Este
año va a estar caracterizado, entre otras cosas, por dos nuevos intentos de
conseguir adaptar con éxito un videojuego. Me estoy refiriendo a la inminente Warcraft y a la esperada Assassin’s Creed. Sin embargo, mientras
llegan estos estrenos, se ha colado en la lista Angry Birds, la adaptación en dibujos animados del popular juego
para móvil que arrasaba hace unos años llegando a convertirse en todo un
fenómeno social.
De
la mano de Sony, Angry Birds es una
lujosa producción que cuida con todo lujo de detalles una animación magnífica que
nada tiene que ver con esa patochada de la semana pasada, Ratchet and Clank, pero en la que no han andado tan finos en
cuestiones de guion.
Con
el sencillo juego como punto de partida no es que haya mucho que explicar sobre
un argumento que básicamente explica cuál es el origen de la rivalidad entre
pájaros y cerdos y busca excusas para conseguir escenas que parezcan calcadas a
las partiditas que todos conocemos. A partir de ahí, la trama, con unos personajes
demasiado planos y poco definidos, y un ligero toque de moralina (el clásico
inadaptado que termina alzándose como el héroe de la historia), avanza a
trompicones más centrada en una sucesión más o menos afortunados de gags que de
otra cosa.
Sin
embargo, y pese a los palos que está recibiendo por parte de la crítica, lo
cierto es que tiene una acción tan frenética y delirante que a mí me ha hecho
bastante gracia. Todo es un locurón absurdo y hasta estúpido, pero si vamos a
ver una película sobre pájaros que no saben volar y cerdos de color verde, ¿qué
nos podemos esperar?
Los
directores, Clay Kaytis y Fergal Reilly, quizá conscientes de que la historia
no daba para mucho, han dotado a la película de una velocidad demencial, casi
desquiciante, que puede provocar epilepsia en los niños más sensibles pero que
ayuda a que para el resto sea un espectáculo hipercolorista y algo violento, al
viejo estilo de los Looney Tunes, que
convierten la película en una errática montaña rusa que cumple su propósito de
entretener y provocar algunas risas.
Y,
por cierto, donde otros han querido ver una ofensivo desprecio contra la
inmigración yo he visto una crítica a los abusos de colonialismo, pero, bueno,
allá cada uno con lo suyo…
En
fin, una tontería sin muchas pretensiones, aunque de generoso presupuesto, todo
hay que decirlo, pero que se disfruta bastante bien. Aunque parece que eso solo
me está pasando a mí… Y eso que yo soy más del Candy Crush…
Valoración:
Seis sobre diez.
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