tentaciones) y los de la peor calaña se definen por una arrogancia y chulería exagerada (ese Lobo arrogante y vacilón que redefine el concepto de que a las niñas les gustan los chicos malos). Aunque en el fondo el gran villano, aquel que maneja los hilos cual macabro titiritero, el gran hermano que todo lo ve, es el equipo de producción con Sandra como cabeza visible. Es ella quien tiene el poder de decidir el futuro de la mayoría de las parejas. Al fin y al cabo, las imágenes que muestra a cada uno de sus respectivos son claramente intencionadas y pueden decidir hacia donde desequilibrar la balanza.

No os llevéis a engaño. Aunque puede que no sea tan rotundo como Javier Gutiérrez, sigo pensando que estos programa son una basurilla y que Tele5 malvive de ellos y de otros programejos de naturaleza más apestosa alrededor del destripamiento de algunos personajes de la salsa rosa, pero gracias a haber descubierto un enfoque diferente de ver La isla de las tentaciones he llegado a engancharme por completo. Además, como van a hacer con Dexter, como hiciera Spider-Man: Lejos de casa para revelar las consecuencias del chasquido de Thanos, La isla de las tentaciones también nos va a permitir conocer las consecuencias de lo vivido en la isla gracias a El reencuentro. Algo que la mayoría de películas romántica no nos ofrece tras el consabido happy end.

Desde el punto de vista sociológico, puede que el invento sea eficaz y sirva no sólo para que los concursantes afectan a conocerse y se enfrenten a sus miedos y dolores mientras los demás comprobamos como cambian las historias según el punto de vista de cada cual (eso sí, no recomiendo el programa a ninguna feminista declarada, podría pasar mucha vergüenza ajena), pero yo prefiero quedarme sólo con la diversión. Y doy fe de que me he divertido. No sé si esto tendrá mucho de reality, pero desde luego, de show sí.

Visto en Amazon Prime: RICHARD DICE ADIÓS

El éxito de Johnny Depp en los últimos títulos parece estar en sus horas más bajas. Apartado de la saga de Piratas del Caribe y echado de la de Animales fantásticos, ni siquiera su fiel aliado Tim Burton parece contar ya con él. Eso sin mencionar los diversos escándalos y acusaciones que salpican su vida privada. Es por ello que el actor ha tenido que refugiarse en producciones de bajo presupuesto con personajes carentes del maquillaje que habitualmente lo disfraza para volver a demostrar lo buen actor que es.

Uno de sus últimos trabajos (está fechado en 2018, pero es ahora cuando ha llegado a España de la mano de Amazon Prime) es Richard dice adiós, rocambolesca traducción del original The professor en un absurdo ejercicio de metacine sobre los traductores han querido acordarse del anterior film del director y guionista Wayne Roberts, Katie says goodbye.

Richard dice adiós trata sobre la muerte y la mejor manera de enfrentarse a ella. No es, ni mucho menos, la primera vez que el cine refleja una enfermedad terminal, y aunque los títulos más recordáis sea dramas más o menos adolescentes tipo Love Story, Bajo la misma estrella o Antes de ti, que reflexiva sobre la enfermedad casi desde un punto de vista romántico, tampoco son pocos los títulos que se dedican a analizar qué hacer con los pocos meses de vida que quedan y cómo aprovecharlos mejor, ya sea en clave de comedia (Joe contra el volcán), drama familiar (Mi vida) o como alegoría a la amistad (Ahora o nunca).

El Richard del título es un profesor universitario de lengua al que comunican que padece cáncer de pulmón en un estado tan avanzado que es ya incurable. Renunciando a un tratamiento que lo más que haría sería alargar unos meses su sufrimiento, el protagonista decide poner algo de orden en su vida actores de robarse un año sabático y entender un viaje a ninguna parte.

La amistad, la relación con su hija, su farsa de matrimonio… son muchos los tópicos que aquí se reúnen para dar suena al epitafio en vida de Richard. Para ello, Roberts se podría haber fijado en el millón de películas que tratan sobre el duelo y la muerte, pero en un ejercicio de descarada pomposidad prefiere verse reflejado, de manera casi insultante, en la excelsa El club de los poetas muertos. Así, una vez consciente de su propia mortalidad, Richard se convertirá en ese profesor molón y desafiante que a todo estuviste le habría gustado tener, un transgresor excéntrico y descarado, obsequiado al espectador con las perlas de sabiduría de un director que, sin embargo, no es capaz de crear unos diálogos que, aunque ágiles, no están nunca a la abrirá de sus pretenciosas intenciones.

Se agradece al menos que no caiga en el sentimentalismo ni busque (casi nunca) la lágrima fácil, aunque la película no alcanza nunca la intensidad buscada y se pierde en una mezcla entre drama y comedia que sólo se salva por el carisma de un Deep recuperado para la causa. No llega a aburrir, pero tampoco emociona ni alecciona lo suficiente.

 

Valoración: Cinco sobre diez.

martes, 16 de marzo de 2021

Visto en Movistar: COLOR OUT OF SPACE

La historia de Richard Stanley es francamente peculiar. Director de medio pelo a principios de los noventa tuvo su gran oportunidad con La isla del doctor Moreau, en 1996, con Val Kilmer y Brandon Marlo, entre otros, a sus órdenes, pero fue bruscamente despedido y no había vuelto a trabajar hasta ahora.

Color out of space es la adaptación de un relato de Lovecraft que por estas fuertes se publicó como El color que cayó del cielo. Se suele decir que Lovecraft es un escritor imposible de adaptar, y auque no haya nada imposible en esta vida, lo cierto es que todo lo que podemos encontrar basado en su obra es, en el mejor de los vais, un desastre. Aún estamos a la espera de que algún día se haga realidad aquel proyecto de En las montañas de la locura, club dirección de Guillermo del Toro, producción de James Cameron y actuación de Tom Cruise. Un sueño que nunca se hará realidad.

Como sea, debemos conformarnos con acercarnos al Universo del escritor mediante las referencias de la obra de culto de John Carpenter, En la boca del miedo, muy inspirada también en Stephen King y otros ilustres de la literatura del terror.

Así las cosas, esta paranoia psicotrópica con un desquiciado Nicolas Cage y unos efectos visuales sencillos pero efectivos es, posiblemente, el mejor Lovecraft que vamos a poder encontrar en el cine. No es una obra perfecta, dista mucho de serlo, de hecho, pero contiene suficientes elementos perturbadores como para alcanzar un nivel mínimo. Ambientada en la actualidad, algunos de sus contras cabe encontrarlos en el desarrollo de personajes, que a la que se distancia e la familia protagonista afectada por un extraño meteorito de color imposible que cae en sus tierras pierde fuerza. Esto se debe, en parte, al hecho de que el personaje del científico, que en la obra original es quien cuenta la historia en primera persona, aquí entra y sale de la trama sin mucho atino, maltratando ligeramente el ritmo de la continuidad.

Muy heredera de las películas de terror de vídeo club de los ochenta, rememora un tipo de cine ya extinto, y sólo por eso merece la pena darle una oportunidad.

Extraña, inquietante y muy loca, Color out of space es una anomalía fílmica al servicio de Nicolas Cage que parece encontrarse en su salsa en este tipo de tortura psicológica familiar.

 

Valoración: Seis sobre diez.

Visto en Netflix: EL DÍA DEL SÍ

Habitualmente las comedias familiares me suelen dar algo de rechazo, más desde que la presencia de Jennifer Gardner no es para nada sinónimo de garantía. De hecho, en ese cine edulcorado y excesivamente infantil es donde se ha estancado la antaño protagonista de obras más o menos de culto como feo la serie Alias, y cuya carrera empezó a estrenarse con el tropiezo de Elektra, un desastre del que no se la puede considerar culpable.

Sin embargo, El día del sí, el último estreno de Netflix, sub sin ser nada del otro mundo, consigue vencer en su empeño de ser divertida pese a la blancura de su tratamiento. Más familiar no puede ser la cosa: unos padres, agotados de ser siempre « los malos de la película» a ojos de sus hijos aceptan otorgarles un día completo en el que deberán decirles que sí a todo. Naturalmente, los niños aprovecharán esa jornada para abusar de la buena fe de los progenitores y, naturalmente, tras una serie de fracasos y lágrimas (tampoco muchas, no se asusten), la cosa se va a encauzar, demostrando que la familia lo es todo, que hay que hacer caso a los padres y que estos pueden molar aunque estén obligados a poner ciertos límites. Lo de siempre en una comedia familiar, vamos.

No obstante, y sin que se le puede pedir devastado, el director Miguel Arteta y el guionista Justin Malen se las apañan para que el ritmo no decaiga en ningún momento, las peripecias sean suficientemente entretenidas y la obra funcione como un tiro.

Es de esas películas que hay que saber a lo que te enfrentas, pero ahí aceptar la propuesta permite pasar un rato entretenido ante la pantalla.

Y si es con la facilita, mejor.

 

Valoración: Seis sobre diez.

Visto en HBO: CONFINADOS

Doug Liman es un realizador efectivo acostumbrado a la acción que tiene en su haber su paso por la saga Bourne, ser responsable de la unión entre Brad Pitt y Angelina Jolie, o, en intento de rescatar a Hayden Christensen de su estigma galáctico,  la fallida Jumper. No fue hasta cruzar sus pasos con Tom Cruise (Al filo del mañana, Barry Seal) que empezara a ser tomado totalmente en serio. Es por ello que Confinados es una rara avis en su filmografía, un capricho que cuenta, además, con el reputado Steven Knight (Aliados, Millenium: lo que no te mata te hace más fuerte, Serenity) como guionista.

Seguramente se trate de un proyecto nacido del aburrimiento durante el estado de alarma, y lo peor es que esa es la sensación que produce la película, auspiciada por HBO, al verla. Si se echa un ojo a su argumento, la cosa parece ir de un atraco aprovechando el desvinculado causado por la pandemia (vamos, algo parecido a lo que se propone Operación: Huracán o Army of the dead, cada una en sus propias circunstancias), pero nada más lejos de la realidad. Se trata tan sólo de una excusa para que la mínima trama avance en alguna dirección, cuando lo importante de verdad es la situación personal entre los protagonistas (correctos pero poco más, Anne Hathaway y Chiwetel Ejiofor). Es, por lo tanto, un drama intimista sobre una pareja en crisis cuyos problemas se acentúan con el confinamiento obligado. No es la primera vez que se plantea una película desde la intimidad de una casa (me viene a la cabeza la excelente Un Dios salvaje, de Polanski), pero ni Liman ni Knight saben tocar las claves correctas para que los diálogos o el desarrollo de personajes sean suficientemente atractivos.

Así, como película, habría que calificarla como irregular, invitando casi al hastío. Sin embargo, tiene un mérito más allá del estrictamente cinematográfico que me invita a concederle el aprobado justo. Y es que después de una situación tan surrealista e inédita como la que hemos vivido durante el confinamiento del estado de alarma, verlo reflejado en pantalla provoca una proximidad extraña, recordándonos lo global de la epidemia. Cierto es que veo un exceso de normalidad en las escenas finales (las mascarillas son relativamente minoritarias), pero también hay que recordar que en esos días todo era muy confuso y desconcertante.

Las conversaciones (ya sea laborales o con amigos) en video llamada, las calles desiertas o los artistas callejeros improvisando livianas distracciones a sus vecinos hermana el film con la mayoría de espectadores más de lo que lo pueda hacer, en este sentido concreto, Borat, película film secuela, quizá porque en los USA todo se vive de otra manera.

En fin, que puede quedar como retrato de una época pero muy limitada en sus pretensiones.


Valoración: Cinco sobre diez.

Visto en Movistar: LAS NIÑAS

Una de las triunfadoras de los recientes Goya, película revelación del año, mejor directora novel y bla, bla, bla…

Las niñas es una película interpretada por un puñado de crías que están muy bien haciendo el papel de niñas, que corren sus aventurillas como cualquier otra niña de la época y… nada más.

Dirigida por Pilar Palomero, Las niñas es la nueva película vacía y sin nada que aportar al lenguaje cinematográfico más que la necesidad de su directora de plasmar sus recuerdos ser la infancia en pantalla grande, como si a alguien más que a ella le tuviese que importar.

Filmada en formato 1.37:1, lo que se traduce en una sensación de gafapastismo y poco más (vamos a ver, el formato puede ser útil como parte del lenguaje, para plasmar una sensación de claustrofobia, muy bien reflejada en El hijo de Saúl, pero es este caso sólo sirve para aparentar una pretenciosidad insoportable), que junto a planos de cogote (otro ejemplo de casos directores «modernillos» que pretender ser más protagonistas que los actores o el guionista (e el supuesto de que lo hubiese) demuestran las intenciones ser la película. Seguramente los que la defiendan reflejarán su increíble realismo, y eso no lo puedo negar. Es casi como si se pusiera una cámara pegada a la niña protagonista y se filmara todo lo que hace en su vida cotidiana. Algo parecido a otras peliculillas menores que la crítica ha aplaudido (me gustaría saber cuántos de esos críticos las han visto enteras sin cabecear) como Estiu 1993 o Els dies que vindran. Pero una vez más olvidan que esto es cine, sinónimo de fantasía, espectáculo, diversión. Y una cosa es hacer un drama con conciencia social y otra muy diferente es retratar la vida cotidiana sin un desarrollo ni una historia. Al final (y no me vengan con que el tema del canto es una metáfora que lo redondea todo), la directora planta el fin cuando le apetece y nos quedamos todos tan panchos. Y ni siquiera me vale la excusa de buscar una identificación mediante el recuerdo o lo bien que festeja los ecos de una época. Desconozco cómo fue la infancia de Pilar Palomero, pero yo viví como adolescente la misma época que refleja el film (con algún año más que la protagonista) y no reconozco el paisaje. Se ve que ese exceso de conservadurismo ultra católico pasó de largo por mi barrio.

En fin, película aburrida, que sólo se sostiene por la simpatía que puedan despertar las protagonistas, cuyos aplausos críticos me resultan totalmente incomprensibles. Cómo la nominación al Goya de Natalia de Molina (y aquí no soy sospechoso de nada, mil veces he declarado lo que me encanta esta actriz, pero es que aquí no tiene papel ni tiempo para lucirse). Esta es una de esas películas que arrasa en festivales pero que, en un año normal (2020 y 2021 no cuentan para nada) serían totalmente ignoradas en los rankings de taquilla.

 

Valoración: Cuatro sobre diez.

jueves, 11 de marzo de 2021

Visto en Netflix: CENTINELA

Acostumbrados a la típica comedia gala cortada casi siempre por el mismo patrón, Netflix parece ser un buen refugio para descubrir que el cine francés también sabe apostar por la acción, más allá de todo lo relacionado con Luc Besson. En los últimos tiempos nos han llegado títulos como La bala perdida, La bestia o Bronx, y del que ahora llega Centinela. Dirigida por Julien Leclercq, Centinela es una nueva cuenta de tuerca al tema de los justicieros urbanos con traumas familiares, esos que Charles Bronson o Chuck Norris convirtieron en un arte y que en tiempos más recientes pueden tener el rostro de Dezel Washington (The Equalizer), Bruce Willis (El justiciero) o Liam Neeson (Venganza), con la salvedad de que en esta ocasión tiene rostro femenino.

Realizada a mayor gracia de Olga Kurylenko, Centinela narra la historia de una mujer que, tras una serie de misiones militares en Siria regresa a su Niza natal para encontrarse que su hermana pequeña es violada y su agresor va a poder irse de rositas. Ahí es cuando decide tomarse la justicia por su mano.

Quizá por ser una producción francesa, Leclercq parece empeñado en distanciarse de los tópicos americanos, apostando por el factor dramático e insistiendo en los traumas que Siria causó en la protagonista, a la que nos muestra como ligeramente desequilibrada antes incluso de la violación de la joven. Eso no significa que renuncie a la acción, presentando una violencia cruda y cuando a la fotografía del film de una frialdad y un feísmo algo incómodos.

Sin embargo, el director fracasa a la hora de dotar de algo de interés a sus personajes, pues apenas sabemos nada de ellos más allá de cuatro pinceladas sobre la protagonista (que tampoco es que den para mucho). No nos da la oportunidad de conocer a los compañeros militares, coger cariño a la hermana o despreciar siquiera al villano, lo cual provoca un distanciamiento que a la postre resulta fatal para la película. Su ritmo lento no llega a aburrir, aunque poco le falta, y al final se termina por ver más por saber cómo acaba la cosa que porque realmente interese mucho lo que suceda con los personajes. Es como si la indecisión entre apostar por el drama o la acción hicieran que quedase en tierra de nadie, fracasando en ambos terrenos.

Al menos la Kurylenko cumple en el rol de bancaria atormentada y saca adelante su personaje pese a lo poco que tiene para desarrollarlo.

En resumen, una película mal definida que se deja ver pero sin cumplir con las expectativas.

 

Valoración: Cinco sobre diez.

Visto en Amazon Prime: BORAT: PELÍCULA FILM SECUELA

En 2006 el actor Sacha Baron Cohen se hizo mundialmente famoso con la película Borat, en la que daba vida a un reportero de Kazakhstán recorriendo Estáis Unidos. Filmada como si se tratase de un documental real, hacía una terrible sátira de la sociedad americana que era retratada, sin conocimiento previo, en una colección de situaciones tan incómodas como esperpénticas.

El actor y guionista, sin embargo, siempre se ha servido atraído por los excesos (sólo ahora está demostrando su capacidad para registros dramáticos, como demuestra su participación en El juicio de los siete de Chicago), siendo la mayor prueba de su mal gusto la película Agente contrainteligente, con un tipo de humor con el que no suelo comulgar. Por eso, no fui de los que cayeron rendidos a los pies de su Borat, que entiendo que es algo aplaudible como experimento y que crea a un icono cinematográfico innegable, con tanta fuerza conceptual como nuestro Torrente, pero como película no me pareció más que un chiste de dudoso gusto.

Por ello, no esperaba absolutamente de esta secuela, que consideraba un mero ejercicio de buscar un éxito asegurado por más que el autor se detuviera poco menos que el salvador de la democracia.

Pero o bien Sacha Baron Cohen ha madurado o, simplemente, ha aprendido, pues lo cierto es que he llegado a disfrutar bastante con esta bufonada que destripa de nuevo el espíritu americano con una mala leche insólita y una corrosión que redunda en todo lo políticamente incorrecto.

Puede que la clave que diferencia la primera película con esta Borat: película film secuela sea su estructura. Mientras el film de 2006 era una sucesión de gags en una road movie justificada por la búsqueda por parte de Vida y de la ex vigilante de la playa Pamela Anderson, aquí la trama está mucho más trabajada. Con dos escenarios terribles como telón de fondo (la presidencia de Donald Trump y la pandemia provocada por el covid-19), esta secuela de Borat se atreve a ponerse seria al analizar la relación paterno filial de Borat, aprovechando para lanzar un mensaje de comportamiento femenino.

No es que Cohen no recurra a algún que otro momento de escatología de dudoso gusto (momento baile de la fertilidad, por ejemplo), pero parece mucho más comedido que en otras ocasiones, permitiendo que la incomodidad no recaiga en el espectador sino sobre los pobres incautos a los que atraía con su red, haciendo un generoso muestrario de la estupidez humana (tampoco debemos caer en la trampa de pensar que sólo los republicanos son estúpidos), poniendo de prueba, de paso, al público que debe aceptar el humor ácido pero inteligente de las situaciones aún a riesgo de poder verse reconocido en alguna de ellas.

Y eso sin mencionar el genial giro final que desvela uno de los interrogantes más repetidos de los últimos tiempos.

En resumen, que siendo tan incómoda y crítica como la anterior, ha sabido evolucionar para bien, poniendo el dedo en la llaga sin remordimientos pero sin ensuciar la sátira con el exceso de chistes de cacas y penes habituales en él. Y, de regalo, nos presenta a una actriz de mucho futuro, Maria Bakalova, con quien Cohen demuestra una gran química. Otra cosa es que merezca el Globo de Oro a la mejor comedia del año, pero puede que ahí haya un mensaje político más que artístico…

 

Valoración: Siete sobre diez.

Visto en Netflix: LOCO POR ELLA

Aunque su filmografía diste mucho de ser perfecta, Dani de la Orden ha resultado ser uno de los directores más solventes de este país, siendo capaz de estrenar una película nueva cada año (sólo se le escapó el 2017, en el que estaba liado con la serie Élite). Se trata de un realizador de gran sensibilidad y valioso toque agridulce, que me tiene enamorado desde que debutó, en el mercado catalán, con su binomio de Barcelona, nit d'estiu y Barcelona, nit d'hivern, y que me funciona mejor en películas pequeñas e intimistas que en comedias de altos vuelos.

Loco por ella llega de la mano de Netflix, pero lo hace con una aparente sencillez que aleja el film de esas comedias algo artificiales y esquemática como fueron El pregón y, sobretodo, El mejor verano de mi vida, para mí su película más floja y donde sólo me funcionaba el aspecto más sensible de la trama.

En Loco por ella regresa al género romántico proponiendo la difícil relación de una pareja que tras una noche loca deciden seguir cada uno por su lado sin ataduras ni obligaciones. Pero claro, las cosas no son siempre tan sencillas y Adri, el personaje al que da vida Álvaro Cervantes, no puede evitar enamorarse de la impulsiva y excéntrica Carla (Susana Abaitua). Lo malo es que cuando consigue localizarla descubre que está ingresada en un hospital psiquiátrico y la única manera de estar con ella es consiguiendo que lo ingresen también a él.

Esta es una de esas películas de concienciación social que tengo gusta calificar como «necesaria», que aprovecha su historia romántica, tampoco excesivamente original, para presentar a una serie de secundarios con diversas enfermedades mentales. Así, resulta muy tentador compararla con ese gran éxito (incomprensible para mí, más allá de por las buenas intenciones) de público y crítica que fue, hace unos años, Campeones. No obstante, nunca llegué a comulgar con el tono de comedia de la película de Freser, tan esperpéntica que rozaba el ridículo y dificultaba mi empatía con los protagonistas con discapacidades mentales. En la película que nos ocupa, sin embargo, el catálogo de enfermedades que presentan los secundarios, casi el mismo repertorio visto en Toc toc, es tratado con sumo respeto, consiguiendo que cada uno de ellos inspire ternura e invitando a la comprensión. De hecho, aunque sus peripecias por el psiquiátrico resultan muy divertidas, nunca se trata de usarlos como referente cómico, siendo la situación más hilarante y loca la protagonizada, por contraposición, por el jefe de Adri, un imbécil en potencia al que da vida Alberto San Juan. Cierto es que el argumento gira principalmente en todo a Adri y Carla y se echa en falta algo de tiempo para conocer más a fondo al resto de internados, pero con la subtrama protagonizada por Luis Zahera basta y sobra para emocionarnos y sobrecogernos.

Se puede reprochar que en el fondo se recurra a las mismas situaciones y giros típicos de las comedias románticas, y tampoco creo que Dani de la Orden se esfuerce por evitarlo, resaltando cada emoción con esas canciones tan habituales en su filmografía, pero al final logra salirse con la suya en su pretensión de divertir y emocionar, provocando la lagrimita cuando se lo propone.

Loco por ella es previsible y rompedora a la vez, y se las apaña muy bien para enamorar sin complicarse demasiado.

 

Valoración: Siete sobre diez.