domingo, 8 de mayo de 2016

EL OLIVO: ¡Qué bello es crecer!

El Olivo es la última película como directora de la también actriz y guionista Iciar Bollaín, que tras las experiencias de Katmandú y También la lluvia vuelve a contar con un libreto de Paul Laverty, colaborador habitual de Ken Loach.
Protagonizada por Javier Gutiérrez, que consigue dotar de gran sensibilidad a un personaje que sobre el papel podría caer en lo caricaturesco, y Pep Ambrós, con otra gran interpretación donde las miradas y los silencios dicen más que las palabras, aunque se pasa también por ahí Juanma Lara, la película es sobre todo un ejercicio interpretativo de la joven  Anna Castillo, una barcelonesa de veintidós años que aunque lleva ya un tiempo rondando el mundillo del cine y la televisión dará el despegue definitivo con esta película, que le va a suponer un trampolín a la fama tal y como le pasó a Natalia de Molina con Vivir es fácil conlos ojos cerrados . Anna Castillo consigue componer un personaje que puede ser odiosamente irritante en muchos momentos del film y, aun así, enternece. Soporta magníficamente muchos primeros planos que muestran un catálogo de sentimientos atronadores y logra conmover al espectador con una historia que, sin ella, sería una torpe noñada.
El Olivo cuenta como un árbol milenario simboliza para un viejo campesino de Castellón todo lo que la vida le puede ofrecer, cayendo en una profunda depresión cuando su familia decide venderlo a cambio de una pequeña fortuna. Doce años después, el anciano apenas reconoce el mundo que lo rodea, encerrado en lo más profundo de su propia mente, y el dinero, tal y como él mismo había predicho, ha desaparecido, invertido en un negocio que, como muchos otros durante esta crisis que quien sabe si realmente ha terminado ya, ha caído en desgracia.
Alma, la nieta que con ocho años convirtió a ese olivo en un compañero de aventuras y cuyo amor por su abuelo es infinito, no puede soportar ver al muerto viviente en que el hombre se ha convertido, y convencida de que solo la recuperación del árbol puede devolverlo a la realidad del presente, se embarca en una absurda cruzada junto a su tío y un compañero de trabajo (enamorado no muy secretamente de ella) para recuperarlo de una multinacional energética de Dusseldorf que lo utiliza como símbolo institucional en el hall de su sede central.
El Olivo es un cuento de hadas, una historia imposible sobre la fuerza de voluntad y el deseo que, fiel a las crónicas sociales habituales en el tándem Bollaín/Laverty, refleja los problemas de la época que nos ha tocado vivir. Un cuento que, como sucedía en las películas de Frank Capra, resulta imposible de creer, pero que a la fin, su verosimilitud es lo que menos importa al lado de una reflexión cargada de sentimentalismo y ternura, con personajes cargados de “buenismo” que nos invitan a creer en lo imposible y a tener esperanza en el futuro, por amargo que este pueda llegar a tornarse.
El Olivo es una metáfora, redundante en algunos momentos, sobre la vida misma. Y Bollaín construye sus raíces con solvencia, alternando risas y lágrimas y emocionando cada vez que se lo propone.
En un fin de semana que continúa con la resaca de Civil War y dónde la proximidad de la Fiesta del Cine ha invitado a las distribuidoras a sacar toda la purria que tenía en sus cajones, de nuevo una película española ha sido la que me ha salvado del tedio general. Y esto no puede ser ya simple casualidad…

Valoración: Siete sobre diez. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario