lunes, 30 de diciembre de 2019

CATS

Mi pregunta es sencilla: ¿cómo narices se enfrenta uno a una película como esta?
La carrera del director Tom Hooper es tan extraña como desigual. Tras deslumbrar con la excesivamente formal El discurso del rey bajo algunos enteros con La chica danesa (mi problema con esa película es su protagonista, lo confieso). Por medio dio el salto al musical y se puso muy teatral al adaptar Los miserables, algo que gustó bastante (excepto a mí, pero bueno). Y, quizá cómodo dentro del género, ahora no se le ocurre otra cosa que adaptar el eterno éxito de Broadway Cats.
Para quien no lo sepa: Cats es la historia de unos gatos callejeros que una vez al año compiten para elegir a aquel que entre ellos renacerá en una especie de reencarnación. Algo que ya de por sí suena extraño y confuso a lo que hay que sumar que se trata de gatos antropomorfos. Es decir, actores disfrazados o, en este caso, retocados por ordenador.
Una idea loca que puede funcionar muy bien en los escenarios y que en cine podrían haber dado para una producción en animación o una locura visual propia del Tim Burton de su mejor época, pero que en manos de Hooper resulta una cosa extraña, entre ridícula e insultante, donde las canciones de Andrew Lloyd Webber no lucen como deben excepto en su tramo final y que resulta bochornosa y anticuada a la vez.
Resulta incómodo ver a los actores así caracterizados (más en el caso de actores famosos y reconocibles), con la leve excepción de la protagonista, que es la única que merecería salvarse de la quema (quizá la redondez de su rostro ayuda a aceptar la broma de mal gusto que es esta conversión felina), provocando cierta desazón en el espectador similar al efecto valle inquietante de los personajes creados (mal creados, mejor dicho) por CGI. Lo peor es que uno nunca puede llegar a saber si los autores de este despropósito se lo pretenden tomar en serio o no. Sin una historia coherente como tal (se trata más bien de episodios enlazados), cosas como la amenaza del personaje de Idris Elba (y pensábamos que tras La Torre Oscura no podía caer más bajo…) o la ascensión espiritual del final se enfrentan directamente a la parodia casi obscena de Rebel Wilson bailando con ratones con rostros humanos o comiendo cucarachas que desfilan ante ella.
Sin embargo, si uno resiste la tentación de abandonar en estampida la sala del cine, algo empieza a cambiar, supongo que simplemente es el cerebro acostumbrándose al horror, y el final de la película, donde se encuentran las mejores canciones, amenaza con remontar ligeramente el vuelo, dejando un extraño regusto a frikería de serie B que tiene más en común con obras de John Waters que de Tom Hooper.
En fin, que quizá haya defensores para esto, pero a mi que no me miren. Ver actores a los que admiro hacer ciertas cosas me dan ganas de llorar. O de reír. O de yo qué sé…


Valoración: Tres sobre diez.

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