martes, 29 de marzo de 2022

Artículo: EL OSCAR DE MUHAMMAD ALI

Mucha pereza me daba esta edición de los Oscar. Incluso me planteé no ver siquiera la gala. Puede que mi reciente paternidad influyera en ello (las noches ya no son iguales, amigos), pero creo que lo que pesó más es que de las películas nominadas hay una parte de ellas que no he podido ver aún (caso de Coda, El método Williams, Tik tik boom! o Spencer) y otra parte que, perdonadme, ni sabía de su existencia (como La hija oscura, Drive my car o Los ojos de Tammy Faye). Sin embargo, al final me pudo la curiosidad y, aunque sin las palomitas y la parafernalia de otros años (la vi desde la cama, lo confieso), terminé por seguir la gala hasta unas dolorosas seis de la mañana.

Tampoco voy a recrearme mucho con mi comentario, pues más allá de que sigamos estando en una época extraña (no tanto como el año pasado, pero casi), lo cierto es que hace tiempo que perdí la fe en unos premios que han dejado de lado la calidad para centrarse en una especie de gafapastismo de cuatro duros de la que solo se habría salvado si, como en la época gloriosa en la que se reconocía la tremenda labor que supuso llevar a cabo proezas como Titanic o El Señor de los Anillos, Dune hubiera arrasado. Y aunque fue la triunfadora a nivel numérico, todas sus estatuillas fueron de carácter técnico, algo que, con el boicot insistente a Marvel (se inventan eso de película más popular y Ejército de los muertos triunfa sobre Spiderman: no way home, que queda en cuarta posición por debajo de Cenicienta y (¿me puedo reir ya?) El fotógrafo de Minamata).

El caso es que ganó Coda, que aunque no he visto me satisface profundamente ya que El poder del perro me pareció un peñazo increíble. Como increíble me parece el Oscar a su directora, que hace un buen trabajo visual pero nada comparado con esa segunda juventud que demuestra Spielberg y la magia que desprende cada una de las escenas de su West side Story. No entiendo que lo que más se valore de la película de Campion sea su mentase contra la toxicidad masculina pero se la ignore precisamente en el apartado del guion.

Como decía, ganó Coda, lo que me da pie a volver a arremeter contra los pesados que critican el cine de verdad (es decir, el que va a ver la gente a los cines, ya sea Marvel, Fast&Furious o lo que tercie en cada momento) con la cantinela de que todo son franquicias, ya sea en forma de secuela, remake, reboot… Pues para que quede bien claro, tampoco Coda tiene nada de original, ya que es una secuela de la película francesa La familia Bélier, que por cierto, si me ha de servir como referencia para ver la peli de Sian Heder (o la mujer que con el mejor guion del año hace la mejor película del año pero no merece ser siquiera nominada como director), mejor me lo ahorro. Ni de independiente, ya puestos, que al fin y al cabo la ha pagado Apple.

Por quedarme con lo bueno, me quedo con el Oscar para mi adorado Kenneth Branagh por Belfast y con el toque español de El Limpiaparabrisas, aunque me hubiera hecho ilusión que Bardem, Cruz o Iglesias hubiesen rascado algo también.

Pero todo esto no importa, ya que desbancando a la pifia histórica de La la land y Moonlight, esta ceremonia no será recordada ni por excluir del directo a muchos de sus premios ni por la gracia que pudieran o no tener sus tres presentadoras. Esta ha sido la gala, para bien o para mal, de Will Smith, ese actorcillo que molaba cuando era cómico y que me aburre desde que se volvió llorón (debe ser por eso de haber sido llamado por Dios para amar y proteger –a su manera, claro- a las personas), que decidió que es mejor gastar bromas que recibirlas y que cuando Chris Rock se burló (muy desafortunadamente, eso sí) de su esposa, decidió que lo del justiciero americano le pegaba mucho y que, ya que le iba a robar el Oscar a Benedict Cumberbastch, mostrar la mejor cara de la masculinidad tóxica y agredir física y verbalmente al payasito de turno, rematándolo con un discurso de agradecimiento tras el premio (que deberían retirarle) victimista en el que solo le faltó pedir el voto para Vox.

En fin, que al final la gala fue histórica y consiguió lo que no se había logrado desde hace años: ser el tema de conversación del todo el mundo al día siguiente. Por unos minutos, la guerra en Ucrania, la crisis de los transportistas y las subidas de precios fueron secundarias. Quizá solo por eso ya merezca el señor Smith nuestro agradecimiento.

De Coda, como de Moonlight, Normadland y otras, nadie se acordará en unos meses. Lo de Smith y Rock pasará a la historia.

Visto en Amazon Prime: AGUAS PROFUNDAS

Hacía tiempo que no sabíamos nada de Adrian Lyne, el director que tocó el cielo con Nueve semanas y media pero que tiene clásicos como Flashdance, Atracción fatal, Una proposición indecente o Lolita. Concretamente veinte años han pasado desde su último trabajo, Infiel, y tras ver (o mejor dicho, soportar) Aguas profundas, pocos me parecen…

No sé si este trabajo sea el capricho de un señor que se aburre en su jubilación o cuál ha sido la cadena de sucesos que ha provocado tan soporífero proyecto, pero poco hay que salvar de esta película, más allá que el tono sombrío de Ben Affleck y la ambigua relación matrimonial con Ana de Armas invitan a revisionar la magnífica Perdida, de David Fincher, a la que por un momento parece quererse parecer pero no llega ni a la altura del betún (¿es cosa mía o estoy viendo muchas referencias a Fincher últimamente?).

El caso es que sin haber leído la novela de Patricia Highsmith (autora de Extraños en un tren, Carol o, sobretodo, El talento de Mr. Ripley), no hay nada en el argumento de Aguas profundas que me parezca estimulante, agradeciendo, por una vez, que no haya pasado por cines y así habernos ahorrado el precio de la entrada.

Con una escena subidita de tono entre Affleck y De Armas, el currículo de Lyne y el comentado aunque breve romance real de sus protagonistas, toda la promoción parecía centrarse en las escenas de sexo del film, que ni están ni se las espera. Hay, en su atmósfera, elementos para un buen thriller, pero nadie de sus responsables ha sabido elegir bien como para llevarlos a buen puerto, resultando todo una continuación de escenas deshilachadas, plomizas y con personajes desdibujados. Puede que se pretendiese hacer una lección sobre la toxicidad masculina o el amor obsesivo, pero de ser así, no se consigue en absoluto, llegando a un desenlace en la que el espectador está ya agotado de que le tomen el pelo con situaciones incomprensibles y decisiones muy dudosas por parte de los protagonistas que provocan que el final, por mal explicado que esté, sea de agradecer.

En resumen, tan mala como se presagiaba. Un paso atrás en la impecable trayectoria que Ana de Armas estaba teniendo en Hollywood y quizá el motivo por el que Ben Affleck ha decidido centrarse más en papeles segundarios que en seguir como protagonista.

 

Valoración: Tres sobre diez.

Visto en Netflix: UN LUGAR SEGURO

Hay modas que cuesta detener, y aunque las últimas series estrenadas en abierto no han funcionado como se esperaba, me da la sensación de que tenemos producción audiovisual turca para largo. No es que me queje, siempre es bueno conocer la filmografía de otros países y plataformas como Netflix han permitido dar visibilidad a productos de los que el público mayoritario huiría.

De todas formas, no es que hablemos de cine con mucha personalidad, ya que si algo caracteriza a todas estas producciones turcas como los seriales del tipo Love is in the air o películas como Tácticas en el amor o la que nos ocupa es la de tratar de parecer lo menos turcas posibles, mostrando con orgullo las preciosas vistas del Bósforo a la altura del Cuerno de Oro, pero ni rastro del bazar o las mezquitas.

Es por ello que Un lugar seguro quiere jugar a parecer una dramedia tan americana como la que más, entrando además en el subgénero de «trama romántica con enfermo terminal de por medio». Sin embargo, la realidad es que no solo logra parecerse sin complejo a las películas en las que pretende verse reflejada sino que incluso las supera, pues sin ser nada del otro mundo por lo menos consigue algún que otro elemento diferenciador que se agradece. Por ejemplo, el ser, en el fondo, una feel good movie pese a tener la muerte como telón de fondo, no queriendo caer en la compasión y tratando la enfermedad (de manera algo ficticia, eso sí, que puestos a morir joven a cualquiera le gustaría hacerlo como se nos presenta aquí) más como una cuenta atrás que como un momento de agonía. Por otro lado, el elemento «niño» rompe también la mayoría de esquemas del amor apasionado pero con fecha de caducidad que puso de moda, hace ya décadas, Love story y que tiene un referente bastante actual en Antes de ti o Bajo la misma estrella.

Melisa es una joven madre soltera que nunca ha sentido la necesidad de tener pareja hasta que le comunican que le quedan cinco meses de vida y emprende una búsqueda en busca de un padre para el chaval, resultando elegido un empresario algo huraño llamado Firat.

Más allá de esto, la película cumple con todos los tropos del género, tales como la amiga/confidente, el enamoramiento imprevisto, la dolorosa ruptura al borde del tercer acto… pero todos ellos están muy bien incorporados, cumpliendo su función a la perfección y permitiéndose, incluso, un giro final que, pese a rozar lo inverosímil, funciona muy bien.

Así pues, de nuevo una producción turca dela que no cabía esperar mucho se traduce como un film amable y digno, capaz de enternecer al respetable y con un trabajo interpretativo y de realización bastante destacable.

No es la Turquía con olor a especias y kebab, pero tampoco la necesitamos para este tipo de historias.

 

Valoración: Siete sobre diez.

Visto en HBO Max: LO QUE HACEMOS EN LAS SOMBRAS T3

Al fin ha llegado a HBO Max la tercera temporada de Lo que hacemos en las sombras, la serie creada por Jemaine Clement a partir de la película que él mismo coescribió y codirigió junto a Taika Waititi, y lo hace con una mala noticia: todo apunta a que será la última temporada.

A nivel estructural, la temporada adolece un poco de lo mismo que la segunda: un arranque algo dubitativo, muy episódico, para ir comando carrerilla y encontrar una línea argumental a partir del ascenso de los protagonistas al Consejo Vampírico.

En esta temporada se refuerza un poco la presencia de los que, a la larga, han sido los personajes revelación, auténticos roba escenas que han llegado a eclipsar incluso a los tres vampiros protagonistas y que, de haber alargado más la serie, habrían terminado por convertirse en un problema. Me estoy refiriendo, por supuesto, a Guillermo, que ya en la pasada temporada tuvo un papel muy destacado, revelándose que era un descendiente directo de Van Helsing, y a Colin Robinson, el vampiro energético que quizá esté ahora menos divertido pero cuya presencia ha ganado en peso dentro de la estructura familiar.

El consejo vampírico y la búsqueda del origen de los vampiros energéticos serán los dos principales temas de la temporada, que desembocarán en dos situaciones inusuales. Por un lado, el nacimiento de una insospechada amistad entre Laszlo y Colin Robinson y por otro la depresión de Nandor, que debe lidiar al frente del consejo con las ansias de poder de la propia Nadja.

La serie, con sus más y sus menos, mantiene un buen nivel, compensando la lógica pérdida de frescura con el cariño cada vez mayor que uno coje a los personajes, aunque se diría que hay un ligero aumento de humor de brocha gorda que no necesitaba la serie. Con todo, la amenaza de una despedida (y aunque no hay anuncio oficial, así lo augura el episodio final) provoca una profunda tristeza, más cuando no es un final en plan celebración, triste pero nostálgico y amable a la vez, como fueron los casos de Friends o The big bang theory, por nombras dos ejemplos de comedias ya finalizadas, sino que, como no podría ser de otra manera, se despide con una patada en las pelotas del espectador, manteniendo la línea de gamberrismo y desconcierto y haciendo que uno ponga cara de WTF ante el televisor.

Me queda, en caso de ser un final definitivo, la tristeza de no haberme podido despedir de esos protagonistas (casi) invisibles, los cámaras de televisión, con los que Clement sabe jugar lo suficiente como para darles un papel más activo que en, por ejemplo, Modern Family, ejemplo de sitcom que seguía el estilo popularizado por The office.

Suenan rumores de que, pese a todo, podría haber continuación si en FX dan su bendición, aunque el temor de alargar demasiado el chicle me hace tener el corazón dividido ante tal posibilidad.

Sea como sea, ya están disponibles los (hasta ahora) últimos diez episodios de la serie y es solo cuestión de tiempo averiguar si los vampiros más extravagantes del panorama audiovisual van a regresar a hacer de las suyas o no, aunque tal y como termina todo, no lo van a tener nada fácil para volver a ser una «familia», aunque sea tan poco convencional como la suya.

sábado, 26 de marzo de 2022

Cine: MALNAZIDOS

Impulsada por la poderosa maquinaria de Mediaset (e ignorando en la campaña publicitaria que Netflix también está por medio, no sea que a alguien se le ocurra esperar a que se estrene en la plataforma), Malnazidos se ha convertido en el último gran éxito del cine español, pese a llevar dos años esperando turno para ser estrenada por culpa de la pandemia.

Aunque los detractores más rancios de nuestro cine podrían quejarse ante «otra película española sobre la guerra civil», la potente campaña publicitaria la ha convertido en una película para todo tipo de público, que la describen como sorprendente y original. Nada más lejos de la realidad. Malnazidos es un festival friki que, adaptando la novela de Manuel Martín Ferreras, Noche de difuntos del 38, propone una mezcla loca y desmadrada de cine bélico, acción, comedia y terror, juntando zombis con nazis y homenajeando directamente a Romero (frases textuales incluidas) y Carpenter (de quien incluso toma prestado un tema musical.

No es, por tanto, una película demasiado novedosa, y el recuerdo de Overlord está ahí, de manera que sigue a pies juntillas todos los tropos propios del género Z. ¿Estoy, por ello, criticando a la película? Ni mucho menos. Solo pretendo hacer un aviso para navegantes y constatar que, se diga lo que se diga, esta es una película de zombis pura y dura y va a gustar, principalmente, a los amantes de las películas de zombis.

Dejando claro esto, hay que reconocerle sus valores, que son muchos, algo ya no tan habitual en el género. Dirigida a cuatro manos por Alberto del Toro y Javier Ruíz Caldera (que se saca así la espinita de la fallida SuperLópez), Malnazidos tiene un ritmo intachable, alternando con mucha naturalidad el humor con la acción y dejando varias secuencias para el recuerdo. Puede que el argumento en sí no sea nada del otro mundo, así como su resolución, pero eso es lo de menos pues apoyándose también en un gran elenco de actores, entre los que destaca un gran Miki Esparbé a los que le sigue muy de cerca Aura Garrido y Luis Calleja, la película resulta ser un entretenimiento con mayúsculas, un divertimento muy macabro que, además, acierta en ser todo lo truculenta que debe ser sin abusar por ello del gore, resultando así más accesible de lo habitual pero sin caer en la ñoñería de Guerra Mundial Z, por ejemplo (muy acertado el recurso de las salpicaduras de sangre en los tiroteos).

En resumen, que estamos ante una película de zombis de manual, sí, pero una película muy bien hecha, a la que se le ha puesto mucho cariño y suficiente libertad para ser una obra con identidad propia a la altura de Rec Génesis, la última gran obra Z de nuestro país, jugueteando además con la posibilidad de hacer un discurso leve pero nada maniqueo de lo absurdo de la guerra y lo doloroso, a la par que ridículo, de enfrentarse entre hermanos, algo que no nos cansamos de repetir a lo largo de la historia, tal y como el señor Putin nos acaba de recordar.

 

Valoración: Ocho sobre diez.

Visto en Netflix: GOLPE DE SUERTE

Posiblemente la presencia del guionista de Seven, Andrew Kevin Walker, sea el principal reclamo de la película Golpe de suerte (que escribe en equipo con Justin Lader a partir de una historia en la que también participan el actor Jason Segel y el director Charlie McDowell), aunque es de justicia advertir que tampoco es que el hombre haya tenido ningún gran éxito después del brillante libreto para David Finsher (y es que como ya comenté a raíz de The Batman, la sombra de Fincher es alargada).

Golpe de suerte es una película que argumentalmente se podría clasificar como de home invasión, ya que la trama versa sobre un atracador algo patán que entra en una residencia algo aislada y, al ser sorprendido por los dueños, los retiene en contra de su voluntad. Sin embargo, su principal mérito es que logra esquivar todos los tópicos de este tipo de films, resultando en ese aspecto novedosa y harto curiosa. McDowell sustituye el suspense y el terror por un humor negro bastante insano y cínico y confía abiertamente en el talento de los tres protagonistas principales (y casi únicos) de la función: Lily Collins, Jesse Plemons y el mencionado Segel.

El problema radica en que si bien saber manejar ese nuevo enfoque, no es igual de preciso con el ritmo, haciendo que la película sufra bastantes baches que la tornan pesada y difícil de digerir. Es cierto que en caso de aguantar hasta el final, el desenlace puede resultar recompensa suficiente, pero no estoy seguro de que vaya a ser tarea sencilla llegar hasta el mismo.

Por tanto, película oscura y algo gamberra, cuyo morbo por descubrir hacia donde se encamina todo puede no llegar a justificar su visionado.

 

Valoración: Cinco sobre diez.

viernes, 25 de marzo de 2022

Visto en Movistar: NASDROVIA

Una cosa es opinar sobre una película o una serie y otra muy diferente recomendar. Lo segundo es mucho más complicado, ya que no solo cuenta el gusto del que escribe sino que debe tratar de identificar el gusto de aquel al que va dirigida la recomendación.

En ocasiones, sin embargo, es muy sencillo. Tal es el caso de Nasdrovia, una serie a la que me acerqué por sus actores y que, sin atraparme demasiado, terminé viendo casi de una sentada en su primera temporada. Recientemente, en Movistar se han dedicado a anunciar a bombo y platillo el estreno de la segunda, a la que ellos mismos califican como de «temporada final» y, antes de entrar a valorar sus virtudes y defectos, ya os anticipo una cosa: o vale la pena verla. Y no vale la pena verla porque, aunque ellos hablen de final, la realidad es que se trata de una cancelación en toda regla, y sin entrar en el spoiler ya os anticipo que el último episodio concluye con un cliffhanger enorme, tanto que aquí no cuela eso de «lo importante es el camino». Un final tan abrupto que me hace lamentar el tiempo que he dedicado a estas dos temporadas que ahora sé que no tienen sentido alguno.

Pero por si acaso alguien quiere atreverse aún a ver la serie, os informo de que se trata de una dramedia sobre dos abogados, expareja, que cansados de defender a corruptos se asocian con un cocinero para poner en marcha un restaurante ruso, sin saber que morirían de éxito y terminarían dando cobijo a un clan de la propia mafia rusa.

Tras una `primera temporada algo irregular, con Hugo Silva no demasiado metido en el papel y una Leonor Watling que se hace un poco cansina con el juego de romper la cuarta pared constantemente, en la segunda se sube la apuesta, ampliando escenarios y viajando hasta Rusia para profundizar más en la red mafiosa, pero noto como que les sigue faltando un punto para coger el tono adecuado. Hay momentos en que se ponen demasiado serios y reiterativos en sus discursos, haciéndole falta un poco más de locura y mala leche. Quizá el tono salvaje aunque inverosímil de, por ejemplo, Sky rojo, le habría sentado mejor.

En fin, que como propuesta no está mal del todo, teniendo sus puntos y aceptando las trampas que propone, pero todo eso cae en saco roto cuando el desenlace final está planteado para mostrarlo en una tercera temporada que nunca va a llegar.

Visto en Netflix: HASTA QUE NOS VOLVAMOS A ENCONTRAR

Dirigida por Bruno Ascenzo, esta coproducción hispano-peruana resume todos los males endémicos del género de la comedia romántica. Si hace poco hablaba, a raíz de Quiero que vuelvas, de la necesidad que tiene el género en renovarse, con Hasta que nos volvamos a encontrar se demuestra claramente los motivos.

Hasta que nos volvamos a encontrar es, sobre el papel, una simpática historia sobre un emprendedor español que, acosado por el peso del legado familiar, viaja hasta Cusco con la pretensión de edificar allí un mega hotel de siete estrellas, donde conoce a una lugareña que le va a enseñar a ver el mundo de otra manera y que, por descontado, no va a simpatizar nada con la idea de construir semejante monstruo arquitectónico en ese paraíso natural.

No hay nada novedoso en el planteamiento de la historia, de hecho recuerda mucho a la mucho más amable A  1.000 kilómetros de la Navidad, pero lo verdaderamente sangrante es la puesta en escena. Con un insulso Maxi Iglesias como ombligo del mundo y Stephanie Cayo como mochilera objeto del deseo, la película está totalmente construida alrededor de ellos, dejando a los paisajes (a los que les habría venido de perlas un director de fotografía algo más laborioso) como tercer protagonista. Más allá de estos tres elementos y la endeble moralina de enfrentar a los constructores con los espacios naturales, no hay apenas nada que rascar en una película tan insultantemente previsible como plana, en la que ni hay un verdadero conflicto ni se le espera.

Al final, lo que tenemos es una sucesión de cosas, sin que las motivaciones de los personajes justifiquen realmente sus progresos ni que nos creamos sus personalidades en ningún momento. No hay una verdadera construcción de personajes, y la acción avanza porque sí, por capricho del guion, sin que nada de lo que sucede avance de manera fluida y natural.

No es una película horrenda, y seguro que hará las delicias de aquellos que solo esperen una dosis de romance con dos chicos guapos al abrigo de un paraje espectacular, pero hay que exigirle mucho más a una película que parece conformarse con ofrecerlo mínimo confiando en llegar a un sector del público entregado a este tipo de propuestas y despreciando al resto.

Una verdadera lástima, ya que solo por ver las vistas peruanas ya merecería verse la película. Pero la balanza, esta vez, dice no…

 

Valoración: Cuatro sobre diez.

Visto en Disney+: EN LA TORMENTA

En la tormenta es una de esas películas en las que no conviene pensar demasiado. Un grupo de desconocidos atrapados en una casa, una tormenta de nieve y un misterio que señala que uno de ellos es un peligro potencial. Una trama clásica de las novelas de Agatha Christie y que desemboca en un guion lleno de giros y trampas que atrapa desde el primer momento gracias a que el director Damien Power no se anda por las ramas y va siempre directo al grano, consiguiendo que en apenas una hora y media la sensación de claustrofobia no decaiga en ningún momento.

Es una película interesante, muy intensa y angustiante, donde los actores ayudan a hacer creíble la trama y con un insano trasfondo aterrador, sin apenas cabida para el humor. Una película puzle donde todos pareen sospechosos y se juega con el espectador al gato y al ratón, buscando desorientarlo constantemente.

Esto conlleva un claro problema, y es que es difícil mantener siempre la verosimilitud. Por eso he empezado el análisis señalando que es una película para no pensarla demasiado, para dejarse llevar por ella y disfrutar durante el visionado, quizá con unas palomitas, tratando de averiguar quién es el culpable y hacia dónde va todo. Porque si se analiza tras una ligera reflexión, todo cae al vacío y nos podemos sentir como si nos hubiesen estado tomando el pelo. Pero no, no nos lo están tomando. Simplemente Power pretende ofrecer un divertimento sin pretensiones mareándonos un poco e invitando a que, tras los créditos finales, nos podamos dedicar a otra cosa.

Quizá no todo el mundo sea capaz de entrar en la historia con facilidad, pero si lo consigue y se deja engañar por esta absurda ratonera nevada, sin duda podrá pasar un buen rato jugando a los detectives con mucha menos mala leche de la que tenían Los Odiosos ocho de Tarantino.

 

Valoración: Seis sobre diez.

Visto en Netflix: CANGREJO NEGRO

Dentro de los muchos géneros cinematográficos que existen, hay un puñado concreto a los que Netflix ha mimado especialmente, como las comedias románticas, las películas navideñas, el género zombi… y, desde el brutal éxito de A ciegas, la aventura post apocalíptica, como demuestran títulos como Cargo, Love & monsters, El final de todo o series como Snowpiercer.

En Cangrejo negro, la situación apocalíptica viene dada por un conflicto bélico, lo cual le da un carácter más aterrador si cabe por la situación real que estamos viviendo actualmente entre Ucrania y Rusia. No se molesta la película de Adam Berg en dar muchos detalles alrededor del conflicto, ni tampoco es demasiado necesario. Al fin y al cabo, los huecos en la historia que se nos presentan son los mismos que termina por tener el ciudadano de a pie cuando algo así llega a suceder. No deja de ser significativo que al bando contrario se le denomine, escuetamente, «el enemigo», invitando a reflexionar sobre quienes pueden ser, en el fondo, los malos de la película.

En esas se encuentra Caroline, una soldado forzosa cuya desaparición de su hija motiva sus acciones. Cuando ella y otros cuatro soldados más son enviados a una misión casi suicida pero que puede suponer el final de la guerra, la esperanza de reunirse con la niña (que parece ser se encuentra en un campo de refugiados en el lugar de destino de la misión) es lo que va a hacerle sacar fuerzas de la nada para tratar de acometer la orden.

Con una fría fotografía y un buen ritmo narrativo, Berg nos sumerge en la acción desde su impactante prólogo, consiguiendo que la tensión no decaiga en sus casi dos horas de metraje y consiguiendo que, pese a la intención evidente de carne de cañón que tienen sus compañeros de viaje, los personajes secundarios interesen y ayuden a componer el drama que rodea a las escenas de acción.

Al final, tenemos un solvente cruce entre cine de supervivencia y bélico, esquivando el humor para apostar por el drama más desgarrador, dejando que la tensión sustituya a la sorpresa y logrando una tensión muy eficaz durante la mayoría de la película, decayendo un poco, quizá, en un tramo final que no está a la altura de lo visto hasta el momento. Y es que cuando se llega a la base de destino la película muta ligeramente, haciendo que se eche en falta la aridez helada que acompañaba al film hasta entonces.

Con todo, esta propuesta sueca que sirve como lucimiento para Noomi Rapace es intensa y emotiva, un buen ejercicio angustiante y con un dilema moral que invita a reflexionar sobre la dualidad de la guerra y el «todo vale» para conseguir la victoria.

 

Valoración: Seis sobre diez.

Visto en Apple TV: LA TRAGEDIA DE MACBETH

Debo confesar que, salvo honrosas excepciones, no soy muy fan de los «ataques de director» que provoca que muchos realizadores inventen (o eso pretendan) a la hora de jugar con las narrativas. Aunque en ocasiones el resultado es interesante (me viene a la mente El hijo de Saúl, por ejemplo), en muchos casos el uso de la pantalla cuadrada (se trata del llamado formato académico, filmado en 35 mm con un ratio de 1.37 : 1) me resulta más un ejercicio de pedantería que otra cosa.

Joel Coen abraza este formato en su primera película alejado de su hermano Ethan sumándole, además, un intenso blanco y negro que, sin terminar de ser santo de mi devoción, es compensado con las muchas virtudes de la película.

La tragedia de Macbeth es una nueva versión del clásico de Shakespeare, quizá la obra más popular del dramaturgo tras Hamlet y Romeo y Julieta, y con tantos precedentes (me vienen a la mente los nombres de directores como Orson Welles o Roman Polanski y actores como Michael Fassbender y Marion Cotillard) entiendo la necesidad de Coen de buscar un distanciamiento estético de estos.

La película protagonizada por Denzel Washington, Frances McDormand o Brendan Gleeson entre otros se mueve a medio caballo entre el cine y el teatro, consiguiendo una mezcla extraña pero efectiva. Se podría decir que tanto las interpretaciones como las intenciones de la cámara apuntan hacia el cine (no hablamos de un abuso de la teatralidad, como sucedía con Fences, también con Washington como protagonista), mientras que la austeridad de decorados remiten más al teatro (de hecho, toda la película, salvo la escena final, está filmada en interiores, más concretamente en decorados montados en un estudio de sonido).

Destacando por el derroche d talento de sus actores y por una labor impagable del director de fotografía Bruno Delbonnel, la película es un drama con tintes de terror y angustia psicológica cuya única pega, una vez más, es la de verse relegada a las pantallas de un televisor. No es, por su tema y concepción, una película para todo tipo de público, eso es evidente, pero aun así habría merecido poder ser disfrutada en pantalla grande.

 

Valoración: Siete sobre diez.

miércoles, 23 de marzo de 2022

Visto en Netflix: EL PROYECTO ADAM

Los que me conocéis ya sabéis que soy un fanático de las películas de viajes en el tiempo. El tema, por más que pueda carecer de rigor científico, es de lo más apasionante, y El Proyecto Adam presenta una nueva vuelta de tuerca al género.

Concebida para repetir el éxito que Ryan Reynols (actor) y Shawn Levy (director) tuvieron con Free Guy, la película gira en torno a Adam, un viajero del futuro que debe pedirse ayuda  a sí mismo en su versión de doce años para, precisamente, evitar que los viajes en el tiempo existan.

No esperéis aquí ningún debate filosófico ni existencialista alrededor del concepto del viaje en el tiempo, ni queráis profundizar demasiado en sus ramificaciones científicas (siempre bajo el prisma teórico de la física cuántica). Esto no es La llegada ni, afortunadamente, Tenet. Aquí no hay que plantearse si estamos ante una propuesta determinista, si apostamos por la simultaneidad o existen los universos paralelos. No hay cabida para teorías rebuscadas, pues Levy apuesta directamente por la acción y la diversión y, cuando quiere ponerse serio, lo hace desde la emoción, dejando la ciencia totalmente de lado.

Por eso, más allá de paradojas temporales, esto va, en el fondo, sobre el dolor de un niño/adulto por la prematura muerte del padre y la posibilidad del perdón/comprensión al encontrarse milagrosamente ante él. Esa es la maravilla del viaje en el tiempo que propone El Proyecto Adam y ahí está el plato fuerte del film.

Como espectáculo, la película funciona con corrección, aunque no es que las escenas más espectaculares sean su plato fuerte, no por causas presupuestarias sino, posiblemente, por las prisas en los acabados, uno de os argumentos en contra del streaming y a favor del cine de pantalla grande.

Es preciso reseñar la buena química entre Reynols y su yo joven, interpretado por un desconocido Walker Scobell. Con un Reynols más comedido de lo habitual, sus interacciones con Scobell son brillantes, convirtiendo ese desdoblamiento en una especie de relación fraternal, más allá de la simple dinámica mentor/alumno. Ello provoca que sean el centro de la función constante, llegando a eclipsar al resto de estrellas que participan en la función (Mark Ruffalo, Jennifer Garner, Zoe Saldana o Catherine Keener), alejándose por momentos de la ciencia ficción más pura para adentrarse en el terreno de la aventura juvenil con ecos al cine de los ochenta.

Es, en resumen, una muy entretenida apuesta de acción y emotividad ideal para toda la familia, con la dosis justa de humor y solo carente de algo más de espectacularidad en su puesta en escena.

 

Valoración: Siete sobre diez.

Cine: THE BATMAN

Una vez más (y parece que no aprendemos) nos encontramos ante un estreno de los considerados importantes que han suscitado más odio y opiniones encontradas que otra cosa. The Batman, la nueva versión de la historia del hombre murciélago propuesta por Matt Reeves, es de esas películas que parece que solo puedes odiar o amar y de nuevo me siento un bicho raro al encontrarme en medio del radicalismo que parece envolver a la película. Reconozco que me siento mucho más cerca de una postura positiva que negativa hacia la película, pero aunque el buen crítico debe limitase a valorar lo que se ve en pantalla si dejarse influenciar por elementos externos, confieso que escuchar hablar tanto de obra maestra me hace pensar más en lo negativo que en lo positivo.

Porque sí, The Batman es una muy buena película, con personajes interesantes, actuaciones muy buenas y una fotografía impecable. Pero dista mucho de ser una obra maestra. Y eso se debe, ante todo, a su guion, un guion que nos han repetido hasta la saciedad que nos iba a mostrar al Batman más detectivesco y que luego no ha sido para tanto. Estamos ante una película más propia del cine negro que del de capas y mallas, desde luego, pero sigo sin ver en el protagonista al «mejor detective el mundo», tal y como nos prometieron. Si acaso, vemos un atisbo de lo que puede llegar a ser, pero estando en un año dos desde su creación comete errores de novato que no terminan de casarme con el personaje.

Es evidente que Matt Reeves ha querido distanciarse de los tópicos del género superheróico (otra cosa es si ha llegado a conseguirlo) sin caer tampoco en la racionalización extrema del cine de Nolan, pero el problema es que para hacerlo se ha fijado en unos referentes a los que más que homenajear ha estado a punto de copiar. Como ya sucediera en la española Orígenes Secretos (para que veáis que Reeves tampoco ha inventado nada), The Batman bebe mucho (demasiado) del Seven de David Fincher, teniendo también muchos reflejos de Zodiac y de la serie de Mindhunter. Los paralelismos son inevitables, pero Fincher es mucho Fincher para querer jugar a imitarlo, y ahí Reeves sale perdiendo en la comparativa.

The Batman es oscura, demasiado, y huye conscientemente del humor, algo que en el personaje puede ser más o menos aceptable (más aceptable, al menos, que en tipos como Superman, por más que en El hombre de acero nos lo quisieran hacer creer), pero su falta de originalidad es preocupante. Como esa moda de dar un giro a la izquierda que parece que sea obligatorio ensuciar el nombre de todos aquellos relacionados con el poder y el dinero (ya ensuciaron la figura de Thomas Wayne en Joker y aquí van por el mismo camino) o convertir a los villanos en revolucionarios con seguidores fieles que lo consideran un héroe antisistema. Cosas empleadas en títulos como V de Vendetta o en la misma serie de La casa de papel pero que sin salirnos del propio Batman ya hemos visto con los admiradores del Joker en el film de Todd Phillips o con Bane en la catastrófica conclusión de la trilogía del Caballero Oscuro de Nolan. De nuevo se juega a lo mismo con un Acertijo que en nada se parece al que interpretara Jim Carrey en la temible Batman Forever y que juega, por momentos (por seguir con las referencias) a ser Jigsaw.

No puedo perdonarle tampoco (y poco se ha hablado de esto) de una burda decisión de guion alrededor que afecta directamente al personaje de Alfred (y de la que no voy a dar más detalles por no caer en el spoiler) y que me parece una de las decisiones más tramposas (y por ende, indignantes) del film.

Como digo, el ensalzamiento dela película me hace recapacitar en todas sus carencias, en esa colección de defectos que me hacen escandalizarme contra los que hablan de obra maestra. Porque para reconocer que Robert Pattinson cumple como Batman (otra cosa es como Bruce Wayne, al que todavía se le está esperando), que esta nueva Catwoman ya sea erigido en la memoria como la mejor de las cuatro que hemos visto en pantalla grande, que el Batmovil (homenaje confeso al Christine de Stephen King) mola mil y aplaudir el tono oscuro, corrupto y deprimente de Gotham ya hay muchos medios.

En resumen, que aunque pueda no parecerlo, la película me gustó. Quizá le pese demasiado la duración y todo el clímax final es algo fallido, pero no deja de ser un buen entretenimiento y una nueva vuelta de tuerca al personaje, alejado de lo que el cine nos había mostrado hasta ahora. Una buena adaptación pero que, lo siento por quien piense lo contraria, sigue sin ser, ni mucho menos, el Batman definitivo del cine.

 

Valoración: Siete sobre diez.

martes, 22 de marzo de 2022

Visto en Netflix: SPACE FORCE, T2

Ya comenté a raíz del estreno de Space Force en Netflix que la comedia de Steve Carell no me terminaba de funcionar del todo. Tanto es así que la tenía completamente olvidada, hasta el punto que he decidido volver a verme la temporada entera para afrontar esta segunda tanda de episodios.

Como suele suceder en este tipo de productos, más cuando tienen tan pocos episodios por temporada, cuesta enamorarse rápidamente de los protagonistas, y es tras bastantes episodios (o con un segundo visionado) que uno empieza a sentir esa empatía tan necesaria para conectar con la serie.  Eso beneficia mucho a esta segunda temporada, donde las cartas están ya sobre la mesa y es posible disfrutar mucho más de la rivalidad amistosa de los personajes de Carell y John Malkovich, así como del elenco de segundarios, mucho más cuidados en esta continuación.

Creo que el problema principal de Space Force es que continúa sin ser lo suficientemente desmadrada (aunque tiene sus puntos) como para terminar de funcionar como comedia a la vez que carece de un tema propio que mantenga el interés toda la temporada. Sí, hay pequeñas ramas de guion que se continúan, pero no podemos hablar de una motivación clara que defina a toda esta temporada, por lo que al final quedan una colección de episodios, algunos más inspirados que otros, algo deslavazados e inconexos.

Me ha gustado, lo reconozco, volver a encontrarme con el general Mark Naird y su «familia», no lo voy a negar, y si Netflix decide apostar por una tercera temporada seguiré fiel a ella, pero no dejo de pensar que hay aún demasiadas carencias para que uno la pueda disfrutar tanto como me habría gustado.

Visto en Amazon Prime: QUIERO QUE VUELVAS

Hace poco leí un interesante artículo sobre porqué debían cambiar las comedias románticas, condenadas a reciclarse en sí mismas una y otra vez, repitiendo estereotipos y tropos hasta la saciedad.

Quiero que vuelvas puede ser un ejemplo perfecto de ello, cumpliendo a rajatabla uno de los pocos esquemas diferentes que hay para este género. En este caso se trata de los amigos que creen estar enamorados de terceros sin darse cuenta hasta el final que son ellos los que están hechos el uno para el otro.

En el caso que nos ocupa, Jason Orley no se molesta en ocultar mucho sus cartas, y pese a que el título invita a pensar que la cosa va de recuperar el amor perdido en realidad uno ya puede imaginar desde la primera escena dónde va a desembocar todo. Así pues, la gracia está en cómo se lo monte Orley para mostrarnos la historia, y en ese sentido hay que reconocerle que se las apaña muy bien para conseguir que el factor cómico predomine sobre el romántico, consiguiendo que la simpleza del argumento derive en gags bastante divertidos y que funcionen muy bien,

Con un elenco de actores reconocibles pero no muy habituados a ser protagonistas (caso de Charlie Day y Jenny Slate), la película funciona muy bien, logrando evitar la desidia que podría suponer el conocer de antemano su desenlace, recuperando ese aroma de las comedias románticas de los noventa. Una película ideal para ver en pareja y pasar un buen rato con bromas tontas pero bastante blancas y la dosis justa de emotividad al final.

Eso sí, deja una reflexión en el aire: «Scott Eastwood, ¿qué estás haciendo con tu carrera?».

 

Valoración: Seis sobre diez.

Visto en Netflix: FIN DE SEMANA EN CROACIA

Pese a contar con una cara conocida en su reparto, como es la actriz de Gossip Girl Leighton Meester, y una directora poco conocida pero que ya ha lidiado con actores de la talla de Hugo Weaving, Nicole Kidman, Noomi Rapace o Luke Evans como es Kim Farrant, lo cierto es que cuando uno está viendo Fin de semana en Croacia uno no puede dejar de pensar que está ante un telefilm del montón de los que Antena3 lanza a la cara del televidente sin tapujos cualquier domingo por la tarde.

La trama ya da pistas de por dónde van los tiros, con una mujer viajando a Croacia (a Split, en concreto, me quedé con las ganas de hacer un poco más de turismo) para evadirse de su reciente maternidad con un fin de semana en compañía de su mejor amiga cuando la desaparición de esta la convierten en víctima, primero, y posteriormente sospechosa de un caso de asesinato.

Pese a lo previsible que pueda parecer todo y lo simple de su planificación, se agradece que hayan el menos un par de giros que traten de animar la trama, buscando jugar con el espectador sin que la trampa sea demasiado escandalosa (aunque sí algo inverosímil), haciendo que los prejuicios raciales jueguen en favor del argumento y logrando un final digno justo después de lo que parecía un desastre total.

No hay mucho donde rascar en una película de la que uno esperaría algo más de brillo en su fotografía, no terminando de aprovechar del todo la belleza del lugar, y que cae en el clásico error de los americanos (o británicos, que para el caso tanto monta) de creer que en todas partes se habla y entiende el inglés a la perfección, haciendo que la angustia que se puede llegar a sentir cuando uno se encuentra en problemas graves en un país extranjero queden minimizados por lo fácil que es entenderse e interactuar con todo el mundo.

Pese a todo, la película puede cumplir como entretenimiento, invitando a tratar de averiguar el culpable gracias a las miguitas que va dejando desde el principio (que a mí, personalmente, se me hizo bastante evidente) y conseguir que sirve para amenizar una tarde sin demasiadas exigencias.

 

Valoración: Cinco sobre diez.

jueves, 17 de marzo de 2022

Visto en HBO Max: EL PACIFICADOR

Algo raro me está sucediendo con James Gunn. Considerándome fan de sus primeras producciones, como Súper, e incluso de la colección de cortometrajes PG-Porn, soy de los que se entusiasmó con la locura que supuso Los Guardianes de la Galaxia y su continuación, considerando las películas una divertida gamberrada que rompía esquemas dentro del género superheróico que ya por aquel entonces comenzaba a dominar Marvel.

Sin embargo, cuando este ha dado el salto a DC y ha conseguido mucha más libertad creativa, algo no ha terminado de funcionar. No consigo conectar con sus propuestas, y lo que él pretende que sea provocativo a mí me resulta simplemente vulgar.

Me gustó, pero sin demasiado entusiasmo, su reinvención para El Escuadrón Suicida, y en un punto parecido me encuentro con su spin-off televisivo: El Pacificador.

En un mundo donde ya hay variantes retorcidas de los superhéroes como Doom Patrol o salvajadas totales como The Boys, no me parece que El pacificador rompa ningún molde. No es que esto sea ninguna exigencia para que una serie funcione (yo mismo he aplaudido muchas de las piezas más convencionales del MCU), pero a veces da la sensación de que ese sea el único valor de esta propuesta, un vehículo (se supone) para el lucimiento de John Cena que, a la hora de la verdad, no deja de ser otra historia coral, supuestamente emotiva, con mucho menos dinero de inversión que la película.

No negaré que la serie de HBO Max no tenga sus momentos divertidos, y que sea chocante ver la generosidad sanguínea y un tanto cafre de algunos momentos puntuales, pero me decepcionó que no me volase la cabeza, más cuando Internet pareció volverse loco con ella y todo el fracaso en taquilla que fue El Escuadrón Suicida parecía revertirse en un fenómeno mundial del streaming con El Pacificador.

Cierto que, una vez más, estamos ante una serie que va de menos a más y que alcanza un clímax final más o menos satisfactorio, pero el balance global me ha sabido a poco. Me da la sensación de que a James Gunn se le empiezan a ver las costuras, y si su mejor baza es la de provocar, a mí ya me pasó ese tren.

Espero con ganas Guardianes de la Galaxia Parte 3 a ver si sus problemas son  de un exceso de libertad creativa o, simplemente, su ego ha deshinchado a su inventiva. No tardaré mucho en averiguarlo…

miércoles, 16 de marzo de 2022

CARTA ABIERTA A ADA COLAU

Estimada señora alcaldesa:

Me dirijo a usted como uno de los muchos barceloneses preocupados por cómo está evolucionando la ciudad de Barcelona, una ciudad a la que vi crecer y modernizarse en puertas de los Juegos Olímpicos de 1992 y que desde entonces parece haber quedado estancada en muchos aspectos.

Afortunadamente, resido en un  barrio condenado a evolucionar y a reinventarse, aunque el que eso sea algo bueno está aún por ver. Concretamente, tengo mi vivienda en el conjunto residencial que hay frente al C.C. La Maquinista, esa extraña y floreciente zona que no alcanza a ser Sant Andreu por muy poco pero que por ser relativamente nueva (antes todo esto eran fábricas industriales) no tiene en su corazón el espíritu del Bon Pastor, por lo que casi merecería ser considerado como un nuevo barrio, con sus equipaciones correspondientes.

El motivo de mi misiva es transmitirle mi preocupación y la de todos mis vecinos (reunidos bajo el ala de la Associació Veïnal Maquinista Mercedes) por los proyectos que se están llevando a cabo en los alrededores, siendo el más importante el que va a ocupar la antigua fábrica Mercedes, esa horrenda parcela, escenario de parte de la novela Mundo Muerto, que me alegro de ver al fin en derrumbe. Aunque no hay oficialmente nada confirmado, parece que el proyecto ganador es uno tan espectacular que incluso ha sido nominado como finalista del concurso MIPIM Awards. Un proyecto espectacular, sin duda, que incluye zonas verdes e incluso un campus universitario. Sin embargo, no es oro todo lo que reluce, y hay entre los vecinos varios puntos de disconformidad con el proyecto que voy a tratar de relatarle.

El primero, quizá no el más importante a nivel social pero que sin duda afecta a muchos de sus posibles votantes, es el de la altura de los pisos que se pretenden construir. Bloques de catorce pisos de altura en contraposición a los seis que tienen los de los actuales edificios de La Maquinista. No se trata solo de que «tapen el sol», como podría protestar algún vecino, sino de la ruptura brutal del skyline de la ciudad, convirtiendo un proyecto sobre el papel bonito y espectacular en un monstruo de hormigón. Entiendo la necesidad del promotor de tener el máximo de pisos, a fin de cuentas la inversión no va a ser pequeña, pero desde la Associació se ha propuesto una solución tan sencilla como lógica. Por imposición del Ajuntament, el proyecto incluye el mantenimiento de la «Merceditas», una nave situada en  el centro de la parcela que no tiene el suficiente interés histórico como para justificar su existencia. Si se aprovechase ese espacio para viviendas, tal y como se ha propuesto desde la Associació al Ajuntament, sin respuesta por parte de este, se podría conseguir el mismo número de viviendas con edificios más bajos. Y todos tan contentos.

El segundo problema, y este sí que puede ser más preocupante, es el de la masificación. Cualquiera que haya intentado la odisea de acercarse al Centro Comercial un sábado por la tarde (sobre todo en la era prepandémica), sabe el horror circulatorio que se forma, un colapso total que hace del todo insuficientes los accesos a la ronda del Litoral y que acaban sufriendo los vecinos residentes, esos que están viviendo los problemas circulatorios sin que deban compensar el capricho de salir de compras un sábado. Para nosotros, el acudir a una tienda de barrio se nos vuelve igual de insufrible. Ahora, súmele a eso los cambios debido a la urbanización de La Mercedes (1.450 viviendas, 3.800 residentes, 2.000 estudiantes, 400 profesores, visitantes exteriores, etc.). Pero ahí no acaba la cosa, pues a todo esto debemos añadir que a pocos metros del centro comercial (que por cierto va a ser ampliado en 21.000 m²) se van a edificar otros 812 pisos (hablamos de una población residente de unas 2.200 personas). No muy lejos, junto al puente del Palomar, en el sector Colorantes, se van a crear 195 nuevas viviendas, lo que implica, simplificando mucho, un colapso circulatorio total. Teniendo en cuenta la relevancia del Centro Comercial de La Maquinista y el volumen de clientes que tiene, no hace falta hacer muchos cálculos para comprender que ni el transporte público será suficiente ni las calles van a poder digerir la marea de gente que, entre residentes y clientes, se va a crear a diario.

Y eso por no hablar de la necesidad que habrá de muchos más equipamientos que, de momento, ni están ni se les esperan. De momento, la única mejora real del barrio será la cubierta de las vías del tren a la altura de la estación de Sant Andreu Comtal, y eso solo lleva un par de décadas de retraso (y noto es culpa de la Covid).

Por eso, y ante la falta de respuestas por parte del Ayuntament en general y de su  segunda teniente de alcalde, la Sra. Janet Sanz (responsable del área de l'Àrea d’Ecologia, Urbanisme i Mobilitat), le pido, Sra. Colau, que recapacite y se reúna con los vecinos para buscar una mejor solución para ambas partes, la ciudad y los ciudadanos.

Todos queremos un Bon Pastor (y por extensión, una Barcelona) mejor, más moderna, bonita y limpia. Pero para conseguirlo se deben escuchar a todas las partes. Ignorando a los afectados no vamos a conseguir ir nunca hacia delante. En ocasiones como esta, los carriles bicis no lo solucionan todo.

En resumen, Sra. Colau (y Sra. Sanz), reflexionen sobre las implicaciones del proyecto, hablen con los miembros de la Associació y, antes de que sea tarde, busquemos el mejor camino para todos.

 

Atentamente:

Un humilde barcelonés más.


Actualización: Me comentan desde la Associació que, en ocasiones, hacer ruido sí que sirve de algo. Al fin desde el Ajuntament han tenido a bien mantener un encuentro con los vecinos para tratar de dar explicaciones y, quizá, acercar posturas. Veremos en que queda la cosa...


jueves, 10 de marzo de 2022

Visto en Netflix: ¿QUIÉN ES ANNA?

Hace apenas unas semanas hice un comentario sobre la película documental El timador de Tinder en el que deseaba encontrarme con este tipo en una película ficcionada. No es que Netflix haya cumplido mi deseo, pero lo cierto es que la historia narrada en la mini serie ¿Quién es Anna?, que parte también de una historia real, es relativamente pareja. De entrada, trata el caso real de una chica que, presentando unas credenciales que nadie podía comprobar, estafó a diversos miembros de la alta sociedad americana, así como a entidades bancarias, complejos hoteleros, etc.

Anna Delvey, como el propio Simon Leviev, se basaba sobretodo en su encanto y atractivo y, sobretodo, en el poder seductor del dinero, para engatusar a sus víctimas, y aunque en ambos casos no cabe duda sobre quien es el villano y quien la víctima, se puede abrir el debate sobre si es la propia ambición de los estafados, que cegados ante la posibilidad de tener a un rey Midas a su lado, ponen sus finanzas y su propia integridad en bandeja.

Interpretada con un poderío magnético por Julia Garner, quien sin duda va a ser una de las actrices de moda en los próximos años, Anna Delvey / Anna Sorokin representa la figura de la joven emprendedora, heredera caprichosa y arquetipo del «nuevo rico» que no repara en gastos y hace del exceso su estilo de vida. Para ello, crea una maraña de mentiras y medias verdades tan compleja que, incluso cuando se ve acorralada, no tiene más salida que la de seguir siempre hacia delante, esquivando siempre la amenaza de caer en su propia trampa.

La serie arranca con Anna en prisión, a merced de un abogado no demasiado experimentado y de una periodista de pasado complicado que, en busca de la redención profesional, hará de Anna su caballo de batalla. Es Vivian Kent (la reportera interpretada por Anna Chlumsky, la niña encantadora de Mi chica a la que creíamos desaparecida para siempre) la parte ficticia de la historia, pues aunque su personaje se inspire en la periodista Jessica Pressler, autora de un artículo en la que se basa la miniserie (y que ya dio pie, con otro artículo suyo, a la película Estafadoras de Wall Street), casi todos los elementos que definen a Vivian son invenciones para hacer avanzar la historia de Anna, por otro lado bastante fiel a la realidad.

Narrada en dos líneas temporales, la serie desgrana la historia de Anna para permitirnos, a la vez que conocer su epopeya y posterior caída en desgracia, descubrir quién es ella, propiciando que en muchos momentos uno dude entre si odiarla por lo que es capaz de hacer en su propio beneficio o amarla por la tenacidad o valentía con la que afronta su proyecto de abrir una galería de arte muy exclusiva en Nueva York. Al final, ya sea por el carisma de Delvey o por la interpretación de Garner, resulta fácil creer que pudiera cegar a tanta gente con su encanto, pudiéndola ver casi como otra víctima más del viaje en busca del sueño americano que no siempre (o mejor dicho, casi nunca) se alcanza.

Reconozco que el arranque es un poco lento, aburrido incluso, peaje necesario para entender a los dos personajes femeninos y la conexión que se establece entre ambas, pero una vez la magia de Delvey se desata, uno queda prendado a la pantalla y los episodios (nueve en total) se devoran con avidez en busca e la respuesta crucial a la pregunta de ¿quién diablos es en realidad Anna?

martes, 8 de marzo de 2022

Cine: COMPETENCIA OFICIAL

El duo de realizadores conformado por Mariano Cohn y Gastón Duprat nos tienen habituados a mezclar humor y drama con el mundo del arte como telón de fondo, sirviendo El artista (dibujo) o El ciudadano ejemplar (literatura) como dos muestras de ello, y en Competencia oficial deciden subir la apesta y dejar que sea el propio mundo del cine quien sirva como escaparate para una comedia muy negra y con muy mala baba en la que los directores abren un debate entre cine comercial y cine de autor, enfrentándolos y, por ende, enfrentando también a sus autores, poniendo como árbitro de este atroz duelo interpretativo conformado por Antonio Banderas y Oscar Martínez a una joven directora, excéntrica y radical, que simboliza una tercera forma de entender el cine, alejado de etiquetas y convencionalismos, a la que da vida de manera magistral Penélope Cruz.

Ahora que estamos ya en la cuenta atrás para la entrega de los Oscar de este año, la película invita a reflexionar sobre la coherencia de discernir entre los distintos tipos de interpretación para designar a uno de ellos como el mejor trabajo del año. ¿Se habría entendido que, hace un par de años, se hubiese nominado a Robert Downey Jr., por ejemplo, por su trabajo en EndGame y comparar su interpretación con la de Jonathan Pryce por Los dos Papas? ¿O cabría en la cabeza de alguien que este año estuviese nominado Benedict Cumberbatch por Spiderman: No way home cuando, al fin y al cabo, se trata del mismo actor, igual de talentoso y profesional, que el que está nominado por El poder del perro

Dejando de lado el segundo ejemplo, Competencia oficial va más a los extremos, presentándonos a dos actores en las antípodas: la estrella de Hollywood que no acostumbra a querer saber nada del cine independiente y el actor de prestigio pero marginal que solo acudiría a recoger un Oscar para darse el capricho de poderlo despreciar en directo.

Con un trío interpretativo excelso, que sabe alternan el humor más caricaturesco con el esperpento social y, por momentos, el thriller o el drama, Cohn y Druprat aprovechan para apuntar también hacia la frivolidad del propio negocio y las motivaciones de cada cual para trabajar en la industria, pero sin dejar de poner nunca el foco en esas dos caras de una misma moneda que son los actores protagonistas y los personajes a los que se enfrentan, unos personajes que, por momentos, parecen capaces de engullirlos.

Muy apreciable ejercicio sobre el trabajo interpretativo que quizá no llegue nunca a ser tronchante pero si hilarante y divertido.

 

Valoración: Siete sobre diez.