Ya
en la época de la Guerra Fría y, sobretodo, a raíz de la Crisis de los Misiles
se puso muy de moda la expresión de que las guerras ahora se desarrollaban en
los despachos. Hoy en día esa afirmación es una aterradora verdad y Espías desde el cielo es la mejor prueba
de ello.
Cuando
una operación de vigilancia y extracción a un grupo terrorista en Nairobi
cambia repentinamente cuando a través de un dron controlado a distancia el
gobierno británico descubre que se está planeando un atentado con chalecos
bomba. La situación exige una respuesta inmediata, pero las trabas jurídicas y
burocráticas y la necesidad de reducir los daños colaterales ralentizan todo el
proceso.
Este
es el punto de partida de Espías desde el
cielo, en la que el intento de asesinato de algunos de los terroristas más
buscados se puede producir desde una habitación cerrada desde donde los dos
pilotos controlan el dron. Cuando una niña que vende pan se coloca en la zona
de impacto el piloto se negará a
efectuar el disparo si no se recalculan los daños colaterales, y así da
comienzo el debate extensible al propio público: ¿es lícito eliminar una vida
inocente con la supuesta posibilidad de salvar las de muchas más?
Con
este planteamiento Espías desde el cielo,
pese a contener ataques de un país a otro, misiones de espionaje, mandos
militares dando órdenes, soldados ejecutándolas y misiles apuntando, es más que
una simple película bélica transformándose casi en un film de suspense, una
historia a contrarreloj cargada de tensión donde urge tomar una decisión.
El
gobierno, el fiscal, los servicios jurídicos, los aliados… todos se pasan la
pelota incapaces de tomar una decisión no sólo amparada por la simple duda
humanitaria de matar a una niña por un bien mayor, sino por el egoísta instinto
de autodefensa. Una frase referida a los medios de comunicación define el
conflicto: “Si ochenta personas mueren en un atentado, los malos son los
terroristas; si muere una niña por evitarlo, los malos somos nosotros”. O algo
así.
Con
una relativa sencillez en su puesta en escena (sencilla pero eficaz, una
agradable sorpresa ya que estamos ante Gavin Hood, el director de la desastrosa
X-Men
Origenes: Lobezno y la fallida El juego de Ender) y unas interpretaciones a la altura de lo esperado debido a
lo glamuroso de su reparto (Helen Mirren, Aaron Paul, Berkhad Abdi, Ian Glen o
el propio Hood), la película es también la despedida de un gran intérprete,
Alan Rickman, que dejando de lado su voz en Alicia
a través del espejo nos ofrece aquí su último trabajo fílmico.
En
resumen, una película intensa, inteligente y emocionante que plantea un debate
muy real y actual y lo comparte con el espectador para que siga buscando
respuestas una vez finalizado el film, planteado de una manera que evita con
fortuna el maniqueísmo o la moralina barata.
Valoración:
Ocho sobre diez.
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