domingo, 23 de enero de 2022

Visto en Netflix: SIN PUDOR

Es bien sabido que entre el cúmulo de estrenos de la plataforma de Netflix, entre películas carísimas como 6 en la sombra o Alerta roja y cine de autor, como Roma o El poder del perro, hay bastante purria que en otros tiempos no pasaría del soporífero telefilm de sobremesa en Antena 3.

En ocasiones, estas películas de medio pelo pueden tener su gracia, como la reciente Tratamiento real, pero la mayoría invitan a no acercarse a ellas ni con un palo. Me engañaron con Mudanza mortal y me la han vuelto a colar con Sin pudor (aunque algo de culpa tendré, digo yo).

El caso es que la película se ha colocado entre lo más visto durante la semana pasada, aparte de haber causado mucho revuelo en Internet ante los insultos y amenazas que ha recibido su protagonista, Alyssa Milano, simplemente por sus ideas políticas. Y de rebote, a Nora Roberts, autora de la novela en la que se basa esta peliculilla de Monika Mitchell. Naturalmente, condeno sin piedad estos comportamientos, pero la injusticia hacia la escritora y la actriz no deben servir como excusa para simpatizar con esta película ni verla con mejores ojos.

Sin pudor trata sobre una escritora de éxito (ahí has estado fina, Nora Roberts) cuya hermana es asesinada. Como no podía ser de otra manera, la escritora se va a ligar al vecino macizorro de la difunta hermana, que casualmente es inspector de policía y juntos se encargarán de tratar de resolver un caso donde hay una subtrama desaprovechada al descubrirse que la víctima trabajaba en secreto como cam girl.

La película, que ya adelanto que es dolorosamente aburrida, tiene muchos problemas, desde unos diálogos pobres, una dirección plana y una falta total de ambiciones. No hay nada que rascar en ella, ni siquiera un análisis al mundo turbio de las cam girls, mucho mejor mostrada en aquella películita de terror de la Blummhouse titulada, precisamente, Cam.  Pero el peor pecado que tiene, más allá de saberse los pasos de la trama como si nos hubieran adelantado el esquema del guion, es que se puede adivinar la identidad del asesino (supuesto interés principal del argumento) apenas aparece. Tan previsible y torpe es todo esto.

Desconozco si el espanto argumental es culpa de la novela o hay que culpar también a unos guionistas torpes, a una directora que nunca ha pasado del género televisivo (y por lo visto sigue sin hacerlo) o a una actriz, la Milano, que hubo una época en la que parecía que iba a ser la chica de moda en Hollywood y cuya realidad ha sido que, más allá de Embrujadas, su mejor trabajo en casi treinta años de carrera, sigue siendo como hija de Schwarzenegger en su debut en Commando.

Una completa pérdida de tiempo.

 

Valoración: Tres sobre diez.

Visto en Movistar: DEXTER: NEW BLOOD

Parece que hay como una maldición según la cual es imposible que una serie que ha alcanzado la categoría de mítica tenga un final que no genere polémica. Sucedió con Perdidos, se repitió con Juego de Tronos e incluso ha alcanzado al mundo de las sitcoms con ejemplos como Cómo conocí a vuestra madre o The Big Bang Theory.

No tenía yo la sensación de que Dexter, cuyo desenlace es cierto que no gustó demasiado, hubiese provocado las iras de sus seguidores, sobretodo porque a partir de la cuarta temporada la serie se empezó a desinflar y a perder a gran parte de estos, pero repasando ahora las crónicas de la época parece que sí, que el odio generado es superior, en muchos casos, al provocado por los adeptos a J.J.Abrams o George R. Martin hasta tal punto que, ocho años más tarde, los de Showtime han dado el visto bueno a una nueva temporada (ahora considerada como miniserie) para dar otro cierre a la historia del forense de la policía y su pasajero oscuro.

Dexter: New Blood nos presenta la nueva vida de Dexter, una vida en apariencia apacible y feliz, con una identidad falsa y capaz de haber encontrado el amor en el seno de una agradable y fría población de montaña. Vamos, todo lo apuesto a su Miami original.

Todo parece ir de perlas para el asesino más carismático de la historia de la televisión, pero el pasado es algo que siempre tiende a perseguirnos, y el suyo no iba a ser una excepción. Además, su pasajero oscuro sigue ahí, y tarde o temprano tiene que asomar para volver a tomar el control.

La gran duda que debate la serie es si el protagonista, por más que solo asesine a los «malos», siempre según el código que su padre le inculcó, merece redención por sus pecados o no. Por eso, más allá de las subtramas que se vierten en esta nueva temporada, con varios caminos abiertos entrecruzándose entre sí, es cuestión de la propia moral decidir el destino, ahora sí definitivo, de Dexter Morgan.

Para ello, se ha construido una temporada de diez episodios que peca de un arranque demasiado anodino. Para tratar de recuperar la conexión del público con el protagonista y asegurarse de establecer bien las claves de su nuevo status, la serie se toma demasiado tiempo, no teniendo demasiado claro si, de haberla visto al ritmo de un episodio por semana, no la hubiese abandonado tras tres episodios donde, aparte de organizar expediciones por el bosque en busca de un desaparecido, no ocurre casi nada. Por suerte, la serie se endereza y va tomando velocidad de cara a un final que, si bien considero adecuado para el propio Dexter, creo que ningunea a los nuevos secundarios aquí presentados, a los que nos habían enseñado a querer y cuyos destinos quedan demasiado en segundo plano. Otro error podría ser el abuso de la voz en off, redundada por la presencia fantasmal de la hermana de Dexter, la Debra de Jennifer Carpenter que resulta demasiado cargante.

De todas formas, la gran incógnita está en saber si el nuevo final del personaje encarnado por Michael C. Hall va a ser del agrado de sus fans. Y ya os dogo yo que, por más coherente y lógico que pueda parecer, la respuesta es no. Nunca puede llover a gusto de todos, y menos cuando está la moral por en medio.

Como sea, pese al peaje a pagar que supone el ritmo algo torpe de los primeros episodios, ha sido agradable volver a encontrarse con Dexter y su pasajero oculto. No soy muy partidario de reescribir finales, pero ya que lo han decidido hacer, bienvenido sea. Ahora sí, hasta siempre, Dexter Morgan. Intentaremos dejar de echarte de menos.

Cine: THE KING'S MAN: LA PRIMERA MISIÓN

Tras debutar como director en el género negro con Crimen Organizado, allá por 2004, y saltar a la fama con la adaptación de la novela Stardust de Neil Gaiman, la carrera de Matthew Vaughn ha estado siempre vinculada al mundo del comic. Tuvo un primer contacto con Marc Millar mediante Kick-Ass y reinventó la franquicia mutante con X-Men: Primera generación, pero fue con Kingsman: Servicio Secreto, en 2014, con la que logró la fama mundial. De nuevo adaptando una obra de Millar (esta vez con Dave Gibbons a los lápices en lugar de John Romita Jr.), Vaughn haría de su film una franquicia al encargarse tres años después de la secuela, El Círculo dorado. Una película muy divertida y emocionante pero sin duda menos fresca y ligeramente inferior a la anterior.

Decidido a ampliar horizontes hasta el infinito y más allá, mientras se cuece a fuego lento la tercera entrega de la saga, Vaughn ha creído interesante explorar los orígenes de la agencia de espionaje y se ha sacado e la manga esta precuela, The King’s man: La primera misión, para, con un reparto totalmente nuevo, viajar al pasado e indagar en la creación de dicha organización, y de la que muy posiblemente habrá secuela.

Una curiosidad de la revitalización de la saga mutante fue la idea de Vaughn de dar un contexto real a la historia, asociando la crisis de los misiles con Magneto.Esa misma idea es llevada al extremo en su nueva película, donde se basa en personajes históricos reales para explicar, a su manera, la historia de la Gran Guerra, posteriormente conocida como la I Guerra Mundial.

Hay que reconocerle a Vaughn su esfuerzo por reinventarse y no caer en los mismos tropos de sus anteriores éxitos, lo cual no se traduce necesariamente en algo positivo. The King’s man tiene una ritmo y una frescura muy diferente a las películas de Kingman (vamos a tener que poner mucha atención en el apóstrofe para no liarnos), restando parte de comedia e intensificando el drama sin que termine de funcionar demasiado bien el invento.

No tenemos aquí secuencias memorables como la batalla en la iglesia de la primera entrega, debiéndonos conformar con alguna set-piece apreciable, como la pelea con Rasputín o lo que le acontece al hijo del protagonista en el campo de batalla, y se echa en falta la presencia de un villano terrible al que identificar como la gran amenaza. Van pasando varios personajillos por ahí, como el mencionado Rasputín, una versión menos mística de lo esperado de Hanussen o la propia Mata Hari, una simple colección de amenazas, cual enemigos de diversas pantallas de un videojuego, hasta alcanzar a la gran amenaza que se oculta entre las sombras, un personaje cuyo propósito de mantenerlo en secreto no termina de funcionar bien (es fácil adelantarse a su identidad, aunque tampoco es que el momento de la revelación sea muy impactante) y que no tiene la presencia amenazadora de Samuel L. Jackson o Julianne Moore.

No quiero que parezca que The King’s man es una mala película, pues desde luego no lo es y se puede disfrutar mucho con las aventuras, en algún momento jamesmondianas de los personajes de Ralph Fiennes, Gemma Artenton y Djimon Hounsou, teniendo el primero, además, un crecimiento muy interesante mucho mejor desarrollado que en la mayoría de blockbusters al uso, pero el intento de que todo encaje en una realidad histórica y la necesidad de presentar una trama muy solemne con suficiente poso dramático para justificar todo lo que ha de venir provoca que el inicio sea algo indigesto, enfarragoso incluso (en especial para aquellos no muy aficionados a la historia), despegando a mitad de película pero sin conseguir la excelencia en ningún momento.

Muy apreciable, sí, pero sin duda un paso atrás en una franquicia que quizá no este nunca a la altura de la frescura y locura de su primera entrega.

 

Valoración: Seis sobre diez.

viernes, 21 de enero de 2022

Visto en Netflix: TRATAMIENTO REAL

Aunque el cine, por definición, es espectáculo, y uno suele asociar eso con grandes secuencias de acción, diálogos poderosos, travelings interminables y alguna que otra explosión, a no ser que nos decantemos por un cine más de autor, intimista y reflexivo, en ocasiones conviene simplemente dejarse llevar y disfrutar de un par de horas (si llega) de simple placidez.

En Netflix son muy dados a películas de las que antes habríamos denominado de corte televisivo con romances imposibles y paisajes (con imponentes castillos, por supuesto) espectaculares.

Son las típicas películas de príncipes y plebeyas que tanta aceptación tienen entre el público femenino (y que nadie quiera ver un comentario sexista en esto, es una simple constatación de la realidad) y que, por lo general, no suelen tener un mínimo de calidad.

Tratamiento real se podría englobar en esa categoría. Y aunque sus armas para destacar sn muy escasas y no puede llegar a considerarse nunca como una gran película, lo cierto es que la sencillez de su propuesta y la correcta ejecución de la misma hacen que su visionado sea agradable, algo con lo que disfrutar en una tarde de invierno con una taza de chocolate en la mano, por ejemplo.

Nada nuevo bajo el sol en cuanto a su argumento, y tampoco es que su final aspire a sorprender a nadie. De nuevo la historia de la Cenicienta, otra versión nada disimulada de Pretty Woman en la que príncipe guapo y simpático encandila a la chica pobre pero de fuertes ideales.

Lo de siempre, pero consiguiendo que, de alguna manera, sus personajes sean capaces de enamorar, eliminando casi por completa el personaje de villano y componiendo una historia tan pacífica y dulce que es casi imposible enfadarse por las carencias de la película.

No tengo muy claro qué pinta un director como Rick Jacobson (autor de cosas como Perras furiosas y curtido en televisión en series como Spartacus o Ash versus Evil Dead), pero se las apaña para que su cuento de hadas particular luzca muy elegante y consiguiendo que la comedia tenga cabida entre los triángulos amorosos y las manipulaciones de palacio típicas en estos lares.

 

Valoración: Seis sobre diez.

Cine: MATRIX RESURRECTIONS

Nunca he sido muy fan de la saga Matrix, por más que reconozco los valores de la película que dio origen a la saga allá por 1999. Aunque no creo que sea tan icónica y transgresora como pretende (es cierto que creo tendencia con esa moda cyber-punk basada en las gabardinas de cuero y las gafas de sol, pero en realidad era ya un remiendo de la anterior Blade), pero la revolución visual que provocó gracias a efectos como el llamado «tiempo bala» es innegable, y la historia, aunque necesitada de un mayor desarrollo, era interesante y hasta reflexivamente filosófica. Lo malo fue que esas necesarias continuaciones (en dos películas, una serie de cortometrajes y hasta un videojuego canon con la historia oficial) fueron tan inferiores que muchos las consideran directamente como malas.

Tampoco es que la trayectoria e sus autores (ahora autoras) The Wachowski Brothers, haya sido para echar cohetes, no teniendo ningún gran título tras la susodicha Matrix (pese a que yo soy de los pocos que defiendo El Atlas de las Nubes), y no parece que el desembarco en la dirección de Lana Wachowski en solitario vayan a cambiar la tendencia.

Matrix Resurrections, una secuela tan tardía como innecesaria, tiene la pretensión de burlarse de sus competidoras, haciendo un aparente ejercicio de metalenguaje y burlándose de la fórmula repetitiva de las franquicias, que al parecer es de lo único que vive el Hollywood actual. Sin embargo, aparte de algunos chistecillos ocurrentes en su primera media hora, el film desemboca en otras dos horas de blockbuster repetitivo y cansino, ofreciendo más de lo mismo y cayendo en los mismos errores de los que se pretende burlar.

Cierto es que no cae en la repetición como tal, haciendo una scuela narrativamente diferente a lo esperado, pero eso no implica que sea obligatoriamente bueno. Y es que en esa pretenciosidad filosófica barata, lo que tenemos es un montón de gente que habla de cosas aburridas y que nunca llegué a entender (quizá es que tampoco me interesaran demasiado) y un puñado de escenas de acción mucho menos inspiradas de lo que cabría imaginar. Eso, y mucho flashbacks de las películas anteriores, como si esa huida del concepto de franquicia no fuese incompatible con el hecho de mirarse constantemente al ombligo.

Y al final, para que todo se resuma en un mensaje bastante ñoño y edulcorado en el que todo se reduce al poder del amor (monógamo y convencional, por supuesto). De hecho, hay un momento al inicio de la película en que se verbaliza literalmente, con una reflexión sobre que cuando Neo y Trinity están juntos, su poder es imparable. Pues de eso va la peli, de gente haciendo cosas (y hablando, insisto, hablando mucho) para conseguir que estos dos se reúnan y, como en un cuento Disney del siglo pasado, lo solucionen todo con un beso. Y eso no lo van a impedir ni unas máquinas que han perdido el carisma de Hugo Weaving, ni los chistes machistas de un Neil Parick Harris que no sé muy bien qué pinta en todo este asunto, ni la ridícula presencia de un Morfeo digital que tampoco recuerda a Laurence Fishburne, ni una Jessica Henwick como nuevo fichaje que tampoco es que sirva de mucho.

Así, la vuelta del niño bonito Neo ha resultado todo un fiasco. Y eso que al recurrir al look de John Wick el bueno de Keanu se libra dela cara de palo de su personaje en la trilogía original, pero ni cuenta con un guion para lucirse ni (y esto es lo más decepcionante) con las escenas de acción con las que disfrutar.

En resumen, una película tan innecesaria como su incomprensiblemente ridícula escena postcréditos (quédense hasta el final para verla; me odiarán por ello, pero tendrán algo con que hablar con los amigos en el bar).

Si me permiten un chiste del mismo nivel que la película: no, parece ser que Matrix no ha resucitado. Lo bueno es que, con el batacazo que se ha pegado en taquilla, parece que nos vamos a ahorrar sufrir un Matrix 5.

            

Valoración: Tres sobre diez.

domingo, 16 de enero de 2022

Reflexiones: EL DÍA EN QUE UNA ARAÑA SALVÓ AL CINE (Parte Dos)

Hace unos días escribí un artículo en el que, aparte de analizar la película de Spider-man: No way home con spoilers, hice una reflexión sobre cómo una película de Superhéroes (género tan denostado por muchos) iba a hacer volver a los espectadores a las salas de cine.

Todo eso es cierto, y la prueba está en que la película de Jon Watts no solo ha conseguido una recaudación impresionante para los tiempos de pandemia sino que está batiendo records históricos. De hecho, en este preciso momento se ha colocado en el octavo puesto de las películas más taquilleras de todos los tiempos, superando a Los Vengadores de Joss Whedon, aunque nadie duda que a lo largo de este próximo fin de semana escale algún puesto más.

Esto es muy importante porque ha demostrado al espectador que es posible regresar a las salas de cine sin miedo. De nuevo se han hecho colas en taquilla, se ha gastado dinero en palomitas y refrescos y, lo más maravilloso, se han vuelto a escuchar aplausos, lágrimas contenidas y gritos de asombro en una sala de cine.

Eso no significa que esté todo solucionado, pues los grandes números que está consiguiendo la última colaboración entre Sony y Marvel está enmascarando los fracasos en taquilla de películas tan maravillosas como El último duelo, West Side story y muchas otras que están siendo injustamente maltratadas por el público. Eso provoca que muchos acusen a los seguidores Marvel de maquillar una situación que sigue siendo muy preocupante, pero no nos engañemos. El problema no se ha arreglado, desde luego, pero al menos se ha dado un paso de gigante consiguiendo que todos aquellos que se negaban a ir al cine (ya sea por precaución, por las plataformas, por el pirateo, por vagancia o por lo que se ha dado por llamar coronafobia) han dado el primer paso. Si Spider-man hubiese sido un fracaso (o un éxito discreto), las cosas se habrían puesto muy feas. Pero no ha sido así, y toda la industria del cine (incluso los que están viendo como sus películas se estrenan con las salas vacías). Al final, esto es el efecto dominó, y solo hay que tener paciencia para ver lo que se tarda en recuperar la normalidad. Esperemos que con propuestas tan esperadas como Maverick, Jurassic World, Misión Imposible, etc. los pelotazos se sigan sucediendo.

Es cierto que va a haber una nueva manera de apreciar el cine, y quizá las películas más pequeñas no van a tener mucha cabida en las carteleras, aunque siendo sinceros, nunca la han tenido. Obras de corte independiente avaladas por la crítica se veían condenadas a salas especializadas en cine de autor o versiones originales, y si alguna lograba estrenarse en una sala más comercial apenas permanecía una o dos semanas en cartel, en ocasiones en horarios marginales. Y eso mucho antes de la llegada de Iron Man y el boom de Marvel. Así, son muchos los que piensan que el futuro del cine se verá marcado por las superproducciones, básicamente franquicias, secuelas y remakes (el último en vaticinarlo ha sido Ben Affleck), y si bien eso es algo negativo, también es inevitable.

Pero tampoco es nada nuevo. Recuerdo la época de videoclub, donde muchas películas sin capacidad de estrenarse en las salas tenían una segunda oportunidad. Lo mismo que está sucediendo ahora con Netflix, que convierte en éxitos películas que unos años antes pasaron por las carteleras sin pena ni gloria.

Me viene a la mente la época de la piratería, las muchas discusiones que tenía con amigos que iban habitualmente al cine pero no tenían reparos en ver ciertos títulos en el ordenador o el televisor (no estaba aún tan extendido el hábito de ver cine en el móvil), justificando que había películas que «no valía la pena ver en el cine». Nunca he estado de acuerdo con esa afirmación, ya que considero que cualquier película gana muchos enteros en la pantalla grande (estoy deseando ver lo nuevo de Kenneth Branagh, Belfast, aunque dudo que lo pueda lograr), pero la realidad les ha dado la razón. Queda la duda de lo que va a pasar con la clase media, con películas de grandes presupuestos pero que tampoco llegan a superproducciones. Títulos como los que manejan actualmente tipos como Spielberg, Scott y otro grandes perjudicados por estos nuevos y terribles tiempos.

Pero nada de esto es culpa de Marvel ni de su forma de hacer cine. De hecho, lo que hacen no es tampoco nada nuevo. Sí es nuevo el proyecto histórico que dio lugar a Infinity War/EndGame, concebir películas como si fueran una serie de televisión y convertir a sus aficionados en adictos que necesitan ver cualquier película, incluso las de corte supuestamente menor, para no perderse detalle del gran conjunto. Pero si analizamos cualquiera de sus películas a nivel individual, está claro que la denostada Fórmula Marvel no existe, ni las películas son parques de atracciones sin valor artístico como afirmaba el señor Scorsese. No hay mayor diferencia de lo que se hacía a finales de los 80 y principios de los 90. Porque la Fórmula Marvel consiste, ni más ni menos, en ofrecer películas de entretenimiento y acción y regarla con ciertos momentos de humor, algo que muchos parecen odiar. Como si el humor fuese algo malo que se han inventado los señores estos de los comics. Como si el Superman de Donner no hubiese tenido humor. O la Jungla de Cristal de McTiernan. O el Indiana Jones de Spielberg. O el Regreso al Futuro de Zemeckis. Todas ellas grandes películas convertidas hoy en día en títulos de culto. Todas ellas parques de atracciones que funcionaron a la perfección gracias a la Fórmula Marvel. Todas ellas décadas antes de que existiese la Fórmula Marvel.

Así nque lo siento por señores como Scorsese, Villeneuve, Scott o la señora Champion, pero las películas de superhéroes  no son malas para la industria, sino todo lo contrario. Lo más sangrante es el caso de la Champion, que criticaba a los artistas que se dejaban seducir por la secta de Marvel, acusándolos de no volver más al cine de autor (supongo que lo decía por Chloé Zhao principalmente), ignorando, al parecer, que los dos protagonistas principales de su aclamada (e insulsa) película El poder del perro tienen una lucrativa carrera gracias al cine de superhéroes en general y a Marvel en particular, y de no ser por películas como el Spider-man de Raimi o el Doctor Strange de Scott, seguramente nunca habrían recalado en su film.

Menos mal que al otro lado de la balanza hay tipos sensatos como Paul Thomas Anderson, George Miller o (quizá el más sorprendente) Pedro Almodóvar, que han bendecido el éxito de Spider-man y lo han celebrado como un éxito propio.

Y es que quizá la araña, al fin de cuentas, no haya salvado el cine, así como concepto abstracto, pero sí ha salvado a muchas salas de cien. Y es que si las salas de cine siguen cerrando unas tras otra, sí que será el final de la industria.

Pero no os preocupéis. En unos meses llegará Doctor Strange en el multiverso de la locura. Y a poco bien que funcione, seguirá el debate. Y mientras haya debate, significará que hay cine.

Larga vida al cine. Y larga vida al cine blockbuster y de espectáculo. Porque sin uno, el otro no existiría. Pese a quien le pese.

Así que, larga vida también a Marvel.

Visto en Netflix: EL PÁRAMO

Dirigida por el debutante David Casademunt, El Páramo es un ejercicio de terror angustiante y sobrecogedor, lastrado por una narrativa demasiado lenta y la ausencia de un marco en el que encuadrar la historia.

Aunque ambientada en el siglo XIX, la puesta en escena invita a pensar en un relato atemporal, con una familia viviendo en una cabaña aislada en medio de la nada y temerosa de un enemigo que acecha más allá de sus fronteras, un temor extremo hacia el resto del mundo por parte del matrimonio protagonista (Roberto Álamo e Inma Cuesta) que termina por contagiar al único hijo (excelente Asier Flores). Entiendo el juego de no conocer nada de lo que hay más allá de esos límites marcados con unas señales a medio camino entre espantapájaros y cruces, pero esa desconexión con el exterior provoca también una cierta desconexión con el propio espectador, que provoca que la relación de este con los personajes sea fría y distante.

El páramo se cuece a fuego lento, siendo una obra de ambiente, muy claustrofóbica e intimista, donde todo el peso recae casi en exclusiva en estos tres personajes, acechados a partir de cierto momento por un ser al que denominan como «la bestia» que, según la leyenda narrada por el padre (y que su propia hermana vivió en sus propias carnes), se alimenta del miedo de sus víctimas.

A partir de la entrada en escena del maligno, la película muestra un deterioro en la familia y sus relaciones personales, además de empezar a hacernos ver esa granja más como una prisión que como un refugio. Aquí es donde entra en juego la metáfora y empezamos a descubrir de lo que de verdad nos quiere hablar Casademunt, mostrando la dualidad clásica entre realidad o ficción.

¿Es real la amenaza o solo está en la imaginación de los protagonistas? La película nunca resuelve la pregunta, dejándolo a la interpretación del espectador (y por una vez el ejercicio está bien resuelto, no mediante el clásico final abrupto y desconcertante). Estamos ante una historia bien narrada y bien cerrada, abierta a dos puntos de vista que podrían venir condicionados por la propia presentación de personajes. No voy a revelar mi percepción por no recaer en el spoiler, pero considero que el matiz viene dado, precisamente, de esa presentación brusca y amargada de la familia, lo cual define muy bien lo que nos va a llegar a medida que avance el metraje pero que provoca, también, que nos puedan resultar especialmente antipáticos. Eso, junto a una puesta en escena demasiado próxima y cerrada para mi gusto, me impide empatizar con sus miserias, de manera que cuando se pone toda la carne en el asador (volviéndose, además, demasiado convencional), no me importen demasiado el destino de esa familia.

Casademunt se la juega todo a dos bazas, la fotografía, sucia y opresiva, y el talento de sus actores, los tres muy sobresalientes, pero descuida un poco ciertos matices el guion que confieren al film un ritmo demasiado lento al principio y demasiado vulgar en su desenlace.

En resumen, una propuesta interesante y desoladora pero que no termina de arrancar y vale más por el poso reflexivo que deja que por el propio visionado.

 

Valoración: Seis sobre diez.

Visto en Amazon Prime: INSTINTOS OCULTOS

Pese a lo llamativo de su cartel y a la premisa que se nos presenta, Instintos ocultos, de Neil Burger, es mucho menos provocadora de lo que presume. Teníamos un poco perdido a este director tras haber arrancado la malograda franquicia de Divergente, pero su regreso como autor completo (suyo es también el guion) no es que sea para lanzar cohetes, en vista de la escasa originalidad de la propuesta.

Instintos ocultos es, en su planteamiento, una amalgama de un buen puñado de historias contadas ya con anterioridad, a las que el aspecto visual no engrandece y del que solo cabe rescatar el manido trasfondo social.

La historia nos presenta un futuro en el que la Tierra se acerca a su extinción y se decide enviar una nave a un recién descubierto planeta apto para la vida humana.  El problema es que el viaje durará tres generaciones, por lo que los jóvenes tripulantes saben que seguramente no podrán ver el final de la misión. Para evitar distracciones y problemas, se les administra una droga que suprime sus instintos primarios, tales como el placer y el deseo, pero, claro, llegará el momento en que lo descubran y no les haga demasiada gracia.

Con un reparto muy joven capitaneado por Tye Sheridan (Ready player one), Fion Whitehead (Dunkerque) y Lily-Rose Depp (esta última más conocida por ser hija de Johnny Depp y Vanesa Paradis que por su carreta cinematográfica), y con Colin Farrell como líder y mentor del grupo, la película muestra a una serie de personajes demasiado volubles e irresponsables como para creerse mucho la historia (no da nunca la sensación de que, por automatizado que esté todo, sean capaces por sí mismos de hacer llegar la nave a buen puerto), amén de las continuas decisiones que toman, la mayoría aleatorias y difíciles de comprender. Por eso, y dejando de lado el desenlace del conflicto (una truco que se utilizó ya en Infinity War a modo de chiste/homenaje y que aquí es una simple imitación de un clásico de la ciencia ficción), nos queda abrazar tan solo el mensaje nada sutil que nos quiere ofrecer el señor Burger: que sin un orden y una cadena de mando se deriva en el caos, condenando así la anarquía y, quizá, incluso la libertar de derechos o el librepensamiento. No es tan radical la propuesta (no alcanza para tanto), pero lo parece. Es, en fin, una revisión de baratillo de El señor de las moscas tocada por el estilismo de Los 100.

Entretenimiento justo mucho menos reflexivo de lo que pretende.

 

Valoración: Cinco sobre diez.

jueves, 13 de enero de 2022

Cine: WEST SIDE STORY

Aunque pueda tener algún detractor, no cabe duda de que el West Side Story de 1961 es un clásico del cine y uno de los mayores musicales de la historia del cine, por lo que muchos fueron los que se rasgaron las vestiduras ante la noticia de que Steven Spielberg (ni más ni menos) iba a realizar el remake.

¿Para qué?, era la pregunta más habitual. Y ya tenemos la respuesta: para confeccionar uno de los mejores (si no el mejor) musicales de lo que va de siglo, una película brillante, majestuosa y que recupera al mejor Spielberg. Desde luego, se nota cuando el rey Midas pone todo su empeño en una película o la realiza como simple trabajo de encargo.

West Side Story de 2021 sigue las mismas pautas que la obra original, modernizando lo mínimo y rellenando algún hueco, pero logrando que no quede en ningún momento caduca. El eterno conflicto entre puertorriqueños y «americanos» (siempre entre comillas, ya que en realidad son descendientes de italianos, polacos y demás) –tan eterno que sigue vigente hoy en día-, unido al romance imposible heredado el Romeo y Julieta shakesperiano, dan a la historia un empaque sencillo pero efectivo. A ello hay que sumarle un casting muy acertado, donde la debutante Raquel Zegler enamora a propios y extraños, Ansel Elgort está impecable como Tony y Ariana Debose resulta arrebatadora como la nueva Anita. Y no falta ni la presencia de la antigua, una Rita Moreno imprescindible y que ejerce como productora del film, formando un puente de unión entre ambas versiones. Y tampoco desentona ninguno de los pandilleros, chavales de innegable fuerza, mientras que Brian d'Arcy James y Corey Stoll adornan el reparto como rostros conocidos entre tanto jovenzuelo.

El punto definitivo está en la mano de Spielberg. Pese a que no soy un fan acérrimo de su trabajo (al que  encuentro demasiadas luces y sombras) ya he dicho antes que cuando quiere, lo borda. Y si es capaz de brillar en casi cualquier género, ya sea la aventura, la comedia, el drama o el terror, el musical era su deuda pendiente. Y ahora que por fin lo ha abordado, lo ha hecho con una maestría absoluta. Sus largos traveling mostrando el estado desolador del West Side, las brillantes coreografías, el manejo de los tiempos, la efectiva alternancia entre el humor, el romance y el drama… Todo funciona con la perfección de un reloj, consiguiendo aportar a una historia de sobras conocida lo único que podía hacerle funcionar: la magia.

Sin entrar en comparaciones odiosas con la versión clásica (aunque de hacerlo seguramente quedaría vencedora en no pocos campos), su West Side Story es una obra maravillosa, capaz de hacernos disfrutar con sus canciones eternas, soñar con la gracilidad (ya sea bailando o peleando) de sus protagonistas, indignarnos de la estupidez humana (y no solo juvenil) y llorar con un desenlace que no por previsible (incluso para quien no conozca la historia de referencia) es menos doloroso.

En resumen, una gran película, recientemente reconocida con el Globo de Oro, pero que, como casi todo lo que se estrena estos días aciagos, se ha estrellado en taquilla. Ojalá su más que segura presencia en los Oscar de este año (y espero que logre imponerse ante la aburrida El poder del perro) le dé un más que merecido empujón.

 

Valoración: Nueve sobre diez.

Visto en Netflix: CUATRO MITADES

¿Existen las almas gemelas? Y de ser así, ¿hay un alma gemela única para cada uno de nosotros o podemos convertir a nuestr@ compañer@ en esa alma gemela que todos ansiamos?

Lo que podría ser el planteamiento de aquella serie de ciencia ficción llamada The One (de cuya segunda temporada nunca más se supo) es la base de Cuatro mitades, la comedia romántica italiana de Alessio María Federici, una propuesta de Netflix para hacernos pensar en el amor y sus designios.

En una cena de amigos, los anfitriones pretende convencer a sus invitados sobre la existencia de ese concepto abstracto de las «almas gemelas», basándose en la historia de dos parejas de amigos (Dario, Matteo, Giulia y Chiara) que ellos mismos presentaron. A partir de ahí, vemos a modo de flashbacks el camino de esas relaciones, con una particularidad: realidad y ficción se entremezclan al mostrarnos las dos versiones de la cita, es decir: cómo van las relaciones de Dario/Giulia y Matteo/Chiara por un lado o el supuesto de Dario/Chiara y Matteo/Giulia por otro.

Esto hace que la propuesta tenga un punto de originalidad que la diferencia de la comedia romántica habitual, muy arquetípica en cuanto a su estructura, pero que vuelve también algo confusa. El montaje alterna todo momento ambas versiones, sin desvelar hasta el final cuál de ellas es la auténtica, obligando al espectador a hacer un esfuerzo para no caer en la confusión, sobre todo al no  ofrecer la película demasiado tiempo para conocer a los protagonistas antes de que inicien sus relaciones.

Eso y el final algo descafeinado impiden que uno conecte lo suficiente con la propuesta, que por bienintencionada que sea no alcanza en su pretensión de redefinir y etiquetar al amor y sus caprichos.

 

Valoración: Seis sobre diez.

Visto en Amazon Prime: LA RUEDA DEL TIEMPO

Pese a que Amazon Prime es la única que consigue hacer sombra en números de suscriptores a las todopoderosas Netflix y Disney+, no está claro cuántos de estos suscriptores son asiduos habituales a la plataforma o simplemente se aprovechan de las ventajas de la suscripción a la hora de realizar las ventas on-line. Quizá ello sea la razón por la que la plataforma de streaming no ha llegado a despuntar del todo, sin grandes títulos que la representen, sobretodo porque la mayoría de sus películas originales (que a la larga resultan ser coproducciones) suelen pasarse antes por las salas del cine.

Con su ambiciosa versión de El Señor de los Anillos como la gran apuesta para cambiar las tornas, creada con unas pretensiones (que miedo me dan) de ser la nueva Juego de Tronos, La rueda del tiempo ha aparecido como una especie de aperitivo para ese mundo de espada y brujería que imaginó Tolkien, adaptando en esta ocasión las novelas de Robert Jordan.

En una serie de estas características, varios son los elementos imprescindibles, todos ellos cumplidos a la perfección en esta adaptación a cargo de  Rafe Judkins. Unos actores más que correctos (aunque es inevitable que sobresalga la magnífica Rosamund Pike, también productora), unos efectos visuales cuanto menos resultones y unos fantásticos escenarios naturales que den colorido a la historia. Y, por supuesto, el eterno relato de la lucha del bien contra el mal.

Todo eso lo tiene la serie de Amazon, pero sin embargo algo hace que no termine nunca de despegar del todo. Quizá, viendo lo que la trama tiene que ofrecer, le habría venido mejor a la adaptación una apuesta cinematográfica, más directa al grano. O, simplemente, saber desligarse de la épica tolkiniana. Y es que la sombra de El Señor de los Anillos (y en concreto de la cisión de Peter Jackson) es muy larga, y uno no puede evitar tener todo el rato la sensación de que estamos ante un episodio menor de cualquier historia secundaria de la Tierra Media. Cierto es que la confección de personajes y sus motivaciones son muy diferentes a los de la Comunidad el Anillo, aquí conformados por una bruja y un grupo de jóvenes, uno de los cuales parece estar destinado a dominar el mundo (es decir, de nuevo el juego del «elegido», misma base del Luke Skywalker de Star Wars o el Neo de Matrix), teniendo una nueva revisión del viaje del héroe de Joseph Campbell.

Por eso, pese a la brujería y las (escasas) apariciones de seres monstruosos, lo que tenemos es, una vez más, a un grupo de personajes viajando de un lado para otro, a veces juntos, a veces separados, para tratar de evitar el regreso de una amenaza oscura del pasado (otra vez el pasado parece más interesante que el presente, de nuevo los mismos pasos de la mencionada novela de Tolkien, la trilogía original de Star Wars, la leyenda de Harry Potter…). Y es que, pese a los esfuerzos de sus responsables, todo recuerda demasiado a algo ya visto con anterioridad, no siendo capaces de crear una nueva mitología lo suficientemente atractiva como para tener una entidad por sí misma.

Sí, se trata de reinventar la rueda. Y eso no es tarea sencilla.

miércoles, 12 de enero de 2022

Visto en Netflix: MADRE/ANDROIDE

Mattson Tomlin escribe y dirige un film original de Hulu que aquí ha ido a recaer en Netflix que, con Chloe Grace Moretz como máxima estrella, aspiraba a ser uno de los pelotazos del año, quedando finalmente en una película muy flojita que promete mucho más de lo que da.

Se podría decir que a nivel argumental, Madre/Androide se divide en dos partes, ambas ligeramente fallidas. La primera de ellas nos presenta un mundo postapocalíptico en el que los androides han tomado la Tierra y los pocos supervivientes deben vagar en busca de refugio. Ahí es donde encontramos a la pareja protagonista, dos jóvenes enamorados y embarazados que aspiran a llegar hasta Boston donde, dicen, hay barcos llevando a los supervivientes a Corea, una de las zonas seguras en esta nueva sociedad. El problema en este primer tramo de película está en que la ausencia de la amenaza invita a comparar la película con uno de los episodios más aburridos de The Waling Dead. No en vano el paisaje es ya demasiado familiar, con los protagonistas vagando por los bosques americanos eludiendo el peligro y dudando si unirse a otros supervivientes es positivo o negativo. En este caso, la amenaza es tecnológica, pero lo mismo podrían ser extraterrestres, zombies, mutantes o incluso espectros.

Es en la segunda mitad cuando se anima la cosa, pero en este caso, la sombra (más conceptual que visual) de Terminator es muy alargada, y eso de androides que se revelan contra la humanidad evoca demasiado a Skiner, siendo muy diferente lo que aquí se plantea con las escenas apocalípticas de la saga de Cameron. Así y todo, el panorama planteado podría resultar suficientemente estimulante si Tomlin hubiese decidido apostar más abiertamente por este aspecto, pero el director parece más interesado en el plano emocional del film, que si bien tiene un desenlace contundente, no cuenta con tiempo (o pericia) suficiente como para conseguir que la química entre Moretz y Algee Smith nos enamore. Como ejemplo simple, baste ver cómo los temores de los jóvenes al descubrir el estado de buena esperanza (a modo de flashbacks) no tienen más repercusión en el resto de la película.

Así, la película puede resultar entretenida y, por algún momento, emocionante, pero nunca llega a dar el paso decisivo como para diferenciarse de las cientos de películas similares, areciendo, además, de la posible denuncia social que bien podría haber salido a colación.

En resumen, que la película se deja ver pero teniendo siempre claro que no vamos a ver nada muy diferente de otras propuestas del género, siendo una película más emocional que visceral.

 

Valoración: Cinco sobre diez.

Visto en Amazon Prime: GARCÍA Y GARCÍA

García y García es una película que se estrenó sin pena ni gloria el pasado mes de agosto pero que llega ahora, a bombo y platillo, a Amazon Prime, presentada casi como de uno de sus grandes estrenos se tratara.

En su momento, el film de Ana Murugarren fue objetivo de críticas despiadadas que la definían como un horror de película, lo cual deja en muy mal lugar el pabellón de producciones españolas de Amazon tras el esperpento de Cuidado con lo que deseas, pero a la hora de la verdad lo cierto es que no es para tanto.

Típica comedia de equívocos con trasfondo romántico como añadido, García y García es una película que no llega a lo que aspira, que es una especie de remiendo del cine esperpéntico de Fesser (ahí sí que estuvo más acertada Amazon con Historias lamentables), pues la historia parece querer evocar en muchos momentos al humor absurdo de tebeo propio de Ibáñez. No llega, digo, a tanto, pero tampoco es el despropósito que tanto se ha dicho.

En el fondo, se trata de una comedia protagonizada por José Mota y Pepe Viyuela, lo que significa que esperar maravillas de ella ya parece absurdo de por sí. Y no por poner en duda el talento de sus protagonistas, que no lo hago, sino porque no podemos encontrar ningún gran título de ellos en el mundo del cine, lo que demuestra que este no es, seguramente, el medio en el que más cómodos se encuentren.

Por eso, con unas expectativas acordes a lo propuesto, García y García cumple a la hora de hacernos sonreír con cuatro tonterías. Se trata de un humor bobo y muy simple que no busca más que hacer pasar un rato entretenido, tal y como podría hacer cualquier producto televisivo de sus protagonistas. Una película de evasión, muy ligera y facilona, que apunta bajo y, gracias a ello, acierta. Es como ir a comer a un fast food. Que si uno espera un plato de gourmet sale trasquilado, pero si tiene claro que lo que le van a ofrecer es una hamburguesa con kétchup y patatas fritas, puede disfrutar de ella.

 

Valoración: Cinco sobre diez.

lunes, 10 de enero de 2022

Visto en Netflix: COBRA KAI. T4

Si bien para  algunos la Nochevieja es sinónimo de hacer balance de lo bueno y malo, como diría Mecano, otros se centran más en planificar su fiesta de después de las Campanadas (si las restricciones locales lo permiten) y no pocos centran todo su interés en el vestidito de la Pedroche, para muchos este Fin de Año ha sido motivo de celebración por la llegada de una nueva temporada (y ya parece claro que no será la última) de Cobra Kai.

Siempre he disfrutado mucho de esta serie, que por su formato es ideal para devorar casi de una sentada, pero tras la temporada 3 noté cierto agotamiento, llegando a desear un final digno para la misma y que se dejasen de exprimir tanto a la gallina de los huevos de oro. Sin embargo, visto esta nueva tanda de capítulos, debo decir que he quedado francamente impresionado por el trabajo de sus guionistas, Josh Heald y Jon Hurwitz, que han sabido remontar la situación y, sin giros demasiado rocambolescos, mantener el interés en el campeonato de este año, anunciado ya en el último episodio de la temporada anterior, en la que los dojos de Miyagi-Do y el Colmillo del águila de juegan el todo por el todo para no desaparecer ante el nuevo Cobra Kai, comandados por un John Kreese cada vez más cómodo en su rol de villano al que acompañará en esta aventura otro rescatado de las películas, Terry Silver (aunque su participación en la saga no llegó hasta la tercera parte, la última con Ralph Macchio.

Parecía cantado que la alianza entre Daniel LaRusso y Johnny Lawrence no iba a ser muy duradera y que los egos de los dos senseis, totalmente opuestos en su filosofía, iba a provocar un nuevo distanciamiento, pero Heald y Hurwitz consiguen evitar caer en la repetición y conseguir que los personajes evolucionen y crezcan, mejorándolos en todos los sentidos. Lo mismo sucede con los secundarios, a los que incluso se hace un ligero blanqueamiento para que empecemos a verlos con otros ojos y no todo sea blanco o negro.

En resumen, que la temporada es muy disfrutable y su final deja las cosas muy difíciles para el futuro de los dos senseis, aunque el acercamiento, mucho más sincero que el provocado por intereses comunes de la temporada 3, imprime una gotita de esperanza.

No me lo esperaba, pero ahora mismo me he quedado con ganas de más. Al final, si puede haber una larga vida para este Cobra Kai que nació como un juguete para nostálgicos de duración limitada.

sábado, 8 de enero de 2022

Reflexiones: EL DÍA EN QUE UNA ARAÑA SALVÓ AL CINE (Parte uno)

Obligaciones varias me han impedido dedicarme al blog tanto como me gustaría, y aunque ya hace un par de años que dejé de elaborar las típicas listas sobre lo mejor y lo peor del año, me gusta de vez en cuando escribir alguna reflexión alejada de lo que son reseñas de películas o series propiamente dichas. Ese fue, de hecho, la razón del cambio de nombre de hace ya un tiempo, cuando El panda cinéfilo se convirtió en Las cosas del Panda y esto debía convertirse casi en el blog de un escritor más que en un foro de cine. Como veis, al final el cambio no ha sido tanto.

El caso es que una de las reflexiones que quería haber escrito a mediados de noviembre y que, como muchas otras han quedado en el tintero, era sobre mi previsión de que el cine, que había quedado muy tocado durante la pandemia (de eso sí que llegué a hablar en su momento), solo tenía una posibilidad de sobrevivir al miedo de los espectadores y al asentamiento de las plataformas digitales. Y eso sin contar con la inestimable participación de las propias productoras, que tienen ocurrencias tan poco comprensibles como estrenar sus películas en cines y plataformas a la vez, propiciando fracasos como los de Viuda Negra o Dune. Por no hablar de títulos que directamente han sido ignorados por el gran público, como Chaos Walking, El Escuadrón Suicida, El último duelo, Última noche en el Soho, Wonder Woman 84… Y no es solo una cuestión de calidad, pues otros títulos de dudosa enjundia como Fast&Furious 9 o Venom: Habrá matanza han conseguido, al menos, salvar los papeles.

Por ello, parecía claro que el mundo del cine necesitaba un bombazo que funcionara como puñetazo encima de la mesa, un éxito que invitara al público a volver a las salas y que empecemos a dejar atrás considerar recaudaciones medianas de alrededor de cuatrocientos millones de dólares como grandes éxitos. Y esa película que debería salvar al cine no es otra que Spiderman: No way home, no solo porque Marvel es (casi) siempre una garantía de éxito sino porque las diversas filtraciones (no todas ellas reales) dejaban las expectativas por las nubes. Por ello, cualquier cosa que no fuese una taquilla superior a los mil millones de dólares podría suponer el último clavo en el ataúd de los cines. En el momento de escribir estas líneas, la película de Jon Watts roza los 1.400 millones y aún no se ha estrenado en países como China.

Consagrada ya como el éxito del año y, de seguir así, codearse con los títulos del top ten (sin pandemias ni gaitas), es hora de repasar si al final, la película que nos ha devuelto al cine es merecedora de su logro o no. Y, casi un mes después de su estreno, ya es momento de poder hablar de ella sin cortarse un pelo.

Por ello, os aviso de que vais a encontrareis spoilers de Spiderman: No way home de aquí en adelante. Si por lo que sea no la habéis visto aún, os remito a mi reseña sin spoilers.

Lo primero que llama la atención, más allá de la extraña, caótica pero efectiva campaña publicitaria, es su guion, firmado por Chris McKenna y Erik Sommers, responsables de toda la saga del Spider-man de Holland, aparte de Ant-Man y la Avispa. Si por un lado la narrativa es totalmente absurda y, por momentos ridícula, con decisiones tomadas por los protagonistas difíciles de entender, villanos que cambian de parecer de un momento a otro y situaciones marcadas más por la necesidad que por la lógica, por otro lado contiene el mejor tratamiento de personajes visto en una película palomitera en mucho tiempo. Las interacciones entre los tres Peters (sí, aquí tenéis el primer spoiler) es impecable a la par que desternillante, y logra elevar el concepto de fan service a cotas inimaginables.

Es mérito del guion el conseguir que la participación del Spiderman de Andrew Garfield y el de Tobey Maguire sean funcionales, consiguiendo rememorar sus antiguos roles sin que el paso del tiempo chirríe demasiado, convirtiendo la película en una especie de reencuentro del espectador con unos viejos amigos a los que tenía ya perdidos en el tiempo (veinte años han pasado desde que Maguire se pusiera por primera vez el traje azulgrana).

Con la mente maestra de Kevin Feige detrás de todo, la película parece tener dos objetivos claros: por un lado, finalizar la evolución del Peter Paker de Holland, con lo que estamos, sobre todo a partir del segundo tercio del film, en la película más oscura y dramática de la trilogía. Si bien he comentado en el pasado que este es mi Spider-man favorito, continúa ligeramente alejado del Spidey de los comics, por lo menos en su versión más canónica. Su pertenencia al MCU y su relación con Los Vengadores, en concreto con Tony Stark, suponía una losa que, hasta ahora parecía insalvable para acercar más al héroe a su versión de los tebeos. Sin embargo, alejado ya del legado de Iron Man, Peter asume al fin la responsabilidad por sus errores y toma las decisiones correctas, incluso a base de enfrentarse a otro vengador, uno tan poderoso como el Dr. Strange. Además, estaba pendiente el tema de saber cómo murió su tío Ben. Ya saben, esa especie de mentor que le otorgó esa lección de vida resumida en la frase de: «todo gran poder conlleva una gran responsabilidad», al que conocemos de los comics y de los Spidermen de Sam Raimi y Marc Webb. Y la respuesta era la más obvia y la que teníamos delante de las narices durante todo el tiempo: puede que este Peter tuviese un tío Ben que muriese asesinado, pero quien ha ejercido como mentora y quien le ha regalado la famosa frase no es más que la tía May de Marisa Tomei, una tía May que provoca el giro de guion que desemboca en la madurez de Peter gracias a que la película hace algo que ni siquiera en los comics se han atrevido a hacer: matándola (nota friki: en realidad, la tía May sí murió en los comics, pero poco tiempo después decidieron «deshacer» esa muerte y decir que quien murió fue otra persona).

El segundo propósito que Marvel parece tener con respecto a esta película es deshacer los muchos problemas que tenían las películas del arácnido hechas por Sony en solitario. Detalles como la escena en la que Willem Dafoe destroza la horrorosa máscara del Duende Verde, la eliminación de la pigmentación azul enel rostro de Electro o las burlas hacia el Rinho mecanizado son solo algunos ejemplos de ello. La película de Jon Watters se mete en muchos jardines, y de todos ellos sale victorioso.

Quizá no sea la película más emocionante de Marvel (en lo que acción se refiere), pese a contar con una escena final brutal, casi demasiado oscura como para ser admisible en una película supuestamente infantil (y es que compite a niveles de violencia con la pelea final entre Stark y Steve Rogers en Civil War), pero sí de las más emotivas, teniendo en la caída de MJ al vacío un momento tan estremecedor como la propia muerte de tía May. Esto sirve, además, para continuar la historia del Spidey de Amazing Spiderman 2 y cerrar las heridas provocadas por la muerte de Gwen.

Hay pequeñas correcciones, guiños e incluso metalenguaje (como los chistes hacia el dolor de espalda del Spidey de Maguire, las conversaciones sobre los lanzaredes orgánicos de este  o la presentación visual del meme más famoso de la serie de animación).

Y todo ello para conseguir completar el viaje del héroe hacia su maduración, en un desenlace totalmente desligado al resto del MCU y que propicia que, por primera vez, utilice un uniforme calcado al de los comics, en una situación muy similar al Peter cafre y fatalista que concibieron Stan Lee y Steve Ditko, aunque todo hace pensar que lo están encaminando hacia los años universitarios (¿alguien más está pensando en Gwen Stacy y Harry Osborn?) de la etapa de John Romita. Cierto es que el hechizo que lo rompe todo es algo forzado (aquí volvemos a darle vueltas a los problemas de guion), pero por una vez, el fin justifica los medios. Me viene a la mente el caso de Venom, tanto en su película de origen como en su penosa secuela. En ambos, el guion presentaba situaciones casi tan torpes como las de No way home, pero además iban acompañadas de unos personajes horriblemente mal construidos, diálogos espantosos y villanos incomprensibles. En este caso, los errores e guion son simples excusas para alcanzar un objetivo sublime. Es como si estuviésemos ante una película pensada para niños de diez o doce años, con la salvedad de que tiene el mérito de conseguir que cualquier espectador, ya sea treintañero, cuarentón o incluso de los que ya pintan canas (o calvas) se convierta, por un par de horas, en un niño de diez o doce años.

Falta por ver qué nos encontraremos en el futuro del trepamuros (aunque me cuesta creer que Zendaya vaya a desaparecer de la ecuación), aunque lo que parece claro es que va a quedarse en el MCU durante mucho tiempo. De hecho, las dos escenas postcrédito son toda una declaración de intenciones: la primera, por dejar bien claro que el Venom de Tom Hardy pertenece a un universo diferente al del Spider-man de Tom Holland, por lo que es improbable que vayan a cruzar nunca sus pasos (si acaso sí con el de Garfield, si nos creemos los rumores de que va a aparecer en la inminente Morbius). La segunda, porque es en realidad un tráiler de la siguiente película del MCU, Dr. Strange en el Multiverso de la locura, algo muy llamativo si tenemos en cuenta que quien manda aquí, a nivel publicitario, es Sony. Así que el hecho de que ahora ya nadie conozca a Peter Parker y ni siquiera el resto de los Vengadores sepan ya la identidad secreta de Spider-man no debería ser impedimento alguno (de hecho, hay confirmada al menos una aparición de Spidey en otra película ajena a su saga). Y, por cierto, por el contrario de lo que se está diciendo por ahí (y esto que viene a continuación quizá no le interese a aquellos alejados del mundo de los comics, pero no puede evitar soltarlo), esto no es una adaptación del famoso Mefistazo.

Me explico: en los comics, en cierto momento, se dio una situación similar a la que vive Spidey en el MCU: Peter se había desenmascarado y su vida se vuelve bastante complicada. La puntilla la dio un disparo mortal a tía May, por lo que, en una de las decisiones más rocambolescas (y polémicas) de la editorial, Peter decide hacer un pacto con el diablo (que en el Universo Marvel está representado por Mefisto): salvar la vida de tía May a cambio de que su matrimonio con MJ (sí, por aquel entonces estaban casados) cayese en el olvido. Esto supuso el fin de una etapa y en el siguiente episodio nadie conocía la identidad secreta de Peter, amén de la resurrección (también incomprensible) de algún personaje fallecido tiempo atrás. Sin embargo, con el paso del tiempo se buscó una justificación apra todo ello, de manera que la única conexión con Mefisto fue la inicialmente planteada (una vida a cambio de un matrimonio), de manera que la recuperación del secreto de Peter se debió en realidad… ¿lo adivináis? de un hechizo del Dr. Extraño (Strange en la spelículas). Es decir, que por mucho que muchos se pregunten porqué Marvel ha decidido recuperar en cine una de las aventuras más odiadas por los fans, la respuesta es que esto no es, al final, ningún Mefistazo, lo mismo que la decisión de Peter es, aquí, un ejemplo de nobleza y responsabilidad, todo lo contrario que en el comic. Una vez más, la película ha logrado superar al comic.

Añadimos a todo esto unas interpretaciones de primera, cameos sorpresas como el de Matt Murdock (que conecta esta película con la serie de Ojo de Halcón y su recuperado Kingpin) y un ritmo trepidante que impide al espectador darle muchas vueltas a la coherencia del argumento, un uso inteligente (y no gratuito) del concepto del fan service y las gotas de nostalgia justas, y tenemos las respuestas a porqué una película de Spider-man está destinada a salvar al mundo del cine, además de romper por el camino unos cuantos records de taquilla.

lunes, 3 de enero de 2022

Visto en Netflix: EL PODER DEL PERRO

Siguiendo con películas aspirantes a ser coronadas como lo mejor del año, El poder del perro, de Jane Campion, ha sido definida como una de las obras maestras del recientemente finiquitado 2021.

Planteada inicialmente como un western oscuro y muy reflexivo, la historia va mutando para tornarse más negra y desasosegante hasta invitar al desconcierto, girando siempre en torno a la masculinidad tóxica, desmontando la figura del vaquero macho y viril que tan bien representaban actores como John Wayne.

En este sentido, reconozco sus méritos, así como la inteligencia de un guion que se mueve siempre con una exquisita sutilidad, obligando a un ejercicio de concentración para no perderse detalle de su tramo final y ser capaces de componer correctamente la historia que nos propone Campion a partir de una novela de Thomas Savage. Además, contar con actores de la talla de Benedict Cumberbatch, Kirsten Dunst, Jesse Plemons o Kodi Smit-McPhee, es toda una garantía.

¿Cuál es el problema, pues? Ni más ni menos que la realización de Jane Campion, que es insufriblemente tediosa. Me parecen muy bien esos críticos que se han deleitado con su trabajo, pero a mi parecer conseguir llegar al final de la película es prácticamente una tortura, eligiendo la directora un ritmo tan intencionadamente contemplativo que, cuando se descubre el pastel, uno ha perdido ya todo el interés a lo que nos quieren contar.

Por lo tanto, no puedo aplaudir una propuesta que, más allá de un final apasionante en lo que cuenta pero no en el cómo, a lo único que invita no es a reflexionar o debatir, sino a pegarse una buena cabezada o utilizar la famosa (y odiosa) utilidad de Netflix que permite reproducir una película al doble de su velocidad normal.

 

Valoración: Cinco sobre diez.