Concluye
con El corredor del laberinto: La cura mortal la trilogía de películas urdida por Wes Ball y basada en las novelas
de James Dashner, una saga plagada de complicaciones siendo la más crucial la
lesión que sufrió el protagonista Dylan O’Brien que obligó a retrasar
considerablemente el rodaje de esta última entrega.
Si
algo merece destacarse de la saga es su diversidad argumental. Pese a que la
trama en sí no sea para echar cohetes, es de agradecer que, por lo menos, no se
repitan los esquemas de una entrega a otra, siendo la excusa del laberinto un
simple calificativo que no se ha repetido más allá de la primera película.
El
punto negativo, sin embargo, es que la excesiva dependencia de las películas a
la que precede, más teniendo en cuenta el considerable paso de tiempo entre una
y otra. Y es que al no ser esto una secuela propiamente dicha sino una
continuación directa, casi como si de un serial se tratase, cuesta meterse en
la historia si no se tienen frescas las anteriores piezas del puzle, aunque la
sencillez de la premisa tampoco es que exija demasiado.
Con
el misterio acerca del laberinto desvelado y la humanidad prácticamente
extinta, la clave ahora está en el debate entre buscar una cura que garantice
el futuro de los pocos supervivientes o huir en busca de un refugio seguro
lejos de las manos de CRUEL. Una metáfora más sobre como los malvados de la
historia, pese a los zombies que hay pululando por ahí, son en realidad las
grandes corporaciones. Algo parecido a lo que se apuntaba ya en Resident Evil, pero con más elegancia.
Hay
que reconocerle a El Corredor del
laberinto: la cura final que es sumamente entretenida. Es el fin de fiesta
esperado, con la reunión de todos los protagonistas de la saga, los sacrificios
imprescindibles y el cierre de todas las tramas, algunas de forma más
precipitada que otras. Es preciso, por descontado, no rascar demasiado la
superficie para no ver unas costuras demasiado simples, con diálogos superfluos
y giros de guion totalmente previsibles, pero el buen trabajo de Ball tras las
cámaras compensa las carencias narrativas, componiendo un efectivo espectáculo
visual. La escena inicial del tren o las diversas persecuciones tanto en zona
desértica como urbana son muy meritorias y el medido clímax final compone una
mezcla entre drama y emoción que no satura ni se hace insoportablemente largo,
principal defecto de la mayoría de las películas de acción actuales.
El Corredor del laberinto es, en general, una saga muy correcta y sin
altibajos, que no pasará a la historia pero que tampoco ha llegado a aburrir en
ningún momento, logrando aunar el género Z, las aventuras juveniles e incluso
el conflicto bélico sin que se estorben entre ellas, prescindiendo con acierto
de la típica trama romántica que pudiera amenazar con invadirlo todo y deslucir
el elemento de aventura.
Este
es, en fin, un buen colofón a una serie que ha sabido calibrar su duración y se
despide en buena forma.
Valoración:
Seis sobre diez.
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