Aparecida hace ya algún tiempo en medio del inabarcable catálogo de Netflix, Tigre Blanco llamó realmente mi atención con la nominación al Oscar (aparte de a otro montón de premios) por su guion. Aún sin haberlo ganado, es ya todo un mérito para una película de producción india.
Se
podría decir que Tigre Blanco es una
versión sucia y maloliente del clásico concepto del sueño americano en versión hindú,
como si la ascensión al poder descrita en El lobo de Wall Street se situara en Bangladesh. Esto podría recordar también
a títulos como Slumdog Millionaire,
pero Ramin Bahrani no tiene el buenismo de Danny Boyle y presenta una India
corrupta y despreciable, permitiéndose incluso hacer alguna broma directa hacia
la película de Boyle.
Tigre Blanco contiene una gran carga de crítica social, vista
siempre desde un punto de vista paródico, revelando la diferencia de clases tan
exagerada que hay en la India (algo parecido a lo que nos mostraba Parásitos con respecto a Corea del Sur)
y permitiendo que desde occidente entendamos mejor porqué estamos viendo estos
días escenas tan atroces en los telediarios con respecto a la forma de
enfrentarse a la pandemia. Esto podría dar pie a una película incómoda de ver,
pero Bahrani prefiere que el peso de la historia recaiga en el humor y,
mediante la transformación de un joven chófer (de casta baja y que no debía
aspirar a más que simple sirviente) hasta llegar a lo alto del escalafón (así se
nos presenta desde el primer momento).
La
película peca de un metraje algo excesivo, dejando que dicha transformación se
produzca de manera gradual con cierta lentitud y provocando que las
consecuencias de sus actos sean un simple epílogo a la historia, pero el buen
ritmo impuesto y la intensa actuación de Adarsh Gourav hacen que la película se
devore con agrado, siendo un divertimento muy meritorio, con toque de cuento de
hadas, pero con un amargo trasfondo muy real.
Valoración:
Siete sobre diez.
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