Una
película más y un éxito más de Marvel.
Mientras las series siguen avanzando con un ritmo más bien irregular, en cine
la marca del MCU no falla, y aunque
había quien tenía dudas ante títulos como Viuda Negra (sin duda la propuesta más floja de esta cuarta fase), Eternals o Shang-Chi, el indiscutible éxito de Spider-man: No way home y la llegada ahora de Doctor Strange en el Multiverso de la Locura ha terminado por
callar bocas que auguraban un deje de agotamiento en el universo superheroico
de La casa de las Ideas.
Chloé
Zhao como Destin Daniel Cretton pudieron plantar más o menos las semillas de su
estilo personal, dando un toque diferente a sus películas y consiguiendo
mantener sus señas de identidad, algo más notable en el caso de la primera (e, irónicamente,
criticada por ello por parte del público más irracional). Es difícil saber qué
habría pasado si Scott Derrickson hubiese terminado dirigiendo la secuela de su
Doctor Strange (porque visto lo visto
parece evidente que las diferencias creativas que provocaron su abandono fueron
más de carácter argumental que visual), pero no hay duda de que el fichaje de
Sam Raimi ha sido todo un acierto, dándole manga ancha para que pudiese unir
sus dos estilos favoritos, el de los superhéroes con lo que sentó cátedra con
sus dos primeras aproximaciones al personaje de Spider-man como al terror de su
saga de Posesión Infernal.
No
es que Doctor Strange en el Multiverso de
la Locura sea un film de terror al uso, pero sí hay suficientes elementos
del imaginario de Raimi como para llegar a dudar si esto es un producto
recomendable para un niño, sabiendo el director manejar la ausencia (obligada)
de sangre con guiños aterradores a clásicos el género, teniendo cabida desde Carrie hasta The Ring pasando por el género de la brujería, las posesiones o
incluso los zombis (sin faltar el auto-homenaje, por cierto).
Esto
de por sí solo ya convierten a Doctor
Strange en una rara avis del género, sin por ello hacer obviar que estamos
ante una magnífica película de superhéroes, donde el ritmo es trepidante y
apenas hay un segundo de respiro, sin por ello llegar a agotar al espectador y
(uno de sus grandes méritos) logrando un clímax final impactante a la par que
inteligente que no se basa solo en la destrucción masiva, sino en el
sentimiento y el dolor.
Y
es que, por encima de cuestiones estéticas, de luchas entre el bien y el mal y
saltos entre universos, la secuela de Doctor
Strange es ante todo una película de sentimientos. Una película movida, por
un lado, por el dolor de una madre que haría cualquier cosa por recuperar a sus
hijos y, por el otro, por un protagonista atormentado no ya por la pérdida de
su amor de toda la vida, sino más bien por la incapacidad de conseguir
mantenerlo a su lado.
Además,
pese al despliegue de efectos digitales por CGI
(aunque Raimi consigue equilibrarlo muy bien con el uso de maquillaje
tradicional), las excelentes interpretaciones de Benedict Cumberbatch y
Elizabeth Olsen logran imponerse ante el artificio visual, dando al film un
valor añadido impagable.
Seguimos
sin tener muy claro hacia donde se dirige esta cuarta fase (hay ciertas teorías
por ahí a las que daré voz en unos días, cuando ya sea más prudente hablar con
spoilers), y como de firmes son las conexiones entre esta película, el multiverso
provocado por el propio Strange en su aventura junto a Spider-Man y las
andanzas de Loki en su serie de Disney+,
pero analizada a nivel individual, Doctor
Strange en el Multiverso de la Locura es una de las aventuras más
divertidas, emocionantes, tristes, aterradoras y locas que nos ha proporcionado
Marvel hasta la fecha, consiguiendo
que no se note siquiera esos cuarenta minutos que dicen se han caído del
montaje inicial y que espero veamos alguna vez.
En
fin, una verdadera delicia y, por difícil que parezca viendo los antecedentes,
una de las mejores películas de este nuevo MCU
post EndGame.
Valoración:
Ocho sobre diez.
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