Ha llovido desde aquel lejano 1986 y pocos imaginaban que aquella película de aviadores con exceso de testosterona (y cierto tufillo homo-erótico, para qué negarlo) iba a tener secuela treinta y cinco años después, pero el empeño de Cruise de ser el salvador del cine no tiene límites, y hete aquí que, mediante Joseph Kosinki ocupando la silla del director en lugar de Scott (a quien se le dedica la película), la secuela es ya un hecho.
Top Gun: Maverick bien podría haber nacido con la idea de hacer una
secuela reboot, presentando a una
nueva generación de pilotos que abran el futuro de la franquicia. Sin embargo,
pese a existir ese supuesto relevo generacional, no es por ahí por dónde van
los tiros. Esta película va sobre Maverick, el personaje al que da vida Tom
Cruise, y solo sobre Maverick, girando todas las tramas secundarias (la mayoría
muy ligadas a la primera película) a su alrededor.
Con
Cruise, una vez más, como genio y figura, lo cierto es que la película funciona
como un tiro, con escenas de vuelo alucinantes y que, como defensor a ultranza
del cine en pantalla grande que es su protagonista, debe verse en las mejores
condiciones posibles.
La
película de Ton y Scott era muy hija de su tiempo, reuniendo en sus algo
alargados ciento diez minutos lo mejor y lo peor de aquella ápoca, como el
excesivo postureo de sus protagonistas, el velado machismo que se intuye con el
papel satélite de las mujeres (aunque se quisiera disfrazar de cierta modernidad
a la Charlie de Kelly McGillis, de la que no hemos vuelto a saber nada), y,
sobretodo, esa estética videoclipera que tanto molaba entonces y que apesta a
hortera hoy en día, que tan bien se le daba al Scott de la época. Saber
homenajear eso sin caer en el ridículo ha sido uno de los principales desafíos
de la película, que no solo lo supera con creces sino que incluso ayuda a
entender mejor aquella, tratando de justificar, por ejemplo, secuencias tan
chorras como la del partido de vóley a la que aquí se rinde tributo.
Top Gun: Maverick sabe tratar mucho mejor a sus personajes que, sin ser
tampoco nada del otro mundo, tienen un trasfondo detrás que consigue darles una
entidad muy valiosa. Sirva como ejemplo los pocos minutos en los que aparece
Val Kilmer y como bastan cuatro líneas de diálogo para resumir con brillantez
más de treinta años de amistad entre Iceman y Maverick.
No es que esta sea una p0elícula perfecta, y quizá muchos espectadores se puedan llegar a aburrir o abrumar con tanta escena de vuelo aéreo (aunque de eso va la peli, no creo que nadie tenga derecho a quejarse), pero si la definimos como blockbuster puro y duro su calidad es ejemplar, pudiéndose resumir como simplemente espectacular y maravillosa. Sabe beber del recuerdo sin abusar de la nostalgia (no se explica el destino de mucho de los personajes de la primera película, ni falta que nos hace) y consigue crear un gran vínculo emocional entre Maverick y el personaje de Milles Tiller. Es una historia que, desde el primer momento, se intuye como va a terminar, y que esa ausencia de sorpresa no estropee la función es otro logro más para Kosinski, amigo de Cruise desde que lo dirigiera en Oblivion, aunque la presencia en última instancia del otro gran aliado del actor, Christopher McQuarrie, quien lo dirigió en Jack Reacher y las dos últimas de Misión Imposible (Nación secreta y Fallout), puede dar una pista de donde está el valor añadido del film.
No
puedo dejar de mencionar una de las escenas del primer acto, en la que aparece
el gran Ed Harris para enfrentarse a Cruise y su equipo. Hay ahí un discurso
sobre cómo la tecnología va a sustituir al hombre (hablan de pilotos de vuelo,
pero puede extenderse a cualquier ámbito de la vida) a lo que Maverick/Cruise
(al que solo le falta mirar a cámara y hacer un guiño cómplice al espectador)
contesta que es posible que eso sea cierto, pero no será hoy. Un alegato
crepuscular que sirve para reivindicar, en su caso, a todos los artistas del
mundo del cine que trabajan para conseguir que sus películas se estrenen en
pantalla grande, donde deben ser vistas. Magia en estado puro.
Valoración:
Ocho sobre diez.
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