Por fin llegó lo que parecía imposible y James Cameron ha estrenado su ansiada secuela de Avatar, una película que muchos presagiaban que iba a ser un fracaso estrepitoso y ha resultado, para sorpresa de muchos, todo lo contrario. Aunque a priori parecía que había cierta desidia ante esta secuela algo tardía, lo cierto es que el público está respondiendo de manera espectacular y Cameron ha vuelto a demostrar que merece el nombramiento autoimpuesto de «rey del mundo», aunque esa obsesión suya por Pandora y los Na’vi nos esté pasando factura a todos en forma de perdernos propuestas posiblemente más interesantes del que, a mi parecer, es el mejor director de acción del mundo. Algo parecido con lo que le estaba empezando a pasar a Michael Bay con su obcecamiento con los Transformers.
El
caso es que, para bien o para mal, ya tenemos aquí a Avatar, el sentido del agua, constatando de paso que Avatar 3 será una realidad más pronto
que tarde y, viendo los resultados económicos, ya nadie duda que las anunciadas
cuarta y quinta parte sean realidad también en algún momento del futuro (a
partir de ahí, ya se verá).
Preámbulos
aparte, es momento de analizar el resultado final de la secuela, cosa, en
realidad, harto difícil. Y es que, en el fondo, estamos, más que ante una película,
ante un evento cinematográfico, un espectáculo audiovisual sin precedentes (más
allá de la evidencia de la primera entrega). Como tal, a la pregunta de si
cumple las expectativas, la respuesta es un sí contundente. Avatar, el sentido del agua, es un
espectáculo glorioso, un derroche de imaginación visual, espectáculo fotolumínico
y con una capacidad de inmersión total, siempre que sea vista en las
condiciones óptimas (es decir, en 3D HFR). Nos ha resultado algo mentirosillo
Cameron al anunciar un guion de nivel, ya que sin ser un espanto, la historia
es desde luego lo más flojito, pero no se puede negar que la película ofrece lo
que promete e incluso más.
Pero
hay que ser exigentes con un producto de estas características (no en vano se
trata de la secuela de la película –infracción aparte- más taquillera de la
historia), y toca hacer un análisis más riguroso desde el punto de vista
cinematográfico.
Y
en ese sentido, la sentencia es clara: es demasiado larga. Puedo entender que –Cameron
se haya visto incapaz de recortar ninguna de las secuencias preciosistas e hipnóticas
del film, pero a nivel argumental la estructura se resiente de tan extensa
duración. Más, si cabe, ante la sensación constante de que estamos ante un
capítulo intermedio de un plan cósmico mucho más grande. El problema, algo que
en gran medida sucedía ya con Wakanda forever, es que durante las dos primeras horas se plantea un conflicto,
pero sin que este llegue nunca a
estallar del todo (hay escenas de lucha y algo de emoción, pero nada comparado
con lo que está por llegar), y cuando al fin comienza la batalla final el
espectador está demasiado agotado como para disfrutar de ella como se merece.
Casi sería necesario un segundo visionado, entrando en este a mitad de la
película, para no perderse detalle de ese confrontamiento entre Na’vis y
humanos que se nos anuncia desde el primer minuto.
No
voy a entrar a valorar las interpretaciones, ya que la digitalización oculta
las virtudes y carencias de los actores (sobre todo en lo que respeta a las
limitaciones obvias de Sam Worthington), pero más allá de las obsesiones
tecnológicas James Cameron demuestra que sigue en plena forma y su planificación
de la acción y control de la cámara vuelven a demostrar un virtuosismo sin
igual. Claro que cuenta con el riesgo de que la tecnología se coma su habilidad
tras las cámaras (de hecho, Avatar me pareció en su momento su película más
floja), cosa que hace que fuera de los cines el resultado final desluzca
bastante, pero creo que él mismo es muy consciente de ello y, como tal, acepta
el hecho con el que he comenzado mi comentario de que esto trasciende al simple
concepto de película para convertirlo en un espectáculo alucinante y
alucinógeno.
¿Es, en resumen, Avatar, el sentido del agua, la mejor película del año? Ni de lejos. Queda muy por debajo de maravillas como Top Gun: Maverick, es menos divertida que Dr. Strange en el multiverso de la locura o Bullet Train y carece de la belleza incómoda del Pinocho de Guillermo del Toro, por equipararla a algunos éxitos del 2022, pero eso no impide que pasar por taquilla y sumergirse en las tres horas y doce minutos que supone esta excursión por tierras (y aguas) desconocidas de Pandora sea algo obligado para cualquier ciudadano de bien. Como ya sucediera con la primera Avatar o incluso con Titanic, también de Cameron, el mundo se va a dividir en dos tipos de personas, las que hayan ido al cine a ver Avatar, el sentido del agua, y las que no. Y ya advierto que si uno es un poco aficionado al cine, ya sea seguidor de propuestas más indies (aunque hay que reconocer que, a su manera, no puede haber un cine de autor más merecedor de tal nombre que esto) o amante de las explosiones y las grandes batallas, no ir a ver Avatar, el sentido del agua, es poco menos que estar en pecado.
Luego,
como film, gustará más o menos (que tampoco es que tenga muchas cosas
verdaderamente negativas que señalar, más allá de la duración, tampoco os vayáis
a pensar), pero la experiencia va a ser única e irrepetible. Bueno, al menos
hasta la llegada de Avatar 3.
Valoración:
Siete sobre diez.
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