Es muy fácil criticar la abundancia descontrolada de Netflix, ya sea en su faceta fílmica como seriéfila, pero la realidad es que cada estreno nuevo supone una pequeña revolución en las redes, generando debate y expectativa, y obligando casi a visionar algunas propuestas sin apenas tiempo para digerirlas con calma.
The one es uno de esos ejemplos, una de esas series de las
que todo el mundo hablaba hasta que apareció El inocente para quitarle el puesto y luego llegase el turno a Jupiter’s legacy. Y yo acumulando
opiniones como si no hubiese un mañana.
Dejémonos
de divagar y pongámonos las pilas: The
one trata sobre el descubrimiento de que existe un código genético en
nuestro ADN que, en caso de ser descifrado, nos permitiría conocer a nuestra
pareja ideal. Es decir, que el amor deja de ser un sueño romántico con un
componente aleatorio para convertirse en una fórmula matemática aparentemente
infalible. Eso es lo que promete, al menos, Rebecca Webb, la parte visible de
la megacorporación capaz de conseguir «emparejar» a dos personas desde
cualquier lugar del planeta.
Lógicamente,
una propuesta así invita al debate de inmediato. No ya sobre si tiene algún
sentido plantearse la existencia de algo así sino sobre qué hacer con ella.
¿Renunciaríamos al amor tal y como lo conocemos sólo porque un ordenador, a
partir de un simple mechón de cabello, nos diga que esa no es nuestra media
naranja?
Siendo
una producción británica, resulta casi imposible no pensar en Black Mirrow. Ciertamente, la premisa es
digna de un episodio de la mítica serie, pero como suele ser habitual en esos
casos referenciados (me vienen a la mente El Círculo, Nerve o incluso la más
reciente encarnación del Muñeco diabólico), el resultado no está a la altura de las expectativas. Generalmente
esto se debe al alargamiento de un planteamiento que funcionaría mejor como
episodio único que como largometraje (en los casos mencionados) o como serie
completa, más cuando tenemos en cuenta que The
One tiene un final abierto que invita obligatoriamente a una segunda
emporada.
El
problema de The One es que sus
responsables no confían lo suficiente en su potente premisa como para apostar
ciegamente por ella, y una vez planteado el dilema se dedican a desarrollar una
trama criminal que, junto a alguna historia segundaria no demasiado inspirada,
hace que las subtramas sean tan diversas que se termine perdiendo de vista el
objetivo principal. Es el caso típico de árboles que no permiten ver el bosque.
Con
todo, la jugada no les sale del todo mal. Es cierto que uno se queda con las
ganas de que se profundice más en el trasfondo científico/moral del
descubrimiento y en sus consecuencias para la sociedad, pero el juego de las
falsas sospechas entre los protagonistas hace que, por manido que pueda
parecer, sirva para engancharse a la serie y estar pendiente de los avances del
siguiente episodio.
Así,
estamos ante una serie que puede crear algo de adicción y que se devora en un
suspiro (marca de la casa de la plataforma), pero a la que se le podría pedir mucho
más, por lo que se cae en el peligro de que, tras el entretenimiento pasajero
que es (y las conversaciones de bar que puede provocar), cuando llegue la
siguiente temporada esté suficientemente olvidada como para que no llame
demasiado la atención.
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