Ya he comentado en una entrada anterior que cuando se anuncia La Fiesta del Cine se suele estrenar un montón de películas en espera de encontrar su huequecito en las carteleras, pero aún así hay estrenos que escapan de mi comprensión. Siendo un habitual del Festival de Sitges estoy acostumbrado a descubrir allí muchos títulos interesantes (entre mucha purria, todo hay que decirlo) que luego pasan desapercibidos en su estreno en cines debido a que suelen estar en muy pocas salas y sin apenas publicidad. Es el caso de títulos tan disfrutables del año pasado como Feliz día de tu muerte, Mamá y Papá, Revenge o Brawl in cell 99 (esta última estrenada directamente en plataforma de streaming). Por eso, que algo como Hell Fest se haya estrenado de forma masiva me resulta desconcertante, algo que quizá tendría alguna justificación en caso de haber coincidido con la fiesta de Halloween, pero es que ni eso...
El caso es que Hell Fest es un título muy apropiado para Festivales de Cine, donde los criterios de satisfacción son mucho más bajos y los plausos que una muerte gratuita producen en la grada suelen ser contagiosos, pero ni allí creo que se hubiese podido sostener algo tan flojo e insustancial como es esta película de Gregory Plotkin que ha sido editor de un montón de buenas películas pero solo había dirigido hasta ahora una de las de Paranormal Activity.
La cosa va de un grupo de adolescentes que va a un festival de terror con la intención de pasar una noche de miedo y risas. No es un festival de cine, sino un evento de laberintos y casas encantadas muy similar a lo que se va a inaugurar cerca de la población catalana de Berga, Horrorland, un parque temático de terror con atracciones donde los actores están autorizados a tocar a los visitantes y que exigen que firmes un consentimiento antes de entrar.
En este percal se encuentran los protagonistas, típicos adolescentes de hormonas alteradas que se empeñan en separarse uno de los otros aunque ya nos advirtió Wes Craven en Scream que era lo último que había que hacer en un lugar extraño, ignorantes de que un perturbado se ha colado en el evento para cometer asesinatos reales.
Sobre el papel suena muy tópico, pero la puesta en escena es más tópica todavía, cometiendo además el mayor error que una película de estas características puede cometer: aburrir.
La clave está en pretender hacer un producto muy heredero del terror de los ochenta, con referencias a Carpenter muy evidentes, sin querer herir sensibilidades. Así, el exceso de hemoglobina está muy medido y carece del salvajismo que provoca carcajadas en sitios como Sitges y que permite que, ante la falta de calidad de la propuesta, uno al menos disfrute de la cutrería gore de la misma.
Esto, en fin, no tiene ni chicha ni limoná, quedando un pastiche a medio camino de nada que apenas cumple con unos mínimos para interesar al respetable. Eso sí, por lo menos la ambientación está muy bien lograda y hay detalles visuales francamente interesantes, aunque no tanto para llegar a salvar la película. Además, como no puede ser de otra manera, desde la primera escena se puede intuir quien va a sobrevivir y quién no, y como va a terminar más o menos la cosa, así que si alguien quiere pasarlo mal de verdad, que se deje de tonterías como estas y se vaya al Horrorland real.
Igual tiene suerte y se encuentra con un asesino en serie y todo...
Valoración: Cuatro sobre diez.
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