martes, 29 de diciembre de 2020

Visto en Movistar: AVA

Dirigida por Tate Taylor, Ava es otra de esas películas que, con un reparto de campanillas, se ha quedado con las ganas de pasar por las carteleras de los cines debido a la pandemia.

Protagonizada por Jessica Chastain, y con un imponente cartel de secundarios, que incluye nombres como John Malkovich, Geena Davis, Common, Colin Farrell y, en roles mucho más secundarios, Joan Chen o Ioan Gruffudd, la película es una nueva vuelta de turca al hecho de feminizar las clásicas historias de asesinos a sueldo, ya sean  como simples sicarios o sofisticadas agentes dobles.

Quizá Taylor no sea un gran director de acción, optando por coreografías escasas, pero consigue componer una historia que, sin ser memorable, se digiere bastante bien, resultando suficientemente entretenida como para disfrutarla.

Uno de sus problemas es que, por más que pueda parecer que haya una moda sobre el tema, la realidad es que son tan escasas las películas protagonizadas por femme fatales del estilo la comparativa es inevitable. Por eso, Ava no contiene ni la espectacularidad de un título como Atómica ni la profundidad de Gorrión Rojo.

Pese a esa falta de espectacularidad, la acción rinde bastante bien, siendo el aspecto más dramático del film lo que más flojea. Pero al menos los actores parecen tomárselo lo suficientemente en serio como para justificar su visionado.

 

Valoración: Seis sobre diez.

Visto en Disney+: SOUL

Mientras los cines agonizan, las propuestas más interesantes hay que seguir buscándolas en las plataformas, como es el caso del estreno directo de Soul en Disney+.

La última aspirante a joya de la factoría Pixar es, quizá, su película más adulta, al menos en propósito, siendo su protagonista un hombre adulto, frustrado por no hacerse un nombre en el mundo de la música y con el jazz como telón de fondo.

Esta es ya la primera piedra en el camino, pues no va a ser posible conseguir una conexión espiritual con los niños mientras que para los adultos se deberá pagar el pasaje de ser amante del jazz, aunque luego todo eso termine por pasar a segundo plano.

El objetivo del film es hacer una propuesta existencialista, haciendo reflexionar sobre el sentido de la vida, presentando para ello una historia amarga y fatalista en la que el protagonista fallece cuando está a punto de cumplir su sueño, apareciendo en una dimensión onírica donde se da forma a las almas en las que se verán reflejadas la personalidad de sus futuros receptáculos. Un planteamiento muy ambicioso que se ver impulsado por una animación espectacular marca de la casa, con un realismo tridimensional que nos ofrece un Nueva York simplemente maravilloso que da pie al surrealismo en 2D del más allá. Sin embargo, apenas ver el diseño de esas almas y la versión espiritual del protagonista uno ya puede intuir el repentino cambio de timón del film, que va a volcarse hacia un tono infantiloide, con un casi vulgar juego de intercambio de personajes, que transforma a la película en una comedia tontorrona y, desde el punto de vista adulto, incluso aburrida.

Aunque en cierto momento parece aspirar a remontar, ya el daño está hecho, y solo se puede finalizar con un desenlace lamentable que enturbia el propósito del film.

El principal problema es que la película parece haberse hecho de manera mecánica, siguiendo una fórmula presumiblemente exitosa, escena lacrimógena incluida, pero carece de la magia necesaria para llegar a emocionar. Al final, Soul me ha supuesto una tremenda decepción, que no llega a ser de lo peor de Pixar pero sí que está muy lejos de sus mejores trabajos, por más que comparta director con Del revés (podría considerarse, incluso, su otra cara), y tenga un argumento con toques de la infinitamente superior Coco.

 

Valoración: Cinco sobre diez

Visto en Movistar: EJECUTIVOS AGRESIVOS

Película del año pasado aparecida por un rincón perdido de Movistar, Ejecutivos agresivos es un despropósito tan terrible como la traducción de su título su español.

Dirigida por Patrick Brice, cuyo mayor éxito fue Creep en 2014, la película cuenta como principal reclamo las presencia de Demi Moore y Ed Helms en su reparto, pero ninguno de ellos puede hacer nada por salvar a las películas del desastre, la primera porque o bien no se llega a creer nunca su personaje o porque sus mejores años quedaron muy lejos ya y el segundo porque su intervención no es más que un reclamo publicitario apenas más largo que el simple cameo.

La película cuenta la historia de una empresaria que decide llevar a sus trabajadores a una actividad al aire libre para fomentar la unión y el trabajo en equipo. Pero claro, quien haya visto Desmembrados, aquella gamberrada de Christopher Smith que en España de estrenó en un programa doble junto a Ovejas asesinas, sabrá que las cosas no van a terminar bien.

Después de quedar atrapados en una gruta, sin comida ni agua, el instinto de supervivencia se verá enfrentado a los conflictos personajes, como si de un Gran Hermano de estar por casa se tratara, dando pie a momentos de tensión con ligeros toques de gore con una referencia nada sutil a Viven, de Frank Marshall.

Una idea así debería dar pie a una comedia negra bastante loca, y eso es a lo que aspira su director, pero una colección de secuencias mal diseñadas, un escenario de cartón piedra y cuatro gags sin nada de gracia condenan a una película al aburrimiento total, provocando que en ningún momento le importe a nadie el destino de los protagonistas

Sí, he llegado a pillar el mensaje metafórico sobre el canibalismo del mundo capitalista, pero ni por esas…

 

Valoración: Tres sobre diez

Visto en Netflix: CIELO DE MEDIANOCHE

Dirigida por George Clooney, Cielo de medianoche, el último estreno importante de Netflix de este año, es la primera aproximación del director al terreno de la ciencia ficción, aunque no así como director, ya que hay que recordar sus trabajos como protagonista en Solaris o su breve pero fundamental aparición en Gravity, ambas películas espaciales de fuerte carga emocional.

Basada en una novela de Lily Brooks-Dalton, Cielo de medianoche nos presentar un futuro post apocalíptico donde la vida en la tierra prácticamente se ha extinguido aunque nunca sepamos con claridad los motivos. Tampoco es que importen demasiado, ya que lo que realmente cuenta el film es la desesperación del que posiblemente sea el último superviviente del planeta, un científico refugiado en el Ártico, cuya última finalidad es la de conseguir comunicarse con la Æther, una nave espacial de regreso de una misión para encontrar un planeta habitable para la raza humana y conseguir avisarles del fatal destino que les aguarda.

Con un tono muy contemplativo y pausado, la película avanza a dos tiempos. Por un lado, la historia del personaje de Clooney en la Tierra apuesta por las emociones, con el actor haciendo un gran trabajo para transmitir la desesperación y frustración que le supone no haber podido hacer nada para evitar la catástrofe, mientras que las escenas a bordo de la nave son las que proponen los momentos de acción y de mayor adrenalina. Además, todo ello está filmado con un gran sentido del espectáculo, consiguiendo momentos visuales muy bellos de gran pericia técnica.

En el lado negativo habría que destacar que todo suena un poco a lo de siempre, con elementos de la historia en la Tierra que recuerdan, por ejemplo, a La carretera, mientras que alguna escena en el espacio podría conectar con Interestelar. En el lado positivo, me ha gustado especialmente esa ausencia de explicaciones, no revelando nunca más de lo estrictamente necesario y dejando muchos momentos para la reflexión, que no interpretación. Todo está bien explicado, lo cual no significa que nos lo den tan mascado y sobreexplicado como le gusta hacer, por ejemplo, a Nolan.

 

Valoración: Siete sobre diez.

viernes, 25 de diciembre de 2020

Visto en Movistar: VIS A VIS: EL OASIS

El exceso de plataformas, y por ende, de series televisivas, potenciado por el estado de alarma y la necesidad de salir lo menos posible de casa, ha propiciado que aparezcan series de gran interés casi a ritmo diario, lo que junto a mi manía de no ver temporadas hasta disponer de ellas al completo ha provocado que muchas series que esperaba con ganas fuesen acumulando polvo en mi cajón de pendientes, viendo como muchas otras le pasaban con descaro por la derecha.

Vis a vis: el Oasis, la continuación y prometido final de Vis a vis, es una de ellas, a la que esperaba con ganas después de que en las dos últimas temporadas de la serie madre echase en falta más minutos de Maggie Civantos.

La serie nos prometía una historia de atracos con la unión/enfrentamiento de Maca y Zulema, pero al final la trama se centra en un único golpe, una historia que, desde luego, no da para ocho episodios y que a la postre me ha resultado bastante decepcionante.

Que en una temporada tan breve haya perdido el interés por la misma apenas llegar al tercer capítulo es bastante sintomático, y el truco de ilusionismo de saltar entre el presente, el futuro y el pasado me parece más una maniobra para mantener el interés en una historia bastante aburrida que como recurso ingenioso.

Reconozco la valentía de los autores para elaborar una historia con aroma a western legos de la vertiginosa de las celdas de Cruz del Sur, pero creo que, sin Alex Pina encima de la producción, la cosa ha quedado muy diluida. Ni siquiera acabo de reconocer a Maca y Zulema en sus personajes, con cambios de actitud constantes y sin un rumbo definido.

Otra muestra de la desgana que impregna la serie, que parece más un intento de estirar el chicle que de dar un final digno a la historia, es la utilización de unos secundarios que nunca consiguen la adecuada empatía (estoy pensando, por ejemplo, en la hermana de la novia, el niño del bulling o la niña de los abusos) y que sólo sirven para meter paja en una trama que habría funcionado mejor como miniserie de tres episodios o incluso en formato película.

Cierto es que hacia el final la serie trata de alzar el vuelo, pero ya es demasiado tarde y ni siquiera el clímax final, en el que se abusa de la cámara lenta, llega a convencerme. Incluso la celebrada aparición de algún personaje que nos puede conectar con los tiempos de Cruz del Sur me ha sabido a poco.

Una lástima, pues ya la serie madre me dio la impresión de ir en clara decadencia (no le sentó muy bien el cambio a Fox), aunque al menos hemos podido despedirnos de algunos de los personajes y dar un final cerrado a, al menos, la historia de una de ellas.

Visto en Netflix: THE PROM

Después de triunfar con casi todos sus protector televisivos, Ryan Murphy decide dar el salto hacia la dirección de largometrajes (aunque tampoco es que entre en terreno desconocido, al fin y al cabo se trata de un producto destinado a plataformas), y la propuesta elegida para la ocasión es ni más ni menos que la adaptación de un musical de Broadway.

The Prom mezcla el cine de adolescentes de instituto, la denuncia social y el ritmo de un puñado de temas bastante destacables para ofrecer una muestra de excesos que en algunos momentos amenazan con írseles de las manos a su director. Le salva, eso sí, un espectacular reparto donde cada uno se lleva su parte, aunque quizá sea James Corden quien más pueda llegar a cargar. Meryl Streep tiene el personaje más agradecido, y parece sentirse muy cómoda en el terreno de los musicales, Nicole Kidman está encantadora y se lamenta que su personaje no tenga algo más de presencia y Andrew Rannells consigue el mejor momento del film cuando interpreta el tema Love thy Neighbour. De fondo, aunque el ruido con que impregna todo Murphy amenaza con axifisiarlo, está el tema del buling escolar, esta vez con historia romántica homosexual como trasfondo.

No dudo que todo esté hecho con muy buenas intenciones y hay momentos realmente brillantes en la película, pero que Murphy no sea el director adecuado de la propuesta, que pretende emular a los grandes éxitos de Broadway y queda empequeñecido, con una dirección apresurada que rememora a sus anteriores trabajos. Todo es una gran fiesta de excesos y eso puede resultar algo cargante e irreal, pero tampoco llega nunca a destacar tanto como para alcanzar el desastre.

Por eso, The Prom es algo inferior a lo que cabría esperar, pero sigue siendo una propuesta alegre y contagiosa, de buenos propósitos y algunos temas muy pegadizos.

 

Valoración: Seis sobre diez.

Visto en Disney+: THE MANDALORIAN T2

Una vez finalizada la segunda temporada de The Mandalorian (los que me conocéis ya sabéis que he esperado para poderla ver más o menos deltirón), llega el momento de hacer balance de las aventuras de Mando y ese muñecote encantador que se llama Grocu pero que para la gran mayoría será siempre Baby Yoda.

Tras la acogida irregular de la nueva trilogía de Star Wars, Disney+ ha aprendido la lección y ha dado a los fans lo que los fans querían. Eso no siempre es sinónimo de éxito (y las últimas películas de las franquicias de Alien y Terminator) son una nueva prueba de ello, pero John Favreau, con la inestimable ayuda de Dave Filoni, ha hecho los deberes y ha partido una segunda temporada para El Mandaloriano casi perfecta. Casi perfecta para los fans, claro.

Y es que si algo se le puede reprochar a esta serie, potenciado en la presente temporada, es su total falta de interés por alcanzar a espectadores ajenos a esa cosa de la Fuerza y sus derivados.

Después de acusar a JJ de realizar una película, El despertar de la Fuerza, que es más un remake que una continuación (espero que algún día se le reconozca el mérito de saber acercarse a una generación nueva consiguiendo, además, firmar la mejor película de la saga), Favreau y Filoni han hecho lo propio con su serie, pero haciéndolo con mucha más inteligencia. No hay, pues, nada nuevo bajo el sol de esta especie de western crepuscular que regala más fans service que las tres películas modernas juntas, pero no pasa nada, pues cuenta con el beneplácito de esa legión radical de fans que la devoran como si de una orgía galáctica se tratase, importándoles bien poco que, de nuevo, estemos regresando a tierra conocida y, además, en un formato ya caduco. Y es que esa aventura semanal en la que Mando va desfaciendo entuertos mientras esperamos a que la trama general avance un poco es muy heredera de las series que veía en los noventa, tipo El Equipo A o El Coche Fantástico, aunque con un presupuesto mucho más generoso.

Me hace gracia como el desprecio que hace apenas unos meses se sentía ante la necesidad de depender del apellido Skywalker se haya tornado en aplausos tras la emisión del último episodio de la temporada, aunque supongo que para entenderlo debería ser un real fan, que llaman, y ni soy de los que se enamoró en su momento con el personaje de Boba Fett (cosa que a día de hoy ni el propio Lucas entiende) ni tengo ni idea (ni me importa) quiénes son gente como Ahkoda Tano u otros derivados de las series de animación.

En el lado positivo, el buen hacer de sus creadores, que consiguen una buena dosis de emoción y épica, aunque a nivel dramático está muy por debajo de la primera temporada. El dinero está bien gastado y la serie es espectacular, con buenas dosis de acción, aunque los personajes son más planos que nunca y el riesgo acometido es cero. Si hay que agradecer el gran mérito de haber sabido mantener alguna sorpresa oculta, cosa casi milagrosa en los tiempos que corren, pero me intriga saber cómo van a proseguir en la tercera temporada si, como indica el final, el mandaloriano y el niño separan sus caminos, algo por otra parte necesario ya que el muñequito articulado estaba robando todo el interés a la historia.

En resumen, una temporada entretenida y con buenos momentos, pero que sufre de unos guiones fácilones y unos personajes demasiado planos, anticipando, además, el camino a varias series derivadas que van a sobresaturar, de nuevo, a la saga galáctica.

Claro que si la alternativa es una película en manos de la que perpetró ese espanto que es Wonder Woman 84, mejor apaga y vámonos...

sábado, 19 de diciembre de 2020

Cine: WONDER WOMAN 84

Cuando parecía que en Warner ya no se podían superar, lo han vuelto a hacer. Al fin se ha desvelado el misterio de porqué han decidido estrenar Wonder Woman 84 en su plataforma HBO Max simultáneamente que en cines y sin ningún coste adicional. Y la razón no se debe ni a la pandemia ni a la cantidad de cines cerrados alrededor del mundo. El motivo es que la película es tremendamente mala. Un horror, incluso.

A lo largo del cada vez más maltrecho DC Extended Universe ha habido películas buenas, reguleras, algunos desastres por motivos ajenos a lo estrictamente cinematográfico y alguna que otra verdaderamente mala. Entre estas últimas se encuentran Escuadrón suicida y Aves de presa (o como la quieran llamar ahora), pero que por lo menos eran propuestas poco ambiciosas más o menos autoconscientes de hacia dónde querían dirigirse. No eran, para que me entiendan, parte de las apuestas importantes de la casa, como son las películas individuales de cada uno de los miembros de la denostada (en espera a esa segunda vida en HBO Max con el Snyder Cut) Liga de la Justicia. Wonder Woman 84 juega en esa liga, siendo una propuesta seria a blockbuster, ambiciosa y con la finalidad de reconducir, de una vez, el rumbo de la franquicia. Por eso, visto lo visto en pantalla, aunque tenga virtudes que superen, por ejemplo, a las ya mencionadas, merece ser considerada la peor película hasta la fecha parada por estos señores de la Warner. Recuerdo que en su momento se dijo que el papel de la cabeza pensante Geoff Johns iba a ser un equivalente al trabajo desarrollado por Kevin Feige en la enemiga Marvel, y ciertamente parece que lo han conseguido. Geoff Johns (firmante junto a la incompetente Patty Jenkins del…¿guion?) parece, efectivamente, trabajar para Marvel, y sufrir la terrible experiencia de soportar la secuela de Wonder Woman en pantalla grande solo sirve para lamentar haber tenido un año sin un solo estreno del MCU (recordemos que Los Nuevos Mutántes no entra en la categoría).

En Wonder Woman 84 el villano de la función tiene un hijo de unos cinco años más o menos, y esa podría ser la edad que uno calcula que tenga quien haya imaginado un argumento tan espantosamente ridículo como el que presenta esta película de más de dos horas y media que, en honor a la verdad, tampoco es que se haga larga.

Tras un prólogo excesivo pero visualmente atractivo en la que se retorna al pasado de Diana, la película arranca con una especie de segundo prólogo en la que Wonder Woman realiza pequeños actos heroicos hasta culminar en el desbaratamiento de un atraco en un Centro Comercial que, aunque aspira a tener tintes dramáticos, rezuma un humor ridículo que me hizo recordar al arranque de Superman III. Ya en ese momento uno sabía que no se podía esperar demasiado de la película, más que confirmar que en Warner habían decidido abandonar, definitivamente, la oscuridad cimentada por Nolan y Snyder en losinicios del proyecto. Lo único bueno, ver a la amazona en acción, ya que a partir de ahí pasa casi un tercio de película deambulando de aquí para allá con ropa de civil (hay que lucir a Gal Gadot, y qué mejor manera de hacerlo que en escenas propias de anuncios de perfume navideños), configurando el tramo más aburrido (que no el peor) de la película.

Este tercio sirve para sentar las bases de los personajes, en especial un Steve Trevor que, una vez desvelada su presencia en el tráiler, merecía una buena explicación para su retorno. Esta es una película de fantasía, y como tal hay que tomarla, desde luego, pero la artimaña para traer de vuelta al personaje es tan bochornosa como estéril la presencia del mismo. Se ha elogiado mucho la química entre Gal Gadot, Chris Pine y Kristen Wiig, y no seré yo quien la niegue, resultando ser de lo poco estimulante de la película, pero la base de sus personajes es tan inconsistente y mal desarrollada que poco pueden hacer para levantar el argumento.

Alguna vez he comentado que, ante cierto tipo de película que parece gustar al respetable y a mí me horrorizan, puede que me esté haciendo mayor. Quizá esa es la explicación para haber sufrido al encontrarme con que no estaba entendiendo nada de lo que pasaba en pantalla. Pagaría por un tête-à-tête con quien tuviera la idea de esta trama para que me explicara los cien mil agujeros de guion, desde un villano de opereta hasta una serie de situaciones que solo sirven para aderezar el espectáculo con algo de acción en el segundo tramo del film, lo más entretenido. Sigo teniendo, no obstante, graves problemas con la manera de filmar la acción de la Jenkins y, sobre todo, con los horrorosos cromas cada vez que Wonder Woman salta por los aires que me retraían, esta vez, a la terrible Superman IV. Todo lo que se explica en pantalla es una total tontería, y los momentos hermosamente visuales no deberían servir como justificación para un «todo vale» que me hizo sentir vergüenza ajena en más de una ocasión (estoy pensando, por ejemplo, en el avión invisible atravesando los fuegos artificiales). Afortunadamente, Hans Zimmer está especialmente inspirado en la partitura musical y entre eso y el potente leitmotiv que creó para ella en Batman V. Superman las escenas de acción aparentan más épica de la que en realidad tiene.

Otro defecto de la película es su pretendido tratamiento feminista. Como en la anterior Wonder Woman, Jenkins quiere hacer gala del empoderamiento femenino, sin caer en la cuenta de que una vez más la protagonista necesita a un hombre para guiar sus pasos y marcar el camino (amén de que la salva en más de una ocasión) mientras que el personaje de  Barbara Minerva es una doctora con grandes actitudes cuya principal motivación es sentirse atractiva y gustar a los hombres (sig).

Y en esas que llegamos al tramo final, donde todo pierde definitivamente sentido. Lo único destacable es el leve trasfondo político con un villano que podríamos comparar a Donald Trump y un presidente de los Estados Unidos que emula a Ronald Reagan aunque no se atrevan a nombrarlo directamente. Aquí todo es ya un sinsentido terrible, con Minerva llegando al zenit de su transformación para luego solventarlo en apenas diez minutos y con los habituales excesos digitales marca de la casa, con un plan maestro del villano absurdo y desproporcionado, con escenas irrisorias de Diana emulando a Spiderman primero, enganchando su lazo a los relámpagos (!!) para terminar convertida en una versión femenina del mismísimo Superman (!!!), incoherencias varias y un clímax moralista, de nuevo sonrojante, que no hay por dónde agarrarlo.

En fin, que sin llegar a aburrir y con cierta disparidad en cuanto a la calidad de las escenas de acción, la ridiculez de su guion y de muchas de sus escenas, así como la falta total de sentido en cuanto a la forma de actuar de la mayoría de los protagonistas hacen que la película sea un despropósito total, con reminiscencias a la peor serie B de los años setenta, con antagonistas megalómanos sin objetivos claros más que el poder por el poder, resoluciones de chichinabo y chistes generacionales pasados de moda.

 

Valoración: Tres sobre diez.

Reflexiones: LAS MARATONES SERIÉFILAS A DEBATE

Mientras estoy a escasas horas de que termine la segunda temporada de The Mandalorian, serie que terminaré como el resto del mundo pero que he empezado casi dos meses después, y con la polémica suscitada por The boys ya olvidada, he querido reflexionar con vosotros sobre la mejor forma de ver una serie de televisión.

Tengo claro que más allá de las razones que cada uno de los bandos pueda aportar, todo el mundo tiene derecho a verlas como les dé la gana, por lo que ya de entrada me parece que el ofrecer toda una temporada de golpe, tal y como acostumbra a hacer (aunque no siempre) Netflix es la idónea, pues permite que cada cual se las administre como mejor les convenga.

Si hablamos de la manera de ver una serie con afectar a su calidad, encuentro excesivo e incluso agotador hacer maratones intensas en las que ver, por ejemplo, dos temporadas enteras de Juego de Tronos en un fin de semana. Y es que por mucho que uno pueda disfrutar de una serie, darse semejante atracción impide el proceso de reflexionar e incluso analizar lo visto en cada episodio, perdiéndose ese punto de meditación que enriquece un producto de calidad. No me imagino viendo, por ejemplo, Gambito de dama en una sola tarde...

Sin embargo, con los tiempos que corren, donde todo se hace con prisas y hay auténtico pánico por los spoilers (cosa que no va mucho conmigo, que nací en la época en la que la muerte de Chanquete se anunció una semana antes de la emisión del capítulo de Verano Azul en las portadas de todas las revistas), ver un episodio por semana puede ser hasta peligroso. Estás obligado a ver el episodio en cuestión apenas se encuentra disponible y, si se siguen varias series a la vez, al final terminas por hacerte un lío y mezclar tramas. Es el problema de ver lo que te gusta, lo que «se tiene que ver» y lo que te recomiendan que veas que no te termina de convencer pero sigues porque te han asegurado que más adelante mejora.

Por eso yo, particularmente, prefiero las maratones, pero con cierta medida. Ya que no temo a los spoilers (y con spoiler me refiero a que me revelen algún dato concreto de la trama, otra cosa es que me revienten el argumento completo), siendo sólo quisquilloso en temas Marvel, y tampoco es que me pase el día en redes sociales, mi opción preferida es la del episodio diario. Estoy hablando todo el rato, por supuesto, de series de peso (y que nadie se ofenda por el calificativo). Nada que ver con pegarme un atracón un domingo lluvioso de Friends o The big bang theory, que las sitcoms juegan en otra liga.

Pongo el caso de The Mandalorian, que dada su duración, un episodio a la semana me sabe a poco, así que me aguante las ganas hasta finales de la semana pasada y hoy mismo (jueves, 17 de diciembre) he visto el episodio siete, de manera que mañana disfrutaré del final de temporada a la vez que todo el mundo.

Hablo de gustos y colores, por supuesto, algo que no merecería más debate si no fuese por la controversia nacida a partir de la segunda temporada de The Boys. Por si alguien no sabe de lo que hablo os pongo en antecedentes.

The Boys apareció hace un par de años caí sin hacer ruido dentro del catálogo de producción propia de Amazon Prime. Se subió toda de un tirón, lo que coloquialmente podríamos denominar «al estilo Netflix», y fue un éxito absoluto hasta el punto de convertirse en la serie de cabecera de la plataforma. Hace unos meses llegó el ansiado estreno de la segunda temporada y se decidió colgar con carencia semanal (vamos a llamarlo, por decir algo, «al estilo HBO»). El cambio no fue anunciado con suficiente insistencia, y pilló por sorpresa a muchos fans que no reaccionaron demasiado bien al mismo. Yo mismo, que empiece la serie algo después de su estreno, me sentí muy distraído al descubrir que el tercer episodio era el último disponible y decidí abandonarla hará que no estuviese disponible por completo. El calentón fue tal que hubo una llamada al boicot haya el punto que los propios creadores tuvieron que salir en defensa de Amazon e indicar que se había hecho a petición de ellos mismos, que es como mejor consideraban que se podía disfrutar la serie.

Por más que encuentro exageradas estás muestras de odio hacia un producto que te gusta, la realidad es que era una estratagema pensada para conseguir que cada semana se hable del episodio en cuestión, mientras que ofreciendo la serie al completo está dejaba de ser noticia en un par de semanas. Teoría tan buena como pretenciosa, pues la considero válida para series muy top (y me vienen a la cabeza, solamente, Juego de Tronos o The Mandalorian, por no alejarnos mucho en el tiempo y recordar a Perdidos). La realidad es que con el ritmo de estrenos que tenemos vale más mucho ruido de golpe que aspirar a un ruido inferior que se pueda, o no, prolongar en el tiempo. Siguiendo con el ejemplo, antes de terminar la emisión de The Boys T2 llegó Gambito de dama, y todo el mundo se puso a hablar de ella. Y tengo la sensación de que The Boys ha sido olvidada mucho antes de la aparición de su final, con una repercusión muy inferior a la primera temporada. Que eso sea culpa de la emisión, del boicot o de la calidad de la misma es algo que dejo al pactar de cada uno.

Otro peligro del estreno a cuenta gotas es el olvido. Todos tenemos una lista de pendientes infinita (al final, el tiempo de ocio es limitado) y en dejar una serie en la recámara en espera a que esté completa puede significar su condena. Yo mismo tengo muchas de esas pendientes que si me las hubiesen ofrecido de golpe las habría devorado con ganas. En unos días publicaré mi opinión tardía de Vis a vis: el Oasis, y algún día sacaré tiempo para ver el final de El Ministerio del tiempo, WestWord, Patria, Antidisturbios... Y eso que The Walking Dead la abandoné hace tiempo no sólo por culpa de esto pero sí en parte.

En fin, que cada uno puede ver las series cómo y cuándo quiera, pero si se ofrecen de golpe es más fácil que cada uno se haga su propia composición. Las emisiones semanales te imponen o un visionado lento o esperar a verlas una vez ha pasado ya el boom y con otras novedades aparecidas por el camino.

¿Os imagináis que durante el confinamiento a Netflix se le hubiese ocurrido la locura de presentar la cuarta temporada de La casa de papel semana a semana? Eso sí que habría sido un drama para los haters de Internet, y no lo del Covid...

viernes, 18 de diciembre de 2020

Visto en Netflix: VOCES

Algo tendrá Ángel Gómez Hernández cuando tras debutar en un largo con Voces su siguiente proyecto es la adaptación de su cortometraje Behind apadrinado ni más ni menos que por Sam Raimi.

Voces es un batiburrillo de referencias diversas que recuerda al cine de bajo presupuesto de la Blummhouse junto al Warrenverso de James Wan y las antologías para Netflix de Mike Flanagan, pero sin renunciar nunca a ese aroma patrio que la vincula a algunas propuestas de Balagueró, Plaza o Pintó.

De hecho, lo que podría ser su gran defecto es también su gran virtud, pues abusa de esas referencias sin complejos para, gracias a un guion inteligente y enigmático, dar un giro a la trama con un guion más elaborado de lo habitual por estos lares.

El planteamiento no puede ser más básico y cansino: un viejo caserón abandonado, una familia que llega para tratar de restaurarlo, el niño que escucha voces, los secretos que se ocultan bajo la casa y el experto que tratará de descubrir el misterio. Lo de siempre, vamos. Pero, desde el primer giro argumental, apenas a los diez minutos de película, se puede comprobar que hay buenas ideas tras esta historia, y pese a cierta tendencia al abuso de jump scares del director, la planificación visual es efectiva y elegante, sirviendo como ejemplo el plano aéreo de la piscina que abre y finaliza el film, cerrando el círculo de terror que nos han presentado hasta la fecha.

Ayudándose por un reparto más o menos reconocible (ahí están Rodolfo Sancho, Ana Fernández o Belén Fabra), siendo el gran Ramón Barea quien aporta el mayor toque de calidad con la composición de un parapsicólogo muy castizo que no tiene nada del toque burlado que suelen tener los profesionales del misterio de otras películas, la película es un gran relato de terror, que asusta y acongoja a la vez que mantiene al espectador pendiente de lo que está sucediendo en pantalla consiguiendo un desenlace claro y donde el descubrimiento final imprescindible en este tipo de films no rechina en absoluto.

Con tintes dramáticos que invitan a reflexionar sobre la pérdida y el dolor, Voces fue una de las valientes que se atrevió a abrir los cines tras el estado de alarma provocó por el Covid-19, y pese a que su relevancia fue mínima, merece una segunda vida gracias a Netflix, donde podría llegar a ser un gran éxito al nivel de El hoyo o Verónica.

Para amantes del terror asfixiante pero inteligente.

 

Valoración: Siete sobre diez.

Cine: EN GUERRA CON MI ABUELO

Las ganas de volver al cine hacen que uno se atreva con cosas que, en otros momentos, habría mirado con recelo. Y es que, pese a la excepción que supuso El Irlandés (y es que Scorsese es mucho Scorsese), lo cierto es que los últimos papeles de Robert de Niro eran trabajos alimenticios que parecía enfocar con el piloto automático.

No es que su regreso a la comedia con En guerra con mi abuelo sea como para darle un Oscar, pero al menos logra acomodarse en un género que no le es desconocido y que le proporcionó una de sus últimas alegrías mediante la saga Los padres de ella.

Hay mucho en común entre esta película y aquella saga, con el conflicto generacional de nuevo como eje central con la diferencia de que ahora los dos antagonistas, pese a su diferencia, se queden, no como les pasaba a Ben Stiller y su inminente suegro.

Aunque la cosa no pareciese prometer mucho (va de un niño que declara la guerra, literalmente, a su abuelo para recuperar su habitación), lo cierto es que el humor absurdo y alocado de Tim Hill, que segura aquí como director en imagen real pero que es máximo responsable de un buen puñado de éxitos de animación, incluyendo la desternillante última película de Bob Esponja.

Con un reparto de secundarios de lujo donde destacan Christopher Walker y Jean Seymour (Uma Thurman quizá sea la que parece más perdida), la película es una sucesión de haga a cual más tronchante, que rehúye del sentimentalismo barato y sólo se pone algo sería cuando juega a funcionar como metáfora sobre las auténticas guerras, con sus víctimas y bajas colaterales. Sin embargo, es un apunte mínimo para decorar una película que se ve con una sonrisa constante y bastantes tramos de carcajadas descontroladas.

Quizá en el fondo todo sea una tontería cargada de tópicos, pero llevaba tiempo sin reírme tanto con una película, y pocos motivos mejores hay para regresar a una sala de cine.

 

Valoración: Ocho sobre diez.

Visto en Netflix: HERENCIA NAVIDEÑA

Ante la pobres perspectivas que nos brindan unas fiestas extrañas y poco familiares (o así deberían ser, al menos, si queremos un enero mínimamente feliz), he tomado la costumbre de dejarme llevar cada fin de semana por una de las miles de propuestas navideñas que hay por las plataformas.

Ante el evidente empalague rancio de la mayoría de ellas (y eso que son casi un submundo lleno de entusiastas defensoras), he decidido buscar algún aliciente extra que justifique mi elección, y esta vez la excusa tiene el nombre propio de Eliza Taylor. Lo mismo que el año pasado disfrute con la deliciosa Last Christmas donde la Daenerys Targaryen de Juego de Tronos era una cándida enamorada, me divertía comprobar ahora cómo se las gastaba la Clarke Griffin de Los 100 en un rol parecido (también podría haber probado suerte con Rose Molver en Un príncipe por Navidad, pero saber que es ya una trilogía me daba mucha pereza, y más si no la veo elegirse delirios receta de cerebros como en IZombie).

Herencia navideña nos presenta a una joven, guapa y rica, que está a punto de heredar todo un imperio comercial pero a la que le falta algo de madurez para demostrar estar a la altura del puesto. Por ello, su padre le encomienda una misión aparentemente sencilla, viajar haya el pueblo donde se gestó todo para entregar en mano una carta al co-fundador de la empresa. El problema es que debe hacerlo sin dar a conocer su nombre, con un presupuesto ínfimo y sin tener ni idea de donde está ni cuándo volverá el destinatario de la misiva, por lo que esta chica de ciudad se verá obligada a tratar de sobrevivir en un pueblecito en puertas de la Navidad.

Resulta evidente que aquí finaliza toda esperanza de sorprendernos y que los acontecimientos que se suceden están telegrafíados desde el primer momento. Esto se debe, por un lado, a un guion simplón e insistentemente previsible que no busca arriesgar lo más mínimo, dejándolo todo en manos del supuesto espíritu navideño que ablande nuestros corazones y nos deje poseer por una menos casi inexistente. Por otro lado, tenemos una caracterización de personajes bastante irregular, con una protagonista supuestamente preparada para dirigir una gran empresa pero tan tonta que hace el ridículo cada vez que se enfrenta a un desafío mínimo. Una muestra de la dejadez en el desarrollo de personajes se ve en la propia escena de presentación de la muchacha, que si bien es cierto que hace algo el ridículo durante una gala benéfica, todos los comentarios se centran en ello (la heredera fiestera, la llaman), ignorando el hecho, por ejemplo, de que haya cuadriplicado una importante donación. O también podemos fijarnos en el triángulo amoroso que se forma casi desde el minuto cinco. Es cierto que tenemos un conflicto más desarrollado que el de, por ejemplo, Christmas Wonderland, pero el hecho de que el chico de pueblo al que conoce sea casi un ser de luz puro y celestial, y que no tardemos en ver al novio actual como un cretino manipulador y algo abusivo, hace que el conflicto se vea resuelto antes incluso de ser planteado.

Al final, lo que queda es una dramedia romántica simpática, algo falta de magia, con el clásico mensaje de que la vida de campo siempre es mejor que la de ciudad (allí todos son malvados y ambiciosos) y que lo importante está en la amistad de la gente que te rodea y la unión familiar.

Película justita que se ve con agrado pero se olvida casi al momento. Yo, por mi parte, sigo prefiriendo a una Eliza combativa que asesine sin reparos a las tribus rivales y que lidere/ame/traicione a los suyos según lo que toque en esa temporada.

 

Valoración: Cinco sobre diez.

Visto en Netflix: BRONX

Acostumbrados como estamos a esas comedias simplonas que se anuncian como la película del año en Francia (de esas que había seis o siete cada año), da gusto descubrir que en el país vecino se hace algo más que falso costumbrismo del montón con moralina de postureo.

Bronx es un relato criminal violento y duro sobre un cuerpo de policía y sus confrontaciones con una banda mafiosa, poco amable y carente de humor, un policiaco en toda regla cuyo principal defecto posiblemente sea estar demasiado preocupado de desligarse, precisamente, de los prejuicios hacia el cine galo para mirarse tanto en el espejo americano que, al final, se carga denegado de tópicos y situaciones mil veces vista que no consigue ofrecer algo novedoso al espectador.

Resulta difícil ponerle peros a una película que no hace nada realmente mal, pero tampoco logra sobresalir en nada, con lo que al final sólo queda un relato interesante y, por momentos, emocionante, fácil de olvidar apenas ha terminado.

Cierto es que, tal y como pasaba con La Bestia, el hecho de no ser americana la libera del clásico final «made in Hollywood», otorgándole un punto de amargura muy acorde con el estilo de toda la función, pero no sé si es suficiente para poder ensalzar una peli mil veces vista y cuyo reparto ligeramente coral impide empatizar especialmente en ningún protagonista en concreto.

 

Valoración: Seis sobre diez.

jueves, 17 de diciembre de 2020

Reflexiones: LA AGONÍA DEL CINE (y no sólo por culpa de la pandemia)

Son malos tiempos para las salas de cine y para el mundo del espectáculo en general. Tras unos años convulsos de caídas en taquilla y tibias remontadas, gracias principalmente al efecto dominó de los grandes blockbusters, la situación parecía más o menos controlada hasta que, a principio de 2020 estalló la pandemia mundial que lo cambió todo.

Dejando un reguero de muerte e infectados con secuelas a su paso, los negocios, grandes y pequeños, están siendo daños colaterales, de los que los cines, por supuesto, no se libran. Puede que incluso, aunque no sepan o quieran llorar tanto como los restauradores, sean de los más perjudicados. Y eso que tras el primer cierre por el estado de alarma se reportó que con los controles rigurosos que estaban manteniendo, la incidencia de los contagios en las salas era de cero. Y aun así, ante la mal llamada segunda ola, fueron de los primeros a los que obligaron a volver a cerrar; en Catalunya, al menos.

Hago un inciso para explicar lo de la mal llamada segunda ola. Antes del verano, en ese impase extraño que hubo entre que el gobierno dijera que iba a mantener las playas, bares y chiringuitos cerrados hasta septiembre y la confirmación de un agosto relativamente normal, los grandes expertos sanitarios del gobierno y otras cabezas pensantes advirtieron del peligro de una segunda ola en octubre o noviembre, con el frío. Pero en vista de que ese frío apenas está llegando ahora, tras un otoño agradablemente cálido, yo siempre he sostenido que estábamos ante el coleteo de esa misma primera ola o un simple avance de la segunda. Y algo de razón debía tener cuando de repente se alerta de la tercera ola que llegará en enero (si no antes), causada por el frío y los excesos navideños, de la que no nos habían hablado en su momento, por más que fuese una cuestión de pura lógica.

Pero volvamos a los cines… Ya en su momento, cuando tenía ilusas esperanzas de que eso tan horrible denominado «nueva normalidad» (odio el simple concepto) fuese sinónimo de una relativa calma, me preocupé ante el cambio de costumbres de la sociedad. Tras tanto tiempo sin poder ir a cenar, a tomar una cerveza a una terraza o cambiar un espectáculo de cine o teatro por la serie que se acabara de estrenar Netflix, se corría el peligro de que la gente se acostumbrarse a ello, y aunque con la flexibilidad de las restricciones todos se han lanzado como locos a por las cervezas y las bravas, el cine sigue dando miedo. Una prueba más del país «cultural» en el que vivimos, por más que siempre lloren los mismos (igual el problema de los restauradores es que son demasiados y les gusta mucho mirarse el ombligo, ignorando que mientras ellos hacen servicios a domicilios o les amplían las terrazas sin coste adicional a su alrededor hay librerías (desesperadas sin su Sant Jordi salvador), locales de estética, tiendas de ropa que pagan un dineral por estar en un local de un centro comercial que no les permiten abrir, agencias de viajes y cientos de negocios más en los que nadie piensa porque mientras podamos tomar una cerveza en la calle todo va bien. Y luego la culpa será de Amazon, claro, que siempre es bueno culpar a alguien de lo que nosotros mismos provocamos.

Y en el caso concreto de los cines, habrá quien, en un ejercicio de cinismo, piense que no es para tanto, que al fin y al cabo son gente forrada de pasta y que a Hollywood ya le va bien un escarmiento después de las taquillas multimillonarias de productos como Endgame, Star Wars, Fast&Furious y demás. Ejercicio de cinismo, digo, porque parecen olvidar que la crisis del cine lleva a la quiebra a salas comerciales y deja en la calle a taquilleros, vendedores de palomitas y otros servicios de bar, empleados de limpieza, etc, amén de otros empleos colaterales como publicistas, todo el personal implicado en la elaboración de festivales… Y ya por no hablar de la propia producción cinematográfica, donde aparte de productores, directores y actores de sueldos generosos, está también los carpinteros, electricistas, decoradores, responsables de catering y así hasta casi el infinito…

El cine, a lo largo de su historia, ha pasado por diversas crisis, y más o menos las ha sabido capear: la llegada de la televisión, el vídeo doméstico, las descargas de Internet y, ahora, las plataformas de streaming. La diferencia con lo que sucede ahora es que anteriormente la industria estaba unida para combatir la amenaza de turno, pero, con la excusa de la pandemia (que ya veremos que no es la verdadera causante de la crisis que se avecina), el enemigo lo tienen en casa. Y es que las últimas maniobras perpetradas desde Warner pueden suponer un nuevo clavo en el ataúd del séptimo arte.

Vayamos por partes para analizar cómo empezó todo:

Con la aparición del Covid-19, que nos pilló a todos con el pie cambiado, los primeros en reaccionar fueron los de Dreamworks, que decidieron estrenar Trolls 2 directamente en streaming con muy buenos resultados. Una decisión polémica pero razonable, pues un producto infantil que se alimenta del recuerdo de la primera película no puede quedar en el dique seco mucho tiempo.

Algo parecido motivo que Atresmedia optar por ceder los derechos de distribución a Netflix de Ofrenda a la tormenta, la conclusión de la saga del Baztan que pese a que sus dos primeras películas se estrenaron el cine no tenía mucha lógica distancia en el tiempo Legado en los  huesos con su conclusión, más teniendo en cuenta la continuidad entre las mismas.

El tercer capítulo de nuestra historia lo firmó Disney, cuando tras tener que aplazar varias veces el estreno de Mulan, su película estrella para este 2020, terminaron por apostar una fórmula nueva: estrenarla directamente en su plataforma de Disney+ pero sumando a la cuota un importe adicional. El resultado, a nivel económico, es dudoso (hay tal baile de cifras que según a quien preguntes fue un acierto o un rotundo fracaso). Dudo mucho que, al menos en España, los datos fuesen muy halagüeños. Al menos en mi ambiente, donde hay muchos suscriptores de Disney+, nadie optó por el pago, decantándose por volver a los tiempos de las descargas ilegales, esperar a que pasaran un par de meses y estuviese disponible de manera gratuita o, simplemente, ignorarla, que tampoco es que la peli fuese para tirar muchos cohetes.

Es complicado saber cuál es la fórmula correcta, y yo mismo he elogiado a Netflix por hacer cosas parecidas (me refiero a lo de «robar» películas a las salas, no a cobrar por ello), llegando a recibirlo como «el Salvador del cine en época de pandemia», pero los estrenos de películas de Netflix y lo que quiere hacer ahora Warner es muy diferente.

Me explico: hay tres líneas a seguir en los estrenos de Netflix. Por un lado están las producciones propias que, por más que se pueda lamentar no ver en pantalla grande, son títulos que ellos han pagado, por lo que es razonable que no quieran consistir los beneficios con nadie. Además, y esto es muy importante, son películas que seguramente no se habrían podido hacer nunca sin la valentía de la plataforma (estoy pensando en Roma, El Irlandés, Historia de un matrimonio…) y, sobretodo, en la que todos los implicados eran plenamente conscientes de que estaban trabajando para un proyecto destinado a ser visto vía Internet. Y este detalle es el que hay que recordar cuando lo comparemos con Warner. Y enseguida llego a eso, lo prometo.

Las otras dos líneas de estrenos directos de Netflix son aquellas películas que nadie quiere (algunas con cierto fundamento, como The Cloverfield Paradox, otras más incomprensibles, como Aniquilación) o esas que, por culpa de la pandemia, siendo películas «menores», se habrían perdido, en el supuesto de que todo esto par algún día, en el maremagnum de estrenos que nos esperan en el 2021, con lo que títulos como Orígenes secretos se han visto, sin duda, beneficiados por la oportunidad.

Y en estas que llegamos al último capítulo de la historia. Ya he hablado largo y tendido de la «guerra entre superhéroes» que enfrenta, sobretodo, a Disney/Marvel con Warner/CD, demostrando que los que hablaban de una burbuja a punto de explotar no tenían ni idea de lo que hablaban.

Dos son las películas sobre las que se centraban casi todos los focos de atención (con permiso del ya cansino James Bond). Viuda Negra y Wonder Woman 1984. La primera parece tener asegurado su estreno en cine, más por cabezonería de Kevin Feige que de deseo de Disney, pero con la segunda han optado por el camino de en medio, una opción salomónica que, vista en perspectiva, puede ser la más inteligente. Se trata de estrenar a la vez (este mismo viernes, de hecho), en cines y en HBO Max (sin coste adicional), una medida triste pero necesaria para no seguir arrastrando un estreno que estaba previsto para principios de este año. ¿Cuál es el problema? Pues que de una medida desesperada provocada por la situación se ha pasado a una apuesta de futuro cómoda y que poco o nada tiene que ver con la pandemia en sí. Me refiero a la medida adoptada por Warner de hacer lo mismo con todos los estrenos previstos para el 2021. Eso significa que títulos como Dune o Kong vs. Godzilla se podrán ver directamente en pantallas de televisión (u ¡horror! en el móvil) de forma legal desde el primer día.

La polémica radica en que esta no parece ser una decisión ligada a la pandemia, sigo que esta es una mera excusa para enfatizar la guerra de plataformas que va a envolver a HBO Max y Disney+ en los próximos meses, una guerra en la que no se ha tenido en cuenta, siquiera, a amigos como Legendary, productora participante en las dos películas mencionadas, que ya ha amenazado con acudir a los tribunales.

Auguro malos tiempos para el cine, pero esta sensación catastrofista no es mía en exclusiva. Sé qué muchos dirán que los tiempos cambian y que hay que aceptar nuevas maneras de hacer y ver películas, pero la gran mayoría de cineastas y artistas (por no hablar de los grandes damnificados, las cadenas de distribución) han puesto el grito en el cielo, y el propio Christopher Nolan, el niño mimado de Warner, ha arremetido contra semejante despropósito.

Sé que no son buenos tiempos para el romanticismo, y por más que opine que el cine se debe disfrutar en el cine, con la magia de una sala oscura y en silencio y sin interrupciones, comprendo que esto, en el fondo, es un negocio. Y cada uno debe velar por sus intereses. Pero ni siquiera mirándolo desde ese punto puedo apoyar la decisión de Warner (yo mismo he llamado al boicot contra esta empresa en alguna ocasión), que supone un grave precedente y hace que uno se pregunte cuáles serán sus planes para 2022 en adelante. Porque no creo que, económicamente, haya sido una idea inteligente.

Es muy difícil valorar los beneficios que una película proyectada en streaming reporta a su creadora. Ya he comentado antes el debate que hay sobre la rentabilidad de Mulan (y también he opinado por aquí sobre su estrategia), mientras que nadie termina de comprender del todo como Netflix se puede permitir esos presupuestos multimillonarios, pero lo que está claro es que las plataformas nunca van a conseguir la relevancia del cine.

Pongamos un ejemplo. 6 en la sombra es una de las películas de mayor presupuesto del año pasado y puede que una de las películas más locas y divertidas de su director, Michael Bay. Y aunque es posible que la hayan visto muchos millones de suscriptores y haya sido un gran éxito para Netflix, no va a dejar ni de lejos la huella que dejó La Roca, La Isla o cualquiera de los Transformers del señor Bay. No digo con esto que me parezca mal no haberla podido ver en pantalla grande (una pena sí, desde luego), porque como ya he comentado, la diferencia es que tanto el director como Ryan Reynols y el resto de participantes en la producción sabían de ante mano donde estaban. No como todos los directores y actores que han trabajado en Warner este último año y que se sienten engañados con la decisión de limitar los estrenos en cine. Porque, con la multitud de plataformas y series de las que disponemos hoy en día, cada una de esas películas, a partir de la segunda semana de su estreno, no serán más que parte de un fondo de armario casi infinito que pasará desapercibido para la mayoría de usuarios, eliminando el concepto de película evento que todo el mundo tiene que ver sí o sí.

Luego está en quién va a querer trabajar en esas condiciones, más que por razones económicas. Netflix está recibiendo a lo mejor de lo mejor, con resultados dispares, pero al menos les ofrece una libertad total (a veces incluso contraproducente), lo cual puede atraer a muchos artistas, cosa que totalmente opuesto a las formas garrafas habitualmente en Warner.

La única nota positiva ha sido la manera de contraatacar de Disney, que parece que va a mantener la apuesta por el cine en el deseado 2021 y va a enriquecer Disney+ con multitud de series implicadas en los universos Marvel y Star Wars. De momento, con El Mandaloriano, la primera batalla la ha ganado sin despeinarse. A ver si con los anuncios de las nuevas películas galácticas de Patty Jenkins y Taika Waitiki y el hype que está despertando el multiverso de Marvel en Warner entran en razón y se reconduce la cosa.