viernes, 19 de marzo de 2021

Visto en Tele5: LA ISLA DE LAS TENTACIONES (o la entrada que nunca imaginarías poder ver por aquí)

Imagino que los que me conocen bien estarán alucinando un rato. Yo mismo lo hago. Y es que pese a que en la nueva andadura del blog que comenzó a principios de 2020 (antes de indicar siquiera lo que se nos venía encima) ya avisé de mis intenciones de ampliar mis pensamientos y reflexiones más allá del mundo del cine (cosa que tampoco hago muy a menudo, lo reconozco), lo que nunca imaginé es que un día me iba a apetecer hablar sobre algo como Laisla de las tentaciones.

Ya de por sí rechazo el concepto del reality show (a no ser que sirva para dar pie a cosas tan entretenidas como Dead Set o su aceptable remake brasileño). Sí que la curiosidad me llevó a interesarme por el primer Gran Hermano, dejándome engañar por aquello de que en realidad era una especie de experimento social (lo del edredoning vendría unas pocas ediciones más tarde), lo mismo que me dejé tentar por el primer Operación Triunfo antes de que fuese una simple fábrica de fotocopias musicales, pero cuando la cosa se empezó a desmadrar y Tele5 se convirtió en la reina (o reinona) de la basura televisiva inventando supuestos famosos para encerrados en islas, casas (fuertes) y demás, decidí no acercarme a ellos ni con un palo.

Pero la vida da muchas vueltas y en ocasiones te lleva por su propio camino. Compartir ilusiones, sueños y proyectos con otra persona equivale a compartir también tiempos catódicos, y aunque me mantengo en mis trece de negarme a ver debates donde Fulano, el hijo de la ex del marido de no sé quién aparece para despotricar de un tal Mengano, aquel que tuvo una aventura con la ex pareja de un cuñado de Zutano, sí me he dejado convencer para echar un ojo a uno de estos reallitys que tanto odio, en concreto la tercera temporada de La isla de la tentaciones, siempre limitándome a lo que es el concurso en sí, lejos de los posteriores análisis de «profesionales» en plató. Y debo confesar que he estado terriblemente enganchado al programa.

No voy a defender lo que siempre he criticado,  y sigo convencido de que hay un punto de guion detrás de todo el asunto, que desde las sombras se manipula a los concursantes (y por ende al propio espectador) a su antojo y que el caos de la programación es de vergüenza, con esos programas sin orden ni concierto que son cortados de manera supuestamente aleatoria sin ningún respeto por la audiencia.

Sin embargo, si se es capaz de escarbar entre todo eso, tal y como lo hace el cerdo entre la mierda en busca de trufas, es posible encontrarse con una pequeña joya audiovisual.

Pero es posible que alguno de los que estáis leyendo esto no viva en este mundo y no sepáis de qué narices va esto de La isla de las tentaciones, así que permitir una pequeña interrupción para resumirlo brevemente. El tema es reunir a una serie de pipiolos supuestamente enamorados y llevárselos a una isla paradisíaca donde se alojarán, chicos y chicas por separado, en sendos casoplones de imponentes piscinas y atractivos paisajes. Allí, deberán convivir con un grupito de solteros (chicos para ellas, chicas para ellos, of course), que son las llamadas tentaciones, con el objetivo de poner a prueba ese amor que se supone los ha llevado hasta allí. Con Sandra Barneda, periodista radiofónica reconvertida en maestra de ceremonias de aspecto pétreo, el programa, a simple vista, me parecía un ejemplo de la decadencia moral de nuestra sociedad, rindiendo culto a los adonis de pectorales esculpidos en tintes de tatuaje y muñecas en tanga de escotes imposibles. Una oda a la promiscuidad que, lejos de ser un nuevo ejemplo de experimento social, como pretenden hacernos creer, es un simple truco para invitar a la infidelidad y organizar bacanales en tributo a la carne.

Pero mientras dudaba entre si debía escandalizarme o deleitarme con las vistas, descubrí el secreto del programa y cómo debía entenderlo. Nada de concursos, nada de experimentos, nada de pruebas. Esto se debe entender, y disfrutar, como si de un serial televisivo se tratase. Yo, que me he criado en la edad de oro de las telenovelas americanas (Falcon Crest, Dinastía, Dallas) hasta que fueron sustituidas por los culebrones latinoamericanos que han derivado en los folletines turcos actuales, he sabido reconocer en La isla de las tentaciones ese tono de serie de ficción que me ha permitido disfrutar al fin del invento. No digo que eso de para mucho (ni siquiera estoy seguro que me vaya a interesar la cuarta edición del programa), pero al menos en esta tercera temporada he caído rendido.

¿En qué me baso para reconvertir un reality en una serie de televisión? Voy a tratar de explicarlo:

En primer lugar, tenemos el argumento. Tanto insistir Sandra en que esto es una experiencia que no puedo dejar de imaginarme la típica película en la que un grupo de niñatos se embarcan en una aventura en algún lugar remoto en busca de una experiencia que cambie sus vidas drásticamente. La mediocre Fantasy Island puede ser un ejemplo de ello.

Luego tenemos a los personajes. Un puñado de guapos y guapas que parecen salidos de cualquier serie de la CW aunque con una lujuria más propia de la HBO. Al principio parecen simples cuerpos, pero a medida que los vamos conociendo más a fondo es fácil simpatizar con unos y odiar a otros. Cómo su estuviesen elegidos con toda la intención del mundo, tenemos un reparto perfecto, dentro de los estándares físicos que exige la causa: el chulo, el follarín, el romántico, el manipulador, el paranoico, el cornudo… (sirvan estos modelos de conducta para ambos sexos, desde luego). Hay un detalle que me hizo pensar, con una sonrisa, en mi adorada Perdidos: aquí, como en la serie creada por J.J. Abrams, tenemos a un grupo de personajes encerrados en una isla paradisíaca, pero sólo unos pocos de ellos van a destacar, mientras que otros son meros secundarios fáciles de olvidar. Sin embargo, cuando menos te lo esperas, uno de esos personajes con el que no contabas para nada da un paso al frente y revoluciona el gallinero (estoy pensando en Lara, que de no ser nadie a pasado a ser la gran amenaza en la sombra para Stefany). ¿Y qué hacen en toda serie que se precie para evitar el agotamiento? Introducir personajes nuevos y eliminar a aquellos que no están funcionando. Eso mismo sucede en La isla de las tentaciones, donde la entrada de Fiama se asemeja a cuando en una sitcom grabada con público en directo se abre una puerta, aparece una estrella invitada y todo el mundo empieza a aplaudir.

Hay otro detalle que une el reality con las ficciones televisivas. Si hay algo que aterra al buen fan de una serie es la amenaza de spoilers (y la gente que ha devorado Bruja Escarlata y Visión –serie con la que ha coincidido en el tiempo- a las nueve de la mañana para evitarlos es una buena prueba de ello). Y de eso tampoco ha andado corto La isla de las tentaciones, que debido a la diferencia entre el tiempo entre que se realizó y se emitió hizo que la filtración de unos vídeos subidos de tono de Marina y Lola (cada una con su respectiva tentación, no vayáis a pensar mal) dio pie a un morbo añadido y cientos de especulaciones.

No voy a decir que tenemos también unos diálogos brillantes (Aaron Sorkin no se acercaría por aquí), pero es inevitable que han quedado frases para la posteridad. No están a la altura de «A Dios pongo por testigo que no volveré a pasar hambre» o «Este puede ser el principio de una hermosa amistad», pero el «Manué, la manita relajá» o «Esta noche, carricoche» pasarán a formar parte de la historia audiovisual de este país. Igual que el eslogan publicitario que debería decorar el cartel de la producción, la aterradora frase de «Hay imágenes para ti».

Pero no os penséis que todo son detalles comparativos, pues estoy dejando lo mejor para el final: las subtramas. Si pensáis que esto iba sólo de saber si las parejas iban a superar su prueba de amor o se iban a quebrar por culpa de alguna tentación, estáis muy equivocados. Aunque el formato puede parecer poco apropiado para dar mucho juego, hemos sido testigos de triángulos amorosos, dobles parejas y, aunque personalmente he tenido el corazón en un puño por saber cómo saldrán de la isla Raúl y Hugo, ¿quién iba a imaginar que el momento más emotivo de todo el programa estaría protagonizado por un perrete? Y luego está el tema de la intriga, que está manejada con inteligencia al permitir que el espectador siempre va por delante de los propios protagonistas, tal y como le gustaba hacer al mismísimo Hitchcock. A mi me meten un asesinato por en medio, y ya tengo el culebrón perfecto…

La isla de las tentaciones 3 ha estado plagada de romances, tradiciones, arrepentimiento, ejercicios de redención, lealtad; ha tenido sexo, lágrimas, pasión, pero por más que nos encontrarnos con algún momento cumbre, de esos que te dejan con la boca abierta, los «guionistas» se las apañaban para superarse al momento, logrando incluso que cada pudieran terminase con un cliffhanger que te obligará a estar pendiente del siguiente programa, de la próxima noche de hoguera o, Dios no lo quiera, de una hoguera de confrontación. Así hasta acercarse al clímax final (de nuevo estropeado por la mala emisión programada por Tele5), donde la noche de la despedida, lo que debía ser una fiesta descontrolada, el drama recorre ambas villas con giros finales inesperados y actos propios de vodevil.

Un detalle: como en la película Todo el dinero del mundo, un tentador fue eliminado del montaje final por unas acusaciones de abusos sexuales, aunque no fue sustituido por nadie como sí le pasó a Kevin Spacer. Eso sí, su ausencia dejó algo cojo el desenlace final.

Y, como en toda serie que se precie, aquí también tenemos unos cuantos villanos. Algunos justifican sus actos (Manuel hace lo que hace «porque le sale del corazón», Lola lo hace «porque está tratando de averiguar quién es»), otros son simplemente rastreros (cómo odié a Susan y Toni después de la hoguera de las tentaciones) y los de la peor calaña se definen por una arrogancia y chulería exagerada (ese Lobo arrogante y vacilón que redefine el concepto de que a las niñas les gustan los chicos malos). Aunque en el fondo el gran villano, aquel que maneja los hilos cual macabro titiritero, el gran hermano que todo lo ve, es el equipo de producción con Sandra como cabeza visible. Es ella quien tiene el poder de decidir el futuro de la mayoría de las parejas. Al fin y al cabo, las imágenes que muestra a cada uno de sus respectivos son claramente intencionadas y pueden decidir hacia donde desequilibrar la balanza.

No os llevéis a engaño. Aunque puede que no sea tan rotundo como Javier Gutiérrez, sigo pensando que estos programa son una basurilla y que Tele5 malvive de ellos y de otros programejos de naturaleza más apestosa alrededor del destripamiento de algunos personajes de la salsa rosa, pero gracias a haber descubierto un enfoque diferente de ver La isla de las tentaciones he llegado a engancharme por completo. Además, como van a hacer con Dexter, como hiciera Spider-Man: Lejos de casa para revelar las consecuencias del chasquido de Thanos, La isla de las tentaciones también nos va a permitir conocer las consecuencias de lo vivido en la isla gracias a El reencuentro. Algo que la mayoría de películas romántica no nos ofrece tras el consabido happy end.

Desde el punto de vista sociológico, puede que el invento sea eficaz y sirva no sólo para que los concursantes afectan a conocerse y se enfrenten a sus miedos y dolores mientras los demás comprobamos como cambian las historias según el punto de vista de cada cual (eso sí, no recomiendo el programa a ninguna feminista declarada, podría pasar mucha vergüenza ajena), pero yo prefiero quedarme sólo con la diversión. Y doy fe de que me he divertido. No sé si esto tendrá mucho de reality, pero desde luego, de show sí.

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