Finalmente,
los astros se han alineado lo suficiente para que, maratón final aparte (hay
cosas que son obligadas), me haya podido dar una vuelta por el Festival de
Sitges. Ya dije anteriormente que este año mi paso por el festival iba a ser
más anecdótico que otra cosa, y lo cierto es que la espantosa usabilidad tanto
de la Web como de la aplicación del festival para el tema de la compra de
entradas no es que haya ayudado mucho.
Al
final, me he echado la manta a la cabeza y he logrado escaparme lo justo para
pasarme por una de esas maratones frikis, las que incluyen piezas que son
realmente carne de festival y que ni en broma pasarán por una sala comercial
convencional, lo cual era en origen el espíritu de Sitges.
En
total, La nit del terror (La noche
del terror) la componen cuatro películas y un cortometraje, de los cuales, pues
qué queréis que os diga, joyita, lo que se dice joyita, más bien ninguna.
Empezó
la noche, tras las presentaciones de rigor, con Lobisome, cortometraje de Juan de Dios Garduño con Jorge Pobes y
-enrique Villén en su reparto. Una historia simpática aunque nada original
sobre la licantropía que, lamento decirlo, tiene una realización bastante
mediocre.
Dead night es una curiosa vuelta de tuerca al tema de las
cabañas perdidas en mitad del bosque. Una familia, junto a la amiga de la hija,
van a pasar unos días al lugar que se supone que, debido a que está asentado
sobre un mineral con alto índice de magnetismo, puede llegar a curar el cáncer
del cabeza de familia. Pero la noche se truncará rápidamente cuando encuentren,
perdida en medio del bosque, a una candidata al senado de los Estados Unidos.
Estamos
ante una película suficientemente gore como para despertar alguna ovación entre
el público, por más que los maquillajes dejen bastante que desear. La historia,
con unos extraños personajes ataviados con sacos a modo de capuchas, es algo
confusa, aunque tiene la originalidad de estar narrada en dos líneas temporales
diferentes, una de ellas correspondiente a la recreación que un reality
televisivo hizo sobre el suceso una vez consumada la anunciada tragedia.
No
es que vaya a aportar nada nuevo al género, pero se deja ver con agrado y
mantiene el interés, aunque el intento de lanzar un mensaje de conciencia
social no termina de colar demasiado.
Sigue
la noche con Incredible Violence, y
aquí sí que la cosa se vuelve completamente rara, al menos para mí, aunque
puede que fuese la hora y el sueño empezara a hacer ya mella. La historia no
deja de tener su gracia: un director de cine se pule todo el dinero que un
grupo inversor le ha dejado para hacer una película y, temeroso por las
represalias, decide hacer la película matando de verdad a los actores,
economizando así todo el tema de los efectos especiales y el maquillaje.
Se
trata de una película de metacine que transcurre casi en su totalidad en el
interior de un caserón aislado en medio del bosque (¿les suena el concepto?) y
es de nuevo un espectáculo de sangre con un toque de humor negro bastante
acertado. La lástima es que en determinado momento al guionista se le va la
mano con eso de los giros de guion y todo se vuelve demasiado absurdo y
desconcertante, pero el resultado final no deja de ser entretenido.
Gonjiam: Haunt asylum es el truño de la velada, la película ideal para
echar ligeras cabezaditas que ayuden a sobrevivir al final de la maratón.
Dirigida por el coreano Jeong Beom-sik, es una película de esas de cámara en
mano con un grupo de chavales metiéndose en un lugar maldito a grabar lo que
allí ocurre. Y lo que allí ocurre, como se pueden imaginar, es que todos van a
terminar de manera muy chunga. A favor tiene el hecho de que el lugar en
concreto, el hospital psiquiátrico de Gonjiam, existe realmente, y tal y como
se dice en la película, es uno de los siete lugares más aterradores del mundo
según un listado que difundió la CNN. Además, que los protagonistas sean
youtubers en busca de fama da un aire más actual al film, aunque pierde la
oportunidad de difundir más en la temática social.
En
el lado negativo, tiene que es tremendamente aburrida. Los sustos son los de
siempre, la cámara en mano hace que no se entienda la mitad de las escenas, los
protagonistas no importan demasiado y todo suena a manido. Ciertamente, es una
película que ya hemos visto mil veces, con los típicos iconos del terror
oriental, que no aporta absolutamente nada nuevo al género. La más prescindible
de todas.
Y
termina la noche con Christmas blood (Juleblod), película noruega que aspira a imitar a los slashers americanos
y que, fuera de festivales de esta índole, no tiene recorrido alguno. La
premisa es simple, un tipo vestido de Santa Claus asesina la noche de Navidad.
Se supone que siguiendo algún tipo de código moral, pero creo que el guionista
pronto se olvida de ese dato. El caso es que en una casa de un pueblo pequeño
se reúnen unas amigas para pasar juntas la Navidad, convirtiéndose en carne de
cañón para nuestro orondo asesino. Un Papá Noel con un hacha, cinco chicas
jóvenes y guapas con ganas de diversión, una extraña pareja de policías (uno
obsesivo, el otro alcohólico) y mucha sangre y casquería. ¿Qué podría salir
mal?
Efectivamente,
esta es una de esas películas a las que no hay que buscarles la lógica por
ningún lado. Todo es tan tonto que funciona sin que nadie se haga demasiadas
preguntas y las muertes son suficientemente chocantes para despertar al
personal y provocar aplausos y jolgorio en el gallinero. ¿Qué importa que el
asesino parezca capaz de estar en varios sitios a la vez, que solo mata a gente
mala (pese a que en la primera escena asesina sin contemplaciones a una niña
pequeña) o que parezca un ser sobrenatural? La única pega (¿en serio he escrito
esto?) es que no se profundice en ninguno de los personajes lo mínimo como para
darle un rol suficientemente protagonista como para cogerle algo de cariño. En
el fondo, todo da igual, Solo es, como dice el título, sangre navideña.
Y
este ha sido mi recorrido más casposo por el Sitges de este año. Estaré de
vuelta para la maratón final, donde espero algo de nivel tras unos años
ciertamente muy interesantes. Mientras, entre el sueño y el agotamiento, me
pierdo en las tinieblas de la duermevela con el color de la sangre en mi
memoria.
Buenas
noches, niños. Y felices sueños...
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