sábado, 4 de febrero de 2017

RESIDENT EVIL: EL CAPÍTULO FINAL, una conclusión discreta pero aceptable

Si hay dos sagas cinematográficas que parecen hermanadas (más allá de los forzados “versus” que unieron a Aliens y Depredadores por un lado y a Freddy y Jason por otro) son Resident Evil y Underworld. Ambas nacieron a partir de una película pequeña pero que no estaba para nada mal, dirigidas por directores poco conocidos, pero con un evidente sentido de la diversión y con protagonistas femeninas aguerridas y sexys que, para más inri, estaban interpretadas por la esposa del propio director. Con el paso de los años ambas han ido dando muestras de agotamiento y ahora, en este inicio del 2017, con apenas unas semanas de distancia, ambas presentan el supuesto cierre de sus franquicias.
Si Underword: guerras de sangre era algo justita e incluso decepcionante como supuesto broche de oro a la saga, no es que Resident Evil: el capítulo final tenga unas virtudes mucho mayores. Sin embargo, alguna hay, aspirando a estar un puntito por encima de su competidora.
Con Paul W.S. Anderson de nuevo tras las cámaras (se ha ausentado en dos de los capítulos de la serie) y el guion y con Milla Jovovich como imprescindible Alice, hay que reconocerle al menos al film su verdadero espíritu de cierre, esa fiesta que recupera a algunos personajes perdidos durante la tambaleante saga, que trata de dar respuestas a las muchas preguntas que quedaban por el camino y con una conclusión (epílogo aparte) que sí concluye con la trama río como no lo termina de hacer Underword: guerras de sangre.
Si el primer Resident Evil (allá por un lejano 2002) era la más aterradora de la saga (salvo alguna licencia aislada era una peli de zombies casi tradicional) esta posiblemente sea la más entretenida y con un sentido (desmesurado y loco, eso sí) de la épica más pronunciado. Es evidente que todos los componentes del film saben que están ante una despedida y eso hace que se tomen bastante en serio su cometido, empezando por una Jovovich entregada en cuerpo y alma que ha logrado que un personaje de rumbo tan errático como esta Alice se convierta en un icono del cine. Resident Evil: el capítulo final busca en todo momento una espectacularidad a la que sus antecesoras solo lograban aspirar en sus desenlaces finales, habituales cliffhangers que parecían olvidados (por motivos presupuestarios, imagino) en la siguiente entrega, dejando que las prometidas batallas se desarrollen al final en off. Aquí, por lo menos, encontramos verdaderas hordas de zombies, potentes máquinas de guerra, monstruos de chulos diseños y explosiones a tutiplén, amén a unas coreografías de luchas cuerpo a cuerpo (en especial entre la Jovovich y el villano que interpreta Iain Glen) que me hacen pensar una vez más lo desaprovechados que estaban Tony Jaa y Donnie Yen en la insufrible xXx; reactivado.
Sin embargo, hay dos graves errores en este Resident Evil epitáfico que impiden que uno disfrute de la película como debería: por un lado el guion es de un absurdo exagerado. Y no me refiero a que la trama de la historia sea mala (ya he dicho que se esfuerza en cerrar cabos y, ¡qué demonios! esto es Resident Evil, tampoco vamos a pedir algo a la altura de Trumbo, ¿no?), sino a situaciones como los carros de combate disparando con todo a una Alice que huye en moto por una carretera recta sin que consigan alcanzarla, la trampa sobre la cuenta atrás que mueve toda la película o la amenaza del villano de destruir la vacuna del virus que él necesita tanto como la protagonista, demasiado evidentes como para pasarlas por alto. Todo ello se podría justificar en favor de una cosa: la aventura visual es más importante que la narrativa. 
Y estaría dispuesto a comprarlo si no fuese porque ese es el segundo error que lastra la película: que Anderson se empeña en hacer un montaje precipitado y errático que hace que muchas de las escenas de acción sean confusas, costando realmente distinguir lo que sucede en pantalla. Eso hace que las peleas luzcan menos de lo deseado y que los bichos mencionados (mucho menos digitales y ridículos que los de entregas anteriores) apenas puedan apreciarse. Estoy tratando de recordar, por ejemplo, un solo plano donde veamos bien a ese dragón zombie del arranque de la película. Esto, junto al abuso de escenas oscuras hacen que el espectáculo no lo sea tanto, aunque de nuevo imagino que es el precio a pagar por querer hacer cosas muy espectaculares con un presupuesto discreto (apenas cuarenta millones) en una producción que, no hay que olvidar, no pertenece a Hollywood, sino que es, como toda la saga, de nacionalidad alemana (aunque hay coproducción canadiense, australiana y francesa) y que Cadcom posiblemente prefiera invertir en sus juegos antes que en sus películas.
Al final, aunque desde sus comienzos Resident Evil se consolidó como una de las mejores películas basadas en videojuegos (lo que tampoco es un gran mérito, viendo contra qué compite), que esta sea una de las mejores películas de la saga demuestra lo flojita que en líneas generales es esta, dejando todo el rato con la sensación de que podría haber un gran espectáculo festivalero que al final sabe a poco.
Lo mejor, la oportunidad de volver a ver, tras su embarazo, a Milla en pantalla, lo cual siempre es motivo de regocijo, y la oportunidad de dar un papel más jugoso y con más metraje al magnífico Iain Glen (uno de mis actores favoritos de Juego de Tronos), y la posibilidad de reencontrarse con lugares conocidos que, por lo menos, homenajean a la propia serie y dan una sensación de empaque más o menos bien planificado.

Valoración: Seis sobre diez.

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