Stephen Gagham es un irregular guionista firmante de títulos como la interesante Traffic, la denostada El Álamo, la leyenda o la encomiable Syriana, aunque en su faceta de director apenas tenía dos películas en su haber, la propia Syriana y Gold, la gran estafa, vehículo para el lucimiento de Matthew McConaughey demasiado heredera de El lobo de Wall Street de Scorsese.
Con semejante bagaje, marcado por cierto aire de seriedad, cuesta pensar cómo se ha metido en el embolado que ha resultado ser Las aventuras del doctor Dolittle, una demencial propuesta a medio camino entre la estupidez, el cuento infantil y la fantasía heroica. Vamos, un popurrí bastante absurdo.
En una de las pocas ocasiones de ver a Robert Downey Jr. alejado de su armadura de Iron Man, la película se centra completamente en su personaje, el peculiar doctor con el poder de hablar con los animales que en poco o nada se parece a la encarnación que realizara, en el 1998, Eddie Murphy.
El problema de la película es que tiene momentos tan infantiles que rozan el ridículo, mientras en otros se parece optar por un tono más adulto que desconcierta al respetable. Además, siendo una producción menor de lo que debería, el CGI de los animales está muy alejado de los ejemplos recientes de El libro de la Selva o El rey León, ambas de Jon Favreau, mientras que el protagonista nunca parece tomarse muy en serio su papel (y eso que está acreditado como productor). Quizá los múltiples problemas durante el rodaje y el retraso de su estreno hayan incidido en ello.
Solo algún secundario destaca ligeramente, como los paródicos Michael Sheen o Jim Broadbent, aunque quien realmente salva la función es Antonio Banderas, de lejos lo mejor del film. Una película que, por cierto, debe ganar enteros en su versión original, pues con el reparto de voces sí que han sabido poner toda la carne en el asador.
En fin, una película torpemente dirigida y muy ridícula (no está a la altura de Catspero no se queda tampoco muy lejos) que solo puede llegar a hacer disfrutar a los más pequeños y menos exigentes. Debo confesar que, en mi sala de cine, abarrotada de niños, hubo bastantes aplausos al final de la sesión, lo cual podría invitarme a pensar que soy yo quien está equivocado. Pero la realidad es que estamos ante el primer fracaso estrepitoso del año, así que parece que tampoco los niños han decidido salvarla.
Valoración: Cuatro sobre diez.
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