miércoles, 28 de febrero de 2018

TODO EL DINERO DEL MUNDO

Poco antes de estrenarse la nueva película de Ridley Scott, con un (dicen) extraordinario Kevin Spacey lanzado a por su tercer Oscar, el escándalo Weinstein estalló, salpicando a su paso a todo aquel sobre el que había una simple sombra de sospecha. Esto arruinó la carrera comercial de muchas películas (que se lo digan a James Franco y su genial The disaster artist) y Scott, que es perro viejo (y más teniendo en cuenta que lo que había sobre Spacey era mucho más que una sospecha), decidió tomar la arriesgada decisión de eliminar la interpretación del actor y sustituirlo, ya sea digitalmente o volviendo a rodar las escenas completas, con Christopher Plummer. Esto convirtió a la película Todoel dinero del mundo en noticia (acrecentada por las supuestas diferencias salariales que cobraron Wahlberg y Williams en los re-rodajes), pero provocó también que fuese “la película en la que han borrado digitalmente a Kevin Spacey” sin que apenas se halla llegado a hablar apenas de ella desde el punto de vista artístico.
Quedando en el pozo del olvido la interpretación de Spacey, lo cierto es que el trabajo de Plummer, nominado por él al Oscar, es elogiable, y dudo que se haya perdido mucho con el cambio. Otra cosa es que el escándalo haya restado interés a la película, más allá del morboso, y se haya estrenado sin que apenas se haya hablado sobre su propio argumento.
Todo el dinero del mundo se basa en la historia real del millonario J. Paul Getty, en concreto en la época en la que uno de sus nietos fue secuestrado y por el que pedían diecisiete millones de dólares de rescate.
La película, como se avanza en su arranque, no es una historia fiel de los hechos, sino una dramatización bastante aproximada. Esto permite a Scott prescindir de diversos rasgos narrativos que hacen que la trama general quede desdibujada (un ejemplo es la visión solitaria del millonario, pese a haber tenido cinco hijos, o la desaparición de escena de John Paul Getty Jr.). Eso es porque Scott y su guionista, David Scarpa (que adapta un libro de John Pearson) están más interesados, por un lado, en narrar el drama de la madre, una excelente Michelle Williams, y su lucha contra el poder que simboliza el empresario para conseguir el dinero del rescate, y por otro en hacer una metáfora sobre la magnificencia del dinero que convierte a su poseedor en una especie de dios capaz de estar por encima del bien y del mal.
Sin conocer al detalle el suceso (que se hizo popular por la amputación de una oreja del chaval como prueba de que los secuestradores iban en serio), dudo que Getty fuese tan malévolo como se muestra en la película, ya que no es sobre su figura sobre la que pretende disparar Scott, sino sobre lo que la gente como él simboliza. Así, la película ofrece momentos memorables a partir de los duelos dialécticos entre Plummer y Williams y las “perlas de sabiduría” que el primero ofrece para inspirar a los aspirantes a millonarios. Es por eso que su retrato es de un verdadero “cabrón” de las finanzas (si me permiten la expresión), pese a que, analizada con frialdad y desde la distancia, alguna de sus frases más célebres a la par que dura (“tengo catorce nietos; si pago un rescate por uno de ellos mañana tendré catorce nietos secuestrados”) no puede estar más cargada de razón.
Alejados del análisis crítico del imperialismo económico del petrolero, la película es una muy entretenida cinta de intriga con toques dramáticos donde lo que más flojea sea, quizá, el personaje interpretado por Mark Wahlberg. Puede que la elección de casting no fuese la más adecuada, ya que no solo su personaje apenas aporta nada a la historia sino que, con la designación de semejante actor, uno cae en el engaño de esperar más acción de la que en realidad hay.
Puede que en los últimos tiempos Ridley Scott se haya acomodado demasiado a los caprichos de una industria que le exige cada vez menos (lejos quedan ya los riesgos tomados para Blade Runner o Alien, el octavo pasajero), pero lo que no se le puede negar es que a sus ochenta años sigue filmando de maravilla, moviendo la cámara con elegancia y manteniendo el ritmo de sus narraciones de forma impecable, lo cual, por sí mismo, ya justifican la existencia de esta película.
El debate sobre si se debe eliminar o no el trabajo de un artista por sus errores en su vida privada ya queda para otro momento y lugar.

Valoración: siete sobre diez.  

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