Son malos tiempos para las salas de cine y para el mundo del espectáculo en general. Tras unos años convulsos de caídas en taquilla y tibias remontadas, gracias principalmente al efecto dominó de los grandes blockbusters, la situación parecía más o menos controlada hasta que, a principio de 2020 estalló la pandemia mundial que lo cambió todo.
Dejando
un reguero de muerte e infectados con secuelas a su paso, los negocios, grandes
y pequeños, están siendo daños colaterales, de los que los cines, por supuesto,
no se libran. Puede que incluso, aunque no sepan o quieran llorar tanto como
los restauradores, sean de los más perjudicados. Y eso que tras el primer
cierre por el estado de alarma se reportó que con los controles rigurosos que
estaban manteniendo, la incidencia de los contagios en las salas era de cero. Y
aun así, ante la mal llamada segunda ola, fueron de los primeros a los que
obligaron a volver a cerrar; en Catalunya, al menos.
Hago
un inciso para explicar lo de la mal llamada segunda ola. Antes del verano, en
ese impase extraño que hubo entre que el gobierno dijera que iba a mantener las
playas, bares y chiringuitos cerrados hasta septiembre y la confirmación de un
agosto relativamente normal, los grandes expertos sanitarios del gobierno y
otras cabezas pensantes advirtieron del peligro de una segunda ola en octubre o
noviembre, con el frío. Pero en vista de que ese frío apenas está llegando
ahora, tras un otoño agradablemente cálido, yo siempre he sostenido que
estábamos ante el coleteo de esa misma primera ola o un simple avance de la
segunda. Y algo de razón debía tener cuando de repente se alerta de la tercera
ola que llegará en enero (si no antes), causada por el frío y los excesos
navideños, de la que no nos habían hablado en su momento, por más que fuese una
cuestión de pura lógica.
Pero
volvamos a los cines… Ya en su momento, cuando tenía ilusas esperanzas de que
eso tan horrible denominado «nueva normalidad» (odio el simple concepto) fuese sinónimo
de una relativa calma, me preocupé ante el cambio de costumbres de la sociedad.
Tras tanto tiempo sin poder ir a cenar, a tomar una cerveza a una terraza o
cambiar un espectáculo de cine o teatro por la serie que se acabara de estrenar
Netflix, se corría el peligro de que
la gente se acostumbrarse a ello, y aunque con la flexibilidad de las
restricciones todos se han lanzado como locos a por las cervezas y las bravas,
el cine sigue dando miedo. Una prueba más del país «cultural» en el que
vivimos, por más que siempre lloren los mismos (igual el problema de los
restauradores es que son demasiados y les gusta mucho mirarse el ombligo,
ignorando que mientras ellos hacen servicios a domicilios o les amplían las
terrazas sin coste adicional a su alrededor hay librerías (desesperadas sin su
Sant Jordi salvador), locales de estética, tiendas de ropa que pagan un dineral
por estar en un local de un centro comercial que no les permiten abrir,
agencias de viajes y cientos de negocios más en los que nadie piensa porque
mientras podamos tomar una cerveza en la calle todo va bien. Y luego la culpa
será de Amazon, claro, que siempre es
bueno culpar a alguien de lo que nosotros mismos provocamos.
Y
en el caso concreto de los cines, habrá quien, en un ejercicio de cinismo,
piense que no es para tanto, que al fin y al cabo son gente forrada de pasta y
que a Hollywood ya le va bien un escarmiento después de las taquillas
multimillonarias de productos como Endgame,
Star Wars, Fast&Furious y demás. Ejercicio de cinismo, digo, porque
parecen olvidar que la crisis del cine lleva a la quiebra a salas comerciales y
deja en la calle a taquilleros, vendedores de palomitas y otros servicios de
bar, empleados de limpieza, etc, amén de otros empleos colaterales como
publicistas, todo el personal implicado en la elaboración de festivales… Y ya
por no hablar de la propia producción cinematográfica, donde aparte de
productores, directores y actores de sueldos generosos, está también los
carpinteros, electricistas, decoradores, responsables de catering y así hasta
casi el infinito…
El
cine, a lo largo de su historia, ha pasado por diversas crisis, y más o menos
las ha sabido capear: la llegada de la televisión, el vídeo doméstico, las
descargas de Internet y, ahora, las plataformas de streaming. La diferencia con lo que sucede ahora es que anteriormente
la industria estaba unida para combatir la amenaza de turno, pero, con la
excusa de la pandemia (que ya veremos que no es la verdadera causante de la
crisis que se avecina), el enemigo lo tienen en casa. Y es que las últimas
maniobras perpetradas desde Warner
pueden suponer un nuevo clavo en el ataúd del séptimo arte.
Vayamos por partes para analizar cómo empezó todo:
Con la aparición del Covid-19, que nos pilló a todos con el pie cambiado, los primeros en reaccionar fueron los de Dreamworks, que decidieron estrenar Trolls 2 directamente en streaming con muy buenos resultados. Una decisión polémica pero razonable, pues un producto infantil que se alimenta del recuerdo de la primera película no puede quedar en el dique seco mucho tiempo.
Algo
parecido motivo que Atresmedia optar
por ceder los derechos de distribución a Netflix
de Ofrenda a la tormenta, la
conclusión de la saga del Baztan que pese a que sus dos primeras películas se
estrenaron el cine no tenía mucha lógica distancia en el tiempo Legado en los huesos con su conclusión, más teniendo en
cuenta la continuidad entre las mismas.
El
tercer capítulo de nuestra historia lo firmó Disney, cuando tras tener que aplazar varias veces el estreno de Mulan, su película estrella para este
2020, terminaron por apostar una fórmula nueva: estrenarla directamente en su
plataforma de Disney+ pero sumando a
la cuota un importe adicional. El resultado, a nivel económico, es dudoso (hay
tal baile de cifras que según a quien preguntes fue un acierto o un rotundo
fracaso). Dudo mucho que, al menos en España, los datos fuesen muy halagüeños.
Al menos en mi ambiente, donde hay muchos suscriptores de Disney+, nadie optó por el pago, decantándose por volver a los
tiempos de las descargas ilegales, esperar a que pasaran un par de meses y
estuviese disponible de manera gratuita o, simplemente, ignorarla, que tampoco
es que la peli fuese para tirar muchos cohetes.
Es
complicado saber cuál es la fórmula correcta, y yo mismo he elogiado a Netflix por hacer cosas parecidas (me refiero
a lo de «robar» películas a las salas, no a cobrar por ello), llegando a
recibirlo como «el Salvador del cine en época de pandemia», pero los estrenos
de películas de Netflix y lo que
quiere hacer ahora Warner es muy
diferente.
Me
explico: hay tres líneas a seguir en los estrenos de Netflix. Por un lado están las producciones propias que, por más
que se pueda lamentar no ver en pantalla grande, son títulos que ellos han
pagado, por lo que es razonable que no quieran consistir los beneficios con
nadie. Además, y esto es muy importante, son películas que seguramente no se
habrían podido hacer nunca sin la valentía de la plataforma (estoy pensando en Roma, El Irlandés, Historia de un
matrimonio…) y, sobretodo, en la que todos los implicados eran plenamente
conscientes de que estaban trabajando para un proyecto destinado a ser visto
vía Internet. Y este detalle es el que hay que recordar cuando lo comparemos
con Warner. Y enseguida llego a eso,
lo prometo.
Y en estas que llegamos al último capítulo de la historia. Ya he hablado largo y tendido de la «guerra entre superhéroes» que enfrenta, sobretodo, a Disney/Marvel con Warner/CD, demostrando que los que hablaban de una burbuja a punto de explotar no tenían ni idea de lo que hablaban.
Dos
son las películas sobre las que se centraban casi todos los focos de atención
(con permiso del ya cansino James Bond). Viuda
Negra y Wonder Woman 1984. La
primera parece tener asegurado su estreno en cine, más por cabezonería de Kevin
Feige que de deseo de Disney, pero
con la segunda han optado por el camino de en medio, una opción salomónica que,
vista en perspectiva, puede ser la más inteligente. Se trata de estrenar a la
vez (este mismo viernes, de hecho), en cines y en HBO Max (sin coste adicional), una medida triste pero necesaria
para no seguir arrastrando un estreno que estaba previsto para principios de
este año. ¿Cuál es el problema? Pues que de una medida desesperada provocada
por la situación se ha pasado a una apuesta de futuro cómoda y que poco o nada
tiene que ver con la pandemia en sí. Me refiero a la medida adoptada por Warner de hacer lo mismo con todos los
estrenos previstos para el 2021. Eso significa que títulos como Dune o Kong vs. Godzilla se podrán ver directamente en pantallas de
televisión (u ¡horror! en el móvil) de forma legal desde el primer día.
La
polémica radica en que esta no parece ser una decisión ligada a la pandemia,
sigo que esta es una mera excusa para enfatizar la guerra de plataformas que va
a envolver a HBO Max y Disney+ en los próximos meses, una
guerra en la que no se ha tenido en cuenta, siquiera, a amigos como Legendary, productora participante en
las dos películas mencionadas, que ya ha amenazado con acudir a los tribunales.
Auguro
malos tiempos para el cine, pero esta sensación catastrofista no es mía en
exclusiva. Sé qué muchos dirán que los tiempos cambian y que hay que aceptar
nuevas maneras de hacer y ver películas, pero la gran mayoría de cineastas y
artistas (por no hablar de los grandes damnificados, las cadenas de
distribución) han puesto el grito en el cielo, y el propio Christopher Nolan,
el niño mimado de Warner, ha
arremetido contra semejante despropósito.
Sé
que no son buenos tiempos para el romanticismo, y por más que opine que el cine
se debe disfrutar en el cine, con la magia de una sala oscura y en silencio y
sin interrupciones, comprendo que esto, en el fondo, es un negocio. Y cada uno
debe velar por sus intereses. Pero ni siquiera mirándolo desde ese punto puedo
apoyar la decisión de Warner (yo
mismo he llamado al boicot contra esta empresa en alguna ocasión), que supone
un grave precedente y hace que uno se pregunte cuáles serán sus planes para
2022 en adelante. Porque no creo que, económicamente, haya sido una idea
inteligente.
Es
muy difícil valorar los beneficios que una película proyectada en streaming reporta a su creadora. Ya he
comentado antes el debate que hay sobre la rentabilidad de Mulan (y también he opinado por aquí sobre su estrategia), mientras
que nadie termina de comprender del todo como Netflix se puede permitir esos presupuestos multimillonarios, pero
lo que está claro es que las plataformas nunca van a conseguir la relevancia
del cine.
Pongamos
un ejemplo. 6 en la sombra es una de
las películas de mayor presupuesto del año pasado y puede que una de las
películas más locas y divertidas de su director, Michael Bay. Y aunque es
posible que la hayan visto muchos millones de suscriptores y haya sido un gran
éxito para Netflix, no va a dejar ni
de lejos la huella que dejó La Roca, La Isla o cualquiera de los Transformers del señor Bay. No digo con
esto que me parezca mal no haberla podido ver en pantalla grande (una pena sí,
desde luego), porque como ya he comentado, la diferencia es que tanto el
director como Ryan Reynols y el resto de participantes en la producción sabían
de ante mano donde estaban. No como todos los directores y actores que han
trabajado en Warner este último año y
que se sienten engañados con la decisión de limitar los estrenos en cine.
Porque, con la multitud de plataformas y series de las que disponemos hoy en
día, cada una de esas películas, a partir de la segunda semana de su estreno,
no serán más que parte de un fondo de armario casi infinito que pasará
desapercibido para la mayoría de usuarios, eliminando el concepto de película
evento que todo el mundo tiene que ver sí o sí.
Luego
está en quién va a querer trabajar en esas condiciones, más que por razones
económicas. Netflix está recibiendo a
lo mejor de lo mejor, con resultados dispares, pero al menos les ofrece una
libertad total (a veces incluso contraproducente), lo cual puede atraer a
muchos artistas, cosa que totalmente opuesto a las formas garrafas
habitualmente en Warner.
La
única nota positiva ha sido la manera de contraatacar de Disney, que parece que va a mantener la apuesta por el cine en el
deseado 2021 y va a enriquecer Disney+
con multitud de series implicadas en los universos Marvel y Star Wars. De
momento, con El Mandaloriano, la primera
batalla la ha ganado sin despeinarse. A ver si con los anuncios de las nuevas
películas galácticas de Patty Jenkins y Taika Waitiki y el hype que está despertando el multiverso de Marvel en Warner entran
en razón y se reconduce la cosa.
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