domingo, 16 de febrero de 2020

Visto en Netflix: ACTORES EN BUSCA DE LA REDENCIÓN

Sigo teniendo pendiente escribir alguna reflexión sobre la pasada gala de los Oscar, pero lo cierto es que me da una pereza terrible, en vista de los pobres resultados de la misma y de mi ya comentada indignación con las películas (ya sean ganadoras o nominadas). En lugar de eso he preferido refugiarme en la despreciada Netflix y disfrutar de dos de sus últimas joyitas, dos películas precisamente ignoradas por la academia.

Por un lado, confieso que me enfrenté a Diamantes en bruto con cierta desgana, pues Adam Sandler no es precisamente santo de mi devoción y me costaba verlo en un papel supuestamente serio. De hecho, la historia del dueño de una joyería, constantemente endeudado y adicto a los trapicheos y las apuestas suicidas no me atraía nada y no lograba conseguir la empatía que se supone se debía sentir con el protagonista. Vamos, que si en algún momento su vida corría peligro yo estaba deseando que lo machacaran. Sin embargo, con una estética malsana y un ritmo tan pausado como a la vez agotador, los directores Bennie y Josh Sadie logran crear algún tipo de magia que hace que, en determinado momento, termines por compadecerte primero del pobre diablo para simpatizar luego con él y he terminado sufriendo por su destino, atrapado en una carrera contrarreloj que si bien no invitaba al optimismo me hacía desear que, por una vez, se saliera con la suya.
Con un ambiente muy realista (hay momentos en los que más que una película parece una escena sacada de algún programa de casas de empeños de Mega), la interpretación de Sandler consigue imponerse a mi propia desconfianza, terminando por hacerme empatizar, cosa que, por cierto, sí le valió el premio al mejor actor en los Spirit Awars la noche antes de los Oscar y cuyo discurso de agradecimiento tuvo más inspiración que toda la gala de la Academia en sí.
Una película estresante y enfermiza que termina atrapando y cuya suciedad moral y espiritual termina por seducir, un descenso a los infiernos de un pobre diablo que, ante las adversidades de la vida y de sus propias decisiones, no le queda otra que huir hacia delante.
Y otro pobre diablo es el Dolemite de la última película de Eddie Murphy, otro actor encasillado en el humor facilón y al que creíamos ya perdido para siempre (aunque para ser justos, ya tuvo una primera “resurrección” con Dreamgirls que luego no significó nada).
En Yo soy Dolemite, de Craig Brewer, director que se dio a conocer con Hustle & Flow para caer luego en el mundo televisivo, Murphy da vida a Rudy Ray Moore, un tipo cuyas aspiraciones podrían resumirse en ser famoso. Tras probar suerte como cantante, artista de circo y monologuista, encuentra inspiración en las rimas picantes y soeces de un vagabundo borracho y compone un personaje, Dolemite, que le abre las puertas de la fama. Pero no contento con ello, decide apostarlo todo para producir, aun sin tener ni idea del medio, una película sobre su alter ego.
Basada en la demencial historia real del tal Rudy Ray Moore, la película tiene un aroma que recuerda en algo los casos, también reales, retratados en la soberbia Ed Wood, de Tim Burton, o The disaster Artist, de James Franco. En los tres casos, tres tipos guiados por sus sueños y su fe ciega en sí mismos luchaban para sacar adelante sus películas sin importar su total ineptitud para ello.
Aunque con ligeros puntitos de amargura, Yo soy Dolemite es una comedia realista donde Murphy está sobresaliente. Como en el caso de Jim Carrie en Sonic, todos sus excesos son bienvenidos y están perfectamente justificados y sirve la fábula de este supuesto artista para relatar la época del Blaxploitationy reflejar, de paso, como son los amigos (ya sean productores, distribuidores o amigos disc-jockey) que te ignoran cuando no eres nadie, pero corren a darte palmaditas en la espalda cuando la fama te rodea.
Con un buen número de caras conocidas alrededor, Murphy se redime de sus últimos años de ostracismo y compone, igual que Carrie y Sandler, una magnífica redención que ayudará a callar bocas a todos los que disfrutan haciendo leña del árbol caído.



Valoración (para ambas): Ocho sobre diez.

Cine: SONIC. LA PELÍCULA

Poca confianza tenía yo en otra película más que adaptaba un videojuego y cuyas primeras imágenes no invitaban para nada al optimismo. Cierto es que la reciente Detective Pikachu no resultaba ser un desastre total, pero su resultado final tampoco es que fuese para echar cohetes.
Con Sonic, del debutante Jeff Fowler, el popular erizo de Sega cobra vida de una forma bastante competente, con una aventura simpática y muy divertida que, sin arriesgar demasiado, logra destacar por encima de otras adaptaciones de videojuegos gracias a ese humor fresco y, sobre todo, a la aportación de los dos protagonistas masculinos.
Con un argumento propio de los clásicos de la Amblin (extraterrestre amistoso perseguido para su investigación por el malvado gobierno americano), la película tiene un tono de buddy movie cuando explota al máximo la relación entre el animalillo azul y el sheriff de pueblo al que da vida con solvencia James Marsden. Marsden, recordado por su pasado super heroico en la franquicia mutante de Singer y en el defenestrado Superman Returns del mismo director, sale airoso del difícil reto de compartir pantalla con un ser animado y sus interactuaciones resultan creíbles e incluso emotivas.
Sin embargo, el verdadero rey de la fiesta es un Jim Carrey desmadrado, cuyos excesos le vienen muy bien al personaje de villano que interpreta y que termina por representar el mejor valor de la película. Solo por verlo a él en acción ya vale la pena el precio de la entrada.
Puede que sea cosa de la presencia de Tim Miller como productor o un simple caso de alineación de los astros, pero la realidad es que una película por la que no habría dado ni un duro ha terminado por resultar un estupendo entretenimiento para niños y mayores, plagada de chistes tontos (autoconscientes, eso sí), con el toque justo de moraleja y cuyo aspecto visual no desentona en ningún momento, un pasatiempo muy recomendable para disfrutar en familia.

Valoración: Siete sobre diez.

Relato: EL ABUELO

Hace un par de años participé en el concurso de relatos cortos de Ayerbe (Huesca) con el Canfranero como tema de fondo. 
Cree una historia sobre una de las enfermedades más aterradoras que existen y le dote de unas gotitas de esperanza. Al final, en una fiesta en la que se rememoraban los ecos del apsado con fisfraces y actividades diversas, me llevé el primer premio del concurso y se me ha ocurrido que este podría ser un buen lugar para compartirlo con vosotros.
Espero que os guste:


EL ABUELO.

Acudió a su casa como cada tarde desde hacía varios veranos. Acostumbraba a subir los escalones que llevaban al tercer piso de dos en dos, silbando una jovial melodía a su paso, pero esa tarde no había espacio para la alegría y su caminar era lento y melancólico.
Las palabras del doctor Franquesas, por esperadas que resultaran, le habían hecho mella. Nunca es agradable saber que una vida está a punto de apagarse, por más que todos sepamos que el reloj con la cuenta atrás se pone en marcha en el mismo momento de nuestro nacimiento. Sin embargo, ni siquiera el peso de la evidencia servía para consolarlo.
-Abuelo, ya estoy en casa -gritó cuando abrió la puerta y una oscuridad con aroma rancio lo recibió. Trató de imitar el tono despreocupado habitual, aunque fracasó en el intento. Tampoco es que importara demasiado. Su abuelo era ahora apenas una sombra más que decoraba el salón principal, sentado en un sillón, contemplando el relieve de la ciudad a través de la ventana sin ver nada en realidad. El chico podría haber arrastrado el sillón por la estancia, colocando al abuelo de cara a una pared, y no habría habido reacción alguna por parte del viejo.
Su madre emergió de la cocina, delantal en mano, y besó a su hijo en la frente.
-No hay buenas noticias, ¿verdad?
Era más una afirmación que una pregunta, y él se limitó a negar con la cabeza.
-Me lo llevo -le dijo con determinación.
La madre lo miró sin entender, pero unas patatas a medio freír comenzaron a protestar tras ella y tuvo que volver a centrar su atención en los fogones.
-Me lo llevo -repitió el joven, esta vez más para convencerse a sí mismo que para otra cosa.
Tomó al anciano por los hombros e hizo fuerza para levantarlo. Sin la ayuda del hombre le costó bastante hacerlo, pero al fin lo consiguió, dejándolo de pie en medio del comedor, en un equilibrio precario, mientras iba a por su abrigo.
-¡Venga, abuelo! Nos vamos a dar una vuelta -dijo a la figura de cera.

No le supuso demasiado esfuerzo arrastrarlo hasta el coche. El anciano era como un autómata al que habían dejado de dar cuerda. Se dejaba llevar, pero sin ánimo ni convicción. Un fantasma que arrastraba sus pies guiado por un nieto al que no reconocía.
El trayecto desde Barcelona hasta Huesca le supuso casi tres horas, las cuales amenizó con música de jotas. Las favoritas del abuelo eran las de José Oto, al cual el anciano había llegado a conocer en sus años de juventud en un recital improvisado al calor de unos vinos de Sotomanto. El chaval no era demasiado aficionado a este canto, aunque tras una infancia junto a su abuelo algo se le había quedado, y cuando sonó La Fiera no puedo evitar canturrearla como hacían ambos entre risas años atrás.
El abuelo, por su parte, ni se inmutó, la mirada permanentemente perdida en el infinito.

No sabe ni conoce. Así es como su madre definía la enfermedad del abuelo, como si no se atreviese a decir en voz alta Alzheimer. No se apagó de golpe, más bien como una brasa al finalizar la hoguera, como si se resistiese a agotar el último destello de luz. Pero cuando al fin lo hizo, la misma esencia del abuelo pareció desaparecer, quedando convertido en una simple carcasa vacía.
Empezó olvidando cosas sin importancia, pero cuando se levantaba confundido y asustado, sin reconocer su propio dormitorio, su familia empezó a sufrir por él de veras. Eso fue hace un año. En apenas unos meses sencillamente desconectó del mundo, convirtiendo a su hija y a su nieto en dos extraños primero para pasar a ignorarlos después, como si simplemente no existieran, como si esas siluetas y esas voces que trataban de insuflarle ánimos procediesen de un lugar muy remoto, totalmente inalcanzable para él.
El abuelo se ha rendido, les dijo el doctor Franquesas. Dejó de caminar, dejó de comer y, poco a poco, dejó de vivir. Pero su nieto no se rindió con él. Nunca. Le cantaba jotas mientras lo lavaba, le hablaba despacio, como si fuese un niño, mientras trataba de hacerle comer algo, y le cubría de besos y abrazos sin saber cuál de ellos iba a ser el último.

Pasó de largo Huesca y dirigió el coche por la A-132 hacia Ayerbe, ese pueblo donde había pasado tantos veranos felices, bañándose en las aguas del Gállego y recorriendo sendas a través del Reino de los Mallos, con su abuelo de guía, regando la caminata con apasionantes historias sobre su juventud y sus años como maquinista ferroviario.
Aparcó junto al Palacio de los Marqueses y recorrieron a pie el trecho que había hasta la estación, no sin antes detenerse en una panadería a comprar unos refollaos.
Cuando llegaron a la estación el ambiente era espectacular, con gente ataviada de época recorriendo el pequeño andén en espera de la llegada del tren. El Canfranero, lo llamaban, como tantas veces le había explicado el abuelo. Algo especial impregnaba el ambiente, aunque el chico no supo determinar qué era. Al fin y al cabo, él no había vivido la época que ese día rememoraba.
Se sentaron en un banco, donde el joven dio buen recaudo al último de sus refollaos, mientras les invadió una música al son de la cual danzaban alegres gigantes. Cerró los ojos y creyó viajar hasta esa época del pasado en la que su abuelo era un apuesto ferroviario y hacía sonar la bocina del tren a medida que se acercaba a la estación de Ayerbe. Oyó la voz de una criada llamando a un niño que se alejaba, a un vendedor de globos y dulces, a caballeros con acento francés preguntando por el horario del próximo tren hacia Jaca, a soldados cortejando a alegres señoritas… Se trasladó, como por arte de magia, a la II Guerra mundial, cuando el Canfranero estaba en su máximo esplendor, uniendo los puertos de Portugal con Suiza. Rememoró las historias sobre nazis y franquistas que el abuelo le narraba de crío (probablemente muchas de ellas ficcionadas), relatos sobre importantes cargamentos de oro y wolframio, y, ¿cómo no?, los flirteos con damas de buen ver (y otras de más dudosa calaña) del maquinista antes de conocer a la que a la postre sería la abuela, esa tímida chica de ciudad que no había viajado nunca en tren sin ir acompañada  y que tras pedirle ayuda al abuelo no volvió a estar sola nunca más, hasta su prematura defunción.
Revivió toda esa época embrujado por los disfraces y los bailes de las gentes de Ayerbe y se emocionó. Y un temblor le sacudió el corazón cuando sintió que alguien le oprimía la mano, embriagado por el momento.
No quería girarse por miedo a que fuese fruto de su imaginación, pero al fin lo hizo. Miró a su derecha, donde había sentado al abuelo sin mente ni historia, y confirmó que era la mano del anciano la que apretaba la suya propia, nerviosa, mientras sus ojos volvían a ver por primera vez en mucho tiempo. No solo mirar, sino ver. Si presente o pasado, eso poco importaba. Sus pupilas se contraían y dilataban como queriendo absorber toda la información visual que la enfermedad degenerativa le había privado esos últimos meses, sus iris bailaban descontrolados en el blanco amarillento de sus ojos y una lágrima floreció para dejarse caer por su rostro, esquivando los surcos que la edad y el sol habían provocado en sus mejillas, como grietas en tierra de secano.
Su nieto lo contempló como quien lo veía por primera vez. Y el abuelo giró la cabeza por su cuenta para devolverle la mirada. Por un instante, el chico apenas pudo reconocer al hombre que tanto le había dado y al que tanto quería, intuyendo en su lugar al atractivo joven que fue, con su gorra de maquinista bien calada y el silbato en la boca.
Una bocina rompió la magia del momento y un estruendo de vítores y aplausos los ensordeció cuando el Canfranero al fin hizo su aparición en Ayerbe. Los visitantes corrieron a apelotonarse ante las vías para recibir a la máquina, que impregnaba el ambiente con un aroma a madera vieja y metal, y el muchacho creyó ver una sonrisa dibujándose en los labios de su abuelo.
“Lo he traído de vuelta”, pensó. Fue solo un segundo, fugaz y marchito ya, pero un segundo, al fin y al cabo. La fiesta continuó, el tren se llenó de pasajeros y partió, la banda tocó música y los voluntarios del Ayuntamiento comenzaron a prepararse para la comida popular que no tardaría en llegar. Pero todo eso el abuelo ya no lo vio. Había regresado a ese lugar vacío y solitario en el que había residido al final de sus días y su mirada volvía a perderse en el infinito.
Pero había podido despedirse. Aún quedaban restos de una mueca que había sido sonrisa y un reguero salado se dibujaba en sus pómulos.
Y satisfecho con su excursión, feliz porque había podido volver a ver a su abuelo una última vez, el joven inició el regreso a Barcelona.

En el camino de regreso no hubo música. Ya había pasado el tiempo de las jotas y los recuerdos. Porque en el fondo de su ser, el joven sabía que, ahora ya definitivamente, su abuelo se había quedado en Ayerbe, a los mandos de ese tren donde fue tan feliz y en el que conoció al único amor de su vida.


FIN

lunes, 10 de febrero de 2020

LOS OSCAR EN DOS MINUTOS

El sueño me invade, los párpados me pesan y mi mente se siente tentada por contar las pocas horas que me quedan para dormir en lugar de los premios de la noche.
En fin, mejor rematar el trabajo y, tras una velada más musical que humorística, con un ritmo bastante acertado pero poca inspiración en los discursos, Parásitos ha sido la gran triunfadora de la noche.
Había quien pensaba que el repartir sus posibilidades entre mejor película y mejor película internacional le iba a restar votos, pero contra pronostico ha roto esquemas y va a entrar en la historia de los Oscar por derecho propio.
Es la primera película en ganar un Oscar a la mejor película sin ser hablada en inglés (The artist no la cuento; primero por ser prácticamente muda y segundo porque la única palabra que se pronuncia en todo el film es en inglés). Lo hace, además, con un doblete en mejor película y rematando la faena con otros dos premios gordos: director y guion.
Cuatro Oscar en total, aunque ya puestos se le podría reprochar no haber ganado también alguno técnico.
Bong Joo Ho, además, se ha marcado el mejor discurso al hacer que todo el público se ponga en pie para aplaudir a Martin Scorsese, dando al veterano realizador el homenaje que la Academia le ha negado.
Una justa vencedora que logra empañar la confirmación del boicot contra Netflix y Disney (solo han rascado con Laura Dern y Toy Story 4, respectivamente). Quedo muy decepcionado pese a ser lo esperado por todos, con los premios interpretativos, del cual solo aplaudo el de Pitt y lamento profundamente que España no haya conseguido ninguno de los tres premios a los que optaba.
Ceremonia de premios muy repartidos en la que casi todos han rascado algo: Parásitos se ha llevado cuatro; 1917, tres; Érase una vez… en HollywoodLe Mans 66 y Joker, dos y Jojo RabbitMujercitasHistoria de un matrimonioJudyRocketmanEl escándalo y Toy Story 4, uno.

Este es el resumen de los principales premios:
  • Mejor película: Parásitos
  • Mejor dirección: Bong Joo Ho
  • Mejor actor: Joaquin Phoenix
  • Mejor actriz: Renée Wellweger
  • Mejor actor de reparto: Brad Pitt
  • Mejor actriz de reparto: Laura Dern
  • Mejor guion original: Parásitos
  • Mejor guion adaptado: Jojo Rabbit
  • Mejor película internacional: Parásitos
  • Mejor película de animación: Toy Story 4
Quizá mañana haga un análisis más profundo. Ahora me voy a dormir.
Felices madrugadas... O lo que sea a estas horas...

domingo, 9 de febrero de 2020

ESPERANDO A LOS OSCAR

Cierto es que podría justificarme con los problemas de agenda que he ido mencionando últimamente para explicar porqué no he dedicado más tiempo este año a premios Oscar. No puse el listado de nominaciones en su momento y tampoco he hecho una quiniela con mis favoritos ni repasado los premios que cada película ha ido cosechando desde que empezó la temporada.
Lo cierto es que el tiempo es un elemento clave, desde luego, pero también la desidia. Una desidia que incluso amenaza con que me plantee si voy a aguantar la gala de esta noche hasta el final (aunque tú y yo sabemos que al final lo haré).
Y el motivo es muy sencillo de explicar: no va a ganar la que sin duda ha sido la mejor película del año.
Esta es una afirmación muy tajante, lo sé, pero la película a la que me refiero no solo ha sido, a mi parecer, la mejor del año, sino que ha entrado por méritos propios a formar parte de la historia del cine. Cada vez que en el futuro se recuerde el 2019 se hablará de esta película y habrá para siempre un antes y un después en la forma de trabajar de los grandes estudios.
Me estoy refiriendo, por supuesto, a Vengadores: Endgame, que no solo ha sido la película más taquillera de la historia (eso no significa nada, diréis algunos, a lo que yo añado: nada más que es la película que más a gustado a la gran mayoría del plantea, como si eso fuera poco) sino que supone el colofón de oro a una saga impresionante de películas que se han unido entre ellas como nadie había osado a hacer hasta ahora (y que ha supuesto el batacazo de aquellos que lo han intentado imitar después). Una película espectacular pero también emotiva, con grandes diálogos y brillantes interpretaciones. Una película con un gran reparto donde cada una de sus estrellas demuestra estar entregada a la causa al cien por cien (comparen al Stark de Robert Downey Jr. con el de Dr. Dolittle, por ejemplo). Pero claro, no es época de nominar a nadie por una película de superhéroes, por más que Scarlett Johansson se entregue igual a la Viuda Negra que a sus personajes en Jojo Rabbit o Historia de un matrimonio, por poner otro ejemplo.
Creo sinceramente que hay cierto rechazo entre la gente del cine ante el gigante en que se ha convertido Disney, y eso ha provocado que ni siquiera Endgame pueda destacar en el apartado técnico, igual que a poco puede aspirar El ascenso de Skywalker. Y es que queda mucho más intelectual y gafapastas nominar al rollazo de Joker, aunque eso implique volver a caer en los resultados de audiencia televisiva de una gala que amenaza a caduca. Al fin y al cabo, eso de premiar blockbusters no debería ser tan extraño. ¿Acaso no era Ben Hur un blockbuster de su época? Y no está tan lejano en el tiempo cuando Titanic o El Señor de los Anillos arrasaban en taquilla y en premios.
Pero era otra época, y ahora se lleva más el castigar al que hace dinero, como si Disney fuese el mal encarnado, sin tener en cuenta que es quien prácticamente mantiene vivas a las salas de cine.
Otro que mantiene vivo el propio cine, ya hablando en términos más de autor, es Netflix, otra odiada productora que, sin embargo, es la que da más libertad a los directores. Hace apenas unos meses parecía que Historia de un matrimonio y El irlandés eran obras maestras que iban a arrasar con todo, pero algo ha pasado y, a la hora de la verdad, las nominaciones van a ser suficiente premio. Las opciones han quedado en nada o casi nada.
Al menos Joker no parece que vaya a ser la gran triunfadora, aunque me temo que el (inmerecido) premio a Joaquin Phoenix no se lo quita nadie. Lástima, porque me parece mucho más estimable el trabajo de Antonio Banderas o incluso de DiCaprio o Driver. Respecto a la actriz protagonista, Renée Zellweger podría llevarse el gato al agua, porque su papel en Judy es de esos que suelen gustar a la Academia. En las categorías de actor y actriz de reparto es probable que los favoritos cumplan con los pronósticos y sea la noche de Bad Pitt y Laura Dern, mientras que en la categoría de guion apuesto por Jojo Rabitt y Parásitos.
Hasta hace poco, después del vuelco ya comentado en las quinielas en contra de Netflix, todo parecía indicar que 1917 iba a ser la gran triunfadora, pero los rumurólogos están apostando mucho por esa joya del cine coreano que es Parásitos, con lo que no es descabellado que al final sea el film de Bong Joon-ho quien gane como mejor película y, a cambio, Sam Mendes se lleve el de mejor director.
Y precisamente el hipotético éxito de Parásitos en los premios “de verdad” es lo que le podría hacer restar opciones en la categoría de película de habla no inglesa, la única esperanza para que Dolor y Gloria se lleve, pues eso, la gloria para casa, aunque tampoco es que Klaus no parta con bastantes opciones en el campo de la animación.
Se suponía que este iba a ser el año de la redención para muchos artistas repudiados, pero al final se quedaron sin nominación tanto Eddie Murphy por Yo soy Dolemite, Adam Sandler por Diamantes en bruto (de estas dos aún no he tenido tiempo de hablar por aquí) o Jenifer Lopez por Estafadoras de Wall Street.


Sí espero que sea, al menos en boca de algún presentador, la noche de Kirk Douglas. Se lo merece.

Visto en Netflix: KLAUS

Este año tengo ciertas sospechas de que los académicos no hayan sido del todo sincero con sus apuestas para los Oscar. Ya hablaré de eso en la siguiente entrada, pero me huelo que hay cierto resquemo en contra de Disney y Netflix que han inclinado la balanza hacia una serie de favoritos con los que hace unos meses ni siquiera se contaba.
Sin embargo, dicen que rectificar es de sabios y debo reconocer mi “mea culpa” al haberme precipitado en cierta parte de mi análisis. Y es que una de las cosas que más me chirriaba era que Frozen II se hubiese quedado fuera de las nominadas a mejor película de animación cuando si se encuentra algún título casi desconocido como es el caso de Klaus.
Craso error. Después de haber podido recuperar (casi rozando el límite de la noche de los Oscar) la mencionada película, una producción a medias entre Atresmedia y Netflix que se estrenó en cines sin demasiado ruido y que ahora se puede recuperar vía streaming, debo reconocer no solo que merece estar entre las cinco candidatas, sino que creo que se trata de la mejor película del año, muy por encima de la efectiva pero repetitiva Toy Story 4.
A simple vista, el planteamiento de Klaus podría parecer poco original. No es más que un nuevo intento de explicar el origen de la navidad y sus tradiciones, tales como la figura de Santa Klaus y su deseo de repartir regalos una vez al año. Sin embargo, más allá del cuento empalagoso y cargado de tópicos que uno se podría esperar estamos ante una deliciosa comedia que no por didáctica y bienintencionada deja de ser divertidísima.
En realidad, el protagonista es un aspirante a cartero en una época donde el servicio de mensajería es más castrense que el propio ejército, un niño mimado y pijo que no aspira a nada más que a vivir del cuento sin importarle nadie ni nada y al que su padre, a modo de castigo, envía al lugar más remoto del continente con el propósito de que establezca una oficina de correos capaz de generar un mínimo de seis mil cartas en el plazo de un año. Una tarea casi imposible si tenemos en cuenta, además, que los habitantes del lugar se dividen en dos facciones casi analfabetas cuyo único propósito en la vida es la de luchar unos contra otros.
Con este arranque tan poco navideño, la película va dando pasos firmes hacia la leyenda, creando con suma inteligencia cada uno de los detalles más míticos, con una animación muy clásica, pero de gran calidad y unos personajes que terminan por despertar una ternura infinita.
Puede que alguno la llegue acusar de extremadamente previsible (es evidente cómo va a terminar, eso no lo voy a negar) y demasiado complaciente hacia la obligada moraleja, pero sus virtudes son siempre mayores que sus defectos y termina por ser una delicia en todos los sentidos, una película resplandeciente que se puede gozar a cualquier edad, tierna y divertida a la vez.

Valoración: Ocho sobre diez.

Cine: EL ESCÁNDALO

Si algo bueno podemos sacar de todo lo que envolvió el tema del #metoo fue la posibilidad de sacar a la luz muchos casos de abuso de poder en Hollywood, donde las torres más altas se empezaron a tambalear consiguiendo incluso que algunas de ellas llegasen a caer.
Precisamente ahora está bien de actualidad el juicio contra Harvey Weinstein, cuyos oscuros tejemanejes eran un secreto a voces desde hace tiempo, pero ha sigo gracias al mencionado movimiento que se han podido denunciar, aunque por desgracia esa era una práctica habitual en el Hollywood dorado, como se refleja en el personaje de Meyer en la reciente Judy.
Jay Roach, director habitual de comedias (suyas son las películas de las sagas de Austin Powers y Los padres de ella), ya se puso serio para relatar la caza de brujas en Trumbo: la lista negra de Hollywood, y se encarga ahora, con El escándalo, de plasmar dichos abusos en el mundo televisivo, concretamente a cargo de Roger Ailes, mandamás de Fox News hasta que las denuncias de muchas mujeres provocaron su despido.
Roach da casi un tono de documental a su película, casi inspirándose en aquel intento de explicar fácilmente la crisis económica que fue La gran apuesta, con personajes narrando  y rompiendo la cuarta pared en varios momentos del film, poniendo toda la carne en el asador en forma de tres actrices extraordinarias que bordan sus papeles (aunque sería injusto no destacar también la excelente labor de John Lithgow en la desagradable piel de Ailes), pero restando con ello algo de fuerza a la propia narrativa.
Para plasmar mejor lo que sucedió, Roach y el guionista Charles Randolph deciden hacer que el espectador empatice con tres mujeres en diversos puntos de sus carreras: la periodista caída en desgracia que destapa el asunto, la estrella que está en su máximo apogeo y que parece dispuesta a mirar hacia otro lado por no perder su estatus y la recién llegada que no sabe como enfrentarse a  la crisis, tres tipos diferentes de víctimas que resumen muy bien el alcance del odioso magnate. Sin embargo, esa diversificación de caracteres obliga a diversificar también las historias y perder, con ello, algo de profundidad de los personajes. Un ejemplo claro está en la Megyn Kelly a la que da vida Charlize Theron, que para poder presentarla correctamente se debe dedicar demasiado tiempo a sus careos con el por entonces candidato presidencial Donald Trump con lo que, pese a ser el motor de la historia, queda un poco alejada del tema principal.
Así, podemos decir que estamos ante una interesante película pero que no termina de alcanzar la grandeza a la que parece aspirar, siendo más un relato testimonial de lo sucedido que un análisis en profundidad de los hechos. Con todo, su grandioso reparto (junto a Nicole Kidman, Margot Robbie -que esta semana hace doblete de estrenos- y Theron se puede ver también a Malcolm McDowell, Allison Janney o Kate McKinnon entre otros) termina por imponerse sobre todo lo demás y consigue resaltar los valores de la película.

Valoración: Siete sobre diez.

sábado, 8 de febrero de 2020

LA PRESENTACIÓN DE MUNDO MUERTO EN YOUTUBE.



Bueno, pues casi sin darme cuenta ha pasado ya más de una semana desde la presentación de Mundo Muerto
Ya he dicho hasta la saciedad que fue un día inolvidable, acompañado de buenos amigos (faltaste tú, y lo sabes) y de la mano de los profesionales de Célebre Editorial.
El escenario fue el incomparable marco de la librería Gigamesh, ese lugar al que acudía desde hace años en busca de novelas raras o figuras de plomo de superhéroes descatalogadas, sin imaginar que un día yo mismo sería protagonista de un acto en la sala trasera rodeado de vitrinas con piezas de coleccionismo objeto de deseo de muchos.
Ya superada la resaca, y cuando el objetivo ahora es darme a conocer a más gente cada día, os dejo el vídeo (que podéis encontrar en youtube) para rememorar el acontecimiento.

Cine: AVES DE PRESA (Y LA FABULOSA EMANCIPACIÓN DE HARLEY QUINN)

Acuciados por el éxito de Marvel, en Warner nunca han sabido muy bien qué hacer con las infinitas posibilidades que les ofrece el universo DC, lejos ya los tiempos de Christopher Nolan y su Batman. Eso les ha obligado a ir a salto de mata y depender más de los ecos que producían sus películas que de un plan específico. Por eso, tras la apuesta por Superman con El hombre de acero, cuando intuyeron que en Batman v. Superman a la gente le molaba más el Batman de Affleck que el Super de Cavill, el último hombre de Krypton cayó en desgracia y había planes para meter al murciélago por todas partes, película en solitario y estrella invitada en Escuadrón Suicida incluido. Luego fue el propio Affleck quien fue condenado y borrado del mapa y, viendo que lo poco que parecía molar de la mencionada Escuadrón Suicida era el personaje de Harley Quinn, era cuestión de meter a Margot Robbie hasta en la sopa.
Mientras esperamos con incertidumbre qué nuevo cambio de planes pueda originar el inesperado (y desproporcionado) éxito de Joker, llega la primera de esas muchas películas anunciadas centrada en la figura de Quinn (el año que viene será turno de Escuadrón suicida 2 y ya veremos qué pasa con los proyectos de Gotham sirens y la supuesta película específica de Harley Quinn y Joker): Aves de presa (y la fabulosa emancipación de Harley Quinn).
El título no puede ser más evocador. Como el Joker de Jared Leto tampoco gustó nada, plumazo y a otra cosa, mariposa, así que su obsesiva enamorada no tiene más remedio que buscarse las castañas por su cuenta, aunque no tardará en coincidir con un grupito de inadaptadas con las que formará la alianza femenina del título.
Viendo las primeras imágenes del film y con el conocimiento de que iba a ser una película de clasificación R, las expectativas eran bastante halagüeñas, pero una vez más en Warner han pecado de cobardía y han ofrecido bastante menos de lo que se esperaba.
Con Margot Robbie como indiscutible estrella de la función, la película no deja de ser una pobre imitación del Deadpool de la Fox, sin atreverse a llegar a los límites de aquella. Con un argumento bastante lineal que desaprovecha terriblemente las posibilidades el villano de la función, un Máscara Negra al que da vida un Ewan McGregor que se esfuerza por estar todo lo desatado que el film parece merecer, y cuyo nivel de gamberrismo termina siendo lo suficientemente light como para no escandalizar a nadie.
Cathy Yan, prácticamente una desconocida, hace lo que puede para conseguir una película dinámica y que no aburra, limitada a un presupuesto mucho más ajustado que el de otras películas del DCEU (o comoquiera que se llame esto ahora), con peleas bastante dinámicas y tratando de ofrecer un sentido del humor algo cafre, pero sin llegar a conseguirlo del todo. Quizá uno de los problemas radique en la pobre definición de personajes, demasiado lastrados por la necesidad de dedicar el máximo de tiempo posible a una Harley Quinn que en Escuadrón Suicida molaba y que aquí se le nota demasiado el esfuerzo artificial que hace por molar. Ese desdibujamiento del resto de protagonistas y la narrativa desordenada hacen que la función no se pueda disfrutar como se debería, forzando a que la diversión vaya de más a menos. Al principio, parece que el nivel de locura va a funcionar bastante bien, pero ya a mediados del metraje el chiste se empieza a repetir y el nivel de “molanidad” va hacia abajo.
Con todo, Aves de presa no es una película aburrida, y mejora un poco el nivel de otras películas “menores” de DC, pudiendo ser comparable a Shazam, otra que apuntaba maneras (y cuya campaña promocional estaba también inspirada descaradamente en Deadpool) y que terminaba viéndose condenada por la obligación de ser demasiado infantil. En Aves de presa el problema no son los niños (hay palabrotas, muertes y mutilaciones) pero flojea en demasiados aspectos y, si Margot Robbie nos enamoraba en Escuadrón Suicida, aquí termina por agotar, mientras que a personajes como el Canario Negro de Jurnee Smollett-Bell o la Cazadora de Mary Elizabeth Winstead saben a poco.

Valoración: Seis sobre diez.

miércoles, 5 de febrero de 2020

Cine: UNDERWATER

Underwater es una de esas películas que se tenían que haber estrenado hace ya un par de años y que nos llega de tapadillo y con ligero tufillo a fracaso comercial. Sin embargo, pese a su problema de planteamiento, bien merece una oportunidad.
Con lo de problema de planteamiento me refiero a que estamos ante una película de presupuesto medio con un argumento digno de superproducción, pero unas bases que beben mucho de la serie B. Ante este batiburrillo de conceptos el resultado final es una muy aceptable película de terror claustrofóbico donde se lamenta que los efectos visuales no puedan dar más de sí y el exceso de escenas oscuras o acciones en off, por otra parte inevitables.
William Eubank, director que ya demostró su amor por la ciencia ficción en la estimable La señal, transforma la sensación claustrofóbica espacial de películas como Alien, el octavo pasajero (de la que es clara heredera, para adaptarla a la profundidad marina. No es nada novedoso, me vienen a la mente ejemplos claros como Abyss o Esfera, pero que con un interesante diseño de la amenaza muy bebedora de la narrativa de Lovecraft le da un puntito de interés extra.
El gran acierto es el usar diversos tipos de amenaza diferente que se nos va mostrando paulatinamente, y pese al pequeño bajón del segundo arco la cinta funciona con un ritmo endiablado, sin que nunca dejen de suceder cosas y donde la muerte se palpa en cada esquina.
Se podría lamentar que no haya un poco más de profundidad en el análisis de los protagonistas, lo cual, teniendo en cuenta que estamos ante una producción de escasos noventa y cinco minutos, puede invitar a suponer que hay habido recortes en el metraje que pueden haber lastrado esas reflexiones. Con todo, los momentos dramáticos funcionan bien, el alivio cómico no molesta y solo se hecha en falta algo más de sangre para remarcar el terror físico por encima del psicológico.
Hay también algunos apuntes en cuanto a crítica social sobre si la propia humanidad se está cargando el planeta, pero no es más que un elemento más en una película done lo que importa es el destino de seis supervivientes atrapados en una base marina a punto de explotar con una amenaza desconocido a su alrededor.
Buen trabajo de Kristen Stewart y el resto del reparto para una película que merece más suerte de la que está teniendo.

Valoración: Siete sobre diez.

Cine: JUDY

Sé que estamos en un momento en que los biopics son de los pocos géneros que pueden competir con el cine de superhéroes, ya sean de la corriente de héroes normales que tanto gustan a Eastwood, canallas que triunfan a rebujo del éxito de El lobo de Wall Street o grandes artistas musicales que viven una segunda vida desde que Bohemian Rhapsody arrasara con todo (director incluido).
La pregunta es: ¿a estas alturas, a alguien le importa demasiado la vida de Judy Garland? No es una de las grandes divas del Hollywood dorado más allá de su participación en El mago de Oz y dudo mucho que muchos miembros de las generaciones más jóvenes puedan recordar alguna película suya más allá de la mencionada.
La mejor excusa, pues, para enfrentarse a la película de Judy es olvidar de quién la protagoniza y utilizarla como un ejemplo genérico de los niños de Hollywood convertidos en juguetes rotos, pudiéndose intuir en la relación entre la pequeña Judy y el productor Mayer un atroz adelanto de lo que terminaría por desembocar, décadas después, en el #metoo. Por ello, quizá habría sido más interesante ver más momentos de la Judy Garland niña que de la adulta, cuyo relato no pasa de ser el típico melodrama sobre la madre adicta al alcohol, las pastillas y los problemas que lucha sin demasiadas fuerzas por mantener a sus hijos a su lado. Una historia de caídas en desgracia que conocemos demasiado y cuya puesta en escena por parte de Rupert Goold tampoco es que sea para tirar cohetes.
Así, solo nos queda agarrarnos a la efectiva y desgarradora interpretación de Renée Zellweger (ahora es cuando los medios hablan de “el regreso de Renée Zellweger” como si eso significara algo) y al intenso instante final, que en el fondo no deja de señalar uno de los principales problemas del film: te pasas las dos horas de metraje esperando a escuchar sonar Over the Rainbow. Así que, aunque funciona lo suficiente como para llegar a emocionar, sirve también para recordar la frustración que se siente durante el resto de la película.

Valoración: Seis sobre diez.

Cine: ADÚ

La nueva película de Salvador Calvo después de la interesante 1898: Los últimos de Filipinas es Adú, un melodrama bienintencionado con crítica social acerca de la inmigración y la dificultad de sobrevivir en ciertas zonas de África.
La película está dividida en tres historias que transcurren en paralelo hasta que, de algún modo, se terminan por cruzar (casi se rozan, diría yo). La principal y que da título al film es la de Adú, un niño de Camerún que debe huir de su aldea junto a su hermana y trata desesperadamente de llegar a Europa. Esta es la historia más conmovedora y desgarradora de la película, muy bien sostenía por el pequeño Moustapha Oumarou y que bien merecía ser el único foco de atención del film. Aunque algo reiterativa en ciertos momentos, cayendo en la búsqueda de la lágrima fácil, su historia, sin que tenga nada demasiado original, es un buen ejemplo de la situación de la inmigración ilegal que llega desde el continente africano y ya por sí sola es motivo más que suficiente para ver esta película.
El problema radica en que apenas hay una conexión con las otras dos historias, más allá de tener a África como elemento común, y eso hace que la película baje algunos enteros. Por un lado, la historia de un áspero defensor de los elefantes que se reencuentra con su problemática hija adolescente no deja de ser un relato previsible y poco inspirado que parece buscar más la taquilla con el reclamo de sus dos actores protagonistas, unos Luis Tosar y Anna  Castillo que siempre están a muy buen nivel, que no por su aportación a la historia, mientras que la trama que protagonizan Álvaro Cervantes y Miquel Fernández, unos policías aduaneros investigados por la muerte de un inmigrante, parece muy distanciada del resto de la narrativa, y cada vez que aparecen en pantalla se nota una ligera fractura narrativa.
Probablemente por separado las tres historias podrían haber dado para tres películas independientes, pero entremezcladas no terminan de funcionar, quizá porque el espectador está constantemente esperando ese momento en la que una se funda con otra, interactuando entre ellas, sin que en realidad nunca lleguen a converger del todo, más allá de cruces casuales.
Interesante película, en fin, que peca de querer contar demasiadas cosas sin poder permitirse el profundizar demasiado en ellas, y con cierta tendencia al drama nada sutil y algo facilón.

Valoración: Seis sobre diez.

domingo, 2 de febrero de 2020

PRESENTACIÓN DE MUNDO MUERTO

Fue un día inolvidable. No se trataba de la primera presentación que realizaba de una de mis novelas, pero sí la más emocionante.

Primero, por los organizadores de la fiesta, una Célebre Editorial que parecían dispuestos a apostar por mí y que habían decidido dar una segunda vida (que término más irónico dadas las circunstancias) a Mundo Muerto. Segundo, por el escenario, una librería Gigamesh que era el lugar perfecto para una novela de estas características y que no está al alcance de cualquier escrito novel. Tercero, por el público. Me habían insistido tanto de la importancia de que hubiese una buena afluencia que en los días previos he estado más pendiente de tratar de captar a gente que de lo que iba a decir en la propia presentación.
Al final, tras un puñado de nervios y algún torpe chascarrillo, la celebración fue digna de tal nombre. Muchos amigos entre los asistentes. Caras conocidas que me reconfortaban con su presencia. Los que no pudieron venir, animándome desde la distancia. Y ante mí, presidiendo la mesa, la magnífica portada de Carolina Bensler que eleva mi novela a la categoría de obra de arte.
Ricard Pérez hizo de maestro de ceremonias, y entre risas y algún desliz (que todo hay que decirlo), mi turno. Más nervios, para qué negarlo. Pero esta criaturita de más de seiscientas páginas es como un hijo para mí, y las palabras me salen solas. Como colofón, pese a la afonía traicionera tan propia de estos días de invierno, Jesús Vera leyó un fragmento de la obra.
La historia ya la deberíais conocer. Un apocalipsis zombi se desata en Barcelona teniendo como epicentro una enorme fábrica de automóviles. La casualidad quiere que uno de los allí acorralados sea una especie de bicho raro conocedor, mediante comics, películas o videojuegos, de la materia y que se convierte en la gran esperanza para la humanidad. Para lo que quede de ella, vamos…
Tras los aplausos de rigor, el momento de las firmas. Las felicitaciones, los abrazos y la pena por no poder saludar a todo el mundo como se merecía. Somos muchos y el tiempo se nos echa encima. Lo importante es que el primer objetivo se consiguió: la sala estaba a reventar. El balance de las ventas tampoco estuvo nada mal. Ahora solo queda desear que todo el mundo lea su novela y lleguen las críticas.
En un futuro cercano habrá más presentaciones. Y ya hay programada alguna entrevista de radio. Has promesas de una visita a la feria del libro de Madrid y de poder cumplir mi sueño de volver a presentar la obra en el propio festival de Sitges.
Y tras concluir el acto, parecía inevitable ir a celebrarlo con el puñado de supervivientes a una terraza, donde remojar las gargantas y empezar a planificar, esto no para, la siguiente novela.
Una gran noche, qué duda cabe. Y mi más sincero agradecimiento a todos los que vinieron.

BIENVENIDOS AL NUEVO PANDA

Después de la entrada en la que comentaba los cambios que se esperaban para este 2020 en el blog, son muchas las pruebas de apoyo recibidas lamentando el cierre del mismo. Puede que no me expresara bien, por lo que voy a empezar matizando un poco las cosas. Definitivamente, El panda Cinéfilo NO VA A TERMINAR. Simplemente va a sufrir algunos cambios, empezando por su nombre.
El problema principal es la falta de tiempo. Y no me parece justo para mis seguidores comentar algunos estrenos con tanto retraso. Me parece imperdonable que opiniones como la de Richard Jewell llegasen al blog casi un mes después de haberla visto, cuando posiblemente ya ni siquiera esté en cartel. Así que el primer paso para solucionar eso es el de hacer comentarios más breves, sintetizando al máximo mi opinión para tratar de ajustar mejor los tiempos. Otra cosa es que, a lo largo del año, por motivos ya comentados, mi afluencia a los cines sea menor, pero mientras pueda ver un estreno lo seguiré comentando por aquí.
El verdadero cambio está en la finalidad misma del blog. Hasta ahora era solo un foro de opinión cinematográfica, en el que comentar los estrenos semanales y, en ocasiones especiales, algún evento como los Oscar, el Festival de Sitges, etc. aunque durante alguna temporada también pude experimentar con un apartado televisivo o con las recomendaciones que vosotros mismos me hacíais.
El caso es que ha llegado el momento de renovarse, y lo que pretendo hacer ahora es convertir el blog en una página más personal en la que reflejar mis propias inquietudes. Ya sabréis la mayoría que llevo tiempo batallando con dos novelas autopublicadas en el mercado, pero tras mi reciente fichaje por Célebre Editorial y la reedición de Mundo Muerto ha llegado el momento de tomarme más en serio mi faceta literaria. Como tal, necesitaba un blog con el que poder informar de mis proyectos, avisar de las presentaciones, compartir relatos, etc. Teniendo ya El panda Cinéfilo en pleno funcionamiento, me parecía absurdo crear un segundo blog, con lo que solo conseguiría que uno le quitara tiempo al otro y no poder sentirme completamente realizado con ninguno de los dos, así que la solución más lógica era fusionar ambos conceptos en uno solo. A partir de ahora, aquí encontraréis noticias sobre mis andanzas literarias, pero seguiré compartiendo con vosotros mis comentarios sobre las películas que vea, así como series, libros o comics que haya podido leer recientemente. Una especie de cajón de sastre con el que ampliaré la temática del blog sin dejar de seguir hablando de lo que ya hablaba hasta ahora.
Es por ello que a partir de ahora las etiquetas de las entradas variarán, y en lugar de reunificar en ellas a los principales actores y director de la película comentada servirán más bien para diferenciar las temáticas, de manera que no obligue a ningún lector a perder tiempo leyendo cosas que puedan no interesarle.
Por último, el primer cambio significativo está en el nombre y la imagen del logo (que tampoco tiene porqué ser definitiva). Sois muchos los que ya me identificáis como “el Panda”, como si este fuese una especie de alter ego cinéfilo, por lo que creo que su nombre debía seguir encabezando el blog. Así que, aunque esto sea, a partir de ahora, “un blog de David Medina B.”, se trata, ante todo y por encima de todo, de “Las cosas del Panda”. Y de ahí su nombre.
Seguro que en el futuro seguirá habiendo más cambios. Y por aquí los comentaré. Pero mientras, no lo dudéis, seguiré dando guerra tanto como pueda.
Así que ya sabéis. Nos seguimos leyendo por aquí. Disfrutad de la vida, id mucho al cine y, de vez en cuando, comprad algún ejemplar de Mundo Muerto. No os cambiará la vida, pero os hará pasar un buen rato.