Cuando
a Bradley Cooper le ofrecieron protagonizar el remake de Ha nacido una estrella sin duda se planteó cómo enfrentarse al
desafío de cantar en la gran pantalla. Sin embargo, cuando Steven Spielberg y Clint
Eastwood, los primeros candidatos para dirigirla, se cayeron del proyecto, el
desafío fue doble al aceptar dirigirla él mismo, debutando así como realizador.
El
papel protagonista, tras barajarse los nombres de Rihanna, Jenifer López o,
principalmente, Beyoncé, recayó finalmente en Lady Gaga, que, aunque ya había hecho
sus pinitos en esto de la interpretación, era también toda una debutante como protagonista.
Y es precisamente ella, lady Gaga, la gran revelación del film. Es habitual que
una estrella pop tenga el capricho de actuar, al fin y al cabo muchos videoclips
parecen casi cortometrajes, pero lo normal es recurrir a papeles donde su voz
sea lo más destacado, como pasó con Whitney Houston en El Guardaespaldas o la propia Beyoncé en Dream girls. En el caso que nos ocupa, sin embargo, pese a interpretar
a una cantante, Lady Gaga sorprende por su gran repertorio dramático,
consiguiendo una de las mejores interpretaciones del año y convirtiéndose en la
verdadera alma de la película.
Ha nacido una estrella no inventa nada nuevo. No solo por ser el tercer
remake de un film de William A. Wellman de
1937, a los que siguieron los de George Cukor en 1954, con Judy Garland, y la
de Frank Pierson de 1976 con Barbra Streisand, sino porque el tema del auge y la
caída de las grandes estrellas es algo muy del gusto de Hollywood, a quien le
gusta ensalzar a sus héroes y pisotear a sus fracasados.
Ha
nacido una estrella cuenta la historia de Jackson Maine, un cantante de gran
éxito diezmado por un problema de oído y por su adicción al alcohol y las
drogas. Sin embargo, cuando conoce a Ally tiene la suficiente habilidad para
reconocer su gran talento. Como si de vasos comunicantes se tratara, el éxito
de la muchacha se producirá en paralelo a la caída a los infiernos de él.
Evidentemente,
esta es una moraleja sobre el éxito y la manera de saber sobrellevarlo, siendo fácil
ser tentado por los excesos y la decadencia, pero llama la atención también la
lectura crítica hacia la música pop de hoy en día, algo de lo que Lady Gaga es
una buena representante (aunque también es cierto que con un estilo bastante
personal). Así, mientras por un lado se fustiga a la figura de Jack por sus
debilidades, tampoco el camino a seguir por ella sale muy bien parado, a raíz de
la transformación de una artista con sentimientos que escribía sus propios
temas desde el corazón al juguete de un productor que la convierte en un
producto de consumo del montón, sin personalidad ni autenticidad.
Es
este doble juego uno de los puntos fuertes de la película, que consigue ser
sensible y emotiva sin caer en la ñoñería barata y que, como no podía ser de
otra manera, se alimenta de una banda sonora muy efectiva, con un Cooper que lo
da todo y la voz prodigiosa de la diva del pop.
Hay
por ahí algún secundario de relumbrón, como Sam Elliott o el olvidado Andrew Dice Clay (que sabe mucho sobre la caída de un artista después de probar las
mieles del éxito con Las aventuras de
Ford Fairlane y quedar después en el olvido), aunque todos palidecen al
lado del trabajo de Lady Gaga.
En
resumen, pese a que sea imposible que la historia impacte demasiado debido a lo
visto del tema, Bradley Cooper hace un buen trabajo como director, y consigue
una película muy interesante en la que las más de dos horas de duración se
hacen incluso cortas.
Valoración:
Siete sobre diez.
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