Si miramos los resultados en taquilla de las últimas películas de los Estudios Disney (es decir, dejando de lado las películas Disney que pertenecen a Marvel, Lucasfilm o Pixar), nos encontramos que todas sus producciones originales han sido sonoros fracasos, desde la infravalorada John Carter de Marte que abrió la veda hasta la desastrosa Un pliegue en el tiempo. Por eso quizá la idea de centrarse en actualizar sus clásicos animados en imagen real no sea tan descabellado, y ahí están Maléfica, Cenicienta o La Bella y la Bestia para demostrarlo.
Llega el turno ahora de Christopher Robin, película que recupera a los personajes de A.A.Milner y actualiza al mítico Winnie the Pooh, aunque el protagonismo esté centrado, en esta ocasión, en su amiguito humano, el Christopher Robin del título.
No soy nada conocedor de la mitología de Pooh y sus compañeros, por lo que no analizaré esta película desde el punto de vista de una adaptación, como sí haré con Venom, sino como una película más, dejando de lado la fidelidad con los personajes originales, aunque me consta que ese es uno de los aspectos positivos del film.
Argumentalmente, está claro que Disney no ha querido correr ningún riesgo, y ha repetido con descaro la fórmula que ya usó hace casi tres décadas Steven Spielberg en una jugada parecida al adaptar en imagen real a Peter Pan en Hook. Es decir, el personaje ha crecido, convirtiéndose en un padre de familia que está tan centrado en su trabajo que apenas tiene tiempo para ellos y que, por descontado, ha olvidado el mundo de fantasía de su niñez. Sin embargo, su pasado viene a por él para recordarle quién era y dónde se encuentra el secreto de la felicidad (en la familia, claro, siento haceros el spoiler...)
Christopher Robin es una película muy blanca, que funciona a nivel familiar y que, gracias al buen trabajo de Ewan McGregor y a la comicidad de los muñequetes, sin abusar demasiado con ellos, se hace digerible para adultos y entrañable para los niños. Esto es Christopher Robin y no hay más de dónde sacar. No es que uno se esperara algo de la mala leche de Ted, por descontado, pero siguiendo el ejemplo de otros peluches parlantes no puedo dejar de lamentarme que no siguieran el camino marcado por Paddington y su secuela, que emanaba amor por el cine y un esfuerzo por realizar una película inteligente a la par que infantil. Con Marc Forster a los mandos, en su primer trabajo tras el desastre que le supuso Guerra Mundial Z, la película es correcta y poco más, un producto prefabricado que resume lo mejor y lo peor que puede definir a una compañía como Disney.
Así que, sin pedir peras al olmo, lo mejor que se puede decir de este film es que no aburre, cumple con las expectativas y da, rozando unos mínimos, con lo que promete. Es cine infantil de evasión y ligero adoctrinamiento familiar y poco más.
Valoración: Cinco sobre diez.
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