Pese a haberse llevado dos premios Goya, se podría pecar que La boda de Rosa es una de las perdedoras de la pasada edición, ya que -a tanta de ver Ane- creo que es muy superior a Las niñas o Adú, lo que tampoco significa que sea una película redonda. Y es que realmente este 2020, por razones obvias, ha sido un muy mal año para el cine, sea español o no.
Dirigida por Iciar
Bollaín (El olivo), la película es
una comedia de trasfondo amargo sobre una mujer atrapada en una vida que la
aprisiona. Acostumbrada a ser el mástil familiar al que todos se agarran (su
padre viudo, sus dos hermanos, su hija), Rosa se da cuenta que para no
enloquecer debe romper con todo y emprender una huida hacia delante que,
necesitada de una ceremonia cargada de simbolismo, la llevan a decidir casarse
contigo misma. Un proyecto de boda mal entendido por su familia y que dará pie
a divertidas confusiones.
La boda de Rosa es
como la plasmación de un libro de autoayuda en la que la protagonista busca
simplemente un lugar donde poder gritar al viento su angustia sin que nadie la
reclame para que le cuide a la mascota, sirva de recadera o haga de portera de
los albañiles de su hermano. Algo muy humano y con lo que resulta fácil identificarse.
Y ese es el gran truco de Bollaín, que en lugar de apostar por una comedia más
alocada (no llegué a la carcajada en ningún momento) prefiere optar por la
humanidad del personaje, de manera que podamos reconocer algún momento de Rosa
en cada uno de nosotros. Por eso el concepto, a priori absurdo, de una boda con
un solo participante, funciona perfectamente como catalizador de toda esa
impotencia y ahogo que sufre la protagonista, brillantemente plasmada por
Candela Peña.
En resumen,
agradable canto a la vida que se disfruta con una sonrisa pese al deje de
tristeza que se dibuja en Rosa durante gran parte del metraje y que consigue
elevar el espíritu sin ser tan sensiblera como la mayoría de las feel movies de turno.
Valoración: Siete
sobre diez.
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