lunes, 30 de enero de 2023

CRÓNICA DE UNA AGONÍA ANUNCIADA

Se veía venir, pero como el moribundo que se aferra a una esperanza efímera yo inicié una huida hacia adelante, pegándome cabezazos contra la pared y prolongando de manera absurda la agonía.

Hace ya unos años anuncié cambios drásticos en el blog. No se trataba de un cierre, pero casi. El cierre del cine al que estaba abonado, mi situación familiar y mis anhelos por creerme novelista me llevaron a plantearme dejar El panda cinéfilo, pero la cabezonería y las muestras de cariño recibida me animaron a seguir un poco más. Ello supuso una ligera reinvención (que luego no fue para tanto), empezando por el nombre del mismo blog. Las cosas del Panda iba a suponer un lugar de encuentro con mis seguidores, donde tendrían cabida las reflexiones personajes, las noticias sobre mi faceta literaria y, de vez en cuando (sino de vez en cuando), alguna opinión de cine. Y hete aquí que se nos vino una pandemia encima y me encontré, sin comerlo ni beberlo, con más tiempo libre del que habría podido imaginar. Y con el estado de alarma llegó también la explosión de Netflix, el nacimiento de Disney+ y, en general, el boom del streaming. Y de repente el blog fue un lugar para opiniones de películas y series más fructífero de lo que nunca había sido. El mundo al revés, se podría decir.

Pero las cosas siguieron cambiando. Una vida en pareja, un bebé, una tercera novela publicada, operaciones de muñeca y demás circunstancias provocaron que el blog dejase de ser una prioridad.

Comencé a escribir en El panda cinéfilo a principios el 2013, coincidiendo con una nueva etapa en mi vida, casi como una manera de obligarme a escribir, dejando de lado las tentaciones que acosan constantemente al vago. Pero después de todos estos años, la cosa ha dejado de ser divertida. Y sin diversión, no vale las pena hacer según que trabajos.

De nuevo las opiniones se estaban acumulando en la carpeta de pendientes, llegando a preferir ver películas antiguas que estrenos por no enfrentarme al estrés de tener que valorarla en el blog. Además, dedicar el poco tiempo libre a actualizarlo no hacía más que quitarme tiempo para nuevos proyectos literarios y al final, de nuevo por mi tremenda vagancia, no escribía ni una cosa ni la otra.

Durante las pasadas navidades tenía serias intenciones de hacer cambios en el blog para dinamizarlo un poco, pero llegó el año nuevo y no había concretado ninguno de esos cambios y fue el momento de plantearme seriamente bajar la persiana o, por lo menos, soltar el acelerador y dejarlo en punto muerto. He tenido dudas, más por nostalgia que otra cosa, pero la prueba definitiva de que hago lo correcto es que desde que tomé la decisión hasta que por fin he encontrado el momento de escribir estas líneas (y lo hago desde el móvil en un descanso en el trabajo, para que veáis) han pasado casi un mes. Es la demostración de que, tanto por mi como por la gente que me sigue, debo parar.

No quiero decir que cierre el blog, tampoco es eso, pero voy a tratar que sea lo que pretendía hace unos años: un lugar desde donde comunicarme con mis amigos (trajes o visuales) sólo cuando tenga algo que decir, comentando quizá alguna peli si decido que vale la pena y dejando de pretender ser un referente cinéfilo (algo a lo que, de todas formas, tampoco llegué), para ser simplemente un canal de comunicación.

Seguiré por aquí, y espero que más pronto que tarde vuelva a informaros de los avances de mis nuevos trabajos (ahora mismo estoy liado con dos novelas a la vez), y seguro que tendréis que ajustar más divagaciones sobre Marvel y otras cosas que me apasionan, pero reflexiones sobre Los anillos del poder (entretenida), La casa del dragón (aún estoy con ella), Sky Rojo (agotada) y demás deberéis buscarlas en otros canales que seguro lo harán mejor (o por lo menos en el tiempo adecuado) que yo.

Gracias a los que seguís por aquí después de estos años. No es una despedida, pero las noches de desenfreno se han convertidos en encuentros esporádicos para un café rápido. Si os conformais con eso, seguiremos en contacto. No puedo prometer mucho más…

sábado, 7 de enero de 2023

Visto en Netflix: DESDE DENTRO

Desde hace ya algunos años, el nombre de Steven Moffat es sinónimo de calidad. Aunque su nombre esté siempre asociado al del Dr. Who, es con Sherlock, creada a medias con Mark Gatiss, con la que su nombre saltó a la palestra, habiéndose atrevido a adaptar a otros clásicos de la literatura, como Jekyll, Drácula y la malograda saga sobre Tintín que al final se quedó en una única película dirigida por Spielberg.

De la mano de Netflix, con quien ya se unió para adaptar libremente la novela de Bram Stoker, Moffat presenta ahora Desde dentro, una miniserie original de tan solo cuatro episodios con Paul McGuigan (realizador de títulos como Victor Frankenstein, Lucky 7 o El caso Slevin y colaborador habitual de Moffat) responsabilizándose de la dirección.

Desde dentro es una serie soberbia, contenida en su ritmo, que narra dos historias paralelas aparentemente bien diferenciadas pero que, obviamente, van a terminar confluyendo en algún momento. Por un lado tenemos el drama de un vicario que, pese a sus buenas intenciones y moral cristalina, acaba envuelto en una turbia acusación de pedofilia ante la que, buscando una salida desesperada para su familia, cometerá error tras error hasta quedar atrapado en un callejón sin salida. Por otro, Jefferson Grieff es un brillante criminalista en el corredor de la muerte que se entretiene, mientras espera la fecha de la ejecución por el asesinato de su esposa, resolviendo casos detectivescos siempre que estos sean afines a su escala moral. Dos personajes, a priori, sin nada en común que protagonizan dos historias que no podían ser más opuestas entre sí. Es por ello que el gran mérito de Moffat es conseguir crear un universo propio en el que ambas tramas confluyan con naturalidad, sin que las trampas de guion resulten ridículas ni forzadas y consiguiendo enganchar de tal manera que es casi imposible no devorar los cuatro episodios del tirón, estando casi más ante una película de cuatro horas que ante una miniserie.

Es importante señalar también el acierto del reparto. David Tennant, uno de los Dr. Who más populares, hace una interpretación soberbia, mucho más pausada y dramática que los papeles histriónicos a los que nos tiene acostumbrados últimamente (como por ejemplo, en Jessica Jones o Good Omens), mientras que Stanley Tucci no puede estar más brillante como el psicópata capaz de asesinar y decapitar a su esposa con una elegancia y sobriedad que recuerda, por momentos, al Hannibal Lecter de Anthony Hopkins.

En Desde dentro se combinan muy bien el drama, angustiante y desgarrador, con un humor muy negro que es el contrapunto británico de series como Fargo, cerrando a la perfección las tramas y dejando las mínimas preguntas sin responder como para que una segunda temporada sea no ya una necesidad sino un deseo arrebatador.

Una pequeña joya televisiva con dos grandes intérpretes dando lo mejor de sí.

viernes, 6 de enero de 2023

Cine: AVATAR, EL SENTIDO DEL AGUA

Por fin llegó lo que parecía imposible y James Cameron ha estrenado su ansiada secuela de Avatar, una película que muchos presagiaban que iba a ser un fracaso estrepitoso y ha resultado, para sorpresa de muchos, todo lo contrario. Aunque a priori parecía que había cierta desidia ante esta secuela algo tardía, lo cierto es que el público está respondiendo de manera espectacular y Cameron ha vuelto a demostrar que merece el nombramiento autoimpuesto de «rey del mundo», aunque esa obsesión suya por Pandora y los Na’vi nos esté pasando factura a todos en forma de perdernos propuestas posiblemente más interesantes del que, a mi parecer, es el mejor director de acción del mundo. Algo parecido con lo que le estaba empezando a pasar a Michael Bay con su obcecamiento con los Transformers.

El caso es que, para bien o para mal, ya tenemos aquí a Avatar, el sentido del agua, constatando de paso que Avatar 3 será una realidad más pronto que tarde y, viendo los resultados económicos, ya nadie duda que las anunciadas cuarta y quinta parte sean realidad también en algún momento del futuro (a partir de ahí, ya se verá).

Preámbulos aparte, es momento de analizar el resultado final de la secuela, cosa, en realidad, harto difícil. Y es que, en el fondo, estamos, más que ante una película, ante un evento cinematográfico, un espectáculo audiovisual sin precedentes (más allá de la evidencia de la primera entrega). Como tal, a la pregunta de si cumple las expectativas, la respuesta es un sí contundente. Avatar, el sentido del agua, es un espectáculo glorioso, un derroche de imaginación visual, espectáculo fotolumínico y con una capacidad de inmersión total, siempre que sea vista en las condiciones óptimas (es decir, en 3D HFR). Nos ha resultado algo mentirosillo Cameron al anunciar un guion de nivel, ya que sin ser un espanto, la historia es desde luego lo más flojito, pero no se puede negar que la película ofrece lo que promete e incluso más.

Pero hay que ser exigentes con un producto de estas características (no en vano se trata de la secuela de la película –infracción aparte- más taquillera de la historia), y toca hacer un análisis más riguroso desde el punto de vista cinematográfico.

Y en ese sentido, la sentencia es clara: es demasiado larga. Puedo entender que –Cameron se haya visto incapaz de recortar ninguna de las secuencias preciosistas e hipnóticas del film, pero a nivel argumental la estructura se resiente de tan extensa duración. Más, si cabe, ante la sensación constante de que estamos ante un capítulo intermedio de un plan cósmico mucho más grande. El problema, algo que en gran medida sucedía ya con Wakanda forever, es que durante las dos primeras horas se plantea un conflicto, pero sin que este llegue  nunca a estallar del todo (hay escenas de lucha y algo de emoción, pero nada comparado con lo que está por llegar), y cuando al fin comienza la batalla final el espectador está demasiado agotado como para disfrutar de ella como se merece. Casi sería necesario un segundo visionado, entrando en este a mitad de la película, para no perderse detalle de ese confrontamiento entre Na’vis y humanos que se nos anuncia desde el primer minuto.

No voy a entrar a valorar las interpretaciones, ya que la digitalización oculta las virtudes y carencias de los actores (sobre todo en lo que respeta a las limitaciones obvias de Sam Worthington), pero más allá de las obsesiones tecnológicas James Cameron demuestra que sigue en plena forma y su planificación de la acción y control de la cámara vuelven a demostrar un virtuosismo sin igual. Claro que cuenta con el riesgo de que la tecnología se coma su habilidad tras las cámaras (de hecho, Avatar me pareció en su momento su película más floja), cosa que hace que fuera de los cines el resultado final desluzca bastante, pero creo que él mismo es muy consciente de ello y, como tal, acepta el hecho con el que he comenzado mi comentario de que esto trasciende al simple concepto de película para convertirlo en un espectáculo alucinante y alucinógeno.

¿Es, en resumen, Avatar, el sentido del agua, la mejor película del año? Ni de lejos. Queda muy por debajo de maravillas como Top Gun: Maverick, es menos divertida que Dr. Strange en el multiverso de la locura o Bullet Train y carece de la belleza incómoda del Pinocho de Guillermo del Toro, por equipararla a algunos éxitos del 2022, pero eso no impide que pasar por taquilla y sumergirse en las tres horas y doce minutos que supone esta excursión por tierras (y aguas) desconocidas de Pandora sea algo obligado para cualquier ciudadano de bien. Como ya sucediera con la primera Avatar o incluso con Titanic, también de Cameron, el mundo se va a dividir en dos tipos de personas, las que hayan ido al cine a ver Avatar, el sentido del agua, y las que no. Y ya advierto que si uno es un poco aficionado al cine, ya sea seguidor de propuestas más indies (aunque hay que reconocer que, a su manera, no puede haber un cine de autor más merecedor de tal nombre que esto) o amante de las explosiones y las grandes batallas, no ir a ver Avatar, el sentido del agua, es poco menos que estar en pecado.

Luego, como film, gustará más o menos (que tampoco es que tenga muchas cosas verdaderamente negativas que señalar, más allá de la duración, tampoco os vayáis a pensar), pero la experiencia va a ser única e irrepetible. Bueno, al menos hasta la llegada de Avatar 3.

 

Valoración: Siete sobre diez.