Imagino que los que me conocen bien estarán alucinando un rato. Yo mismo lo hago. Y es que pese a que en la nueva andadura del blog que comenzó a principios de 2020 (antes de indicar siquiera lo que se nos venía encima) ya avisé de mis intenciones de ampliar mis pensamientos y reflexiones más allá del mundo del cine (cosa que tampoco hago muy a menudo, lo reconozco), lo que nunca imaginé es que un día me iba a apetecer hablar sobre algo como Laisla de las tentaciones.
Ya de por sí
rechazo el concepto del reality show
(a no ser que sirva para dar pie a cosas tan entretenidas como Dead Set o su aceptable remake brasileño). Sí que la curiosidad me llevó a interesarme por el primer Gran Hermano, dejándome engañar por
aquello de que en realidad era una especie de experimento social (lo del edredoning vendría unas pocas ediciones
más tarde), lo mismo que me dejé tentar por el primer Operación Triunfo antes de que fuese una simple fábrica de
fotocopias musicales, pero cuando la cosa se empezó a desmadrar y Tele5 se convirtió en la reina (o
reinona) de la basura televisiva inventando supuestos famosos para encerrados
en islas, casas (fuertes) y demás, decidí no acercarme a ellos ni con un palo.
Pero la vida da
muchas vueltas y en ocasiones te lleva por su propio camino. Compartir
ilusiones, sueños y proyectos con otra persona equivale a compartir también
tiempos catódicos, y aunque me mantengo en mis trece de negarme a ver debates
donde Fulano, el hijo de la ex del marido de no sé quién aparece para
despotricar de un tal Mengano, aquel que tuvo una aventura con la ex pareja de
un cuñado de Zutano, sí me he dejado convencer para echar un ojo a uno de estos
reallitys que tanto odio, en concreto
la tercera temporada de La isla de la
tentaciones, siempre limitándome a lo que es el concurso en sí, lejos de
los posteriores análisis de «profesionales» en plató. Y debo confesar que he
estado terriblemente enganchado al programa.
No voy a defender
lo que siempre he criticado, y sigo
convencido de que hay un punto de guion detrás de todo el asunto, que desde las
sombras se manipula a los concursantes (y por ende al propio espectador) a su
antojo y que el caos de la programación es de vergüenza, con esos programas sin
orden ni concierto que son cortados de manera supuestamente aleatoria sin
ningún respeto por la audiencia.
Sin embargo, si se
es capaz de escarbar entre todo eso, tal y como lo hace el cerdo entre la
mierda en busca de trufas, es posible encontrarse con una pequeña joya
audiovisual.
Pero es posible que
alguno de los que estáis leyendo esto no viva en este mundo y no sepáis de qué
narices va esto de La isla de las
tentaciones, así que permitir una pequeña interrupción para resumirlo
brevemente. El tema es reunir a una serie de pipiolos supuestamente enamorados
y llevárselos a una isla paradisíaca donde se alojarán, chicos y chicas por
separado, en sendos casoplones de imponentes piscinas y atractivos paisajes.
Allí, deberán convivir con un grupito de solteros (chicos para ellas, chicas para
ellos, of course), que son las llamadas tentaciones, con el objetivo de poner a
prueba ese amor que se supone los ha llevado hasta allí. Con Sandra Barneda,
periodista radiofónica reconvertida en maestra de ceremonias de aspecto pétreo,
el programa, a simple vista, me parecía un ejemplo de la decadencia moral de
nuestra sociedad, rindiendo culto a los adonis de pectorales esculpidos en
tintes de tatuaje y muñecas en tanga de escotes imposibles. Una oda a la
promiscuidad que, lejos de ser un nuevo ejemplo de experimento social, como
pretenden hacernos creer, es un simple truco para invitar a la infidelidad y
organizar bacanales en tributo a la carne.
Pero mientras
dudaba entre si debía escandalizarme o deleitarme con las vistas, descubrí el
secreto del programa y cómo debía entenderlo. Nada de concursos, nada de
experimentos, nada de pruebas. Esto se debe entender, y disfrutar, como si de
un serial televisivo se tratase. Yo, que me he criado en la edad de oro de las
telenovelas americanas (Falcon Crest,
Dinastía, Dallas) hasta que fueron sustituidas por los culebrones
latinoamericanos que han derivado en los folletines turcos actuales, he sabido
reconocer en La isla de las tentaciones
ese tono de serie de ficción que me ha permitido disfrutar al fin del invento.
No digo que eso de para mucho (ni siquiera estoy seguro que me vaya a interesar
la cuarta edición del programa), pero al menos en esta tercera temporada he
caído rendido.
¿En qué me baso
para reconvertir un reality en una serie de televisión? Voy a tratar de
explicarlo:
En primer lugar,
tenemos el argumento. Tanto insistir Sandra en que esto es una experiencia que
no puedo dejar de imaginarme la típica película en la que un grupo de niñatos
se embarcan en una aventura en algún lugar remoto en busca de una experiencia
que cambie sus vidas drásticamente. La mediocre Fantasy Island puede ser un ejemplo de ello.
Luego tenemos a los
personajes. Un puñado de guapos y guapas que parecen salidos de cualquier serie
de la CW aunque con una lujuria más
propia de la HBO. Al principio
parecen simples cuerpos, pero a medida que los vamos conociendo más a fondo es
fácil simpatizar con unos y odiar a otros. Cómo su estuviesen elegidos con toda
la intención del mundo, tenemos un reparto perfecto, dentro de los estándares
físicos que exige la causa: el chulo, el follarín, el romántico, el
manipulador, el paranoico, el cornudo… (sirvan estos modelos de conducta para ambos
sexos, desde luego). Hay un detalle que me hizo pensar, con una sonrisa, en mi
adorada Perdidos: aquí, como en la
serie creada por J.J. Abrams, tenemos a un grupo de personajes encerrados en
una isla paradisíaca, pero sólo unos pocos de ellos van a destacar, mientras
que otros son meros secundarios fáciles de olvidar. Sin embargo, cuando menos
te lo esperas, uno de esos personajes con el que no contabas para nada da un
paso al frente y revoluciona el gallinero (estoy pensando en Lara, que de no
ser nadie a pasado a ser la gran amenaza en la sombra para Stefany). ¿Y qué
hacen en toda serie que se precie para evitar el agotamiento? Introducir
personajes nuevos y eliminar a aquellos que no están funcionando. Eso mismo
sucede en La isla de las tentaciones,
donde la entrada de Fiama se asemeja a cuando en una sitcom grabada con público
en directo se abre una puerta, aparece una estrella invitada y todo el mundo
empieza a aplaudir.
Hay otro detalle
que une el reality con las ficciones
televisivas. Si hay algo que aterra al buen fan de una serie es la amenaza de spoilers (y la gente que ha devorado Bruja Escarlata y Visión –serie con la
que ha coincidido en el tiempo- a las nueve de la mañana para evitarlos es una
buena prueba de ello). Y de eso tampoco ha andado corto La isla de las tentaciones, que debido a la diferencia entre el
tiempo entre que se realizó y se emitió hizo que la filtración de unos vídeos
subidos de tono de Marina y Lola (cada una con su respectiva tentación, no
vayáis a pensar mal) dio pie a un morbo añadido y cientos de especulaciones.
No voy a decir que
tenemos también unos diálogos brillantes (Aaron Sorkin no se acercaría por
aquí), pero es inevitable que han quedado frases para la posteridad. No están a
la altura de «A Dios pongo por testigo que no volveré a pasar hambre» o «Este
puede ser el principio de una hermosa amistad», pero el «Manué, la manita
relajá» o «Esta noche, carricoche» pasarán a formar parte de la historia
audiovisual de este país. Igual que el eslogan publicitario que debería decorar
el cartel de la producción, la aterradora frase de «Hay imágenes para ti».
Pero no os penséis
que todo son detalles comparativos, pues estoy dejando lo mejor para el final:
las subtramas. Si pensáis que esto iba sólo de saber si las parejas iban a
superar su prueba de amor o se iban a quebrar por culpa de alguna tentación,
estáis muy equivocados. Aunque el formato puede parecer poco apropiado para dar
mucho juego, hemos sido testigos de triángulos amorosos, dobles parejas y,
aunque personalmente he tenido el corazón en un puño por saber cómo saldrán de
la isla Raúl y Hugo, ¿quién iba a imaginar que el momento más emotivo de todo
el programa estaría protagonizado por un perrete? Y luego está el tema de la
intriga, que está manejada con inteligencia al permitir que el espectador
siempre va por delante de los propios protagonistas, tal y como le gustaba
hacer al mismísimo Hitchcock. A mi me meten un asesinato por en medio, y ya
tengo el culebrón perfecto…
La isla de las tentaciones 3 ha
estado plagada de romances, tradiciones, arrepentimiento, ejercicios de
redención, lealtad; ha tenido sexo, lágrimas, pasión, pero por más que nos
encontrarnos con algún momento cumbre, de esos que te dejan con la boca
abierta, los «guionistas» se las apañaban para superarse al momento, logrando
incluso que cada pudieran terminase con un cliffhanger
que te obligará a estar pendiente del siguiente programa, de la próxima noche
de hoguera o, Dios no lo quiera, de una hoguera de confrontación. Así hasta
acercarse al clímax final (de nuevo estropeado por la mala emisión programada
por Tele5), donde la noche de la
despedida, lo que debía ser una fiesta descontrolada, el drama recorre ambas
villas con giros finales inesperados y actos propios de vodevil.
Un detalle: como en
la película Todo el dinero del mundo,
un tentador fue eliminado del montaje final por unas acusaciones de abusos
sexuales, aunque no fue sustituido por nadie como sí le pasó a Kevin Spacer.
Eso sí, su ausencia dejó algo cojo el desenlace final.
No os llevéis a
engaño. Aunque puede que no sea tan rotundo como Javier Gutiérrez, sigo
pensando que estos programa son una basurilla y que Tele5 malvive de ellos y de otros programejos de naturaleza más
apestosa alrededor del destripamiento de algunos personajes de la salsa rosa,
pero gracias a haber descubierto un enfoque diferente de ver La isla de las tentaciones he llegado a
engancharme por completo. Además, como van a hacer con Dexter, como hiciera Spider-Man:
Lejos de casa para revelar las consecuencias del chasquido de Thanos, La isla de las tentaciones también nos
va a permitir conocer las consecuencias de lo vivido en la isla gracias a El reencuentro. Algo que la mayoría de
películas romántica no nos ofrece tras el consabido happy end.
Desde el punto de
vista sociológico, puede que el invento sea eficaz y sirva no sólo para que los
concursantes afectan a conocerse y se enfrenten a sus miedos y dolores mientras
los demás comprobamos como cambian las historias según el punto de vista de
cada cual (eso sí, no recomiendo el programa a ninguna feminista declarada,
podría pasar mucha vergüenza ajena), pero yo prefiero quedarme sólo con la
diversión. Y doy fe de que me he divertido. No sé si esto tendrá mucho de reality, pero desde luego, de show sí.
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