La
muerte es un elemento característico en el cine, habitual denominador común en
un drama y que sirve en muchas ocasiones como motor alrededor del cual gire una
historia. Hay muchos tipos de muertes y Kenneth Lonergan ha reunido en Manchester frente al mar a algunas de
ellas.
Hay
muertes violentas y dolorosas por su crueldad, muertes apacibles y esperadas y
hay, también, muertes en vida, quizá las más angustiantes de todas.
Este
es el caso del protagonista, Lee Chandler, interpretado con contenida maestría
por un Cassey Affleck a las puestas del Oscar. Al arrancar el film nos
encontramos con un tipo solitario, amargado e irritable, un desgraciado con el
que resulta difícil empatizar y que provoca más rechazo que cariño. Por eso,
cuando la trama gira alrededor de la muerte de su hermano y el descubrimiento
de que él debe convertirse en el tutor legal de su sobrino todo parece indicar
que nos encontramos ante el clásico esquema de dos generaciones enfrentadas que
terminarán aprendiendo una de la otra y que el tal Lee recuperará su humanidad
perdida gracias a la influencia del chaval y a la impuesta responsabilidad.
Pero
no va por ahí el film de Lonergan. Entremezclando con bastante acierto
flashbacks que nos muestran el pasado de Lee vamos a ser capaces de comprender
su dolor, sus miserias, lo que lo ha llevado a estar, como decía al principio,
muerto por dentro.
Quizá
el mayor acierto de Lonergan sea no pretender jugar con el espectador y
reservarse el mayor impacto dramático para el final, poniendo las cartas sobre
la mesa con suficiente antelación como para que el vacío de Lee se nos contagie
durante su historia, no al final de la misma en un truco efectista de
baratillo.
Manchester frente al mar no va, al final, sobre la responsabilidad hacia una
impostada paternidad. No solo de eso, al menos. Hay mucho más. Es una película
sobre el amor, sobre enfrentarse al dolor, sobre la pérdida y el abandono. Es,
en fin, sobre cómo enfrentarse a la vida aun cuando no deseas esa vida para
nada.
Manchester frente al mar (cuyo título hace referencia a una población de
Massachusetts, no confundir con la ciudad británica) es una película de cocinado
lento, que se no tiene prisa para llegar hasta su conclusión, sabedora de que
necesita tomarse su tiempo para resituar en el presente a todos los personajes
enfrentados a ese pasado desgarrador.
Por eso, junto a su abrupto final, muchos
espectadores puedan sentirse algo insatisfechos tras su visionado. Pero, a
diferencia de otros dramas recientes, como Lion
o Loving, en los que la paleta de
sentimientos se muestra durante la proyección, buscando emocionar en la misma
sala de cine, Manchester frente al mar
prefiere dejar poso en los espectadores, invitando a regresar a esos personajes
con los que finalmente (y quizá incluso a nuestro pesar) hemos logrado
empatizar y regresar a sus sentimientos y motivaciones incluso mucho después de
finalizar el film.
Así,
es posible disfrutar (es un decir) mejor de la película horas después de verla,
tras dejarla reposar en nuestros corazones, para entender hasta qué punto la
sencillez de la historia y la aparente apatía con la que el pequeño de loa
Affleck afronta su personaje nos puede llegar a cautivar.
Junto
a Cassey Affleck está Michelle Williams, esa actriz que parece que no trabaje
mucho pero cada vez que se asoma por una pantalla es para hacer una
interpretación de Oscar. Apenas unos minutos de metraje le bastan para expresar
con palabras y gestos todo lo que Lee calla con su mirada. El desconocido Lucas
Hedges hace también una soberbia interpretación en el papel de Patrick, el
sobrino que mueve todo el conflicto, y aparecen también Kyle Chandler y un casi
anecdótico Matthew Broderick.
Manchester frente al mar es sin duda la gran rival de La La Land en la ya
cercana ceremonia de los Oscars, y aunque no creo que vaya a tener fuerza para
robarle la gloria, algo sin duda conseguirá rascar. La estatuilla para Affleck
parece, casi casi, garantizada.
Valoración:
Ocho sobre diez.
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