Al principio de su carrera, la fama de Stephen King se vio fuertemente recalzada por una serie de adaptaciones cinematográficas de aquellas primeras obras en manos de directores de culto como Stanley Kubrich, John Carpenter o Bryan de Palma, pero lo cierto es que salvo honrosas excepciones (y habría que destacar tres nombres, uno por generación: Rob Reiner, Frank Darabont y Mike Flanagan) la mayoría de las películas que lo adaptan rozan la serie B o son lo que antaño se consideraba carne de videoclub.
Ello
no es impedimento para poder ver algunos de esos títulos con cierto cariño, y
la versión que Mark L. Lester hizo en 1984 de Ojos de fuego (que tampoco es que sea de las mejores novelas de
King) se deja ver bajo esa premisa de nostalgia y pocas exigencias.
Sin
embargo, en Blumhouse alguien decidió
que era buena idea hacer una nueva película sobre la misma historia, y así es
como nos ha llegado esta nueva Ojos de fuego con Zac Efron como principal cara conocida del reparto y que no hay
por donde sostenerla.
Al
igual que en la versión del 84, el director Keith Thomas opta por ir
separándose progresivamente de la historia de papel, especialmente en su tramo
final, y aunque entiendo la decisión que pretende empujar ese final dramático y
doloroso, una vez plasmada la idea en escena cae en el ridículo más bochornoso.
Y
es que junto a unos efectos digitales bastante pobres (ya se sabe que James
Blum no es de gastarse mucho los cuartos), lo peor de la película es un
desarrollo realmente poco inspirado de los personajes, que los conducen a
actuar de manera demasiado caprichosa y con los que no consigues empatizar en
ningún momento.
Quizá
se podría salvar levemente su primera mitad, más volcada en el drama familiar
que en el terror, pero a medida que la película quiere crecer y convertirse en
un amago de Carrie (otra cuyo remake es muy inferior a la propuesta original)
cada paso que da es un tropezón más que la condena al desastre.
Al
final, lo que nos queda es una película aburrida, mal contada, con
interpretaciones pobres y que no parece saber nunca lo que quiere contar ni
porqué. Como si de un barco a la deriva se tratase. Un barco en llamas, por
supuesto.
Por
encontrar algo aprovechable, cabe destacar que la música es de John Carpenter,
bastante efectiva, pero eso solo parece indicar un pobre recurso del director
para querer emular, sin éxito, ese aroma de serie B de los 80 que nos invite a
perdonarle sus muchos fallos. Obviamente, no lo consigue.
Valoración:
Tres sobre diez.
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