Hace
exactamente dos años, coincidiendo también con la impostada celebración del día
de San Valentín, el mundo pareció detenerse con el estreno más amado/odiado del
año. Cincuenta sombras de Grey se
convirtió en un fenómeno social y las mujeres hacían quedadas para hacer que la
película arrasara en taquilla en el fin de semana del estreno mientras la crítica
la vapuleaba sin piedad, definiéndola como la peor obra del año. No fue para
tanto (ni una cosa ni la otra), y aunque el título de Sam Taylor-Johnson era
muy mediocre tampoco era para provocar ese odio desmesurado por parte de quien
pretendía ver en ella (nunca entenderé porqué) una fallida copia de Nueve semanas y media.
Habiendo
tomado apuntes, y con Tylor-Johnson poniendo pies en polvorosa, la productora
ha querido subir el listón para esta segunda entrega de las novelas de E.L.
James y apostar por más escenas de sexo (una de ellas en la ducha, que no son
unas escaleras bajo la lluvia pero lo quieren parecer) y sumando a Kim Basinger
al reparto.
¿El
resultado? Pues efectivamente han logrado cambiar las cosas. Pero para
empeorar. Esta sí podría ser la peor película del año (o estar entre las
candidatas, al menos), con unos diálogos que dan vergüenza ajena y una
narrativa que, simplemente, carece de ritmo.
Es
difícil definir lo que es una mala película pues lo que a unos repele a otros
puede emocionar, pero parece bastante claro que si hay algo que define a Cincuenta sombras más oscuras es lo
insoportablemente aburrida que es. La oscuridad que promete el título no está
por ningún lado, siendo esta una historia totalmente plana que no avanza en
ningún momento y que no deja de ser una muestra de las peores comedias
románticas del montón envueltas con un lacito (de cuero negro, eso sí) para que
luzca mejor. Jamie Dornan (que en Operación Anthropoid demostró que tampoco es tan mal actor) sigue siendo un Christian
Grey horrible y hasta Dakota Johnson, lo más fresco y destacable de la anterior
película, parece trabajar aquí con el piloto automático, como si, ya lanzada al
estrellato, esta fuese un simple trabajo alimenticio que no le interesara en
absoluto.
James
Foley, quien dirigiera a Madonna en ¿Quién
es esa chica? allá por el 87 y no lograse destacar demasiado desde
entonces, se hace cargo de esta adaptación donde no hay ni rastro de cualquier
atisbo de personalidad en su puesta en escena, malogrando las diversas
subtramas que intentan elevar mínimamente el interés (la antigua sumisa, el
accidente del helicóptero, el personaje de la Basinger), pero que se resuelven
de forma vacía y precipitada, como temiendo entorpecer a la insulsa historia
entre Anastasia y Christian, que dan verdadera pena y demuestran lo
incompetente que puede llegar a ser el pobre de Foley.
Nada parece importar más
que meter con calzador escenas de sexo, nada sensuales por cierto (alguien ha comentado
que Dornan hace un verdadero catálogo de cómo hacer el amor sin llegar a
quitarse los pantalones), donde el tema de la dominación que al menos debería
reflejar la oscuridad del protagonista ha quedado ya muy diluido, desdibujando
más si cabe a los personajes.
Al final, todo se reduce de nuevo a lo mismo: quiere hablar del poder del sexo, pero en realidad lo que muestra es el poder del dinero.
Al final, todo se reduce de nuevo a lo mismo: quiere hablar del poder del sexo, pero en realidad lo que muestra es el poder del dinero.
Cincuenta sombras más oscuras se ha convertido, definitivamente, en un vehículo
para hacer pasta, sin que haya el más mínimo esfuerzo por parte de sus
integrantes en mostrar un ápice de talento y donde el ridículo abunda por
doquier (y no puedo dejar de insistir en la escena del helicóptero, desastre
fílmico donde los haya y la peor resolución de un momento dramático que he
visto jamás en el cine). Y eso por no mencionar al villano de opereta que se
anuncia para la inevitable tercera entrega.
Si
Cincuenta sombras de Grey no
resultaba tan provocativa como a algunos les habría gustado, Cincuenta sombras más oscuras es anodina
e insulsa, un ejemplo del vacío más absoluto, sin poder destacar ni la música
de mi admirado Danny Elfman ni la fotografía, habitualmente cumplidora, de John
Schwartzman. Un desastre absoluto.
Esta
vez, la película no es solo mala. Es,
sencillamente, inexistente.
Valoración:
Dos sobre diez.
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