miércoles, 18 de diciembre de 2019

HISTORIA DE UN MATRIMONIO

Noah Baumbach es uno de esos autores difíciles de catalogar, de comedias agridulces o dramas amables cargadas de reflexión y con una trayectoria ligeramente irregular, nominado al Oscar como guionista por Una historia de Brooklin pero del que también cabe recordar Mientras seamos jóvenes o Frances Ha.
Ha sido con su nueva colaboración con Netflix (la primera fue The Meyerowitz Stories) con la que ha conseguido su película más redonda, quizá por lo personal del tema (posiblemente haya mucho de su separación con la actriz Jennifer Jason Leigh en el guion) como por la cercanía con la que aborda la historia.
El tema del divorcio no es nada novedoso en el mundo del cine, y aparte de clásicos imperecederos como Kramer contra Kramer o La guerra de los Rose, hay miles de melodramas que lo tocan de una manera similar a la del propio Baumbach. Así pues, el secreto de Historia de un matrimonio no hay que buscarlo en su guion, desde un punto de vista literario, sino en la forma en la que el director lo ha abordado.
Historia de un matrimonio es un drama, desde luego, el retrato de una ruptura, de la desintegración del amor y de los daños colaterales en forma de hijo en común. Plantea también la reflexión acerca de si, muerto el amor, puede quedar algo de amistad entre los restos del naufragio. Pero lo hace con un toque de dulzura, con leves gotas de comedia que le permiten esquivar el regodeo en la desgracia ajena, que consigue que nos sintamos parte del proceso.
Los abogados son odiosos, desde luego. Un mal necesario también. Y en ocasiones, causantes de mucho de los males derivados del divorcio. Pero en lo que Baumbach parece querer hacer más hincapié es en recordar que la persona que se tiene enfrente durante el proceso, esa a la que estás empezando a odiar y que, posiblemente deseas sacarle los ojos (aparte de toda su fortuna) es la misma persona a la que una vez amaste y respetaste.
Con una evolución de personajes pausada y muy inteligente, totalmente natural, la película navega por la psique de sus dos protagonistas para compartir los puntos de vista, sin posicionarse ni jugar a las víctimas ni a los villanos, de manera que cualquier mortal que vea la película, independientemente de si ha pasado por esa situación o no (resulta difícil hoy en día que quien no se haya divorciado no haya sufrido, al menos, el divorcio en un familiar o amigo cercano) pueda sentirse partícipe de la historia, como si fuese él mismo el protagonista o si le estuviesen hablando directamente.
Y para conseguir esto, Baumbach se ha apoyado en dos grandes actores que dan lo mejor de sí mismos. Adam Driver y Scarlett Johansson están inmensos, sí, pero lo consiguen desde la pausa y la reflexión, sin caer en histrionismos ni momentos de lucimiento, no pretendiendo ser el mayor punto de interés de la película sino integrándose en ella con naturalidad, algo mucho más difícil que cuando un actor se convierte en el centro de atención de los focos para llevarse todos los méritos.
En resumen, una magnífica película, con ecos al mejor Woody Allen, capaz de provocar sonrisas como oasis en el desierto (para ello se ayuda, sobretodo, en la figura de los secundarios, los abogados especialmente), pero que es dolorosamente realista, tierna y más inteligente que la mayoría de la gente que decide, por el motivo que sea, terminar con sus matrimonios, abrazando en su mayoría a la irracionalidad.


Valoración: Nueve sobre diez.

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