Las ganas de volver al cine hacen que uno se atreva con cosas que, en otros momentos, habría mirado con recelo. Y es que, pese a la excepción que supuso El Irlandés (y es que Scorsese es mucho Scorsese), lo cierto es que los últimos papeles de Robert de Niro eran trabajos alimenticios que parecía enfocar con el piloto automático.
No
es que su regreso a la comedia con En guerra con mi abuelo sea como para darle un Oscar, pero al menos logra
acomodarse en un género que no le es desconocido y que le proporcionó una de
sus últimas alegrías mediante la saga Los
padres de ella.
Hay
mucho en común entre esta película y aquella saga, con el conflicto
generacional de nuevo como eje central con la diferencia de que ahora los dos
antagonistas, pese a su diferencia, se queden, no como les pasaba a Ben Stiller
y su inminente suegro.
Aunque
la cosa no pareciese prometer mucho (va de un niño que declara la guerra,
literalmente, a su abuelo para recuperar su habitación), lo cierto es que el
humor absurdo y alocado de Tim Hill, que segura aquí como director en imagen
real pero que es máximo responsable de un buen puñado de éxitos de animación,
incluyendo la desternillante última película de Bob Esponja.
Con
un reparto de secundarios de lujo donde destacan Christopher Walker y Jean
Seymour (Uma Thurman quizá sea la que parece más perdida), la película es una
sucesión de haga a cual más tronchante, que rehúye del sentimentalismo barato y
sólo se pone algo sería cuando juega a funcionar como metáfora sobre las
auténticas guerras, con sus víctimas y bajas colaterales. Sin embargo, es un
apunte mínimo para decorar una película que se ve con una sonrisa constante y
bastantes tramos de carcajadas descontroladas.
Quizá
en el fondo todo sea una tontería cargada de tópicos, pero llevaba tiempo sin reírme
tanto con una película, y pocos motivos mejores hay para regresar a una sala de
cine.
Valoración:
Ocho sobre diez.
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