miércoles, 31 de octubre de 2018

LA NOCHE DE HALLOWEEN

La saga de Michael Myers es una de las más prolíficas del cine de terror, así como de las más complicadas. Hay hasta once películas formando la franquicia de Halloween, incluyendo el reboot y su secuela de la mano de Rob Zombie. Lo curioso del caso es que, centrándonos en las nueve restantes, hay tantas contradicciones y reinvenciones que se podría decir que se pueden formar tres universos paralelos de ellas. 
Vamos a complicar un poco más las cosas: las dos primeras secuelas son totalmente oficiales, estando incluso el propio John Carpenter, director y guionista de la película original, tras ellas. Sin embargo, pese a que a medida que progresaba la saga la biografía del asesino de la máscara blanca variaba hasta suponer que ya no hay una continuidad real con las primeras, la presencia de Jamie Lee Curtis, la protagonista de la cinta original de 1978, en H20 y Halloween: Resurrección (séptima y octava entregas, respectivamente), dotan también de cierta oficialidad a esta nueva línea temporal. Finalmente, la película que ahora se estrena hace un borrón y cuenta nueva y pretende ser una secuela directa de la primera Halloween, con lo que vendría a ser una especie de Halloween 2, como si las siete restantes no hubiesen existido nunca. Eso sí, con Jamie Lee Curtis de nuevo como protagonista. ¿Ha quedado claro? Continuemos, pues.
Bendecida por el propio Carpenter, La noche de Halloween está dirigida por David Gordon Green, especialista en comedias como SuperfumadosEl Canguro o la espantosa Caballeros, princesas y otras bestias, reciclado últimamente en la televisión y en películas bastente menores como aquella Joe con Nicholas Cage. La acción se sitúa cuarenta años después de la película original y describe como Myers ha permanecido recluido en un psiquiátrico hasta que un traslado le da la oportunidad de fugarse y regresar a su Haddonfield natal a proseguir su matanza. Allí le estará, sin embargo, una madura Laurie Strode, superviviente de su matanza de hace cuatro décadas, que obsesionada con aquella fatídica noche ansía una oportunidad de venganza.
Durante gran parte de la película, la trama oscila alrededor de un enfrentamiento que promete ser épico, en el que el cazador pasa a ser presa. Convertir al personaje de Curtis de una final girl a una superviviente al más puro estilo de la Sarah Connor de Terminator 2 (adiestramiento e incomprensión familiar incluido), aunque un guion torpe y finalmente tópico termina condenando a la película hacia un cúmulo de situaciones demasiado previsibles y que fracasan en su intento de distanciarse del slasher habitual. Sin embargo, hay que agradecer a Gordon y a Danny McBride (coguionista de un nivel similar al de su compañero) que hayan buscado rendir tributo constantemente al film de culto de Carpenter, de manera que al menos muchas de las situaciones que se me antojan tópicas pueden disfrutarse al menos con una sonrisa si tenemos en nuestro recuerdo su variante original. Además, sin que haya nada de humor como tal en el film, sí hay un nivel de salvajismo gore suficiente como para que la película sea un disfrute festivalero, una de esas películas que en Sitges debieron provocar aplausos y carcajadas por igual y que, al menos, la convierten en un producto altamente recomendable para una noche como la de Halloween, muy por encima de mamarrachadas como la de Pesadillas 2: noche de Halloween.
Michael Myers sigue dando miedo, despojado aquí de los poderes sobrenaturales que fue ganando a medida que la saga original avanzaba, y Jamie Lee Curtis da la talla como la torturada y desquiciada Laurie que ha de luchar con sus propios fantasmas antes de enfrentarse al verdadero mal.
Así, sin ser la maravilla que se nos prometía, La noche de Halloween es, posiblemente, la mejor secuela de la saga, un tributo muy encomiable al film de Carpenter (tan insuperable como ligeramente añejo visto con ojos actuales) y un disfrute para aficionados al género que no pretendan analizar demasiado ciertos giros de guion sencillamente irrisorios.

Valoración: Seis sobre diez.

PESADILLAS 2: NOCHE DE HALLOWEEN

Ya lo anticipaba desde que vi el primer poster y el tráiler: esta película pintaba mal. Lo anuncié en mi comentario de La casa del reloj en la pared y, aunque me equivoqué con la participación de Jack Black en la misma (aunque no aparezca acreditado), su trabajo es tan plano y poco inspirado que se podría imaginar que solo una cláusula contractual puede justificar su implicación en el proyecto.
En realidad, la protagonista de la película es Madison Iseman, quien ya coincidiera con Black (en película, aunque no en plano) en Jumanji: bienvenidos a la jungla (de hecho, interpretaban al mismo personaje), quien, junto a su hermano pequeño y su mejor amigo, se deben enfrentar a un nuevo ataque de los personajes creados por el escritor R.L. Stine, liderados de nuevo por el muñeco ventrílocuo Slappy.
Pesadillas 2: noche de Halloween pretende ser una comedia de terror para adolescentes, un film que permita a los niños desfrutar de tan aterradora noche mientras sus padres gritan en la sala de al lado con La noche de Halloween, pero en realidad se limita a ser un subproducto que, de haberse hecho un par de décadas antes, habría terminado estrenándose directamente en video.
Tenemos un argumento totalmente previsible, con personajes cargados de tópicos y unos villanos sin ningún trasfondo detrás, algunos, como el trasformado Walter al que interpreta Chris Parnell, que rozan el ridículo, mientras que deambula por ahí algún que otro nombre conocido (horrible el doblaje al español de Ken Jeong) totalmente desaprovechado.
Al final, esto no va más que de un derroche de criaturas monstruosas causando destrozos por la ciudad, cual una versión cutre de Gremlins o Cazafantasmas, en la que ni siquiera podemos destacar sus efectos digitales, bastante limitados en la mayoría de las ocasiones y que ni siquiera permite el lucimiento de ninguna de las criaturas.
Si Pesadillas fue una interesante comedia negra con un tono de metalenguaje al incorporar al autor de las novelas como parte de la historia en lugar de simplemente adaptarlo, esta secuela se limita a copiar alguna de esas ideas sin trabajarse mucho ni la historia ni los personajes, resultando se aburrida y simplona, todo un fiasco tal y como, por una vez, se podía anticipar desde lejos. Y encima, los de Sony tienen la aspiración de hacer una tercera entrega, a juzgar por su final totalmente abierto.
En fin, una pérdida de tiempo que podrá interesar a algunos niños que reirán con las tonterías de turno pero que está muy por debajo, puestos a decidir llevar a nuestros retoños a ver cine de sustos, a La casa del reloj en la pared, que sin ser un gran título es mucho más divertida que esta.


Valoración: tres sobre diez.

martes, 30 de octubre de 2018

EL FOTÓGRAFO DE MAUTHAUSEN

Aunque parezca mentira, todavía tengo bastantes amigos que desprecian el cine español aludiendo a que “siempre va de lo mismo”. No creo que sea necesario entrar en una defensa de nuestro cine que, con los evidentes altibajos de cualquier filmografía, goza de una estimable salud, pero por si acaso, me voy a limitar a recordar algunos de los estrenos más recientes que demuestran la gran variedad de temas que se tratan con gran acierto en títulos e gran calidad: YucatánLasombra de la ley o El reino son solo algunos ejemplos de temáticas que difieren con lo que se suele esperar de un cine encasillado por muchos en la comedia rural, el drama almovariano, la Guerra Civil y, en ocasiones, el cine de género.
El fotógrafo de Mauthausen es otro de esos ejemplos de que no hay que poner límites creativos al cine hecho en casa y que es posible abordad cualquier temática, por arriesgada que parezca. Mar Tarragona, en su nuevo trabajo tras la irregular Secuestro, aborda la historia de los españoles expatriados que terminaron en el campo de concentración nazi de Mauthausen, centrando la mirada en Francesc Boix, un fotógrafo que arriesgó su vida por conseguir pruebas gráficas de las atrocidades que se cometían en los Campos y que pasó a la historia por ser el único español que participó como testigo en los tristemente célebres Juicios de Núremberg.
Mario casas, cada vez más alejado de su imagen de ídolo de quinceañeras, sufre un efectivo cambio físico para meterse en la piel de este prisionero que se empeña en arriesgar su propia vida, arrastrando a sus compañeros en el intento, para conseguir justicia, siendo una de las figuras destacadas de una película con un reparto internacional muy bien medido y que funciona a la perfección.
Con un estilo narrativo muy clásico, Mar Tarragona compone una película que quizá no arriesga demasiado en lo estético, pero que consigue con ello una gran efectividad, siguiendo casi a rajatabla los cánones del género carcelario. Con referencias a La fuga de AlcatrazEvasión o Victoria o incluso La vida es bella, Tarragona logra una puesta en escena muy por encima de lo esperado a raíz del ajustado presupuesto con el que contaba, si bien puede echársele en cara la falta de profundidad de algunos personajes, amparándose en exceso en el arquetipo y jugando con la complicidad del espectador acostumbrado ya a identificar con facilidad personajes de esta calaña.
Al final, el mayor mérito del film es conseguir transmitir el dolor y el sufrimiento de los prisioneros con una estética gélida y sobrecogedora, sin renunciar a ligeros toques de humor en la personalidad de Boix que ayudan a empatizar más aún a su personaje. Además, las fotografías reales que se muestran al término del film reivindican la gran precisión y detallismo con que Tarragona ha planificado su rodaje y otorgan a El fotógrafo de Mauthausen un valor por encima de lo puramente cinematográfico.

Valoración: Siete sobre diez.

domingo, 28 de octubre de 2018

ANIMALES SIN COLLAR

Jota Linares es un director y guionista especializado en cortos que debuta en el largometraje con Animales sin collar, una especie de thriller político con tintes de drama familiar que parece concebido para mayor gracia de Natalia de Molina.
Con semejantes argumentos, podríamos tener en mente algunos de los éxitos del cine español más reciente, de manera que Animales sin collar hereda de Todos lo saben y Petra ese aroma de enredo familiar con secretos que regresan del pasado para atormentar a los protagonistas junto con la crónica de denuncia política que tenía El reino.
Animales sin collar propone la existencia de un político honrado, un hombre de ideales claro que aspira a progresar con limpieza en su carrera, siempre de la mano de su amante esposa. Pero no todo termina por ser lo que parece, y la situación terminará por escapársele de las manos.
Por mucho que pueda interesar la idea de un político decente, y el buen trabajo de Daniel Grao dándole vida, es el personaje de su mujer, con el siempre excelente trabajo de Natalia de Molina detrás, quien centra la atención del relato, hasta cierto punto que es ella, con sus actos y sus cambios de carácter, quien lleva el propio ritmo del film y lo transforma a medida que avanza la trama.
Lo que en principio parecía una simple intriga palaciega que iba a derivar en la moraleja de que no hay nadie limpio en el mundo de la política resulta finalmente un cuento sobre la hipocresía y los dobles valores y se impone como propuesta casi feminista con el consabido empoderamiento de la esposa del político, una figura siempre en las sombras que, una vez liberada del metafórico collar del título, juega su papel clave en la historia.
Linares consigue mantener el interés de la película en todo momento, consiguiendo una propuesta interesante que, sin embargo, queda muy por debajo de las tres películas anteriormente mencionadas y que, por su proximidad en su estreno, es imposible obviar. Por ello, Animales sin collar queda como una simple propuesta más para dibujar la España actual (en este casi en su versión más rural) que no termina por despuntar en ningún momento y a la que le falta un poquito de garra para conseguir llegar a ser una película realmente recordable.
Interesante y muy correcta, plagada de buenos trabajos interpretativos, pero con poco más que aportar.

Valoración: Seis sobre diez.

sábado, 20 de octubre de 2018

MATAR O MORIR

Pierre Morell es un director especializado en thrillers de acción, como Distrito 13, Desde París con amor o Caza al asesino, pero cuyo trabajo más memorable fue Venganza, la película que abría la trilogía protagonizada por Liam Neeson. 
En Matar o morir sigue con un esquema parecido al ejemplo anterior, con un protagonista que se muestra imparable vengándose de aquellos que atentan contra su familia, pero cambiando el sexo del protagonista. En esta ocasión la vengadora es una mujer con el rostro y las maneras de Jennifer Gardner, actriz que se dio a conocer como la super espía de la serie Alias pero que tras el varapalo de Elektra se había mantenido alejada del cine de acción, centrándose en pequeños papeles de comedia romántica o como secundaria de lujo. 
Matar o morir recupera a la exmujer de Ben Affleck más guerrera, en un personaje que recuerda mucho a la Linda Hamilton de Terminator 2, dura, fuerte y despiadada  en lo que vendría a ser una contrapartida del personaje de Punisher, aunque mucho más contundente que las tres encarnaciones fílmicas del personaje de Marvel. También ella es testigo del asesinato de su familia y, tras cinco años desaparecida, dedicada a entrenarse en cuerpo y arma, regresa a Los Angeles para vengar la muerte de sus seres queridos y terminar con un cárter y todos aquellos a os que ha llegado corromper.
Por descontado, no voy a pretender que haya el más mínimo signo de verosimilitud en el film. Pese al pretendido tono dramático, la acción es tan espectacular como poco creíble, tal y como sucediera con cualquiera de los héroes vengadores de los ochenta a los que parece homenajear. Con una trama sencilla donde la mayor sorpresa consiste en descubrir antes de que nos lo revelen quien es un traidor y quien no, la película basa toda su fuerza en sus escenas de acción. Morell no busca mucho más, y jugando son habilidad sus cartas consigue lo que pretende. Matar o morir no es una película que vaya a ser recordada con el paso de los años, pero en la sencillez de su concepción obtiene los resultados requeridos: es sangrienta, espectacular y tiene mucha acción. Y nadie que se acerque a este film debería ir buscando mucho más.
Aunque, rascando un poco, quizá si se pueda encontrar algo más en forma del debate (superficial, eso sí) que propone al convertir a una asesina en una justiciera urbana aclamada por el pueblo, una especie de protectora que recuerda, aunque con menos humor y más contundencia a El justiciero de Eli Roth en la que Bruce Willis se disfrazaba de Charles Bronson.
Así, Matar o morir no es un gran film, pero cumple con los requisitos y se impone en esa corriente que dicta que, como decía la canción, “las chicas son guerreras”.

Valoración: Siete sobre diez.

PETRA

En Petra, Bárbara Lennie interpreta a una pintora que decide hospedarse en una casa de campo para realizar una especie de taller con un afamado artista local, pero en realidad lo que busca es averiguar su propia identidad, perseguir una verdad que se le niega de toda la vida. Ese es el arranque de una película aparentemente tranquila y reposada, en la que los actores apenas alzan la voz y la cámara se desliza con suavidad por los paisajes de la película.
Sin embargo, la película es en realidad como un remolino acechando en las profundidades de un río aparentemente en calma. Es un intenso drama familiar cargado de secretos y mentiras, con un tono de folletín que la pueden hermanar con Todos lo saben en cuanto a su trasfondo, pero totalmente opuesta a ella en cuanto a sus formas.
Se habla mucho de lo importante que es que una película tenga un arranque que enganche al espectador, y Petra lo hace con una genialidad asombrosa: divide la trama en siete capítulos numerados y empieza directamente por el segundo. Truco suficiente para desconcertar al espectador y mantenerlo alerta durante todo el metraje.
Jaime Rosales es un director complicado que firma aquí su obra más accesible. Sin renunciar a sus señas de identidad, propone un tríptico familiar impecable, con una colección de personajes de emociones a flor de piel pero con una gran contención. Para ello, consigue reunir a un grupo de grandes actores, como Marisa Paredes, Alex Brendemühl u Oriol Pla, aunque quien se lleva la palma es Joan Botey, quien a sus 77 años debuta aquí en el cine componiendo a un villano antológico, un marionetista que consigue mover los hilos de todos los personajes desde las sombras disfrazado de un artista que, tal y como él mismo reconoce, no tiene más interés que el dinero que le proporciona. Sin necesidad de histrionismos ni efectismos baratos, logra helar la sangre del espectadores de su primera aparición, una conversación postcoital aparentemente cotidiana y que sirve para sentar las bases de lo que es y lo que puede llegar a hacer.
De hecho, el uso de la fragmentación en capítulos define las intenciones de Rosales de fijarse más en los personajes que en la historia, ya que cada uno de los títulos con los que va decorando los episodios podrían considerarse pequeños spoilers de lo que va a suceder a continuación. Poco importa. Todo recurso vale si se consigue remover de esta manera os sentimientos del espectador, aunando la tragedia familiar con el arte y consiguiendo que su historia plagada de muertes y traiciones sea sórdida a la par que reposada y poética.

Valoración: Siete sobre diez.

ESCUELA PARA FRACASADOS

Kevin Hart es uno de esos cómicos afroamericanos que triunfan en Estados Unidos buscando cubrir el hueco que dejó Eddie Murphy cuando su estrella se apagó, aunque no ha llegado a ser un referente fuera de sus fronteras.
Por mi parte, lo encuentro algo irritante, aunque reconozco que como coprotagonista puede tener cierta vis cómica, como demostró en Un espía y medio o Jumanji: Bienvenidos a la jungla. No obstante, me cuesta soportarlo cuando todo el protagonismo recae en su figura, y Escuela para fracasados es un buen ejemplo de ello, por más que se intente dar a la película un ligero tono coral.
La historia es bastante simplona: por motivos X un grupo de adultos inadaptados deben apuntarse a una escuela nocturna para aprobar la secundaria y allí, entre risas y chascarrillos, vivirán intensas experiencias que les cambiará la vida, los hará más buenas personas y bla, bla, bla...
La mayor parte de la película, dirigida por Malcolm D. Lee, especialista en comedias hechas por y para afroamericanos, la mayoría inéditas en nuestros cines, es un compendio de recursos y situaciones que podrían intercambiarse con cualquier otra película del estilo, demostrando muy poca personalidad y cargada de chistes mucho menos graciosos de lo que se presupone, aunque por lo menos es de agradecer que no abuse del humor de mal gusto y tenga todo un tono bastante blanco (valga la expresión).
Además, quizá debido a un mal planteamiento de los personajes, la película va claramente de menos a más, consiguiendo así elevar su nivel a medida que el grupo de alumnos empieza a hacer piña y consiguen importar algo al espectador. Aún así, la mayoría de las situaciones son más de sonrisa que de carcajada, pero logra que el resultado final sea suficientemente simpático como para no considerar a la película un fracaso como su título en español parece vaticinar.
Pese a todo, los fans de Hart (que me costa que los hay) posiblemente queden encantados con la película, aunque para el resto de los mortales no pasa de ser una comedieta más del montón, muy justita, con algunos giros de guion ridículos y otros muy moñas, pero funcional en sus intenciones.

Valoración: Cinco sobre diez.

SLENDER MAN

Creepypasta: historia corta de terror recogida y compartida a través del Internet con la intención de asustar o inquietar al lector.
Una de estas historias más populares es la de Slender man, una creación de Victor Plume (seudónimo de Eric Knudsen), que ganó un concurso de fotografías retocadas con el objetivo de parecer elementos paranormales inspirado en elementos de La niebla, de Stephen King. Una vez en la red, otros usuarios añadieron al personaje de cualidades aterradoras, tentáculos y llegó a convertirse casi en una de las mayores leyendas urbanas que estuvo a punto de causar un asesinato en manos de dos niñas de doce años que aspiraban a ser sus “apoderadas”.

Sirva esta introducción para tratar de comprender el origen de esta película y el porqué lo que podría haber sido una interesante propuesta de terror ha terminado siendo un bodrio insoportable.
En su tráiler inicial, las escenas truculentas (una chica clavándose un bisturí en un ojo es uno de los ejemplos más contundentes) presagiaban algo angustiante y aterrador, pero en Sony, la productora principal del film, les preocupó las consecuencias que la película pudiera tener en la gente y, amparada por los hechos reales de las dos niñas, decidieron recortar escenas a lo loco hasta convertirla en una película PG13 en lugar de la R inicialmente prevista. Vamos, lo mismo que hicieron ya con Venom imitando a lo que Warner había hecho ya con Megalodón).
El resultado es una película insufriblemente aburrida, con saltos en el argumentos, cortes abruptos y situaciones incomprensibles. La película es tan aburrida que ni siquiera contiene los sangrantes jumpscares de turno para sobresaltar al espectador adormecido. Después de lo que me despaché con La monja, no esperaba en tan poco tiempo encontrarme con una película de terror peor que aquella (y eso que en Sitges se ve un poco de todo), pero esta Slender man es insultantemente sosa, incompleta y absurda.
No todo debe ser culpa del estudio. El despropósito es tal (solo alguna escena onírica aislada o el diseño visual del propio Slender man se pueden salvar de la quema) que cuesta pensar que la versión sin recortes pudiera ser mucho mejor, aunque imagino que por lo menos tendría algún susto o momento que excite las sensaciones del sufrido espectador. Pero es que la historia es la que es y las actrices tampoco dan para mucho más.
En fin, un desastre que ni ha gustado ni (a juzgar pos su taquilla) ha interesado y que demuestran que no todos pueden imitar a James Blumm y sacar provecho de la nada.

Valoración: Dos sobre diez.

FIRST MAN

Lo primero que hay que reconocer al enfrentarse a First man es la valentía de su director, Damien Challeze, de alejarse de su zona de confort musical, después de haberse dado a conocer con Whiplash y deslumbrar con La Ciudad de las Estrellas (La la land). Por otro lado, esa valentía es a la vez una rémora para el film, que, teniendo en cuenta que el gran desenlace de la misma es de sobra conocida por todos (dejemos de lado a los escépticos), adolece de un ritmo tan lento y pesado que termina por condenar a la película al aburrimiento.
Estamos ante un retrato del astronauta Neil Armstrong, desde antes de ingresar en la NASA hasta su famoso alunizaje en 1969. No es la primera vez, ni será la última, en la que se conoce a la perfección el desenlace de una película (ahí están éxitos como los de Titanic, La Pasión de Cristo o incluso Rogue One), pero para ello debería estar la pericia del director para conseguir que pese a ello el film resulte emocionante. Sin salirnos del tema, el Apolo 13 de Ron Howard es un claro ejemplo de ello. Sin embargo, parece que Challaze no confíe demasiado en sus dotes para marcar el ritmo (algo contradictorio para tratarse de un director tan dotado para la música) y prefiere dejar todo el peso de la historia en el aspecto más intimista de la misma. Así, First man es una sucesión de primeros planos de Ryan Gosling y del interior de cabinas espaciales desde su punto de vista, recargando la narración en el drama personal del protagonista (la muerte de una hija) y dejando que su relación con su esposa tenga casi el mismo empaque que la propia carrera espacial.
Por otro lado, está el elemento Gosling. El protagonista de La la land es un gran actor, pero con una pasividad facial estudiada que puede resultar algo peligrosa si no se sabe controlar bien. Era una de las cosas que más lastraban a Blade Runner 2049 y lo mismo sucede en First man. Su cara de palo no hace sino amplificar esa sensación de aburrimiento y todos los que acudan a esta película en busca de contagiarse por el sueño de conquistar el espacio quedará decepcionado. No siquiera hay, hasta llegar el tramo final, planos en los que lucir el vuelo de las naves o los impresionantes paisajes espaciales. Es esta casi una versión pobre, aunque realista, de Intestellar, y lo único que puede sacarse de provecho es comprobar de primera mano la precariedad de los módulos espaciales, que parecen chatarra en comparación con las naves preparadas para surcar el hiperespacio que acostumbramos a ver en el cine de ciencia ficción, y se juguetea ligeramente con la dualidad hipócrita en las altas esferas del gobierno americano, que disfrazan con el sueño de conquistar el espacio la mera intención de vencer e algo a los soviéticos. Aunque para ver los entresijos de la carrera espacial desde un punto de vista mucho más interesante, e incluso divertido, me quedo mejor con la estupenda Figuras ocultas.
No negaré que la película remonta algo en su tramo final, cuando llegamos a la misión del Apolo 11, en la que Challaze se decide al fin a separar la cámara del casco de las naves y logra imprimir algo de emoción al film, consiguiendo que el conocimiento del espectador por lo que va a suceder se convierta ahora en complicidad (con el consiguiente enfado de los sectores más conservadores de los USA por negarles la escena en la que se planta la bandera americana sobre la superficie lunar), aunque quien más luce en estos momentos es el compositor de cabecera de Challeze, Justin Hurwitz, quien realmente aporta ese puntito emotivo que necesita la película para no condenarse definitivamente.
En resumen, un paso atrás en la carrera de Challaze, que quizá necesite regresar a donde más cómodo se mueve para recuperar energías, en una película correcta pero demasiado fría, que por querer ser muy intimista no consigue emocionar y que en ningún momento consigue transmitir la angustia y la presión que supone ser astronauta, casi carne de carnaza para el banco de pruebas que en aquel momento era la NASA, y cuyo principal interés es casi como documental sobre la figura de un hombre que, pese a haber pasado a la historia, no tenía una historia tan interesante como para ser resumida en una película.

Valoración: Cuatro sobre diez.

COLD WAR

Cold War significa Guerra Fría, y aunque la película no esté ambientada en la época en la que los Estados Unidos y la Unión Soviética se enfrentaban prácticamente en todo, ya sea en la Carrera Espacial, en la nuclear o en la deportiva, sino en los años cincuenta, el concepto sirve como excelente metáfora de lo que es la historia de amor entre los dos protagonistas, el compositor musical Viktor y la artista Zula.

De entrada, Cold War es una película complicada para el espectador medio. No en vano se trata de un film polaco, filmado en blanco y negro, en formato 4:3 y que arranca con numerosos temas musicales del folclore local. Sin embargo, poco a poco, la historia de un amor de ida y vuelta, que por momentos roza lo enfermizo, se va apoderando del espectador, que se convierte en cómplice involuntario de una trama que se alarga en el tiempo durante dos décadas, utilizando la música como narrador de la misma (la música popular polaca deja paso al jazz, aunque se empiezan a ver los primeros pasos del rock’n’roll).
Aunque el argumento podría llevar a pensar en una nueva (y diferente) versión de Ha nacido una estrella, pronto comprobamos que, puestos a buscar un referente americano para reconocerla, Cuando Harry encontró a Sally estaría más cerca de su concepto base, si eliminamos el tono de comedia y lo sustituimos por un aroma trágico que nace con las penurias de la postguerra y se apodera de los protagonistas hasta su contundente (y dolorosamente poético) final.
Mención aparte merece el tratamiento de la fotografía, que con ese blanco y negro tan intenso y luminoso consigue que algunos planos posean una fuerza y una belleza desgarradora, ayudando así a integrarse en una historia que, desnuda de tanto adorno visual, resultaría casi el retrato de una obsesión. El amor, en este caso, es más un elemento de angustia que romántico, y el destino que parece empeñado en unir los caminos de los dos amantes cada vez que se distancian parece más un bromista cruel que un lazo de unión.
Cuesta entrar en ella, pero cuando se consigue, lo difícil es salir sin sentirse embriagado por su poderío.

Valoración: Siete sobre diez.

LA CASA DEL RELOJ EN LA PARED

Estrella de la comedia hace una década, Jack Black llevaba un tiempo pasando desapercibido por la taquilla hasta que protagonizó Pesadillas, esa aventura juvenil de terror en la que daba vida al escritor R.L. Stine y que no estaba nada mal. Está a punto de estrenarse su secuela (que tiene una pinta horrible) y Black ha pasado de ella para protagonizar una película distinta pero muy en la línea de aquella y también con aspiraciones a ser el inicio de una nueva saga.

La casa del reloj en la pared podría ser una especie de mezcla entre esa Pesadillas y el mundo de Harry Potter, con un niño inadaptado socialmente que descubre que hay brujos en su familia y una amenaza del pasado a la que hay que hacerle frente.
Quizá lo que más llame la atención de esta películas sea la elección de su director. Eli Roth debutó a la sombra de Tarantino y se convirtió en un gurú del cine de terror más sangriento y desagradable, aunque con el paso de los años cada película suya ha ido perdiendo fuerza a la vez que adeptos. Poco parece quedar ya en él de su amor por lo macabro de Hostel, y posiblemente el fracaso de títulos como Toc Toc (Knock knock en su título original, no confundir con la comedia protagonizada por Paco León) lo han llevado a renunciar definitivamente a sus instintos más primarios para buscar la reconciliación con el público, algo que, al fin y al cabo, no es muy diferente de lo que han hecho otros antaño ilustres realizadores como Tim Burton, Guy Ritchie o Kenneth Branagh.
Al menos, algo de oscuridad queda en este director que, aún haciendo una película para niños, consigue momentos ligeramente inspirados que pueden llegar a recordar en algo a ese terror infantil que disfrutábamos en los ochenta y que ahora parecería tan inadecuado.
Sin embargo, no hay que buscar más de lo que ofrece, y La casa del reloj en la pared no es más que un simple divertimento que destaca gracias a sus dos protagonistas, el mencionado Black y la siempre efectiva Kate Blanchet, y a unos efectos especiales de nivel. Con estos elementos, Roth se las apaña para componer un divertimento que podrá gustar (e incluso asustar) a los más jóvenes y que no molestará a los adultos, funcionando como cine de evasión familiar y poco más, aunque espero que esto sea solo un alto en el camino y el realizador recupere algún día su fuerza perdida.

Valoración: Cinco sobre diez.

LA SOMBRA DE LA LEY

Con la estupenda El desconocido, el realizador Dani de la Torre ya demostró pertenecer a ese grupo de cineastas que han mamado toda su vida cine americano y no se sienten obligados a trabajar bajo ese estigma que impone que una película española deba estar condicionada por unas reglas propias de nuestra filmografía, obsesionada con unas diferencias con respecto al Hollywood de toda la vida que, si bien es muy de agradecer en algunos casos (tómese como ejemplo el cine de Almodóvar) es lo que en muchos otros condiciona ese desprecio irracional por la producción patria.

La sombra de la ley es una película española, pero que nace con una ambición desmedida y unas ganas terribles de ser una hermana bastarda de Scorsese y Coppola, directores en cuyos espejos aspira a reflejarse sin rubor alguno. Pocas veces se había hecho en nuestro país una película con semejantes delirios de grandeza, que reflejasen una época bastante poco visitada (el propio director reconoció que desconocía la existencia de gánsters en España) con un diseño de producción muy lujoso, desde la exquisitez de los decorados (qué magnífica es esa Barcelona en pleno desarrollo), el vestuario y hasta el más mínimo detalle de la ambientación, rematada por una banda sonora que llega a la cumbre con la voz de Ainoha Arteta, para que no falte de nada.
Y con semejante propósito, no podía faltar un reparto a la altura, con el inconmensurable Luis Tosar a la cabeza pero bien secundado por Michelle Jenner, Ernesto Alterio, Fernando Cayo, Vicente Romero, Manolo Solo o Paco Tous.
La sombra de la ley es una película de mafiosos ambientada en la Barcelona de 1921, que arranca con el espectacular robo a un tren cargado de armas del ejército y la posterior investigación policial, que sospecha que los anarquistas son quienes están detrás del asunto.
Así pues, La sombra de la ley es un thriller de época en toda regla, pero es mucho más que eso: es un retrato social de una sociedad convulsa, posiblemente la que marcó los cimientos de muchos de los problemas que nos acucian hoy en día (y que pocas veces se han visto reflejados en el cine, aunque me viene a la mente Tierra y Libertad, de Ken Loach), una reflexión sobre el poder y la codicia y, ¿cómo no?, una carta de amor a ese cine marcado por grandes títulos como Los Intocables de Eliot Ness de Brian de Palma o Érase una vez en América, de Sergio Leone.
La película es, por tanto, técnicamente perfecta y argumentalmente muy interesante, con espectaculares planos secuencia y escenas de acción muy impactantes. Es quizá en sus excesos donde se puede encontrar alguna fisura que empañe el resultado final. Es tanto lo que pretende abarcar Dani de la Torre, abordar tantas historias y hacerlas tan corales, que el ritmo termina por verse afectado, siendo en ese sentido algo inferior a El desconocido. La corrupción de las altas esferas, el trafico de influencias, los conflictos sociales de los trabajadores que marcan los primeros sindicatos, los movimientos feministas en manos de las sufragistas, la historia de amor alrededor del music hall... Muchas ramas para un tronco que a lo primero que aspira es a ser un buen policíaco y se empaña ligeramente ante la imposibilidad de conseguir la justa medida a todas ellas.
Con todo, la película raya la excelencia y es una extraordinaria propuesta para universalizar, una vez más, nuestro cine y nuestra historia.

Valoración: Ocho sobre diez.

miércoles, 17 de octubre de 2018

Sitges 2018: GHOSTLAND

Se cerró la maratón, y por tanto la 51 edición del festival de Sitges, con Ghostland, una película de terror con un toque clásico y que entre tanta película reflexiva, humor alucinógeno y acción oriental supone un regreso a las raíces del festival, en su vertiente más terrorífica y sangrienta.
Ghostland cuenta la historia de una madre y sus dos hijas que se trasladan a una casa en las afueras de un pueblo donde son atacadas por un enfermizo psicópata obsesionado con las muñecas. Años después, el trágico suceso continuará dominando sus mentes y sus miedos.
Así pues, Ghostland se incluye dentro del subgénero de las home invasión, pudiendo no aportar nada realmente novedoso al género más que una cuidada puesta en escena y un ambiente sórdido y algo más gore de lo habitual. Sin embargo, cierto giro de guion ofrece un toque de originalidad y la acercan al homenaje de la literatura de terror, aquí personificada en el amor del autor (y por extensión de una de las protagonistas) por Lovecraft pero que, viendo la cotidianidad del terror que propone el film, estaría más cercano a Stephen King que a los monstruos lovecraftianos.
Podría ser que el espectador, más alejado del mundo literario, aquel consumidor de palomitas que solo aspire a pegar unos cuantos botes en su butaca al ritmo de los sustos repentinos, sienta una ligera decepción ante una historia que podría resultarle demasiado tramposa y poco verosímil, pero a diferencia de otras películas que utilizan el mismo truco de guion (y que no voy a nombrar por no hacer un spoiler, pero que una vez vista vienen enseguida a la cabeza) tienen un velo completamente real y que cualquier aspirante a escritor podrá reconocer con una sonrisa en los labios.
De manera que Ghostland funciona de manera bastante efectiva como película de terror con drama familiar por medio e icónico villano incluido, pero es además un buen homenaje a los clásicos literarios de terror al que solo se le puede achacar que no hubiese mantenido ese juego literario hasta sus últimas consecuencias.
Además, las jóvenes protagonistas rayan a muy buen nivel, y el director Pascal Laugier, que ya sabe lo que es ganar un premio en Sitges gracias a Martyrs, logra mantener la intriga con muy buen pulso, consiguiendo asustar sin abusar más de la cuenta de los jumpscares de turno.

Valoración: Siete sobre diez.


Sitges 2018: THE NIGHT COMES FOR US

Después de tanta locura argumental y metalenguaje, resulta reconfortante encontrarse con una película como la de The night comes for us. Heredera clara de The Raid y su secuela, de Gareth Evans, The night comes for us es una apuesta de Netflix arriesgada por su brutalidad y violencia explícita, lo cual, a la vez, son las mejores armas del film. Su director, Timo Tjahjanto, lleva ya varias películas coqueteando con el cine de acción pero sin alcanzar la perfección que consigue con este título.
Es cierto que el argumento es lo de menos, y que apenas puede resumirse en una línea (un antiguo sicario traiciona a la tríada a la que pertenecía y desata una violenta batalla en las calles de Djakarta en su intento de proteger a una niña), pero es la entidad de sus protagonistas y, sobretodo, las impresionantes coreografías de lucha lo que dan valor a la película.
De hecho, la trama casi podría parecer una de tantas peliculillas de acción de Jason Statham, solo que sin pasar por la estricta censura de Hollywood. Allí nunca se permitiría estrenar en cines algo así, con una brutalidad tal que hace que al lado de estos protagonistas John Wick parezca una colegiala.
Parece curioso que en un festival donde el terror se disfraza de gore con relativa facilidad, sea una película de acción la más sangrienta de las que he disfrutado en estos días, pero realmente la puesta en escena de Tjahjanto, al que trabajar para Netflix parece haberle dado alas, es deliciosamente excesiva. La brutalidad de la película es acongojante, sin tiempo apenas para dar respiro al espectador, deliberadamente explícita y cruelmente dolorosa.
Joe Taslim y Iko Uwais (al que tenemos actualmente en cartelera en Milla 22) componen un duelo terrible en un clímax final que tiene el gran mérito de ser extremadamente largo sin llegar nunca a agotar, como sucedía, por ejemplo, con aquellos finales eternos de John Woo. Además, Tjahjanto, que también es autor del guion, consigue otro mérito en su película que no suele alcanzar los productos de Hollywood. Y es que el sí sabe sacarle partido a esa moda que supone incorporar a una mujer como subalterna del malo de turno y que al final solo termina siendo una imagen de postureo muy chula. En The night come for us no hay una, sino dos mujeres en el bando de los villanos, y más allá de conformar un icono visualmente interesante resultan, junto a un tercer personaje femenino que parece ir por libre, otra de las peleas el film que alcanza la grandeza por su espectacularidad sublime y descarnada.
En resumen, The night come for us es una película de acción de un ritmo impecable y unas coreografías brillantes, con apenas algún punto de humor aislado (aquí no hay tiempo para tonterías) y no recomendable para estómagos delicados. Una orgía de sangre y violencia extremadamente gore y, a la vez, elegantemente ejecutada.

Valoración: Siete sobre diez.

Sitges 2018: UNDER THE SILVER LAKE

Cuando parecía que la cosa ya no podía ponerse más extraña llega David Robert Mitchell y su Under the Silver Lake. A primera vista, esta película podría ser una comedia de intriga convencional ambientada en el lujo de alquiler del Los Angeles más exclusivo, con los eternos don nadies aspirantes a actores entremezclándose con la elitista realeza en sus fiestas privadas de excesos y secretos.
Todo parece estar interconectado a los ojos de Sam (genial Andrew Garfield que incluso se permite el lujo de autopariodarse a sí mismo y a su fallida encarnación de Spiderman), que tras obsesionarse con la repentina desaparición de su preciosa vecina, a la que acababa de conocer, se convence de que toda la ciudad está plagada de mensajes ocultos, pistas conspiranoides que lo embargan de una paranoia propia del personaje de Mel Gibson en la película de Richard Donner llamada, precisamente, Conspiración.
Pese a que nos encontramos en terreno conocido y nos sentimos casi como en casa acompañando a Sam en sus andanzas por los caserones de Hollywood y coqueteando con supermodelos de saldo, con un aroma que recuerda en algo al de Dos buenos tipos, de Shane Black, aunque también hay algo del Mulholland Drive de David Lynch o del Puro Vicio de Paul Thomas Anderson. De hecho, si nos ponemos a buscar, la película está cargada de referencias hasta límites infinitos, algunas muy evidentes (Hitchcoock el primero, of course), otras más sutiles, y algunas, incluso, propias, como la que hace Michell a su primera película, El mito de la adolescencia.
La película dibuja a Los Angeles como una especie de telaraña en la que todo está enlazado, así como los misterios que se van planteando. De hecho, durante buena parte del film, uno no puede dejar de pensar en el “efecto Lost”. ¿Recordáis que una de las quejas hacia la mítica serie era que con cada temporada se iban añadiendo nuevos misterios y parecía evidente que iba a ser imposible resolverlos todos en la última? Pues algo parecido pasa con Under the Silver Lake. Un asesino de perros, una aparición espectral, el secuestro de un millonario... A cada nuevo paso que da el protagonista se encuentra con una nueva pregunta en su camino y va a resultar imposible que todas tengan respuestas. En este sentido, quizá el director abusa un poco del recurso de “que cada espectador saque sus propias conclusiones”, y aunque es bueno que no te lo den todo mascado y alguno de los misterios se pueden adivinar más que verlos resueltos en pantalla, hay algunas preguntas sin contestar que pueden llegar a enojar un poco. O quizá todo es cuestión de volver a ver la película otra vez y estar más atento a las pistas ocultas.
De regalo, el director de It follows vuelve a sacarse de la mano un personaje espectral, un tal “beso de buho” que aunque tiene un tono muy loco en medio de esta comedia negra no quedaría nada mal si se diera un paseo por el Warrenverso. Yo compraba.
En fin, un estupendo y estimulante rompecabezas, divertido y loco, referencial de la cultura pop y la confirmación de que habrá que tener muy en cuenta los siguientes pasos de David Robert Mitchell.

Valoración: Siete sobre diez.

Sitges 2018: IN FABRIC

Si extraña era High life, me quedo sin palabras a la hora de tratar de definir In fabric, la película de Peter Strickland. El camino fácil sería decir que se trata de una historia de terror sobre un vestido que tiene vida propia y destruye la vida allá por donde pasa, pero si el concepto parece absurdo la puesta en escena lo es más aún. Y no lo digo como algo especialmente negativo, que tampoco es eso.
In fabric es una paranoia grotesca y surrealista que podría (o no) esconder un mensaje en contra del consumismo mediante dos bloques argumentales diferentes alrededor del vestido rojo de marras.
Primero seguimos a la cajera de un banco que adquiere el vestido en las rebajas y luego a un reparador de lavadoras que recibe el vestido como broma en su despedida de soltero. En ambos casos el vestido mostrará tener conciencia propia y destruirá desde dentro las familias de ambos protagonistas, pero, lejos de ser esto un siempre cuento macabro al estilo de los relatos de Stephen King (el escritor de Maine ha fantaseado muchas veces con máquinas con vida propia e instintos asesinos, ya sean un coche, unos camiones o incluso una lavadora), tiene aquí unos tintes surreales en manos de los empleados de unas galerías comerciales, las dependientas posibles encarnaciones modernas y consumistas de unas brujas y el supervisor de claro aspecto vampírico.
Fetichismo, anuncios de contactos y los pilares de una nueva religión surgida de los grandes almacenes y con las Rebajas como mandamiento principal. Nada es fácil en esta película de anuncios psicodélicos, filtros de colores, luces estroboscópicas y planos que parecen filmados bajo los efectos de fuertes alucinógenos y contrastan así con el gris que parece envolver las vidas de los protagonistas. En el fondo, Strickland parece tan pagado de sí mismo como comentaba acerca de Claire Denis en High life, aunque así al menos el ritmo es más acelerado y la locura reflejada en la pantalla alcanza al espectador lo suficiente como para llegar a disfrutar con esta demencial rareza tanto visual como argumental.
Muchos momentos del film rozan el sinsentido, pero lo hace con un humor negro y una desconcertante y enfermiza intriga que termina por resultar adictiva y permite llegar a su clímax final enganchados a la historia, por más que no sepamos aún de qué demonios va esto.

Valoración: Cinco sobre diez.

Sitges 2018: HIGH LIFE

Parecía que iba a empezar bien la maratón que suponía la traca final del Festival de Sitges con el estreno de High life, de Claire Denis, protagonizada por Robert Pattinson, ese actor que parecía condenado a vivir siempre a la sombra de Crepúsculo y ha terminado convertido en actor de culto del cine indie y presencia casi fija en Sitges.
La película cuenta la historia de un grupo de convictos a los que se les da la oportunidad de realizar una compleja misión espacial: viajas hasta los límites de un agujero negro en busca de una fuente de energía alternativa para la Tierra a la vez que aprovecharán el tiempo que dura la travesía para someterse a extraños experimentos sexuales. No es difícil suponer que con un planteamiento así la película va a ser extraña y perturbadora, con un ritmo lento y angustiante que puede recordar por momentos al Under the skin de Johathan Glazer, más interesada en la reflexión y el misticismo de sus imágenes y silencios que en la propia ciencia ficción.
De hecho, si nos ponemos exigentes, poco de ciencia hay en una película que, de no tratarse de una metáfora pura y dura, no tendría ni pies ni cabeza, empezando por esa nave estructuralmente absurda y que, al parecer, se pilota sola.
Denis pretende invitar al espectador a realizar un ejercicio de interiorización muy intenso, y por momentos lo consigue, pero se descompensa demasiado en lo excesivo de algunas escenas, deambulando entre lo desagradable y lo ridículo, con un erotismo muy extremo, y obliga a ese espectador a que se fuerce por entrar en su juego, por abrazar sus ideas con los ojos cerrados y se entregue a la película sin complejos ni miramientos. Y cono eso se corre el peligro de que, como en mi caso, no se consiga conectar. Por ello, desde mi punto de vista, High life termina por resultar pedante, apuntando a que la Denis se gusta demasiado a sí misma y se entrega más a la forma que al fondo y presenta una película que, pese a sus buenos intérpretes, resulta insufriblemente aburrida. Ni el juego de los saltos temporales, que insinúan un ligero toque de intriga, logran apasionar un producto que parece no ir a ninguna parte y que no puedo definirlo de otra manera más que tedioso.
Provocativo y, por momentos, hipnótico, pero tedioso, al fin y al cabo.

Valoración: Cuatro sobre diez.

SITGES 2018: PALMARÉS


Se terminó una edición más del Festival internacional de Cinema Fantàstic de Sitges, un festival que nació siendo un referente del frikismo más aterrador y que ahora está cada vez más volcado en el fantástico que en el las masacres sangrientas de antaño.
Dicen que esta edición, la número 51, ha sido de las mejores de toda su historia. No seré yo quien lo niegue, ya que como he comentado en otras entradas mi paso por Sitges este año ha sido casi anecdótico y no he visto ninguna de las películas galardonadas, pero lo que sí es una realidad es que alguno de los estrenos más sonados, como SuperLópez o ese nuevo Halloween, han decepcionado a la crítica. Tampoco parece que Clímax, de Gaspar Noé, que se ha llevado el primer premio, haya entusiasmado demasiado, mientras que la presencia de grandes artistas como M. Night Shyamalan, John Carpenter, Peter Weir o Nicolas Cage se han visto eclipsados por tipos como Rubious o el tal Wismichu y esa tomadura de pelo que fue su “no película” Bocadillo.
Polémicas al margen, el caso es que Clímax ha sido elegida mejor película de la sección oficial, mientras que Lazzaro felice, de Alice Rohrwacher se ha llevado el premio especial del jurado y Upgrade se ha quedado con el premio del público.
A nivel individual, Panos Cosmatos ha sido designado mejor director por Mandy, Hassan Majuni ha sido el mejor actor por Pig y Andrea Riseborough se ha quedado con el premio a la mejor actriz por Nancy.
Como ya sabéis, en Sitges se reparten doscientos millones de premios más, pero estos son los más destacados. Podéis consultar el resto de premiados en la web oficial del Festival.
Y hasta aquí lo que ha dado de sí el festival. Insisto, los medios especializados lo han definido como uno de las mejores ediciones. Me esperaré a escuchar los comentarios de podcasters y blogueros. Son más fiables. Al menos, para mí.
A continuación, una breve reseña de las cinco películas que pude ver en la maratón final. Veremos cuantas de ellas llegan a estrenarse en cines y de qué manera.

sábado, 13 de octubre de 2018

Sitges 2018: LA NIT DEL TERROR


Finalmente, los astros se han alineado lo suficiente para que, maratón final aparte (hay cosas que son obligadas), me haya podido dar una vuelta por el Festival de Sitges. Ya dije anteriormente que este año mi paso por el festival iba a ser más anecdótico que otra cosa, y lo cierto es que la espantosa usabilidad tanto de la Web como de la aplicación del festival para el tema de la compra de entradas no es que haya ayudado mucho.
Al final, me he echado la manta a la cabeza y he logrado escaparme lo justo para pasarme por una de esas maratones frikis, las que incluyen piezas que son realmente carne de festival y que ni en broma pasarán por una sala comercial convencional, lo cual era en origen el espíritu de Sitges.
En total, La nit del terror (La noche del terror) la componen cuatro películas y un cortometraje, de los cuales, pues qué queréis que os diga, joyita, lo que se dice joyita, más bien ninguna.

Empezó la noche, tras las presentaciones de rigor, con Lobisome, cortometraje de Juan de Dios Garduño con Jorge Pobes y -enrique Villén en su reparto. Una historia simpática aunque nada original sobre la licantropía que, lamento decirlo, tiene una realización bastante mediocre.

Dead night es una curiosa vuelta de tuerca al tema de las cabañas perdidas en mitad del bosque. Una familia, junto a la amiga de la hija, van a pasar unos días al lugar que se supone que, debido a que está asentado sobre un mineral con alto índice de magnetismo, puede llegar a curar el cáncer del cabeza de familia. Pero la noche se truncará rápidamente cuando encuentren, perdida en medio del bosque, a una candidata al senado de los Estados Unidos.
Estamos ante una película suficientemente gore como para despertar alguna ovación entre el público, por más que los maquillajes dejen bastante que desear. La historia, con unos extraños personajes ataviados con sacos a modo de capuchas, es algo confusa, aunque tiene la originalidad de estar narrada en dos líneas temporales diferentes, una de ellas correspondiente a la recreación que un reality televisivo hizo sobre el suceso una vez consumada la anunciada tragedia.
No es que vaya a aportar nada nuevo al género, pero se deja ver con agrado y mantiene el interés, aunque el intento de lanzar un mensaje de conciencia social no termina de colar demasiado.

Sigue la noche con Incredible Violence, y aquí sí que la cosa se vuelve completamente rara, al menos para mí, aunque puede que fuese la hora y el sueño empezara a hacer ya mella. La historia no deja de tener su gracia: un director de cine se pule todo el dinero que un grupo inversor le ha dejado para hacer una película y, temeroso por las represalias, decide hacer la película matando de verdad a los actores, economizando así todo el tema de los efectos especiales y el maquillaje.
Se trata de una película de metacine que transcurre casi en su totalidad en el interior de un caserón aislado en medio del bosque (¿les suena el concepto?) y es de nuevo un espectáculo de sangre con un toque de humor negro bastante acertado. La lástima es que en determinado momento al guionista se le va la mano con eso de los giros de guion y todo se vuelve demasiado absurdo y desconcertante, pero el resultado final no deja de ser entretenido.

Gonjiam: Haunt asylum es el truño de la velada, la película ideal para echar ligeras cabezaditas que ayuden a sobrevivir al final de la maratón. Dirigida por el coreano Jeong Beom-sik, es una película de esas de cámara en mano con un grupo de chavales metiéndose en un lugar maldito a grabar lo que allí ocurre. Y lo que allí ocurre, como se pueden imaginar, es que todos van a terminar de manera muy chunga. A favor tiene el hecho de que el lugar en concreto, el hospital psiquiátrico de Gonjiam, existe realmente, y tal y como se dice en la película, es uno de los siete lugares más aterradores del mundo según un listado que difundió la CNN. Además, que los protagonistas sean youtubers en busca de fama da un aire más actual al film, aunque pierde la oportunidad de difundir más en la temática social.


En el lado negativo, tiene que es tremendamente aburrida. Los sustos son los de siempre, la cámara en mano hace que no se entienda la mitad de las escenas, los protagonistas no importan demasiado y todo suena a manido. Ciertamente, es una película que ya hemos visto mil veces, con los típicos iconos del terror oriental, que no aporta absolutamente nada nuevo al género. La más prescindible de todas.

Y termina la noche con Christmas blood (Juleblod), película noruega que aspira a imitar a los slashers americanos y que, fuera de festivales de esta índole, no tiene recorrido alguno. La premisa es simple, un tipo vestido de Santa Claus asesina la noche de Navidad. Se supone que siguiendo algún tipo de código moral, pero creo que el guionista pronto se olvida de ese dato. El caso es que en una casa de un pueblo pequeño se reúnen unas amigas para pasar juntas la Navidad, convirtiéndose en carne de cañón para nuestro orondo asesino. Un Papá Noel con un hacha, cinco chicas jóvenes y guapas con ganas de diversión, una extraña pareja de policías (uno obsesivo, el otro alcohólico) y mucha sangre y casquería. ¿Qué podría salir mal?
Efectivamente, esta es una de esas películas a las que no hay que buscarles la lógica por ningún lado. Todo es tan tonto que funciona sin que nadie se haga demasiadas preguntas y las muertes son suficientemente chocantes para despertar al personal y provocar aplausos y jolgorio en el gallinero. ¿Qué importa que el asesino parezca capaz de estar en varios sitios a la vez, que solo mata a gente mala (pese a que en la primera escena asesina sin contemplaciones a una niña pequeña) o que parezca un ser sobrenatural? La única pega (¿en serio he escrito esto?) es que no se profundice en ninguno de los personajes lo mínimo como para darle un rol suficientemente protagonista como para cogerle algo de cariño. En el fondo, todo da igual, Solo es, como dice el título, sangre navideña.

Y este ha sido mi recorrido más casposo por el Sitges de este año. Estaré de vuelta para la maratón final, donde espero algo de nivel tras unos años ciertamente muy interesantes. Mientras, entre el sueño y el agotamiento, me pierdo en las tinieblas de la duermevela con el color de la sangre en mi memoria.
Buenas noches, niños. Y felices sueños...

miércoles, 10 de octubre de 2018

HA NACIDO UNA ESTRELLA


Cuando a Bradley Cooper le ofrecieron protagonizar el remake de Ha nacido una estrella sin duda se planteó cómo enfrentarse al desafío de cantar en la gran pantalla. Sin embargo, cuando Steven Spielberg y Clint Eastwood, los primeros candidatos para dirigirla, se cayeron del proyecto, el desafío fue doble al aceptar dirigirla él mismo, debutando así como realizador.

El papel protagonista, tras barajarse los nombres de Rihanna, Jenifer López o, principalmente, Beyoncé, recayó finalmente en Lady Gaga, que, aunque ya había hecho sus pinitos en esto de la interpretación, era también toda una debutante como protagonista. Y es precisamente ella, lady Gaga, la gran revelación del film. Es habitual que una estrella pop tenga el capricho de actuar, al fin y al cabo muchos videoclips parecen casi cortometrajes, pero lo normal es recurrir a papeles donde su voz sea lo más destacado, como pasó con Whitney Houston en El Guardaespaldas o la propia Beyoncé en Dream girls. En el caso que nos ocupa, sin embargo, pese a interpretar a una cantante, Lady Gaga sorprende por su gran repertorio dramático, consiguiendo una de las mejores interpretaciones del año y convirtiéndose en la verdadera alma de la película.
Ha nacido una estrella no inventa nada nuevo. No solo por ser el tercer remake de un film de William A. Wellman  de 1937, a los que siguieron los de George Cukor en 1954, con Judy Garland, y la de Frank Pierson de 1976 con Barbra Streisand, sino porque el tema del auge y la caída de las grandes estrellas es algo muy del gusto de Hollywood, a quien le gusta ensalzar a sus héroes y pisotear a sus fracasados.
Ha nacido una estrella cuenta la historia de Jackson Maine, un cantante de gran éxito diezmado por un problema de oído y por su adicción al alcohol y las drogas. Sin embargo, cuando conoce a Ally tiene la suficiente habilidad para reconocer su gran talento. Como si de vasos comunicantes se tratara, el éxito de la muchacha se producirá en paralelo a la caída a los infiernos de él.
Evidentemente, esta es una moraleja sobre el éxito y la manera de saber sobrellevarlo, siendo fácil ser tentado por los excesos y la decadencia, pero llama la atención también la lectura crítica hacia la música pop de hoy en día, algo de lo que Lady Gaga es una buena representante (aunque también es cierto que con un estilo bastante personal). Así, mientras por un lado se fustiga a la figura de Jack por sus debilidades, tampoco el camino a seguir por ella sale muy bien parado, a raíz de la transformación de una artista con sentimientos que escribía sus propios temas desde el corazón al juguete de un productor que la convierte en un producto de consumo del montón, sin personalidad ni autenticidad.
Es este doble juego uno de los puntos fuertes de la película, que consigue ser sensible y emotiva sin caer en la ñoñería barata y que, como no podía ser de otra manera, se alimenta de una banda sonora muy efectiva, con un Cooper que lo da todo y la voz prodigiosa de la diva del pop.
Hay por ahí algún secundario de relumbrón, como Sam Elliott o el olvidado Andrew Dice Clay (que sabe mucho sobre la caída de un artista después de probar las mieles del éxito con Las aventuras de Ford Fairlane y quedar después en el olvido), aunque todos palidecen al lado del trabajo de Lady Gaga.
En resumen, pese a que sea imposible que la historia impacte demasiado debido a lo visto del tema, Bradley Cooper hace un buen trabajo como director, y consigue una película muy interesante en la que las más de dos horas de duración se hacen incluso cortas.

Valoración: Siete sobre diez.