domingo, 19 de febrero de 2017

CINCUENTA SOMBRAS MáS OSCURAS: Oscuramente aburrida.

Hace exactamente dos años, coincidiendo también con la impostada celebración del día de San Valentín, el mundo pareció detenerse con el estreno más amado/odiado del año. Cincuenta sombras de Grey se convirtió en un fenómeno social y las mujeres hacían quedadas para hacer que la película arrasara en taquilla en el fin de semana del estreno mientras la crítica la vapuleaba sin piedad, definiéndola como la peor obra del año. No fue para tanto (ni una cosa ni la otra), y aunque el título de Sam Taylor-Johnson era muy mediocre tampoco era para provocar ese odio desmesurado por parte de quien pretendía ver en ella (nunca entenderé porqué) una fallida copia de Nueve semanas y media.
Habiendo tomado apuntes, y con Tylor-Johnson poniendo pies en polvorosa, la productora ha querido subir el listón para esta segunda entrega de las novelas de E.L. James y apostar por más escenas de sexo (una de ellas en la ducha, que no son unas escaleras bajo la lluvia pero lo quieren parecer) y sumando a Kim Basinger al reparto.
¿El resultado? Pues efectivamente han logrado cambiar las cosas. Pero para empeorar. Esta sí podría ser la peor película del año (o estar entre las candidatas, al menos), con unos diálogos que dan vergüenza ajena y una narrativa que, simplemente, carece de ritmo.
Es difícil definir lo que es una mala película pues lo que a unos repele a otros puede emocionar, pero parece bastante claro que si hay algo que define a Cincuenta sombras más oscuras es lo insoportablemente aburrida que es. La oscuridad que promete el título no está por ningún lado, siendo esta una historia totalmente plana que no avanza en ningún momento y que no deja de ser una muestra de las peores comedias románticas del montón envueltas con un lacito (de cuero negro, eso sí) para que luzca mejor. Jamie Dornan (que en Operación Anthropoid demostró que tampoco es tan mal actor) sigue siendo un Christian Grey horrible y hasta Dakota Johnson, lo más fresco y destacable de la anterior película, parece trabajar aquí con el piloto automático, como si, ya lanzada al estrellato, esta fuese un simple trabajo alimenticio que no le interesara en absoluto.
James Foley, quien dirigiera a Madonna en ¿Quién es esa chica? allá por el 87 y no lograse destacar demasiado desde entonces, se hace cargo de esta adaptación donde no hay ni rastro de cualquier atisbo de personalidad en su puesta en escena, malogrando las diversas subtramas que intentan elevar mínimamente el interés (la antigua sumisa, el accidente del helicóptero, el personaje de la Basinger), pero que se resuelven de forma vacía y precipitada, como temiendo entorpecer a la insulsa historia entre Anastasia y Christian, que dan verdadera pena y demuestran lo incompetente que puede llegar a ser el pobre de Foley. 
Nada parece importar más que meter con calzador escenas de sexo, nada sensuales por cierto (alguien ha comentado que Dornan hace un verdadero catálogo de cómo hacer el amor sin llegar a quitarse los pantalones), donde el tema de la dominación que al menos debería reflejar la oscuridad del protagonista ha quedado ya muy diluido, desdibujando más si cabe a los personajes. 
Al final, todo se reduce de nuevo a lo mismo: quiere hablar del poder del sexo, pero en realidad lo que muestra es el poder del dinero.
Cincuenta sombras más oscuras se ha convertido, definitivamente, en un vehículo para hacer pasta, sin que haya el más mínimo esfuerzo por parte de sus integrantes en mostrar un ápice de talento y donde el ridículo abunda por doquier (y no puedo dejar de insistir en la escena del helicóptero, desastre fílmico donde los haya y la peor resolución de un momento dramático que he visto jamás en el cine). Y eso por no mencionar al villano de opereta que se anuncia para la inevitable tercera entrega.
Si Cincuenta sombras de Grey no resultaba tan provocativa como a algunos les habría gustado, Cincuenta sombras más oscuras es anodina e insulsa, un ejemplo del vacío más absoluto, sin poder destacar ni la música de mi admirado Danny Elfman ni la fotografía, habitualmente cumplidora, de John Schwartzman. Un desastre absoluto.
Esta vez, la película no es solo mala.  Es, sencillamente, inexistente.

Valoración: Dos sobre diez.

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