lunes, 30 de mayo de 2016

ALICIA A TRAVÉS DEL ESPEJO: más de lo mismo, pero peor.

Cuando en 2010 Disney se alió con Tim Burton para seguir explotando sus clásicos animados y convertirlos en personajes de carne y hueso el resultado fue una obra bastante dispar, cargada de excesos visuales y con los delirios característicos del Burton de los últimos años (un Burton en horas bajas pero capaz de mantener alguna de sus señas de identidad), el público respondió con entusiasmo. Sin terminar de ver  Alicia en el país de las Maravillas como una mala película tampoco le encontraba tantos argumentos para que esta superara la frontera de los mil millones de taquilla mundial, pero se suele decir que el público es soberano, y si el público decidió que Alicia en el país de las maravillas era una gran película, ¿quién soy yo para condenarlo?
Eso sí, siguiendo el mismo argumento, parece que la continuación del film, ya sin Burton a los mandos, está pinchando en taquilla, lo cual debería bastar para demostrar que hay chicles que no pueden estirarse en exceso.
Alicia a través del espejo, dirigida en esta ocasión por James Bobin, especializado en películas de los Muppets, continúa la historia varios años después de donde la dejara la anterior película, con una Alicia ya convertida en mujer que, no obstante, sigue sin saber cómo arreglar su vida en el mundo real. Refugiada de nuevo en el País de las Maravillas comprobará que su amigo el Sombrerero está muy enfermo y sólo volver atrás en el tiempo para salvar a su familia puede salvarlo.
Ya de entrada la premisa es una verdadera estupidez, convirtiendo a la heroína de la historia en un personaje impulsivo que está a punto de destruir toda la Realidad por unas motivaciones algo egoístas. Es lo que pasa cuando se trata el tema del viaje en el tiempo y se hace de manera frívola y sin más pretensiones que el simple divertimento, que o bien pierde coherencia la historia o lo pierde el personaje. Y en esta ocasión se han decantado por la segunda opción.
Con un Sacha Baron Cohen más comedido (y desaprovechado) de lo que cabría esperar, la película recurre a todos los personajes de la película de Burton, estropeando la esencia de algunos (como es el caso de la Reina de Corazones) e incluso pretendiendo justificar cosas que no necesitan justificación. Además, la necesidad de recuperar a todos los personajes le resta originalidad a la cinta convirtiéndolos en meras apariciones, sin el protagonismo que, en ciertos momentos, podían tener en la película de 2010. A cambio, también el personaje que interpreta Johnny Deep, pese a ser quien copa todos los posters promocionales, tiene menos participación de la que cabría suponer, y ello se agradece mucho.
Alicia a través del espejo está cargada de buenas intenciones e ideas aprovechables, tratando de mantener el espíritu de la obra de Carroll pero con una historia nueva que evoluciones y amplíe el universo. Sin embargo, lo hace de una manera tan torpe y poco imaginativa que termina aburriendo, no conteniendo (más allá del prólogo inicial de la persecución por mar, tan espectacular como inverosímil) apenas escenas dignas de ser recordadas. Bobin se limita a copiar todos los delirios que Burton ideó para su película sin innovar para nada, pareciendo que todas las decisiones nuevas tomadas fuesen erróneas.
Alicia a través del espejo se parece mucho a Alicia en el País de las Maravillas, pero sin el factor sorpresa ni la original frescura de aquella se convierte en una simple repetición, un espectáculo visual descafeinado que interesa poco y provoca el tedio por momentos.

Valoración: Cuatro sobre diez.

miércoles, 25 de mayo de 2016

Análisis: LA GUERRA DE LOS SUPERHÉROES, PARTE DOS

El pasado mes de marzo escribí un artículo en el que valoraba muy a grandes rasgos lo que había sido el cine de superhéroes hasta la fecha con motivo a la gran cantidad de películas que se esperaban para este año, lo que suponía un verdadero duelo entre compañías y productoras.
Aunque todavía tenemos pendientes dos películas (y a priori muy interesantes) como son Suicide Squad y Doctor Strange, los dos platos fuertes ya han sido servidos y degustados. Dos películas, una de Marvel/Disney y la otra de DC/Warner que simbolizan muy bien lo que está sucediendo al otro lado de las pantallas. Dos películas “bélicas” sobre la titánica lucha entre dos colosos, tanto en la ficción como en la realidad. Y todo parecía suponer que la película vencedora de esa batalla sería también la que propiciara la victoria final en la guerra. En la de este año, al menos.
Me refiero a dos películas con una temática tan similar que, si hubiesen estado más distanciadas en el tiempo, casi se podría haber insinuado que una se hubiese inspirado en otra. Pero ya sabemos lo que son las superproducciones de Hollywood, que precisan de una preproducción de muchos meses en los que no caben ciertas improvisaciones de última hora. Se trata de un caso similar al que vivimos hace unos años con Objetivo:La Casa Blanca y Asalto al poder. Porque sí, más allá de las bases argumentales (que al fin y al cabo ya formaban parte de las sagas originales del comic que adaptan), Batman v. Superman y Capitán América: Civil War tienen una serie de puntos en común que resultan, cuanto menos, curiosos.
Pongámonos en situación: En ambos casos estamos ante una película en la que dos grandes héroes se enfrentan entre ellos por sus diferencias ideológicas, aunque luego resulta que de fondo hay un villano manipulándolos y dirigiéndolos. Un villano, por cierto, sin ningún tipo de superpoder más que su propio ingenio y resentimiento. Ambas tienen un final amargo, para nada acorde con las películas de super héroes, y sirven como excusa para presentarnos a nuevos personajes que en breve tendrán película propia. Incluso en ambos casos se utiliza la figura de la madre de uno de ellos como motor argumental (aunque con diferentes resultados).
Visto esto, las comparaciones entre ambas resultan inevitables. Y dada la importancia que cada film va a tener de cara al futuro de sus productoras, creo que es interesante llevar esa comparativa al extremo y analizar las coincidencias para dictar un veredicto a favor de una u otra. Una comparativa que, desde luego, estará cargada de spoilers, como no podría ser de otra manera. Al fin y al cabo, el tiempo que ha pasado desde el estreno de ambas lo justifica, creo yo.
Los que me conozcáis superficialmente podríais poner en duda que mi imparcialidadsea total, no en vano me confieso un Marvel Zombie, pero creo poder presumir de objetivo con sólo recordaros mi pésima valoración a 4 Fantásticos o mi reacción tibia a la reciente X-Men: Apocalipsis, mientras que confieso mi admiración por el Superman de Donner y me emocioné con la traslación a imagen real de Batman que hizo Tim Burton allá por los años noventa.
De todas formas, creo que este análisis debería interesar más a los aficionados al cine más alejados del mundo del comic que a los verdaderos fans, los cuales ya habrán sacado sus propias conclusiones (y he oído alegatos defensivos a favor de una u otra verdaderamente apasionados, por no decir radicales).
En cuestión de números la cosa está clara. Capitán América: Civil War ha ganado claramente. Siendo este su tercer fin de semana desde su estreno internacional (y tan solo el segundo de su estreno en Estados Unidos) ya ha superado la barrera de los mil millones, teniendo aún algo de recorrido para aumentar esa cifra. Batman v. Superman, sin embargo, se ha quedado en unos nada despreciables ochocientos setenta y un millones, que sin ser moco de pavo está muy por debajo de las expectativas que tenían sus productores. Se trata de un fenómeno similar al que sucediera con Spiderman 3 (esta sí arrasó en taquilla pero dejó unas sensaciones que provocaron la salida de Sam Raimi de la saga y el consabido reboot) y, más concretamente, con The Amazing Spiderman 2, el poder de Electro, cuyos resultados fueron más catastróficos (de nuevo los números fueron buenos, pero no lo esperado) y provocaron la cancelación de los contratos del director y protagonista y la liquidación de una saga con tramas inconclusas. 
Las primeras reacciones no han tardado en llegar: Zack Sneider en entredicho (dicen las malas lenguas que no ha caído de la silla de director de La Liga de la Justicia, parte uno porque no había tiempo material para buscarle sustituto; ya veremos qué pasa con la Parte Dos) y Ben Affleck (el gran triunfador de Batman v. Superman) ascendido a capitoste creativo (aparte de dirigir y guionizar The Batman también está ahora en tareas de producción y su presencia en Suicide Squad parece haber incrementado a última hora) y la creación de una productora derivada de Warner, DC Films, que, a imagen y semejanza de Marvel Studios, tenga el control creativo de las películas. Es decir, han aprendido de la competencia y sus películas la harán gente que sepa de comics, no de números. Además, se insinúan bailes de directores y deserciones en algún spin off como The Flash (y ya veremos qué pasa con Aquaman) y o mucho cambia la cosa o me atrevería a apostar a que nunca veremos una película de Cyborg en solitario. Ya veremos…
Pero, ¿qué pasa con el cine? ¿De verdad son tan diferentes Batman v. Superman y Capitán América: Civil War para haber provocado este cataclismo y estos debates tan intensos en las redes sociales? Pues desde mi personal punto de vista, sí. Ya analicé en su momento los motivos por los que creía que el film de Snyder fallaba, y mi opinión de la película de los Russo no pudo ser más elogiosa, pero sin las analizamos en conjunto la propuesta de DC cae aún más abajo, hasta el punto de que, de haberse estrenado con posterioridad a la de Marvel, dudo que hubiese llegado a merecer el simple aprobado por mi parte. Hasta tal punto ambas compañías son vasos comunicantes y lo que una haga afecta a la otra.
Warner se ha distinguido por querer diferenciarse siempre al máximo de las películas de Disney, prescindiendo de su sentido del humor y dotándolas de una oscuridad que han tomado por bandera. Imagino que el fracaso de Green Lantern y el éxito de la trilogía de Nolan habrán influido mucho en ello. En Marvel, sin embargo, se han atrevido a acercarse cuando convenía a esa oscuridad que otorga seriedad a una película de estas características sin por ello renunciar a sus señas de identidad. Capitán América: Civil War es la película más oscura de la saga hasta la fecha, y lo es sin renuncias a sus momentos de humor y entendiendo que esa oscuridad no debe ser literal. Se puede dar un tono sombrío a una historia sin necesidad de que todo suceda de noche y dotando de una insoportable amargura a todos sus personajes. 
Tras ver Civil War uno tiene la sensación de habérselo pasado bien, de que hay muchos momentos de humor y que hay mucha diversión intercalada con momentos de gran tensión y drama. Sin embargo, analizando bien a los protagonistas comprobaremos que chistes en boca del Capitán América hay muy pocos, absolutamente ninguno en el personaje de T’Challa y que El Soldado de Invierno solo se permite alguna broma cuando, a raíz de su incipiente amistad con Falcon, empieza a recuperar su humanidad. Esto es algo que se aprecia más analizando a fondo a Iron Man, sin duda el personaje que ha tenido mayor evolución a lo largo de toda la saga, y sus toques de humor son aquí más medidos y, en consonancia con la historia, van de más a menos. Todo muy coherente si recordamos los síntomas de ansiedad que ya demostraba en Iron Man 3 y que quedaron en el olvido (pasaban cosas más importantes) en Los Vengadores: la era de Ultrón.
Esto me hace recordar que, es tan redonda la película de los hermano Russo, que una de las pocas polémicas que ha generado es tan absurda como si el Capitán América merece formar parte del título o no. A mí me parece que sí, ya que la base de la historia continúa de los acontecimientos de sus películas, y de lo que va la historia es del enfrentamiento del Capi con el sistema, del conflicto del Capi con Iron Man y de la fe del Capi hacia Bucky/el Soldado de Invierno. Lo que sucede es que son tan autoconcientes de que esta película forma parte de algo mayor que se puede permitir arrastrar tramas de otros episodios, como es la relación que se empieza a intuir entre Wanda y Visión. Y es que esto es Capitán América, parte 3, pero también es Marvel, parte 13. En la acera de enfrente, sin embargo, el título sí repartía protagonismo, pero solo ahí. La confusión viene cuando Batman parece acaparar todo y es el que queda en el recuerdo tras visionar el film cuando el peso argumental, muerte incluida, recae sobre el papel en Superman. Esto por sí solo ya demuestra que algo no se está haciendo bien.
Indudablemente, a estas alturas entrar a valorar el trabajo de Sneyder y los Russo me parece casi insultante. Mientras el primero parece haber perdido toda la chispa y talento de sus primera películas (y no me vengan con cuentos de que el problema es del montaje, ya que un director debe responsabilizarse también de ese aspecto técnico del film) los dos hermanos le han cogido el pulso al cine de acción, con escenas espectaculares de grandes coreografías que quizá no sean tan plásticas visualmente como las de Joss Whedon en las dos Vengadores pero con un ritmo narrativo perfecto. Incluso el uso de la cámara en mano, nerviosa y algo confusa, de la escena de los Vengadores contra Crossbones (que en principio podría parecer la peor filmada) ayuda a crear esa sensación de caos y desconcierto que origina la catástrofe final.
Pero quizá lo más inteligente de Capitán América: Civil War haya que encontrarlo en su villano. Comedido y sin estridencias, esta versión de Zemo que poco tiene que ver con el de los comics tiene los mismos propósitos que el Luthor de Eisenberg, solo que él lo sabe hacer bien. Puede haber algún momento pillado por pinzas (toda película de superhéroes requiere de algún salto de fe), pero su plan es inteligente y consecuente con su historia, no como las absurdas ideas de Luthor, sin una motivación clara y con sensación de terminar improvisando a lo loco. 
Aplaudo, sobretodo, el falso giro final. En Batman v. Superman se siguen a rajatabla el guion más tópico y previsible de dos héroes enfrentados que deben unirse en pos de una amenaza mayor. En Capitán América: Civil War todo conduce al mismo camino, al momento en que el Capi e Iron Man hacen las paces para enfrentarse a los cinco Soldados de Invierno, en una hipotética batalla espectacular y destructiva final. Pero no, no va de esto la historia. Los cinco Soldados de Invierno son sólo un inteligente mcguffin para que el duelo final sea, como tiene que ser, entre los dos héroes. Y ahora sí que es una pelea brutal y sin compasión, dolorosa y amarga. Como lo era la de Batman y Superman con la salvedad de que allí se producía en mitad de la película, dejando para el final lo peor de la trama, y se solucionaba de manera absurda como buenos amigos.  Me pareció muy valiente por parte de los guionistas que la escena que todo el mundo esperaba ver, la del enfrentamiento entre todos los protagonistas en el aeropuerto, sea en mitad del metraje, como recordándonos que por más espectacular que pueda parecernos, no es eso lo importante del film. Y por esto, volvemos a lo mismo, esto no es una peli de Vengadores, sino del Capi.
Y también eso es lo que justifica que casi todo el humor de la película recaiga en esa escena. Porque a no ser esto en realidad un enfrentamiento entre héroes (son solo las circunstancias las que posicionan a cada uno en su bando correspondiente) no se pretende hacer sangre con el conflicto. A alguno de ellos, como es el caso de Spiderman u Ojo de Halcón, la cosa ni les va ni les viene. Precisamente la pugna entre Clint y la Viuda Negra lo define a la perfección: “¿Aún somos amigos, no?” le pregunta ella en plena pelea. “Depende de cuánto me pegues”, responde él. Y la pugna termina con la intromisión de Wanda, que le recrimina a él que está siendo demasiado blando. Un diálogo que puede parecer un simple chiste pero que define muy inteligentemente lo que está sucediendo: una lucha entre gente que no quiere hacerse daño entre sí.
Hablando de diálogos inteligentes: con qué efectividad se describe la situación de Tony Stark tras la presentación de su programa de becas. Dos simples frases con su asistente nos informa de su situación actual, y la conversación posterior en el ascensor define su último paso evolutivo que lo definirá en esta película.
Y este es otro aspecto en el que este film prevalece sobre el de Warner: la motivación de personajes. Aquí se toman su tiempo en definirlos y mostrarnos sus pensamientos. Tanto es así que conozco gente que al final de la película defendían a muerte la postura de Stark y odiaban a muerte al Capi, otros que pensaban justo al contrario y algunos que entendían a ambos y ponía a los altos estamentos como los malos del conflicto. Y aquí se aprovecha para lanzar un mensaje de hipocresía ante un gobierno acostumbrado a ejercer de mediador todopoderoso en todo conflicto que le interese sin tener que justificarse. 
No en vano la imagen de la “cordura y la sensatez” recae en Thunder Ross, el tipo que arrojó a la Abominación en medio de Nueva York para detener a Hulk. Claro que cuando argumenta que dos pesos pesados como el propio Hulk y Thor están en paradero desconocido uno también tiende a comprender su postura. Y en esa ambigüedad entre quien tiene razón y quien no (al final todos la tienen y todos se equivocan, incluso con Zemo es fácil empatizar) está el gran acierto.
¿Alguien sabe realmente porqué se pegan Batman y Superman? ¿No se os ocurre mil formas de actuar diferentes de cada uno (sobre todo de Superman, que como ya se vio en El Hombre de Acero, esto de tomar decisiones bajo presión no es lo suyo) para evitar el conflicto?
Y sobre las motivaciones y los sentimientos hay también dos escenas muy definitorias que parecen calcadas aunque digan cosas muy diferentes: Wayne abrazando a una víctima y mirando al cielo (a Superman) con odio y Stark abrazando a una víctima y mirando al cielo (a la huida del Capi, pero más allá, casi al infinito) con angustia y dolor. La primera marca el momento en que Batman decide que Superman es una amenaza. La segunda refleja cuando Iron Man se da cuenta de que han cruzado una línea y ya no hay marcha atrás. Chapó para las dos.
En fin, que si a alguien no le convence todo lo que estoy diciendo y no comparte la superioridad de la peli del Capi sobre la de Batman, le daré un último y definitivo argumento: Spiderman.
Wonder Woman mola, no diré que no. Y consigue algo parecido a lo que se hace con Black Panther, que esté deseando ver sus películas cuando a priori no me interesaban para nada sus personajes (aunque en el caso de la pantera hay un desarrollo de personaje que te permite conocer lo mínimo sobre él que no sucedía con la amazona), pero Spiderman… Spiderman es otra cosa.
Admito que su participación en la trama sea lo más forzado de la película (y la única crítica real que puedo hacerle al guion), pero está claro que es un caso evidente de “el fin justifica los medios”. ¿Qué pinta Spidey en medio de este fregado (sobre todo cuando Stark, que va contrarreloj, se permite viajar de Berlín a Queens para reclutarlo, le hace un nuevo uniforme y regresa con él a Berlín)? Absolutamente nada, lo admito. ¡Pero cuanto juego da! Si nos fijamos en la parte más desenfadada del film Spidey es el verdadero protagonista, robando escenas a todos los que están a su alrededor y haciéndonos creer que de verdad, ahora sí, vamos a ver al auténtico Spiderman en cine. Porque si alguno piensa que su participación es demasiado cómica dejadme que os asegure (y os lo dice alguien que ha leído absolutamente todo lo que se ha publicado del trepamuros hasta la fecha) que este sí es el auténtico Spiderman. Absolutamente perfecto en todos los sentidos, como Peter y como enmascarado. Como habla, cómo se mueve, cómo lucha… Lo han clavado, en serio.
Y ofrece otro punto a comparar con Batman v. Superman: los tráilers. Hasta en eso fallaron en DC, que enseñaron demasiado sin reservarse ninguna sorpresa para el final. Cierto que a muchos nos hubiese gustado más ver por primera vez a Spidey en la pantalla de cine, pero al menos hay que decir que su presencia en el tráiler (y su ausencia en todos los carteles promocionales) invitaba a pensar que su participación sería más bien testimonial. Incluso la batalla del aeropuerto se suponía cutre y pandillera por lo visto antes del estreno.
Hay en Capitán América: Civil War algunos detalles que casi parecían dirigidos directamente a la competencia. La perfecta presentación de Peter Parker sin mencionar a su tío Ben muerto ni usar flashbacks para contar una historia que todos sabemos y que tampoco es vital para la historia contrasta con la innecesaria escena inicial de Batman v. Superman reincidiendo en la muerte de los padres de Bruce Wayne. Una muerte que, por cierto, provoca la amistad entre los protagonistas por la coincidencia (el truco de guion más estúpido que he visto nunca en una película seria) de que la madre de ambos se llamaba Martha. En Civil War, la muerte de los padres de Stark es, en cambio, lo que provoca las diferencias irreconciliables al final de todo. Y hay una escena curiosa en la que el Capi y Falcon interrogan al Soldado de Invierno en la que este, para demostrar que tiene el control sobre su muerte, explica detalles personales de su pasado con Steve Rogers. Cuando comienza diciendo: “tu madre se llamaba Sarah”. Hubo pequeñas risitas en el cine. ¡Menos mal que no dijo Martha! Y cuando al final de la secuencia Falcon comenta: “¿Dos cosillas y ya nos llevamos guay?”, ¿no os pareció una pulla directa a la peli de Snyder”?
En fin, estas son mis conclusiones sobre estas dos obras “agermanadas” en su rivalidad que me apetecía compartir con vosotros. Entiendo que muchos no estéis de acuerdo con ellas, pero si Capitán América: Civil War trata sobre el debate y las opiniones contrapuestas, las críticas de la película deberían seguir el mismo camino, ¿no?
Y si queréis, ya sabéis, cometarios aquí o en Facebook siempre serán bien recibidos. En breve llegará Suicide Squad y un par de meses después Doctor Strange, pero ya no será lo mismo, ¿verdad?

sábado, 21 de mayo de 2016

X-MEN: APOCALIPSIS: síntomas de agotamiento mutante.

Seguimos en plena vorágine de blockbusters basados en superhéroes con el cuarto estreno comiquero en lo que llevamos de año (y aún quedan dos) y seguimos con la tónica de unos resultados muy irregulares, un regusto a película fallida y unas críticas muy enfrentadas.
Con todo, la mayoría de opiniones son más bien tirando a flojas, algunas que la califican incluso de desastre total. Y, la verdad, no creo que la última entrega de los X-Men sea para nada una mala película. Lo malo es que tampoco se puede calificar como buena.
X-Men: Apocalipsis adolece de los mismos errores que se están repitiendo con demasiada frecuencia en este género: planteamientos interesantes y bien desarrollados que derivan en finales vacíos y poco inspirados, meras muestras de destrucción donde se olvida la construcción de personajes o las motivaciones intrínsecas de cada uno. Y eso es algo que se comprueba en las propias interpretaciones de los actores. Michael Fassbender está magnífico en todas las escenas iniciales, en las que trata de huir de lo que es y del pasado que lo estigmatizará de por vida pero parece actuar con el piloto automático en cuanto se disfraza de Magneto y empieza a lanzar objetos metálicos por el aire.
Se ha acusado a la película de tener un guion absurdo e incomprensible, y ciertamente debo reconocer que yo mismo no entendí de qué iba la película. No, no me refiero a que no se entienda la trama argumental, sino que el problema está en el fondo. Como en los recientes films de Zack Snyder cuesta comprender las motivaciones de un villano más que la destrucción más simple y primigenia, y no digamos ya de sus cuatro acólitos, que si actúan corrompidos por el poder o por decisión propia nunca termina de quedar claro.
Puede que el principal problema de Bryan Singer (al cual, seamos justos, nunca se le podrá agradecer lo suficiente lo que hizo por el género con las dos primeras entregas de la saga), es que no tiene el talento suficiente para controlar un escenario tan amplio. 
Esta es, posiblemente, la entrega de la saga en la que más mutantes aparecen, y el reparto de protagonismo está muy descompensado. Lejos de lo que fueron capaces de hacer Joss Whedon con Los Vengadores o los hermanos Russo en Capitán América: Civil War, Singer no es capaz de hacer brillar a sus mutantes como merecen, de manera que algunos son simples comparsas que no llegan a lucir nunca como merecen. 
Es el caso de una desaprovechada Tormenta, una Mariposa Mental cuyo único cometido parece ser demostrar lo bien que luce Olivia Munn el uniforme, o una Bestia que hace poco más que pegar saltos y gruñir a cámara. Y no es exactamente que no hagan nada durante la película, sino más bien que dejan la sensación de que no lo hacen, ya sea porque no se sabe dar buen uso de sus habilidades o porque lo que hacen es tan funcional y poco espectacular que uno olvida rápidamente sus escenas de lucimiento. Algo parecido me pasa con Ángel, que ni siquiera entiendo porqué Apocalipsis lo incluye como uno de los mutantes más poderosos.
Mención aparte merece Mística, un personaje que ha quedado demasiado hipotecado a la fama de su actriz que obliga a que sea centro de atención y líder del equipo (¿pero no era mala?) aunque tampoco se le vea hacer nada relevante en toda la película.
Puede que X-men: Días del futuro pasado mostrase ya los mismos síntomas de agotamiento y falta de talento para orquestar una película tan coral, estando la mayor parte de las críticas negativas centradas en el nulo desarrollo de personajes en el futuro, pero al menos ahí estaba claro que los protagonistas de verdad estaban en el pasado, con el trío Xavier, Mística y Magneto en el centro, Lobezno de artista invitado y Mercurio como cameo estelar (Bestia está, otra vez, de simple comparsa). Pero está claro que eso no es lo que Singer pretendía en esta nueva entrega.
También chirría un poco el tema del reparto, en el que los veteranos demuestran cierta desidia (Jennifer Lawrence está aquí o bien obligada por un contrato o bien por ganar algo de dinero fácil, porque lo que se dice interpretar, interpreta bien poco) mientras que los nuevos no terminan  de tener el carisma necesario. También debo confesar que quizá tenga un problema personal con la nueva Jean Grey, ya que a Sophie Turner ya no la trago ni en Juego de Tronos, así que quizá no sea demasiado objetivo con ella.
Otra cosa que, por cierto, me saca del film es su cronología. Es simpático, original incluso, que cada una de las secuelas suceda en una década diferente de nuestra historia (aunque las referencias históricas en esta se pierden a mitad del metraje), pero ¿de verdad tenemos que creer que Evan Peters tiene casi diez años más que en X-Men: Días del futuro pasado y que para Jennifer Lawrence, James McAvoy, Michael Fassbender o Nicholas Hoult han pasado cerca de veinte desde X-Men: Primera generación?
Soy consciente de que sólo estoy diciendo cosas malas de la película cuando he empezado diciendo que no es mala. El caso es que hay también cosas buenas en X-Men: Apocalipsis, pero todas ellas son en el aspecto visual. Hay momentos espectaculares, la escena de Mercurio vuelve a ser la más recordada y no provoca aburrimiento en ningún momento. Incluso hasta se hace un poco corta. Lo que pasa es que cuando se está ante la sexta entrega de una saga (sin contar las dos de Lobezno y Deadpool) que empieza a ir cuesta abajo. X-Men: Apocalipsis es posiblemente la más floja de las seis (sí, a mí X-Men: La decisión final me gustó más, ¿qué le voy a hacer?) e invita a pensar que quizá sea el momento de que Singer deje el puesto a otro director que llegue con fuerzas renovadas y de un nuevo aire a la saga (tal y como hiciera Matthew Vaughn en X-Men: Primera generación).
En resumen, que la nueva entrega de X-Men es una de esas películas para no pensarlas demasiado, que se disfrutan en la sala de cine pero totalmente intrascendentes y olvidables en cuanto termina la proyección.
La pregunta es: ¿Hasta cuándo piensan estirar un chicle que ya ha perdido su sabor? Posiblemente, hasta que Hugh Jackman (innecesaria aparición que, no obstante es de lo mejor de la película) quiera. Sin él los X-Men no son nada. O eso parecen creer sus productores…

Valoración: Cinco sobre diez.

martes, 17 de mayo de 2016

LA BRUJA, inquietante recuperación del mito.

Cuando parecía que ya no cabría un hilillo de esperanza por el cine de terror llega el señor Robert Eggers y debuta en el mundillo del cine con esta angustiante película para nada convencional que sin duda dividirá a la afición, haciendo que muchos se rindan ante su aterradora visión de la Nueva Inglaterra del S. XVIII mientras otros tantos odien la película y su abrupto final.
La Bruja no es, desde luego, terror al uso. No busca Eggers sustos fáciles con primeros planos repentinos y manipulando al personal con subidas aleatorias del volumen de la música. Él prefiere cocinar la historia a fuego lento, dejar que sea el propio espectador quien se inquiete ante lo que está sucediendo, aún sin saber a ciencia cierta si lo que se ve en pantalla es real o producto de la imaginación de sus protagonistas.
Una familia puritana es expulsada de su colonia por las diferencias del padre de familia con respecto a la iglesia del lugar y deben apañárselas para vivir de una tierra árida aislados de todos y a escasos metros de un tenebroso bosque. La desaparición del bebé de la familia les hará sospechar de la presencia de una bruja oculta cerca de ellos, pero sucesos posteriores les inducirán pensar si no será uno de ellos el responsable de todo el mal que les corroe.
Centrándose en una fe que raya el fanatismo pero que no por ello rehúye de las mentiras y de cierta hipocresía, La Bruja posee una atmosfera insana jugando con elementos tan útiles como las canciones de los hijos mellizos o las tímidas miradas lascivas del pequeño Caleb a su hermana Thomasin, verdadero centro de interés el film.
Con una muy cuidada ambientación y una música que trasmite toda la soledad y la desesperación de los áridos campos de cultivo (filmados en realidad en Canadá), es la joven protagonista, Anya Taylor-Joy, quien brilla con luz propia. Con apenas veinte años, esta jovencita de Miami pero de origen argentino prácticamente debuta en la pantalla grande, aunque se le acumulan ya los proyectos. Sin duda su interpretación de Thomasin, una chiquilla asustada pero de rabia acumulada, una especia de Lolita colonial, es de lo mejor del film y merece todos los elogios que se le puedan hacer, aunque en realidad nadie del mínimo reparto parece estar de más y todos forman una familia homogénea y maltratada, tanto por las circunstancias como por ellos mismos.
No es terror al uso, insisto, y muchos se van a sentir decepcionados. El truco está en dejarse llevar por la historia, en aceptar el juego que Eggers propone y quedar atrapados por las redes el fanatismo y la obsesión que, a la postre, es lo que provoca el verdadero temor, más allá de los entes sobrenaturales o las brujas en las que, según se dicen, se han basado para esta historia.
Perturbadora, inquietante y malsana. Pero a la vez, deliciosa.

Valoración: Siete sobre diez.

domingo, 15 de mayo de 2016

ESPÍAS DESDE EL CIELO: Espionaje moderno

Ya en la época de la Guerra Fría y, sobretodo, a raíz de la Crisis de los Misiles se puso muy de moda la expresión de que las guerras ahora se desarrollaban en los despachos. Hoy en día esa afirmación es una aterradora verdad y Espías desde el cielo es la mejor prueba de ello.
Cuando una operación de vigilancia y extracción a un grupo terrorista en Nairobi cambia repentinamente cuando a través de un dron controlado a distancia el gobierno británico descubre que se está planeando un atentado con chalecos bomba. La situación exige una respuesta inmediata, pero las trabas jurídicas y burocráticas y la necesidad de reducir los daños colaterales ralentizan todo el proceso.
Este es el punto de partida de Espías desde el cielo, en la que el intento de asesinato de algunos de los terroristas más buscados se puede producir desde una habitación cerrada desde donde los dos pilotos controlan el dron. Cuando una niña que vende pan se coloca en la zona de impacto el piloto se negará  a efectuar el disparo si no se recalculan los daños colaterales, y así da comienzo el debate extensible al propio público: ¿es lícito eliminar una vida inocente con la supuesta posibilidad de salvar las de muchas más?
Con este planteamiento Espías desde el cielo, pese a contener ataques de un país a otro, misiones de espionaje, mandos militares dando órdenes, soldados ejecutándolas y misiles apuntando, es más que una simple película bélica transformándose casi en un film de suspense, una historia a contrarreloj cargada de tensión donde urge tomar una decisión.
El gobierno, el fiscal, los servicios jurídicos, los aliados… todos se pasan la pelota incapaces de tomar una decisión no sólo amparada por la simple duda humanitaria de matar a una niña por un bien mayor, sino por el egoísta instinto de autodefensa. Una frase referida a los medios de comunicación define el conflicto: “Si ochenta personas mueren en un atentado, los malos son los terroristas; si muere una niña por evitarlo, los malos somos nosotros”. O algo así.
Con una relativa sencillez en su puesta en escena (sencilla pero eficaz, una agradable sorpresa ya que estamos ante Gavin Hood, el director de la desastrosa X-Men  Origenes: Lobezno y la fallida El juego de Ender) y unas interpretaciones a la altura de lo esperado debido a lo glamuroso de su reparto (Helen Mirren, Aaron Paul, Berkhad Abdi, Ian Glen o el propio Hood), la película es también la despedida de un gran intérprete, Alan Rickman, que dejando de lado su voz en Alicia a través del espejo nos ofrece aquí su último trabajo fílmico.
En resumen, una película intensa, inteligente y emocionante que plantea un debate muy real y actual y lo comparte con el espectador para que siga buscando respuestas una vez finalizado el film, planteado de una manera que evita con fortuna el maniqueísmo o la moralina barata.

Valoración: Ocho sobre diez.

ANGRY BIRDS: Absurda locura

Este año va a estar caracterizado, entre otras cosas, por dos nuevos intentos de conseguir adaptar con éxito un videojuego. Me estoy refiriendo a la inminente Warcraft y a la esperada Assassin’s Creed. Sin embargo, mientras llegan estos estrenos, se ha colado en la lista Angry Birds, la adaptación en dibujos animados del popular juego para móvil que arrasaba hace unos años llegando a convertirse en todo un fenómeno social.
De la mano de Sony, Angry Birds es una lujosa producción que cuida con todo lujo de detalles una animación magnífica que nada tiene que ver con esa patochada de la semana pasada, Ratchet and Clank, pero en la que no han andado tan finos en cuestiones de guion.
Con el sencillo juego como punto de partida no es que haya mucho que explicar sobre un argumento que básicamente explica cuál es el origen de la rivalidad entre pájaros y cerdos y busca excusas para conseguir escenas que parezcan calcadas a las partiditas que todos conocemos. A partir de ahí, la trama, con unos personajes demasiado planos y poco definidos, y un ligero toque de moralina (el clásico inadaptado que termina alzándose como el héroe de la historia), avanza a trompicones más centrada en una sucesión más o menos afortunados de gags que de otra cosa.
Sin embargo, y pese a los palos que está recibiendo por parte de la crítica, lo cierto es que tiene una acción tan frenética y delirante que a mí me ha hecho bastante gracia. Todo es un locurón absurdo y hasta estúpido, pero si vamos a ver una película sobre pájaros que no saben volar y cerdos de color verde, ¿qué nos podemos esperar?
Los directores, Clay Kaytis y Fergal Reilly, quizá conscientes de que la historia no daba para mucho, han dotado a la película de una velocidad demencial, casi desquiciante, que puede provocar epilepsia en los niños más sensibles pero que ayuda a que para el resto sea un espectáculo hipercolorista y algo violento, al viejo estilo de los Looney Tunes, que convierten la película en una errática montaña rusa que cumple su propósito de entretener y provocar algunas risas.
Y, por cierto, donde otros han querido ver una ofensivo desprecio contra la inmigración yo he visto una crítica a los abusos de colonialismo, pero, bueno, allá cada uno con lo suyo…
En fin, una tontería sin muchas pretensiones, aunque de generoso presupuesto, todo hay que decirlo, pero que se disfruta bastante bien. Aunque parece que eso solo me está pasando a mí… Y eso que yo soy más del Candy Crush

Valoración: Seis sobre diez.

FREEHELD: Amor e igualdad

Escasas semanas antes del estreno de Freeheld la joven actriz Ellen Page decidió realizar un comunicado de prensa comunicando su condición homosexual. Ahí puede estar la respuesta a porqué la protagonista de Juno ha decidido iniciarse como productora y hacerlo precisamente con una película con un claro alegato en favor del derechos de los homosexuales a ser tratados igual que los heteros. En favor de la igualdad, como diría el personaje que interpreta Julianne Moore.
Con la espléndida Carol tan reciente, uno podría esperar de Freeheld una nueva historia de amor entre dos mujeres que no aporte nada nuevo al panorama. Si añadimos a la ecuación la presencia de una enfermedad terminal la cosa ya apunta al melodrama más insoportable, con la endeble Siempre Alice, también protagonizada por Moore, en el recuerdo. Sin embargo, con el guion de Ron Nyswaner y la dirección de Peter Sollet la historia consigue ser más que un simple panfleto televisivo para convertirse en una película muy emotiva, que toca la fibra cuando es preciso sin renunciar a sutiles puntos de humor y cuyo principal acierto es en saber repartir el protagonismo entre varios personajes, de forma que el foco no está constantemente pendiente en la relación entre Stacie y Laurel, las mujeres a las que dan vida Page y Moore, permitiéndose incluso incluir un caso policial como telón de fondo.
Freeheld es la historia real de Laurel Hester, una brillante sargento de policía enfrascada a mediados del 2002 en un caso de asesinato junto a Dan Wells, al que pone rostro Michael Shannon, su compañero y amigo de toda la vida al cual, sin embargo, nunca se ha atrevido a confesar sus inclinaciones sexuales, no sólo por el temor a sus posibles prejuicios sino por preservar sus derechos en una sociedad (y una profesión) donde si ser mujer ya representa un obstáculo por sí mismo, el ser lesbiana es casi una carga imposible de llevar. Sin embargo, cuando Laurel conoce a la joven Stacie Andree surge entre ellas un amor que la obligará a bajar sus defensas y confesar su verdad, más cuando deciden comprarse una casa juntas y constituirse como pareja de hecho. 
Sin embargo, cuando detectan en Laurel in cáncer incurable, la sargento empleará todas sus fuerzas en conseguir que a su muerte Stacie tenga derecho a cobrar una pensión que le permita mantener su casa, algo lógico si fuesen un matrimonio pero que la junta de Freeholder le niega repetidamente.
Puede que la película sea, finalmente, una declaración de intenciones en defensa de los derechos de los gays, representada sobretodo en la figura de Steven Goldstein, un abogado judío gay que convierte el caso de Stacie y Laurel en una cruzada personal, pero es mucho más que eso. Con el deterioro de Laurel en segundo plano (y sin pretender recrearse en exceso en la enfermedad), la verdadera lucha de las protagonistas es mucho más simple: quieren igualdad, quieren ser tratados como un matrimonio más, quieren una pensión. Sólo eso. Por eso Freeheld es además un relato de amor incondicional, de un amor de esos que sólo la muerte es capaz de romper. Y es, además, un relato de amistad centrado en el apoyo del compañero policía. Y de dignidad, en forma de Todd, otro policía homosexual incapaz de enfrentarse a su verdad. Y de cobardía, radicalismo o integridad, según a qué miembro de la junta echemos el ojo.
Por eso, por todas las miguitas que la historia va repartiendo, por ese protagonismo compartido que no llega a hacer de esta una película coral pero permite que la mirada vaya más allá de solamente la lucha aislada de ellas dos, es por lo que esta película es mucho más que una simple Love Story homosexual, como a simple vista podría parecer.
No es un film redondo, por supuesto, pero logra emocionar sin caer en la ñoñería, y con eso me vale.

Valoración: Siete sobre diez.

jueves, 12 de mayo de 2016

NACIDA PARA GANAR: deshilachada comedia caduca.

Si hay dos actrices que pueden presumir de estar ante un magnífico momento profesional, estas son, sin duda Alexandra Jiménez y Belén Cuesta, prácticamente omnipresentes en las carteleras españolas en los dos últimos años.
En esta ocasión es turno de la primera, que vuelve a ser la protagonista de una comedia bastante simpática donde casi todo el peso recae sobre ella aunque son las aportaciones de los secundarios los que permiten que Nacida para ganar suba la nota.
Estamos ante el último trabajo de Vicente Villanueva, una burla de la sociedad de consumo en la que vivimos representada a través de Encarna, una chica de Móstoles encerrada en una vida anodina (casada en secreto con su antiguo profesor de literatura, muchos años mayor que ella, y condenada a trabajar de por vida en una tienda de colchones) y acomplejada por el famoso (aunque no sé yo si olvidado ya) gag de Martes y 13 sobre Encarna de Noche y las empanadillas de Móstoles, a la que se le presenta una oportunidad de enriquecerse fácilmente que la cegará y estará a punto de arrojarla por el abismo.
El principal problema que tengo con esta película, aparte de que no termina por ser tan disparatada como pretende, es que su historia está algo desfasada. Más allá del tema recurrente de Martes y 13, toda la trama gira en torno a los negocios piramidales, esas estafas tan populares hace un par de décadas que, si bien siguen existiendo hoy en día en otros formatos, han quedado desfasadas, al menos tal y como lo explica la historia. En la época de Internet y los negocios online, que se nos presente un mega negocio como el de la película basado en el boca a boca y la puerta fría parece poco creíble, no sólo desde el punto de vista del espectador sino también para los propios protagonistas. Que nadie busque, por ejemplo, opiniones sobre la empresa que pretende cambiar la vida de Encarna a través de Google se me antoja un poco, como menos, extraño. Y la presencia de Las Supremas de Móstoles triunfando or todo lo alto o tener a Antonio Hidalgo como maestro de ceremonias en una lujosa presentación sólo confirma mis palabras. Me llama la atención cuando en un momento dado el presentador dice algo como: “con el dinero que se gana aquí estoy planteándome dejar la tele”, y uno no puede evitar preguntarse: “pero, ¿todavía sale en la tele, este hombre?” Estamos ante una historia que llega quince años tarde.
Con todo, si dejamos la suspensión de la incredulidad de lado, la trama es simpática, sigue los esquemas clásicos con sus bajones dramáticos cuando todo se tuerce y el desenlace frenético y exagerado y cuenta, sobre todo, con una Victoria Abril interpretándose a sí misma que demuestra tener un gran sentido del humor y tiene, en esta auto parodia, la mejor baza de la película.
Algunos aciertos se entremezclan con decisiones argumentales dudosas que confieren a la película un empaque irregular, que permite que se pueda disfrutar durante su visionado pero que no deje demasiado poso tras el mismo.  Una lástima, pues aspiraba a mucho más, pero seguramente en unos meses ni recordaré haberla visto.

Valoración: Cinco sobre diez.

LA VENGANZA DE JANE: un western demasiado lineal.

Curiosa propuesta producida por la propia Natalie Portman y que confirma que el género del western vuelve a estar muy de moda, aunque sea a través de películas pequeñas que deban aprovecharse de su paso por festivales o a eventos como La fiesta del cine para poder ser algo visibles.
Dirigida por Gavin O'Connor, La venganza de Jane narra la historia una mujer con un doloroso pasado que se verá atrapada en medio de una violenta confrontación con la antigua banda de maleantes a la que perteneció su marido y ante sólo podría tomar dos decisiones: huir o enfrentarse a ellos aunque eso le suponga abrir viejas heridas.
Si algo hay que reprocharle a la película es su trama demasiado lineal. 
Pese a estar contada en dos líneas temporales, de forma que conocemos lo que le pasó a Jane mediante flashbacks, la trama en sí es demasiado sencilla, carente de algún giro que aporte algo de emoción a la misma. Los malos rodean a Jane en su propia casa, nos explican la relación que tenían entre ellos en el pasado y hay un combate final. Sin espacio para las sorpresas.
Pese a todo, las buenas interpretaciones, el tono dramático con tintes de romance y la buena ambientación hacen que esta película, que además de la Portman cuenta con la participación de Joel Edgerton y un irreconocible Ewan McGregor, hacen que la película se deje ver con simpatía, resultando ser tan interesante como fácilmente olvidable.

Valoración: Cinco sobre diez.

EL OTRO LADO DE LA PUERTA: Previsiblemente tediosa.

Alexandre Aja es un autor que tiene cosillas interesantes como director, pero que en su faceta de productor anda algo más perdido. El otro lado de la puerta es un film que se promociona con su nombre ya que Johannes Roberts, el director y guionista de esta historia, no es nada conocido, mientras que la protagonista, Sarah Wayne Callies, es una de las actrices más odiadas del panorama actual (y si no, que se lo pregunten a los seguidores de The Walking Dead o a los que aún recuerden su paso por Prison Break).

¿Y qué nos trae en esta ocasión el señor Aja? Pues como era de esperar otra peliculita de miedo del montón, un producto que asusta lo mínimo y que es totalmente olvidable, una nueva muestra de que este género está en un estado crítico y que se necesita urgentemente alguien que sepa darle un aire fresco y no se limite a historias vacías con personajes que hacen justo lo contrario de lo que dicta la razón, subidas de música repentinas y primeros planos súbitos como únicas armas para crear acongoje.
Siendo tan floja como El bosque de los suicidios, tiene algo que me recuerda a la película que protagonizó Natalie Dormer hace unos meses, aparte de tratarse de sendas historias de mujeres capaces de todo por recuperar a un miembro de su familia. Me refiero a cierto carácter dramático que casi pesa más que el terrorífico y que invita a pensar que por ese camino habría resultado una historia más interesante.
El otro lado de la puerta narra la historia de una pareja americana que reside en la India con sus dos hijos pequeños hasta que, tras la muerte de uno de ellos en un accidente, la madre descubre una leyenda de la zona sobre un templo a través de cuya puerta se puede comunicar uno con los muertos. Una puerta que nunca debe abrirse y que ella, por supuesto, abre.
Hasta aquí, el ambiente sórdido de una India mucho menos colorista y exótica que la que nos muestran en las películas de Bollywood o, por ejemplo, en títulos como El nuevo exótico hotel Marigold, estaba funcionando bastante bien, pero de golpe todo se vuelve previsible, repetitivo y anodino. Una peli más del montón que no debería interesar a nadie y que sin duda va a pasar desapercibida por nuestras carteleras para caer en el limbo de los títulos olvidables del año.

Valoración: Cuatro sobre diez.

domingo, 8 de mayo de 2016

EL OLIVO: ¡Qué bello es crecer!

El Olivo es la última película como directora de la también actriz y guionista Iciar Bollaín, que tras las experiencias de Katmandú y También la lluvia vuelve a contar con un libreto de Paul Laverty, colaborador habitual de Ken Loach.
Protagonizada por Javier Gutiérrez, que consigue dotar de gran sensibilidad a un personaje que sobre el papel podría caer en lo caricaturesco, y Pep Ambrós, con otra gran interpretación donde las miradas y los silencios dicen más que las palabras, aunque se pasa también por ahí Juanma Lara, la película es sobre todo un ejercicio interpretativo de la joven  Anna Castillo, una barcelonesa de veintidós años que aunque lleva ya un tiempo rondando el mundillo del cine y la televisión dará el despegue definitivo con esta película, que le va a suponer un trampolín a la fama tal y como le pasó a Natalia de Molina con Vivir es fácil conlos ojos cerrados . Anna Castillo consigue componer un personaje que puede ser odiosamente irritante en muchos momentos del film y, aun así, enternece. Soporta magníficamente muchos primeros planos que muestran un catálogo de sentimientos atronadores y logra conmover al espectador con una historia que, sin ella, sería una torpe noñada.
El Olivo cuenta como un árbol milenario simboliza para un viejo campesino de Castellón todo lo que la vida le puede ofrecer, cayendo en una profunda depresión cuando su familia decide venderlo a cambio de una pequeña fortuna. Doce años después, el anciano apenas reconoce el mundo que lo rodea, encerrado en lo más profundo de su propia mente, y el dinero, tal y como él mismo había predicho, ha desaparecido, invertido en un negocio que, como muchos otros durante esta crisis que quien sabe si realmente ha terminado ya, ha caído en desgracia.
Alma, la nieta que con ocho años convirtió a ese olivo en un compañero de aventuras y cuyo amor por su abuelo es infinito, no puede soportar ver al muerto viviente en que el hombre se ha convertido, y convencida de que solo la recuperación del árbol puede devolverlo a la realidad del presente, se embarca en una absurda cruzada junto a su tío y un compañero de trabajo (enamorado no muy secretamente de ella) para recuperarlo de una multinacional energética de Dusseldorf que lo utiliza como símbolo institucional en el hall de su sede central.
El Olivo es un cuento de hadas, una historia imposible sobre la fuerza de voluntad y el deseo que, fiel a las crónicas sociales habituales en el tándem Bollaín/Laverty, refleja los problemas de la época que nos ha tocado vivir. Un cuento que, como sucedía en las películas de Frank Capra, resulta imposible de creer, pero que a la fin, su verosimilitud es lo que menos importa al lado de una reflexión cargada de sentimentalismo y ternura, con personajes cargados de “buenismo” que nos invitan a creer en lo imposible y a tener esperanza en el futuro, por amargo que este pueda llegar a tornarse.
El Olivo es una metáfora, redundante en algunos momentos, sobre la vida misma. Y Bollaín construye sus raíces con solvencia, alternando risas y lágrimas y emocionando cada vez que se lo propone.
En un fin de semana que continúa con la resaca de Civil War y dónde la proximidad de la Fiesta del Cine ha invitado a las distribuidoras a sacar toda la purria que tenía en sus cajones, de nuevo una película española ha sido la que me ha salvado del tedio general. Y esto no puede ser ya simple casualidad…

Valoración: Siete sobre diez. 

TINI, EL GRAN CAMBIO DE VIOLETTA. Sólo para incondicionales.

Dicen los que saben de estas cosas que el origen de Violetta es una serie televisiva de Disney Channel que surgió en 2012 y que consta de tres temporadas. Para mí, la tal Violetta era tan solo una cantante cuya imagen aparecía en las mochilas y carpetas de las niñas hace un par de años, compitiendo por destacar en los escaparates de las tiendas con las Monster High y Hello Kitti. Por ignorar, ignoro incluso en qué número tengo memorizado el Disney Channel ese.
Digo esto para dejar claro de antemano que yo no soy el público objetivo de esta película, ni de lejos, y que eso debería tenerse en cuenta a la hora de leer esta opinión.
Por otro lado, como sea que yo exijo a las películas algo más que una objetividad prefijada, declaro mi derecho a poder enfrentarme a ella sin complejos, tal y como me sucediera, por ejemplo, con El Séquito, una película que también era el cierre de una serie que yo desconocía y que pude disfrutar bastante (otro ejemplo de serie finiquitada en cine podría ser FireFly y Serenity, de Joss Whedon ambas).
Sin embargo, en el caso de Tini, el grancambio de Violetta, que no deja de ser un cambio de nombre e imagen a la chica Disney esta, uno tiene que imaginarse las cosas a medida que suceden, ya que no hay una mínima presentación de personajes ni nada parecido, como si se tratase de un capítulo más de su serie. Primer punto en contra.
La historia, en sí, es la de siempre. Alguien que va a un pueblecito de la costa mediterránea a pasar unos días y lo que allí encuentra le cambia la vida para siempre, quedando atrapado por la belleza del lugar y sus gentes. En lo que llevamos de año, sin ir más lejos, se ha tocado ese tema en Bienvenidos a Grecia o Cegados por el sol, pero referentes los tenemos a miles, como Mamma mía! o Walking on Sunshine para no salirse del género musical.
Tini es un despropósito fílmico, con lunas que permanecen completamente llenas durante varias noches, festivales de música sin más artistas a concurso que la protagonista, personajes que recorren miles de kilómetros en menos tiempo de lo que otros tardan en cruzar media isla, móviles que nadie utiliza cuando de verdad hacen falta… y así un sinfín de sinsentidos que sin duda no importarán a las incondicionales de la estrella argentina pero que para el resto del mundo resultan casi insultantes.
Por lo demás, típica película ñoña de amores de verano puros y castos, amigos fieles hasta la muerte y descubrimientos que permiten conocerse a uno mismo al ritmo de las empalagosas tonadas de esta artista argentina. Y por ahí en medio, haciendo de “matrona italiana” sin saber muy bien porqué, Ángela Molina.
Lo dicho, para incondicionales y poco más.

Valoración: Cuatro sobre diez.

RATCHET AND CLANK: Videojuego de copia y pega.

Ratchet and Clank es una saga de videojuegos creada por Sony para Playstation 2 y que sigue activa en las consolas de última generación. 
Ahora ha dado su salto al cine en forma película generada por ordenador que parecen haber puesto más empeño en los actores de doblaje (entre los que se incluyen Paul Giamatti, John Goodman, Rosario Dawson o Sylvester Stallone entre otros) que en su adaptación propiamente dicha.
Y es que desde la primera escena uno ya descubre que no está ante una gran película, ya no comparándola con un producto Disney o Pixar, sino a años luz de producciones Dreamworks, Universal o la patria Lightbox Entertainment. Vista en mi caso concreto en formato 2D, los personajes presentan un aspecto plano, con una calidad pobre en sus ambientaciones y con la constante sensación de que estamos ante la demo de un videojuego más que ante una peli de gran presupuesto. Incluso me parecía por momentos estar ante un anuncio del equipo Actimel.
En el guion la cosa tampoco va mucho más allá, con una mezcla entre Star Wars y Guardianes de la Galaxia sin que se hayan molestarlo en disimularlo mucho y con el trasfondo clásico del pequeño anónimo que termina siendo el héroe.
Pese a los intentos de incluir algo de humor mordaz y paródico, la suma del conjunto es muy pobre, aburrida para adultos y, por lo que pude presenciar en la sala, también para niños. Una de esas películas de simple entretenimiento infantil que tengan muy claro lo que van a ver y para fans, si los hay, de la saga.

Valoración: Cuatro sobre diez.

INFILTRADOS EN MIAMI: humor estúpido y poco más.

Hace apenas unos meses al actor Chris Rock presentó la gala de los Oscars basando casi todo su discurso en la polémica racial que acompañó a los días previos a la ceremonia. Muchas de las bromas tenían como objetivo a Kevin Hart, que cuando tuvo la oportunidad de subir al escenario sus bromas siguieron por ese camino. No es este lugar para hablar sobre si había este años actores de color merecedores de ser nominados al Oscar o no, pero sí aprovecho para sugerir al señor Hart que contemple su obra y sabrá, al menos, porqué algunos actores de color en concreto jamás merecerán ser nominados. Quizá, ni invitados entre el público.
Y es que Infiltrados en Miami es una oda a la estupidez de esas que en los ochenta habrían sido definidas como “carne de videoclub” y que se ha estrenado vaya usted a saber por qué motivo. Imagino que para intentar quitar público a películas que lo merezcan más durante la Fiesta del Cine de la semana que viene, digo yo.
Con un título engañoso que pretende favorecerse de la saga de Phil Lord y Christopher Miller (Infiltrados en clase e Infiltrados en la universidad), con la que no tiene nada que ver, esto es en realidad la secuela de una peli del 2014 que aquí se llamó Vaya patrulla que si se estrenó en cines yo ni me enteré.
Clásica comedia “de colegas” en la que un inépto termina salvando el día (aunque me pregunto si no es en realidad más inútil el policía interpretado por Ice Cube, que va de duro, que el de Hart) pasando por todos los tópicos del género. No faltan, por supuesto, las escenas videocliperas con chicas en biquini, coches despampanantes y panorámicas aéreas nocturnas de la ciudad en una película cuyo guion podrían haber rescatado de cualquier fotocopiadora y con dos actores totalmente espantosos a los que no encuentro la gracia al lado de los cuales Olivia Munn, a la que veremos en breve como mutante en X-men: Apocalipsis, parece destacar, por más que lo más destacado que hace es lucir escote en la escena de la fiesta. Para completar la cosa tenemos por aquí a Ken Jeong, que aunque este sí sepa ser gracioso su personaje termina siendo siempre más o menos el mismo.
En fin, una tontería como una casa, totalmente intrascendente, que no molesta pero tampoco merece ni el dinero ni el tiempo invertido en verla. Hay cosas mejores, afortunadamente… Eso sí, apuesto a que pese a todo tienen su público. Por algo las siguen haciendo…

Valoración: Cuatro sobre diez.

TRIPLE 9: Cine policíaco sin alma.

Un gran reparto y un director reconocible no siempre son sinónimo de éxito, y en Triple 9 tenemos la mejor demostración.
Hace poco comentaba que películas españolas como Cien años de perdón, aún lejos  de no ser perfecta, no tenía nada que envidiar a los thrillers americanos más convencionales, y aquí tenemos un buen ejemplo de ello: una película de muchas pretensiones pero que no consigue atrapar al espectador en ningún momento. Y no es porque sea aburrida, que tampoco es eso, sino que no se consigue hacer un trabajo de desarrollo de personajes suficientemente interesante como para poder empatizar con ninguno de ellos, ya sea a un bando o al otro de la ley, y la mayoría o te caen mal o te producen indiferencia. Y eso es una de las peores cosas que le puede suceder a una peli de estas características.
Dirigida por John Hillcoat, autor de La Carretera o Sin ley, por ejemplo, la película está protagonizada por Cassey Affleck, Anthony Mackie y Chiwetel Ejiofor como personajes más destacados, pero también pasan por ahí Woody Harrelson, Aaron Paul, Clifton Collins Jr., Norman Reedus o Kate Winslet como la mala malísima, cerrando el casting de forma totalemnte desaprovechadas Gal Gadot y Teresa Palmer con sendos papeles floreros.
La cosa va de un grupito de delincuentes empleados por la mafia judía rusa, compuesto en parte por agentes de policía corruptos, que para realizar un atraco casi imposible deciden recurrir al asesinato de un policía (código 999 que da título al film) y así concentrar toda la fuerza de la ley al otro lado de la ciudad. Como no podía ser de otra manera, el “elegido” será un chico nuevo en la comisaría, casualmente el nuevo compañero de uno de ellos, casualmente un tipo decente y buen padre de familia, y casualmente también que salvará la vida de su compañero corrupto poco antes del día del golpe. Como se puede apreciar, todo muy previsible.
No hay nada original en esta peli, nada que no se adivine antes de que suceda. Y es imperdonable que un guion resulte tan previsible precisamente cuando se nota que sus intenciones son precisamente las de sorprender al espectador.
Al final, hay que conformarse con dejarse llevar por la historia y pasar un rato distraído con algo que sin ser malo, tampoco pasa de ser un capítulo alargado de cualquier procedimental televisivo. Lástima.

Valoración: Cinco sobre diez.