Aunque parezca mentira, todavía tengo bastantes amigos que desprecian el cine español aludiendo a que “siempre va de lo mismo”. No creo que sea necesario entrar en una defensa de nuestro cine que, con los evidentes altibajos de cualquier filmografía, goza de una estimable salud, pero por si acaso, me voy a limitar a recordar algunos de los estrenos más recientes que demuestran la gran variedad de temas que se tratan con gran acierto en títulos e gran calidad: Yucatán, Lasombra de la ley o El reino son solo algunos ejemplos de temáticas que difieren con lo que se suele esperar de un cine encasillado por muchos en la comedia rural, el drama almovariano, la Guerra Civil y, en ocasiones, el cine de género.
El fotógrafo de Mauthausen es otro de esos ejemplos de que no hay que poner límites creativos al cine hecho en casa y que es posible abordad cualquier temática, por arriesgada que parezca. Mar Tarragona, en su nuevo trabajo tras la irregular Secuestro, aborda la historia de los españoles expatriados que terminaron en el campo de concentración nazi de Mauthausen, centrando la mirada en Francesc Boix, un fotógrafo que arriesgó su vida por conseguir pruebas gráficas de las atrocidades que se cometían en los Campos y que pasó a la historia por ser el único español que participó como testigo en los tristemente célebres Juicios de Núremberg.
Mario casas, cada vez más alejado de su imagen de ídolo de quinceañeras, sufre un efectivo cambio físico para meterse en la piel de este prisionero que se empeña en arriesgar su propia vida, arrastrando a sus compañeros en el intento, para conseguir justicia, siendo una de las figuras destacadas de una película con un reparto internacional muy bien medido y que funciona a la perfección.
Con un estilo narrativo muy clásico, Mar Tarragona compone una película que quizá no arriesga demasiado en lo estético, pero que consigue con ello una gran efectividad, siguiendo casi a rajatabla los cánones del género carcelario. Con referencias a La fuga de Alcatraz, Evasión o Victoria o incluso La vida es bella, Tarragona logra una puesta en escena muy por encima de lo esperado a raíz del ajustado presupuesto con el que contaba, si bien puede echársele en cara la falta de profundidad de algunos personajes, amparándose en exceso en el arquetipo y jugando con la complicidad del espectador acostumbrado ya a identificar con facilidad personajes de esta calaña.
Al final, el mayor mérito del film es conseguir transmitir el dolor y el sufrimiento de los prisioneros con una estética gélida y sobrecogedora, sin renunciar a ligeros toques de humor en la personalidad de Boix que ayudan a empatizar más aún a su personaje. Además, las fotografías reales que se muestran al término del film reivindican la gran precisión y detallismo con que Tarragona ha planificado su rodaje y otorgan a El fotógrafo de Mauthausen un valor por encima de lo puramente cinematográfico.
Valoración: Siete sobre diez.
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