Fences, título que no tiene ningún sentido sin su traducción (“vallas”, una
metáfora durante toda la película) es la última de las grandes películas
nominadas a los Oscars en llegar a España (ya solo quedan inéditos títulos con
escasas nominaciones, como 20th century
women o Land of mine) y una
representante más de ese cine de reivindicación racial afroamericana (a los que
hay que añadir Moonlight, Figuras ocultas y Loving, lo de El nacimiento de una nación es cosa aparte) que se contrapone con las protestas iracundas
de la edición anterior.
Dirigida
y protagonizada por Denzel Washington, la película es una fiel adaptación de la
obra teatral del mismo título que ya representaran en su momento, ganando
sendos premios Tony, los propios Washington y Viola Davis. Esto resume lo mejor
y lo peor de la película, ya que se mantiene de aquella obra sus diálogos
veloces y fascinantes, pero también su ritmo pausado y excesivamente teatral.
Si la interpretación de Washington le ha valido el premio del gremio de actores
y lo coloca en segunda posición en cuanto a aspirar al Oscar, su trabajo tras
las cámaras es lo peor de la película, ya que se trata de una dirección completamente
plana y sin personalidad.
Fence cuenta la historia de Troy Maxson, un antiguo jugador de béisbol que
trabaja ahora como basurero, y de su relación con su mujer Rose, sus dos hijos
(cada uno de distinta madre), su hermano Gabriel (que tras ser herido en la
guerra tiene graves problemas mentales) y su mejor amigo (al que da vida Stephen
Henderson, también presente en Manchester frente al mar). Toda la película se centra en la figura de Troy, autoritario
padre y amante esposo (o al menos eso parece), pero sirve también como retrato
de una época, la América de los años 50, donde para la raza negra eso del sueño
americano tan solo comenzaba tímidamente a intuirse como una posibilidad real.
Sin
apenas salir del patio trasero de la casa de los Maxson, la película peca de sencillez,
dejando todo su interés en el magnífico trabajo de sus dos protagonistas (Viola
Davis tiene casi asegurado el Oscar). Es evidente que haber trabajado juntos en
teatro los mismos personajes es una baza importante, y la química entre ellos
traspasa la pantalla. Ambos están estupendos y solo por eso ya merece la pena
el visionado. Lástima que el Washington director no se atreva a arriesgar algo
más en otros aspectos.
Fences es, al final, una película triste y amarga sobre un hombre que siente
que se ha quedado estancado en la vida, un perdedor que siempre encuentra a
alguien a quien culpar pero que, en el fondo, es consciente de sus propios
errores, por más que no se decida a poner remedio. Y por detrás, como una presencia
apenas visible pero que supone el verdadero hormigón de la unidad familiar, una
esposa valiente y entregada, una sufridora conocedora de su papel como madre y
mujer, que termina por erigirse, en el tramo final, como la verdadera protagonista
del film. Y más teniendo en cuenta de que Viola Davis (nada que ver con su
interpretación plana y desganada en Escuadrón Suicida) ni siquiera necesita abrir la boca para expresar, con una simple
mirada, todo lo que esconde en su interior.
Durante
toda la película el protagonista pretende construir una valla alrededor de su
casa, no queda muy claro si para evitar que alguien entre o para que no puedan
salir de ella, y esa valla, símbolo de las barreras que la sociedad impone a
los de su raza, pero también que él mismo levanta a su propio alrededor, es la
que da sentido a la película.
Valoración:
siete sobre diez.
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